¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 11 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre"
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio es la unión indisoluble entre hombre y mujer en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido en el principio, por la dureza de su corazón.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original y eterno para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. Hemos sido creados para la comunión entre hombre y mujer, y como "una sola carne" para la comunión entre hombre y Dios.

El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida...y murmuramos contra Dios. 

Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad, perseverar en la prueba. Preferimos fabricarnos "becerros de oro". 

Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, el Señor todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.

Entonces, "¿trae a cuenta casarse?" preguntan los discípulos. Jesús responde que existe otra vocación: la de la virginidad por el reino de los cielos. Está hablando del sacramento del sacerdocio y del orden consagrado. Y afirma: "No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don". El don del orden consagrado sólo lo entienden aquellos a quienes les ha sido dado. Es también una llamada de Dios a la comunión con Él, con otras características.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar cualquier dificultad y cualquier prueba. El amor que une al hombre y a la mujer, y al hombre con Dios viene de Dios. Sin Él, nuestro matrimonio (con el cónyuge o con Dios) está condenado al fracaso...y nuestra vida también.

Para Dios no hay nada imposible. El matrimonio no es un camino de rosas...igual que el seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en la comunión. 
¿Confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 
¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 
¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

sábado, 31 de octubre de 2020

CASARSE NO VA DE COMER PERDICES

“Casarse es fácil, permanecer casados es el reto. 
No se trata de con cuánto amor nos casamos, 
sino de cuánto amor construimos”

Desde pequeños, nos han contado muchos cuentos de hadas donde los protagonistas (príncipe azul y princesa rosa) se enamoran a primera vista, se casan ostentosamente en un palacio, viven felices y comen perdices. No es verdad: mi matrimonio ha cumplido 31 años y jamás hemos comido perdices.

De forma poco responsable, atribuimos esta decisión de casarnos a momentos de ilusión platónica o romanticismo idílico, o porque "toca" después de un noviazgo prolongado, o por un embarazo no deseado, o para que no se "nos pase el arroz", o por reconocimiento social, o simplemente, porque pensamos que la persona que elegimos es "perfecta". 

Si lo hacemos por alguna de estas razones, empezamos mal y... ¡lo que mal empieza, mal acaba!

Casarse significa "ponerse manos a la obra", construir, edificar... Es unir  y confiar tu vida a una persona a quien amas y quien te ama, a quien cuidas y quien te cuida, con quien creces y construyes un camino lleno de buenos momentos y experiencias, pero también de dificultades y obstáculos.
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Casarse va más allá de la química o de la física. Casarse es compromiso y entregarespeto y donaciónexclusividad y lealtad, pasión y deseoamistad y complicidad

Casarse es gratitud y perdón, cuidado y protección, construcción y edificación, dedicación de tiempo y esfuerzo a quien amas, es alimentar el amor.

En una sociedad que aboga por la "obsolescencia programada", por "destruir" en lugar de "construir", nuestro matrimonio sólo tendrá éxito si ponemos en el medio el Amor, si ponemos a Dios. 

¿Por qué? Porque Dios así lo ha instituido, porque es un don y un regalo que nos hace a nosotros y, sobre todo, porque creciendo ambos, junto y hacia Dios, el matrimonio es indestructible.

Un diseño perfecto

La culminación del diseño de Dios, lo más excelso de Su creación, fue unir al hombre y a la mujer. Por esa razón, Dios no apadrina matrimonios fracasados, hogares infelices, ni relaciones íntimas egoístas o sin propósito. 

Dios no creó a la primera pareja para que fracasara sino para que fueran complementarios (Génesis 2). En el primer matrimonio no existían los celos, ni las luchas entre ellos, ni las suegras, ni tuvieron relaciones anteriores con otras personas para comparar.

Dios creó el matrimonio para satisfacer las necesidades emocionales, psíquicas, físicas y espirituales entre un hombre y una mujer. 

