¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 10 de septiembre de 2022

CAER EN LA COMODIDAD ESPIRITUAL


"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, 
y yo os aliviaré"
(Mt 11,28)

Vivimos en una sociedad egoísta y hedonista que nos "vende" continuamente la necesidad de buscar el bienestar y la comodidad a través del placer, como sinónimo de felicidad.

Y nosotros, en la búsqueda de esa falsa "felicidad", caemos en la tentación de aferrarnos a nuestras conveniencias y complacencias, a todo aquello que nos da placer y seguridad, a todo lo que nos resulta fácil o nos hace sentir bien... y terminamos aburguesándonos, acomodándonos. También, espiritualmente.

Para ser un verdadero cristiano, no es suficiente con "hacer" lo que hago en un ambiente favorable, como puede ser acudir a una iglesia, ser parte de una peregrinación o servir en un retiro espiritual. Eso puede hacerme caer en la comodidad y en la rutina si no tengo el enfoque correcto. 

Ser cristiano en un ambiente favorable y seguro es muy fácil, no requiere de mucho esfuerzo. Pero hace falta valor y coraje para hacerlo en el resto de ambientes. Hace falta mucha confianza y fe para dejar todo lo que me conforta, todo lo que me agrada, todo lo que me produce bienestar... y seguir a Cristo de verdad.

El mensaje cristiano es muy claro"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24). Dios me llama a salir de mis comodidades, a dejar mis zonas de confort y a seguirlo, como hicieron patriarcas, profetas y apóstoles. Pero, además, me promete que "me aliviará" (Mt 11,28).

Seguir a Cristo es una decisión individual y libre que nadie puede tomar por mí. Decir "Maestro, te seguiré adonde vayas" (Mt 8,19) no es una frase hecha para quedar bien o ser "políticamente correcto". Supone compromiso, esfuerzo y negación de mí mismo pero, sobre todo, obediencia, humildad y confianza en Dios. 

Todo lo que vale la pena requiere trabajo, riesgo y sacrificio. A veces, supone dejar confort y tranquilidad, o incluso, amigos y familia. Por eso, cuando me acomodo en mi vida cristiana, cuando me convierto en un cristiano "complaciente", no dejo de pensar que algo va mal, que algo falla. 
Y es que no soy capaz de imaginarme a Jesús buscando seguridad y complacencia. No veo a Cristo cediendo a las comodidades que le ofrecía Satanás en el desierto. No le veo cediendo a una vida tranquila en su pueblo natal y acomodado con sus santos padres o con su grupo de los Doce. No le veo evitando los riesgos de enfrentarse a aquellos que le querían muerto ni huyendo de la Cruz.

Por eso, necesito estar alerta y muy atento a las tentaciones de bienestar y seguridad con las que el Enemigo busca alejarme de Dios. 

Necesito discernir que ser cristiano no es buscar amigos ni "grupos estufa" donde estar calentito y a gusto, ni acomodarme a un estilo de vida cristiana "de mínimos"

Necesito meditar que ir a misa, asistir a reuniones de grupo o servir en un retiro puede convertirse en una "rutina cristiana" de ritos y costumbres si no los vivo con un corazón apasionado

Y es que la rutina...oxida, corroe y mata. 

Entonces ¿Qué hacer?

Se me ocurren tres cosas que pueden ayudarme a discernir el significado de ser cristiano y evitar que la rutina "oxide" mi fe y "corroa" mi pasión:

Conocer más Dios. Hablo de formarme, de saber más de Dios, de conocer lo que el Señor quiere de mí, de profundizar en su palabra y en su iglesia. Porque conociendo más a Dios, puedo y quiero estar más con Él.

Estar más con Dios. Hablo de oración, de espacios de diálogo con Él, de adoración y de Eucaristía. Porque sabiendo dónde está, puedo y quiero establecer una relación más estrecha con Él y cumplir la misión que me ha encomendado.

Atender las necesidades de los demás. Hablo de servicio, de entrega, de procurar el bien de mi prójimo. Porque sirviendo a Dios, puedo y quiero servir a los demás como Él hizo, a quienes están necesitados de Dios. 

Sólo así conduciré mi vida por el camino cristiano que Dios me muestra. Sólo así cargaré mi cruz como mi Maestro. Sólo así moriré a mi egoísmo para alcanzar la gloria.


