¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 10 de noviembre de 2022

DIOS NO PIDE RESULTADOS SINO FIDELIDAD

"
Bendito quien confía en el Señor 
y pone en el Señor su confianza. 
Será un árbol plantado junto al agua,  
que alarga a la corriente sus raíces; 
no teme la llegada del estío, 
su follaje siempre está verde; 
en año de sequía no se inquieta, 
ni dejará por eso de dar fruto" 
(Jr 17,7-8)

Vivimos en un mundo resultadista, volátil y deshumanizado que obliga a que cualquier actividad humana gire en torno a la especulación y los cálculos, a la búsqueda desesperada del éxito y el beneficio. 

Nos pasamos la vida "invirtiendo", "calculando", "haciendo números", con el único propósito de "cosechar frutos", de obtener resultados, de ganar "dividendos"...y lo mismo ocurre, a veces, en la vida espiritual.

Cuando mi vida espiritual se convierte en activismo, dejo de "ser" para "hacer", confundo medio con fin, me pongo yo mismo al frente e impido que suceda lo importante: dejarme hacer por Dios. Es la tentación del "yo, a lo mío" o como decía Frank: "I do it my way".

Cuando mi vida espiritual se convierte en resultadismo, me pierdo los matices del camino, dejo de disfrutar del viaje, malgasto energías y descuido mi motivación profunda: dejarme guiar por Dios. Es la tentación del "fin justifica los medios" o como decía Gollum: "Mi tesoro".

Cuando mi vida espiritual se convierte en autosuficienciame separo del agua viva de los sacramentos y el árbol de mi fe se seca y no produce fruto: dejo de estar en presencia de Dios. Es la tentación del "yo puedo solo" o como decía Obama: "Yes, we can".

Cuando mi autosuficiencia me conduce por el activismo resultadista estoy más pendiente de "hacer" que de "dejarme hacer", de "buscar" que de "dejarme encontrar", de los "números" que de la "Letra" que me dice: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12,9). O: "el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5)

Solemos escuchar a menudo a otros cristianos rezar y pedir insistentemente a Dios por los resultados de "su" vida (salud, trabajo, familia, dinero...) o por el éxito de "su" actividad evangelizadora, o por los frutos de "su" retiro...

…es como pedirle al capitán de la barca que reme por nosotros, mientras nosotros nos encargamos de llevar el timón para apuntarnos el mérito de llegar a buen puerto.

...es como pedirle a nuestro padre que estudie por nosotros y nos haga los "deberes" (o el examen) para luego vanagloriarnos de una "buena nota" en el colegio.

La gracia de Dios que produce fruto no se recibe por los méritos ni se basa en los resultados, no trata de currículos ni de capacidades, no va de experiencia ni de veteranía. No se recibe sólo por el hecho de pedirla, ni tampoco porque Dios nos pida resultados...

Para dar fruto no tengo que hacer nadaNo tengo que pedir...tengo dar. Adoptar una actitud confiada y dócil junto a una disposición fiel para recibir la gracia y para saber utilizarla. 
Es hacer lo mismo que hacen las plantas, dirigirse al sol y buscar agua; es hacer lo mismo que hacen los esposos, ser fieles; es lo mismo que hacen los niños, confiar plenamente en su padre. Y nosotros somos los sarmientos de Cristo, la esposa y los hijos de Dios. 

Dice san Agustín: “El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti". Así es: Dios me ha creado con unos talentos que tengo que poner en funcionamiento, que tengo que poner a "rendir", que tengo que poner al servicio de los demás... "para la gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación". 

Dios planta en mi la semilla de su Palabra, en mi corazón, en un encuentro con Cristo resucitado, en un retiro espiritual..pero la semilla necesita madurar a través de una vida eucatistia para dar fruto.

Se trata de confiar y no de exigir a Dios, de abandonarme a Su gracia y no de instrumentalizarla, de saberme débil y necesitado de Él; de poner las capacidades que me ha dado al servicio de los demás; y dejar que Dios haga el resto, o sea, todo. O dicho de otra forma: "dejar a Dios ser Dios".

Dios no necesita ser motivado ni interpelado por mí para que se produzca fruto. Es, más bien, todo lo contrario: soy yo quien necesita que Dios me motive para dar fruto. ¿Cómo lo hace? Amándome y esperando que me deje amar por Él. Sólo así maduraré y daré fruto.

miércoles, 17 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (18): A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA

"Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mt 22,14)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos hablan de santidad, o mejor dicho, nos llaman a todos a la santidad. En la profecía de Ezequiel y en el Salmo 50, Dios promete darnos un corazón nuevo, infundirnos un espíritu nuevo, derramar sobre nosotros un agua purificadora. En el Evangelio, nos invita a su boda y pone a nuestra disposición, de forma gratuita, el "vestido de boda".

