¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 8 de diciembre de 2023

¿CÓMO Y PARA QUÉ PERSEVERAR EN LA FE?


“ La autenticidad de vuestra fe produce paciencia”
(Stg 1,3)

Recuerdo una historia que escuché contar a Monseñor Munilla en la que hablaba de la perseverancia: la caza del zorro, muy propia de la cultura británica.

Cuando se suelta al zorro, la jauría de perros sabuesos sale rápidamente en su persecución. Al principio todos corren, saltan y ladran al unísono. Hacen mucho ruido. Pero a medida que pasa el tiempo, el cansancio hace mella y los perros se van descolgando. Unos se despistan con cualquier cosa del camino. Otros se paran a olisquear. Otros se tumban en el suelo. Otros se cuestionan el por qué de correr y se dan la vuelta. Y sólo unos pocos consiguen alcanzar la presa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso los que alcanzan la presa son más fuertes, más jóvenes, más capaces o están mejor entrenados?

La respuesta es que aquellos perros habían visto al zorro al comienzo de la cacería. Sabían lo que perseguían.

Vivimos en un mundo "a la carrera" donde todo es "urgente" e "inmediato". Todo es para el "aquí y ahora". Todo lo queremos para "ya". Nos domina la impaciencia. Y cuando somos impacientes, nos paralizamos y comenzamos a pensar que, lo que deseábamos tan sólo hace un momento, quizás ya no merece la pena, nos desmotivamos y abandonamos.

En la vida del cristiano pasa lo mismo que con los sabuesos ingleses: sólo quien ha visto a Cristo es capaz de aguantar la dureza de la carrera, los inconvenientes del camino y las dificultades del terreno. Sólo quién es consciente de por qué corre, es capaz de alcanzar la meta.
No vale cumplir. No vale seguir a otros. No vale "creer de oídas". Lo que vale es saber el "por qué" de la perseverancia, saber el "qué" de su atractivo. Perseverar no es sino demostrar que somos lo que decimos ser. 

Muchas veces nos pasa lo que a los perros de caza: corremos pero no sabemos para qué ni hacía dónde. Corremos porque vemos correr a otros y nos encontramos inmersos en un activismo que nos convierte en "sabuesos descontrolados", en "pollos descabezados", en "cabras locas".

Sin objetivo en mente, la perseverancia es imposible. Sin visualizar la meta, la carrera no tiene sentido. Sin ver al "zorro", ¿para qué ladrar? ¿para qué correr?

Sólo se puede ser cristiano si has puesto los ojos fijos en Cristo. No se puede ser fiel por el hecho de ver a otros serlo. No se puede ser perseverante por hacer lo que vemos a otros hacer. No se puede ser auténtico por el hecho de "cumplir" como los demás.
La perseverancia es la fe puesta en acción... hasta el final. No se trata de empezar la carrera con mucho ánimo y muchas ganas, para abandonar en los primeros kilómetros. 

La fe no es una carrera de cien metros lisos sino, más bien, una carrera de obstáculos, o mejor aún, un maratón. No se trata de correr, se trata de acabar, de cruzar la meta, de vencer... 

Porque al vencedor, Cristo le promete "siete" cosas (Ap 2 y 3),: 
  1. comer del árbol de la vida
  2. darle la corona de la vida
  3. darle el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella, un nombre nuevo
  4. no sufrir la muerte segunda
  5. tener autoridad sobre las naciones
  6. confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus ángeles
  7. hacerle columna en el templo de su Dios y sentarse con Él en su trono. 

JHR

jueves, 10 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): EL HIJO DEL HOMBRE VENDRÁ

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo,
 tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; 
pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, 
si pierde su alma? 
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá,
 con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, 
y entonces pagará a cada uno según su conducta.
En verdad os digo que algunos de los aquí presentes 
no gustarán la muerte 
hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».
(Mt 16,24-28)

Jesús nos señala la actitud que debemos tener sus discípulos: negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle. Y no es una tarea fácil pues implica humillación, sufrimiento y entrega, elementos completamente opuestos a los que nos anima este mundo hedonista, egoísta y materialista: cerrar los ojos al dolor, eludir las dificultades y seguir tu propio camino.

Como siempre pero hoy más que nunca, el Señor plantea la gran dicotomía que existe entre el Reino de Dios y el de este mundo, y que pocos tienen en cuenta. No existen términos medios. Puedo elegir entre perder la vida por Cristo o ganar el mundo, entre ganar la eternidad o conformarme con la inmediatez, entre buscar la salvación o estar abocado la condenación. Puedo optar entre vivir según mis deseos o según la voluntad de Dios, entre seguirlo o darle la espalda, entre caminar a la luz de Dios o en tropezar continuamente en la tiniebla. 

Pero sé que Dios jamás me obliga a obedecerlo ni quebranta mi libre albedrío...sino que me plantea una frase condicional: "Si alguno quiere...Lo primero que me propone Jesús es "querer", es invitarme a tomar una decisión...libremente y sin presión. 

Una vez que opto por "querer", no me "vende la moto" diciéndome que todo va a ser de color rosa...me advierte que toda decisión conlleva consecuencias. Es la gran paradoja de cristianismo: morir para vivir, perder para ganar.

Desde luego, no es nada fácil vivir en el mundo sin ser del mundo. No es sencillo cargar la cruz del propio deber y sacrificio, de la propia disponibilidad y compromiso, de la entrega y la donación a la par que el mundo se ríe y te injuria, mientras vas camino del Calvario. La muerte es condición sine qua non para obtener la salvación. No hay luz sin cruz, no hay gloria sin resurrección.
A lo que me invita Jesús no es sencillo pero sé que si me abandono confiado en Él, que es Justo y Veraz (Rom 3,4; Ap 6,10; 19,11), me ayudará y me capacitará para "poder" realizar lo que su seguimiento implica, no por mis medios o méritos sino del "poder de Dios" y de su divina gracia, porque "sin mí, nada podéis hacer" (Jn 16,5).

