¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 24 de diciembre de 2020

ABANDONADOS EN UN PAIS EXTRAÑO

"Todo lo que hayáis hecho a uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis"
(Mateo 25, 40).

El caso "Heurtel", jugador de baloncesto del FC Barcelona que ha sido abandonado en Estambul por sus compañeros y dirigentes me ha traído a la memoria un triste y similar episodio que sufrimos mi mujer y yo hace tres años, en una peregrinación a Medjugorje.

Nunca lo he hecho público pero hoy, "algo" me impulsa a contarlo...sin rencor ni resentimiento, pero con mucho dolor de corazón.

Días antes de partir a esa peregrinación, mi mujer y yo tuvimos un desagradable desencuentro con dos integrantes del grupo, a quienes conocíamos de la parroquia y de los grupos de Emaús. ¿Los motivos? En realidad, no importan. Ni tampoco quién tuviera razón o culpa: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" (Mateo 18,21). Lo que sí diré es que nosotros, con razón o sin ella, con culpa o sin ella, les pedimos perdón por el incidente. Un perdón que ellas siempre nos negaron e incluso nos dijeron que no éramos bienvenidos. 

Aún así, nosotros mantuvimos la intención de viajar puesto que teníamos pagado el billete de avión y una gran ilusión por un nuevo encuentro con nuestra Madre, la Virgen María. El grupo con el que partimos desde Barajas hacia Croacia estaba formado por un sacerdote, varias consagradas de las Hermanas del Amor Misericordioso y por varias decenas de católicos.
Cuando el avión aterrizó en Dubroknik, un autocar esperaba para trasladar a la expedición a Medugorje, distante unos 144 km del aeropuerto. Al autocar, subieron todos, incluso unos españoles que formaban parte de otra peregrinación. Subieron todos...excepto nosotros.

Es cierto que nosotros no teníamos derecho a subirnos en el autocar porque no lo habíamos contratado. No, no teníamos derecho a subir. Aún así, pensábamos que la caridad, la piedad y la misericordia (que se nos supone a los católicos) moverían los corazones y sucedería la reconciliación. Y si no nos permitían subir (algo impensable para nosotros), buscaríamos la manera de ir por nuestra cuenta.

Pero nadie lo hizo. Nadie nos invitó a subir. Nadie intercedió por nosotros. Ni siquiera nuestros amigos íntimos que también viajaban en la expedición. Todos miraron a otro sitio. Nadie nos permitió subir. Ni siquiera el sacerdote que, ante la única súplica de una amiga nuestra para que nos permitiera subir, dijo que ¡NO!

Tengo grabada la imagen de profundo dolor y desolación de mi querida mujer mientras el autocar partía, dejándonos solos en el aeropuerto, que lloraba desconsolada ante semejante insolidaridad, impropia de unos hermanos de fe. ¡Jamás olvidaré las lágrimas de impotencia  y los sentimientos de abandono de Mariajo, que me desgarraron el corazón!
No hay excusa, explicación o justificación posible. No hay mal ni pecado mortal que pudiéramos haber cometido que justificara semejante falta de caridad fraterna, y menos aún, que nunca fuera perdonado. No, de parte de católicos. No, de parte de un sacerdote. No, de parte de unas consagradas. No, de parte de unos amigos y hermanos cristianos...

Jamás nadie habló con nosotros. Ni cuando llegamos a nuestro destino, ni durante los cuatro días de peregrinación que hicimos en solitario, ni a la vuelta, cuando volvimos a compartir vuelo de regreso a España. Ni siquiera el sacerdote...quien nunca se dirigió a nosotros. Ni para conocer nuestra versión, ni para corregirnos ni para cumplir con su misión de pastor. 

Lo que tuvimos claro es que nosotros no somos "nadie" para juzgar a ninguno de ellos. Es a Dios a quien le corresponde (Mateo 5, 22-24). Fue una "prueba". Pero lo que sí diré es que hemos perdonado de corazón. A todos...

