¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 17 de febrero de 2021

CUARESMA: PREPARACION AL PARTO CRISTIANO

"Como la embarazada cuando le llega el parto
se retuerce y grita de dolor,
así estábamos en tu presencia, Señor:
concebimos, nos retorcimos, dimos a luz…
Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos
y cierra la puerta detrás de ti" 
(Is 26,17-18 y 20)

Hoy, miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma, un camino de preparación interior para la Pascua, en el que los cristianos "entramos en nuestros aposentos", en la profundidad del alma, y "cerramos la puerta", al ruido exterior.

Ayer, desnudo en el oasis del Edén, el hombre "concibe" el pecado y la muerte, al dejarse seducir por un falso Esposo: "Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará (Gn 3,16)

Ahora, vestida de sol en el desierto de Judea, la Iglesia, Esposa fiel del Cordero, está "encinta" gestando una nueva vida, fruto del amor del Esposo verdadero: "Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz (Ap 12,1-2)

La cuaresma es la preparación al parto cristianoes un estado preliminar a la inminencia del dolor y del sufrimiento en el momento del alumbramiento. La cuaresma es maduración e introspección, reflexión y meditación, respiración y discernimiento...es abstinencia generosa, es penitencia alegre, es oración confiada. 
La cuaresma es un desierto purificador, donde recibimos el maná del cielo, la Eucaristía, mientras sudamos en el polvo de nuestra humanidad: "Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3, 19).

La Cuaresma son los cuarenta días de lucha contra las tentaciones, los cuarenta días de "diluvio purificador", los cuarenta años de peregrinación. Allí, nos "desembarazamos" de lo material, de lo humano y de lo temporal, nos preparamos interiormente para "alumbrar" al ideal de hombre pensado por Dios y nos abandonamos al poder redentor de nuestro Señor. 

Se acerca la hora del parto, el trance de la Pasión de la cruz. Estamos preocupados, ansiosos y apurados porque llega el dolor y el sufrimiento del parto, pero sabemos que no hay nacimiento sin parto, no hay gracia sin desgracia, no hay vida sin muerte, no hay luz sin cruz"La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. (Jn 16,21).
Gritamos mientras nuestras fuerzas desfallecen, nuestros pensamientos se convulsionan, nuestros corazones desmayan y nuestros deseos se retuercen, presas del terror pecaminoso. Estupefactos, nos miramos el uno al otro, pero con los rostros encendidos de esperanza. Llega el día del Señor para probarnos, convertirnos y extirpar el pecado: "Dad alaridos: el Día del Señor está cerca, llega como la devastación del Todopoderoso. Por eso los brazos desfallecen, desmayan los corazones de la gente, son presas del terror; espasmos y convulsiones los dominan, se retuercen como parturienta, estupefactos se miran uno al otro, los rostros encendidos. El Día del Señor llega, implacable, la cólera y el ardor de su ira, para convertir el país en un desierto, y extirpar a los pecadores" (Ia 13,6-9).

Nuestras entrañas se estremecen a causa del daño original, la angustia nos horroriza por lo que vemos alrededor, la ausencia de Dios en el mundo nos retuerce el alma. Pero nuestra esperanza se refuerza por lo que escuchamos en Su presencia poderosa, mientras nos arrodillamos ante el altar. 

Nos sobresaltamos por el atardecer que cubre de oscuridad la tierra, mientras nuestra fe nos conduce a preparar la mesa, ante la inminente llegada del Novio: "Por eso mis entrañas se estremecen, angustias de parto se apoderan de mí, me retuerzo por lo que escucho, me horrorizo por lo que veo. Mi corazón vacila, me domina el terror,  el deseado atardecer se me ha convertido en sobresalto. ¡Preparad la mesa, extended los tapices: a comer y beber!" (Is 21,3-5).
El desierto preparatorio no es un castigo sino una llamada a la conversión del corazón. La cólera del Señor no es una condena sino una salida de toda esclavitud y el ardor de la ira de Dios no es una sanción sino un camino depurador hacia la libertad de la Tierra Prometida.

