"No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis? "
(Is 43,18)
Desde que Jesús ascendió al cielo y nos dejó al Espíritu Santo, el Paráclito lleva 2.000 años soplando en la Iglesia (y seguirá haciéndolo) para llevar a cabo su cometido: la evangelización del mundo.
Sin embargo y desgraciadamente, Occidente se ha descristianizado y la Iglesia ha olvidado el "amor primero". Prueba de ello es que ha provocado que las parroquias hayan ido perdiendo a muchos de sus fieles en un goteo lento pero constante, a la par que no se ha producido reacción o respuesta alguna.
Se han convertido en parroquias de "servicios" donde los que acuden son meros espectadores que "consumen" sacramentos", "cumplen normas" o "siguen ritos", pero no se vive la fe ni se evangeliza. Es una sensación parecida a quien va al cine: ve la película pero no tiene contacto alguno con el "espectador de al lado".
Por tanto, es desde las (nuevas) parroquias, donde la nueva evangelización cobra un nuevo impulso: saliendo de sí mismas, de su letargo, y renovándose. Es un hecho que muchas de las estructuras y métodos han quedado obsoletos, que la Buena Nueva ha quedado en el ostracismo porque nadie la anuncia, que nadie acoge a nadie ni comparte nada con nadie, y que la mayoría de los templos se han convertido en espacios vacíos de personas y de contenido, cuando no cerrados.
Si de verdad amamos a la Iglesia deberíamos plantearnos algunas preguntas: ¿Mi fe contagia a quienes se han alejado? ¿Mi actitud cautiva y "gana" a otros? ¿Mi parroquia resulta atractiva? ¿Qué hago yo para hacerla atractiva y vibrante? ¿Por qué hay parroquias que crecen cuantitativa y cualitativamente, que atraen y motivan a propios y ajenos, y otras que no? ¿Cuál son los factores diferenciadores?
Rompiendo moldes
Sin duda, para que una parroquia sea atractiva y fascinante son dos los aspectos que sobresalen por encima del resto (aparte, por supuesto, de la presencia y acción del Espíritu Santo) y que Jesús nos enseñó: liderazgo y discipulado. Cristo lideró e hizo discípulos, rompiendo los moldes de la época y enfrentándose a los fariseos "cumplidores".
"Y dijo el que está sentado en el trono: Mira, hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21,5). No se trata de cambiar el mensaje sino de animar la capacidad de dirigir del líder (párroco), transformar a los mensajeros (discípulos) y replantear las formas y los medios de distribuirlo (pastorales). Es decir, "romper moldes", "abrir nuevos caminos", "elevar", cambiar viejos odres por nuevos odres.
Las parroquias que están en continua conversión, que transforman la metodología de sus pastorales pasando de una clericalización que no evangeliza, a un liderazgo capacitador y compartido que motiva, de una formación que desmotiva a un discipulado que apasiona, están "llenas de gracia". Y lo están porque es el Espíritu de Dios quien realiza todo, derramándose en una infinita variedad de dones.
Los factores diferenciadores son la docilidad que nosotros, los cristianos (líderes y discípulos) mostramos a las mociones e inspiraciones del Espíritu para que pueda actuar, guiar y producir frutos, y el discernimiento que realizamos para aceptarlas.
Liderazgo y discipulado caminan de la mano. Así nos lo enseñó Jesús:
-Liderazgo no es tanto autoridad o mando como "dar ejemplo", "ir a la cabeza", "abrir camino", "romper moldes". El sacerdote da ejemplo y dirige pero también delega.
-Discipulado no es tanto formación, catequesis o educación teológica como pasión por lo que se cree y entusiasmo por lo que se vive. El discípulo se compromete, comparte su fe con otros discípulos, y todos viven y disfrutan de la unión amorosa en Cristo.
Esa "pasión cristiana" es un poderoso acelerador del crecimiento y madurez espiritual de la comunidad, que se manifiesta en un mayor amor a Cristo, a la Iglesia y al prójimo.
Ese "entusiasmo misionero" es una fuerza motivadora para la comunicación con Dios (la oración), un compromiso total con la evangelización, una altruista acogida de los demás y una completa disposición para servir a Dios y al mundo.
Esa "ruptura de moldes" y "apertura de caminos" son, ni más ni menos, lo que Jesús enseñó a sus discípulos. El liderazgo no es un cargo de "animador espiritual" o de "organizador místico", como tampoco el discipulado es una serie de actividades de "entretenimiento cristiano" ni tampoco un conjunto de tareas en las que "siempre participan los mismos".
