¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 5 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo"
(Lucas 9,35)

La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene una gran importancia para los cristianos, pues no sólo nos muestra la visión de la gloria de Cristo en cuerpo glorioso e inmortal sino que nos anticipa la resurrección, base de nuestra fe: Su resurrección y, por ende, la nuestra.

Jesús elige una vez más a su "trío predilecto", a Pedro, Santiago y Juan, para llevárselos al monte Tabor (lugar de la presencia de Dios); los mismos que estarán con Él en el monte de los Olivos, antes de ser entregado. En ambas ocasiones, los apóstoles duermen plácidamente en la tierra, mientras desde el cielo la voluntad de Dios se hace presente.

Pedro, quien seis días antes, había proclamado la condición mesiánica de Jesús, ahora ve Su gloria con sus propios ojos pero... ¿es capaz de comprenderlo? 

Pedro, quien seis días antes, había escuchado de labios del Señor lo que tenía que padecer y sufrir, ahora lo escucha de los labios de Moisés y Elías pero...¿es capaz de comprenderlo?

Pedro, que seis días antes, había negado la voluntad de Dios, escucha de boca de Dios Padre la confirmación de todo lo anterior y ordena escuchar a Su Hijo: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35). Pero...¿es capaz de comprenderlo?

La clave sobre la que hoy queremos meditar en el pasaje de la Transfiguración son las palabras del mismísimo Dios Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo". Dios hace dos afirmaciones y una exhortación: 
  • "Este es mi Hijo". Dios mismo nos confirma que Jesús es Su Hijo.
  • "El Elegido". Dios mismo nos confirma que Jesús es el Mesías prometido. 
  • "Escuchadlo". Dios mismo nos manda escuchar a Jesús, su Hijo, el Mesías.
¡Escucha la voz de mi Hijo! ¡Oye su Buena Nueva! ¡Déjate impactar por su mensaje de amor para que transforme tu vida! Es lo que Dios me pide y es todo cuanto necesito: vivir su palabra. Pero...¿soy capaz de comprenderlo? 

Podría caer en la tentación de decir (como Pedro): "Maestro, qué bien se está aquí", esto es, limitarme a proponer cosas (como montar tres tiendas o cualquier actividad espiritual que se me ocurra) para satisfacer a Dios, sin escucharlo. Pero eso no funciona...

¡Cuánto me cuesta escuchar y cuánto me gusta hablar! ¡Cuánto me cuesta "dejarme hacer" y cuánto me gusta hacer! ¡Cuánto me cuesta seguir el consejo de la Virgen María: "Haced lo que Él os diga" y cuánto me gusta hacer lo que yo diga! 

Sin embargo, no se trata tanto de "hacer cosas para Dios" como de "dejar que Dios haga cosas", es decir, dejar a Dios hacerse presente y escucharlo a través de la Escritura, la Eucaristía y la Oración. Escuchar su voluntad y comprender sus palabras me conduce a imitar sus hechos en mi vida real.  

Es muy fácil acomodarme en el bienestar del "Tabor" en una Adoración Eucarística, en un retiro espiritual, en una peregrinación, etc... pero la visión gloriosa de Cristo me debe llevar a transfigurarme más que a sentir gozo, para que, como dice San Pablo, refleje la gloria del Señor y me vaya transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor (cf. 2 Cor 3,18).

Transfigurarme supone configurarme con Cristo, convertirme en "otro Cristo"; dejarme envolver por la nube del Espíritu Santo, es decir, ser dócil a su gracia, para amar y servir a los "desfigurados", a los despreciados de este mundo, que no son otros que el mismísimo Cristo.

El hombre de hoy, por su naturaleza caída, se ha desfigurado y ha perdido la imagen y semejanza de Dios con la que fue creado, que no es otra que la imagen de Cristo. Por eso, nuestro reto como cristianos, además de descubrir el rostro de Jesús en cada persona, es reflejar su rostro en el nuestro, hacerle presente en nuestra vida diaria.

Si lo consiguiéramos, quizás podríamos escuchar de Dios lo mismo que dijo de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco".


JHR

miércoles, 27 de noviembre de 2019

LA VERDADERA TRANS-FORMACIÓN ESPIRITUAL


Transformación, del vocablo latino transformatĭo, es una acción o proceso mediante el cual algo se modifica, altera o cambia de forma, manteniendo su identidad. Es el paso de un estado físico o espiritual a otro.