Si lo pienso bien, poner la confianza en este mundo es cuando menos absurdo, teniendo en cuenta la gran volatilidad de todo a mi alrededor, la acelerada transformación de estilos y formas de vida o la inestabilidad de cualquier plan o proyecto, expectativa o previsión que pueda plantearme. Más aún, sabedor de que todo puede cambiar en un segundo, porque ¿quién conoce la hora de su muerte?

Por eso, sé con certeza que estoy de paso en este mundo y que no pertenezco a él, que soy una especie de "turista en la tierra", de "guiri" entre "nativos", y que mi destino es la eternidad porque poseo la "ciudadanía celeste". Soy hombre del futuro y no del presente, tal y como trata de seducirme el mundo con su "carpe diem", con sus ofertas materialistas o con sus tentaciones hedonistas.
Ansío poder alcanzar la mirada elevada de un águila como el apóstol san Juan, en lugar de una visión tan corta como la de los dos de Emaús cuando iban de camino hacia su aldea, para ver que el mundo es un camino que tengo que recorrer y la muerte una puerta que tengo que atravesar para llegar a mi destino. 

No tiene mucho sentido tratar de construirme una vida con garantías en un lugar de paso o en una casa "provisional" o de alquiler; tampoco, asentarme en una carretera y menos, en medio de una encrucijada.

No puedo desear al mismo tiempo lo temporal y lo eterno, el mal y el bien; no puedo servir al mismo tiempo a dos señores; no puedo apegarme a lo material y al mismo tiempo buscar lo espiritual. No puede ser...y además, es imposible...

Yo confío plenamente en Dios y sé que nadie puede arrebatarnos la vida a quienes ya se la hemos entregado al Señor. El Hijo del hombre viene...y viene ya.


JHR

martes, 1 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (2): UN TESORO ESCONDIDO

"En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: 
el que lo encuentra lo vuelve a esconder 
y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, 
que al encontrar una de gran valor, 
se va a vender todo lo que tiene y la compra»"
(Mt 13,44-46)

Jesús nos sigue hablando, a través de parábolas, del reino de los cielos. Algo escondido, de gran valor pero fácil de reconocer por la gente sencilla, por un campesino o por un comerciante.

El Reino de Dios se parece a un tesoro, a una perla fina… que uno encuentra (no por casualidad) y que no le deja indiferente sino que reclama un cambio profundo de actitud y una decisión personal, una conversión.

Cristo está hablando de sí mismo: Él es el tesoro escondido, la perla fina...  que vende todo lo que tiene (su puesto al lado del Padre) y compra el campo (la amistad perdida del hombre con Dios) con el precio de su sangre en la cruz.

Pero también habla de mí, de nosotros... con esas dos imágenes que nos interpelan y que suscitan en nuestro corazón cuestiones importantes:  

¿Cuáles han sido los objetivos que he buscado siempre en mi vida? ¿Qué tesoro escondido y valioso he descubierto? ¿Qué hallazgo tan valioso me ha movido a desprenderme de todo y comprar el campo? ¿Qué descubrimiento me ha llenado de alegría el corazón?

¿Cuáles han sido los anhelos y deseos que siempre he perseguido? ¿Qué perla tan fina he encontrado que me ha llevado a vender todo y comprarla? ¿Qué hallazgo me ha hecho renunciar a todo y seguir a una Persona? ¿Soy un buen negociante que conoce el valor de las cosas? ¿Busco ganancias materiales o espirituales? 
Cuando encuentras ese tesoro o esa perla...quedas fascinado y atraído, quieres comprarlo a toda costa, quieres "poseerlo". No necesitas razonar ni pensar en exceso porque, enseguida, te das cuenta del valor incalculable de lo que has encontrado. 

Ya no tienes dudas, reconoces que has encontrado lo que siempre habías estado buscando, te das cuenta que su valor colma todas tus aspiraciones. Y lo entierras, es decir, lo guardas y meditas en tu corazón, como hacía la Virgen María.

Sin embargo, para "poseer" el Reino, para tener a Dios, es necesario que me desprenda de todos mis afanes y materialismos, que me desapegue de mis inclinaciones y egoísmos, que me libere de mis pasiones e instintos. Es preciso que vacíe mi corazón de mi mismo para que lo ocupe Dios. 

"Venderlo todo" significa muy poco comparado con el valor de lo que quiero adquirir...porque realmente, lo que el Señor me ofrece, no tiene precio: "¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16,24-26).

Esta es la dinámica del reino de Dios: encuentro y acogida, llamada y respuesta, vocación y conversión.

¿Busco y no hallo? ¿He encontrado ese tesoro o esa perla? ¿Estoy dispuesto a negociar su "compra"? ¿Estoy dispuesto a sacrificar todo? ¿Venderé todo? ¿Lo cuidaré? ¿Lo compartiré con los demás?

martes, 30 de mayo de 2023

LA IMPORTANCIA DE FORMARNOS EN LA FE

"Vosotros sois la sal de la tierra. 
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? 
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 
Vosotros sois la luz del mundo. 
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte" 
(Mt 5,13-14)

Con frecuencia escuchamos en nuestras comunidades que los católicos necesitamos formación. Aunque muchos pedimos formación porque afirmamos desconocer las verdades de nuestra fe, la profundidad y el significado de la Biblia o qué dice el catecismo de la Iglesia sobre determinados aspectos, lo cierto es que cuando nos la ofrecen, la rechazamos o, cuando menos, somos inconstantes al recibirla.

