Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia invisible de Dios, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, a través de los cuales se otorga la santificación, es decir, confieren al creyente la dignidad de "hijos de Dios", y mediante los cuales, los creyentes exteriorizan su relación con Dios y profesan su fe.
Cuando los bautizados celebran un sacramento expresan, identifican y edifican su comunión eclesial. Sin fe no hay sacramentos, sino sólo actos sociales o ritos mágicos que no tienen nada que ver con la fe cristiana.
Matrimonio
Es una verdadera pena observar como en los últimos años se ha producido un notable aumento de matrimonios civiles en detrimento de los religiosos, en parte motivado por una progresiva secularización de la sociedad y en parte, por el alejamiento o la pérdida de fe de los propios bautizados.
Igual de triste es la constatación del hecho por el que los novios toman la decisión de casarse en una Iglesia sólo por el simple hecho de considerarlo más como un acto social de cierta enjundia que un camino comprometido de fe.
Incluso, hay quienes demostrando una mayor incoherencia, piden al sacerdote (a quien apenas conocen y quien apenas les conoce) la eliminación parcial o total de la homilía "para agilizar" la celebración.
Pero mucho más preocupante es que nuestros sacerdotes católicos celebren bodas religiosas aún a sabiendas de esa falta de fe por parte de los contrayentes, conscientes de que no volverán o incluso sin tan siquiera conocerles con anterioridad, pues en muchas ocasiones, se trata de la primera vez (y la última) que pisan el templo.
Como signos externos de la fe vivida, por los cuales expresamos, afirmamos y renovamos ser seguidores de Cristo, no tiene justificación tanto administrarlos como recibirlos, si el resultado es convertirlos en meros eventos sociales, pues ello redunda en una absoluta pérdida de valor y de sentido de la fe de Cristo. No es posible separar sacramento y fe. Sin fe, el sacramento es inválido, es nulo.
Incluso, hay quienes demostrando una mayor incoherencia, piden al sacerdote (a quien apenas conocen y quien apenas les conoce) la eliminación parcial o total de la homilía "para agilizar" la celebración.
Pero mucho más preocupante es que nuestros sacerdotes católicos celebren bodas religiosas aún a sabiendas de esa falta de fe por parte de los contrayentes, conscientes de que no volverán o incluso sin tan siquiera conocerles con anterioridad, pues en muchas ocasiones, se trata de la primera vez (y la última) que pisan el templo.
Como signos externos de la fe vivida, por los cuales expresamos, afirmamos y renovamos ser seguidores de Cristo, no tiene justificación tanto administrarlos como recibirlos, si el resultado es convertirlos en meros eventos sociales, pues ello redunda en una absoluta pérdida de valor y de sentido de la fe de Cristo. No es posible separar sacramento y fe. Sin fe, el sacramento es inválido, es nulo.
Los propios sacerdotes, como testigos del sacramento del matrimonio sin fe, están obligando, desgraciadamente, a los esposos a cometer perjurio ante Dios, haciéndoles mentir y favoreciendo el hecho de que personas que pisan la Iglesia por primera y última vez el día de su boda, que rechazan la institución instaurada por Cristo, que no se toman en serio la confesión, la comunión y en definitiva, los sacramentos, accedan a protagonizar un espectáculo "obligado", sin poso de fe y de todo punto hipócrita. Amén de que con el código de Derecho Canónico en la mano, carecerían de validez y licitud.
Si alguno de los contrayentes no tiene fe y, por tanto, no tiene razón para creer en Cristo ni en la indisolubilidad del matrimonio, ¿por qué empeñarse en recibir un sacramento estéril y carente de valor? ¿Para qué administrarlo?
Sí, cierto es que la Iglesia está llamada a acoger y a recibir a todos, sin excepción, pero al mismo tiempo, no debiera ofrecer un sacramento carente de valor y sentido. De ahí la necesidad de reforzar y profundizar en una verdadera preparación al matrimonio. No se trata de decir un sí incondicional; pero tampoco, un no rotundo; se puede decir, "todavía no".
Los pastores están llamados a corroborar la verdadera comprensión y aceptación de la naturaleza del sacramento del matrimonio y de sus propiedades esenciales, es decir, de la unidad, de la indisolubilidad del matrimonio y de su apertura a la vida.
Los pastores están llamados a corroborar la verdadera comprensión y aceptación de la naturaleza del sacramento del matrimonio y de sus propiedades esenciales, es decir, de la unidad, de la indisolubilidad del matrimonio y de su apertura a la vida.
Hoy, los elementos fundamentales de la fe, que antes conocía cualquier niño, desde el signo de la cruz hasta el padrenuestro, son cada vez menos frecuentes. Y desde luego, albergar la pretensión de que los cursos pre-matrimoniales, insuficientes en tiempo y efectividad, contribuyan a paliar la ausencia de fe y compromiso cristianos, es como albergar la esperanza de que un bebé aprenda a leer y escribir cuando todavía no sabe caminar.
Bautismo, Comunión y Confirmación
No es el matrimonio el único sacramento afectado por el sinsentido de la falta de fe verdadera.
El bautismo, el primero de los tres sacramentos de iniciación a la vida cristiana, es otro de los damnificados.
Con demasiado frecuencia, se celebran bautizos sin que la fe cuente algo en la vida de los padres o de los padrinos y sin que haya ninguna intención de educar a esos niños en la fe de Cristo.
A través de ella y después de cierta preparación (catequesis), es posible tomar por primera vez la hostia y el vino, es decir, el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Pero ¡Cuántas primeras comuniones se celebran sabiendo que será la primera y también la última, ante la falta de profesión de fe de los padres de los que comulgan!
¡Cuántas confirmaciones se otorgan a jóvenes que ni creen ni practican; adolescentes que no se asoman por la Iglesia ni por error!
¿Qué fe está siendo confirmada? ¿no habría que “despertar” la fe en quienes la tienen dormida?
Una oportunidad única para evangelizar
Durante mucho tiempo, nuestra Iglesia ha sido administradora de sacramentos a bautizados pero no a evangelizados.
Hoy, embarcados en la nueva evangelización, estamos llamados a empezar por dar a conocer a Cristo a quienes, por las razones que sean, se acercan ocasionalmente a los sacramentos.
En bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones y funerales se nos brinda una oportunidad única para ello, pues en todos ellos aparecen bautizados (y no bautizados) que difícilmente aparecen por un templo en otros momentos de sus vidas. Es ahí donde debe hacerse un esfuerzo evangelizador de primer nivel.
Los laicos tenemos la misión de hacer comprender el significado y el valor de los sacramentos a todos, y los sacerdotes el cometido de cuidar al máximo sus homílias y celebraciones, hacerlas atractivas y así, acercar a esas personas a Dios, sin presión, sin recriminar ni reprender.
Cristo nos atrae por su infinito amor. Esa es la clave.
Hoy, embarcados en la nueva evangelización, estamos llamados a empezar por dar a conocer a Cristo a quienes, por las razones que sean, se acercan ocasionalmente a los sacramentos.
En bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones y funerales se nos brinda una oportunidad única para ello, pues en todos ellos aparecen bautizados (y no bautizados) que difícilmente aparecen por un templo en otros momentos de sus vidas. Es ahí donde debe hacerse un esfuerzo evangelizador de primer nivel.
Los laicos tenemos la misión de hacer comprender el significado y el valor de los sacramentos a todos, y los sacerdotes el cometido de cuidar al máximo sus homílias y celebraciones, hacerlas atractivas y así, acercar a esas personas a Dios, sin presión, sin recriminar ni reprender.
Cristo nos atrae por su infinito amor. Esa es la clave.