¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 11 de mayo de 2021

PERMANECER Y VIVIR EN EL AMOR

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor;
lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, 
y vuestra alegría llegue a plenitud. 
Este es mi mandamiento: 
que os améis unos a otros como yo os he amado. 
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: 
a vosotros os llamo amigos, 
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 
No sois vosotros los que me habéis elegido, 
soy yo quien os he elegido 
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca. 
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 
Esto os mando: que os améis unos a otros"
(Juan 15, 9-17)


A menudo, la gente no entiende lo que significa la fe cristiana. Muchos incrédulos o alejados apelan a la libertad individual del hombre para afirmar que el cristianismo es una carga pesada de normas y mandamientos que no tiene cabida en la sociedad actual. En realidad, se trata de apartar a Dios de sus vidas.

Sin embargo, los capítulos 13 al 15 del Evangelio de San Juan nos dan la respuesta de lo que significa ser cristiano. Jesús, mientras se despide de los apóstoles, sus amigos, les da las últimas indicaciones y ánimos, y les muestra cuál el camino para seguirlo, cuál es la única ley que mueve el Universo, cuál es el mandamiento del cristiano: el Amor.

Cristo afirma categóricamente: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros"Su mandamiento no es una simple recomendación ni una condescendiente sugerencia de despedida. Todo lo que Él hace es "novedad": "Mira, hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21,5).

En primer lugar, es nuevo porque Él lo ha cumplido, dando ejemplo, mostrando el amor de Dios, no de una forma teórica sino práctica: amando al prójimo, acogiendo al excluido, curando al enfermo, ayudando al pobre, asistiendo al necesitado, compadeciendo al pecador. Y también porque lo ha llevado a la plenitud: es un amor redimido, liberado y rescatado de la esclavitud del pecado, entregado hasta el extremo en la Cruz, un amor a todos.  
La comparación "Como yo os he amado" supera el criterio del Antiguo Testamento de "como a uno mismo" (Levítico 18,19). No se trata de amar con un amor humano sino con un amor pleno, total y divino: la entrega total de Cristo.

"En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros"El amor es lo que marca la diferencia, lo que nos distingue de un mundo regido por el egoísmo, por el materialismo y por el individualismo. Si amamos, el mundo reconocerá que somos discípulos de Cristo, que somos cristianos, que permanecemos en Su amor.

Ser discípulo de Cristo no significa "cumplir" una serie de normas y preceptos, ni "practicar" una serie de ritos y cultos, como hacía el pueblo de Israel, o como muchos nos quieren hacer creer hoy. Ser cristiano es haber descubierto el "Amor más grande" en la persona de Jesús, y haberlo experimentado en la profundidad de nuestro corazón. De esa forma, con el corazón en ascuas y prendido por el Espíritu, sólo nos queda una cuestión por hacer: darlo a los demás, entregarlo a los demás, amar y servir a los demás.

El amor es lo único que, al "darlo", se multiplica. Son esos pequeños gestos diarios de  mirada limpia, de ternura, de compasión hacia nuestro prójimo, los que nos hacen realmente "cristianos". Son esas pequeñas actitudes de cercanía, de acogida, de servicio a nuestro hermano, los que manifiestan el amor de Dios. Al entregarlo a los demás, lo multiplicamos exponencialmente, y lo recibimos.

El mandamiento de Jesús es, en sí mismo, un "deber", una "obligación" y una "exigencia" del amor. No es una carga pesada porque el amor todo lo soporta (1 Corintios 13, 7). No es una obligación impuesta desde el exterior sino un impulso de la propia voluntad que mueve a devolver lo recibido por que el amor no es egoísta (1 Corintios 13,5). Es una misión, es la vocación cristiana: Amar y Servir.

El mandamiento del amor es parecido a la ley de la gravedad: un objeto lanzado al aire está "obligado" a caer, no puede negarse a hacerlo. De igual modo, el amor recibido de Dios "exige" darlo, no puede negarse a hacerlo. El amor es una "fuerza impuesta" por el propio amor. No puede ser de otra forma.

El mandamiento del amor no se cumple por una amenaza de ser castigado sino que es una moción interior del corazón, suscitada por el Espíritu de amor en el alma, que es atraída "irresistiblemente" por lo que ama, sin que exista una obligación impuesta desde el exterior.