El liderazgo marca el camino hacia el discipulado, que es una fuente infinita donde todos pueden beber y aplacar la sed de Dios, donde se respira oración y alabanza, donde rebosa el gozo y la alegría.
Ambos se dirigen y confluyen inexorablemente en la Eucaristía. Así nos lo enseñó Jesús. La misa no es un evento al que "se va", ni la parroquia, un lugar de "cumplimiento", sino una "cita con Cristo", un "encuentro amoroso", un "banquete nupcial", donde se vive y ama, donde se acoge y comparte, donde se alaba y goza junto con el cielo en pleno.
Liderazgo y discipulado se unen y se retroalimentan: fe (sed de conocer) con oración (anhelo de comunicarse), esperanza (hambre de obtener) con adoración (ansía de encontrarse), amor (deseo de dar) con servicio (propósito de comprometerse).
Se trata de evangelizar recíprocamente y centrípetamente, primero a "los de casa", para después, evangelizar centrífugamente a los "de afuera". Se trata de hacer discípulos para que hagan más discípulos y que éstos hagan nuevos discípulos.
Sacando brillo
La parroquia debe brillar por dentro y por fuera. No siempre los que acuden a la parroquia son discípulos y, menos aún, discípulos misioneros. En la mayoría de las ocasiones son "cumplidores" de ritos o "consumidores" de servicios, cuando no "cristianos sociales" o "practicantes no creyentes".
Es completamente estéril (yo diría que imposible) que una iglesia sea atractiva de cara al exterior si en su interior no se "vibra", si no existe "pasión" y "alegría", si no hay "vida". Las parroquias no son cementerios, son lugares de fiesta, de vida... aunque la mayoría de las veces, parecen necrópolis por los que faltan pero, también, por los que están.
Las parroquias son nuestras familias espirituales, y no un grupo de personas desconocidas a las que vemos una vez por semana (o ni eso). Mientras no las consideremos "algo nuestro", mientras no busquemos expectativas de máximos en lugar de mínimos, mientras sigamos enfadándonos unos con otros o dejando de dirigirnos una palabra amable, seguiremos en cementerios llenos de sepulcros blanqueados.
El Espíritu Santo nos está diciendo ¡Basta ya!, ¡reencontrar la ilusión, el amor primero, la alegría del Evangelio!
Por eso, un factor necesario para "sacar brillo" es el establecimiento de una pastoral dirigida, fundamentalmente, al fin de semana, al Día del Señor, al domingo que podríamos definir como el día de las "H":
-Hospitalidad que recibe, saluda y acoge a todos
-Homilía que motiva, incentiva y estimula el compromiso
-Himnos que elevan, deifican y llenan el alma
-Hábitos que convierten las "vestiduras" en "acciones" concretas
-Hágase que, a imitación de la Virgen María, nos interpela a ayudar y acompañar a todos
-Hermandad que encuentra, conoce y ama a cada miembro de la comunidad
-Habilidades que reconoce y discierne los dones y talentos que existen en la parroquia
Otros factores "abrillantadores" son el paso de la acción social de la Iglesia a una caridad auténtica y a un servicio integral, el aprovechamiento de los sacramentos como ocasiones idóneas para iniciar el Anuncio a las personas que habitualmente no se acercan a la parroquia, organizar grupos pequeños donde vivir la fe de un modo más íntimo y personal, y construir una cultura parroquial testimonial, atractiva y apasionante tanto para próximos como para alejados.
Dice san Pablo:
"Así pues, siempre llenos de buen ánimo y de fe. (...) estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. (...) tratamos de ganar la confianza de los hombres (...) nuestro único deseo es daros motivos para gloriaros de nosotros, de modo que tengáis algo que responder a los que se glorían de apariencias y no de lo que hay en el corazón; (...) Porque nos apremia el amor de Cristo (...)Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo" (2 Co 5,6-17).
Hoy como en el principio, la Iglesia se encuentra ante un nuevo reto, un nuevo compromiso, personal y colectivo:
¿Qué hago yo por hacer atractiva mi parroquia?
¿Cómo genero pasión con mi actitud, con mi forma de estar, de hablar y de relacionarme?
¿Tengo buen ánimo y fe? ¿Me apremia el amor de Cristo?
¿Marco distancias con quienes no conozco o me gano su confianza?
¿Considero mi parroquia un feudo personal?
¿Soy de los que cree que no hacen falta cambios porque "las cosas se han hecho siempre así"?
¿Qué parte de "Yo hago todas las cosas nuevas" no entiendo o no quiero entender?
JHR