Una unión compatible 

Dios creó a Adán solo en la tierra. ¿Necesitaba Adán más compañía que la que ya disfruta en el Edén? ¿Podía haber una mejor compañía que la de Dios? Seguramente no, y sin embargo, fue el mismo Dios quien dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2,18).

Adán puso nombre a los animales, pero era obvio que no pudo tener con ellos compañía compatible. Los vio cómo se emparejaban, “pero para sí mismo no encontró una ayuda apropiada” (Génesis 2,20). 

De manera que fue después de esta tarea con los animales, cuando Dios le dio una “ayuda apropiada”. Esto vino después de que Dios creara un deseo en él. 

¿Qué pasó cuando Eva fue creada? Bueno, la sorpresa de Adán tuvo que ser mayúscula. Recordemos que lo único que Adán veía eran animales y vegetales... pero ahora ve a una criatura que despierta en él sensaciones nunca antes experimentadasCuando vio a Eva, y dijo: “esto es ahora huesos de mis huesos, carne de mi carne…”, fue una exclamación llena de júbilo y de alegría. Esta sensación debe ser la misma cuando encontramos a quien Dios ha preparado para nosotros. 

En el diseño matrimonial, hubo y hay un propósito: Dios dio a Adán una esposa y dio a Eva un esposo. Y así es como ha funcionado desde el principio. 
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Dios no le dio una madre para que ésta le gobernara. No le dio a una hermana para que jugaran. Ni tampoco le dio a un hijo para que lo cuidara. Tampoco le dio a otro hombre.

Dios les dio a ambos una compatibilidad única en la tierra. Dios llenó la soledad del hombre con algo de su propia vida, de su propio cuerpo: una ayuda idónea, un complemento. La traducción sería una "ayudante" como él mismo. Es por eso que a nuestros cónyuges, les llamamos la “otra mitad”, lo que nos falta para ser completos. 

La llamada “guerra de los sexos” y sobre todo, el feminismo radical, crea confusión y división, pretenden crear una competencia entre el hombre y la mujer. Confunden igualdad con complementaridad. 

Lo que hace a un hombre y una mujer vivir como compañeros es su diferencia no su igualdad. Dios hizo al hombre para que fuera hombre y a la mujer para que fuera mujer. 

Lo que no es lógico ni natural es que la mujer quiera ser un hombre o que un hombre quiera ser una mujer. Al hombre (Adán), Dios le dio la responsabilidad de trabajar, de labrar y cuidar el Edén, mientras a la mujer (Eva) la tarea de ayudarle. Dios creó a la mujer para ser la ayuda y la motivadora del hombre. 

El hombre es el protector y la mujer, la protegida. Dios creó al hombre como vasija fuerte, mientras que la mujer es una vasija más frágil; el hombre es fuerte y rudo, la mujer es suave, delicada, amorosa. 

El hombre, por lo general piensa de una manera lógica, con la cabeza; la mujer piensa emocionalmente, con el corazón. La mujer es más romántica, soñadora; el hombre es más frío y calculador. 

Estas diferencias no deben ser criminalizadas como algo malo ni discriminatorio. En la diferencia está la complementariedad de ambos sexos. Es obra de Dios. Lo demás, es pretender una obra del ser humano.

Una unión permanente

"Se unirá a su mujer… y lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mateo 19,5,-6). La palabra hebrea “se unirá” significa soldar o pegar. Dios no pensó en hogares desechos, sino en hogares de éxito. 

En hogares desechos por la separación es común escuchar: “Se acabó el amor”. Pero la verdad es que se acabó porque nunca existió. Las separaciones producen personas desechas por culpa de la inmadurez, el egoísmo y el orgullo. Cuando alguien busca sacar algo, satisfacer algo, exigir algo en el matrimonio, en lugar de darse, satisfacer y entregarse al otro, éste fracasa y se rompe.

De estas causas, el egoísmo es el que más hace daño. Es cuando se entiende la pareja sólo para una unión física, para un desahogo de la carne, sin considerar el diseño divino. El llegar a ser “una sola carne”, implica no sólo una unión física sino también psíquica, emocional y espiritual.
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El amor es un compromiso. Y si no se hace ese compromiso, cuando llega alguna crisis, lo más cómodo es acabar con el matrimonio. 

