¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 6 de mayo de 2023

¿CONFIANZA O AUTOSUFIENCIA?

"Si no veis signos y prodigios, no creéis"
(Jn 4,48)

Ocurre que, en ocasiones, algunos pasamos nuestra vida pidiéndole a Dios señales y prodigios para confirmar que nuestras expectativas de vida, nuestros deseos y proyectos de "aquí abajo" coinciden con Su voluntad. Y si no sucede así, se lo recriminamos. 

Sin embargo, ¿no deberíamos seguir el ejemplo de la Virgen María, discerniendo y meditando todo en nuestro corazón? (Lc 2,19).

Recuerdo una historia graciosa que me contaron en una ocasión, durante una charla sobre la fe y la confianza en Dios, que viene muy al caso y que decía algo parecido a esto:

Había una vez un hombre muy creyente que no temía nada porque Dios siempre estaría junto a él para ayudarlo en cualquier circunstancia.

Un día, se desencadenó una terrible tormenta que provocó grandes inundaciones. Buscó un sitio elevado en el tejado de su casa y esperó a que Dios le salvara.

Al poco tiempo, se acercó una lancha de rescate desde la que le dijeron- "Hombre de Dios, agárrese a esta cuerda y le pondremos a salvo".

El hombre contestó -"Muchas gracias pero no necesito de su ayuda, Dios me salvará".

Y la lancha se marchó.

Al cabo de un rato, otra embarcación se acercó, le lanzaron un salvavidas y le dijeron- "Hombre de Dios, sujétese a este salvavidas y le llevaremos a tierra firme".

El hombre contestó de nuevo -"Muchas gracias, pero no necesito de su ayuda, Dios me salvará".

Ellos insistieron porque la tormenta arreciaba y el agua crecía por encima de las casas, pero el hombre no les hizo caso. Y se alejaron en busca de otras personas.

De pronto, escuchó el ruido de las aspas de un helicóptero desde el que le lanzaron una escalera y le dijeron-"Hombre de Dios, agárrese bien a la escala que le tendemos, suba por ella y le pondremos a salvo".

Pero el hombre nuevamente contestó -"Muchas gracias pero no necesito de su ayuda, Dios me salvará".

El helicóptero se alejó dejando al hombre en una situación tan límite que terminó ahogándose.

De camino al cielo, el hombre se encuentra con Dios y le dice: "Señor Dios, yo que siempre he creído en Ti, yo que siempre he confiado en Ti, yo que siempre te he rezado...¿por qué me has abandonado a mi suerte, dejándome morir ahogado?"

Dios, con infinita paciencia y ternura le dice -"Querido mío, yo nunca abandono a mis hijos amados.
¿Recuerdas la lancha que te dijo que te acercaras para ponerte a salvo? Era YO ayudándote.
¿Recuerdas el barco que te lanzó un salvavidas para ponerte a salvo? Era YO ayudándote.
¿Recuerdas el helicóptero que te lanzó una escala para ponerte a salvo? Era YO ayudándote.

En tres ocasiones fue a buscarte para salvarte y tú decidiste rechazarlas una tras otra. Yo siempre estuve cerca de ti, a tu lado, para ayudarte pero está en ti reconocer las oportunidades que te brindo y aprovecharlas. En contra de tu libertad, yo no puedo hacer nada".

¡Cuántas veces nos cuesta reconocer al Señor! ¡Incluso aunque camine a nuestro lado y nos hable por boca de otros! ¡Incluso cuando las circunstancias son tan evidentes que no cabe otra! 

¡Cuántas veces nos empeñamos en instrumentalizar a Dios con el propósito de ponerle a nuestra disposición, para que obre de acuerdo a nuestras expectativas y no según Su voluntad!

¡Cuántas veces pensamos que Dios es el genio de la lámpara maravillosa de la iglesia, que al frotarla, nos concede tres deseos!

