¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

miércoles, 18 de julio de 2018

NI EL ÉXITO NI EL MÉRITO SON NUESTROS

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"Él debe crecer y yo, menguar.
El que viene de arriba está sobre todos"
(Juan 3, 30)

El orgullo nos impide reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, la mano de Dios en nuestras acciones. Todo lo contrario, envanece todos nuestros actos, especialmente en las situaciones de éxito.

Como cristianos, debemos ver en nuestra vida la presencia y la acción de Dios, porque toda nuestra vida es un regalo suyo y está a su servicio. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. Pero es que además, son efímeros. No son duraderos. 

Sin embargo, es muy difícil ver la mano de Dios cuando alcanzamos el éxito, cuando triunfamos económica o socialmente...en esos momentos, nuestra propia vanidad nos ciega y no vemos que es Dios quien nos ha puesto en ese lugar, y lejos de darle gracias, y ponerlo a su servicio, pensamos que el mérito es nuestro, ¡porque lo valemos!

Lo sé por experiencia. Durante mi vida, he disfrutado de un cierto éxito en muchos sentidos pero lo he vivido orgulloso y de espaldas a Dios. Y así me ha ido. Lo que un día está arriba, al día siguiente, está abajo. Y mis fuerzas y méritos son humanamente limitados.

Resultado de imagen de dios no hace acepción de personasPor eso, doy gracias a Dios. Gracias por sacarme del vacío del éxito, por librarme de la soledad del triunfo, por liberarme de la mezquindad del orgullo, por hacerme ver que la vanidad no lleva a la felicidad, por hacerme entender que la humildad es la que me lleva lejos en la vida y me conduce a Él. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

La humildad es un don que todos los cristianos debemos (deberíamos) pedir y agradecer. La humildad siempre lleva al agradecimiento, al amor y a la entrega. Ser humildes es ser capaces de reconocer cuáles son nuestras debilidades y cuáles son nuestras posibilidades, y a la vez, dar gracias por todo lo que recibimos de Dios, que nos ayuda a llevar una vida de amor y entrega a los demás. Porque ni el éxito ni el mérito ni la gloria son nuestros. 

El apóstol Juan nos dice que Dios debe crecer en nosotros, y nosotros, menguar, hacernos pequeños (Juan 3, 30). Ante la grandeza de Dios, todo es pequeño. Él está por encima de todo y de todos. Pero no desde una posición de orgullo sino de amor. Ahí reside su grandeza, en que Dios mismo se "abajó" a nosotros y nos mostró el camino de la humildad: a través de María y de Jesús, ejemplos perfectos de amor y humildad.
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El Evangelio nos habla de humildad, de sencillez, de pequeñez, de hacerse niño: "Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios." (Mateo 18,3). 

Un niño pequeño confía plenamente en su padre/madre, se fija en él, le tiene siempre presente, imita sus palabras, sus acciones… su Padre es el espejo en el que reflejarse. Pero, sobre todo confía, no le cuestiona, se fía, se abandona en sus brazos. Porque le ama.

Imagen relacionadaUn padre ama, por encima de todo, a sus hijos. Y por eso, jamás desea ni le da a un hijo nada malo, ni hace o dice nada que le perjudique, ni lo lleva por caminos peligrosos. Le acompaña y le lleva de la mano para que no caiga, y si es necesario, le carga sobre sus hombros para que no se canse.

De la misma forma, el Señor nos acompaña, nos lleva de la mano, nos guía, nos consuela y nos sostiene. Él hace todo lo posible (y lo imposible) por nosotros. 

Sólo hace falta que, como niños, como hijos suyos, le devolvamos nuestro amor, nos fiemos y confiemos, que seamos sencillos y humildes, y así, acercándonos, poder mirar a Jesús y aprender de Él, la única forma de llegar al Padre. La única manera de llegar al verdadero éxito y a la verdadera gloria.

Dios se revela constantemente, a todos nosotros. Día a día nos enseña a vivir, nos enseña cómo tenemos que amar, y lo hace Él primero, con el ejemplo. Pero hace falta que tengamos ese corazón sencillo y humilde como el de Cristo, como el de María. Sin ese corazón puro y humilde como el de un niño, no podemos aprender a vivir ni alcanzar la gloria eterna.


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