En Medjugorje rezamos mucho, pedimos mucho y lloramos mucho...la Virgen nos consoló y nos "acarició" como Madre bondadosa que es, pero... el daño subsistía, el desagravio perduraba, el dolor persistía...
                 
Hoy, nos sigue doliendo el alma, nos sigue atravesando el corazón una espada, nos sigue causando una gran tristeza...a pesar de que han pasado tres años...

Hoy, seguimos abandonados al borde del camino, como en la parábola del Buen Samaritano. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no viéramos...como si no sintiéramos...

"Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más límpida expresión. Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios". "El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre" (Papa Francisco, 21 de mayo de 2013 y 4 de junio de 2014). 

Una fe sincera implica una caridad auténtica, una piedad cristiana significa una verdadera mansedumbre, que activa el amor al prójimo: "La fe actúa por el amor" (Gálatas 5,6). El amor a Dios se manifiesta, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. El resto de las virtudes están siempre al servicio de la respuesta del amor.

Benedicto XVI dijo que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”, y que el amor es en el fondo la única luz que “ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. 

"La vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que inicia un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). 

Cuando vivimos la caridad, la acogida y el acercamiento a los demás, buscando y procurando su bien, abrimos nuestro corazón a los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que abrimos los ojos al amor para reconocer a nuestro prójimo, la gracia nos permite reconocer a Dios. 

El amor se da, no se exige


jueves, 16 de agosto de 2018

¿QUÉ OCURRIÓ REALMENTE EN GETSEMANÍ?


"Jesús fue con ellos a un huerto llamado Getsemaní (...)
y comenzó a sentir tristeza y angustia.
Y les dijo: 'Me muero de tristeza. Quedaos aquí y velad conmigo'.
Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así:
'Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz;
pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú'.
Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y dijo a Pedro:
'¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
Velad y orad para que no caigáis en tentación.
El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil'.
De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo:
'Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba,
hágase tu voluntad'.
Volvió y los encontró dormidos, vencidos por el sueño.
Los dejó y volvió a orar de nuevo,
por tercera vez, repitiendo las mismas palabras."
(Mateo 26, 36-44; Marcos 14,32-42; Lucas 22,39-46)

Este es mi segundo artículo sobre la agonía de Jesucristo en el huerto de Getsemaní (https://cristianosdigitales.blogspot.com/2016/07/getsemani-es-decirte-si-hasta-el-final.html) pero desde otro punto de reflexión. De hecho, repito foto de cabecera porque expresa a la perfección aquel momento dramático.

Cada vez que veo la película "La Pasión de Cristo" de Mel Gibson, para mí, obra maestra del cine religioso, me sobrecoge la espeluznante escena del Huerto: niebla, oscuridad, soledad, sufrimiento...idas y venidas, desesperación...sonidos desgarradores que brotan de la garganta de Jesús, en una lengua, el arameo, que retumba en mis oídos como una súplica agónica y turbada, que se clava directamente en mi corazón. 
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Jesús llega al huerto de Getsemaní con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan (los mismos que subieron con Él al Tabor) y, enseguida, comienza a sentir tristeza y angustia, hasta el punto de decir: "Me muero de tristeza". El verdadero Dios y el verdadero hombre, se muere...de pena. ¡Qué expresión tan tremenda!

Apartándose de ellos ("a un tiro de piedra", curiosa y simbólica forma de describir la distancia), se fue a orar. Lo que vio allí le causó tanto desasosiego y tanta aflicción, tanta presión, que comenzó a sudar literalmente gotas de sangre. "Algo" le horrorizó tanto, que sus capilares reventaron, casi causándole la muerte.

¿Qué vio que tanto le turbó? 

Mateo 26, 37 nos da una pista: dice que cuando Jesús oró, "comenzó a entristecerse y angustiarse". "Comenzó" significa que vio algo mientras rezaba, algo que no había experimentado hasta ese momento. Y le turbó poderosamente. 

La palabra griega utilizada como "entristecerse" es muy dura y su traducción podría ser "horrorizarse". Algo terrorífico.

Resultado de imagen de jesus sweating drops of bloodNo parece que Jesús se encamine hacia su muerte con el coraje y la valentía a que nos tenía acostumbrados durante su vida pública, con esa confianza y seguridad de quien sabe su final y no teme. 

