¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 1 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (2): UN TESORO ESCONDIDO

"En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: 
el que lo encuentra lo vuelve a esconder 
y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, 
que al encontrar una de gran valor, 
se va a vender todo lo que tiene y la compra»"
(Mt 13,44-46)

Jesús nos sigue hablando, a través de parábolas, del reino de los cielos. Algo escondido, de gran valor pero fácil de reconocer por la gente sencilla, por un campesino o por un comerciante.

El Reino de Dios se parece a un tesoro, a una perla fina… que uno encuentra (no por casualidad) y que no le deja indiferente sino que reclama un cambio profundo de actitud y una decisión personal, una conversión.

Cristo está hablando de sí mismo: Él es el tesoro escondido, la perla fina...  que vende todo lo que tiene (su puesto al lado del Padre) y compra el campo (la amistad perdida del hombre con Dios) con el precio de su sangre en la cruz.

Pero también habla de mí, de nosotros... con esas dos imágenes que nos interpelan y que suscitan en nuestro corazón cuestiones importantes:  

¿Cuáles han sido los objetivos que he buscado siempre en mi vida? ¿Qué tesoro escondido y valioso he descubierto? ¿Qué hallazgo tan valioso me ha movido a desprenderme de todo y comprar el campo? ¿Qué descubrimiento me ha llenado de alegría el corazón?

¿Cuáles han sido los anhelos y deseos que siempre he perseguido? ¿Qué perla tan fina he encontrado que me ha llevado a vender todo y comprarla? ¿Qué hallazgo me ha hecho renunciar a todo y seguir a una Persona? ¿Soy un buen negociante que conoce el valor de las cosas? ¿Busco ganancias materiales o espirituales? 
Cuando encuentras ese tesoro o esa perla...quedas fascinado y atraído, quieres comprarlo a toda costa, quieres "poseerlo". No necesitas razonar ni pensar en exceso porque, enseguida, te das cuenta del valor incalculable de lo que has encontrado. 

Ya no tienes dudas, reconoces que has encontrado lo que siempre habías estado buscando, te das cuenta que su valor colma todas tus aspiraciones. Y lo entierras, es decir, lo guardas y meditas en tu corazón, como hacía la Virgen María.

Sin embargo, para "poseer" el Reino, para tener a Dios, es necesario que me desprenda de todos mis afanes y materialismos, que me desapegue de mis inclinaciones y egoísmos, que me libere de mis pasiones e instintos. Es preciso que vacíe mi corazón de mi mismo para que lo ocupe Dios. 

"Venderlo todo" significa muy poco comparado con el valor de lo que quiero adquirir...porque realmente, lo que el Señor me ofrece, no tiene precio: "¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16,24-26).

Esta es la dinámica del reino de Dios: encuentro y acogida, llamada y respuesta, vocación y conversión.

¿Busco y no hallo? ¿He encontrado ese tesoro o esa perla? ¿Estoy dispuesto a negociar su "compra"? ¿Estoy dispuesto a sacrificar todo? ¿Venderé todo? ¿Lo cuidaré? ¿Lo compartiré con los demás?

miércoles, 17 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (18): A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA

"Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mt 22,14)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos hablan de santidad, o mejor dicho, nos llaman a todos a la santidad. En la profecía de Ezequiel y en el Salmo 50, Dios promete darnos un corazón nuevo, infundirnos un espíritu nuevo, derramar sobre nosotros un agua purificadora. En el Evangelio, nos invita a su boda y pone a nuestra disposición, de forma gratuita, el "vestido de boda".

Dice Jesús que "Muchos son los llamados pero pocos los elegidos". Pero ¿a qué nos llama? Nos llama a "Ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5,48). Nos llama a ser santos. Sin embargo, muchos creyentes piensan que alcanzar la santidad es imposible o que está reservada a unos pocos privilegiados. 

Pero no es así. El Señor pone a nuestra disposición todos los medios posibles para que la alcancemos: sale a los caminos, es decir, se encarna, y viene a buscar a los descarriados para reunirnos en torno a su mesa, es decir, a la Eucaristía. Nos invita y nos promete un corazón de carne, un espíritu nuevo, un agua purificadora, un vestido de boda. 