JHR

sábado, 15 de septiembre de 2018

SACERDOTES CAÍDOS

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Con gran tristeza, los titulares de las noticias nos recuerdan una vez más que el enemigo tiene como objetivo especial a la Iglesia Católica. Igual que hizo con los ángeles, hace con los hombres: algunos sacerdotes "caen" y con ellos, muchos cristianos son heridos y dañados.

¿Por qué sucede esto? ¿Qué motiva a algunos pastores del rebaño de Dios a caer y echarlo todo a perder? 

Es cierto que en cada parroquia, cada día, muchos sacerdotes luchan contra corriente, y mucho. Y lo hacen solos. Quizás por eso, algunos caen. 

El mismísimo Satanás, nuestro enemigo espiritual es un experto conocedor del comportamiento humano y se fija especial y particularmente en los sacerdotes, no porque sus almas tengan un mayor valor intrínseco, sino porque su caída es estratégica para intentar ganar la batalla final.

Negligencia

La tentación más implacable con la que Satanás se adentra en la vida sacerdotal no es con el atractivo de los actos flagrantes de inmoralidad (que también), sino con la disposición diaria a descuidar el amor por Cristo de la manera más insignificante y sutil.

Sin duda, por negligencia, por pereza o por indolencia, comienzan a desc
uidar su relación con el Señor, abandonan su vida interior y su oración, y con el tiempo se despojan del amor, la pureza, el discernimiento y la doctrina.

El Diablo sabe que el "gran mandamiento" es amar al Señor sobre todas las cosas, con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y por ello, se vale de la negligencia para incitarles a mantener un amor parcial y superficial por Cristo, mientras mantienen una "vida aparentemente cristiana." 

Y así, el amor a Cristo cae en el vacío encanto del mundo, les arrastra y los atrapa con una facilidad insospechada hacia un esfuerzo por tratar de servir a todos. Es cuando muchos sacerdotes caen en la trampa de establecer objetivos que no requieran mucho esfuerzo y gusten a todos, cuando ofrecen un servicio de "mínimos".

Activismo

La segunda tentación es el activismo: "cuando el Diablo no puede doblegarte, te mantiene ocupado". El ruido y la agitación desmesurados en una parroquia destruyen la relación con Dios. 

Resultado de imagen de curas activistasCuando un sacerdote encuentra más interés en "hacer cosas" que en estar con Dios, "cae" en la trampa porque termina sirviendo por obligación, pierde la alegría de permanecer en Cristo, cae en la rutina que le lleva a una pretensión vacía y a una grave vulnerabilidad espiritual, convirtiéndose en un "mal funcionario de la fe".

Cuando un sacerdote pone todo el énfasis en los números, siempre terminará decepcionándose porque nunca tendrá suficiente. Su tarea debe concentrarse en hacer y formar discípulos, en dirigir al pueblo de Dios y administrar sacramentos, bajo la guía de Dios. 


Por supuesto, necesita ayuda, y para eso están los laicos. Con la colaboración de los laicos como parte del pueblo de Dios y la guía del Espíritu Santo, los números se generarán por sí mismos. 
Dios es quien se encarga de ello.

Desconfianza

La mayoría de los sacerdotes tratan de saber en quién poder confiar, pero algunos, realmente quizás por culpa de un excesivo clericalismo, llegan a conocer poco a sus feligreses. A menudo, no tienen a nadie que les hable claro, que les diga lo que nunca querrían escuchar. Por lo general, ponen buena cara, pero realmente, no confían y tratan de hacer las cosas solos.

Cuando un sacerdote no confía en nadie teme dar rienda suelta a la visión y a las capacidades de los demás, porque no tiene suficiente confianza en ellos o porque la tiene solo en él mismo, o incluso porque no la tiene en Dios.

Resultado de imagen de desconfianzaExige a otros que hagan lo que él quiere y por tanto, se pierde la confianza en que el plan de Dios funciona, aún a pesar de nosotros. 

La visión de una parroquia debe estar sustentada en Cristo, maestro en la delegación. Obviamente, Jesús estableció la visión, pero luego entregó todo el servicio a sus discípulos. 

Un sacerdote que no confía en Dios o en los demás, siempre intentará hacer las cosas como él quiere, o por él mismo. Desconfiará de todo aquello que no esté bajo su control y se negará a permitir que nadie más que él se haga cargo. 