Nada de esto es nuevo ni particular de nuestro tiempo. Dios ha obrado siempre así (con amor infinito) desde el principio de la creación a través de sucesivas alianzas con el hombre con las que ha intentado ir preparándolo para su salvación enviándole jueces, reyes y profetas. 

Y en la plenitud de los tiempos, "la luz brilló en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió...El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo...Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,5.9.11). Jesucristo, Dios encarnado, a pesar de realizar muchos signos y prodigios, a pesar de mostrar su divinidad con palabras y obras...no fue reconocido ni acogido por los suyos (nosotros).

Juan, el "discípulo amado" concluye su evangelio así: "Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir" (Jn 21,25).

Pero el hombre, por vanidad a veces, y por estupidez, otras, ha optado (optamos) casi siempre y en el mejor de los casos, por darle la espalda y mirar hacia otro sitio (al suelo, a nuestro polvo, a nuestra humanidad caída), y en el peor de los casos, (optamos) por crucificarlo.
La confianza no es otra cosa que poner nuestra vida en manos del Señor y lanzarnos sin miedo a sus brazos, de la misma manera que un niño pequeño se lanza en brazos de su padre cuando éste le tiende sus manos al final del tobogán, para recibirlo y sostenerlo.

La autosuficiencia y el orgullo con los que nos esforzamos los hombres en vivir una vida que nos ha sido regalada y que pretendemos manejar a nuestro antojo, son las principales causas que nos impiden muchas veces reconocer, escuchar y confiar en Dios. Incluso, en ocasiones, nos hacen creernos que nuestra fe es firme y sólida.

La confianza no es otra cosa que escuchar y estar atentos a lo que Dios dice y hace -"Shemá, Israel" - (Dt 6). Es así de simple pero nosotros lo complicamos. Dios no se va a aparecer particularmente a nosotros en una zarza ardiente, ni en un carro con caballos blancos, ni rodeado de un coro de ángeles tocando trompetas, ni tampoco en un cartel con luces de neón...

Dios es más sutil y más delicado que todo eso... porque nos ama con locura y porque somos el culmen de su creación. Pero, como dice un amigo mío: "¡Nosotros, no nos enteramos de nada!"

"Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído” 
(Jn 20,29)

martes, 16 de noviembre de 2021

(RE)CONOCER A CRISTO

"Hoy ha sido la salvación de esta casa, 
pues también este es hijo de Abrahán. 
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar 
y a salvar lo que estaba perdido"
(Lucas 19, 1-10)


Ayer lunes fue mi santo, San Alberto Magno, y el Señor llamó mi atención, como siempre a través de Su palabra, en el evangelio de Lucas, donde menciona a un ciego y a un tal Zaqueo. Ambos "quieren ver y no pueden"...curioso... habla de mí...de otro que también quiere ver y no puede, otro que está en búsqueda constante por (re)conocer a Dios pero que cae continuamente.

No hace mucho, yo estaba en una cuneta, alejado del camino, ciego, abatido y sin ilusión. Fue entonces cuando me dijeron en Jericó (=un retiro de Emaús) que Jesús venía de camino. Yo, le grité con insistencia: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Lo hice, casi por inercia, por mimetismo, por desesperación...por ver si se paraba, por ver que ocurría.

Jesús se paró y me preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” (en realidad, me preguntó: "¿te he dicho alguna vez que te quiero?"). Yo le contesté: “Señor, que vea otra vez” (en realidad, le contesté: "sí, Señor, muchas veces, pero yo no te escuchaba"). Entonces Él me dijo: “Recobra la vista, tu fe te ha curado”. 

Como los dos de Emaús, yo estaba de vuelta de muchas cosas y cargaba con una pesada mochila de decepciones y proyectos frustrados… Yo estaba ciego porque sólo veía "mis cosas" y no lo verdaderamente importante. Fue sólo cuando me puse junto al camino por donde Jesús pasaba, cuando fui capaz de reconocerle...y Él me hizo"ver". 