¡Dios pone todo de su parte para nuestra santidad! Y nosotros... ¡cuántas veces rechazamos su invitación! ¡Cuántas veces nos parece una boda irrelevante y rechazamos su llamada! ¡Cuántas veces decepcionamos y enfadamos al Anfitrión, dándole la espalda y siguiendo en "nuestras cosas"!

Cuando Cristo nos asegura que son pocos los elegidos se refiere, no tanto a la dificultad para entrar en el reino de los cielos, sino a nuestra negativa a entrar. 

Nos justificamos, nos excusamos o, en el caso de aceptar, lo hacemos sin el traje de boda, es decir, de forma inapropiada.

¡Cuántas veces acudimos a la Eucaristía sin estar en gracia, sin confesarnos o en situación irregular! ¡Qué daño le hacemos al novio!
La fiesta está preparada, el banquete está listo, y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo por "nuestros asuntos" y nuestra comodidad nos impiden acudir a su llamada, que implica un compromiso de nuestra parte.

El reino está abierto de par en par, el banquete se nos ofrece a todos. El traje para asistir es gratis, es pura gracia, por lo que no tenemos excusas para no utilizarlo. No podemos seguir ofuscándonos en nuestros esquemas humanos, ni seguir empeñándonos en hacer nuestra voluntad con nuestros corazones de piedra, con nuestra "dura cerviz".

No hay tiempo que perder. Tengo que aceptar la invitación que Dios me ofrece. De momento, hay muchos asientos libres pero no debería dejarlo para el último momento porque puede que cuando quiera entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

¿Soy consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión? ¿Conozco el protocolo? ¿Voy vestido para la ocasión, limpio de pecado, perfumado de gracia y revestido de Cristo?  ¿Tengo la actitud correcta (fe), espero que llegue el "día" (esperanza) y tengo preparado el traje adecuado (amor) para ser un "digno invitado"?

Es el momento de responder afirmativamente a la invitación, de prepararme, de acoger un corazón nuevo, un espíritu nuevo, un traje nuevo para que, llegado el día, el Señor me diga: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"



JHR


lunes, 15 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (16): ¿QUIÉN PUEDE SALVARSE?

"En verdad os digo que difícilmente 
entrará un rico en el reino de los cielos. 
Lo repito: 
más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de los cielos" 
(Mt 19,24)

La escena que contemplamos en el evangelio de hoy habla de salvación y comienza con un Jesús que insiste por dos veces a los discípulos en la dificultad de que un rico entre en el reino de los cielos, tras haberse cruzado con el joven rico, quien no fue capaz de darle el "sí" y seguirlo.

El joven rico preguntó qué era necesario hacer y qué le faltaba para obtener la vida eterna. Jesús, le dice que lo primero es el cumplimiento de la ley, después, el desprendimiento de las riquezas y por último, el seguimiento de Cristo.

El Señor nos pide primero que cumplamos la voluntad de Dios, pero que no nos quedemos ahí. El segundo paso, quizás el más difícil, que nos desprendamos de nuestras riquezas, que no son sólo las materiales, sino nuestros apegos, deseos o derechos: libertad, éxito, bienestar, comodidad, egoísmo...

Finalmente, una vez que cumplimos la voluntad de Dios y no la nuestra, Cristo nos pide que le imitemos y le sigamos en el camino hacia la vida eterna, que pasa imperiosamente por la negación de nosotros mismos para darnos a los demás. 

Por eso, Jesús recalca dos veces la dificultad de que una persona egoísta (rico) entre en el reino de los cielos, porque para entrar en él, lo primero que tenemos que hacer es priorizarlo, dejarlo todo, incluso a uno mismo. 

Si mis prioridades son otras, de nada me sirve "cumplir" las normas. Si mis apegos me esclavizan y me impiden seguir a Cristo, lo que me queda es vivir una vida triste, como la del joven: rico pero esclavizado.