Cree que, sin su control, el mundo se derrumba. Ve el vaso "medio vacío" y no quiere correr demasiados riesgos. Cuando todo está bajo su control, siente una sensación de seguridad. El mérito es suyo, no de Dios. Es una forma de pelagianismo.

Orgullo

Muchos sacerdotes luchan a diario con problemas de ego. Cuando un sacerdote es orgulloso, todo marcha bien, siempre que él sea el centro de atención. Pretende el poder, el prestigio y los privilegios que conlleva el sacerdocio, y cierra el paso a cualquier persona que Dios pone en su camino

El liderazgo espiritual correcto del sacerdocio ayuda a las personas a ir desde donde están hasta donde Dios quiere que estén. Cuando un sacerdote mueve a la gente "a toda máquina" hacia Dios, cuando se despojan de su "yo" para realizar el plan de Dios y glorificarle, todo funciona correctamente.

Desafortunadamente, cu
ando un sacerdote trata de combinar los planes de Dios con sus propios planes, todo se desmorona. Lo que a menudo comienza como buenas intenciones, terminan en ambiciones egoístas y orgullos egocéntricos.

Quiere crecer en número y "hacer muchas cosas" para Dios, pero en realidad, se trata más de crear algo que le ensalce a él en lugar de dar gloria a Dios (aunque posiblemente, ni siquiera lo reconozcan). Y así, se rodea de personas incondicionales que siempre le dirán "Sí" a todo, que siempre apoyarán cada decisión que tome, sin importar cuán destructiva o absurda sea.

Manipulación

Un sacerdote caído es, a menudo, manipulador, capaz de explicar cada acción, cada pecado sin importar cuán atroz sea. Se trata de una deformación de su sacerdocio.

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Tiene una asombrosa habilidad, un sofisticado mecanismo de actuación casi infalible. Sabe influir en las personas, conoce qué teclas tocar, qué decir y qué callar para alcanzar el pleno control sobre sus emociones.

Ve a los demás como objetos, como recursos de los que aprovecharse para sus fines y utiliza distintos métodos y estrategias indirectas, engañosas y abusivas como el chantaje, el victimismo…

Se camufla de acciones bienintencionadas y elevadas, se reviste de preocupaciones y emociones profundas para ganarse la confianza de sus feligreses y desplegar después sus intenciones.

Marginación

Las personas que disienten de un sacerdote "caído" no solo se verán desplazados de su círculo interno, sino que también quedarán aisladas. Después de todo, este sacerdote no quiere tener personas que no estén de acuerdo con él.

Y entonces hace todo lo posible por marginarlos y desacreditarlos, manchar su nombre, acusarlos de falta de fe e incluso difundir mentiras sobre ellos. 

La triste realidad es que aquellos etiquetados como "críticos" a menudo comienzan como íntimos confidentes del sacerdote, pero una vez que comienzan a retroceder, se les "elimina", se les posterga y se les calumnia.

Para que una parroquia sea saludable, es bueno que haya diversidad en la unidad. Todos, por nuestro bautismo, somos sacerdotes de Dios, tenemos al Espíritu Santo y recibimos dones únicos para edificar la iglesia. 

Pero esto no funciona para el sacerdote caído, que ve en la diversidad un atisbo de disidencia, un riesgo para sus intereses y que le impide alcanzar sus grandiosos planes. Él no quiere una variedad de opiniones, él exige lealtad absoluta e incondicional. Estás dentro o fuera, a favor o en contra.

Y si uno no está comprometido con su forma de actuar, le acusan de deslealtad y de ataque a la Iglesia. Si uno es leal a sus intereses, son promocionados hacia puestos de honor dentro de la parroquia.

Una señal inequívoca de que las cosas van mal, es cuando todos piensan, actúan e incluso hablan por igual. La comunidad se divide, se fragmenta y se reduce, signo de que el sacerdote ha caído.

Cuando un sacerdote "cae", busca "chivos expiatorios" a quienes responsabiliza de todos los males. 

Carisma

La mayoría de los sacerdotes caídos no parecen malos. A menudo son encantadores, dinámicos e incluso visionarios. Son carismáticos, elevados, elocuentes, "caen bien". Son capaces de inspirar a las personas y de moverlas a realizar cosas increíbles.