Para algunos, la fe es tan sólo un sentimiento que aporta paz, consuelo y esperanza. Para otros, un cumplimiento de algunas normas de vida sin demasiado compromiso. Y para la mayoría, una gran desconocida.

¡Cuántas veces escuchamos decir que no leemos la Biblia porque no la entendemos! ¡Cuántas veces escuchamos decir que no rezamos porque no comprendemos lo que decimos o porque nos aburre! ¡Cuántas veces nos conformamos con escuchar homilías (si es que lo hacemos) que se quedan en un simple monólogo sin que interpele nuestros corazones!

Por eso, nos preguntamos ¿por qué es importante para un católico la formación? He aquí algunas razones:

  • Porque no podemos amar a Dios sin conocerlo. Y si no le amamos, inclumplimos el primero de los mandamientos: "Amarás a Dios sobre todas las cosas" (Mt 22,36-37).
  • Porque nuestra fe es la adhesión y el seguimiento a Jesucristo (Mt 16,24) y nadie puede adherirse y seguir a nadie si no lo conoce. Para vivir cristianamente necesitamos conocer para amar y amar para vivir. Sólo quien está enamorado, enamora. Y quien enamora, vive de acuerdo al sentido para el cual ha sido creado.
  • Porque para enamorar necesitamos compartir el amor a nuestra fe con otros y para ello, es necesario dar razón de lo que creemos, dar argumentos de lo que amamos (1 Pe 3,15). El mundo se ha convertido en una zona hostil que ataca nuestros valores y creencias. Por ello, la formación es absolutamente necesaria para defender nuestra fe.
  • Porque para cumplir la misión que Jesucristo nos confió de "Id al mundo entero y proclamar el evangelio" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc 9,2; 10,1-3) es necesario que sepamos cómo dialogar con aquellos que están alejados de Dios y de la Iglesia, es preciso encontrar los puntos en común, lo que nos une y no tanto lo que nos separa.
  • Porque sin formación, nuestra fe no crece, se vuelve "privada", se marchita y muere. Y Jesús nos pregunta "¿dónde está vuestra fe?" (Lc 3,25).

La fe necesita crecer y desarrollarse. Los cristianos adultos necesitamos alimento sólido en lugar de alimento para bebés, necesitamos más carne y menos papilla, más luz y menos oscuridad. 

La falta de formación genera oscurantismo y tiniebla, es terreno abonado para los fundamentalismos y los relativismos que nos alejan del Señor y de su Iglesia. 

¡Cuántas personas dicen comprender su fe y sin embargo, se vuelven intransigentes con los demás! ¡Cuántas personas dicen conocer la voluntad de Dios y sin embargo, repiten frases como "a mi me parece", "yo creo que...", "la Iglesia debería evolucionar" o "la Biblia debería cambiarse"!

El Señor nos dice que somos sal y luz del mundo pero ¿cómo podemos serlo si nos volvemos sosos o nos oscurecemos? ¿cómo podemos ser aquello que no somos o dar aquello que no tenemos?

La formación no es un "conocer teórico" más ni un saber más, ni una ciencia más. Se trata de conocer cuánto nos ama Dios, y saber corresponderle con nuestro imperfecto amor humano, igual que un hijo busca agradar a su padre.
La esencia del cristiano es seguir a Jesús, y seguirlo implica “ponerse en su lugar”. Y para ponernos en su lugar necesitamos discernimiento, formación y acompañamiento espiritual. 

La vida cristiana se aprende, ninguno nacemos sabiéndola. Es el Señor, nuestro Maestro quien nos enseña a través de su Iglesia y de sus testigos a vivir una vida nueva en el Espíritu, a vivir según Su Evangelio. 

La formación es una necesidad de cada cristiano para relacionarnos íntimamente con Dios, para dejarnos amar por Él, para conocerlo y amarlo siempre más y mejor, para dejarnos llevar a un encuentro personal, a una amistad estrecha y a una íntima comunión con Él.

Jesús, en la cruz, dijo: "Tengo sed" (Jn 19,28). Dios tiene sed de nosotros pero nosotros...¿tenemos sed de Él?

"El que tenga sed, que venga a mí y beba,
el que cree en mí; como dice la Escritura: 
de sus entrañas manarán ríos de agua viva” 
(Jn 7,37-38)

sábado, 10 de septiembre de 2022

CAER EN LA COMODIDAD ESPIRITUAL


"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, 
y yo os aliviaré"
(Mt 11,28)

Vivimos en una sociedad egoísta y hedonista que nos "vende" continuamente la necesidad de buscar el bienestar y la comodidad a través del placer, como sinónimo de felicidad.

Y nosotros, en la búsqueda de esa falsa "felicidad", caemos en la tentación de aferrarnos a nuestras conveniencias y complacencias, a todo aquello que nos da placer y seguridad, a todo lo que nos resulta fácil o nos hace sentir bien... y terminamos aburguesándonos, acomodándonos. También, espiritualmente.

Para ser un verdadero cristiano, no es suficiente con "hacer" lo que hago en un ambiente favorable, como puede ser acudir a una iglesia, ser parte de una peregrinación o servir en un retiro espiritual. Eso puede hacerme caer en la comodidad y en la rutina si no tengo el enfoque correcto. 

Ser cristiano en un ambiente favorable y seguro es muy fácil, no requiere de mucho esfuerzo. Pero hace falta valor y coraje para hacerlo en el resto de ambientes. Hace falta mucha confianza y fe para dejar todo lo que me conforta, todo lo que me agrada, todo lo que me produce bienestar... y seguir a Cristo de verdad.

