¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 23 de diciembre de 2018

CASCADAS DE GRACIA


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"Por la gracia de Dios soy lo que soy, 
y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí;
 pues he trabajado más que los demás; 
pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo." 
(1 Corintios 15, 10) 

Ayer estuvimos en una Adoración en la que un buen sacerdote y hombre de Dios puso su garganta y sus cuerdas vocales para que el Señor nos hablara. Directamente. A los ojos. Y nos explicó qué es y cómo funciona su Gracia. Uno a uno.

La Gracia es el favor gratuito de Dios en beneficio de los hombresEs Dios que sale de sí mismo y entra en nuestro interior, para darnos su Amor.

La Gracia es el Amor de Dios que se expansiona para dar Su Luz a nuestro entendimiento y Su Fuerza a nuestra voluntad para llevarnos al Cielo.

La Gracia es la participación gratuita de la vida sobrenatural de Dios (CIC 1996-1997). Con el Bautismo, somos introducidos a la vida Trinitaria, somos hechos hijos adoptivos de Dios y recibimos la vida del Espíritu, que infunde la caridad y que forma la Iglesia.

La gracia es absolutamente necesaria para alcanzar la salvación, la vida eterna. Arranca al hombre del pecado contrario al amor de Dios y purifica su corazón. Es una acogida de la justicia de Dios por la fe en Cristo, merecida por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Pero ¿cómo administra Dios su Gracia a los hombres?

La economía de la Gracia


La economía de la Gracia es el don de Dios por el que hace partícipe al hombre de sus planes y propósitos eternos. Hablamos de economía como "administración" o "dispensación" del Espíritu Santo.

Antes de la Muerte y Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, Dios no prodigaba su presencia de manera generalizada en el interior de los hombres, aunque hubo algunas personas (los patriarcas, los profetas, los jueces y reyes de Israel y algunos otros) a los que Dios los llenó de Su Espíritu, de forma puntual y para realizar misiones específicas como parte de la historia de la Salvación.

Pero, sin duda, el derramamiento sobreabundante de Dios es obra de Jesucristo, de la Redención obrada por Su Muerte y Su Resurrección. Por eso en la Anunciación, el Ángel se presenta a María, dirigiéndose a Ella como la "llena de Gracia", porque en su seno estaba la Gracia plena, Jesucristo. Ella, administradora de la Gracia divina, dijo "Hágase en mí según tu Palabra".

Resultado de imagen de champagne being poured into glass towerJesucristo es la botella que se derrama en una copa. Pero hasta que la primera copa no se llena, no pasa a la siguiente, y así, sucesivamente. Para que Dios se derrame es necesario estar "abiertos" a la Gracia, es necesario que las copas estén "boca arriba" para recibirla. Cuando una copa se llena de Gracia, se derrama a la siguiente pero sigue recibiendo "nuevas" Gracias. Y así, sucesivamente.

Tras Su resurrección, Jesucristo cumplió su promesa de enviarnos al Paráclito e hizo partícipe a la humanidad de la vida y el amor de Dios. Así, en Pentecostés el Espíritu de Dios se derramó sobre los apóstoles y sobre otras personas, haciéndoles administradores de ese don divino. 

San Pablo, aunque no estuvo presente en Pentecostés, es un ejemplo singular en la administración de la Gracia. El Apóstol de los Gentiles define la gracia como:
  • el don que santifica el alma, que se opone al pecado y que Cristo ha merecido para los cristianos (Romanos 4, 4-5; 11, 6; 2 Corintios 12, 9)
  • el evangelio (en contraposición a la ley (Romanos 6, 14)
  • el poder de predicar y expulsar demonios o hacer milagros (Romanos 12, 6)
  • el apostolado como misión (1 Corintios 15, 10)
  • las virtudes propias del cristiano (2 Corintios 8, 7)
  • la benevolencia gratuita por parte de Dios (Hechos 14, 26)
  • los actos de amor a los demás (1 Corintios 16, 3)
  • el plan de salvación renovado tras la Resurrección (Gálatas 5, 4).

