¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 23 de marzo de 2017

PELAGIANISMO: EL ENEMIGO EN CASA

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La Palabra de Dios nos avisa continuamente de que el enemigo está muy cerca de nosotros, en la propia casa de Dios: 

"Mirad que os envío como corderos en medio de lobos" (Lucas 10,3).

"Yo sé que después de mi partida introducirán entre vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas con el fin de arrastrar a los discípulos en pos de sí" (Hechos 20, 29-30).

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestido de oveja y por dentro son lobos rapaces" (Mateo 7, 15).

"Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado mis cosas sagradas; no han hecho diferencia entre lo sagrado y lo profano, ni han enseñado a distinguir entre lo puro y lo impuro; se han tapado los ojos para no ver mis sábados, y yo he sido deshonrado en medio de ellos" (Ezequiel 22, 23).

También el Papa Francisco continuamente nos alerta sobre el peligro en la Iglesia y le pone nombre: pelagianismo. Una herejía condenada por el Vaticano hace siglos y que, sin embargo, está enraizada sutil y sibilinamente en muchas de nuestras parroquias, afectando tanto a sacerdotes como a laicos.

Básicamente, un pelagiano:
    -piensa que el amor de Dios, el cielo y la santidad se ganan por méritos propios, más que por la Gracia divina. 
    -"hace", en lugar de "dejarse hacer", se envuelve en actividades acordes a sus gustos y a sus dones, en lugar de confiar en el "poder de lo alto", en la acción del Espíritu Santo.

    -"quiere", en lugar de "dejarse querer" por Dios. Pone su confianza en sí mismo, en sus talentos y en sus méritos.

    -llega a convencerse de que Dios le da las gracias por sus obras, como si Dios dependiera de nosotros, nos necesitara o nos tuviera que agradecer algo.

    -se envuelve en una falsa espiritualidad que no hace sino esconder una verdadera idolatría: la del "yo". 

    -siempre habla en primera persona del singular y en mayúsculas (YO) y nunca en tercera persona  (DIOS).

    -trata de comprar su santidad, de "ganar" su salvación por sí mismo, en lugar de aceptar que es Cristo quien nos las regala.

    -piensa que Adán y el pecado original son una fábula y por ello, no se necesita la misericordia divina.

    -asegura que la Gracia se merece y se gana, y que los frutos resultantes son consecuencia de los méritos adquiridos.

    -sólo piensa en su ego: "YO le pido a Dios la Gracia para hacer YO lo que YO tengo que hacer, con lo cual soy YO el que me salvo, ayudado por la Gracias, pero soy YO el protagonista, el que me gano mi salvación".

    -está muy lejos de vivir la plenitud de la Gracia tal como la experimentó la criatura más perfecta de la creación, la Virgen María: "Hágase en mí". Ella vivió la Gracia trabajando en ella.

    -"oye", pero "no escucha"Es incapaz de entrar en esa dimensión en la que el protagonista es el Espíritu Santo. 

    -"razona" pero "no experimenta el amor de Dios". Tiene el corazón tan endurecido por el racionalismo que es incapaz de dejarle entrar en él al Señor. 

    -tiene la osadía de poner condiciones a Diosincapacitándose para recibir al Espíritu Santo y para comprender que nada es obra nuestra, sino de Dios.

    -se coloca la mochila pesada de la salvación sobre sus espaldas en lugar de ponerla a los pies de Jesús en la cruz.

    -coloca su "yo" en el centro de su vida espiritual, poniendo el énfasis en sus sacrificios, en sus esfuerzos, en sus quejas y agotamientos por todo lo que hace .

    -está tan ocupado en sí mismo y su vida no gira en torno a Dios porque la tensión y la exigencia con la que vive su "fe de ganancias" le sumergen en una espiral de cumplimiento e hiperactividad.

    -es incapaz de saborear la alegría porque la pesada carga que se impone le angustia, la vida le agota, el trabajo le estresa, la fe le cansa; ni vivir la paz que supone descansar en los brazos de un Padre misericordioso. 