De hecho, en el Huerto se muestra débil, casi asustado. Tiembla, tartamudea, va y viene frenéticamente, de un lado para otro, de Dios a sus discípulos y viceversa, preguntándole al Padre si hay otro camino, o recriminando a los discípulos su abandono. 

Mateo incluso dice que, en un momento determinado, Jesús se desploma y cae de bruces; está tan débil que no puede mantenerse en pie. Pero no es una debilidad física, no es un cansancio humano.

Y lo realmente inusual y extraño de esta escena, la diferencia con todos los demás lugares  por donde pasó Jesús, es que en todos ellos, siempre mostró un ánimo y un coraje inquebrantables frente al peligro. Poco antes de ir a Getsemaní, por ejemplo, los discípulos de Jesús tratan de disuadirlo para que no entre en Jerusalén porque era muy peligroso para él, pero Él les dijo que tenía que ir. 

¿Qué no vio que tanto le desesperó?

Entonces, ¿qué pasó allí, en este momento? En realidad, la pregunta debería ser ¿Qué no vio?

Resultado de imagen de jesus sweating drops of bloodLa respuesta nos la da el versículo 39 del mismo capítulo de Mateo, cuando llama a Dios su Padre, como lo había hecho en tantas ocasiones a lo largo de su vida,y  no obtiene respuesta. Se dirige a Él como "Abba", un término extremadamente íntimo y cercano que podríamos traducir como "Papá". Pero, por primera vez en toda la eternidad, su Padre guardó silencio.

Allí está Jesús, Aquel que caminó sobre el mar embravecido y sofocó las tormentas más temibles; Aquel que expulsó demonios, que sanó enfermos y resucitó muertos; Aquel que ahora está tan horrorizado por algo que ve, que se siente "morir".

Y así, vuelve con sus discípulos, buscando, quizás, algún tipo de consuelo, de apoyo, de compañía. Pero de los discípulos también recibe silencio porque están dormidos. Entonces regresa nuevamente al Padre, diciendo exactamente lo mismo que había dicho anteriormente. Y de nuevo, un gélido y solitario silencio. Y así, en tres ocasiones.

En Getsemaní, Dios le desvió su rostro, le dio la espalda. El juicio por nuestros pecados ya había comenzado. Antes de que el primer clavo fuera introducido en su cuerpo, el alma de Jesús estaba siendo abandonada por Dios.

¿Cómo explicar y comprender este silencio del Padre?

A simple vista, parece algo realmente extraño. Jesús había vivido toda su vida con la aprobación del Padre, y ahora, en el momento en que Jesús más necesitaba a su Padre, Dios le daba la espalda. Y Jesús se tambaleó bajo su peso, casi al borde de la muerte. Jesús fue a estar con su Padre antes de su muerte y encontró, en lugar del cielo, el infierno abierto de par en par ante Él.

Imagen relacionadaNo sólo estaba ante una silenciosa soledad. Si no ante el rechazo. ¿Cómo sentiría perder el infinito amor y la poderosa presencia de Aquel a quien conocía desde toda la eternidad?

De alguna manera, en ese momento, Jesús vislumbró a la humanidad abocada a un infierno para toda la eternidad. Porque esa es la esencia de lo que es el infierno: el completo abandono de Dios, la ausencia del Creador.

Cristo no se horrorizó ni se tambaleó por temor a la muerte física, y eso a pesar de que su pasión, desde la flagelación hasta la muerte en cruz, fue terrible. Jesús se horrorizó, se tambaleó y cayó en tierra porque sintió el abandono de Dios. 

Ese fue el horror que reiteraría en la cruz, cuando  la tierra se cubrió de tinieblas: "Eloi Eloi lama sabactani", "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27, 47). Con esta expresión el Hijo del Hombre hace suyas las palabras del Salmo 22, dándole todo su sentido: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Las palabras que lanzo no me salvan! Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, más no encuentro mi reposo".