El Señor me pide una fe de "máximos", no de "mínimos". Una fe de desprendimiento no sólo de "cumplimiento". Porque puede ocurrirme como al joven rico, que aunque sea "buena persona" porque no mate, no robe, no mienta...sí que me cueste poner a Dios en el primer lugar y desprenderme de "mí y de mis cosas". Por eso, Jesús dice que es imposible para mí, pero no para Dios: solo no puedo. 

Esa es la clave: mi salvación no depende de mis méritos sino de la gracia de Dios. Pero eso no significa que pueda "tumbarme a la bartola" y esperar que Dios lo haga todo. El cielo no funciona así...

Tengo que poner todo de mi parte, y a Dios en el primer lugar, es decir, desprenderme de "mi yo y de mis cosas" y acudir a Él con frecuencia, pedirle su gracia en la oración y en los sacramentos...y poder "pasar por el ojo de la aguja".



JHR



viernes, 12 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): NO IMPIDÁIS A LOS NIÑOS ACERCARSE A MÍ

 
"¡Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí!"
(Mt 19,13)

En el evangelio de hoy vemos como para los discípulos, los niños no son importantes. Ellos andan preocupados por las "cosas de adultos"... y los niños "estorban". 

A pesar de que días antes en Galilea, Jesús les había dicho: "En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3-4), los apóstoles no han entendido cuáles son las virtudes necesarias para entrar en el Reino de los Cielos.

Para Jesús, los "niños" son el reflejo del Cielo: son aquellos que viven con inocencia y con bondad; aquellos que escuchan con docilidad y sin prejuicios; aquellos que aprenden con humildad y obediencia; aquellos que hablan con sinceridad y sin miedo; aquellos que no andan preocupados y agitados por el futuro; aquellos que ponen la seguridad y la confianza en un Padre que los ama y que cuida de ellos.

Para Jesús, los "niños" son aquellos que son mansos y limpios de corazón, a quienes bendice; aquellos que son pobres de espíritu y pacíficos, a quienes llama "dichosos", "bienaventurados", porque de ellos es el Reino de los Cielos .

El Salmo 50 nos pone en la dirección correcta y nos anima a pedirle a Dios: 

"Borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado"
"Crea en mí un corazón puro y una mirada limpia"
"Renuévame"
"Devuélveme la alegría"
"Haz de mi corazón un corazón de niño que renuncie a la soberbia y la autosuficiencia"
"Ayúdame a convertirme en un niño para saber acogerte como el mejor regalo"
"Enséñame a abandonarme en Ti y que nada me impida acercarme a Ti"

Señor, hoy te pido lo que reza en la canción:

Renuévame Señor Jesús
Ya no quiero ser igual
Renuévame Señor Jesús
Pon en mi tu corazón

Porque todo lo que hay dentro de mi
Necesita ser cambiado Señor
Porque todo lo que hay dentro de mi corazón
Necesita más de ti


JHR

jueves, 21 de enero de 2021

LA IDOLATRÍA DE LO TEMPORAL ANTE LA DIFICULTAD DE LO ETERNO

"¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios 
a los que tienen riquezas!
¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 
Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de Dios (...)
¿Quién puede salvarse?
Es imposible para los hombres, no para Dios. 
Dios lo puede todo"
(Marcos 10,23-26)

Cristo, ante la pregunta del "millón": "Señor, ¿Qué debo hacer para salvarme?...mira al joven rico (me mira a mí) con infinita ternura e inmensa compasión (como siempre ha hecho y hace), mientras guarda silencio durante un instante. Su mirada me desnuda, me radiografía, me interpela...lo noto, lo siento...me traspasa el alma. 

El propósito de mi pregunta capciosa no es otro que escuchar lo que, en realidad, anhela mi corazón de hombre: que se cumpla mi voluntad, que se hagan realidad mis planes. En definitiva, que Dios se acomode a mí. Quiero seguir a Jesús pero "sin complicarme la vida". Quiero ir al cielo pero "sin sufrir, sin morir a mí mismo".