El amor verdadero crea una soldadura en el matrimonio que convierte a ambos cónyuges en uno. Y si uno le hace daño al otro, se perjudica así mismo. 

Si nuestro matrimonio es pura apariencia y superficialidad, si el amor no es real, no es matrimonio. Si nos esmeramos sólo por tener la casa bien arreglada, las cuentas al día, comprar cosas, y mostrar que todo va bien, pero no tenemos amor, nuestro matrimonio está vacío y sin propósito. 

Si nuestro matrimonio es egoísta, sin tomar en cuenta al cónyuge, estamos dejando su gobierno al interés, que caerá en la rutina y hará perder el encanto de sus primeros años. La belleza física se acabará, cuando el cuerpo envejezca y cesará el deseo físico, pero el amor perdurará.

Una unión íntima

El matrimonio no es un "tú" o un "yo", sino un "nosotros". El matrimonio es la más íntima de las relaciones. “Íntima”  tiene que ver con lo más profundo, lo más secreto. 

Solo en el matrimonio se da la unión física, psíquica, emocional y espiritual. El sexo fue creado como parte del diseño divino. No fue hecho solo para que vinieran hijos, de modo que solo el hombre se complaciera. Ni tampoco fue hecho para satisfacer la concupiscencia. 
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Una pareja que ha recibido de Dios el regalo del sexo podrá experimentar una unión psíquica, emocional y espiritual. 

En la fornicación y el adulterio no puede darse este tipo de unión. 

En la homosexualidad o el lesbianismo tampoco puede darse esta unión. 

En la pornografía tampoco se produce esa unión, pues se trata de un comercio cuyo fin es promocionar la depravación, como señala San Pablo en Romanos 1,24-27.

Una unión santa

El reto al que se enfrenta una pareja hoy es vivir en santidad. Si algo conduce al éxito en el matrimonio es la santidad de los cónyuges. La santidad en el matrimonio es la opción de ambos cónyuges por mantener los valores morales y espirituales como su estandarte para el resto de sus vidas.
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Desnudos sin avergonzarse” fue la manera en la que vivían Adán y Eva antes de que cayeran por el pecado. Porque cuando el pecado no está presente no hay razones para avergonzarse. Entonces, esa unión es santa.

En la carta a los Efesios 5,22-25 encontramos una exhortación a tener muy en cuenta: "Amar a tu esposa como Cristo amó a su Iglesia"Pero en el amor y en la entrega de Cristo por su Iglesia hay un propósito: “A fin de presentársela a si mismo una iglesia gloriosa, sin mancha y sin arruga y sin cosas semejantes”.

No puede existir una meta más alta para el esposo que ésta. Así como el Señor no concibe una Iglesia con mancha, el esposo tiene una mayor responsabilidad que en su matrimonio no haya manchas que avergüencen su relación. Esto tiene que ver con el pacto de la fidelidad

"La santidad conviene a tu casa" (Salmo 93,5). La presente declaración fue dada para enaltecer los valores morales y éticos que deben ser vistos, como adornos distintivos, en la vida de los estamos envueltos en la casa del Señor.
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La misma palabra “santidad” nos exhorta a distinguir entre lo santo y lo profano; entre lo malo y lo bueno. 

Es una santidad que expresa la separación de los objetos divinos, exclusivamente para el servicio al Señor. Ese mismo principio debiera aplicarse al hogar, y sobre todo, al matrimonio.

Es la falta de santidad lo que hace que tantos matrimonios queden manchados, destruidos y al final separados. Nunca había sido tan necesario el llamado de este salmo para la familia de hoy. 

Un matrimonio debiera luchar contra todos los enemigos que quieren invadir la intimidad de su hogar. Una pareja debiera esforzarse para vivir de tal manera que nada les avergüence. Que el diseño original sea mantenido incólume frente al insistente ataque del pecado. 