    -es incapaz de vivir la alabanza, de compartir la fe con otros, de tener una experiencia real y personal de Cristo Resucitado. 

    -cae con frecuencia en la acedia, en la pereza y en la desgana. "Vive quemado", o peor, es "un muerto en vida", un "zombie espiritual".

    -ve la Oración, la Eucaristía, la Adoración, los Sacramentos, el Servicio y todas las prácticas cristianas habituales como una obligación, como algo que debe hacer para ganar su medalla, su pódium, su derecho al cielo.

    -se cree un buen cristiano y se sobre-valora, como un ejemplo de fe a seguir.

    -hace seguidores suyos en lugar de discípulos de Cristo.

    ¡CUIDADO CON EL PELAGIANISMO!

    miércoles, 7 de octubre de 2015

    UNA RENOVACIÓN DIVINA: LIMPIANDO BASURA


    Dice el padre Mallon que cuando se reconstruye una casa, siempre hay que demoler algunas cosas y limpiar la basura: estructuras, actitudes o perspectivas teológicas, que entorpecen nuestra capacidad de cumplir el mandato misionero.

    Entre otras, menciona tres tentaciones, de las que habló el papa Francisco en Aparecida contra el discipulado misionero y que son obra del “mal espíritu” y que propugnan la autorreferencialidad:

    1. PELAGIANISMO: Auto-justificación

    Pelagio (siglos IV-V) niega el pecado original, que sólo habría afectado sólo a Adán. El ser humano nace libre de culpa y por tanto, limpiar ese pecado, una de las funciones del bautismo, queda así sin sentido.

    Afirma que la gracia divina no es necesaria para la salvación, ni gratuita, sino que es merecida por el esfuerzo humano, basta con hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesús.

    Ejercido por quienes “en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas, no necesitan recibir a Dios y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico pasado. 

    Se trata de una cierta seguridad doctrinal que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario donde en lugar de evangelizar se analiza, se clasifica y se controla a los demás.

    En la Iglesia, se manifiesta  de dos formas:
    • El católico de mentalidad tradicional que basa su vida cristiana en una lista de deberes y obligaciones en la que anotar sus logros y lo que hace por Dios: ir a misa, ser bueno, decir sus oraciones de vez en cuando…y entonces Dios le deja entrar en el cielo. 
    • El católico posmoderno que basa su vida cristiana no en las Escrituras o en las enseñanzas de la Iglesia sino en su propio sentido de autonomía absoluta y buenismo fundamental: Dios es mi colega y sólo le exige “ser sincero consigo mismo” y entonces le deja entrar en el cielo.
    Y produce tres consecuencias:
    1. Una cultura de mínimos (minimalismo). No es una fe de alianza, de compromiso y de relación personal con Dios. Es un paganismo disfrazado de cristianismo, donde salvación, vida eterna y la respuesta a las oraciones son favores que buscan algunos católicos tras “cumplir unas mínimas obligaciones”.
    2. Una cultura de buenas acciones (buenismo) La gente que se cree justificada por sus buenas acciones o por su “buenismo” nunca será capaz de conocer la misericordia divina ni de comprender la buena noticia de la salvación y en consecuencia, tener la alegría distintiva de la auténtica vida cristiana o poder transmitirla a los demás. Demasiados católicos no tienen nada que cantar o por lo que reír en misa.
    3. Una cultura anti-evangelizadora (comodidad). Si muchos se mantienen en los mínimos a cumplir, no conocen la buena noticia ni a Cristo realmente, tampoco mostrarán entusiasmo alguno por evangelizar. Sólo los evangelizados pueden evangelizar; sólo los que han recibido la Buena Noticia pueden proclamarla a los cuatro vientos; compartir una buena noticia con otros nunca es una carga sino algo natural y bueno. Se vuelve una carga sólo cuando no podemos compartirla.
    2. JANSENISMO:  Auto-santidad 

    Cornelio Jansenio (siglo XVII) propugna el rigor, la disciplina y la perfección moral. Pretende mostrar la imagen de un Dios distante, frío e inaccesible y busca la perfección exenta de misericordia en la vida cristianaSe trata también de un rigorismo moral y elitista como prueba necesaria del favor de Dios y la gracia. 