Dice Jesús que "Muchos son los llamados pero pocos los elegidos". Pero ¿a qué nos llama? Nos llama a "Ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5,48). Nos llama a ser santos. Sin embargo, muchos creyentes piensan que alcanzar la santidad es imposible o que está reservada a unos pocos privilegiados. 

Pero no es así. El Señor pone a nuestra disposición todos los medios posibles para que la alcancemos: sale a los caminos, es decir, se encarna, y viene a buscar a los descarriados para reunirnos en torno a su mesa, es decir, a la Eucaristía. Nos invita y nos promete un corazón de carne, un espíritu nuevo, un agua purificadora, un vestido de boda. 

¡Dios pone todo de su parte para nuestra santidad! Y nosotros... ¡cuántas veces rechazamos su invitación! ¡Cuántas veces nos parece una boda irrelevante y rechazamos su llamada! ¡Cuántas veces decepcionamos y enfadamos al Anfitrión, dándole la espalda y siguiendo en "nuestras cosas"!

Cuando Cristo nos asegura que son pocos los elegidos se refiere, no tanto a la dificultad para entrar en el reino de los cielos, sino a nuestra negativa a entrar. 

Nos justificamos, nos excusamos o, en el caso de aceptar, lo hacemos sin el traje de boda, es decir, de forma inapropiada.

¡Cuántas veces acudimos a la Eucaristía sin estar en gracia, sin confesarnos o en situación irregular! ¡Qué daño le hacemos al novio!
La fiesta está preparada, el banquete está listo, y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo por "nuestros asuntos" y nuestra comodidad nos impiden acudir a su llamada, que implica un compromiso de nuestra parte.

El reino está abierto de par en par, el banquete se nos ofrece a todos. El traje para asistir es gratis, es pura gracia, por lo que no tenemos excusas para no utilizarlo. No podemos seguir ofuscándonos en nuestros esquemas humanos, ni seguir empeñándonos en hacer nuestra voluntad con nuestros corazones de piedra, con nuestra "dura cerviz".

No hay tiempo que perder. Tengo que aceptar la invitación que Dios me ofrece. De momento, hay muchos asientos libres pero no debería dejarlo para el último momento porque puede que cuando quiera entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

¿Soy consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión? ¿Conozco el protocolo? ¿Voy vestido para la ocasión, limpio de pecado, perfumado de gracia y revestido de Cristo?  ¿Tengo la actitud correcta (fe), espero que llegue el "día" (esperanza) y tengo preparado el traje adecuado (amor) para ser un "digno invitado"?

Es el momento de responder afirmativamente a la invitación, de prepararme, de acoger un corazón nuevo, un espíritu nuevo, un traje nuevo para que, llegado el día, el Señor me diga: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"



JHR


martes, 15 de septiembre de 2020

NO NOS ENTERAMOS

En estos meses de pandemia, Dios, que jamás abandona a su pueblo, ha querido abrirnos una ventana a la Gracia para que, en medio de la prueba y aceptando la lejanía del Señor como un tiempo de ayuno eucarístico, de sacrificio relacional y de ofrenda contemplativa, re-descubramos qué importancia y lugar tiene Cristo en nuestras vidas.

Tras la vuelta a esa mal llamada "nueva normalidad", el Señor nos llama a "buscarle" en la quietud de la oración y en la belleza de su presencia eucarística, pero nosotros no nos enteramos... 

Nos invita a 'parar" y nos "ata" (espiritualmente) las manos para que no sigamos "haciendo cosas", pero nosotros nos empeñamos en retornar a "nuestra vida" de actividad frenética y ruidosa...

Nos "tapa" (literalmente) la boca para que guardemos silencio, pero nosotros nos empeñamos en seguir hablando, en seguir opinando, en seguir planeando...

Jesucristo amonestó a Marta y a Pedro, en su frenesí activista, como un ejemplo para nosotros sobre cuáles deben ser las prioridades de un cristiano, pero nosotros no nos enteramos...

El Señor nos "quiere" a su lado, pero nosotros nos empeñamos en contrariarle, buscando caminos que, ahora mismo, están cerrados...

Jesús nos pide calma y discernimiento ante los signos de los tiempos, pero nosotros nos empeñamos en seguir "haciendo la guerra" por nuestra cuenta...

Y es que...¡NO NOS ENTERAMOS!

viernes, 3 de julio de 2020

TIEMPO DE PROVIDENCIA Y GRACIA

"No andéis agobiados pensando qué vais a comer, 
o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 
Los paganos se afanan por esas cosas. 
Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; 
y todo esto se os dará por añadidura. 
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, 
porque el mañana traerá su propio agobio. 
A cada día le basta su desgracia". 
(Mateo 6,31-34)

Durante estos últimos meses he sido testigo de la ansiedad de muchos de nosotros, los cristianos, ante la imposibilidad de asistir a los sacramentos, la cancelación de las actividades parroquiales o el aplazamiento de los métodos y acciones evangelizadoras.