Dejé de ser un "ciego" y volví a ver, a ilusionarme, a comprometerme, a entregarme… El encuentro con el Resucitado me transformó. Descubrir a Jesús, reconocerle y confesarle, dejarme transformar y seguirle, no es ningún mérito mío, sino todo un milagro que sólo la fe consigue.

Eso fue ayer. Hoy Jesús, que no tira nunca la toalla por los pecadores, ya dentro de la ciudad de Jericó, en el tumulto del "día a día", al verme "subido" en una higuera (encaramado de nuevo en el orgullo y la soberbia), me derrite con esa mirada compasiva suya, capaz de enamorar y de convertir como nadie...y me llama "Zaqueo". 

Me mira y no me reprocha mi mal proceder ni mis caídas desde el momento que me hizo recobrar la vista. Tan sólo me dice que quiere venir a mi casa a comer, mientras algunos ya han comenzado a murmurar acerca de mi condición de pecador, de mal cristiano.

Como Zaqueo, dando un salto, reconozco mis faltas de caridad y de piedad, asumo todo aquello que he hecho mal y me comprometo a restituirlo. Cristo, defendiéndome de mis acusadores, les dice: "He venido a buscar y a salvar a los que estaban perdidos"... Nuestro Señor es...Único.

Sin embargo, yo, ¡qué facilidad tengo para volver a mi ceguera y obrar mal, para servirme de los demás, para vivir a su costa en lugar de vivir a su favor! ¡Qué prontitud tengo para criticar y para descartar a aquellos que no actúan conforme a mis criterios! ¡Qué incapacidad para entender por qué actúan así, para compadecerme de sus heridas y para evitar brindarles mi ayuda y mi apoyo!

¡Cuánto me cuesta comprender que Dios me quiere tal como soy, con mis virtudes y mis defectos, que perdona todas mi ofensas!... ¿cómo puedo yo criticar o descartar al diferente? ¿cómo puedo yo no perdonar a quien me ofende? ¿cómo puedo negarme a asumir que el amor de Dios es, como la lluvia o el nuevo día, para todos, buenos y malos?

Al (re)conocer a Jesús, mis ojos se abren de nuevo y veo. Él me da ejemplo para que yo sea también motivo de conversión, para que me esfuerce en mirar a otros con la compasión con la que Él nos mira, para esforzarme en salir a buscar a quienes están perdidos o necesitan mi ayuda...

Ser cristiano es (re)conocer a Cristo Resucitado en el prójimo. Ese que me encuentro en una cuneta o subido a un árbol...a cada paso que doy...


JHR

martes, 6 de abril de 2021

RECONOCIENDO EN LAS APARICIONES AL RESUCITADO

"Así está escrito: el Mesías padecerá, 
resucitará de entre los muertos al tercer día"
(Lucas 24,46)

A partir del tercer día, es decir, del domingo de resurrección, Cristo Resucitado se aparece en diez ocasiones a los discípulos, durante cuarenta días, antes de su ascensión a los cielos. Hoy meditamos y reflexionamos sobre su significado, sus características y su propósito.

Las diez cristofanías tienen tres características esenciales:

-IniciativaEl Resucitado toma la iniciativa. San Pablo lo explica en 2 Timoteo 1,9-10: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

La fe es la consecuencia del encuentro y no el origen de la experiencia. Jesús siempre se anticipa y nos interpela con preguntas y, como si no supiera las respuestas, quiere escucharlas de nuestros labios. Así ocurre cuando le pregunta a María Magdalena qué busca o cuando les pregunta a los dos de Emaús qué ha ocurrido con Jesús el nazareno.

-Reconocimiento: Los discípulos lo buscan donde no pueden encontrarlo. Lo buscan muerto pero está vivo. San Pablo en 1 Corintios 15,42-45 explica la resurrección de los muertos como la semilla que se siembra y que florece de otra forma"Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual (...) el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. 

Por eso, al Resucitado se le reconoce progresivamente como consecuencia de la gracia divina y no de nuestra razón humana. Se le distingue y se le contempla en la medida que maduramos espiritualmente y nos formamos en la fe.

