"Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres;
que vean estas buenas obras,
y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los
Cielos".
Mateo 5:16
Mateo 5:16
¿Nueva
en qué?
La “nueva
evangelización” de la que habló el Beato Papa Juan Pablo II no es “nueva” en términos de su mensaje y
contenido, pues éstos siguen los mismos: la persona, la vida, muerte y
resurrección de Jesucristo.
Los cambios
sociales y culturales nos llaman a algo nuevo: a vivir de un modo renovado
nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización
“nueva
en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”, como dijo Juan Pablo II.
Nada puede
definirse como nuevo si se utilizan los mismos métodos, las mismas personas,
los mismos escenarios y los mismos paradigmas. El testimonio de Jesucristo que
da la iglesia debe adaptarse a la gente de nuestra época y lugar.
El Papa Francisco
nos dice que la nueva evangelización consiste
en dar esperanza y alegría, “alegría
que nace y se renueva con Jesucristo, y esperanza de que nos libera del pecado,
de la tristeza y del vacío interior; en un mundo consumista, individualista,
cómodo, interesado y avaro; de libre conciencia; que ofrece los placeres
inmediatos y superficiales, pero no la alegría; personas sin vida interior, sin
amor ni bondad, sin valores ni principios”.
San Francisco de
Asís nos dio las claves de cómo evangelizar:
“hablad al mundo que no conoce a Jesús, o que le es indiferente, con el lenguaje de la misericordia, hecho
de gestos y de actitudes antes que de palabras”.
¿Para quién?
La nueva
evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos: una
llamada a la propia conversión. Una invitación a renovar nuestra relación
personal e íntima con Jesús.
Incluye también quienes nunca han oído de Cristo, va
más allá para dirigirse a los que viven en culturas históricamente cristianas.
Pueden ser cristianos bautizados que han oído de Cristo, pero para quienes la fe cristiana misma ha
perdido su significado personal y su poder transformador. Su objetivo
también son los alejados y separados de
Cristo, agnósticos y ateos, o sencillamente, “acomodados” y “secularizados”,
quienes viven perdidos y angustiados,
quienes se cuestionan el sentido de sus vidas o quienes se encuentran en
continua búsqueda de respuestas.
Como dijo Benedicto
XVI: “principalmente a las personas que, habiendo recibido el
bautismo, se han alejado de la Iglesia y
viven sin referencia alguna a la vida cristiana (…), para favorecer en estas personas un nuevo
encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz
nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de
gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y
social”.
¿Por qué evangelizar?
La causa del
alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana (un verdadera “apostasía silenciosa”),
estriba en el hecho de que la Iglesia no
ha dado una respuesta adecuada a los nuevos desafíos de este mundo. Además,
es un hecho constatado el debilitamiento
de la fe de los creyentes, la falta
de la participación personal y experiencial
en la transmisión de la fe, el insuficiente
acompañamiento espiritual de los fieles a lo largo del proceso de
formación, intelectual y profesional.
También a una excesiva burocratización de las
estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas al hombre común y a sus
preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la pérdida del entusiasmo de los orígenes
y la disminución del impulso misionero.
No faltan quienes se han lamentado de celebraciones litúrgicas formales y de
ritos repetidos casi por costumbre, privados de la profunda experiencia
espiritual, que, en vez de atraer a las
personas, las alejan.
¿Quién debe evangelizar?
La evangelización es tarea de
la Iglesia, que está formada por TODO
EL PUEBLO DE DIOS, que la lleva a cabo mediante la intercesión del Espíritu
Santo y la primacía de la Gracia.
Por el
sacramento del bautismo, todos los
cristianos estamos llamados a dar
testimonio, de palabra y obra, de la verdad y de la fe en Jesucristo.
Somos “cristóforos”, es decir, portadores de Cristo.
El Papa Francisco
asegura que “Los fieles laicos, en
virtud del Bautismo, son protagonistas
en la obra de evangelización y promoción humana. Todos estamos llamados a experimentar la alegría que brota del
encuentro con Jesús, para vencer nuestro egoísmo, para salir de nuestra propia
comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del
Evangelio".
Todos somos
profetas, sacerdotes y reyes por la fuerza santificadora del Espíritu que nos
impulsa a evangelizar:
"Profetas" para hablar a los hombres de Dios: Apostolado y Evangelización.
"Sacerdotes", para hablar a Dios de los hombres: Oración y Servicio.
“Reyes” para establecer el reino de Dios en nuestra vida: un reino de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz.
¿Qué implica?
La
nueva evangelización implica la necesidad de volver a evangelizar,
como en la Iglesia Primitiva del siglo I, puesto que la secularización domina
nuestro mundo del siglo XXI y produce una acelerada y generalizada
descristianización.
Implica diagnosticar para, después, restaurar en los corazones los valores que ejemplificó con obras el propio Jesucristo, como el amor, la caridad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad… y que han sido sustituidos por el progreso, la productividad, la eficacia, el éxito o el consumo de "usar y tirar", que bien podrían definirse como propios del "Anticristo", que no es más que la sustitución de Cristo (Dios) por el Hombre, tal y como ocurrió en el Edén.
Implica
hacerlo de una manera nueva, con nuevos métodos y nuevas estrategias,
para no incurrir en los errores del pasado y afrontar los nuevos retos,
desafíos así como las circunstancias actuales.
Implica iglesias con
puertas abiertas, de entrada y salida, donde ponernos todos en "modo
misión", en nuestras periferias (familiar, social, cultural, tecnológica,
económica, etc.) ofreciendo dialogo sin presión, atención y ayuda con
esperanza, valentía, alegría.
Implica entender a Jesús
no como una opción de fe individual, guardada en un cajón y sacada a airear los
domingos por la mañana, antes del "aperitivo", sino como una fuerza colectiva, impulsora
del cambio y transformación de esta sociedad orientada exclusivamente al ego
personal, al "YO" , y conducirla hacia el REINO DE DIOS.
Implica que el Espíritu Santo nos insta a servir, amar, ayudar, apoyar y darnos a los que nos rodean, llegar
a su corazón; a ser próximos y cercanos, sobre todo, de los que sufren.
Implica mostrar a Cristo
no sólo mediante la palabra, sino mediante nuestras obras, tal y como Él
nos enseñó. Y también, como dice Francisco: “con el lenguaje de la
misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras”.
Implica llevarla a cabo
no sólo en el seno de nuestra propia familia o en el entorno dominical de la
Iglesia, sino también en los diversos
ambientes y sectores de la vida social: en nuestro ámbito laboral, en nuestro medio vecinal o de amistad e incluso a través
de los nuevos canales y vías de comunicación.
Implica tener presente el acercamiento
evangelizador a las religiones no cristianas y la fraternidad con el resto
de las denominaciones cristianas.
Implica que el mundo vea en nosotros la alegría de haber encontrado a Cristo, de volver a la casa de un
Dios Padre que nos devuelve, por su amor misericordioso, nuestra dignidad de
hijos suyos.
No tenemos nada que ocultar. La fe trasciende de lo personal, de
un pueblo en concreto o de unas personas determinadas. Cristo murió y resucitó
por y para todos: por y para ti, por y para mí.