Algunos le desean a recién casados felicidad; es extraño oír de alguien que les desee santidad. Pero si buscamos primero la santidad, el resultado será la felicidad. 

viernes, 14 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (14)

"No son dos, sino una sola carne" 
(Mateo 19, 3-12)

Dios, en el principio, crea de dos seres, hombre y mujer, uno sólo, y de uno sólo hace dos, de forma que el uno descubre en el otro un segundo “yo-mismo”, un 'complemento", sin por ello, perder su personalidad, sin confundirse con el otro, sin superioridad del uno sobre el otro.

Este “principio” muestra cuál es la primera identidad humana, nuestra primera vocación y la voluntad inicial de Dios.

Sin embargo, los hombres de todos los tiempos han querido plantear la pregunta sobre el divorcio para poner a Dios a prueba, para rechazar la visión integral del hombre dada por el Creador en el "principio", para sustituirla por concepciones parciales y tendencias actuales, amparándose en su libertad de elección.

La respuesta que Cristo dio a los fariseos (y a nosotros hoy) exige que el hombre, varón y mujer, decida sobre sus propias acciones a la luz de la verdad integral y originaria para vivir una experiencia auténticamente humana: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre".

Es nuestra dureza de cerviz y nuestro corazón de piedra las que nos inclinan a "querer ser Dios" y a decidir cambiar esa idea original por una "nuestra", por una opinión propia de cada uno.

La Encarnación (y la redención que brota de ella) es también la fuente definitiva de la sacramentalidad del matrimonio (y del sacerdocio). Cristo se une a la Iglesia y la hace "Una, en un sólo cuerpo, un solo espíritu".

Sin embargo, de nuevo, el hombre quiere decidir, y "repudia" a la Esposa para ir a buscar otra que la satisfaga más.
¡Cuántas veces obviamos el significado esponsalicio del cuerpo, su dimensión plena y personal en el Sacramento del matrimonio! 

¡Cuántas veces, por conveniencia, egoísmo y utilitarismo, vaciamos el sacerdocio de su sentido sagrado y de su propósito original, cuestionando la virginidad y el celibato!

Cristo nos llama la atención para que comprendamos que el camino del sacramento del matrimonio y del sacerdocio es el camino de la “redención del cuerpo”, que consiste en recuperar la dignidad perdida y la comunión plena con Dios.

Dios jamás "da puntadas sin hilo".

JHR

miércoles, 19 de febrero de 2020

SACRAMENTOS: UNA OPORTUNIDAD EVANGELIZADORA

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"Entró de nuevo en Cafarnaún después de algunos días,
y se supo que estaba en casa. 
Acudieron tantos que ni a la puerta cabían; 
y él les dirigía la palabra. 
Le trajeron entre cuatro un paralítico. 
Como había tanta gente, no podían presentárselo. 
Entonces levantaron la techumbre donde él estaba, 
hicieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. 
Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: 
"Hijo, tus pecados te son perdonados"." 
(Mc 2, 3-5)

En este pasaje del evangelio de Marcos se nos muestra un gran ejemplo de evangelización. Los cuatro que llevan al paralítico a Jesús a través del tejado tienen tres rasgos evangelizadores muy significativos:

- Celo apostólico: Deseo de llevarle a Jesús.
- Fe: Certeza de que Jesús cambiará su vida.
- Servicio: Disponibilidad para hacer lo que sea necesario por llevarle a Jesús.

Y nosotros, ¿tenemos deseo de llevar almas a Dios? ¿es
tamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para llevar a las personas a Jesús? ¿tenemos la certeza que Cristo cambiará sus vidas? ¿a qué estamos dispuestos para renovar nuestra parroquia, nuestra Iglesia?

Cristo
nos invita a los cristianos a salir de la autosuficiencia, a escapar de la autoreferencialidad y a abandonar un status quo de introspección.

Se trata de dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en los demás, de dejar de hacer las cosas "como siempre" y de salir a mostrar a Jesús al mundo.