El mensaje cristiano es muy claro"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24). Dios me llama a salir de mis comodidades, a dejar mis zonas de confort y a seguirlo, como hicieron patriarcas, profetas y apóstoles. Pero, además, me promete que "me aliviará" (Mt 11,28).

Seguir a Cristo es una decisión individual y libre que nadie puede tomar por mí. Decir "Maestro, te seguiré adonde vayas" (Mt 8,19) no es una frase hecha para quedar bien o ser "políticamente correcto". Supone compromiso, esfuerzo y negación de mí mismo pero, sobre todo, obediencia, humildad y confianza en Dios. 

Todo lo que vale la pena requiere trabajo, riesgo y sacrificio. A veces, supone dejar confort y tranquilidad, o incluso, amigos y familia. Por eso, cuando me acomodo en mi vida cristiana, cuando me convierto en un cristiano "complaciente", no dejo de pensar que algo va mal, que algo falla. 
Y es que no soy capaz de imaginarme a Jesús buscando seguridad y complacencia. No veo a Cristo cediendo a las comodidades que le ofrecía Satanás en el desierto. No le veo cediendo a una vida tranquila en su pueblo natal y acomodado con sus santos padres o con su grupo de los Doce. No le veo evitando los riesgos de enfrentarse a aquellos que le querían muerto ni huyendo de la Cruz.

Por eso, necesito estar alerta y muy atento a las tentaciones de bienestar y seguridad con las que el Enemigo busca alejarme de Dios. 

Necesito discernir que ser cristiano no es buscar amigos ni "grupos estufa" donde estar calentito y a gusto, ni acomodarme a un estilo de vida cristiana "de mínimos"

Necesito meditar que ir a misa, asistir a reuniones de grupo o servir en un retiro puede convertirse en una "rutina cristiana" de ritos y costumbres si no los vivo con un corazón apasionado

Y es que la rutina...oxida, corroe y mata. 

Entonces ¿Qué hacer?

Se me ocurren tres cosas que pueden ayudarme a discernir el significado de ser cristiano y evitar que la rutina "oxide" mi fe y "corroa" mi pasión:

Conocer más Dios. Hablo de formarme, de saber más de Dios, de conocer lo que el Señor quiere de mí, de profundizar en su palabra y en su iglesia. Porque conociendo más a Dios, puedo y quiero estar más con Él.

Estar más con Dios. Hablo de oración, de espacios de diálogo con Él, de adoración y de Eucaristía. Porque sabiendo dónde está, puedo y quiero establecer una relación más estrecha con Él y cumplir la misión que me ha encomendado.

Atender las necesidades de los demás. Hablo de servicio, de entrega, de procurar el bien de mi prójimo. Porque sirviendo a Dios, puedo y quiero servir a los demás como Él hizo, a quienes están necesitados de Dios. 

Sólo así conduciré mi vida por el camino cristiano que Dios me muestra. Sólo así cargaré mi cruz como mi Maestro. Sólo así moriré a mi egoísmo para alcanzar la gloria.


JHR

viernes, 5 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (5): NIÉGATE A TI MISMO, TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME

"Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga"
(Mt 16,24)

Seguimos nuestro camino de meditación escuchando las palabras de Jesús puestas por escrito en el evangelio de Mateo, que hoy nos sitúan en el radical y exigente planteamiento que supone el discipulado cristiano, el cual, no admite medias tintas. 

Muchos queremos seguir a Cristo pero ¿estamos dispuestos a asumir lo que ello supone?

Jesús dice "si alguno quiere..." ¡Cómo las lanza el Señor! …Expone toda su divina pedagogía sin quebrantar, sin imponer, sin exigir. Nos ofrece una opción, una alternativa, una propuesta de vida que no es fácil ni sencilla, pero que es libre.

Si elegimos seguirlo, nos muestra el camino: 

"Que se niegue a sí mismo". Implica aceptar y asumir libremente el compromiso que Cristo nos propone: negarse a uno mismo para afirmar a los demás, desprenderse de egoísmos y comodidades para ofrecer la vida a otros, amar a Dios a través del servicio y la entrega a los hermanos, olvidar mi "yo" para ir en pos del "vosotros". 

"Tome su cruz". Supone un camino de calvario, difícil pero dinámico y generoso, que conduce a un final que no es el fracaso de la muerte sino la victoria del amor: tomar la cruz para ganar la corona. 
"Y me siga". Nada de lo que Jesús nos propone es un imposible. Nada de lo que nos plantea es algo que no haya hecho Él antes. Es un camino de calvario pero la recompensa merece la pena. Pero tenemos que saber lo que supone seguir a Cristo.

"Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrar". Es la gran paradoja del evangelio: una llamada a morir para vivir. "Perder la vida" supone obediencia y humildad pero, sobre todo, un amor excelso que entrega el cuerpo para ganar el alma

"Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras". Cristo nos promete dos cosas: la primera, que regresará y la segunda, que hará justicia. 
Por otro lado, en Lucas 9, 57-62, Jesús se anticipa a nuestros cuestionamientos y propuestas, avisándonos de lo que supone el camino que nos propone:
  1. "Mientras iban de camino, le dijo uno: 'Te seguiré adondequiera que vayas'. Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Jesús nos avisa, para no llevarnos a engaño, que seguirlo supone abandonar las seguridades y las comodidades humanas.
  2. A otro le dijo: 'Sígueme'. Él respondió: 'Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre'. Le contestó: 'Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios'. Su propuesta implica renunciar a los lazos humanos y los vínculos familiares.
  3. Otro le dijo: 'Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa'. Jesús le contestó: 'Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios'. El seguimiento de Cristo implica anteponer a Dios sobre todas las cosas.
La negación y la cruz son el camino de exigencia que Jesús ha recorrido antes. No hay cristianismo al margen de la humildad, del "abajamiento", de la renuncia a uno mismo. No hay cristianismo sin entrega de la vida, sin desapego a los bienes o a los deseos, o incluso a la propia familia y amigos... "Quien no muere para nacer del espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos" (Jn 3, 5).