Las leyes de la Gracia

La Gracia es Dios donando Su vida y Su Amor a los hombres, para que podamos vivir en íntima conexión con Él en la tierra y después, en el cielo. 

Dios, que actúa siempre libremente sin someterse a nadie más que a Sí mismo,  por Amor a los hombres, ha querido darse gratuitamente a los hombres, se ha “sometido a nosotros" desde la Muerte y Resurrección de Jesucristo nuestro Señor

Y lo ha hecho respetando siempre ciertas normas, a saber, las “Leyes de la Gracia”:

Dios tiene un plan para cada uno 
Dios no deja nada al azar nunca. Construye y desarrolla Su plan de Amor específico para cada uno de nosotros, aunque siempre respetando nuestra libertad personal, con el objetivo de llevarnos a una vida de amistad íntima y eterna con Él, esto es, al Cielo.

Resultado de imagen de la graciaA lo largo de Su Palabra, podemos ver numerosos ejemplos de Su plan. En el Antiguo Testamento encontramos a Noé, Abrahán y los patriarcas, a David y los reyes, a José, Moisés, a los profetas Jeremías, Isaías, etc.. En el Nuevo Testamento encontramos a Zacarías, San José, La Santísima Virgen María, a los apóstoles, a San Pablo, etc.

Incluso hoy, dos mil años después de enviarnos a Cristo, Dios sigue desarrollando su Plan de Salvación en cada uno de nosotros y a través de cada uno de nosotros. Nuestro "hágase" es la base para otros muchos "hágase", nuestro "sí" es el fundamento de otros muchos "síes", nuestra "copa" abierta a su acción en nuestra vida, es el inicio de su Gracia en la vida de otros.

Dios nos presenta situaciones y personas para llevar a cabo su plan 
Dios actúa en nuestro interior poniendo en nuestro camino personas y situaciones para llevar a cabo su plan, aunque muchas veces, ni nos damos cuenta.

Dios, observando nuestra reacción ante cada una de esas situaciones, ante cada una de esas personas que pone en nuestro camino, sigue presentándonos nuevas situaciones y personas, con las que sigue regalándonos nuevas y mayores gracias.

La Gracia de Dios está ínter-relacionada
Cada gracia que Dios me regala, implica también gracias sobre otras personas, actuando en mi beneficio, y a mí moviéndome en beneficio de ellas. 

La Gracia se mueve en "cascada" sobre cada uno de nosotros y, a desde cada uno de nosotros, a otros. De esta forma, la Gracia nos convierte en mediadores en la salvación (en alcanzar el Cielo) de otros.

Cada Desgracia es una Gracia potenciada 
A primera vista, cuando sufrimos una desgracia, podría parecer que Dios se ha olvidado de nosotros o que hemos perdido su favor. De hecho, muchos se preguntan ¿por qué Dios permite el mal o el sufrimiento?
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Aunque una desgracia es una experiencia muy dolorosa, el sufrimiento nos solicita toda nuestra energía interior, toda nuestra fuerza voluntad, nos pone a prueba sacándonos de nuestra zona de confort y nos obliga a confrontar situaciones que nos llevan más allá de los límites habituales.

Dios, que conoce perfectamente nuestras limitaciones, nunca permite nada que no podamos aguantar. Por su Amor a nosotros, nos acom
paña en cada desgracia con un derramamiento de Su Gracia directamente proporcional a la intensidad de la desgracia padecida. Así, aceptando las desgracias, obtendremos más y mayores gracias.

La vida de la Gracia nos proporciona crecimiento
Cuanta más gracia acepto, más se me da: “A quien tiene, se le dará y tendrá de más; pero, al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (Mateo 25,29). 

Cuanto más me abro libremente a la Gracia de Dios, aceptando Sus mociones interiores y la guía del Espíritu Santo, cuanto más acepto voluntariamente dejarme guiar por Él, Dios, de nuevo, actúa más y más en mi vida para mi bien y para el resto de la humanidad.

Dios me envía Su Gracia sin violentarme, sin forzar, sin quebrantar, porque respeta mi libertad personal y sólo desde la libertad, es posible el amor.

Dios da su Gracia a los humildes
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4,6). 

