¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 23 de octubre de 2018

LA CONVERSIÓN ES EL INICIO, NO EL FINAL

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"Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"
(Jn 3, 3)

Uno de los momentos más emocionantes en nuestra vida es cuando conocemos a Jesucristo y entonces, se produce nuestra conversión. Pero, una vez que se produce ¿damos el paso definitivo hacia el proceso de transformación o nos quedamos en "modo conversión"?

La conversión (del latín convetere, significa "transformarse, hacerse distinto") es un punto de inflexión, es el inicio de un proceso. Es un gran momento pero no es el final del camino, no es la meta. 

A veces, ponemos tanto énfasis en el momento de la conversión, que pensamos que eso es todo. A veces, ponemos tanto hincapié en los métodos de evangelización que pensamos que es el final del camino.

Sin embargo, el deseo de Dios es la transformación de nuestras vidas, y que realmente comienza tras la conversión: "Quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término para el día de Cristo Jesús." (Flp 1, 6).

La conversión es el comienzo de una nueva vida. Nacemos de nuevo al Reino de Dios: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Jn 3, 3). Cuando nacemos de nuevo, tenemos algo que no estaba presente antes: el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos una nueva creación en Cristo.

De la misma manera que, cuando nuestra madre nos dio a luz, no nos dejó solos sino que nos amó, nos alimentó, nos cuidó y entramos a formar parte de una familia, cuando nacemos a una nueva vida espiritual, Dios no nos deja solos y se olvida. Al contrario, nos ama, nos cuida, nos alimenta y nos da una nueva familia en la que crecer y desarrollarnos.

Tras el nacimiento espiritual, debemos pasar a la siguiente fase: el crecimiento espiritual. Nuestro reto debe ser pasar de "conversos" (bebés espirituales) a "discípulos" (maduros espirituales). Y eso se consigue viviendo la fe en comunidad, en la Iglesia.

El Cambio de Pablo de Tarso
En su carta a los Romanos,  el apóstol Pablo insiste en que su conversión ocurrió “mientras era pecador”. Cuando Cristo se le apareció, Pablo no estaba llevando una vida correcta, ni estaba orando en el Templo, ni leyendo las Escrituras. Estaba persiguiendo a los cristianos, estaba pecando contra Dios.

Como el apóstol, nosotros también estábamos ciegos. Vivíamos sin Cristo, sin esperanza y alejados de Dios (Ef 2, 12). Como los dos de Emaús, abrimos los ojos y reconocimos a Cristo (Lc 24, 31) y, por su Gracia, sentimos la necesidad de cambiar de vida, no solo de mentalidad.

La mayoría de las personas experimentamos la conversión porque nos encontramos en una crisis, o en una situación difícil de nuestra vida, o porque estamos heridos o abatidos, o porque sufrimos. Necesitamos ayuda, y la necesitamos urgentemente. 

Por eso es tan importante que cuando nos encontramos con estas personas recién convertidas, las acojamos, las mostremos amor y las acompañemos. Como Iglesia de Cristo debemos darles alimento, cariño y cuidados para que se sientan realmente en familia.

Tras la conversió
n, las personas tenemos tres necesidades fundamentales:

Resultado de imagen de ESTABILIDADEstabilidad personal

Ante todo, necesitamos estabilidad personal. Hasta este momento, nuestra vida personal seguramente haya estado o esté fuera de control. 

Nos enfrentamos a situaciones que nos superan y por las que tenemos que ser ayudados. Necesitamos encontrar paz, descanso y alivio para estabilizarnos y dirección para comenzar a caminar.

Estabilidad social

Una vez que nos hemos convertido en creyentes, probablemente dejemos atrás algunas situaciones que vivíamos, o cosas que hacíamos, o quizás, nos encontremos con personas que no estén de acuerdo con nuestra nueva vida. 

Resultado de imagen de ESTABILIDADPor lo general, esas situaciones, cosas o personas eran aquellas con las que solíamos meternos en problemas. Y por ello, necesitamos personas que nos ayuden a superar todo eso. 

Perder amigos y familiares a veces puede ser consecuencia de seguir a Jesús, no porque ese sea nuestro deseo, sino porque a veces los amigos no entienden o no están muy interesados ​​en esa nueva vida. En cualquier caso, no es fácil y por eso, necesitamos personas que puedan ayudarnos a mantener otro tipo de relaciones, a vivir otro tipo de situaciones y hacer otro tipo de cosas.

Estabilidad doctrinal

Normalmente, el recién converso tiene ideas, pensamientos y conceptos no muy cercanos a la voluntad de Dios. Quizás, incluso equivocados. Seguramente, por desconocimiento.

Imagen relacionadaEs por ello, que el proceso de discipulado requiere la renovación de nuestra mentalidad y actitud. Debemos aprender lo que necesitamos saber, lo que Dios nos pide. Debemos buscar dirección espiritual y formación.