¿Elijo ir en pos de Ti? ¿Soy consciente de lo que ello supone? ¿Estoy dispuesto a negarme, a tomar mi cruz y seguirte? ¿Estoy dispuesto a renunciar a mis expectativas y deseos, a mis posesiones, familia y amigos? ¿incluso a renunciar a mi propia vida, y anteponerte a todas las cosas? 

"Señor, ayúdame" (Mt 15,25)…a serte fiel, a saborear la cruz sirviendo a los demás, y a seguirte hasta el final.


JHR

domingo, 22 de agosto de 2021

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Entonces Jesús les dijo a los Doce:
'¿También vosotros queréis marcharos?'.
Simón Pedro le contestó:
Señor, ¿a quién vamos a acudir? 
Tú tienes palabras de vida eterna; 
nosotros creemos y sabemos 
que tú eres el Santo de Dios".
(Juan 6, 67-69)

El mensaje de Jesús es duro, contundente y chocante para los judíos...y también para nosotros. No todos quieren o aceptan seguirlo; muchos deciden abandonar, incapaces de asumir la exigencia del seguimiento a Cristo; y como muchos discípulos judíos, piensan: ¡Es muy duro! ¡Lo dejo!

La Verdad Revelada, el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios, el Pan de Vida, es decir, el mismo Jesucristo es difícil de entender sin fe, sin la gracia que nos da el Espíritu Santo. Nadie puede llegar a creer en Él si Dios no se lo concede, porque la fe nos es algo que adquiero por méritos propios sino que es un don que generosamente me ofrece.

Aunque halla visto Sus milagros o incluso reconozca Su divinidad, ocurre que, en ocasiones, no quiero profundizar, no quiero moverme más allá de mis deseos, de mis comodidades o de mis necesidades materiales... y por eso, muchos le abandonamos

El propio Jesús nos interpela a cada uno de nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?” Nos pregunta si también nosotros queremos rendirnos y abandonarlo. Y yo... ¿quiero marcharme?

La Palabra de Dios es una espada de doble filo: tanto en el evangelio como en la primera lectura del libro de Josué, me da la libertad de elegir a Dios o a otros dioses, porque el Amor nunca obligaMe coloca ante una elección: buscarlo con sinceridad, querer entender más y seguirlo, o rechazarlo porque no me gusta lo que oigo ni a lo que me compromete.

Para Jesús, lo importante no es el número de gente que estemos a su alrededor porque busquemos oír lo que queremos oír. Cristo no es políticamente correcto ni cambia el discurso para agradar o para quedar bien, sino que habla para revelar al Padre y no para darme gustoPrefiere quedarse solo a estar acompañado de personas que no se comprometan con Él, que no creen, que no lo siguen. Para Jesús, no existen términos medios.

En su estilo directo e impetuoso, Pedro responde por todos nosotros diciendo que no hay otro camino“¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!” Aun sin entenderlo todo, Pedro acepta a Jesús y cree en Él. A pesar de todas sus limitaciones, Pedro "cree sin entender", como la Virgen María. Y yo...¿creo aún sin entender?

Muchas personas hoy en día se han alejado de Cristo. Otros se quedan y creen de verdad. Otros, como Judas, fingen seguirlo pero en realidad tratan de utilizarle en beneficio personal. Asisten a la Iglesia por una cuestión social o de tradición, o para recibir aprobación y reconocimiento, o por cumplimiento hipócrita. Pero en realidad solo hay dos respuestas posibles: acepto a Jesús o lo rechazo.
A pesar de que existen muchas ideologías y “verdades” humanas, únicamente Jesús tiene palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes pero no ven a Cristo, la única fuente. Buscan donde no pueden encontrar.

En la homilía de hoy, escuchaba al sacerdote decir: "Si os ofrecieran una pastilla que os diera la posibilidad de ser inmortales y de ser siempre jóvenes, ¿la rechazaríais?". En efecto, eso es lo que Dios nos ofrece en la Eucaristía, la vida eterna a través de la donación de su propio Hijo. Y yo... ¿me lo creo o lo rechazo?

Jesús me enseña a asimilar a Dios como asimilo la comida que ingiero para crecer y desarrollarme. Se trata de que Dios viva en mí y yo en Dios. Lo que da vida no es celebrar el maná del pasado, sino comer este nuevo pan que es Jesús, su carne y su sangre, participando en la Eucaristía, asimilando su vida, su entrega, su donación. Y yo...¿cargo mi cruz y le sigo?

Jesús me pide creer en Él como Hijo de Dios y enviado por el Padre para rescatarme y liberarme del pecado, para salvarme y darme vida eterna. Pero no basta con creer. Es necesario que asimile e interiorice a Cristo: comer su carne es alimentarme, crecer y desarrollarme en la voluntad de Dios, y beber su sangre es aprender a cargar la cruz y seguirlo.

martes, 10 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): LA PARADOJA DEL "MORIR PARA VIVIR"


"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, 
queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto. 
El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,24-26)

Ha llegado la hora: Jesús tiene que morir para dar fruto, tiene que dar la vida para que su mensaje sea fecundo. Para eso ha venido al mundo. Ahora, ya en Jerusalén, a cinco días de su crucifixión, se lo explica a sus discípulos.