Transformación espiritual es conversión. Convertirme es cambiar de vida, dar un giro radical y tomar un rumbo diferente, salir de una situación egoísta para adoptar una actitud confiada en Dios.

La transformación espiritual (del prefijo "trans", 'más allá de', 'al otro lado de', 'través de', y del sustantivo "formación", 'adquirir conocimientos') es la búsqueda de una mayor profundidad en mi relación con Dios, a través de la oración, la lectura de la Palabra, los sacramentos, etc., que me invitan a una vida coherente con la voluntad de Dios. 

Es la conversión del corazón y de la mente, por la gracia del Espíritu Santo, que me lleva del "yo" ensimismado y hedonista, a un "sí" rotundo a Dios y a los demás, en un camino de madurez continua, hacia mi destino final: el cielo.

Significa reconocerme débil y necesitado de Cristo, para que se manifieste en mi vida. Significa revisar mi existencia, para ver cómo la he vivido y cómo la vivo. Significa empeñarme en buscar a Dios cada día.
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No se trata de un cambio cosmético, ni se produce como consecuencia de mis propias fuerzas, ni por asistir a la iglesia los domingos, ni por llevar una "vida de cumplimiento" o de tradiciones, creencias y costumbres, sino con el encuentro con Cristo Resucitado.

No se produce como consecuencia de los cambios externos en mi ser. Se trata de un cambio, no de afuera hacia dentro, sino de adentro hacia fuera, donde habita el Ser trinitario. 

No se trata de tener una fe "descafeinada o light", ni una dependencia del "sentir" o del "consumir", ni del modelo de "hacer-ser", que me propone el mundo, y que me lleva por un sendero seco, sin sentido y sin frutos. Es un proceso continuo de aprendizaje, de "reseteo" para volver mi mirada a Dios, para cambiar mi antiguo paradigma en uno nuevo: "ser-hacer".

Significa establecer un estilo de vida de acuerdo con el propósito de Dios para mí. Un compromiso de vida coherente con la manera de pensar, sentir y actuar de Jesús, que se someta al poder del Espíritu Santo, para llegar a una íntima relación con el Padre.

La verdadera conversión es radical y compromete toda mi vida, no con una doctrina ni con una estructura, sino con una persona: Dios. Y no puede existir radicalicalidad, sin confianza y obediencia total. 
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Pero este camino, que no es fácil, no lo recorro solo, sino en compañía de Jesús, que prometió estar con nosotros todos los días de nuestra vida, con la guía del Espíritu Santo para llevarme a la comunión con el Padre

Esta firme convicción y este compromiso adquirido es lo que transformará mi forma de ser y hacer. 

Pero para iniciar este proceso de transformación por el Espíritu, es necesario vincularme a una comunidad, donde existan espacios de crecimiento integral y donde se establezcan relaciones significativas, es decir, a la Iglesia.

Y en ello estoy...

martes, 26 de marzo de 2019

¿A QUÉ ESPERAMOS PARA CONVERTIRNOS?

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"En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, 
cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús respondió:
'Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos 
porque han padecido todo esto? 
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 
Os digo que no; y, si no os convertís, 
todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, 
y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. 
Córtala. 
¿Para qué va a perjudicar el terreno?.
Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto en adelante. 
Si no, la puedes cortar”.
(Lucas 13, 1-9)

El Evangelio de este 3º domingo de Cuaresma nos llama a la conversión, exhortándonos a interpretar los signos de los tiempos. Jesús nos enseña a no interpretar los sucesos desde un punto de vista humano, sino a transformarlos en un examen de conciencia: "Os lo aseguro: ¡si no os convertís, perecereis todos!, para después, regalarnos una nueva parábola con la que nos muestra la misericordia, la paciencia y el perdón de Dios.

Aún así, pudiera ser que algunos cristianos llegáramos a malinterpretar el perdón de Dios. Pudiera ser que pensáramos que todo nos será perdonado, sólo porque Dios es misericordioso, sin más. Sin poner de nuestra parte. Entonces, pudiera ser que estuviéramos tergiversando el Evangelio. O peor aún, instrumentalizando a Dios para nuestros intereses.