Resultado de imagen de darknessPero también es un grito trascendente de victoria, de valor, de sacrificio, de amor por la humanidad y comprensión de su real jerarquía celestial, que traducido más literalmente diría: "Dios mío, Dios mío, para este propósito me has elegido, para esto fui reservado" .

El sufrimiento físico de su Pasión, por malo que fuera, no era la esencia del Calvario sino el abandono de Dios. En el Huerto, Jesús bebió de lleno en la copa de la ira de Dios, abrumándole tanto que casi lo mata. 

Getsemaní, en arameo "Gath-Šmânê", significa 'prensa de aceite', y eso es precisamente lo sucedió aquella noche: la ira de Dios contra nuestro pecado "prensó" literalmente a Jesús; la carga de nuestros pecados  le "exprimió" la vida.

Oró en tres ocasiones, suplicando a su Padre: "Papá, si es posible, que pase de mí este cáliz". Dos voluntades se enfrentan por un momento, la humana y la divina, para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús: "Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Juan 14, 31).

¿Alguna vez Jesús había rezado alguna oración que no fuese respondida por Dios Padre? Tan sólo esta vez
.

Isaía
s 51,17-18 describe la ira de Dios contra nuestro pecado como un veneno tóxico guardado en un cáliz al que nadie se acerca: "Despierta, despierta, levántate, Jerusalén; tú que has bebido de la mano del Señor la copa de su cólera; el cáliz del vértigo lo has bebido hasta las heces. No hay nadie que la guíe entre los hijos que ha dado a luz, nadie que la tome de la mano entre todos los hijos que ha criado." 

Cuando se le ofreció este cáliz a Jesús, lo bebió por nosotros. Este cáliz era nuestro, o lo bebíamos nosotros o lo bebía Él. Si lo bebíamos nosotros, entonces estaríamos separados de Dios para siempre. Nuestra salvación es algo que sólo Cristo podía lograr.

¿Qué hizo Dios por su 'Hijo el amado' en Getsemaní? 

La actitud de Dios casi parece cruel y, en cierto sentido, un tanto áspera: ¿Qué pasaría si nosotros hubiéramos visto lo que vio Jesús? ¿Acaso lo que vio le hizo retroceder? ¿Por qué no esperó Dios hasta que Jesús fuera clavado en la cruz para mostrarle todo esto?

Dios lo hizo así para que l
os hombres pudiéramos ver a Jesús ir a la cruz voluntariamente, sabiendo muy bien lo que estaba experimentando; para que su amor por nosotros se mostrara aún más; para que pudiéramos ver la magnitud del precio que estaba dispuesto a pagar al ocupar nuestro lugar, el de todos nosotros; para ensalzarlo y glorificarlo. ¿Cómo?


Resultado de imagen de pasion de cristo el diabloLucas 22, 43 nos dice que un ángel vino a Jesús en ese momento para reconfortarle y para animarle. Pero no parece que el ángel hiciera disminuir su dolor, porque el evangelista prosigue diciendo: "Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra" (Lucas 22,44).

Dios envió al ángel, no para que le consolara precisamente, como quien trata de aplacar el sufrimiento; Dios a través de aquel ángel, lo que hizo, fue "darle fuerzas": no le evitó los obstáculos ni le abrió otro camino más fácil, sino que le dio fuerzas para recorrerlo

¿Y cómo le "dio fuerzas"? Jesús estaba exhausto, sin fuerzas. El plan de Dios permite que el hombre esté sin fuerzas, para que en ese momento, se vuelva a su Dios y Señor Todopoderoso, quien le da la fortaleza necesaria.

No sabemos lo que dijo el ángel, ni siquiera si le habló. A buen seguro, su misión no consistió en palabras, en consejos, en argumentos ni en promesas. Tampoco en explicaciones lógicas sobre la voluntad del Padre. Jesús la conocía por completo. Tampoco le curó su frente ensangrentada ni le acarició ni le abrazó. Jesús no necesitaba eso.