-Sentido: Jesús envía a sus discípulos a la misión. San Mateo la expone así: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,19-20).

De la misma forma que Cristo vino a cumplir la voluntad del Padre, a servirle y a dar testimonio de Él, nosotros, su Iglesia, los cristianos, tenemos la obligación de testimoniar y servir a Dios en medio del mundo. Nuestra tarea es ser testigos de que Cristo ha resucitado y proclamar la salvación eterna a todos los hombres, hasta los confines de la tierra.
Además de estas tres características, encontramos en las apariciones del Resucitado unas providenciales analogías con las Bienaventuranzas descritas en Mateo 5,3-12. 

En Dios no existe la casualidad ni el azar. Todo tiene un propósito eterno. Y así, estas diez cristofanías no sólo están dirigidas a los discípulos cristianos del primer siglo, sino que también, con ellas, el Resucitado nos llama a ser santos:

Bienaventurados los mansos y los que lloran 
El Resucitado se aparece a los mansos, a los pecadores, a los humildes, a los que lloran. Se aparece (de madrugadaMaría Magdalena, Juana, Salomé y María, la de Santiago, que van al sepulcro y lo encuentran vacío. Allí encuentran a dos ángeles que les dicen que ha resucitado. 
Al salir del sepulcro, María Magdalena, volviéndose, se encuentra a Jesús pero no le reconoce, y piensa que es el jardinero (en realidad, en clara alusión al que cuida del Edén). Hasta que el "Rabunní" (que significa espiritualmente, maestro, y a la vez, marido) la llama por su nombre, entonces le "ve" y le reconoce. Es la Palabra de Dios la que convierte la mente y el corazón, la que nos consuela y la que nos conduce a las bodas del Cordero.
         
Después, las "envía" a todas, diciéndoles que vayan a contárselo a los discípulos para que le busquen en Galilea, es decir, en "tierra de misión" (Mateo 28,1-10; Lucas 24,1-11; Marcos 16,1-10; Juan 20,10-18). 

Por eso, es importante que nosotros no permanezcamos inmóviles y atenazados en el misterio de la Cruz, llorando la pasión y muerte del Señor. Allí no encontraremos las principales respuestas a la certeza de nuestra fe. Es necesario que nos acerquemos al misterio del sepulcro para ser capaces de ver al Resucitado. Sólo aproximándonos a la certeza de nuestra fe con pureza de intención, arrepentimiento y humildad, seremos capaces de ver y reconocer al Resucitado, y entender cuál es nuestra vocación, nuestro propósito: amar y servir.

Bienaventurados los limpios de corazón y los misericordiosos
Jesús se aparece (por la mañana del mismo día) a los puros de corazón, a los obedientes, a los agobiados. Se aparece Pedro cuando, después de ver el sepulcro vacío, se vuelve a casa solo, aunque esta escena no se narra en los evangelios sino en la carta de Pablo a los Corintios (1 Corintios 15,5). 
El Señor confirma a Cefas en la fe tras la negación del apóstol días atrás, y le calma el agobio que se había instalado en el corazón de "Piedra", es decir, de "Pedro", aunque limpio y lleno de amor al Maestro.

De igual manera, nosotros somos confirmados en la fe y aliviados por el Señor cuando, a pesar de nuestras negaciones y traiciones, acudimos rápidamente a Él, con una actitud de obediencia, sinceridad y deseo de santidad. Entonces, Jesús nos reconforta y nos resucita para que, de la misma forma, seamos misericordiosos con los demás.

Bienaventurados los pobres de espíritu y los que buscan la paz
El Señor se aparece a quien reconoce su pobreza y su debilidad, a quien se ha alejado de Dios pero le busca por el camino de la vida. Se aparece a Cleofás y el otro discípulo de Emaús (al atardecer) de camino a su aldea (Lucas 24,15-35).
Los dos de Emaús buscaban la paz de sus almas tras la pérdida de Jesús, y aunque la buscaban en un sentido contrario, la encuentran cuando abren su corazón a la Paz de Cristo.