El verdadero sentido objetivo de toda evangelización es, primero dar a conocer a las personas a Cristo, y después acercarlas a su Iglesia para que tengan una relación estrecha con Él a través de los sacramentos. 
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La evangelización ha de conducir siempre a una vida eucarística o no es evangelización.

Por desgracia, para muchas persona
s, la Iglesia ha dejado de ser significativa. Apenas se acercan a ella, salvo para asistir a una bautizo, a una primera comunión, a una boda o a un funeral. Pero no es suficiente con administrar o recibir sacramentos. 

Para muchos, los sacramentos se han convertido en "eventos sociales", y para los sacerdotes, en una mera "administración válida". 

Los sacramentos que administran los sacerdotes son siempre válidos porque su validez no depende de ellos sino de Cristo (ex opere operatio)Nadie lo duda, pero casi nunca tienen frutos porque no hay fe en el receptor (y quizás tampoco mucha en el emisor).

Po
r ello, las personas deben saber a qué van a la Iglesia y qué significan los sacramentos. Sólo si comprenden esto, se comprometerán con la comunidad parroquial y con Dios.

Por eso, es necesario que cambiemos este enfoque erróneo: es preciso pasar del significado teológico al existencial, es decir, no preocuparnos tanto por la validez del sacramento (que está asegurada) y más por el fruto. 

¿De qué sirve un sacramento si las personas no saben qué ocurre en él? ¿de qué sirve un sacramento si las personas no creen en él? ¿de qué sirve si no pasan a formar parte activa de la familia de Dios? ¿Cómo se puede entrar en una familia en la que no se cree y con la que no se relaciona?

El orden correcto de la evangelización y, por tanto, de la sacramentalización de las personas es: 
1º-PROCLAMACIÓN (kerygma
2º-CONVERSIÓN (metanoia
3º-SACRAMENTOS (eucaristia
4º-DISCIPULADO (paideia
5º-SERVICIO (diakonia)

La primera, depende de los laicos, mediante métodos de evangelización que el Espíritu Santo suscita. La segunda, de las personas que se acercan y que dan un sí a Dios. La tercera, exclusivamente de los sacerdotes. La cuarta y la quinta, de los sacerdotes y de los laicos.


Pero, aún dejando a un lado las dos primeras y las dos últimas, los sacramentos son una oportunidad única de evangelizar porque son las personas las que se acercan en primera instancia sin ser llamadas. Quizás lo hacen por compromiso o sin saber muy bien a lo que van o lo que tienen que hacer, pero se acercan. No salimos nosotros a buscarlas. 


Cuando las personas se acercan a solicitar un sacramento, lo primero, es evitar dar un "NO" como respuesta a quienes llaman a la puerta.  Los sacerdotes han de darles un "SÍ" pero no incondicional, puesto que ello implicaría una mentira cómplice, tanto por el sacerdote como por la persona, dado que ellos "saben que nosotros sabemos que ellos saben que no van a volver". 

Durante muchos años, en la Iglesia hemos hecho a las personas "inmunes" al mensaje evangélico. Les hemos vacunado con los sacramentos. Los sacramentos han sido una especie de "vacunas", es decir, formas débiles del virus, en cantidades pequeñas, y que han generado anticuerpos. Las personas están vacunadas contra Dios. No "enferman de amor de Dios". Tan sólo vienen, consumen y se van, para quizás, no volver. Por ello, en algunos casos, debe ser un "SÍ, PERO ESPERA".

Para saber qué hacer y cómo actuar, evaluemos primero quiénes son los que piden el sacramento, bien para ellos o para sus hijos:

Bautismo
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Comunión
-Personas o niños de familias cristianas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Personas o niños de familias cristianas que vienen eventualmente a la parroquia: curso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Personas o niños de familias alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otras personas de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, etc) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Confirmación
-Jóvenes de familias pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Jóvenes de familias 
que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Jóvenes alejados o de familias no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros jóvenes de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha jóvenes, Effetá, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Matrimonio
-Parejas pertenecientes a la comunidad parroquial: sin problema.