¿De qué sirve el grano de trigo en el granero? Allí no produce frutos. La caída en tierra es la condición de su fecundidad. Es necesario que muera y germine: una muerte de la que brota vida eterna. 

Cristo, con su ejemplo, nos llama al servicio, a la entrega total, al amor más grande, a dar la vida por los demás: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). 

Amar es servir con alegría y abnegación, y servir a la manera de Cristo es "pudrir el yo para que germine el nosotros", es decir, la renuncia voluntaria a la propia voluntad, a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de los demás. Amar es sacrificarse por los demás, es inmolarse por otros.
El Señor, en tres versículos, nos describe la verdadera esencia del cristiano, la paradoja cristiana: morir para vivir, perder para ganar. 

Morir a sí mismo es "desvivirse" por los demás, "abrirse" a los demás, "gastarse" en los demás". 

Negarse a sí mismo es renunciar a la propia vida para entregársela a los demás y resucitar multiplicando el fruto. 

Amarse a sí mismo es "perderse" y aborrecerse a sí mismo es "guardarse para la vida eterna". 

Seguir a Jesús no es sólo creer en Él. El seguimiento de Cristo significa estar donde está Él, es decir, en la cruz

La cruz significa disponibilidad para enfrentarse a la prueba, significa valentía para servir hasta la muerte de uno mismo, significa generosidad para entregarse sin buscar recompensa. 

La cruz es el camino para llegar a la luz...a la gloria...donde está Él.

jueves, 11 de marzo de 2021

LO MÁS DIFÍCIL PARA UN CRISTIANO

"Muchos discípulos suyos se echaron atrás 
y no volvieron a ir con él. 
Entonces Jesús les dijo a los Doce: 
¿También vosotros queréis marcharos?" 
(Juan 6,66-67)

Una vez has conocido de verdad a Cristo, "creer" puede resultar fácil (es imposible no hacerlo), pero lo más difícil para un cristiano es perseverar en lo que Jesús nos dice. 

Esto les ocurrió a muchos discípulos de Jesús y, concretamente, a los dos de Emaús, que habían creído en Jesús pero habían desfallecido. Durante su camino, escucharon atentamente al desconocido todo lo que les decía hasta llegar a su aldea. Podrían haberse despedido de Él y haberle deseado "buen viaje", pero no lo hicieron. Perseveraron y, al final, le reconocieron.

Y es que, ante Dios, todos empezamos con muchos bríos, a todos "nos arde el corazón", pero enseguida, casi todos desfallecemos; todos "prometemos todo" al principio de nuestro encuentro con Dios, pero después, incumplimos mucho o casi todo; todos comenzamos muy eufóricos, pero terminamos "perdiendo gas"; todos le seguimos durante un tiempo pero pronto nos "echamos atrás" o le "despedimos"... 

Y el Señor nos pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos? (Juan 6,67) ¿Sois los que os quedáis al borde del camino, en terreno pedregoso o entre abrojos? (Lucas 8,5-8). ¿Sois como Demas, discípulo de Pablo, que le abandonó, enamorado de este mundo presente, y se marchó a Tesalónica? (2 Timoteo 4,10). 

Podríamos excusarnos ante Jesús, decirle que abandonar es "humano"... y esperar sin hacer nada a que su misericordia nos salve. Podríamos pensar (y no nos equivocaríamos) que es más "fácil" dejarse arrastrar por la corriente del mundo que nadar a contracorriente, que es más "cómodo" apartarnos cuando llega la prueba (Lucas 8,13). Precisamente por todo eso, Cristo vino a nosotros para "increparnos", para "cuestionarnos" y con el propósito de "divinizarnos", de "cristificarnos"...porque solos, no podemos.
Dice el Evangelio que "el que persevere hasta el final, se salvará" (Mateo 10,22). Esto es Palabra de Dios...y, como siempre, bastante clara: no dice "al principio", o "durante un tiempo", o "a ratos". Dice "hasta el final".

Esto rexuerda a los que se llaman católicos pero que sólo van a la Iglesia cuatro veces en su vida para que les "echen" algo: agua en su bautizo, regalos en su comunión, arroz en su boda y tierra en su funeral. Son los "practicantes no creyentes" de los que ya hablamos en otro artículo... los que "abandonan" sin irse del todo pero sin estar en nada.

Tampoco sirve de nada ser un cristiano "velocista" porque nuestra carrera es una "maratón". Ni ser un cristiano "efervescente" porque nuestro vino requiere "crianza y reposo en barricas". Ni eso de "lo importante es participar" porque los que abandonan y no cruzan la meta están "descalificados", no obtienen medalla, ni diploma, ni "corona de laurel". Ni tampoco ser católicos "de domingo" o de "eventos", mientras vivimos como paganos entre semana o durante el resto de nuestra vida.

La perseverancia cristiana significa no sólo continuidad sino, sobre todo, firmeza y constancia. La resistencia cristiana significa ser incansables e inasequibles al desaliento, ser "fielmente adictos" a Cristo y con la mirada fija en la meta. La persistencia cristiana significa conocer que el camino tiene dificultades, sufrimiento y oposición, saber que no es un "camino de rosas" sino que está lleno "espinas", pero que tiene un "final feliz".
 
El mundo es antagónico a la fe. No es fácil seguir a Cristo en una sociedad relativista, racionalista, progresista y, sobre todo, materialista. Y menos...si nos asalta la duda, o si  padecemos dolor y sufrimiento, o si somos presa de la injusticia. Lo más probable es que "arrojaremos la toalla". Lo sabemos...por eso, hace falta perseverancia, que es también fortalecer nuestra voluntad.