Resultado de imagen de passion of the christ cinematographyEl ángel solamente le hizo compañía en su oración. Aquel ángel fue ante todo un testigo. Jesús no estaba sumergido en un mar de protestas ni de quejas contra su Padre. Jesús ni esperaba, ni quería, ni le hacía falta alguien a quien expresar su dolor para aliviarse. 

Lo que Jesús sí quería y, en cierto sentido esperaba y necesitaba, era un testigo. Su naturaleza humana reclamaba, ante todo, la gloria de Dios. Y aquel ángel es la primera expresión de la gloria divina, en el acto de la obediencia y amor del Hijo al Padre. 

En aquella noche de tinieblas, la tenue luz del ángel es el amanecer de la gloria. Aquel ángel, enviado por Dios para compartir la oración más sublime que podamos imaginar, alaba con todo su ser al Padre y al Hijo, y es así el primer testigo de la gloria que Dios habría de revelar en la obra de la redención. Y esto dio fuerzas a Jesucristo.

¿Qué hizo Jesús por su 'Padre el amado' en Getsemaní? 

Tras ello, Jesús se levantó de allí para ir a cumplir la voluntad de su Padre, y lo hizo "con decisión" porque se le mostró algo. 

Resultado de imagen de pasion de cristo¿Qué vio ante Él en ese momento? ¿Qué vio Jesús que iba a obtener que hizo que la cruz "valiera la pena"?

Solo una cosa: a
nosotros. No había otra manera de salvarnos, y a la vez, de unirse a la humanidad ¡y lo hizo de buena gana! Cuando rezó en Getsemaní: "pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú", sus lágrimas y su sudor  ensangrentado no era por su desgracia, sino por la nuestra.

Él tomó nuestros pecados y nuestras penas y los hizo suyos; llevó la carga al Calvario y sufrió y murió solo. Y todo para enseñarnos el camino al cielo.

“El suyo es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que viene del amor y lleva en sí la redención, la victoria del amor” (Benedicto XVI).

¡Qué maravilloso! ¡No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos!





martes, 13 de febrero de 2018

LO SÉ, PERO QUÉ DIFÍCIL ES...

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“Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: 
Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; 
ni te desanimes al ser reprendido por él. 
Pues a quien ama el Señor, le corrige; 
y azota a todos los hijos que acoge. 
Sufrís para corrección vuestra. 
Como a hijos os trata Dios, 
y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? 
Más si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, 
señal de que sois bastardos y no hijos. 
Además, teníamos a nuestros padres según la carne, 
que nos corregían, y les respetábamos. 
¿No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir?
¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y para poco tiempo!; 
mas él, para provecho nuestro, 
en orden a hacernos partícipes de su santidad”
(Hebreos 12,5-10)


Confieso que me encuentro en un período de aridez espiritual, que he dejado atrás el exuberante oasis de la esperanza y que vago por el desierto de la inseguridad, sin agua viva que calme mi sed, arrastrando mis pies sobre la ardiente arena y con el rostro abrasado por el sol. 

Me encuentro con pocas ganas de rezar o de ir a Misa; hasta parece que el cielo desaparece en la desagradable tormenta de arena.

Resultado de imagen de aridez espiritual¿Cómo vencer este estado espiritual en el que veo lejano a mi Dios, o incluso, no le veo? ¿Cómo ser capaz de no ceder a las tentaciones de falta el ánimo y de tirar la toalla?

Mi director espiritual y confesor me hace sonreír cuando, en estos momentos de aridez, de noche oscura y de desierto, me da la enhorabuena. Y es que antes no lo entendía. Me exhorta a tener, ante todo, mucha calma y paciencia. Me anima a continuar, aún sin ganas o sin beneplácito, perseverando en mi vida espiritual: oración, sacramentos, servicio, caridad y penitencia. Pero qué difícil es...

Sé que no se trata de tibieza, porque sí que cuido mi vida espiritual; que quiero con toda mi alma a Dios; que todo lo que soy y todo lo que tengo, es gracias a Él; tampoco tengo pecados graves que pudieran alejar de mi la gracia de Dios. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que si mi camino espiritual fuera cómodo y estable, me acostumbraría a la pereza; que la monotonía se apoderaría de mi; que las dificultades son necesarias para mi crecimiento humano y espiritual; que soy peregrino en busca de mi casa celestial donde saciaré mi sed más profunda. Pero qué difícil es...