-Parejas que vienen eventualmente a la parroquiacurso de formación que incluya asistencia a misa los domingos.

-Parejas alejadas o no creyentes: Darles la bienvenida, acogerles, reunirse mensualmente con otros matrimonios de la comunidad para compartir experiencias, invitarles a algún método kerigmático (Alpha, Emaús, Proyecto Amor Conyugal, etc.) y una vez en camino de conversión, darles formación y fecha.

Nuestra misión, tanto de los sacerdotes como de los laicos, es siempre enfocar nuestras obras y toda nuestra actividad evangelizadora hacia las relaciones personales, que guían, acompañan y acogen al discípulo, forman amistad, construyen apoyo mutuo y amor verdadero, en lugar de juicios o criticas. 

El objetivo final de todo lo que hagamos es llevar almas a Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo.

La Iglesia de Cristo no es una forma de "sanidad privada" sino de "salvación pública". El Papa Francisco nos exhorta a transformar la Iglesia, pasar de un "club privado y elitista" para convertirla en un "hospital de campaña para todos los públicos".

¿Estamos preparados y equipados para acoger a personas que no creen y que no se comportan de la manera que nosotros pensamos que debieran? 

¿Estamos dispuestos a interesarnos por sus necesidades, a caminar junto a ellas, a formarlas y, en definitiva, a llevarlas a Dios?

jueves, 14 de septiembre de 2017

JUNTOS DESDE LA TIERRA AL CIELO


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Querida Mariajo,

En nuestro 28º aniversario de boda, quisiera decirte, que después de Dios, eres lo más importante de mi vida, que te quiero y confio en ti con todo mi corazón.

Dios quiso que nuestras vidas se encontraran hace más de treinta años con un propósito que hemos ido descubriendo con el paso del tiempo. 

Tengo la certeza de que lo que nos mantiene unidos, después de tantos años, va mucho más allá de unos valores comunes, unos gustos complementarios o unas virtudes agradables. 

Sencillamente, nos aceptamos con nuestros errores y miserias, con nuestros talentos y habilidades, porque Dios está entre nosotros. 

Nuestro matrimonio no es sino un aprendizaje de amor y entrega, de dar mucho pero de recibir más. Un camino en el que más que "tomar" es "entregar", más que "exigir" es "donar", más que "vivir" es "desvivirse", morir por el otro. 

Hemos vivido muy buenos momentos juntos: cuántas inesperadas aventuras, inolvidables viajes, divertidas fiestas, risas verdaderas y lloros sentidos. 

Y otros infinitamente mejores, tras nuestro compromiso absoluto con Dios: nuestros grupos de matrimonios, de Lectio, nuestras noches de Alpha en la Madona, nuestros retiros de Emaús, la panda de la Virgen, el descubrimiento de los Heraldos, nuestra consagración a María…. y de misiones marianas. 

Nuestra familia no es sino otro camino de perfección y purificación. Tenemos una familia y unos hijos maravillosos aunque no perfectos. Si no la mejor familia, al menos, es la nuestra; la que Dios ha querido darnos.

Quiero agradecer a Dios la maravillosa oportunidad que me regala todos los días de vivir sin poner barreras ni prejuicios a nuestro corazón, por la bendición de formar una familia sana, por la alegría de disfrutar de sus gracias y por la oportunidad que nos concede de ser herramientas suyas para servirle y amarle a través de los demás. 

Y a ti, Mariajo: gracias por haber cambiado mi vida y haberme hecho descubrir el amor verdadero y la felicidad en mayúsculas. 

Por ser mi faro en la tempestad y luz en la niebla, por enseñarme a ver las cosas con los ojos de la Virgen. 

Caminar a tu lado me ha convertido en el hombre más afortunado de la tierra. Mujer guapa por fuera y hermosa por dentro, bondadosa y fiel con todos, cristiana comprometida con Dios y con el prójimo.  