Tanto sacerdotes como laicos, debemos ayudar de inmediato a estas personas a crecer espiritualmente, y hacerlo a través de un proceso, que a veces, será de acompañamiento, otras, de formación, otras, de dirección espiritual, y otras, de corrección fraterna. 

La conversión verdadera

La conversión verdadera consiste en un cambio de vida, no solo en un cambio de actitud o mentalidad personal: implica cambiar los anhelos, las normas y las cosas del mundo por las de Dios.

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La conversión se produce por la gracia de Dios. La misma que alcanzó el corazón de la pecadora en la casa de Simón. La misma que cegó a Saulo de Tarso, enemigo de la fe cristiana camino de Damasco. La misma que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del carcelero. 

Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de recibir el poder transformador del Señor: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6,44),"pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad." (Flp 2, 13).  

Es Dios quien nos llama y hace entrar el milagro de la gracia en nuestros corazones a través de situaciones y de personasNosotros apenas hacemos nada, tan sólo nos rendimos a Él.

La conversión no consiste en "ser buenos" o "cumplidores". Pablo, era un hombre "bueno", educado y gran conocedor de las Escrituras y de la Ley, que obedecía cuidadosamente y cumplía con gran celo. Tuvo que ver todo "su cumplimiento de la fe" como pérdida para reconocer a Dios. Tuvo que prescindir de "su justicia" para encontrar la misericordia de Dios.

Para que la conversión se produzca es necesario el arrepentimiento: "Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3, 19). Sólo hay conversión cuando tomamos conciencia de nuestras faltas y errores que son expuestos a la luz de la Verdad, que es Jesucristo.

Nuestra meta

Nuestra meta no es conocer a Cristo y seguir con nuestra vida como si nada. Nuestro destino es llegar al cielo para estar junto a Él y para ello debemos emprender un largo camino que, paradójicamente, transcurrirá con una sucesión de conversiones.

Para alcanzar nuestra meta es necesario vivir nuestra conversión en comunidad. Sólo la conversión fructifica y transforma nuestra vida, si la vivimos en la familia de Dios. 

Imagen relacionadaPor eso, cada comunidad parroquial necesita establecer un proceso que proporcione un plan de acompañamiento, discipulado y dirección espiritual para juntos crecer en comunidad, como iglesia, como familia. 

Es necesario que se produzca en nosotros un progresivo cambio en nuestros pensamientos (mente), en nuestros deseos (corazón) y finalmente, en nuestra vida. Sin tal proceso, aunque nos unamos a una comunidad, aunque asistamos a misa y a los sacramentos, aunque pensemos que somos "buenos cristianos", seguiremos estando ciegos o, cuando menos, tuertos. 

Para estar en y con Cristo y anhelar el cielo, nada es suficiente a menos que lleguemos a ser “una nueva creación” (Gal 6,15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, cuando mantiene una gran vida interior, la persona manifestará por fuera una “nueva vida”en Cristo (Romanos 6, 4). 

Cuando nos convertimos verdaderamente, cambiamos nuestros rumbos y nuestros caminos, desechamos todos los malos hábitos y manifestamos los frutos en una vida guiada por Dios, dejamos de vivir una vida desordenada para vivir una vida ordenada y encaminada hacia el propósito para el que fuimos creados: Dios. 


domingo, 15 de julio de 2018

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: RECRISTIANIZAR EUROPA

Europa ha perdido su identidad católica para convertirse, a través de un proceso de secularización, en una sociedad con una grave crisis de fe y de pertenencia a la Iglesia.

Fue San Benito, quien llevó a los pueblos bárbaros del viejo continente a la vida civilizada y cristiana, forjando el alma y las raíces de Europa: "los monjes no quisieron hacer Europa,...quisieron vivir para Cristo y el resultado fue Europa". Después, fueron San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, San Agustín, San Ignacio... y un largo etcétera de católicos, quienes siguieron construyendo y erigiendo lo que hoy conocemos como la civilización cristiana, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.

Hoy parece que volvemos a una nueva barbarie con la supresión de nuestra honda identidad cristiana y el resultado es algo que no se parece en nada a la Europa católica de antaño: los principios sagrados y los valores identitarios están siendo desplazados por falsas libertades e igualdades que, tratando de hacernos comer del fruto del "árbol del conocimiento", intentan dirigirla a un nuevo espacio, alejado de Dios, fuera del "Edén"
.

Una Europa irreconocible

De los 702 millones de europeos, sólo 276 millones son "católicos". En los últimos años, la Iglesia católica europea ha perdido 10 millones de fieles y cada vez tiene menos sacerdotes para atenderlos por falta de vocaciones. Es, sin duda, el invierno de la Europa cristiana.