Análogamente, también nosotros somos capaces de reconocer al "inesperado Caminante" cuando, a pesar de nuestras desilusiones y decepciones, de nuestros resentimientos y quejas, abrimos el corazón a la Palabra de Dios para que el propio Jesucristo, autor y protagonista de ella, lo inflame mientras nos habla de Él.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
El Resucitado se aparece a los que buscan la justicia, la rectitud y la honradez, a quienes permanecen reunidos en torno al Maestro. Y se aparece en torno a la mesa, en el cenáculo, en la Eucaristía:

- a los Diez apóstoles (sin Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (al anochecer) mientras están con Cleofás y el otro discípulo de Emaús en Jerusalén (Lucas 24,36-48; Marcos 16,14; Juan 20,19-24). 

- a los Once apóstoles (con Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (a los ocho días) cuando Jesús deja que Tomás introduzca su mano en sus llagas (Juan 20,26-30).
Jesús también se aparece a nosotros, quienes, aunque justos y rectos de intención, dudamos y titubeamos. El Señor busca a quienes tenemos sed y hambre de Él para que perseveremos y seamos fieles. Y nos busca sólo si permanecemos en comunidad, en comunión, en fraternidad.

Bienaventurados los perseguidos y los injuriados
Cristo se aparece a los que van a ser perseguidos, injuriados y martirizados por Su nombre y en cumplimiento de la misión encomendada. Se aparece:

a los Siete apóstoles en el mar de Tiberíades (al amanecercuando Pedro, Tomás, Natanael, Juan y Santiago (los Zebedeos) y otros dos discípulos están pescando. Jesús realiza el milagro de la pesca, símbolo de la Eucaristía donde encontramos fortaleza ante las dificultades (Mateo 28,16-20; Juan 21,1-14).

- a los Once en un monte de Galilea cuando les envía a la misión de evangelizar (Mateo 28,19-20; 1 Corintios 15,5-6). Además de los Once, había otros quinientos discípulos cuando se aparece Jesús.

- a Santiago el menor en un lugar indeterminado (1 Corintios 15,7)

- a los Once en Betania, cuando Jesús asciende al cielo (Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-53; Hechos 1,9-12).

- a Pablo, camino a Damasco (1 Corintios 15,8; Hechos 9,3-9; 22,6-11; 26,12-18).
El Señor se manifiesta en nuestra vida de misión, en nuestro servicio a Dios y a los hombres: cuando todo parece oscuro; cuando estamos dispersos; cuando, aún sabiendo lo que debemos hacer, no obtenemos resultados; cuando, aún llenos de celo, no somos capaces de ver; y también cuando somos perseguidos, señalados o insultados.

Jesús quiere hacernos ver lo transitorio de la economía de sus apariciones. Primero, diciéndonos a través de María Magdalena, que su nueva presencia es en el Espíritu“Suéltame”, No te apegues a ellas", "No me busques donde no puedes hallarme"

Segundo, diciéndonos a través de los dos de Emaús y de Tomás, que su nueva presencia es la certeza de la fe: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!", "¿Por qué os alarmáis?, "¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?", "Bienaventurados los que creáis sin haber visto".

Y tercero, diciéndonos a través de los Once en Galilea, en Betania, de Pablo en Damasco o en cualquier tierra de misión, que su nueva presencia se hace plena en el servicio por medio del Espíritu Santo: "Paz a vosotros", "Recibid el Espíritu Santo", "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos". 

En definitiva, con sus apariciones, el Resucitado nos llama a ser santos, a ser bienaventurados y a proclamar con fe y alegría que:

¡¡Jesucristo ha resucitado!!!

martes, 23 de octubre de 2018

LA CONVERSIÓN ES EL INICIO, NO EL FINAL

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"Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"
(Jn 3, 3)

Uno de los momentos más emocionantes en nuestra vida es cuando conocemos a Jesucristo y entonces, se produce nuestra conversión. Pero, una vez que se produce ¿damos el paso definitivo hacia el proceso de transformación o nos quedamos en "modo conversión"?