También nosotros, los creyentes, en tiempo de pandemia, hemos sido testigos de cómo todas las falsas seguridades y las erróneas convicciones que nos habíamos construido, se han derrumbado. Hemos sido conscientes de cómo todos los planes y proyectos que nos habíamos propuesto, se han evaporado. Y de cómo todas las rutinas y prioridades que nos habíamos forjado, se han desmoronado. 

Probablemente, en casi ninguna de ellas, estaba Dios. O al menos, estaban más presentes nuestras comodidades o deseos de servir a Dios, estaba más nuestro "yo" que Él mismo. 

Consciente o inconscientemente, hemos adoptado el papel del hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo, pensando más en nuestras conveniencias y en nuestros derechos que en la voluntad del Padre, pretendiendo servirle según nuestros propias criterios o nuestras opiniones personales, en una esclavitud de acción.

Y aún sintiéndonos libres y aptos, nos sabemos incompetentes para gobernarnos a nosotros mismos o para dirigir correctamente nuestras vidas (también las de fe) en las dificultades. Y por causa de nuestra humanidad frágil y vulnerable, sentimos miedo.

Aún creyéndonos individualistas y autosuficientes, nos vemos incapaces de mantener la fe que se nos ha otorgado y reconocer humildemente nuestra debilidad y dependencia. Y por alejarnos de Dios, nos sentimos solos.

Ante ese miedo vivido en soledad, no nos queda otra que volvernos a Dios y pedirle ayuda. Al igual que los discípulos de Jesús, viajamos en una barca sobre un mar embravecido (el mal) y en medio de una tempestad inesperada (el sufrimiento). Atemorizados y desorientados, pedimos ayuda al Señor: ¡Sálvanos, que morimos! Y Dios nos increpa: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? 

Pero el Señor, con su infinita misericordia, actúa providencialmente. Aunque parezca estar dormido o lejano, permite esta situación de sufrimiento y zozobra para sacar un provecho mayor de todos nosotros. Él quiere lo mejor para nosotros, y no cesa en su empeño.

Somos nosotros quienes nos olvidamos que Él está siempre a nuestro lado y que nada hemos de temer. Somos nosotros quienes le sacamos fuera de nuestras vidas como si no le necesitáramos amparándonos en nuestras capacidades. Somos nosotros quienes le pedimos nuestra herencia y nos marchamos a un país lejano o quienes le servimos de forma incorrecta. 

Es tiempo de Providencia

Es tiempo de dejar a Dios ser Dios.

Dios, Señor de la Historia, nos invita a discernir y a reconocer que nuestra debilidad sólo puede estar sustentada por el Amor y Misericordia de Dios Padre.

Nos anima a abrir nuestro corazón, a dejarle entrar en nuestra vida y actuar en ella con plena Confianza.

Nos recuerda que le somos muy preciados y que no nos dejará nunca solos ni desamparados.

Por eso, ¿por qué preocuparme en querer hacer las cosas de Dios?

Es tiempo de Gracia

Es tiempo de dejar actuar a Dios.

Dios, Soberano de la Gracia, nos exhorta a modelar nuestras almas y abandonarnos, con humildad y obediencia, al cuidado y al amparo de Su Madre, la Virgen María, y a dejarnos iluminar y guiar por Su Espíritu Santo. 

Nos invita a aceptar sus dones y a reconocer, a través de una vida interior de oración y meditación, lo que nos suscita y nos propone.

Nos llama a mantener la confianza ante la incertidumbre, la seguridad ante la cobardía para ser capaces de interpretar, a la luz de Su Espíritu, los signos de los tiempos.

Por eso, ¿qué quieres de mí, Señor?

Es tiempo de Purificación

Es tiempo de dejarnos sanar por Dios.

Dios, Rey del Universo, nos llama a perseverar en nuestra fe, aún caminando por el sufrimiento y el dolor, para sanarnos, purificarnos y santificarnos.

Nos anima a dejarnos sustentar y consolar por Su Piedad y Su Compasión, y a mantenernos firmes en la esperanza de sus promesas.

Nos exhorta a aceptar éstos tiempos difíciles, para que en medio de la oscuridad del mundo, brille Su luz y podamos vislumbrar su voluntad.

Por eso, ¡Señor, sáname!

Es tiempo de Conversión

Es tiempo de dejarnos perfeccionar por Dios.