Francia, la primogénita católica, es hoy una nación laica y pagana. Y con ella, España y el resto de países tradicionalmente cristianos, antaño fieles transmisores de la fe católica, han sucumbido a la tentación de mundanizarse. Una tentación que se ha propagado como la peste a lo largo y ancho del Viejo Continente.

Europa sufre una profunda transformación cultural, motivada por dos procesos con sus nefastas consecuencias: globalización e inmigración, que han cambiado los esquemas europeos, y que conduce hacia "una apostasía silenciosa".

Europa se ha convertido en una sociedad multi-étnica y multi-confesional, que reniega de su propia historia y de sus símbolos religiosos, que forjaron su identidad y su cultura, convirtiéndose en caldo de cultivo de todo tipo de ideologías: ateísmo, materialismo, consumismo, relativismo, hedonismo...

Europa ha pasado de ser un continente marcado profundamente por la cult
ura cristiana, a ser un continente que reniega o, cuando menos, ignora sus propias raíces cristianas. Parece no tener necesidad de Dios, y pretende que lo religioso quede relegado al terreno meramente personal e individual. Un cristianismo "encerrado", prisionero y a la espera de su ejecución.

En nuestro pasado reciente, Europa ha sucumbido a la irrupción de dos sistemas económicos, políticos e ideológicos, cada uno con sus terribles consecuencias: por un lado el capitalismo y, por otro, el comunismo. En ambos, Dios ha sido relegado o sustituido y la experiencia religiosa hoy es “perseguida”, directa o indirectamente. 

Hoy, Europa se encuentra prisionera de un “integrismo laico” excluyente  y por una feroz hostilidad y un constante acoso a la Iglesia

Y así, hemos vuelto a los orígenes de la Iglesia: de la misma forma que Jesucristo fue perseguido hasta la muerte, la Iglesia es perseguida por los poderes públicos, por una sociedad alejada de Dios, por un mundo paganizado, y atacada por ideologías contrarias al Evangelio que pretenden su crucifixión y muerte.

Una Iglesia irreconocible

La Iglesia Católica consiguió el objetivo de cristianizar Europa, pero no fue capaz de evangelizarla. El continente asumió la cristiandad pero no la misión de Cristo...

La Iglesia ha sido el redil de las noventa y nueve ovejas, a las que sólo ha ido “alimentando” y que poco ha poco, muchas de ellas, lo han ido abandonando hacia "otros pastos", motivadas por la indiferencia, el agnosticismo, la increencia, la desafección religiosa, el individualismo, el consumismo y el relativismo.

Han sido pocos los pastores que han salido a buscar y rescatar a esas ovejas. Han preferido resguardarse y acomodarse dentro del redil y, finalmente,  ahora es una la oveja que está dentro, y noventa y nueve, fuera. 
La Iglesia ha cerrado sus puertas por dentro, adoptando una tendencia generalizada a reafirmarse en lo identitario, en la verdad poseída y que se ha de preservar; de inclinarse más por el culto que por la calle, por el mantenimiento más que por la misión, por el control humano más que por la acción del Espíritu Santo. 

Y así, ha perdido su vocación misionera de salir al encuentro de los que se han instalado en esos otros “pastos”

Ha sido incapaz de integrar la pretendida renovación del Concilio Vaticano II, es decir, pasar de una Iglesia-comunión a una Iglesia-misión, servidora del mundo.

Se hace necesario
, pues, que la Iglesia recupere su vocación peregrina y misionera, y hacer el éxodo de una Iglesia de mantenimiento a una Iglesia misionera,  de "puertas abiertas", que forme discípulos misioneros.

Es imprescindible que salga de su aletargamiento misionero y de su parálisis pastoral, para "re-evangelizar" un "nuevo mundo" que ha dejado de estar sujeto a Dios para desarrollar y cumplir su propia voluntad.

Es vital que en la Iglesia se produzca una “metanoia”, un cambio de mentalidad hacia el origen, para que el mensaje de Cristo resuene en los oídos de quienes quieran escuchar, le reconozcan y transformen su vida. Y de esa forma, cambiar el mundo. 

La Iglesia necesita dejar de repetir las mismas palabras y los mismos esquemas. Debe renovar catequesis que no forman discípulos misioneros sino personas que consumen y, después  abandonan la casa de Dios. 

La Iglesia debe dejar de considerarse “mayor”, "anciana",“de tercera edad”, para convertirse en una "renacida", "joven" y vigorosa. 

La Iglesia necesita más valor  y audacia para salir fuera, para comprometerse, para tomar conciencia de la acción del Espíritu, “que sopla donde quiere” para llevarnos al origen, a Cristo.

Una asignatura pendiente


Desde que Juan Pablo II propusiera esta nueva evangelización hasta hoy, han pasado casi cuarenta años, pero la realidad es que la Iglesia sigue sin interesar al europeo de hoy. El mensaje de Jesucristo “rebota” en un muro de indiferencia, de desprestigio eclesial, de materialismo, “de apostasía silenciosa y relativista”. 