    Por ejemplo, para recibir la Sagrada Comunión no sólo es necesario estar exento de pecado mortal y estar  llenos de gracia, sino estar completamente libres de pecado. Esto, lógicamente, evita el acercamiento a la eucaristía de los creyentes en general, puesto que la perfección y el rigor reemplazan la gracia y la misericordia.

    Muchos católicos se encuentran en una situación (que ellos mismos desconocen) en la que han perdido o nunca han tenido la ocasión de experimentar a Jesucristo personalmente. Su tendencia se encamina a reducir la fe a un rigorismo moral o a una simple ética. La moral sin la experiencia de Cristo hará que la Iglesia colapse.

    ¿Cómo demoler estas doctrinas para limpiar la basura? 

    Kerigma

    Es la proclamación la que abre corazones; es el Primer Anuncio el que debe ser oído y entendido por todos. El primer anuncio no es primero en sentido ordinal, porque esté al principio y luego se sustituye por otros contenidos catequéticos, sino que es primero en sentido cualitativo, porque es el anuncio principal y que siempre hay que volver a escucharlo y a anunciar de diferentes maneras y en diferentes momentos.

    Esta proclamación debe estar presente en cada homilía, en cada catequesis, en cada charla. El ciclo es escuchar el kerigma, mantener una relación personal de Cristo y formar una experiencia vital de comunidad cristiana.

    La clave de la salvación no estriba en lo que nosotros “hacemos” por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros a través de su hijo Jesucristo.

    3. CLERICALISMO: Auto-complacencia

    Quizás esta sea la tentación que más daño produce hoy en la Iglesia. El papa Francisco describió el clericalismo como una manifestación de un complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico pide ser clericalizado.
    • En una cultura de mínimos a cumplir, la percepción del laico clericalizado es de absoluta laxitud y comodidad: él no debe ser demasiado religioso ni hacer demasiado en lo referente a las actividades externas y fuera de la asistencia a misa; para eso está el cura. Es la teología popular, que produce bebes espirituales que nunca maduran ni crecenPara el católico medio, la santidad y la evangelización no son tareas propias, no son las cosas que hacen los católicos ordinarios pero es que además, son incapaces de hacerlas.
    • El clericalismo también es la apropiación de lo que es propio de todos los bautizados por parte de la casta clericalEn virtud del bautismo, todos los católicos están llamados a la santidad y a la misión, a dar testimonio de Cristo, a evangelizar y a la madurez, es decir, a ser discípulos misioneros. 
    Sin embargo, el clericalismo suprime esa identidad bautismal y convierte a los sacerdotes y las monjas en super cristianos con superpoderes, para hacer lo que los cristianos ordinarios no pueden y trae dos consecuencias:
    1. Aislamiento del clero, al que se le deja el ser santo, se le carga con todo el trabajo que les corresponde a TODOS los miembros de la Iglesia y con expectativas inhumanas, al no permitírsele ni un solo fallo.
    2. Inmadurez de los bautizados, quienes nunca asumen su responsabilidad ni su papel en la familia de Dios, así como tampoco crecen en la fe.
    Así, como dijo el papa, el sistema crea una dependencia mutua. El laico que quiere permanecer inalterado en su inmadurez debe fomentar continuamente el estatus del sacerdote como “un ser aparte” que él nunca podrá llegar a ser. 

    Es decir, el laico desea ser “actor pasivo, anhela ser sólo “público”: permanece a una distancia prudencial mientras aplaude al cura. El sacerdote, aislado del mundo, se cree omnipotente, por encima de cualquier pecado humano.

    Durante todos estos años y a causa del clericalismo, la vocación bautismal se ha confundido con la vocación sacerdotal: profundizar en la oración y  madurar en la vida espiritual, crecer en conocimiento teológico, evangelizar y llevar a otros a conocer a Jesús y servir a los demás. Este debería ser el deseo de todo cristiano y no sólo del sacerdote.