Dios, Monarca de la Misericordia, nos invita a convertirnos cada día y cada segundo, a su Amor, y así llegar a ser perfectos, como Él es perfecto.

Nos llama a buscar con denuedo la santidad y a no apartarnos de su voluntad, a ser valientes en nuestra debilidad, a tener coraje ante la adversidad, a ser fieles hasta el final.

Por eso, ¡Señor, santifícame!

Cada día estoy más seguro de su presencia en mi vida, de su intervención en mi día a día, de su auxilio en mi necesidad. 

Cada día estoy más seguro de lo mucho que me cuida, de lo mucho que se interesa por mi, de lo mucho que me quiere. 

Cada día estoy más seguro de que la relación entre la Providencia Divina y la Libertad que me ha otorgado no es una antítesis, sino una comunión de amor.

Cada día estoy más seguro de que tiene un Plan mayor y más perfecto que el que yo pueda imaginar o pretender.

Y eso, aunque sea por un cierto egoísmo, propio de hijo amado, me hace querer estar siempre muy cerca de Él. ¡Señor, no permitas que me aparte de Ti!

martes, 16 de junio de 2020

EL AGUIJÓN DE PABLO: TE BASTA MI GRACIA

"Por la grandeza de las revelaciones, 
y para que no me engría, 
se me ha dado una espina en la carne: 
un emisario de Satanás que me abofetea, 
para que no me engría. 
Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí 
y me ha respondido: 'Te basta mi gracia: 
la fuerza se realiza en la debilidad'. 
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, 
para que resida en mí la fuerza de Cristo. 
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, 
los insultos, las privaciones, 
las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. 
Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
(2 Corintios 12, 7-10)

Cuando leo a San Pablo hablar a la Iglesia de Corinto de su famoso aguijón o espina (del griego skólops, estaca) siento una gran curiosidad, no tanto por saber cuál es su mal, sino su manera de vencerlo. 

Él no lo explica ni lo aclara. Tan sólo habla de sí mismo como "un hombre en Cristo que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo (al paraíso) y oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir." Y que, por ello, se le ha dado una "espina en la carne."

La palabra Paraíso proviene del persa antiguo y se refiere a un jardín vallado, un jardín real amurallado en el que nadie podía entrar salvo el rey. Sin embargo, cuando un rey persa quería otorgar un honor muy especial a alguien muy apreciado, le concedía el privilegio de pasear con él por sus jardines reales. 

Pablo vivió esa experiencia: estuvo en íntima comunión con Dios, paseando con Él y escuchándole. Pero parece que después de experimentar ese honor glorioso, le sobrevino el dolor. Tras esa proximidad con Dios, nos dice que "se le ha dado" esa famosa espina clavada.

Algunas interpretaciones

Parece claro que Pablo está refiriéndose a una dolencia física, aunque algunos han interpretado el "aguijón de Pablo" como tentaciones espirituales: dudas, deseos de abandono, remordimientos... como la continua oposición y persecución, el continuo combate que tenía que librar contra todos los que le ponían obstáculos en su labor apostólica...o como tentaciones carnales...
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Sin embargo, y he ahí el misterio, esa "estaca" sugiere, en palabras del gran apóstol, un dolor y sufrimiento físicos terribles, pero de forma intermitente, lo que no impedía a Pablo abandonar su tarea evangelizadora.

Hay quien lo interpreta como su débil estado y su insignificante aspecto físico (2 Corintios 10,10), dando a entender que sufría alguna desfiguración o defecto pero que no explicaría el sufrimiento extremo que padecía. 

Otros, apuntan a que sufría epilepsia, que sí podría ocasionarle dolor aunque de forma intermitente, lo que le haría tener visiones y trances. En la Antigüedad, se atribuía la epilepsia a los demonios y se escupía para alejar al mal espíritu. Pablo, en su carta a los Gálatas 4,14, dice que cuando los gálatas se dieron cuenta de su enfermedad, no le rechazaron, literalmente "no me escupisteis". Pero esto querría decir que sus visiones eran trances epilépticos y no revelaciones divinas.

Otros, como Tertuliano y Jerónimo lo atribuyen a severas migrañas o terribles dolores de cabeza que le postraban a menudo. Otros, lo achacan a problemas de visión que le producirían esos insoportables dolores de cabeza y que estarían demostrados por su ceguera (Hechos 9,9) tras su caída del caballo ante la presencia de Jesús, cuando se dirigía a Damasco y que nunca llegó a curar del todo, como podrían demostrar sus propias palabras en Gálatas 4, 15 y 6,11.

Algunos piensan que lo más probable sería que sufriera ataques de fiebre crónicos, quizás malaria o cualquier otro virus, tan frecuentes en la época, y que muchas veces Pablo expresaba con frases como "consumido por el ardor", "atravesado en la frente por un yerro candente", "dolor demoledor que me perforaba las sienes como la fresa de un dentista, o como si me metieran una cuña entre las mandíbulas" o "llegar al colmo de la resistencia al dolor".