Imagen relacionadaSin duda, el soberbio cree que no necesita a Dios, cree que es auto suficiente y que tiene el control sobre todas las cosas. No es dócil a la acción de Dios en su interior y decide vivir su vida según su propio criterio y así, construye una barrera infranqueable a la Gracia de Dios. ¿A quién de nosotros no nos ha ocurrido esto alguna vez?

Por eso, la humildad es tan importante y vital para llegar al cielo. Para ello, debemos reconocer nuestra "pequeñez", nuestra "insignificancia" y nuestra "incapacidad", aceptar que no somos nada y menos ante la Majestad Soberana de Dios, ante Su infinita Sabiduría y su infinito Amor. 

Y, después de Jesús, nuestro ejemplo más grande de humildad es la Virgen María, nuestra Santa Madre del Cielo, quien lo demostró a lo largo de su vida terrenal y lo proclamó en su maravilloso canto Magníficat. (Lucas 1,51-53).

Los medios de la Gracia
La Gracia nos puede llegar directamente a través de una moción interior o una locución interior, o indirectamente, a través de mediadores que Dios selecciona, dispone y utiliza al objeto de lograr nuestra salvación

Dios canaliza su Gracia hablándonos a través de Su Palabra,  o través de la lectura de cualquier escrito o libro espiritual inspirado por Él.

Dios también nos regala su gracia y nos habla a través del “consejo de los santos”, es decir, por boca de otros, una persona que hace o te dice algo en el momento oportuno. También, a través de las "palabras de conocimiento" con las que el Espíritu Santo pone el mensaje adecuado en los labios de alguien para transmitirlo a alguien en concreto. 

Los Sacramentos de la Iglesia son el maravilloso y principal conductor de la Gracia de Dios. Cada Sacramento tiene su Gracia particular, produce un efecto distinto y propio en quien participa en él, un efecto proporcional a la intensidad de la fe de quien lo recibe. 

martes, 23 de octubre de 2018

LA CONVERSIÓN ES EL INICIO, NO EL FINAL

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"Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"
(Jn 3, 3)

Uno de los momentos más emocionantes en nuestra vida es cuando conocemos a Jesucristo y entonces, se produce nuestra conversión. Pero, una vez que se produce ¿damos el paso definitivo hacia el proceso de transformación o nos quedamos en "modo conversión"?

La conversión (del latín convetere, significa "transformarse, hacerse distinto") es un punto de inflexión, es el inicio de un proceso. Es un gran momento pero no es el final del camino, no es la meta. 

A veces, ponemos tanto énfasis en el momento de la conversión, que pensamos que eso es todo. A veces, ponemos tanto hincapié en los métodos de evangelización que pensamos que es el final del camino.

Sin embargo, el deseo de Dios es la transformación de nuestras vidas, y que realmente comienza tras la conversión: "Quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término para el día de Cristo Jesús." (Flp 1, 6).

La conversión es el comienzo de una nueva vida. Nacemos de nuevo al Reino de Dios: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Jn 3, 3). Cuando nacemos de nuevo, tenemos algo que no estaba presente antes: el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos una nueva creación en Cristo.

De la misma manera que, cuando nuestra madre nos dio a luz, no nos dejó solos sino que nos amó, nos alimentó, nos cuidó y entramos a formar parte de una familia, cuando nacemos a una nueva vida espiritual, Dios no nos deja solos y se olvida. Al contrario, nos ama, nos cuida, nos alimenta y nos da una nueva familia en la que crecer y desarrollarnos.

Tras el nacimiento espiritual, debemos pasar a la siguiente fase: el crecimiento espiritual. Nuestro reto debe ser pasar de "conversos" (bebés espirituales) a "discípulos" (maduros espirituales). Y eso se consigue viviendo la fe en comunidad, en la Iglesia.

El Cambio de Pablo de Tarso
En su carta a los Romanos,  el apóstol Pablo insiste en que su conversión ocurrió “mientras era pecador”. Cuando Cristo se le apareció, Pablo no estaba llevando una vida correcta, ni estaba orando en el Templo, ni leyendo las Escrituras. Estaba persiguiendo a los cristianos, estaba pecando contra Dios.