La conversión (del latín convetere, significa "transformarse, hacerse distinto") es un punto de inflexión, es el inicio de un proceso. Es un gran momento pero no es el final del camino, no es la meta. 

A veces, ponemos tanto énfasis en el momento de la conversión, que pensamos que eso es todo. A veces, ponemos tanto hincapié en los métodos de evangelización que pensamos que es el final del camino.

Sin embargo, el deseo de Dios es la transformación de nuestras vidas, y que realmente comienza tras la conversión: "Quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término para el día de Cristo Jesús." (Flp 1, 6).

La conversión es el comienzo de una nueva vida. Nacemos de nuevo al Reino de Dios: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Jn 3, 3). Cuando nacemos de nuevo, tenemos algo que no estaba presente antes: el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos una nueva creación en Cristo.

De la misma manera que, cuando nuestra madre nos dio a luz, no nos dejó solos sino que nos amó, nos alimentó, nos cuidó y entramos a formar parte de una familia, cuando nacemos a una nueva vida espiritual, Dios no nos deja solos y se olvida. Al contrario, nos ama, nos cuida, nos alimenta y nos da una nueva familia en la que crecer y desarrollarnos.

Tras el nacimiento espiritual, debemos pasar a la siguiente fase: el crecimiento espiritual. Nuestro reto debe ser pasar de "conversos" (bebés espirituales) a "discípulos" (maduros espirituales). Y eso se consigue viviendo la fe en comunidad, en la Iglesia.

El Cambio de Pablo de Tarso
En su carta a los Romanos,  el apóstol Pablo insiste en que su conversión ocurrió “mientras era pecador”. Cuando Cristo se le apareció, Pablo no estaba llevando una vida correcta, ni estaba orando en el Templo, ni leyendo las Escrituras. Estaba persiguiendo a los cristianos, estaba pecando contra Dios.

Como el apóstol, nosotros también estábamos ciegos. Vivíamos sin Cristo, sin esperanza y alejados de Dios (Ef 2, 12). Como los dos de Emaús, abrimos los ojos y reconocimos a Cristo (Lc 24, 31) y, por su Gracia, sentimos la necesidad de cambiar de vida, no solo de mentalidad.

La mayoría de las personas experimentamos la conversión porque nos encontramos en una crisis, o en una situación difícil de nuestra vida, o porque estamos heridos o abatidos, o porque sufrimos. Necesitamos ayuda, y la necesitamos urgentemente. 

Por eso es tan importante que cuando nos encontramos con estas personas recién convertidas, las acojamos, las mostremos amor y las acompañemos. Como Iglesia de Cristo debemos darles alimento, cariño y cuidados para que se sientan realmente en familia.

Tras la conversió
n, las personas tenemos tres necesidades fundamentales:

Resultado de imagen de ESTABILIDADEstabilidad personal

Ante todo, necesitamos estabilidad personal. Hasta este momento, nuestra vida personal seguramente haya estado o esté fuera de control. 

Nos enfrentamos a situaciones que nos superan y por las que tenemos que ser ayudados. Necesitamos encontrar paz, descanso y alivio para estabilizarnos y dirección para comenzar a caminar.

Estabilidad social

Una vez que nos hemos convertido en creyentes, probablemente dejemos atrás algunas situaciones que vivíamos, o cosas que hacíamos, o quizás, nos encontremos con personas que no estén de acuerdo con nuestra nueva vida. 

Resultado de imagen de ESTABILIDADPor lo general, esas situaciones, cosas o personas eran aquellas con las que solíamos meternos en problemas. Y por ello, necesitamos personas que nos ayuden a superar todo eso. 