Tú haces de mí, un proyecto de hombre bueno. Y juntos, vamos desde la tierra al cielo.
TE QUIERO 

Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará? 
Vale mucho más que las perlas.
Confía en ella el corazón de su marido y no cesa de tener ganancia.
Ella le procura el bien y nunca el mal todos los días de su vida.
Busca lana y lino, y trabaja con su mano solícita.
Es como una nave mercante que de lejano trae sus víveres.
Se levanta cuando todavía es de noche, 
distribuye la comida a su casa y las tareas a sus criadas.
Desea un campo y lo compra, 
con el fruto de sus manos planta una viña.
Ciñe sus lomos de fortaleza y emplea la fuerza de sus brazos.
Constata que su industria prospera, 
su lámpara no se apaga por la noche.
Echa mano a la rueca y sus dedos giran el huso.
Tiende su brazo al desgraciado y alarga la mano al indigente.
No teme la nieve para su casa, porque toda su familia lleva doble vestido.
Ella se hace cobertores, lino fino y púrpura la visten.
En las puertas de la ciudad su marido es estimado, 
cuando se sienta con los ancianos del país.
Teje telas de lino y las vende, 
y procura cinturones a los mercaderes.
Se reviste de fortaleza y de gracia, y mira gozosa el porvenir.
Abre su boca con sabiduría, y en su lengua hay una doctrina de bondad.
Vigila la marcha de su casa, y no come el pan de la ociosidad.
Sus hijos se levantan para proclamarla dichosa, 
su marido para hacer su elogio:
"Muchas hijas se han mostrado virtuosas, pero tú superas a todas".
Engañosa es la gracia, vana la belleza; 
la mujer que teme al Señor, ésa debe ser alabada.
Dadle del fruto de sus manos 
y que en las puertas de la ciudad sus obras proclamen su alabanza.
(Proverbios 31, 10-31)

martes, 28 de julio de 2015

SACRAMENTOS SIN FE, ACTOS SOCIALES SIN SENTIDO


 

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia invisible de Dios, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, a través de los cuales se otorga la santificación, es decir, confieren al creyente la dignidad de "hijos de Dios", y mediante los cuales, los creyentes exteriorizan su relación con Dios y profesan su fe.

Cuando los bautizados celebran un sacramento expresan, identifican y edifican su comunión eclesial. Sin fe no hay sacramentos, sino sólo actos sociales o ritos mágicos que no tienen nada que ver con la fe cristiana.

Matrimonio

Es una verdadera pena observar como en los últimos años se ha producido un notable aumento de matrimonios civiles en detrimento de los religiosos, en parte motivado por una progresiva secularización de la sociedad y en parte, por el alejamiento o la pérdida de fe de los propios bautizados.

Igual de triste es la constatación del hecho por el que los novios toman la decisión de casarse en una Iglesia sólo por el simple hecho de considerarlo más como un acto social de cierta enjundia que un camino comprometido de fe. 

Incluso, hay quienes demostrando una mayor incoherencia, piden al sacerdote (a quien apenas conocen y quien apenas les conoce) la eliminación parcial o total de la homilía "para agilizar" la celebración.

Pero mucho más preocupante es que nuestros sacerdotes católicos celebren bodas religiosas aún a sabiendas de esa falta de fe por parte de los contrayentes, conscientes de que no volverán o incluso sin tan siquiera conocerles con anterioridad, pues en muchas ocasiones, se trata de la primera vez (y la última) que pisan el templo.

Como signos externos de la fe vivida, por los cuales expresamos, afirmamos y renovamos ser seguidores de Cristo, no tiene justificación tanto administrarlos como recibirlos, si el resultado es convertirlos en meros eventos sociales, pues ello redunda en una absoluta pérdida de valor y de sentido de la fe de Cristo. No es posible separar sacramento y fe. Sin fe, el sacramento es inválido, es nulo.