Jesucristo nos suplica "Salid de ella, pueblo mío" (Apocalipsis 18,4). Salimos de la ciudad al campo, de la comodidad urbana a la inquietud rústica. Hacemos ayuno, penitencia y oración para huir de las tentaciones y recibir la recompensa prometida, para ser liberados y rescatados de las manos de nuestros enemigos: "Vas a salir de la ciudad, vas a vivir en el campo. Irás hasta Babilonia y allí serás liberada; allí te rescatará el Señor de las manos de tus enemigos" (Miq 4,10).

Éramos estériles, pero ahora germinamos en la buena tierra, esperando la hora para gritar de júbilo la resurrección de Cristo"Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido" (Gal 4,27).
Nos vestimos con el "morado" penitencial y litúrgico a la espera de que nuestro Señor nos cambie esa indumentaria por las vestiduras "blancas" de su gloria. Sufrimos, expectantes ante el nacimiento de una nueva humanidad gozosa y alegre, que ha sido reconciliada con el sufrimiento de Cristo como testimonio de un amor fecundo.

Ningún dolor es comparable a la gloria que se nos manifestará en la resurrección de nuestro Salvador y que nos traerá nuestra redención: "Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8, 18-23).

JHR

miércoles, 10 de octubre de 2018

OTRA VEZ...POR EL DESIERTO


“Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua 
ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura” 
(Deuteronomio 8,15)

De nuevo, me encuentro vagando por el desierto.... en soledad, en silencio, en oscuridad. 

Durante el día, todo es árido, inhóspito e incómodo. No hay nada, ni lo más elemental. Sólo sed, calor, cansancio y abatimiento. 

Durante la noche, todo es privación, vaciedad y carencias materiales. No hay nada, ni lo más necesario. Sólo hambre, frío, silencio  y soledad.

Desnudo y expuesto al calor abrasador de una sociedad materialista, camino hacia el misterio de Dios. Sólo a través de la oración y la comunión con Él, soy capaz de ser simplemente yo ante Él.

Descalzo y abatido, camino ante la inmensa aridez que me rodea...el vacío se abre a mis pies, la arena apenas me deja caminar con paso firme. Sólo a través de mi confianza plena en la insondable voluntad de Dios puedo mantenerme en pie.
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Despojado de mi propio yo y de las cosas prescindibles de mi vida, mi alma se desnuda, se desapega de lo innecesario y busca el oasis donde se halla la fuente de agua viva. Sólo a través de mi incansable búsqueda de Dios, soy capaz de resistirlo y soportarlo.


Frágil y limitado, mi fe experimenta la prueba y la purificación.
Sólo a través de mi seguimiento a Cristo soy capaz de mantener el sosiego, la calma y la paz.

Vulnerable y tentado, vadeo dunas, evito escorpiones, eludo serpientes y siento como si mi mundo se viniese abajo. Sólo a través del leve soplo del Espíritu, soy capaz de entenderlo y vivirlo.

Moises, Jesús, Pablo, caminaron por el desierto de la prueba, la tentación o la purificación.

Al igual que ellos y otros muchos, sé que debo pasar por él con confianza y humildad, con desapego y pobreza, con renuncia y austeridad. 

Sé que debo estar dispuesto a perderlo todo: mi seguridad, mi comodidad, mi interés, mi voluntad.

Y lo hago porque tengo la absoluta certeza de que Dios no me abandonará jamás. 

Aunque esté a mi lado y no pueda verle..

Aunque parezca distante y no pueda escucharle...

Sé que Dios está conmigo.

¡Gloria a Dios!

martes, 13 de febrero de 2018

LO SÉ, PERO QUÉ DIFÍCIL ES...

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“Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: 
Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; 
ni te desanimes al ser reprendido por él. 
Pues a quien ama el Señor, le corrige; 
y azota a todos los hijos que acoge. 
Sufrís para corrección vuestra. 
Como a hijos os trata Dios, 
y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? 
Más si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, 
señal de que sois bastardos y no hijos. 
Además, teníamos a nuestros padres según la carne, 
que nos corregían, y les respetábamos. 
¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir?
¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y para poco tiempo!; 
mas él, para provecho nuestro, 
en orden a hacernos partícipes de su santidad”
(Hebreos 12,5-10)


Confieso que me encuentro en un período de aridez espiritual, que he dejado atrás el exuberante oasis de la esperanza y que vago por el desierto de la inseguridad, sin agua viva que calme mi sed, arrastrando mis pies sobre la ardiente arena y con el rostro abrasado por el sol. 