Te basta mi gracia

El propio San Pablo reconoce haberle pedido a Dios, hasta en tres ocasiones (en una maravillosa semejanza con la escena de nuestro Señor en Getsemaní), que apartara ese mal (cáliz) de él, y que el Señor le respondía siempre: "Te basta mi gracia". ¡Qué maravilla de escena que, además, nos hace entender el sufrimiento de Cristo en el huerto!

Con la gracia divina, Pablo soportó el cansancio y el dolor físico, el sufrimiento y la calamidad, la calumnia y el menosprecio, la oposición y la persecución, la prisión y el martirio. ¡Así es como actúa la gracia!
Dios no concede deseos ni caprichos, como el genio de la lámpara. No. Más bien, nos regala su gracia, nos capacita y nos da la fuerza para soportar todo aquello que Él sabe que podemos aguantar. 

Cuando reconocemos nuestra debilidad y fragilidad, nuestra pobreza e incapacidad y nos abandonamos a su providencia, Dios se compadece de nosotros, como hacemos cualquier padre por nuestros hijos indefensos, o como diría un sacerdote que conozco: "a Dios se le cae la baba" y nos da todo, se nos da a Él mismo.   

Dios nunca baja el listón, ni "descafeína" sus mandamientos, ni nos propone una fe "light", ni nos oferta una vida cómoda, como muchos pretenden. No. El Señor nos concede siempre algo mejor que lo que le pedimos: nos regala su gracia. Y... ¡Su gracia nos basta!

Así, el sufrimiento de Pablo le acerca y le asemeja al prototipo divino, a Jesús. Pablo, aceptando su sufrimiento, no como una carga (que lo era), sino como un privilegio para un cristiano, nos da un gran ejemplo de perseverancia (como muchos santos de la Iglesia) y nos muestra el camino de una victoriosa expresión de amor, que nos configura en Cristo. ¡Qué gran ejemplo de cristiano auténtico! 

Pablo con su humildad y coherencia ante la adversidad, nos da ejemplo de eficacia evangelizadora y de eficiencia en el servicio a Dios, y al final de sus días, alcanza su corona y puede decir bien alto: "He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe." (2 Timoteo 4,7). ¡Así es como el cielo nos ayuda a combatir el buen combate! 
Mensajes y Estudios: El Aguijón en la Carne
Sólo ayudados de la divina gracia, conservaremos la fe, perseveraremos en la confianza divina y nos mantendremos firmes a Su voluntad. Sólo apoyados en la gracia, podremos alcanzar nuestra meta celeste y, entonces, poder decir: "He combatido el noble combate".


"Seamos amigos de la cruz y no huyamos nunca de ella, 
porque quien huye de la cruz, huye de Jesucristo, 
y quien huye de Cristo, nunca encontrará la felicidad." 
(San Pío de Pietrelcina)

lunes, 11 de mayo de 2020

OIKONOMÍA: LA ECONOMÍA DE LA GRACIA

Dios, conforme a la riqueza de la gracia que,
 en su sabiduría y prudencia, 
ha derrochado sobre nosotros, 
nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad: 
el plan que había proyectado realizar por Cristo, 
en la plenitud de los tiempos: 
recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. 
(Efesios 1,10)

Decía el cardenal Newman que "la Gracia es la Gloria en el exilio, la Gloria es la Gracia en casa"

Y es que, aunque la Gracia es propia de la tierra (anterior a la muerte) y la Gloria, del cielo (posterior a la muerte), en realidad, son lo mismo: Dios donando Su vida amorosa a los hombres, aunque en distinto escenario, en distinta dimensión.

Hoy hablaremos de la Economía de la Gracia y de cómo a través de ella, el hombre alcanza a conocer a Dios, y viceversa.

La Gracia de Dios
El Catecismo de la Iglesia Católica define la Gracia como "el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna." (CIC 1996).

La participación en ella es sobrenatural porque sobrepasa las posibilidades de la naturaleza humana y no empírica o “experimentable”, sino que solo se recibe por la fe.

Normalmente, el Catecismo cuando habla de Gracia, se refiere a la Gracia santificante, pues se trata del don divino por el que cada hijo de Dios puede llegar a la santidad. Además, podemos añadir el término de Gracia divinizante, pues se trata del don de la vida divina en el alma del cristiano.

El Catecismo distingue entre Gracia habitual, como el don permanente de la vida divina que permite la relación con Dios y Gracia actual, como la intervención de Dios en el camino de santificación de cada cristiano (CIC 2000).