    El ministerio sacerdotal ha adoptado en exclusiva la triple misión de Jesús: profética, sacerdotal y real o lo que es lo mismo, predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar los sacramentos y guiar al pueblo de Dios.

    Fuera del sacerdocio, ningún creyente ha sentido ningún deseo de predicar, celebrar la eucaristía o la confesión y mucho menos guiar a la comunidad. Tampoco se le ha dejado (aunque lo deseara) vivir plenamente su vocación bautismal, so pena de ser enviado al seminario.

    Entonces ¿Qué es lo que hacen los católicos ordinarios? Pues, rezar, pagar y obedecer, es decir, son sujetos pasivos en la misión de la Iglesia. Como mucho ayudar al cura en las misas, leer, recaudar fondos y escuchar.  Ser lector en la misa o distribuir la comunión se ha considerado como la cumbre del ministerio cristiano de un laico.

    La madurez espiritual, el discipulado, el conocimiento y familiaridad con las Escrituras han sido completamente ajenos a la mayor parte de los católicos. El clericalismo ha sumido a la mayor parte de los católicos en una infancia espiritual y ni siquiera los ha preparado para el ministerio.

    Tras la llamada universal del Concilio II a la misión, el clericalismo reaccionó sustituyendo enseguida el “apostolado laical” por “ministerio laical”, cuya relevancia es grande en cuestión de referencialidad: “apostolado” es salir afuera, el envío, mientras que su desaparición y sustitución por “ministerio” no hizo más que redefinir la vocación bautismal para ser un ad intra en lugar de un ad extra.

    Ahora nadie tiene que salir sino que todo el mundo puede quedarse dentro como espectadores pasivos y los realmente comprometidos, leer las lecturas y administrar la comunión. Esta es la Iglesia auto-referencial, vuelta hacia sí misma en lugar de hacia Cristo, satisfecha con servirse y ciega en la contradicción que vive en lugar de involucrada en la transformación del mundo.

    El clericalismo pues, produce lo que el padre Mallon llama, por un lado, el “atrincheramiento y aislamiento del cura”, no exento de una cierta dosis de comodidad, primacía y poder mientras los demás miran y por otro,  “los adormecidos consumidores pasivos de una religión descafeinada”, bebés espirituales, ignorantes de los fundamentos de su fe, incapaces de orientarse en la Biblia y con una madurez orante propia de un niño de cinco años. Y lo grave es que esto no parece preocupar a nadie.

    ¿Cómo demoler esta doctrina para limpiar la basura?

    Cuidado pastoral: madurez y crecimiento

    El apóstol San Pablo define su ministerio pastoral en Colosenses 1,38, donde habla, no de la búsqueda de la perfección moral de aquellos a los que sirve sino de cómo hacerlos avanzar por un camino de maduración y crecimiento constante.

    Un buen cuidado pastoral no debe aceptar la inmadurez en la fe como algo normal de la misma forma que un padre de familia no admitiría ver a su hijo de veinticinco años tumbado en el sofá y chupándose el dedo. Eso es lo que hace el clericalismo.

    Una parroquia de discípulos misioneros siempre debe tener una proporción considerable de miembros que se encuentren en una infancia espiritual. Si no los tiene, significará que no están naciendo bebés espirituales y que esa Iglesia es estéril. Lo que no deben ser es mayoría.

    La solución al clericalismo es redefinir el cuidado pastoral, que normalmente se ha referido normalmente al cuidado de los que están enfermos, muriéndose o en duelo.


    El término “párroco” se refiere a “pastor” y la tarea principal del pastor no es cuidar de las ovejas débiles, enfermas o moribundas, ni la de ofrecer protección sino llevar a las ovejas hasta la comida y la bebida. Alimentar a las ovejas para que puedan crecer, madurar, dar fruto y reproducirse.

    También, salir en busca de las descarriadas, pero la principal es alimentarlas.