Como el apóstol, nosotros también estábamos ciegos. Vivíamos sin Cristo, sin esperanza y alejados de Dios (Ef 2, 12). Como los dos de Emaús, abrimos los ojos y reconocimos a Cristo (Lc 24, 31) y, por su Gracia, sentimos la necesidad de cambiar de vida, no solo de mentalidad.

La mayoría de las personas experimentamos la conversión porque nos encontramos en una crisis, o en una situación difícil de nuestra vida, o porque estamos heridos o abatidos, o porque sufrimos. Necesitamos ayuda, y la necesitamos urgentemente. 

Por eso es tan importante que cuando nos encontramos con estas personas recién convertidas, las acojamos, las mostremos amor y las acompañemos. Como Iglesia de Cristo debemos darles alimento, cariño y cuidados para que se sientan realmente en familia.

Tras la conversió
n, las personas tenemos tres necesidades fundamentales:

Resultado de imagen de ESTABILIDADEstabilidad personal

Ante todo, necesitamos estabilidad personal. Hasta este momento, nuestra vida personal seguramente haya estado o esté fuera de control. 

Nos enfrentamos a situaciones que nos superan y por las que tenemos que ser ayudados. Necesitamos encontrar paz, descanso y alivio para estabilizarnos y dirección para comenzar a caminar.

Estabilidad social

Una vez que nos hemos convertido en creyentes, probablemente dejemos atrás algunas situaciones que vivíamos, o cosas que hacíamos, o quizás, nos encontremos con personas que no estén de acuerdo con nuestra nueva vida. 

Resultado de imagen de ESTABILIDADPor lo general, esas situaciones, cosas o personas eran aquellas con las que solíamos meternos en problemas. Y por ello, necesitamos personas que nos ayuden a superar todo eso. 

Perder amigos y familiares a veces puede ser consecuencia de seguir a Jesús, no porque ese sea nuestro deseo, sino porque a veces los amigos no entienden o no están muy interesados ​​en esa nueva vida. En cualquier caso, no es fácil y por eso, necesitamos personas que puedan ayudarnos a mantener otro tipo de relaciones, a vivir otro tipo de situaciones y hacer otro tipo de cosas.

Estabilidad doctrinal

Normalmente, el recién converso tiene ideas, pensamientos y conceptos no muy cercanos a la voluntad de Dios. Quizás, incluso equivocados. Seguramente, por desconocimiento.

Imagen relacionadaEs por ello, que el proceso de discipulado requiere la renovación de nuestra mentalidad y actitud. Debemos aprender lo que necesitamos saber, lo que Dios nos pide. Debemos buscar dirección espiritual y formación.

Tanto sacerdotes como laicos, debemos ayudar de inmediato a estas personas a crecer espiritualmente, y hacerlo a través de un proceso, que a veces, será de acompañamiento, otras, de formación, otras, de dirección espiritual, y otras, de corrección fraterna. 

La conversión verdadera

La conversión verdadera consiste en un cambio de vida, no solo en un cambio de actitud o mentalidad personal: implica cambiar los anhelos, las normas y las cosas del mundo por las de Dios.

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La conversión se produce por la gracia de Dios. La misma que alcanzó el corazón de la pecadora en la casa de Simón. La misma que cegó a Saulo de Tarso, enemigo de la fe cristiana camino de Damasco. La misma que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del carcelero. 

Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de recibir el poder transformador del Señor: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6,44),"pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad." (Flp 2, 13).  

Es Dios quien nos llama y hace entrar el milagro de la gracia en nuestros corazones a través de situaciones y de personasNosotros apenas hacemos nada, tan sólo nos rendimos a Él.

La conversión no consiste en "ser buenos" o "cumplidores". Pablo, era un hombre "bueno", educado y gran conocedor de las Escrituras y de la Ley, que obedecía cuidadosamente y cumplía con gran celo. Tuvo que ver todo "su cumplimiento de la fe" como pérdida para reconocer a Dios. Tuvo que prescindir de "su justicia" para encontrar la misericordia de Dios.