Los propios sacerdotes, como testigos del sacramento del matrimonio sin fe, están obligando, desgraciadamente, a los esposos a cometer perjurio ante Dios, haciéndoles mentir y favoreciendo el hecho de que personas que pisan la Iglesia por primera y última vez el día de su boda, que rechazan la institución instaurada por Cristo, que no se toman en serio la confesión, la comunión y en definitiva, los sacramentos, accedan a protagonizar un espectáculo "obligado", sin poso de fe y de todo punto hipócrita. Amén de que con el código de Derecho Canónico en la mano, carecerían de validez y licitud.

Si alguno de los contrayentes no tiene fe y, por tanto, no tiene razón para creer en Cristo ni en la indisolubilidad del matrimonio, ¿por qué empeñarse en recibir un sacramento estéril y carente de valor? ¿Para qué administrarlo?

Sí, cierto es que la Iglesia está llamada a acoger y a recibir a todos, sin excepción, pero al mismo tiempo, no debiera ofrecer un sacramento carente de valor y sentido. De ahí la necesidad de reforzar y profundizar en una verdadera preparación al matrimonio. No se trata de decir un sí incondicional; pero tampoco, un no rotundo; se puede decir, "todavía no". 

Los pastores están llamados a corroborar la verdadera comprensión y aceptación de la naturaleza del sacramento del matrimonio y de sus propiedades esenciales, es decir, de la unidad, de la indisolubilidad del matrimonio y de su apertura a la vida.

Hoy, los elementos fundamentales de la fe, que antes conocía cualquier niño, desde el signo de la cruz hasta el padrenuestro, son cada vez menos frecuentes. Y desde luego, albergar la pretensión de que los cursos pre-matrimoniales, insuficientes en tiempo y efectividad, contribuyan a paliar la ausencia de fe y compromiso cristianos, es como albergar la esperanza de que un bebé aprenda a leer y escribir cuando todavía no sabe caminar. 

Bautismo, Comunión y Confirmación


No es el matrimonio el único sacramento afectado por el sinsentido de la falta de fe verdadera. 

El bautismo, el primero de los tres sacramentos de iniciación a la vida cristiana, es otro de los damnificados

Con demasiado frecuencia, se celebran bautizos sin que la fe cuente algo en la vida de los padres o de los padrinos y sin que haya ninguna intención de educar a esos niños en la fe de Cristo.



La Primera Comunión es otro de los tres sacramentos de iniciación a la vida cristiana con el bautismo y la confirmación. 

A través de ella y después de cierta preparación (catequesis), es posible tomar por primera vez la hostia y el vino, es decir, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

Pero ¡Cuántas primeras comuniones se celebran sabiendo que será la primera y también la última, ante la falta de profesión de fe de los padres de los que comulgan!



El tercer sacramento de iniciación es la confirmación. Y tampoco se libra del conflicto. 

¡Cuántas confirmaciones se otorgan a jóvenes que ni creen ni practican; adolescentes que no se asoman por la Iglesia ni por error! 

¿Qué fe está siendo confirmada? ¿no habría que “despertar” la fe en quienes la tienen dormida? 


Una oportunidad única para evangelizar

Durante mucho tiempo, nuestra Iglesia ha sido administradora de sacramentos a bautizados pero no a evangelizados. 

Hoy, embarcados en la nueva evangelización, estamos llamados a empezar por dar a conocer a Cristo a quienes, por las razones que sean, se acercan ocasionalmente a los sacramentos.

En bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones y funerales se nos brinda una oportunidad única para ello, pues en todos ellos aparecen bautizados (y no bautizados) que difícilmente aparecen por un templo en otros momentos de sus vidas. Es ahí donde debe hacerse un esfuerzo evangelizador de primer nivel. 

Los laicos tenemos la misión de hacer comprender el significado y el valor de los sacramentos a todos, y los sacerdotes el cometido de cuidar al máximo sus homílias y celebraciones, hacerlas atractivas y así, acercar a esas personas a Dios, sin presión, sin recriminar ni reprender. 

Cristo nos atrae por su infinito amor. Esa es la clave.