Me encuentro con pocas ganas de rezar o de ir a Misa; hasta parece que el cielo desaparece en la desagradable tormenta de arena.

Resultado de imagen de aridez espiritual¿Cómo vencer este estado espiritual en el que veo lejano a mi Dios, o incluso, no le veo? ¿Cómo ser capaz de no ceder a las tentaciones de falta el ánimo y de tirar la toalla?

Mi director espiritual y confesor me hace sonreír cuando, en estos momentos de aridez, de noche oscura y de desierto, me da la enhorabuena. Y es que antes no lo entendía. Me exhorta a tener, ante todo, mucha calma y paciencia. Me anima a continuar, aún sin ganas o sin beneplácito, perseverando en mi vida espiritual: oración, sacramentos, servicio, caridad y penitencia. Pero qué difícil es...

Sé que no se trata de tibieza, porque sí que cuido mi vida espiritual; que quiero con toda mi alma a Dios; que todo lo que soy y todo lo que tengo, es gracias a Él; tampoco tengo pecados graves que pudieran alejar de mi la gracia de Dios. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que si mi camino espiritual fuera cómodo y estable, me acostumbraría a la pereza; que la monotonía se apoderaría de mi; que las dificultades son necesarias para mi crecimiento humano y espiritual; que soy peregrino en busca de mi casa celestial donde saciaré mi sed más profunda. Pero qué difícil es...

Sé que, a veces, Dios permite estas pruebas para que aprenda a “buscar más al Dios de las consolaciones que a las consolaciones de Dios”; sé que, como decía San Juan de la Cruz, “el progreso de una persona es mayor cuando la misma camina a oscuras y sin saber”. Pero qué difícil es...

Otras muchas veces, disfruto de maravillosas peregrinaciones, me deleito en dulces oraciones, me abandono en bellas adoraciones de fervor sensible, me "lleno" de su presencia en retiros espirituales...igual que un niño con sus chuches; pero cuando me sobreviene la prueba, cuando camino por el desierto, tiendo a desfallecer.

Sé que Dios me quiere con locura, y me quiere santo; que a través de las pruebas y de la aridez espiritual, Él me cincela, me da forma, me sana y me transforma en lo que quiere que sea. "Él corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí, y limpia los que dan fruto para que den más." (Juan 15,2). Pero qué difícil es...

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Sé que debo cargar con mi cruz y seguirlo. Soy consciente de que, a veces, el sacrificio es en beneficio de mi santidad; que surgen las tinieblas para poder ver su potente luz. Pero qué difícil es...

Sé que en estos momentos de prueba, necesito silencio, confianza, oración y abandono; que detrás de los nubarrones está el cielo azul; que después de la tormenta viene la calma. Pero qué difícil es...


Sé que mi Señor camina a mi lado, coge mi mano y le susurra a mi corazón: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo. No necesitas mirar con desconfianza, pues soy yo, tu Dios. Yo te fortalezco, te ayudo y te sustento con mi diestra victoriosa” (Isaías 41,10). Pero qué difícil es...

Sé que Dios está conmigo aunque no le vea; que sabe lo que estoy viviendo; que opera mi corazón abierto en el sufrimiento; que todo es para su gloria. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que debo cerrar mis ojos y coger Sus manos misericordiosas para dejarme guiar por Su sabiduría; sé que el nunca me abandona en mitad del camino. Pero qué difícil es...

Sé que mi Señor me prepara para recibir más y mayores gracias; que actúa en mi alma para purificarme; que ser cristiano no es agradable ni cómodo. Pero qué difícil es...

Sé que la fe no es un sentimiento sino adhesión y confianza a Dios, a su verdad y a su voluntad; que no se trata de "sentir o experimentar" sino de vivir, con o sin ganas, con o sin motivación. Pero qué difícil es...

Sé  que debo vagar por el desierto buscando a Dios; que debo imitar a Jesús, también en los momentos oscuros; que el profundo vacío de mi ser anhela sus caricias. Pero qué difícil es...

Sé que no sé nada sin Dios; que no soy nada sin Dios; que no hay nada sin Dios. Pero qué difícil es...

¡Mi Señor, mi Dios, llena mi vacío de ti y no me dejes caer rostro a tierra! ¡Ayúdame con mi cruz para llegar al Calvario y verte! ¡Corrígeme porque sé que me amas!