El mandamiento del amor no es una imposición de Dios sino la propia Ley de Dios, que es Amor y, como tal, se da hasta el extremo: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Juan 13,1).
El mandamiento del amor es una fuerza vital de quien ama de verdad...y lo hace para siempre.  "Permaneced en mi amor" implica eternidad, supone permanecer y vivir en el amor de Cristo mientras vivamos en la tierra y, con mayor motivo, cuando vayamos al cielo. Un amor "efímero o pasajero" no es amor... será placer, satisfacción o pasatiempo, pero no es alegría, ni felicidad, ni plenitud. Porque el amor no se cansa ni se impacienta (Juan 13,4). 

"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Jesús ha dado la vida por sus amigos, ha tenido el amor más grande que se puede tener, pero ¿Quiénes son Sus amigos? Sus amigos son aquellos que han conocido el amor de Dios, aquellos que lo han experimentado y que lo ponen en práctica

"Lo que Cristo manda" no significa "lo que Dios nos obliga". El amor no tiene elección: se da y punto. Tampoco pide imposibles: surge de forma espontánea. Esa es la gran belleza del cristianismo: que el Señor nos ha elegido... no hemos sido nosotros; que nos ha creado... no nos hemos creado nosotros; que nos ha amado hasta el extremo... no hemos sido nosotros. Somos unos elegidos, unos privilegiados.

Lo que Jesús manda, repite y enfatiza es que demos fruto permanente, es decir, que vivamos el Amor eternamente: "que os améis unos a otros como yo os he amado".  Lo que Cristo nos pide es que vayamos a la fuente de la vida, es decir, al Amor de Dios...y que permanezcamos en Él, es decir, en unión íntima con Él, porque somos sus amigos.



JHR

miércoles, 20 de enero de 2021

LA TENTACIÓN DE "QUERER SOBRESALIR"

"Y lo mismo que sobresalís en todo 
—en fe, en la palabra, 
en conocimiento, en empeño 
y en el amor que os hemos comunicado—, 
sobresalid también en esta obra de caridad. 
No os lo digo como un mandato, 
sino que deseo comprobar, 
mediante el interés por los demás, 
la sinceridad de vuestro amor. 
Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, 
el cual, siendo rico, 
se hizo pobre por vosotros 
para enriqueceros con su pobreza... 
Porque, si hay buena voluntad, 
se le agradece lo que uno tiene, 
no lo que no tiene. "
 (2 Co 8, 7-12)

Ocurre que, en ocasiones, cuando hablamos en entornos cristianos, sobre todo masculinos, laicos o sacerdotes podemos sentirnos tentados a convertirnos en el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Y, más que señalar y conducir hacia el amor del Padre, queremos dar un golpe de efecto, reclamar nuestros derechos, demostrar nuestros talentos, hacer ver a los demás lo "buenos y sabios" que somos, y lo "bien y correcto" que hacemos las cosas. 

Es entonces cuando queremos deslumbrar en lugar de alumbrar, cuando queremos sobresalir por encima de nuestros hermanos, en lugar de salir a abrazarles. Es entonces cuando, para "hacernos notar", nos "deshacemos" del Protagonista de nuestra historia que es Dios, denigramos a los demás actores que son nuestros hermanos y nos colocarnos en el centro de la escena. Es entonces cuando creemos y decimos¡yo soy infinitamente mejor que todos
Pero debemos tener cuidado y estar vigilantes porque esto es exactamente lo que hizo Satanás cuando se rebeló a Dios. Lucifer (del latín, que significa lucero, luz, ángel de luz, portador de luz) se sentía superior al resto de los ángeles (de hecho, lo era), a todos los hombres, a quienes despreció, e incluso a Dios, a quien se rebeló. 

Su sentencia "non serviam" desveló lo que su corazón albergaba: orgullo, vanidad, soberbia, altanería, arrogancia, engreimiento...Como el hermano mayor, se alejó de todos porque se sentía superior a sus sirvientes (de hecho, lo era), a su hermano menor, a quien despreció y juzgó, y sobre todo, al Padre, a quien increpó y rechazó.

Justo lo contrario que hizo Jesucristo, quien aceptó "servir" al Padre y al hombre (el "hermano menor") con humildad, modestia, docilidad y amor, iluminando al mundo, dando ejemplo y atrayendo a todos. Pero además, al regresar a la casa del Padre, el Señor nos dejó al Espíritu Santo para guiarnos e iluminarnos en la verdad y para dar testimonio de Jesús, no para que habláramos de nosotros, no para "sobresalir" (Jn 15,26-27).

Decía Santo Tomás de Aquino que hay dos tipos de comunicación: la locutio, un monólogo personal y autorreferencial que no interesa en absoluto a quienes escuchan porque se sienten lejanos, excluidos o incluso despreciados; y la illuminatio, un discurso integrador y empático que ilustra la mente, ilumina el alma y atrae el corazón de quienes escuchan.