Otra distinción es entre Gracia sacramental, recibida con cada uno de los sacramentos y Gracia especial o carisma, aquella que el Espíritu Santo concede para alguna persona o situación particular o para la vivencia de un determinado tipo de vida, también llamada Gracia de estado (CIC 2003).

Teología y Oikonomía
La Teología, del griego theos/logos: Dios/estudio, que significa el estudio de Dios, se refiere al misterio inmanente y absoluto de la vida íntima y eterna del Dios-Trinidad. Hablamos del "Conocimiento de Dios".

La Oikonomíadel griego oikos/nomos: casa/ley, que significa administración doméstica, se refiere a todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Es el plan salvífico de Dios revelado, sobre todo, en la obra redentora de Jesucristo y en la obra santificadora del Espíritu (Gálatas 4,4-6). Es lo que conocemos como "Economía de la Gracia".

La Economía de la Gracia es Dios donando las riquezas divinas en el espíritu del hombre, para hacerlo partícipe de sus planes y propósitos eternosPor ella se nos revela el Conocimiento de Dios y, a la vez, éste ilumina toda la  Economía de la Gracia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo y, a la vez, el misterio de su Ser íntimo, ilumina la inteligencia de todas sus obras (CIC 236) .

De forma análoga, ocurre lo mismo entre nosotros, los seres humanos. Nos damos a conocer por nuestro obrar, y a medida que otros nos van conociendo, mejor comprenden nuestro obrar. 

La Gracia, que es Dios mismo donado, puede llegarnos bien directamente desde Él a nosotros o bien indirectamente, a través de mediadores que selecciona, dispone y utiliza al objeto de lograr nuestra salvación.

Plenitud y participación en la Gracia
God's Love Upon Us - Home | FacebookJesucristo es la plenitud de la Economía de la Gracia, quien, a través de su Encarnación, la ha derramado sobre la tierra: "Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo" (Juan 1,16-17).

La Gracia de Dios se ha manifestado a través de Cristo, segunda persona de la Trinidad, para la salvación de los hombres. 

Todo el Conocimiento y la Gracia de Dios nos viene del Hijo: "Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Juan 14, 6 y 9).

La Santísima Virgen María, predestinada desde la eternidad como la excelsa Madre del divino Redentor, por decisión de la divina Providencia, colabora con Su Hijo en la administración de la Gracia en la tierra. "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lucas 1,28).

Novena - NavidadAsí, la "Llena de Gracia" participa, de modo singular, desde la Anunciación y después de su Asunción a los cielos, en la obra salvífica de Su Hijo, distribuyendo gracias abundantes para el restablecimiento de la vida sobrenatural de los hombres, perdida y relatada en el libro del Génesis, e intercediendo para procurar dones para la salvación de todos sus hijos (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 61-63).

Es cierto que ninguna criatura puede equipararse dentro de la economía de la Gracia con el Verbo encarnado y Redentor, ni tampoco con la Bienaventurada Virgen María.

Sin embargo, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada virgen y madre, Dios ha dispuesto, por su Providencia amorosa y bondadosa, designar a los obispos y presbíteros como administradores de sus dones y gracias entre su pueblo fiel para que los difundan sobre las criaturas según distintos talentos y carismas

San Pedro, primer papa de la Iglesia fue elegido por el mismísimo Cristo para apacentar sus ovejas, es decir, nombrado administrador y dispensador de la economía de la Gracia en favor de judíos y gentiles. Y que a su vez, él transmitió, por el poder concedido por el Maestro, cuando, dirigiéndose a la diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, dice"Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido" (1 Pedro 4, 10).

San Pabloel apóstol de mayor conocimiento en el misterio oculto de Cristo por revelación divina, fue el administrador y distribuidor de la economía de la gracia de Dios, en favor de los gentiles desde el primer siglo hasta nuestros díasEl mismo Cristo le encargó predicar su misterio y anunciar la buena noticia de Sus riquezas (Efesios 3, 2-10)

También, los santos a lo largo de la historia de la Iglesia han participado de diversas manera en la administración y suministro de la Gracia, haciéndose copartícipes de la única fuente de mediación del Redentor.

Finalmente, el pueblo de Dios, a través del “consejo de los santos” es quizás la forma más cercana y sencilla de la economía de la Gracia. Dios actúa mediante de una palabra, de una situación o de una acción especifica, en un lugar y en un momento determinados. Habla por boca de otros, poniendo las palabras adecuadas en los labios de aquel a quien ha designado para transmitir un determinado mensaje a otro.

Otros medios de Gracia
La asidua lectura de la Palabra de Dios, inspirada, viva y eficaz, ya sea en público o en privado, en misa o en grupo, es un medio por el que derrama su Gracia y una guía por la que Dios ha querido revelarse al hombre. 