Por eso, como seguidores de Cristo tomamos conciencia de nuestros propios pecados y errores, para comprender que el fin (la muerte) puede llegar en cualquier momento, y así, dejamos de vivir pensando que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea, lo que nos apetezca hasta el último momento (Eclesiástico,1-13). Dios nos llama a cambiar el corazón, nos conmina a la conversión ¡Ya!

La vida pasa muy rápido y por eso, dejamos de pensar que podemos hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. Evitamos caer en la temeridad y en el riesgo de creer que siempre tendremos oportunidad de librarnos de su justicia, de que siempre tendremos tiempo para ser perdonados por Él. 

Evitamos dejarnos llevar por nuestras comodidades o apetencias o por las pasiones de nuestro corazón y nos mantenemos alerta y vigilantes para dominarlas. Porque si no somos capaces de dominarlas, serán ellas las que nos dominen. 

Resultado de imagen de tu estas aqui señorRehuimos pensar: "Bueno, hasta ahora me ha perdonado, así que seguiré así… porque la compasión de Dios es infinita y me perdonará siempre mis muchos pecados". No. Hasta ahora puedo haber sido perdonado, sí, pero en adelante, no lo sé… 

Los cristianos no perdemos ni un sólo segundo en convertirnos al Señor, en lugar de esperar a mañana para cambiar de vida, ni intentamos posponerlo de un día para otro, porque sabemos que podemos quedarnos sin tiempo.

"No tardes en convertirte": es la invitación que nos hace el Señor en este tiempo de cuaresma, hoy, ahora mismo. No podemos dejarlo para mañana, o para cuando nos venga bien...no debemos.

Esta invitación a la conversión nos conduce a realizar un examen de conciencia cada día y a tomar conciencia de la santidad de Dios, que nos ha creado para tener una relación de amor con Él, y que, sin embargo, se ve comprometida por nuestros pecados. 

No caemos en el error de pensar que la conversión sólo concierne a aquellos que no creen para que se vuelvan creyentes, que sólo atañe a los pecadores para que sean justos, que sólo se refiere a los perdidos para que sean encontrados.

No pensamos, ni por un instante, que nosotros, que ya somos cristianos y que ya conocemos a Cristo, no tenemos necesidad de convertirnos. Ni suponemos que eso no va con nosotros. Porque es precisamente de esta presunción vanidosa, de esta suposición orgullosa de la que estamos llamados a convertirnos.


¿Qué es la conversión?

La auténtica conversión significa dejar de confiar en uno mismo o en nuestras propias fuerzas, para abandonarse a Dios, que nos perdona, y dejarse guiar por su Gracia, que nos santifica.

La conversión es un acto de la inteligencia humana iluminada por la gracia divina, por el que tomamos la decisión de realizar la voluntad de Dios y sus mandamientos, y en especial el del amor.

La conversión es una transformación del corazón, un cambio esencialmente interior, aunque puede tener y tiene expresiones externas (Mateo 7,15-20; Marcos 7,16-23), basado, sobre todo, en la bondad de Dios y en su deseo de que participemos en Su amor sobrenatural.
La conversión es una tarea que supone la gracia, que se realiza por la fe y que responde a la llamada de Dios, sin olvidar que Dios actúa en cada uno de los pasos que damos en nuestro retorno hacia Él. 

La conversión es, sobre todo, un sí a Jesucristo, a sus hechos y a sus enseñanzas. Es por medio de Jesús, que Dios se acerca a la humanidad para llevarnos a Él. Cristo es quien nos invita a la conversión, no sólo a los publicanos y prostitu­tas, no sólo a los "no cristianos", sino también a los fariseos y a las personas observan­tes de la Ley. Jesús sitúa a todo hombre, bueno o malo, justo o impío, ante la necesidad de convertirse al Reino de Dios (Mateo 10,39; Marcos 8,35; Lucas 17,33).

La conversión es una característica de la vida cristiana: aunque pecadores, pedimos la gracia que nos lleve hacia el Padre, vivimos en comunión con Cristo que nos conduce a realizar su voluntad, que nos purifica de los pecados, y que, progresando en su seguimiento, nos sentimos plenamen­te comprometi­dos al servicio del amor. 

La conversión es la superación de la esclavitud del propio aislamien­to y una participación en la vida comunitaria de la Iglesia. No podemos ser "francotiradores de la fe". Dios nos llama a una conversión en comunidad.