En el primer caso, habitualmente, el auditorio "deja de escuchar" mientras que en el segundo, la atención de los oyentes va "in crescendo". El primero, sin un ápice de empatía ni de caridad, pretende imponer, con cierto desprecio implícito, "su yo" para vencer a "su ellos", es decir, "derrotar para ganar", alejándose de sus oyentes, mientras que el segundo, derrota "su yo" para ganar "su ellos", acercándose a sus interlocutores. 

La "illuminatio" es el mayor ejemplo y llamada para el cristiano: Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza... siendo Dios, se hizo hombre para divinizarnos. 
Cuando proclamo mi fe a mis hermanos o a otras personas, es preciso que entienda que se trata, no tanto de "brillar" ante ellos ni de "deslumbrarlos", como de iluminar 
el sendero y de alumbrar la oscuridad, para que todos puedan descubrir al verdadero protagonista, a la verdadera Luz: Jesucristo, que ilumina la Iglesia y el mundo.

Decía el cardenal Ratzinger que es preciso desechar ese paradigma “masculino" que adoptamos en nuestro modo de vivir y de hablar, que nos conduce sólo a dar importancia a las capacidades propias, a la acciones individuales, a la eficacia o el éxito particulares, para asumir un paradigma “femenino", que nos conduzca a la escucha, a la espera, a la paciencia y a la calma. Implícitamente, nos está dirigiendo a la Virgen María, nuestro segundo ejemplo más glorioso y brillante de "illuminatio" en el servicio a Dios y a los hombres, después de su Hijo. Ella dio "a luz" a la "Luz".

Por tanto, si me considero cristiano, debo ser luz del mundo (Mt 5,13-16), reflejando la luz de Dios, como la luna refleja la del sol, como María refleja la de Jesús. Debo alumbrar a mis hermanos con la misma docilidad y humildad de Jesús, iluminar a mi prójimo con la misma delicadeza y gracia del Espíritu Santo, escuchar con la misma fe y ternura de María, y obrar con la misma misericordia y caridad de Dios Padre.
Para nosotros, los católicos, la caridad lo es "todo": la vida no depende de mis talentos ni de mis habilidades sino del amor con que los emplee. El amor es la luz que el mundo necesita. Sin amor, nada vale, de nada sirve (1 Co 13,1-13). El amor es el "qué" (contenido), el "cómo" (método) y el "por qué" (estilo) de nuestra fe cristiana.

El amor de Cristo convierte mi hablar en positivo, relevante y atractivo. La gracia del Espíritu proporciona a mis palabras empatía, credibilidad y amabilidad hacia los demás. La fe de la Virgen infunde en mi corazón la capacidad y la fortaleza necesarias para meditar y actuar de forma paciente, integradora y abierta. 

Dice San Pablo, en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, que pidamos en oración discernimiento, gracia y eficacia al hablar; que nos esforcemos por conseguir el amor y por anhelar los dones espirituales, pues no hablamos para hombres, sino para Dios; que no se trata de edificarse a uno mismo sino a la Iglesia de Cristo, procurando sobresalir para la edificación de la comunidad, no para nuestra vanidad, pues si no hablamos con el espíritu y el amor de Dios, es como si habláramos al aire.

"Entonces, ¿qué, hermanos? 
Cuando os reunís, 
uno tiene un salmo, 
otro tiene una enseñanza, 
otro tiene una revelación, 
otro tiene don de lenguas, 
otro tiene una interpretación: 
hágase todo para edificación" 
(1 Co 14, 26)

JHR

sábado, 16 de enero de 2021

¿TE HE DICHO ALGUNA VEZ QUE TE QUIERO?

"Salió de nuevo a la orilla del mar; 
toda la gente acudía a él y les enseñaba. 
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, 
sentado al mostrador de los impuestos, 
y le dijo: 'Sígueme'. 
Se levantó y lo siguió"
 (Marcos 2, 13-14)

Meditando hoy el conocido pasaje del evangelio de San Marcos, cuando Jesús le dice a Mateo "Sígueme", me ha hecho recordar el momento, hace algo más de cinco años, en el que escuché "la pregunta". 

Fue en un retiro cuando Cristo, que "paseaba por la orilla de mi mar", me miró con ternura y me preguntó: ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?...Fue su forma de decirme: "Sígueme".

Desde que escuché esa pregunta retórica, ya nada fue igual, ya no fui el mismo. No podía serlo. Me levanté y lo seguí. Tampoco podía explicarlo. Algo cambió mihasta entonces, duro y áspero corazón. Su llamada retumbó en mi interior como un eco interminable que aún perdura. 