Perder amigos y familiares a veces puede ser consecuencia de seguir a Jesús, no porque ese sea nuestro deseo, sino porque a veces los amigos no entienden o no están muy interesados ​​en esa nueva vida. En cualquier caso, no es fácil y por eso, necesitamos personas que puedan ayudarnos a mantener otro tipo de relaciones, a vivir otro tipo de situaciones y hacer otro tipo de cosas.

Estabilidad doctrinal

Normalmente, el recién converso tiene ideas, pensamientos y conceptos no muy cercanos a la voluntad de Dios. Quizás, incluso equivocados. Seguramente, por desconocimiento.

Imagen relacionadaEs por ello, que el proceso de discipulado requiere la renovación de nuestra mentalidad y actitud. Debemos aprender lo que necesitamos saber, lo que Dios nos pide. Debemos buscar dirección espiritual y formación.

Tanto sacerdotes como laicos, debemos ayudar de inmediato a estas personas a crecer espiritualmente, y hacerlo a través de un proceso, que a veces, será de acompañamiento, otras, de formación, otras, de dirección espiritual, y otras, de corrección fraterna. 

La conversión verdadera

La conversión verdadera consiste en un cambio de vida, no solo en un cambio de actitud o mentalidad personal: implica cambiar los anhelos, las normas y las cosas del mundo por las de Dios.

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La conversión se produce por la gracia de Dios. La misma que alcanzó el corazón de la pecadora en la casa de Simón. La misma que cegó a Saulo de Tarso, enemigo de la fe cristiana camino de Damasco. La misma que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del carcelero. 

Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de recibir el poder transformador del Señor: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6,44),"pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad." (Flp 2, 13).  

Es Dios quien nos llama y hace entrar el milagro de la gracia en nuestros corazones a través de situaciones y de personasNosotros apenas hacemos nada, tan sólo nos rendimos a Él.

La conversión no consiste en "ser buenos" o "cumplidores". Pablo, era un hombre "bueno", educado y gran conocedor de las Escrituras y de la Ley, que obedecía cuidadosamente y cumplía con gran celo. Tuvo que ver todo "su cumplimiento de la fe" como pérdida para reconocer a Dios. Tuvo que prescindir de "su justicia" para encontrar la misericordia de Dios.

Para que la conversión se produzca es necesario el arrepentimiento: "Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3, 19). Sólo hay conversión cuando tomamos conciencia de nuestras faltas y errores que son expuestos a la luz de la Verdad, que es Jesucristo.

Nuestra meta

Nuestra meta no es conocer a Cristo y seguir con nuestra vida como si nada. Nuestro destino es llegar al cielo para estar junto a Él y para ello debemos emprender un largo camino que, paradójicamente, transcurrirá con una sucesión de conversiones.

Para alcanzar nuestra meta es necesario vivir nuestra conversión en comunidad. Sólo la conversión fructifica y transforma nuestra vida, si la vivimos en la familia de Dios. 

Imagen relacionadaPor eso, cada comunidad parroquial necesita establecer un proceso que proporcione un plan de acompañamiento, discipulado y dirección espiritual para juntos crecer en comunidad, como iglesia, como familia. 

Es necesario que se produzca en nosotros un progresivo cambio en nuestros pensamientos (mente), en nuestros deseos (corazón) y finalmente, en nuestra vida. Sin tal proceso, aunque nos unamos a una comunidad, aunque asistamos a misa y a los sacramentos, aunque pensemos que somos "buenos cristianos", seguiremos estando ciegos o, cuando menos, tuertos. 

Para estar en y con Cristo y anhelar el cielo, nada es suficiente a menos que lleguemos a ser “una nueva creación” (Gal 6,15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, cuando mantiene una gran vida interior, la persona manifestará por fuera una “nueva vida”en Cristo (Romanos 6, 4). 

Cuando nos convertimos verdaderamente, cambiamos nuestros rumbos y nuestros caminos, desechamos todos los malos hábitos y manifestamos los frutos en una vida guiada por Dios, dejamos de vivir una vida desordenada para vivir una vida ordenada y encaminada hacia el propósito para el que fuimos creados: Dios.