Imagen relacionadaPero, a menudo, todo es fachada, un "sepulcro blanqueado". En la superficie, parecen ser muy espirituales y con "hilo directo" con Dios, pero en el fondo, están alejados del Señor.

Sacerdotes que no dan testimonio de vida,"cristianos de salón"(como dice el Papa). Sólo se comportan bien delante de la gente, ante los "focos" y los "micrófonos".

Es una fácil tentación para un sacerdote predicar lo fácil, decir lo que las personas quieren oír, sacrificar la verdad por la popularidad. Sin embargo, un sacerdote debe hacer honor a la verdad, incluso cuando ésta es impopular porque cuando sacrificamos la verdad por "quedar bien con todos", hacer discípulos se vuelve imposible.

Abuso de poder

Un sacerdote tiene poder que le da su cargo y su posición pero el "poder ilimitado corrompe la mente de los que lo poseen."

Una de principales peligros en la Iglesia es que un sacerdote acapare demasiado poder, sin la suficiente responsabilidad personal. 

No se trata de controlarle sino de equilibrar la verdad y la gracia por igual. 

Negación del error 

Por desgracia, un sacerdote caído se niega a creer que algo esté mal con su estilo pastoral, con la forma en la que lleva las cosas. Está convencido de que todo va bien, hasta que todo se desmorona...

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Incluso si alberga dudas, no las comparte con otros porque sería admitir su caída, su falibilidad, su debilidad, su inseguridad. Sería un reconocimiento de que tal vez, sólo tal vez, Dios no está de su lado. Y por eso siempre está lleno de bravuconería y fanfarronería, haciendo grandes afirmaciones sobre cómo van las cosas en la parroquia.

El resultado de un sacerdote caído es que las cosas van de mal en peor hasta llegar a una implosión total. Mucha gente queda herida, el nombre del Señor queda por los suelos y la comunidad desaparece.

Si sospechas que tu sacerdote ha caído, reza. Y mucho. No esperes que las cosas mejoren por sí solas. Reza.


lunes, 11 de diciembre de 2017

LA TIBIEZA, UNA PELIGROSA ENFERMEDAD

"La tibieza es una cierta tristeza, 
por la que el hombre se vuelve tardo 
para realizar actos espirituales 
a causa del esfuerzo que comportan" 
(Santo Tomás de Aquino)

La tibieza es la enfermedad contagiosa y asintomática más peligrosa de la vida espiritual de un cristiano, sea obispo, sacerdote, religioso o laico. Por desgracia, la Iglesia está infectada de tibieza y por ello, enferma.

Es un mal que se da en personas que buscaron a Dios con sinceridad, pero que por haber caído en la rutina, por falta de fortaleza, perseverancia…, poco a poco perdieron “el amor del principio” (Apocalipsis 2,4). 

Almas que en un principio se entregaron sin reservas, luego perdieron la luz del Amor, abandonaron la búsqueda de la santidad y fueron cayendo progresivamente, primero en la tibieza y luego en el pecado.

La tibieza no es un sentimiento ni un estado afectivo ni un melancólico decaimiento, sino una actitud voluntaria, una decisión consciente, un rechazo deliberado de abandonarse a Dios y seguir hasta el final su voluntad.  No en vano, Dios es duro y firme con ella: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3,15-16).

La tibieza aparece por una dejadez prolongada de la vida interior y consiste en un relajamiento o pereza espiritual que quiebra la voluntad y elude el esfuerzo.

La tibieza se aloja en el corazón del que ha caído en la insensibilidad espiritual, la indiferencia ante el bien y quien tiene desdibujado a Cristo en su vida

Un cristiano tibio "está de vuelta", es un "alma cansada", un "corazón hastiado" en el empeño por mejorar y buscar la santidad, se siente incapaz de reaccionar contra el pecado y sucumbe a él.

La tibieza nace por la falta de constancia en el amor y es el resultado de caer en la rutina espiritual, en el desánimo, en la pérdida de las fuerzas para mantenerse activo

Es un proceso que comienza casi sin darse cuenta, en el que la conciencia se va apagando poco a poco, hasta llegar a un punto en el que ya no alerta, en el que todo lo justifica, en el que ya sólo se ve la propia conveniencia. 
El tibio adopta una pereza consentida, un rencor mantenido, una irregularidad que arraiga en él de forma permanenteSu vida espiritual y su fe son cómodas y "a la medida". Perdido el ardor espiritual inicial, se conforma con el “yo no mato ni robo”, pero olvida que vivir la fe no consiste en no hacer nada malo, sino en “buscar la santidad”.