Pero además, la conversión es un motivo de alegría, pues hemos encontrado Algo por lo que vale la pena entregarlo todo, como nos indican las parábolas del tesoro y de la perla (Mateo 13,44-46). Jesús muestra la alegría de la conversión cuando nos habla de banquetes de boda, de vestidos nupciales, de júbilo que se manifiesta incluso en el cielo cuando un pecador se convierte (Lucas 15,7). 

Dios desea que vivamos en comunión con Él. Anhela perdonar nuestros pecados, reconciliarse con nosotros y restaurarnos en su amistad, y por ello, perdona siempre. Pero nos dice: "no peques más", "conviértete", "transforma tu vida".

Dios es justo y misericordioso. Ambas cosas no pueden separarse con el objetivo de aprovecharnos egoístamente del amor y de la misericordia divinos. Por ello, tomamos consciencia de que el pecado es el alejamiento de Dios. Pecar significa vivir separados de Dios. Por lo tanto, no se puede estar en pecado y, a la vez, cerca de Dios. Es imposible.

¿Cómo nos perdona Dios?

Dios en su amor misericordioso pone a nuestro alcance muchos medios para nuestra conversión y perdón:

Confesión
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1,9).

Imagen relacionadaLo primero es expresar y reconocer las cosas malas que hemos hecho, contárselas a Dios. Y para eso, nos regala el sacramento de la reconciliación.

Él conoce todo y lo sabe todo. Somos nosotros los que necesitamos aceptar con humildad, en su presencia, que le hemos fallado, que le hemos dado la espalda y que hemos huido de Él. Este paso que damos en la confesión, nos abre las puertas para que su perdón fluya y su gracia nos alcance

Dios es, ante todo, reconciliación, nos limpia de toda maldad. No hay absolutamente nada que podamos confesarle, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestro corazón.

Arrepentimiento
Nuestro Señor no tarda en cumplir su promesa, aunque algunos puedan pensar que tarda en hacerlo o que no lo hace. Es más, muestra una gran paciencia con nosotros, y nos da "tiempo extra" porque no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3,9).

Resultado de imagen de arrepentimientoPero no basta con confesar y reconocer las cosas malas que hemos hecho. ¡Necesitamos arrepentirnos! El arrepentimiento es el primer peldaño de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos expresamos el dolor que nos causa ver los errores que hemos cometido y eso nos impulsa a hacer los cambios necesarios para comenzar a actuar como Dios quiere. Y sobre todo, reconocemos el dolor que le hemos causado a Dios.

Dios desea que todos nos arrepintamos, que reconozcamos que le necesitamos a nuestro lado, en nuestra vida. Quiere que nos reconciliemos con él y le recibamos como Señor y Salvador. Él no desea que ningún ser humano pase la eternidad lejos de él. Por eso espera con paciencia nuestro arrepentimiento.

Propósito de enmienda
Tras reconocer nuestras faltas, es necesario tener un propósito de enmienda. Si realmente no deseamos en nuestro corazón cambiar, transformarnos, convertirnos, no podremos encontrar el perdón, todo nuestro esfuerzo será inútil.

El perdón divino sólo se obtiene con pureza de intención, con el deseo de cambiar, con propósito de enmienda.
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Nuestro modelo es el hijo pródigo de la parábola de Lucas 15, que arrepentido, se dirige por el camino de vuelta a casa, preparando lo que le va a decir a su padre, quien, sin embargo, ni siquiera lo deja hablar, sino que sale a su encuentro, lo abraza y lo cubre de besos.

Nuestro destino es el Padre misericordioso que... ¡No te deja hablar! ¡No te deja que pierdas tu dignidad! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa enorme alegría de sentirte amado y perdonado, antes de que tú hayas terminado de decir todo. Sale a tu encuentro y te abraza. 

Pero, además, Dios va más allá cuando perdona: celebra una fiesta. Borra toda tristeza y la cambia por alegría. Dios todo lo olvida porque lo que le importa es encontrarse con nosotros, reconciliarse con nosotros.

Nos envía a su Hijo
Dios nos envía a su único hijo Jesucristo para obtener el perdón y la salvación. Él abre las puertas del cielo a la humanidad. Su sangre derramada en la cruz es el precio que Cristo pagó para que nuestros pecados fueran perdonados, para redimirnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. Un regalo que no merecíamos. Pero Dios es así.