Aún así, Jesús no me critica ni me juzga. Conoce mi debilidad, sabe dónde he puesto mi tesoro y lo que guardo en mi interior (Mateo 6,21). Sin embargo, aún conociendo mis "proyectos de riqueza", no quebranta mi libertad ni fuerza mi voluntad. Tan sólo, me tiende su mano y me susurra: "Ven conmigo y verás cuánto te amo". Otra vez...me dice: "Sígueme".
Pero yo, creyéndome (auto)suficientemente rico y feliz, sin embargo, me sigo sintiendo siempre pobre y amargado, aferrándome a mis "seguridades" como a un clavo ardiendo, obstinándome en trazar y seguir mis "ideas", apegándome a mis deseos e ilusiones y prefiriendo las riquezas materiales a las espirituales...por eso, me doy la vuelta y me alejo de Dios. 

¡Qué amargura suscita negar a Jesús en su misma presencia! ¡Qué tristeza provoca apostatar de la Verdad! ¡Qué desconsuelo produce separarse del Camino! ¡Qué pena causa rechazar la Vida! ¡Qué desdicha tan egoísta ocasiona despreciar el Amor! 

Caigo una y otra vez. "Yo" me vuelvo "a lo mío", a "mi mundo", a "mi vida" y Cristo sigue haciendome la "pregunta" para que le siga. Vuelvo a caer porque prefiero mis efímeros placeres, mis temporales apegos, mis fugaces "sueños de una noche de verano", creyendo que pueden procurarme la auténtica felicidad, y borrar, (o al menos, disipar) ese anhelo de eternidad que está grabado en mi corazón de carne, aunque endurecido... congelado... 

En "mi mundo" no cabe Dios. No le dejo sitio. No termino de creerle, no acabo de confiar ciegamente en Él, no termino de amarle. Prefiero, o mejor dicho, me es más cómodo, creer en mí, confiar en mis méritos, esperar en mis capacidades, amar mis deseos. Y me instalo en mi "ego" y en mi "aquí y ahora".
Desgraciadamente, opto por vivir en la idolatría de lo temporal, por instalarme en la apostasía de lo innecesario, por acomodarme en el culto de lo efímero. Infelizmente, me niego a pasar del cumplimiento al seguimiento, del resentimiento al agradecimiento, de lo caduco a lo eterno...

Y así me vá... caminando triste y cabizbajo por "mi vida"...como "aquellos dos discípulos..." Cristo  se ha cruzado en mi camino y me ha dicho lo que debo hacer para salvarme, aunque me ha advertido que es difícil...Sin embargo, mi pereza, mi conveniencia y mi comodidad me llevan a responderle que no me interesa, que no me gusta, que no "va conmigo". Y le digo: "Gracias, pero NO".

Pero pongámonos en el caso de que le digo que "SÍ" a Cristo. Pongamos que "dejo todo" y le sigo...El Señor (lo sé, lo sabemos) no se anda con "medias tintas"; es radical, directo y tajante cuando afirma: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios! 

Yo me quedo perplejo ante esa "aparente contradicción" que Jesús parece decirme en la dificultad de seguirle, o dicho de otra forma, ante la "imposibilidad" de llegar a ser santo. Y le vuelvo a preguntar (que es lo que pretende, interpelarme, porque ya le voy conociendo): "Entonces, ¿Quién puede salvarse?". Jesús se me queda mirando con una leve sonrisa y me dice: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo" (Marcos 10,26-27)

Esta es la cuestión. Ahora sí lo entiendo: no son mis "méritos", ni mis "talentos", ni mis "apegos", ni mis "riquezas", ni mis "cumplimientos" los que me hacen santo y me salvan, sino la gracia de Dios. Yo...sólo tengo que confiar en Él, "dejar mi casa, mis hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierrasy seguirle a la vida eterna (Marcos 10,29-30) .