    Equipar a los santos: Dones y carismas

    En la carta a los Efesios 4, 11-13, el apóstol San Pablo nos indica que el objetivo último del cuidado pastoral es llevar a los cristianos a la madurez. También nos habla de los distintos dones y carismas que Dios da a la Iglesia y que son para equipar a los santos para el “trabajo del ministerio”, es decir, que la otra tarea importante del pastor no es hacer él solo todo el trabajo ministerial sino equipar a otros para que lo hagan.

    Las parroquias donde virtualmente nada funciona, albergan escasas actividades que tienen que estar supervisadas por el sacerdote, nadie está equipado para el ministerio salvo él y mucho menos para liderar una “salida a las periferias”.

    Las parroquias donde hay fruto y crecimiento, requieren que el párroco se centre en sus tres tareas fundamentales: predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar sacramentos y liderar la Iglesia. El resto de los ministerios no sólo pueden ser sostenidos, sino que han de ser realizados por otras personas.

    A medida que los miembros de la comunidad parroquial maduran en su vida cristiana son llamados al servicio de acuerdo con sus dones y equipados para servir un ministerio. Así se convierten en discípulos misioneros que han sido equipados y puestos en el ministerio, no para hacer un favor al sacerdote sino interiorizado como ministerio propio en comunión con el cura.

    El objetivo de cada ministerio es suscitar y equipar a otros para que hagan el trabajo y así, edificar la Iglesia. Esta multiplicación del ministerio satisface las demandas internas para gestionar una parroquia y permite generar discípulos misioneros maduros en Cristo que salen al exterior, anhelando servir. 

    Entonces se establece una estructura de rendición de cuentas para el mantenimiento del modelo sin un control clerical meticuloso.

    Sólo una Iglesia llena de discípulos misioneros puede cambiar el mundo.

    En la carta a los Efesios citada antes también se establece una diferencia entre oficio y carisma: Los ordenados tienen el oficio de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Su responsabilidad es que haya fruto en la parroquia pero su oficio no siempre coincide con el carisma.

    Los carismas se reparten entre todos los miembros de la Iglesia. Todos están llamados a identificar sus carismas y servir desde ellos.

    Tanto los unos como los otros son necesarios en la Iglesia de Cristo y ninguno se excluye o amenaza al otro. Los roles y las responsabilidades son distintos pero todos son necesarios.

    Hoy, al igual que la Iglesia del primer siglo, nos encontramos ante la situación de que ser cristiano no es nada popular ni fácil sino más bien algo arriesgado que conlleva burla, persecución, prisión e incluso muerte. Jesús nos dijo que seguirle no era fácil pero si emocionante y gratificante.

    Es el momento de redescubrir nuestra identidad y esencia como bautizados que consiste en ser discípulos misioneros, llamados a conocer a Jesús y darlo a conocer. Es hora de que todos los que seguimos a Cristo maduremos y nos equipemos para el servicio.

    La identidad más profunda de la Iglesia es ser una Iglesia misionera, llamada a transformar creyentes bautizados en discípulos misioneros que salgan, por la gracia divina, a construir el Reino de Dios.



    P. James Mallon
    Una renovación divina

    sábado, 11 de julio de 2015

    SOBRE EL CLERICALISMO Y EL MINIMALISMO


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    "Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, 
    se enferma en la atmósfera viciada de su encierro"
    (Papa Francisco)

    El Papa Francisco nos alerta de los peligros del clericalismo. Sugiere a los obispos que adopten una actitud misionera y no dejen que la Iglesia enferme, "mirándose a sí misma". 

    Dice: "Es verdad también, que a una Iglesia que sale, le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma".

    Clericalismo

    El clericalismo es una actitud propia tanto de sacerdotes como de laicos. Supone, por parte de los primeros, una conducta de poder orgulloso y autoridad tiránica; y por los segundos, una disposición de servilismo y dependencia propios de esclavos sin derechos.

    Francisco dice: "El clericalismo aísla al clero y deja inmaduro al laicado. Un buen padre desea hijos maduros. Y un clero aislado cae con facilidad en la soledad y el abuso de poder, algo que está en la raíz de muchos abusos".

