¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 14 de abril de 2021

MILLONARIO EN MISERICORDIA

"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 
No he venido a llamar a los justos, 
sino a los pecadores a que se conviertan" 
(Lucas 5,31-32)

Los Evangelios contienen innumerables pasajes que nos muestran la especial relación que Jesús tenía con los pecadores: el de los publicanos Mateo (Mateo 9, 9-12) y Zaqueo (Lucas 19, 1 -10), el de la pecadora que lavó sus pies en casa del fariseo (Lucas 7, 36), el de la mujer adúltera (Juan 8, 1-11), el del buen ladrón (Lucas 23, 39-43), el del fariseo y el publicano (Lucas 18, 9-14) y las parábolas del hijo pródigo, la oveja perdida y la moneda perdida (Lucas 15).

Jesús desconcertaba y sorprendía a los escribas, fariseos y doctores de la Ley cuando visitaba, hablaba y se juntaba con todos aquellos a quienes los judíos odiaban y repudiaban: rechazados y marginados, publicanos y samaritanos, enfermos y leprosos, viudas y mujeres... 

En general, los fariseos consideraban "pecadores" o "impuros" a todas las personas que no seguían la interpretación que hacían ellos de la Ley (quizás porque ellos se consideraban justos, puros y por encima de la Ley), sin duda, mostrando el resentimiento egoísta "del hermano mayor" en la parábola del hijo pródigo.
Jesús los reprendía (como un padre lo hace con sus hijos) cuando le increpaban por juntarse con ellos, mostrándoles, frente a su dura, egoísta y condenatoria actitudla gran compasión de Su humano corazón y la infinita misericordia de Su divina persona. Él mismo, el Justo y Santo, es la Misericordia Divina personificada.

San Juan Pablo II escribe su segunda encíclica, Dives in misericordia ("Rico en misericordia") en 1980 para mostrar al mundo el rostro de Dios a través de Jesucristo, encarnación y revelación de la Misericordia: "Quien me ha visto a mi, ve al Padre" (Juan 14, 9). 

Jesús, al compartir su vida y su amor con aquellos considerados pecadores, cumple la misión encomendada por el Padre mostrando Su rostro compasivo, y frente a quienes los rechazan y condenan, los libera de su experiencia de culpabilidad, los invita a la conversión, les devuelve su dignidad, y comiendo con ellos, anticipa el gran banquete de su encuentro definitivo con Dios.

Cristo, con sus palabras y hechos, manifiesta no sólo al Padre sino también al Espíritu Santo, es decir, se hace signo visible de la Santísima Trinidad"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor" (Lucas 4,18; Isaías 61,1).

Veinte siglos después, con el avance de la ciencia y la técnica, el hombre sigue dando la espalda a la misericordia y tampoco parece necesitarla. Sin embargo "el hombre moderno se muestra a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor, con la opción entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre el amor o el odio, entre la justicia y el pecado. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o salvarle" (San Juan Pablo II, Dives in misericordia I, 2).

El infinito amor de Dios se transforma en misericordia, superando la norma estricta (y a veces estrecha) de la justicia. La Divina Misericordia no es un amor cualquiera. Es un misterio insondable de su propio ser trinitario: infinito, gratuito, y generoso, manifestado en Cristo encarnado, muerto y resucitado para la salvación de todos los hombres, de todos los pecadores, y en consecuencia, de todos sus amigos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Juan 15,13-15).

San Pablo en Efesios 2,4 dice que "Dios es rico en misericordia". Dios es millonario en amor. Nos lo regala de forma gratuita y desinteresada en Cristo y no puede destruirse por ningún comportamiento nuestro. Así es el amor de Dios: fiel y paciente. Nada que ver con nuestro "amor humano": infiel, impaciente e interesado. 

Un amor infinitamente más grande que todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos juntos. El amor misericordioso del Padre sale al encuentro del hombre pecador en Jesucristo, le abraza, le devuelve su dignidad y le conduce a la salvación por el Espíritu Santo.
Jesús, la Divina Misericordia, se acerca al drama humano, a todos nosotros, pecadores, habla con nosotros, come con nosotros en cada Eucaristía, y sin acusarnos, sin señalarnos, sin discriminarnos ni marginarnos, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra situación desviada, nos hace presente el amor que Dios siente por sus hijos y nos invita a convertirnos, a cambiar de vida.