Para que la conversión se produzca es necesario el arrepentimiento: "Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3, 19). Sólo hay conversión cuando tomamos conciencia de nuestras faltas y errores que son expuestos a la luz de la Verdad, que es Jesucristo.

Nuestra meta

Nuestra meta no es conocer a Cristo y seguir con nuestra vida como si nada. Nuestro destino es llegar al cielo para estar junto a Él y para ello debemos emprender un largo camino que, paradójicamente, transcurrirá con una sucesión de conversiones.

Para alcanzar nuestra meta es necesario vivir nuestra conversión en comunidad. Sólo la conversión fructifica y transforma nuestra vida, si la vivimos en la familia de Dios. 

Imagen relacionadaPor eso, cada comunidad parroquial necesita establecer un proceso que proporcione un plan de acompañamiento, discipulado y dirección espiritual para juntos crecer en comunidad, como iglesia, como familia. 

Es necesario que se produzca en nosotros un progresivo cambio en nuestros pensamientos (mente), en nuestros deseos (corazón) y finalmente, en nuestra vida. Sin tal proceso, aunque nos unamos a una comunidad, aunque asistamos a misa y a los sacramentos, aunque pensemos que somos "buenos cristianos", seguiremos estando ciegos o, cuando menos, tuertos. 

Para estar en y con Cristo y anhelar el cielo, nada es suficiente a menos que lleguemos a ser “una nueva creación” (Gal 6,15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, cuando mantiene una gran vida interior, la persona manifestará por fuera una “nueva vida”en Cristo (Romanos 6, 4). 

Cuando nos convertimos verdaderamente, cambiamos nuestros rumbos y nuestros caminos, desechamos todos los malos hábitos y manifestamos los frutos en una vida guiada por Dios, dejamos de vivir una vida desordenada para vivir una vida ordenada y encaminada hacia el propósito para el que fuimos creados: Dios. 


viernes, 30 de marzo de 2018

COMBATIR EL BUEN COMBATE

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"He combatido el buen combate, 
he concluido mi carrera, 
he conservado la fe; 
sólo me queda recibir la corona merecida, 
que en el último día me dará el Señor, justo juez;
 y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida." 
(2 Timoteo 4, 7-8)

Saulo de Tarso, fariseo conocedor de la Ley Mosaica y las escrituras hebreas, difundió la muerte y el terror entre los seguidores de Cristo. Fue un cruel perseguidor de la Iglesia de Cristo.

Pablo, alma inquebrantable y, a la vez, atormentada tras su conversión hasta el final de sus días, es el ejemplo de cómo Dios puede transformar a una persona llena de odio en otra llena de amor. Unió su profunda teología a una auténtica vida de combate evangelizador.

La verdadera transformación ocurre cuando tenemos un encuentro personal con Cristo: es entonces cuando su amor nos abrasa, su misericordia nos sana y su gracia nos colma.

Y esto es lo que le ocurrió a Pablo. Tras su encuentro con el Señor, pasó de perseguidor a evangelizador, de quitar vidas a dar vida, del odio al amor, del rencor al agradecimiento, del resentimiento a la gracia.

Dios hace grande lo pequeño

Las actitudes de los que odian y persiguen son el orgullo, la vanidad y la hipocresía. Son personas de corazón impuro, que no quieren entregarse a Dios y cuya única preocupación es ser más que los demás. Su rencor está puesto en los demás y su amor, en ellos mismos. 
Saulo significa "el grande" y Pablo "el pequeño".  Saulo era "grande" a ojos de los hombres. Sin embargo, cuando se hizo "pequeño" a los ojos de Dios, el Señor transformó su corazón de odio en corazón de amor, hizo de lo pequeño algo grande.

Dios obra así: hace grande lo pequeño, enaltece al humilde y fecunda lo estéril. Y es que Dios siente predilección por lo pequeño, lo humilde, lo pobre. Entonces derrama toda su gracia. A Dios creemos darle todo pero en realidad, le damos nuestra pequeñez, para que obre grandezas; le damos nuestra nada para que Él la convierta en Todo. 