Sé que, a veces, Dios permite estas pruebas para que aprenda a “buscar más al Dios de las consolaciones que a las consolaciones de Dios”; sé que, como decía San Juan de la Cruz, “el progreso de una persona es mayor cuando la misma camina a oscuras y sin saber”. Pero qué difícil es...

Otras muchas veces, disfruto de maravillosas peregrinaciones, me deleito en dulces oraciones, me abandono en bellas adoraciones de fervor sensible, me "lleno" de su presencia en retiros espirituales...igual que un niño con sus chuches; pero cuando me sobreviene la prueba, cuando camino por el desierto, tiendo a desfallecer.

Sé que Dios me quiere con locura, y me quiere santo; que a través de las pruebas y de la aridez espiritual, Él me cincela, me da forma, me sana y me transforma en lo que quiere que sea. "Él corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí, y limpia los que dan fruto para que den más." (Juan 15,2). Pero qué difícil es...

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Sé que debo cargar con mi cruz y seguirlo. Soy consciente de que, a veces, el sacrificio es en beneficio de mi santidad; que surgen las tinieblas para poder ver su potente luz. Pero qué difícil es...

Sé que en estos momentos de prueba, necesito silencio, confianza, oración y abandono; que detrás de los nubarrones está el cielo azul; que después de la tormenta viene la calma. Pero qué difícil es...


Sé que mi Señor camina a mi lado, coge mi mano y le susurra a mi corazón: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo. No necesitas mirar con desconfianza, pues soy yo, tu Dios. Yo te fortalezco, te ayudo y te sustento con mi diestra victoriosa” (Isaías 41,10). Pero qué difícil es...

Sé que Dios está conmigo aunque no le vea; que sabe lo que estoy viviendo; que opera mi corazón abierto en el sufrimiento; que todo es para su gloria. Pero qué difícil es...

Imagen relacionadaSé que debo cerrar mis ojos y coger Sus manos misericordiosas para dejarme guiar por Su sabiduría; sé que el nunca me abandona en mitad del camino. Pero qué difícil es...

Sé que mi Señor me prepara para recibir más y mayores gracias; que actúa en mi alma para purificarme; que ser cristiano no es agradable ni cómodo. Pero qué difícil es...

Sé que la fe no es un sentimiento sino adhesión y confianza a Dios, a su verdad y a su voluntad; que no se trata de "sentir o experimentar" sino de vivir, con o sin ganas, con o sin motivación. Pero qué difícil es...

Sé  que debo vagar por el desierto buscando a Dios; que debo imitar a Jesús, también en los momentos oscuros; que el profundo vacío de mi ser anhela sus caricias. Pero qué difícil es...

Sé que no sé nada sin Dios; que no soy nada sin Dios; que no hay nada sin Dios. Pero qué difícil es...

¡Mi Señor, mi Dios, llena mi vacío de ti y no me dejes caer rostro a tierra! ¡Ayúdame con mi cruz para llegar al Calvario y verte! ¡Corrígeme porque sé que me amas!



lunes, 5 de febrero de 2018

MI PANDA ES...



"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, 
en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones...
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común...
Todos los días acudían juntos al templo, 
partían el pan en las casas, 
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 
El Señor añadía cada día al grupo 
a todos los que entraban por el camino de la salvación."  
(Hechos 2, 42-47)

Mi panda es un grupo de fe que debe su nombre a la Virgen María, quien unió a unos cristianos comprometidos, fruto de una propuesta evangelizadora.

Mi panda es un grupo de esperanza en las promesas de Jesucristo y de compromiso incondicional con Dios y con el prójimo.

Mi panda es un grupo de amor abnegado y desinteresado, donde se comparten alegrías y tristezas, risas y lloros, enfados y reconciliaciones, sueños y anhelos.

Mi panda
 es un grupo de libertad donde no existen liderazgos ni jerarquías, donde no hay estatutos ni normas, más allá del cumplimiento de la voluntad y los mandamientos de Dios.