La cuestión es que Dios ni atrae ni inquieta. Dios no interesaSencillamente, deja indiferente a un número cada vez mayor de personas y parece diluirse en la conciencia del hombre actual. Ha desaparecido como respuesta al sentido de la existencia.

Hemos pasad
o del “orden de las creencias”, en el que los individuos actuaban movidos por una fe que les servía de criterio, sentido y norma de vida, al “orden de las opiniones”, en el que cada uno tiene su propia opinión sin necesidad de fundamentarla en ningún sistema ni tradición. Todo ello en el marco de un escepticismo, desidia y desencanto generalizado.

Las personas
 se han familiarizado en una cultura de “la ausencia de Dios”: se prescinde de Dios y no pasa nada especial. Incluso, nosotros los católicos, nos vamos acostumbrando a esta nueva situación de indiferencia y de increencia, conviviendo sin más con otras personas a las que Dios no atrae, ni fascina, ni interpela ni seduce: ateos convencidos, agnósticos, adeptos a nuevas religiones y modas espirituales, personas que creen “en algo”, individuos sincretistas y creyentes “a la carta”, personas que no saben si creen o no creen, que creen en Dios sin amarlo, que oran sin saber muy bien a quién se dirigen…

Lo religioso y lo espiritual se va reduciendo a un ámbito cada vez
 más restringido, perdiendo influencia en el campo político, social, cultural o artístico. 

Crece la incultura religiosa. Los “media” difunden una cultura indiferente y frívola donde lo religioso aparece muchas veces vinculado o incluso mezclado con lo esotérico, la astrología, las creencias ocultas, la parapsicología, el tarot, la meditación, el yoga, el reiki y la trascendentalidad oriental...

La vida agitada, la prisa, el ruido y el estrés impiden a muchos pensar y reflexionar. Muchos ni siquiera se plantean las grandes cuestiones de la existencia; no tienen palabras para hablar de la fe. Lo desconocen casi todo. Crece el paganismo como forma de vida.

Tampoco la nueva evangelización ha entrado en las propias mentes y corazones del pueblo más o menos fiel que se siente miembro de la Iglesia. Quizás se ha producido un cierto “aggiornamento”, pero no se ha dado la transformación deseada por low Santos padres, pues no existe en la mayoría de los católicos, ni el compromiso ni el valor necesarios para lanzarse y salir a transformar el mundo.

Por desgracia, los católicos ya no forman un "cuerpo" homogéneo. Se han vuelto "ambiguos" y "tibios". Muchos que se llaman cristianos, no difieren mucho en su estilo de vida de quienes no se reconocen como tales. Dicen "creer pero no practicar". No fundamentan sus formas de vida ni en la fe, ni en el seguimiento a Jesucristo y ni en su misión de evangelizar.

Po
co a poco, muchos han sucumbido al mundo y han caído en el desinterés, el abandono, la decepción, el silencio y olvido de algo que un día tuvo algún significado en sus vidas. 

Cada vez es más frecuente entre los católicos, un agnosticismo difuso, una indiferencia por falta de trasfondo religioso y memoria cristiana, alergia a la Iglesia institucional mal entendida, fuerte valoración de las propias convicciones por falta de formación religiosa, rechazo de normas de Dios y, casi siempre, un relativismo creciente.

Una misión por delante

Entonces, ¿qué ha de ser y cómo ha de actuar la Iglesia? ¿cómo ha de entender y vivir su misión?
La nueva evangelización de la Iglesia debe "navegar" en esta terrible situación de descrédito y desconfianza en los grandes principios y valores. 

La Iglesia deberá responder a preguntas como: ¿dónde puede encontrar la sociedad europea un nuevo eje para orientar su caminar histórico?, ¿cómo explicar la Transcendencia y la Inmanencia?, ¿dónde encontrar ese puente entre lo sagrado y lo secular?, ¿en qué dirección buscar modelos adecuados para decir “Dios”?

Es  necesario que captemos la profundidad y gravedad de esta crisis religiosa para vivir y comunicar la experiencia cristiana de Jesucristo vivo y resucitado dentro del contexto en el que nosotros nos movemos: una Europa descristianizada. 

Es, en este mundo de la “indiferencia/increencia”, donde todos los católicos debemos encarnar la nueva evangelización, de la misma forma que Cristo se encarnó en el mundo hace veintiún siglos. Cristo no se quedó en casa con los suyos, salió al mundo a ofrecerle el mensaje de salvación que le encargó el Padre a pesar de que sabía que eso le llevaría a la muerte.

En un próximo artículo, reflexionaremos sobre las claves de la nueva evangelización. Hasta entonces... "que Dios nos pille confesados".