No debemos confundir tibieza con sequedad espiritual:
  • La tibieza es fruto de la desgana o el desaliento para seguir por el camino que Dios nos ha trazado. Produce una aridez culpable del espíritu ante las cosas de Dios, que podría haber sido evitada. La tibieza es estéril y dañina pues se deja llevar por el sentimiento.
  • La sequedad espiritual es permitida por Dios para fortalecer nuestro espíritu, para ayudarnos a madurar, purificar nuestra alma y llevarnos a una mayor unión con Él. La verdadera piedad es fructífera y buena pues se deja llevar por la inteligencia, iluminada y ayudada por la fe. Con ella se obtiene la voluntad decidida de servir a Dios, con independencia de nuestros estados de ánimo y circunstancias.

¿Cómo saber si hemos caído en la tibieza?

1.- Desaliento

Cuando no se hacen las cosas como se debe, la voluntad se debilita, el amor pierde su fuego, la llama de la fe se apaga y se cae en la indiferencia, que lleva irremediablemente al desaliento, el primer paso hacia la tibieza.

La persona que cae en el desaliento piensa que eso de luchar por la santidad no es para él; quizá para almas elegidas, pero Dios no le llama a él para tanto. “No hay que ser exagerados”, piensa el tibio. Se auto-convence de que no ha nacido para ser santo.


El tibio sufre un error de perspectiva, pues es incapaz de ver el amor de Dios tal cual es; lo único que ve, es lo difícil que es cumplir con ese amor. Al comprobar la alta exigencia de la vida cristiana, se acomoda y "tira la toalla"

Esto ocurre porque se mira la cruz desde abajo, desde la dificultad y con una visión humana. Sin embargo, vista desde arriba, desde el punto de vista del amor divino, la cruz se ve como el gozo perfecto, y morir a uno mismo no sólo ya no parece tan difícil, sino que se convierte en un anhelo.

2.- Relajamiento espiritual

El espíritu del tibio se relaja y todo le da igual. Todas las cosas que antes le ilusionaban, ahora ya no tienen interés. 

Su mirada esta puesta en los atractivos modelos mundanos, en las ideas novedosas que invitan a tomar actitudes y comportamientos de menor exigencia y que, además, suelen estar alejados del ideal cristiano.

3.- Conformismo

El paso siguiente es el conformismo, que se produce cuando se aceptan valores, actitudes y comportamientos del mundo.

La vida sacramental y la oración se vuelven aburridas y pesadas; se considera una pérdida de tiempo pues no se saca nada de ellas. Es por ello que se posponen, dando prioridad a otras actividades aparentemente más “útiles”. Las prácticas de piedad quedan vacías de contenido, sin alma y sin amor. Se hacen por rutina o costumbre.

4.- Superficialidad

Se siente una desafección por hacer cosas que antes llenaban el corazón de satisfacción: la oración, los sacramentos, el apostolado, las buenas obras, el cumplimiento de los deberes del católico. 

De repente, le empiezan a llamar mucho más la atención las amistades superficiales, la diversión, el ocio…. En una palabra, se cambia el esquema de valores cristianos y se sustituye por otro menos valioso, más cómodo y más atractivo.

5.- Egoísmo

Se pierde la generosidad y se afronta la vida con una visión utilitaria y práctica. Aparece el egoísmo: sólo vale lo que aporta beneficio, comodidad, placer o satisfacción personales.

Es frecuente ver en la persona tibia una hiperactividad, motivada más por la necesidad de sobresalir, por buscar el aplauso o la medalla, que no por un deseo de hacer el bien.

6.- Huida del esfuerzo

La persona que cae en la tibieza huye de todo aquello que pueda suponer esfuerzo o sacrificio. 

Busca éxitos rápidos que además no exijan mucho trabajo. El mero hecho de pensar que tiene que sacrificarse, le espanta.

7.- Aceptación deliberada del pecado venial

El alma tibia acepta el pecado venial con toda tranquilidad, sin preocupación; conoce su maldad, pero como no llega a ser pecado mortal, vive con una paz aparente, considerándose buen cristiano, sin darse cuenta de la peligrosidad de tal conducta, ya que es el detonante del pecado mortal.