"Señor, estoy aqui para cumplir tu voluntad!
(Salmo 39,8)

JHR

jueves, 22 de agosto de 2019

INVITADO A UNA BODA

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"La boda está preparada, 
pero los convidados no se la merecían. 
Id ahora a los cruces de los caminos 
y a todos los que encontréis, llamados a la boda.“
(Mateo 22, 1-14)

Un día, hace unos pocos años, estaba yo a "mis cosas", en un cruce de caminos, cuando recibí una invitación. Se trataba de una invitación a una boda muy importante: se casaba el hijo del Rey. Y me invitaba... ¡a mí!...a un incomparable e inmerecido banquete. 

Yo, entonces, no tenía mucha relación con la Casa Real. Apenas conocía a los cortesanos del Reino. Ni tampoco a los pertenecientes al Pueblo. No conocía a nadie. 

¿Aceptaría o me excusaría? ¿Tomaría esa invitación como un honor o como un compromiso? ¿Confirmaría o declinaría mi asistencia? 

Me dijeron que muchos fueron invitados antes que yo, pero que no hicieron caso y rehusaron la invitación. Alguien dijo:"Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos". 

Resultado de imagen de banquete celestialAsí, el banquete se presentaba con muchos sitios vacíos y no lo entendía: "¿Por qué rechazaban tal invitación?" 

Entonces, escuche una voz femenina que me decía: "Te invito".

Yo no sabía ni Quién ni por qué me invitaba a mí, pero lo percibí como un autentico honor y un gran privilegio. Yo, un hombre sin mérito, sin virtud, sin valor, sin derecho, me sentí tremendamente halagado, me sentí especialmente querido, me sentí "elegido".

Ante tal honor, lo cierto es que no dudé un instante y respondí con un "sí" rotundo. Confirmé mi humilde deseo de asistir a ese banquete tan especial. 

Enseguida, pensé que no tenía ni idea de sus usos ni de sus costumbres. No sabía como había de comportarme ni tampoco de cómo debía vestirme para la boda. 

Resultado de imagen de banquete celestialEntonces, la Reina (aquella voz femenina que me invitó) me ayudó a conocer un poco más del Reino. De la mano de sus maternales enseñanzas, comencé a instruirme, a investigar y a conocer quien era el Rey. 

Ella me presentó al Novio, su Hijo, Jesús es su nombre, que me recibió con los brazos abiertos. Fue presentándome uno por uno a todos los que formaban parte del séquito. Aprendí en qué consistía una Boda así. Aprendí mucho...y aún continúo haciéndolo...

Ella, María es su nombre, me enseñó que, para asistir a ese banquete, debía ser capaz de establecer la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, entre el agradecimiento y el resentimiento, entre la humildad y la vanidad, entre el amor y el rencor. 

Tenía que establecer diferencias entre lo que es "debido" y "lo que se lleva", entre lo que "es" y lo que "dicen que es", entre vestirse adecuadamente y "disfrazarse", entre lo auténtico y lo falso. 

Prepararse, asearse y vestirte adecuadamente para un banquete real tan insigne, lleva su tiempo. No hay que apresurarse en ponerse lo primero que encuentras en el armario ni elegir "a oscuras". 
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Se trata de saber a dónde voy, de ir bien limpio de pecado, muy perfumado de gracia y perfectamente "revestido" de Cristo. 

Se trata de preocuparme por tener la disposición correcta y así, hacer honor al Novio y dar gloria al Rey

No se trata de comprar ropa de marca o de moda. Ir bien vestido a esta boda no tiene nada que ver con el dinero, ni con la fama, ni con el poder, ni con las cosas a las que el mundo da importancia. 

Se trata de encontrar un equilibrio entre mi interior y mi exterior, de ser consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión frente a mi pequeñez, de la gran riqueza del Rey frente a mi gran pobreza. 

Y hoy, sigo preparándome, tratando de perseverar en una actitud correcta (fe), esperando que llegue el "día" (esperanza), vistiéndome adecuadamente (amor) para ser un "digno invitado", para merecer estar allí. 

Ese día, me gustaría poder escuchar: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"