Cargar la cruz y seguir a Cristo no es nada fácil. Estamos avisados: requiere esfuerzo, ánimo y valentíaPor eso, es tan importante estar muy cerca del Maestro, "seguirle a poca distancia", ser "su sombra". Por eso, es tan necesario no "descolgarnos" ni "perder de vista" a Dios ni a su Iglesia. Por eso, es tan crucial que "cultivemos" nuestra vida interior y que seamos "constantes en la oración" (1 Tesalonicenses 5,17).

Perseverar es imitar a Cristo camino del Calvario. Es levantarse una y otra vez a pesar del enorme peso de la cruz. Es enfocarse en la meta y no en el sufrimiento. Es encaminarse al martirio sin desfallecer, porque al final está la recompensa de la resurrección. 
Toda la Palabra de Dios es una guía de perseverencia y, concretamente, el Apocalipsis, un manual para resistir hasta el final. Perseverar es imposible sin ir de la mano del Señor y sin escuchar su voz. 

Cristo nos da ánimos continuamente, nos promete que perseverar no es infructuoso, y nos asegura que resisitir no es "en balde": "Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados (...) Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido (...) Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios(Apocalipsis 2,2-3 y 7).




JHR

jueves, 21 de enero de 2021

LA IDOLATRÍA DE LO TEMPORAL ANTE LA DIFICULTAD DE LO ETERNO

"¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios 
a los que tienen riquezas!
¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 
Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de Dios (...)
¿Quién puede salvarse?
Es imposible para los hombres, no para Dios. 
Dios lo puede todo"
(Marcos 10,23-26)

Cristo, ante la pregunta del "millón": "Señor, ¿Qué debo hacer para salvarme?...mira al joven rico (me mira a mí) con infinita ternura e inmensa compasión (como siempre ha hecho y hace), mientras guarda silencio durante un instante. Su mirada me desnuda, me radiografía, me interpela...lo noto, lo siento...me traspasa el alma. 

El propósito de mi pregunta capciosa no es otro que escuchar lo que, en realidad, anhela mi corazón de hombre: que se cumpla mi voluntad, que se hagan realidad mis planes. En definitiva, que Dios se acomode a mí. Quiero seguir a Jesús pero "sin complicarme la vida". Quiero ir al cielo pero "sin sufrir, sin morir a mí mismo".

Aún así, Jesús no me critica ni me juzga. Conoce mi debilidad, sabe dónde he puesto mi tesoro y lo que guardo en mi interior (Mateo 6,21). Sin embargo, aún conociendo mis "proyectos de riqueza", no quebranta mi libertad ni fuerza mi voluntad. Tan sólo, me tiende su mano y me susurra: "Ven conmigo y verás cuánto te amo". Otra vez...me dice: "Sígueme".
Pero yo, creyéndome (auto)suficientemente rico y feliz, sin embargo, me sigo sintiendo siempre pobre y amargado, aferrándome a mis "seguridades" como a un clavo ardiendo, obstinándome en trazar y seguir mis "ideas", apegándome a mis deseos e ilusiones y prefiriendo las riquezas materiales a las espirituales...por eso, me doy la vuelta y me alejo de Dios. 

¡Qué amargura suscita negar a Jesús en su misma presencia! ¡Qué tristeza provoca apostatar de la Verdad! ¡Qué desconsuelo produce separarse del Camino! ¡Qué pena causa rechazar la Vida! ¡Qué desdicha tan egoísta ocasiona despreciar el Amor! 

Caigo una y otra vez. "Yo" me vuelvo "a lo mío", a "mi mundo", a "mi vida" y Cristo sigue haciendome la "pregunta" para que le siga. Vuelvo a caer porque prefiero mis efímeros placeres, mis temporales apegos, mis fugaces "sueños de una noche de verano", creyendo que pueden procurarme la auténtica felicidad, y borrar, (o al menos, disipar) ese anhelo de eternidad que está grabado en mi corazón de carne, aunque endurecido... congelado... 

En "mi mundo" no cabe Dios. No le dejo sitio. No termino de creerle, no acabo de confiar ciegamente en Él, no termino de amarle. Prefiero, o mejor dicho, me es más cómodo, creer en mí, confiar en mis méritos, esperar en mis capacidades, amar mis deseos. Y me instalo en mi "ego" y en mi "aquí y ahora".
Desgraciadamente, opto por vivir en la idolatría de lo temporal, por instalarme en la apostasía de lo innecesario, por acomodarme en el culto de lo efímero. Infelizmente, me niego a pasar del cumplimiento al seguimiento, del resentimiento al agradecimiento, de lo caduco a lo eterno...

Y así me vá... caminando triste y cabizbajo por "mi vida"...como "aquellos dos discípulos..." Cristo  se ha cruzado en mi camino y me ha dicho lo que debo hacer para salvarme, aunque me ha advertido que es difícil...Sin embargo, mi pereza, mi conveniencia y mi comodidad me llevan a responderle que no me interesa, que no me gusta, que no "va conmigo". Y le digo: "Gracias, pero NO".

Pero pongámonos en el caso de que le digo que "SÍ" a Cristo. Pongamos que "dejo todo" y le sigo...El Señor (lo sé, lo sabemos) no se anda con "medias tintas"; es radical, directo y tajante cuando afirma: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios! 

Yo me quedo perplejo ante esa "aparente contradicción" que Jesús parece decirme en la dificultad de seguirle, o dicho de otra forma, ante la "imposibilidad" de llegar a ser santo. Y le vuelvo a preguntar (que es lo que pretende, interpelarme, porque ya le voy conociendo): "Entonces, ¿Quién puede salvarse?". Jesús se me queda mirando con una leve sonrisa y me dice: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo" (Marcos 10,26-27)

Esta es la cuestión. Ahora sí lo entiendo: no son mis "méritos", ni mis "talentos", ni mis "apegos", ni mis "riquezas", ni mis "cumplimientos" los que me hacen santo y me salvan, sino la gracia de Dios. Yo...sólo tengo que confiar en Él, "dejar mi casa, mis hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierrasy seguirle a la vida eterna (Marcos 10,29-30) .