De la tibieza del espíritu nacen muchos pecados veniales, de los que apenas se da uno cuenta, pues poco a poco se van extinguiendo la luz del juicio y la delicadeza de la conciencia. 

El examen de conciencia desaparece, o se hace con ligereza y sin prestar atención. De ese modo se va amortiguando el miedo al pecado mortal.

Remedios contra la tibieza

No es fácil salir de un estado de tibieza, pues el espíritu ha quedado tan debilitado y deforme que es preciso echar mano de la gracia de Dios para que espolee la conciencia y el corazón, para que arranque de nuevo con brío el “motor” de la vida espiritual. 

Hay que volver a andar por el camino de la conversión, de la superación, de la perfección; y al mismo tiempo, desandar todo aquello que las fue entibiando.

1.- Volver a Dios

La tibieza no tiene otra solución que Dios mismo. Es decir, sólo la gracia de Dios le hará salir de ella
Si la persona que ha caído en la tibieza tiene buena disposición para salir de la misma, Dios iluminará su mente para que sea capaz de darse cuenta del estado de su alma y al mismo tiempo, le dará las fuerzas necesarias para que lo pueda hacer. 

La esencia de la tibieza y su gravedad consiste en que el alma se encuentra cómoda consigo misma, no quiere cambiar; es por ello que salir de la tibieza se requerirá una “nueva conversión” a Dios y un “abandono” de todo ese estilo de vida que le fue enfriando progresivamente.

2.- Volver a amar como se amó

Para salir del “letargo” espiritual es preciso proponerse pequeñas metas para lograr que ese amor arda de nuevo. Volver al origen, al encuentro personal con Cristo resucitado que nos espera a la puerta de nuestro corazón.

La Sagrada Escritura nos recuerda: “Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.” (Apocalipsis 2,5).

3.- Volver a la oración, a los sacramentos y a los valores cristianos


Es recomendable volver a una vida de oración y de sacramentos más asiduas y continuas, para lograr reencontrarse con Dios, y dejar caer esa venda que impide verle con claridad.

Las personas tibias necesitan llevar una vida más ordenada, priorizada según la escala de esos valores cristianos, alterados o cambiados por la tibieza. Volver a educar ese alma, haciéndole ver que en la vida hay muchas cosas, pero unas tienen más importancia que otras. 

4.- Hacer una buena confesión

Una buena confesión ha de estar precedida de un diligente, serio y profundo examen de conciencia. Acercándose a Dios y pidiéndole luz para entrar dentro de la propia conciencia y descubrir los males que la corroen.

Hecho esto, es menester acercarse al confesonario con humildad y arrepentimiento para abrir el corazón al sacerdote. Exponer con detalle lo que pasa y al mismo tiempo, pedirle a Dios que ilumine al confesor para curar este mal. 

Por otro lado, una confesión frecuente bien hecha es el mejor remedio para salir de la tibieza y no volver a caer en ella.

5.- Buscar dirección espiritual

Dado que la enfermedad es muy grave, pues podría ser mortal, es conveniente acudir a un director espiritual que le acompañe en el camino de reinserción con Dios. Y por supuesto, ser humilde y dócil a sus consejos. 
La tibieza es una enfermedad que se contrae poco a poco y serán muchos los “puntos” que habrá que cambiar antes de que el alma se sienta otra vez sana y vigorosa.

Lo importante para salir de la tibieza no es llenarse de prácticas espirituales; es mejor limitarse generosamente a aquellas que se puedan cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas obras, hechas de nuevo sin rutina y con amor, le llevarán a recuperar el ardor del amor.

Y no olvidar nunca que durante todo el camino de vuelta, siempre está la Virgen Santísima y a Todos los Santos, acompañando y cuidando. Algunos de éstos últimos también pasaron por el “trance” de la tibieza, pero con valentía, amor y gracia salieron adelante.

En otro articulo anterior, hablamos de la necesidad urgente que tiene la Iglesia de "santos” y de cómo tanto Benedicto XVI como Francisco piden nuevos santos que salven a la Iglesia de la profunda crisis por la que ahora atraviesa.

¡Abandonemos la tibieza! ¡Busquemos la santidad!

Aunque no lo creamos, Dios nos lo pone fácil para ser santos. Porque además es lo que Él quiere que seamos. Y para Dios, nada es imposible.