Fue esa peculiaridad para atraerme, esa sutileza para afirmar preguntando "¿te he dicho alguna vez que te quiero?", esa delicadeza para preguntar afirmando "Sígueme", la que puso "patas arriba" toda mi forma de pensar y actuar, ampliando mi perspectiva y cambiando completamente mi mirada egoísta y ensimismada en mis intereses, para dirigirla hacia Dios y hacia los demás. 

Fue esa voz endulzada de gracia interrogativa, que jamás quebranta la libertad, la que me invitó a descubrir cómo, en realidad, me lo había dicho continuamente a lo largo de toda mi vida, pero yo no me había dado cuenta. Ese día no fue el día que Dios pasó por mi vida. Él ya estaba en ella, pero yo no lo veía. Fue el día en que yo pasé por el amor de Dios.

Fue esa mirada cautivadora, auténtico "flechazo de amor", la que me mostró como Dios-Amor va siempre por delante ("me primerea", como dice el Papa Francisco), abriendo el camino, liderando, dando ejemplo, invitándome a hacer lo mismo que Él: a servir, a amar.
Como hizo Mateo, dejé atrás mi "oficio de recaudador", mi profesión de "usar" y "abusar" de otros, mi propósito de "recibir" y "sacar provecho" de los demás, para "actualizar y resetear" mi vida, para dejar de vivirla de una forma egoísta e interesada y entregarla a los intereses del Reino, a la voluntad de Dios.

Así es Cristo

Amor auténtico y desinteresado que da la vida por sus amigos (Juan 15,13). 

Amor pleno y profundo que trasciende todo conocimiento, que enardece el corazón, cuando lo ocupa, cuando lo llena y lo habita (Efesios 3,17-19)

Amor eterno e infinito (Salmo 135,1) que no deja indiferente a nadie y que mueve a invitarle a "casa", como hizo Mateo o como hicieron los dos de Emaús. 

Ningún mérito es propio ni nuestro. Todos son de Jesucristo. Y cuando interiorizas esta Verdad, Ella misma te hace libre. Entonces, sigues a Cristo y haces tuya la pregunta:

 ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

martes, 5 de noviembre de 2019

DEJARNOS TOCAR POR EL CORAZÓN DE CRISTO

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El mes pasado, escuchaba a Monseñor Munilla decir que la diferencia entre creer y no creer, radica, no tanto en la creación, sino en la revelación.

Y es que uno puede creer que todo el universo ha sido creado por Dios. Y no anda desencaminado, porque es así. Pero la piedra angular de nuestra fe está en que Cristo, segunda persona de la Trinidad, se ha revelado a la humanidad.

Sólo a través de Jesucristo, podemos llegar al Padre. Sólo abriendo nuestro corazón al suyo podremos experimentar Su amor y, así, también amar. 

Cuando su corazón toca el nuestro, nos enamora. Cuando nos encontramos cara a cara con Él y nos habla del Padre, nos arde el corazón. Y cuando el corazón se nos sale del pecho de amor y alegría, no podemos sino evangelizar.

Resultado de imagen de sagrado corazonEvangelizar, en realidad, es "impregnar todo del amor de Cristo". Y sólo somos capaces de ser apóstoles de Cristo, cuando nos dejamos "impregnar de su amor", sólo somos capaces de ser verdaderos evangelizadores cuando nos dejamos "enamorar por y de Él"

Cuando nos dejamos "tocar por el corazón de Cristo”, tocamos lo más profundo del Señor, su propio Ser Divino, que nos une íntimamente a Él. 

Imagen relacionadaEn realidad, no somos nosotros los que le tocamos, sino que es Él quien primero toca nuestro corazón para hacerlo indiviso, para ser una sola cosa, con su ser divino.

Cuando nos dejamos tocar por el Corazón de Cristo, entramos en contacto directo con su latir de amor y de vida eterna.

Y por eso no es Él quien revive por nuestro roce místico y espiritual, sino que somos nosotros los que nos vemos reanimados al palpar con las manos de la fe, el sagrado corazón de Cristo.

Esto es lo que realizamos con cada Eucaristía, lo que pedimos en cada hora santa o momento de adoración eucarística: dejamos que Cristo tome nuestra mano, como tomó la de Santo Tomas y la lleve a su pecho abierto y allí meta nuestra mano en la fuente de vida eterna.

Es allí donde nuestro corazón recibe un nuevo impulso de vida, un nuevo latir que nos hace capaces de seguir viviendo en un mundo aparentemente gris, pero que nos impulsa a seguir anunciándolo a todos los hombres y a decir que hemos encontrado la fuente de la verdadera vida.