    El padre James Mallon define el clericalismo como “la apropiación por parte del clero de lo que es propio de todos los bautizados”, como por ejemplo, evangelizar, la llamada universal a la misión y a la santidad.

    Minimalismo

    Para Mallon, la herejía del pelagianismo se concreta en que muchos católicos han caído en la cultura del “cumplir”, un “cumplir lo mínimo” y pensar que eso salva. Es una cultura del minimalismo, “que es lo que mata a nuestra iglesia”.

    Por el contrario, la Biblia pide un amor apasionado y desmedido entre Dios y su Esposa, entre Dios y los hombres: “Yo soy tuyo y tú eres mío”.

    El minimalismo espiritual no es otra cosa que tibieza contra la que el Papa Francisco nos advierte: "Los cristianos tibios son los que quieren construir una Iglesia según su propia medida, una Iglesia que no exija demasiado; pero ésa no es la Iglesia de Jesús. Estos cristianos no se consolidan en la Iglesia, no caminan en presencia del Señor, no tienen el consuelo del Espíritu Santo, no hacen crecer la Iglesia. Solamente son cristianos ‘de sentido común’: se mantienen a distancia. Cristianos, por así decir, ‘satélites’, que se hacen una Iglesia pequeña, a su propia medida."

    Por tanto, las consecuencias del clericalismo conducen a la Iglesia, por parte de los sacerdotes, a un aislamiento egoísta, a una autoridad tiránica y a un útil distanciamiento del Pueblo de Dios, y por parte de los laicos, a un malsano servilismo, a una excesiva dependencia y a una imposible madurez espiritual.

    El clericalismo conduce a un minimalismo pelagiano que desemboca en tibieza generalizada, y así, tanto sacerdotes como laicos tratan de cumplir con lo mínimo, de construir parroquias a la medida y de vivir una fe que no exija.

    jueves, 9 de julio de 2015

    HEMOS OLVIDADO QUIENES SOMOS


    Hoy nos enfrentamos a una crisis de la iglesia, de fe, de vocaciones, de matrimonio, de valores, económica, etc. pero la fundamental es una crisis de identidad.

    La iglesia de Cristo no tiene simplemente una misión, sino que la misión de Jesús tiene una iglesia. No es una opción: somos una misión. El principal problema es que hemos olvidado quienes somos.

    Las iglesias están llenas de actividades lejanas de su identidad: reuniones seglares, scouts, clases para niños, etc. que rara vez conducen a formar misioneros. 

    Isaías 56,7: “Porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos”. Hoy, la Iglesia tampoco es una casa de oración y ha olvidado su principal misión: ser misioneros.

    No es la primera vez que ocurre. Marcos 11,17: “¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!”

    Allí se relata la expulsión de los mercaderes del templo por Jesús, que no fue un acto de repentina ira, sino deliberado pues ya había ocurrido antes: “¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre?” (Jeremías 7,11).

    Misión de la Iglesia

    Mateo 28, 19-20 indica cuál es la misión de la Iglesia: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.”

    El evangelio marca 4 tareas: Ir -  Hacer-  Bautizar -  Enseñar

    La confusión de la Iglesia es que ha ido a todos, ha bautizado a todos y ha enseñado a todos pero NO HA HECHO DISCÍPULOS y NO HA PRODUCIDO FRUTOS.

    Que es un discípulo

    Es alguien que aprende, que está comprometido en un proceso de aprendizaje que dura toda la vida, que crece, que madura y esto ocurre cuando nos encontramos con Cristo, cuando le amamos, cuando nos enamoramos de él.

    El objetivo de la evangelización es hacer discípulos. Son los que renuevan la Iglesia, los que dan, sirven, se convierten en apóstoles, en discípulos misioneros que hacen nuevos discípulos, que renuevan la Iglesia, que dan, que sirven y que se convierten en apóstoles…..Es un círculo continuo.

    La Iglesia es maravillosa cuando funciona. 