Los ministros unidos en el sacerdocio a Cristo nos ofrecen a través de la administración de los Sacramentos de la Iglesia uno de los principales medios conductores de la Gracia de Dios. Cada Sacramento contiene una Gracia particular, produce un efecto espiritual distinto y particular en quien participa de él y un efecto proporcional a la intensidad de la fe de quien lo recibe. 

Leyes de la Gracia
Dios actúa siempre libremente en el uso de su libertad, sin someter en sus decisiones a nadie más que a Sí mismo. Y por amor a nosotros, los hombres, ha querido respetar nuestro libre albedrío y "someterse" a ciertas maneras de comportarse en su relación con nosotros y en su forma de darse gratuitamente a nosotros: son las “Leyes de la Gracia”:

-Dios tiene un plan para cada uno. Hay quienes apelan al destino o al azar para justificar una administración descontrolada y caprichosa de la vida humana, que finaliza con la muerte.

Sin embargo, es Dios quien gobierna cada realidad humana de manera minuciosa, detallada, precisa e individualizada (Mateo 10,30; Lucas 12,7). 

El Creador no deja nada al azar sino que construye su Designio de Amor de forma particular e individual para cada una de sus criaturas, distribuyendo dones y gracias, presentándonos situaciones y personas diversas, actuando en nuestro interior y observando nuestra reacción ante cada una de ellas. 

En función de nuestras respuestas, nos presenta nuevas e innumerables situaciones en las que sigue asistiéndonos con Su Gracia, de tal forma que el resultado de su Plan para cada uno de nosotros sea el Cielo, a no ser que se lo impidamos por el ejercicio de nuestra libre voluntad.

Dios desarrolla su Plan Perfecto para cada uno de nosotros con el único objetivo de llevarnos a su amistad íntima y eterna en el cielo, aunque respetando, ante todo, nuestra libertad. 

Además, cada Gracia que Su Providencia derrama sobre cada uno de nosotros, repercute e implica otras sobre otras personas, actuando en beneficio mutuo de todas ellas. Así nos convierte en mediadores en su deseo salvífico y santificador de todas sus criaturas.

-Dios acompaña de muchas gracias una desgracia. Muchos piensan que una desgracia padecida supone una pérdida del favor de Dios, porque nos castiga, porque se ha olvidado de nosotros, o porque nos ha abandonado, al permitir que experimentemos el mal o el sufrimiento.

Sin embargo, aunque una desgracia es una experiencia dolorosa muy intensa, que supone una fuerza de voluntad firme, que supone una prueba de fe y perseverancia, Dios, que conoce perfectamente nuestras limitaciones porque es quien nos ha creado, nos acompaña en cada desgracia con un derramamiento de Su Gracia proporcional o incluso, superior a la intensidad de la desgracia padecida. 

La cuestión es ser capaces de comprender y aprovechar esa lluvia de Gracias con cada desgracia, para acercarnos más a Dios, en la certeza de que solos, no podemos.

-Dios nos regala gracias ilimitadas. El Creador no escatima nada en la generosa administración de su Gracia y nos ofrece un crecimiento ilimitado en nuestra vida de dones y gracias. Cuanta más gracia pidamos, cuanta más gracia aceptamos, más gracia recibimos de Dios (Mateo 25,29). 

Cuanto más abramos nuestra alma, nuestra mente y nuestro corazón a la Gracia, cuanto más dejemos que el Espíritu Santo suscite Sus mociones interiores, cuanto más las aceptemos, cuanto más nos dejemos guiar en dirección al Cielo, nuevas y más abundantes gracias recibiremos para nuestro bien. 

Y lo mismo ocurre cuando se las pedimos a su Hija, Madre y Esposa, la Virgen María: nos regala más y más abundantes gracias. No hay límite en la entrega de la Gracia, porque Ella es "llena de Gracia" por decisión irrevocable de Dios.

-Dios concede su Gracia a los humildes. El apóstol Santiago lo deja muy claro: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4,6). 

La Gracia no puede darse al soberbio, quien cree no necesitar a Dios, quien dice sentirse libre, capaz y autónomo, quien se niega a ser dócil al amor de Dios en su interior porque levanta una barrera de rencor que impide recibirla. 

La Gracia es el favor gratuito de Dios en nuestro beneficio pero no puede fluir donde no hay amor ni humildad para reconocerse hijo amado de Dios y, por tanto, dependiente de Él. 

-Dios se auto limita en favor de nuestra libertad. Dios se limita así mismo, frena su omnipotencia en favor de nuestra libertad, para que le "permitamos" entrar en nosotros, y así, derramarse con sobreabundancia de amor en nuestra alma, y ofrecernos una comunión íntima con Él.