Mi panda es un grupo de intimidad, de amistad y de fraternidad abierto a todos, que camina a la Luz de Dios y abierto a su Gracia.

Mi panda es un grupo de esclavitud y de vidas consagradas a María, en María, por María y para María hacia la madurez espiritual y la santidad.

Mi panda es un grupo de oración y adoración, de acogida y acompañamiento, de servicio y entrega, de viajes y peregrinajes, de visión y misión.

Mi panda es un grupo de alegría a la luz del Evangelio unido por el vínculo perfecto del amor de Cristo y de María.

Mi panda es un grupo de soldados inasequibles al desaliento, de valientes y audaces, de apóstoles y discípulos misioneros que sirven a Dios y a su Iglesia. 


Mi panda es...  la panda la Virgen












miércoles, 16 de agosto de 2017

¿POR QUÉ PARECE QUE DIOS NO ME ESCUCHA?

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"Si me abandonaran mi padre y mi madre, 
me acogería el Señor. 
Enséñame, Señor, tus caminos, 
y guíame por sendero llano."
(Salmo 27,10-11)

Cuantas veces, ante los problemas, creo que Dios se olvida de mí y pienso: ¿Por qué me abandona Dios? ¿Es que acaso no soy digno de ser escuchado? Rezo y no tengo respuesta. Me siento abandonado, solo y desamparado. Si Dios me ama ¿por qué permite que me ocurran cosas malas? ¿Por qué no me responde?

Lo cierto es que me enfoco tanto en mis problemas y en las cosas que me ocurren, que me olvido de que los tiempos y los planes de Dios para mi son distintos, aunque siempre para mi bien.

Dios no se ha olvidado de mí, siempre está pendiente y ha cuidado siempre cada detalle de mi vida, porque yo soy su hijo. Seguramente, lo que pasa es que Dios no va a hacer lo que me toca hacer a mí.

Mi falta de fe al no confiar completamente en su voluntad, mi ceguera al no ver lo que necesito ver y mi orgullo al intentar solucionar por mi mismo las situaciones que me angustian, me hacen ver sólo obstáculos y problemas. Y dejo de ver a Dios. Y tampoco le reconozco.

Dios no me quita los obstáculos cada vez que rezo. El desea que confíe y me deje guiar por el Espíritu Santo para vencer cualquier obstáculo. Lo que Dios busca es formar y fortalecer mi carácter.

Dios me ha dado toda la capacidad de poder convertir mis problemas en oportunidades, está en mis manos darles sentido o deprimirme en la pérdida. Entonces, ¿por qué me cuesta tanto creer que, con su ayuda, puedo cambiar las dificultades? ¿Por qué pienso que Dios se ha olvidado de mi? De ninguna manera. ¿No será que me he olvidado yo de Dios? Es lo más probable.

Olvidarme de Dios significa que no me abandono de verdad en Él, significa que no confío en que Él me dará una salida, significa que en lo profundo de mi corazón, me rebelo e intento solucionar las cosas sin Él.

Y lo que debo hacer es estar abierto a Su voluntad con un corazón agradecido y confiado, no con un corazón lleno de quejas y resentimientos. Entonces, ¿por qué no dejo mi problema en el altar? ¿Por qué no cambio mi corazón resentido por uno agradecido? ¿Por qué no dejo de vivir en la queja y comienzo a vivir en la confianza plena?

Cada vez que leo el pasaje del apóstol Lucas sobre los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-33), me veo reflejado tratando de explicarle a Dios cómo son las cosas (o cómo deberían ser). Él me escucha atentamente con una sonrisa, y me dice: "Qué torpe eres y qué tardo para creer lo que dijeron los profetas!".

Soy consciente de que me quedo en mis pérdidas, en lugar de reconocer a Cristo, que está conmigo, caminando. Y caigo una y otra vez. ¡Que torpe soy!

Y es que en el fondo, me cuesta confiar que Dios tiene un plan para mí y que quiere que lo lleve a cabo. ¡Qué desconfiado soy!