Nos enseña que todos somos débiles y frágiles, que todos pecamos y que no tenemos derecho a juzgar y a condenar a los demás: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros" (Mateo 7,1-5). 

Nos muestra que todos somos hijos pródigos de un Padre amoroso que nos acoge compasivamente, a pesar de nuestras debilidades, infidelidades, equivocaciones y pecados, y nos invita a alegrarnos con Él: “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la oveja que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la moneda que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lucas 15,3-32).

Nos invita a "ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48), "a amarnos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Juan 4,7-8).

Dios es rico en misericordia, es millonario en amor, es infinito en compasión, ilimitado en gracia, y quiere que nosotros también seamos felices, santos y perfectos

¡Es tan fácil serlo! Sólo hay que hacer presente el amor en nuestra vida: "Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40).




JHR

sábado, 19 de enero de 2019

SÍGUEME

"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; 
no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
(Marcos 2, 13)

Escuchaba esta mañana el Evangelio y me siento llamado como Mateo. Jesús me mira con ternura y me invita personalmente: "Sígueme". Abro la Biblia y me vuelve a decir: "Sígueme" (Lucas 9, 59). Vuelvo a abrirla y me identifico con lo que Dios dice de Pablo: "Éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí." (Hechos 9, 15-16).

¿Es a mí?¿Por qué me llamas a mí, Señor? ¿Qué quieres de mí?

¡Qué mirada tan penetrante, tan poderosa! Me mira y me habla. Me invita a seguirlo...

Es entonces, cuando mi interior se transforma. Yo, que he estado siempre "recaudando" de los demás, que he estado siempre "persiguiéndole", que siempre he estado buscando "recibir", me siento impelido a dar, a entregarme a los demás. 
¡Qué increíble! Jesús genera en mi corazón una llamada a la actividad evangelizadora, a una entrega de servicio, de misión. Me invita a "dar la vida" como Él.

Ya no me importa "el qué dirán". Ya no me importa esconderme de las miradas y de los juicios ajenos tras mil máscaras. 

Mi Señor sacude mi corazón y estimula mis ojos a mirar más allá, hacia delante, hacia donde Él va, a no quedarme en las apariencias porque lo importante es lo que hay en el interior, en el corazón, allí donde, ante Él, todos aparecemos desnudos. 

Cristo genera en mi un cambio tan radical, que me impulsa a seguirlo. Él abre el camino. Yo le sigo. Me desafía, haciéndome "la famosa pregunta":
- ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?- me pregunta.
- ¿A mí, Señor? -le respondo.
- Sí, a ti.
- Pero si soy "lo peor".
- Por eso. No he venido a llamar a sanos que no necesitan médico. Tampoco a los justos, sino a los pecadores. A ti.

Ante tal invitación, sincera y directa, y a pesar de que sé que seguirlo no es fácil ni cómodo, a pesar de que sé que seguirlo implica no tener seguridades ni comodidades humanas, lo dejo todo y le sigo.

Lo correcto se asienta en la dificultad, en la incomodidad, en el insulto, en la persecución, en la Cruz. Ese es el camino que me marca. El mismo que Él ya ha recorrido. Me llama a la Casa del Padre. Allí, me espera con los brazos abiertos y organiza una fiesta.

Lo cómodo se asienta en la excusa, en el pretexto, en posponer todo lo que no sea agradable, cómodo o seguro.

Jesús me dice que "deje a los muertos enterrar a los muertos". Me dice que deje de estar esclavizados por la muerte y que obtenga la libertad de la vida plena que Él me ofrece, que renuncie inmediatamente a todo para hacer lo correcto.

Sin embargo, cuántas veces he pospuesto hacer lo correcto por comodidad, por temor, por orgullo, por culpabilidad, por inseguridad, por falta de confianza o por quedar bien con el mundo. Todas estas excusas ("Señor, déjame antes ir a enterrar a mi padre, "permíteme que me despida antes de mi familia") bloquean los planes que Dios tiene para mí. 

Posponer lo que Dios nos pide es, sencillamente, desobedecerle. Y ante la desobediencia nos dice:"El que pone la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios". 

Por eso, no quiero mirar atrás, sino hacia delante. Hacia donde Él me llama. Porque Jesús me dice "No temas. Ven a mi y yo te aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Y yo le creo y le contesto:

"Aquí estoy, Señor" 
(Hechos 9, 10)