Yo lo tengo claro, el propósito de esta vida es tener un encuentro con Cristo, conocerle y tomar una decisión: elegirle o rechazarle. Amar u odiar. 

Si le elegimos, nos hará vivir una vida plena. Viviremos en Cristo, moriremos en Cristo, resucitaremos en Cristo.

La conversión implica un cambio de mentalidad y de pensamiento pero, aún más importante, un cambio de comportamiento, de actitud, de vida.

Misericordia


Todo...absolutamente todo es perdonado por Dios. No existe ningún pecado que no pueda ser perdonado por Dios. 

Él jamás nos dice: "culpa", "vergüenza","venganza", "justicia", vete y muere. Dios sólo te dice: "Te amo, te quiero, ven a mi y vive". Dios nos ama antes de nuestro pecado, durante nuestro pecado y después de nuestro pecado. Dios tiene un corazón de misericordia inagotable, un corazón de amor infinito.

El hombre, cuando sufre, se conforma con llenar sus manos con un poco agua, que tarde o temprano, resbala por sus dedos hasta que desaparece mientras que Dios nos ofrece un océano infinito de inagotable misericordia.

Amor


Una maldad terrible reina en este mundo. Este mundo no sabe nada del amor. La oscuridad se propaga por todos lados. Nosotros tenemos el imperioso mandato de Cristo de llevar la luz, el amor y la paz a este mundo en tinieblas. 
Pero no podemos devolver mal por mal (Romanos 12, 17-19). La única manera de vencer al mal es hacer el bien. El amor es el único camino: un amor que sufre, un amor que escucha y sirve a los demás, que no es orgulloso ni se jacta, que espera y que no envidia, que no busca su interés, que no se irrita, que se regocija en la verdad, que no lleva cuenta del mal, que todo lo excusa, que todo lo cree, que todo lo soporta (1 Corintios 13, 4-7).

Ese amor, ese camino no es otro que Cristo. Sufrió, escuchó y sirvió a los demás. Jamás se jactó o vanaglorió sino que siempre esperó y confió en el Padre. No buscó nunca su interés ni su voluntad sino la del Padre. Se regocijó siempre en la verdad y nunca llevó cuenta del mal. Todo lo perdonó, todo lo excusó, todo lo creyó y todo lo soportó.

Nuestra vida no comienza con odio. De niños no tenemos odio, somos inocentes como palomas. Cuando crecemos mentimos, creamos división, controversia y odiamos.

Gracia

Dios se complace en transformar a hombres llenos de pasión, ira y odio extremo en hombres llenos de sabiduría, amor y paz extremos. Y todo es por su Gracia. Cuando el pecado sobreabunda, la Gracia sobreabunda.
Nadie está fuera del alcance de la Gracia de Dios. No importa quien seas o lo que hagas, no importa donde has estado o con quien. Lo importante es reconocerse pecador y que sin la Gracia de Dios nada somos, nada podemos hacer.

No importa lo que estemos pasando, no importa lo que estemos sufriendo. Debemos mantener la esperanza y la confianza en nuestro Señor. Llegado el momento, por la Gracia, reunirás las fuerzas necesarias para hacer lo correcto.

La persecución pone a prueba la fe. Cada uno debe decidir por si mismo. No podemos reparar la falta de fe de otros pero con nuestra fe podemos guiarles.

En resumen, debemos nacer a una nueva vida regida por el amor, la gracia y la misericordia. Una nueva vida donde no hay lugar para el odio, el mal o la desesperanza. Una vida en unión con Dios y con el prójimo.


jueves, 23 de marzo de 2017

PELAGIANISMO: EL ENEMIGO EN CASA

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La Palabra de Dios nos avisa continuamente de que el enemigo está muy cerca de nosotros, en la propia casa de Dios: 

"Mirad que os envío como corderos en medio de lobos" (Lucas 10,3).

"Yo sé que después de mi partida introducirán entre vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas con el fin de arrastrar a los discípulos en pos de sí" (Hechos 20, 29-30).

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestido de oveja y por dentro son lobos rapaces" (Mateo 7, 15).

"Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado mis cosas sagradas; no han hecho diferencia entre lo sagrado y lo profano, ni han enseñado a distinguir entre lo puro y lo impuro; se han tapado los ojos para no ver mis sábados, y yo he sido deshonrado en medio de ellos" (Ezequiel 22, 23).

También el Papa Francisco continuamente nos alerta sobre el peligro en la Iglesia y le pone nombre: pelagianismo. Una herejía condenada por el Vaticano hace siglos y que, sin embargo, está enraizada sutil y sibilinamente en muchas de nuestras parroquias, afectando tanto a sacerdotes como a laicos.

Básicamente, un pelagiano:
    -piensa que el amor de Dios, el cielo y la santidad se ganan por méritos propios, más que por la Gracia divina. 
    -"hace", en lugar de "dejarse hacer", se envuelve en actividades acordes a sus gustos y a sus dones, en lugar de confiar en el "poder de lo alto", en la acción del Espíritu Santo.

    -"quiere", en lugar de "dejarse querer" por Dios. Pone su confianza en sí mismo, en sus talentos y en sus méritos.

    -llega a convencerse de que Dios le da las gracias por sus obras, como si Dios dependiera de nosotros, nos necesitara o nos tuviera que agradecer algo.

    -se envuelve en una falsa espiritualidad que no hace sino esconder una verdadera idolatría: la del "yo". 

    -siempre habla en primera persona del singular y en mayúsculas (YO) y nunca en tercera persona  (DIOS).

    -trata de comprar su santidad, de "ganar" su salvación por sí mismo, en lugar de aceptar que es Cristo quien nos las regala.

    -piensa que Adán y el pecado original son una fábula y por ello, no se necesita la misericordia divina.

    -asegura que la Gracia se merece y se gana, y que los frutos resultantes son consecuencia de los méritos adquiridos.

    -sólo piensa en su ego: "YO le pido a Dios la Gracia para hacer YO lo que YO tengo que hacer, con lo cual soy YO el que me salvo, ayudado por la Gracias, pero soy YO el protagonista, el que me gano mi salvación".

    -está muy lejos de vivir la plenitud de la Gracia tal como la experimentó la criatura más perfecta de la creación, la Virgen María: "Hágase en mí". Ella vivió la Gracia trabajando en ella.

    -"oye", pero "no escucha"Es incapaz de entrar en esa dimensión en la que el protagonista es el Espíritu Santo. 

    -"razona" pero "no experimenta el amor de Dios". Tiene el corazón tan endurecido por el racionalismo que es incapaz de dejarle entrar en él al Señor. 

    -tiene la osadía de poner condiciones a Diosincapacitándose para recibir al Espíritu Santo y para comprender que nada es obra nuestra, sino de Dios.

    -se coloca la mochila pesada de la salvación sobre sus espaldas en lugar de ponerla a los pies de Jesús en la cruz.

    -coloca su "yo" en el centro de su vida espiritual, poniendo el énfasis en sus sacrificios, en sus esfuerzos, en sus quejas y agotamientos por todo lo que hace .

    -está tan ocupado en sí mismo y su vida no gira en torno a Dios porque la tensión y la exigencia con la que vive su "fe de ganancias" le sumergen en una espiral de cumplimiento e hiperactividad.

    -es incapaz de saborear la alegría porque la pesada carga que se impone le angustia, la vida le agota, el trabajo le estresa, la fe le cansa; ni vivir la paz que supone descansar en los brazos de un Padre misericordioso. 

    -es incapaz de vivir la alabanza, de compartir la fe con otros, de tener una experiencia real y personal de Cristo Resucitado. 

    -cae con frecuencia en la acedia, en la pereza y en la desgana. "Vive quemado", o peor, es "un muerto en vida", un "zombie espiritual".

    -ve la Oración, la Eucaristía, la Adoración, los Sacramentos, el Servicio y todas las prácticas cristianas habituales como una obligación, como algo que debe hacer para ganar su medalla, su pódium, su derecho al cielo.

    -se cree un buen cristiano y se sobre-valora, como un ejemplo de fe a seguir.

    -hace seguidores suyos en lugar de discípulos de Cristo.

    ¡CUIDADO CON EL PELAGIANISMO!