"Señor, estoy aqui para cumplir tu voluntad!
(Salmo 39,8)

JHR

lunes, 17 de agosto de 2020

SI QUIERES, VEN Y SÍGUEME

"Si quieres ser perfecto, anda, 
vende tus bienes,
da el dinero a los pobres 
—así tendrás un tesoro en el cielo— 
y luego ven y sígueme" 
(Mateo 19, 16-22)

Con frecuencia me pregunto ¿que tengo que hacer para ser santo? ¿qué debo hacer para ser perfecto? ¿qué debo hacer para ser feliz?

Soy como el joven rico del Evangelio de hoy, tengo salud (juventud) y dones (riqueza) pero...¿las pongo al servicio de Dios?

Cuando me encuentro con Jesús, me presento al "examen" creyendo tener los deberes "hechos" y la lección aprendida, y le pido cómo puedo "subir nota". 

En el fondo, quiero ser digno por mis medios, ser bueno por mis cumplimientos, ser apto por mis obras. 

Cumplo los mandamientos y la Ley, hago obras de caridad y apostolado, acudo a misa, no mato, no robo... y así ¡creo ser un buen cristiano! 

Pero "cumplir" no me define como cristiano. Ni "ser bueno" tampoco, porque: "Sólo Uno es bueno. Si quieres ir a Él, vende todo y sígueme."

Me llamas a no conformarme con una vida de mínimos, con una fe de cumplimiento, con un peregrinaje de mediocridad. Porque quieres que llegue a la meta, a la perfección.

Señor, Tú nunca me dices "tienes que...", "debes de..." sino que apelas primero a mi libertad (si quieres...), para invitarme a dejar mis apegos terrenales (vende todo...) y seguir Tu ejemplo, dejándolo todo y entregándolo todo (sígueme...)

En definitiva, me marcas el camino de ofrecer mi libre voluntad para trascender del mundo e ir al Padre, por el único medio: Tú, Señor Jesús, mi modelo.

Muchas veces, busco "qué hacer" para "llegar a ser", y Tú, Señor, con esa pedagogía tan divina, tan tuya de hacerte el encontradizo, de darte a conocer sin quebrantar mi voluntad, de darme ejemplo con Tu forma de ser y estar, te pones en camino conmigo para que abandone todo, y para llevarme a mi meta como ciudadano del cielo.

Me muestras el mapa de mi "viaje" cuyo punto de salida es el perfeccionismo y cuyo punto de llegada es la perfección: Dios como único bien.

He aquí el punto principal de mi "carrera cristiana": vaciarme de mí, dejar mis egos, vender mis anhelos y apegos, abandonar todo aquello en lo que me deleito o de lo que me siento orgulloso, desechar todo aquello en lo que pongo mis falsas esperanzas y seguirte, mi Señor.

La riqueza del joven de la parábola no sólo se refiere a la exterior, a los bienes materiales. También a los dones intelectuales, a los talentos espirituales, a las habilidades corporales…y que, quizás, tampoco siempre estoy dispuesto a venderlas, a ofrecerlas...

¡Cuántas veces Te doy la espalda, Señor, y me vuelvo triste a mis cosas! No porque Tú me hayas quitado nada, sino porque no he sido capaz de aceptar lo único que puede darme la felicidad plena: seguirte al cielo.

Mi vida cristiana no consiste en "saberme la asignatura" ni en querer "subir nota"; tampoco en "merecer" ni en alimentar mi ego de "buen católico"; tampoco en "hacer", sino en "ser" lo que estoy llamado a ser: "perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto".

Y para ello, debo escucharte...venderlo todo y seguirte.

Para la reflexión:

¿Realmente me haces feliz, Jesús o pongo mi felicidad en otras cosas?

¿Busco mi vida fuera de Ti, en mis cosas, en mis gustos, en mis capacidades, en mis posesiones?

¿Hago mi “santa” voluntad aunque ello me lleve a la tristeza?

¿Agradezco las gracias y riquezas, los dones y talentos que me has otorgado o creo que son todo por mérito mío?

¿Vivo para atesorar bienes, posesiones, placeres y un buen nombre ante los hombres o ante Ti, Señor? 

¿Mi vida se sostiene en el "yo", en el egoísmo, en la codicia, en la vanidad? o ¿en el abandono a Tu Providencia?

Jesús, ayúdame a estar agradecido por todo lo que tengo, por todo cuanto Tú me regalas, y a seguirte, en lugar de estar triste por cuanto perdería si te sigo. 

María, Tú que siempre estás pendiente de las necesidades de los demás, muéstrame cómo vivir para otros, cómo vivir para Dios.

A ti te entrego mi vida, mi cuerpo y mi alma, mis pertenencias materiales, físicas y espirituales.

Purifícalas con tu bondad, embellécelas con tu humildad para que sean dignas, y entregárselas a tu Hijo, Quien nada puede negarte.

Padre, envíame tu Espíritu para que me guíe y me enseñe cual es el sentido de mi vida, para que ayude a buscar los bienes de arriba, a desechar lo pasajero y atesorar lo eterno: el amor.

Señor, dejo mi pasado a tu Misericordia, mi presente a tu Amor y mi futuro a tu Providencia.

Que mi alma descanse en Ti, que mi corazón se llene de Ti, que mi única necesidad seas Tú y que mi vida sea para Ti.