La Gracia es el bien más valioso para un cristiano, que actúa, cuando lo permitimos, directamente en nuestro corazón, realiza cambios radicales en nuestra vida y nos hace progresar en nuestro conocimiento de Dios. Es el vino nuevo en odres nuevos (Lucas 5,37-38). Pero Dios ni siquiera nos pide permiso para entrar. Espera afuera como un mendigo (Apocalipsis 3, 20), a que la libertad de nuestro amor verdadero le abra la puerta de nuestro corazón y cenar con nosotros.

viernes, 14 de junio de 2019

PALABRAS DE CONOCIMIENTO

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"A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. 
Así, el Espíritu a uno le concede hablar con sabiduría;
 a otro, por el mismo Espíritu, hablar con conocimiento profundo; 
el mismo Espíritu a uno le concede el don de la fe; 
a otro el poder de curar a los enfermos; 
a otro el don de hacer milagros; 
a otro el decir profecías; 
a otro el saber distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero; 
a otro hablar lenguas extrañas, 
y a otros saber interpretarlas. 
Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espíritu, 
repartiendo a cada uno sus dones como quiere." 
(1 Corintios 12, 7-11)

Hace poco, recibí una gracia muy especial que, como siempre, Dios me envía siempre en forma de "guiños": "Yo mismo iré contigo personalmente y te daré descanso" (Éxodo 33, 14).

Providencialmente, nos invitaron a mi mujer y a mi a una Adoración Eucarística en la parroquia Santo Domingo de la Calzada, que celebran cada primer lunes de mes. La experiencia fue extraordinaria. Realmente, encontré descanso. Fue, de nuevo, otra manifestación del Espíritu Santo, que nunca cesa de inspirar y que nos hizo experimentar por primera vez el carisma de la palabra de conocimiento, descrito por el apóstol San Pablo en 1 Corintios 12, 7-11. 

Las palabras de Sabiduría y de Conocimiento son palabras inspiradas que instruyen y mueven a un cambio de vida, que el Espíritu Santo pone en el corazón de una persona, en forma de una idea insistente en la mente o de una imagen intensa y repetitiva, sobre alguna circunstancia de la vida de alguien, del pasado, del presente o del futuro:
  • Presente. Diálogo de Jesús con la samaritana casada con cinco maridos. (Juan 4, 16-19). 
  • Pasado. Diálogo de Jesús con Natanael, tras verle subido en una higuera. (Juan 1, 47-50). 
  • Futuro. Diálogo de Jesús con sus discípulos para encontrar el lugar donde celebrará la Institución de la Eucaristía y que después se convertiría en el lugar de reunión de los primeros cristianos, donde se derramó el Espíritu Santo el día de Pentecostés. (Marcos 14, 13-16). 
Las palabras de conocimiento no son intuiciones o presentimientos humanos. 

Son siempre un carisma del Espíritu Santo, que él hace en nosotros si nos dejamos, y que le da gloria sólo a Él. 

El Espíritu Santo concede en ocasiones este carisma a algunas personas, como un don suyo, que da a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y no como un don que una persona posea por sí misma.

Las palabras de conocimiento son fragmentos de ponen a la luz la verdad que el Espíritu desea que se sepa sobre una persona o situación en particular

Las palabras de conocimiento se pueden recibir en cualquier momento pero, fundamentalmente, se reciben cuando se ora por otros, ya sea en la oración personal, o en la oración de intercesión en voz alta. 
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Las palabras de conocimiento son un instrumento maravilloso de caridad que ayudan a las personas con dificultades, a poner todas las circunstancias de su vida bajo el poder misericordioso de Dios, incluso aquellas que se han bloqueado, se han olvidado, o se han callado por vergüenza.

Las palabras de conocimiento son un don de la misericordia divina, pero que no anulan jamás nuestra libertad, sino que la potencian.

Las palabras de conocimiento son un signo deslumbrante, pero como todo carisma, conlleva siempre un riesgo y una humillación:

Riesgo a equivocarse, a quedar mal, o a ir de iluminado, y que te tilden como tal o peor, como loco. 

- Humillación porque nunca jamás lleva a la glorificación de la persona que lo recibe y conlleva siempre una cruz proporcional.

Para recibir una palabra de conocimiento es necesario hacer un acto de fe, saberse instrumento de Dios y estar dispuesto a, incluso, quedar mal por amor a Dios.

Para recibir este carisma sólo es necesario abrir el corazón a la gracia del Espíritu y estar dispuesto a decir lo que el Señor ponga en el corazón a la persona a la que vaya destinada la palabra. 

Si no estamos dispuestos a morir a nosotros mismos, el Señor no nos dará sus carismas, porque sabe que no los ejerceremos.