    Es como una fotocopiadora: coge el papel desde fuera, lo procesa, lo imprime y lo lanza fuera de nuevo. 

    Pero ahora la fotocopiadora no funciona. Nada se mete, está atascada, nada se imprime y nada sale.

    La Iglesia es como el Titanic, grande, veloz e insumergible. 

    Une continentes y lleva a personas de un sitio a otro. Pero ahora se hunde aun habiendo pensado que era todopoderosa. 

    Las parroquias son los botes salvavidas y hay gente en el agua muriendo de hipotermia. Pero no vamos a buscarlos. Decimos: “que naden ellos hacia aquí”. 

    Pero Jesús nos dice: “Id”, pero no vamos. Hay una gran diferencia entre decir “Venid” y decir “Id”. Hemos olvidado nuestra identidad: “Id”.

    Cuando la Iglesia es auto-referencial, sólo se mira a sí misma, ha cerrado sus puertas y sólo espera que la gente venga, está enferma, es un lugar oscuro, no hay luz. Ha olvidado su identidad.

    Dos grandes tentaciones en la Iglesia:

    Pelagianismo

    Pelagio era un monje celta del siglo V que decía que no existía el pecado original, que el acto salvífico de Jesús era un acto de amor y un ejemplo para lo que debemos hacer: que solo tenemos que querer y elegir hacer el bien.

    Pero San Agustín decía que no podemos salvarnos sin la Gracia de Dios, estamos rotos y no hay salvación fuera de la Gracia de Dios.

    Hoy en la iglesia existe un neopelagianismo. Muchos piensan que la salvación es solo el resultado de lo que hacemos y no mediante Jesús.

    Esta actitud nos impide recibir la buena noticia pues según este pensamiento, no hay malas noticias, no tenemos pecado, somos buenos.

    Esto produce una cultura de minimalismo, todo lo que necesito saber es qué hacer, cumplir los mínimos requisitos. Pretendemos pagar lo menos posible. Pero esto no es la fe de Cristo.

    Si no hay buena noticia, no hay deseo de compartirla con otros. No hay nada.

    Clericalismo

    Es la apropiación por parte del clero de aquello que es propio de los bautizados. 

    La primera tarea del sacerdocio es proclamar la palabra de Dios. La segunda es administrar los sacramentos (sobre todo, la eucaristía) y la tercera, ser líderes del pueblo de Dios.

    Las consecuencias del clericalismo son el aislamiento del clero y la inmadurez del laicado. La cultura de la Iglesia acepta la inmadurez de los laicos como algo bueno. Los laicos creen que no es su misión hacer nada sino sólo recibir.

    Para que los sacerdotes sean líderes del pueblo de Dios, primero tienen que ser cristianos con los cristianos para ser luego sacerdotes de los cristianos,

    Para renovar la iglesia debemos analizar la cultura de la Iglesia. Lo que es posible y lo que no, lo que es y lo que puede ser.

    A lo que Jesús nos llama es a escuchar su Palabra y actuar.

    Uno de los problemas actuales de la iglesia es la tendencia a sobre-espiritualizar, que no es sino una forma de quietismo: Todo lo que debemos hacer es escuchar la Palabra y orar, nada de acción. Pero la acción sin oración tampoco da fruto. San Agustín decía: “Ora como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”.

    La oración tiene que llevarnos a la acción. Nuestras acciones demuestran aquello que valoramos.

    Diez valores para la renovación

    1. Trabajar para el fin de semana. 

    2. Hospitalidad y acogida.

    3. Música que eleve.

    4. Homilías transformadoras, no sólo informativas.

    5. Comunidad llena de sentido. No vale el cristianismo individual.

    6. Claras expectativas. ¿Qué se espera de nosotros?

    7. Ministerio basado en las fortalezas: las personas que sirven con talentos.

    8. Comunidad de comunidades: grupos pequeños o medianos de conexión.

    9. Experiencia del Espíritu Santo.

    10. Cultura de invitación.



    P. James Mallon, “Pasión por la renovación de las parroquias”, ENE 2014