"Llamó a sus doce discípulos
y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos
y curar toda enfermedad y toda dolencia"
(Mt 10,1)
El capítulo 10 del evangelio según San Mateo es todo un libro de instrucciones del Señor sobre el apostolado y el servicio cristiano que tiene como telón de fondo las Bienaventuranzas (Mt 5,3-11):
v.1-4: Cristo llama a sus doce apóstoles, en los que estamos todos representados: Simón Pedro y su hermano Andrés; Santiago y Juan, los de Zebedeo; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. Es decir, funda la Iglesia, a la que da "autoridad".
v. 5-6: Jesús da instrucciones concretas sobre a quienes dirigirnos en primer lugar: primero, a los cercanos, a la familia, a los amigos.
v.7: La misión es clara: debemos "movernos" y "salir"...de nuestras comodidades, de nuestras zonas de confort, de nuestros egoísmos de nuestras perezas, de nuestras excusas, de nuestros intereses... para evangelizar. El Reino de Dios no es un reino como los de este mundo y, por ello, no hay tiranías, ni dictaduras, ni obligaciones...la única Ley es la del Amor.
v.8: El Señor nos llama a cuidar de los demás, a cada uno según su dolencia, su mal o su falta. Y nos invita a hacerlo sin buscar nada a cambio, ni recompensas, ni beneficios, ni halagos. Se trata de entregarnos completa y desinteresadamente.
v. 9-10: Cuando evangelizamos, no tenemos que buscar planteamientos ni proyectos humanos. No debemos pensar en aquellas cosas que necesitaríamos en un trabajo humano, ni preocuparnos por estar suficientemente preparados para ello. Tan solo, debemos confiar en la Providencia divina.
v. 11-15: Debemos buscar a aquellos que quieran acoger nuestro mensaje pero no empeñarnos en convencer a nadie. Nuestra misión es llevar la paz a otros y no entrar en polémicas. Si nos escuchan, bien. Si no lo hacen, no debemos insistir.
v. 16-18: Dios no nos envía a una misión triunfal o exitosa. Es más, nos previene de lo que vamos a encontrarnos: lobos que trataran de devorarnos. Por eso debemos ser sagaces y actuar siempre con discernimiento y humildad: no polemizar sino llevar paz, no devolver mal por mal sino obrar en todo momento el bien. Nos previene de que, como Él, seremos perseguidos y juzgados.
v. 19-20: Nunca estar preocupados por el qué decir o qué hacer, ni tampoco confiar en nuestras capacidades. El Espíritu Santo nos capacitará en cada momento para decir o hacer lo que convenga. Y nos defenderá.
v. 21-22: Nos alerta sobre el enemigo, que incluso estará entre nuestros seres más queridos y cercanos, en nuestra propia familia. Y nos advierte que seremos odiados y calumniados, como Él también lo fue.
v. 23: Aunque seremos perseguidos, Jesús no nos llama a la guerra ni a enfrentarnos con nadie. Si somos atacados, debemos rehuir toda lucha o disputa y marcharnos del lugar.
v. 24-25: Nos exhorta a no querer ser más que Dios ni a querer ocupar su sitio. Nosotros somos discípulos, servidores, pero Dios es quien hace todas las cosas, Él es el maestro y dueño. Si nos consideramos seguidores de Cristo, debemos estar preparados a vivir y padecer el mismo escenario que sufrió Jesús.
v. 26-28: Nos llama a no tener miedo a proclamar siempre la verdad aunque ello suponga odio, martirio y muerte. Nuestro principal objetivo es la salvación de nuestra alma que no debe estar justificada ni fundamentada en la mentira, que es el rasgo distintivo del Enemigo.
v. 29-31: Somos muy valiosos para Dios. El ama toda su creación, pero especialmente a los hombres.
v. 32-33: Nos reconforta y nos ofrece justicia y recompensa.
v.34-36: Jesús insiste: la misión no es un camino de rosas. No nos engañemos a nosotros mismos: el enemigo también está en casa.
v. 37-38: Suenan duras las palabras del Maestro...es preciso que no antepongamos nada a Dios, ni siquiera nuestra propia familia. Nos llama a cargar la misma cruz que cargó Él.
v. 39: Nos llama a entregar la vida por Dios y por el prójimo para obtener la vida eterna, a nos er egoístas ni interesados en las cosas temporales
v.40-42: Debemos tener siempre presente que somos enviados por el Maestro y que no hablamos en nuestro nombre sino en el de Cristo. Nuestra labor es hacerlo presente en el mundo como hicieron los profetas y los apóstoles en el pasado: hablando en su nombre. Igual que hizo Jesús, enviado por el Padre para hacerlo presente en medio de los hombres y hablar en su nombre.
Cristo nos ofrece tres recompensas :
- la del profeta, la hospitalidad y la acogida de quienes nos reciben sabiendo que venimos en nombre de Dios. Pero también ser acogidos en el reino de los cielos.
- la del justo, la justicia de Dios, es decir, darnos a cada uno lo que le corresponde, según nuestras obras.
- la de los pequeños, es decir, la de los humildes, los necesitados: tomar posesión del Reino de los cielos, es decir, de la vida eterna.