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo. Él se ofrece en expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." (1 Juan 2,1-2).

Resultado de imagen de confesionJesús, a través de su muerte en la cruz y su resurrección nos reconcilia con Dios. Él es el "Jardinero" que pide al "Dueño de la viña" que espere, que nos de tiempo para que Él "pueda cavar alrededor y abonar el terreno". 

Cristo es el intercesor entre nosotros y el Padre porque solo él está libre de pecadoÉl interviene constantemente a nuestro favor, restaurándonos como hijos perdonados. Él es quien nos ha transformado y ha dado sentido a nuestra vida.

En la Cruz nos dejó a su Madre, la Virgen María para acudir a Él y por ello, decidimos entregarnos apasionadamente a Él, a través de Ella. Ya no hacemos más lo que nos interesa o lo que nos apetece, ya no vivimos para satisfacer nuestro ego. Le entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aún el valor de nuestras buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que se las entregue al Rey de nuestra vida, al dueño de nuestra existencia, en una esclavitud de amor. 

"Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados" (Salmo 32,1). ¡Qué alegría más grande trae el perdón! ¡Qué libertad nos confiere sabernos hijos de Dios. Nuestros pecados ya no cuentan, Dios los borra para siempre.

El perdón de Dios llena nuestro corazón de gratitud y amor hacia Él. Nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida guiada por Él.

Dios está ansioso de perdonarnos. Nos perdona de inmediato y completamente. Nos hace una fiesta porque no es Dios quien nos acusa sino quien perdona. Pero el perdón de Dios requiere una transformación.


¿A qué esperamos para convertirnos?

martes, 23 de octubre de 2018

LA CONVERSIÓN ES EL INICIO, NO EL FINAL

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"Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"
(Jn 3, 3)

Uno de los momentos más emocionantes en nuestra vida es cuando conocemos a Jesucristo y entonces, se produce nuestra conversión. Pero, una vez que se produce ¿damos el paso definitivo hacia el proceso de transformación o nos quedamos en "modo conversión"?

La conversión (del latín convetere, significa "transformarse, hacerse distinto") es un punto de inflexión, es el inicio de un proceso. Es un gran momento pero no es el final del camino, no es la meta. 

A veces, ponemos tanto énfasis en el momento de la conversión, que pensamos que eso es todo. A veces, ponemos tanto hincapié en los métodos de evangelización que pensamos que es el final del camino.

Sin embargo, el deseo de Dios es la transformación de nuestras vidas, y que realmente comienza tras la conversión: "Quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término para el día de Cristo Jesús." (Flp 1, 6).

La conversión es el comienzo de una nueva vida. Nacemos de nuevo al Reino de Dios: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Jn 3, 3). Cuando nacemos de nuevo, tenemos algo que no estaba presente antes: el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos una nueva creación en Cristo.

De la misma manera que, cuando nuestra madre nos dio a luz, no nos dejó solos sino que nos amó, nos alimentó, nos cuidó y entramos a formar parte de una familia, cuando nacemos a una nueva vida espiritual, Dios no nos deja solos y se olvida. Al contrario, nos ama, nos cuida, nos alimenta y nos da una nueva familia en la que crecer y desarrollarnos.

Tras el nacimiento espiritual, debemos pasar a la siguiente fase: el crecimiento espiritual. Nuestro reto debe ser pasar de "conversos" (bebés espirituales) a "discípulos" (maduros espirituales). Y eso se consigue viviendo la fe en comunidad, en la Iglesia.

El Cambio de Pablo de Tarso
En su carta a los Romanos,  el apóstol Pablo insiste en que su conversión ocurrió “mientras era pecador”. Cuando Cristo se le apareció, Pablo no estaba llevando una vida correcta, ni estaba orando en el Templo, ni leyendo las Escrituras. Estaba persiguiendo a los cristianos, estaba pecando contra Dios.

Como el apóstol, nosotros también estábamos ciegos. Vivíamos sin Cristo, sin esperanza y alejados de Dios (Ef 2, 12). Como los dos de Emaús, abrimos los ojos y reconocimos a Cristo (Lc 24, 31) y, por su Gracia, sentimos la necesidad de cambiar de vida, no solo de mentalidad.

La mayoría de las personas experimentamos la conversión porque nos encontramos en una crisis, o en una situación difícil de nuestra vida, o porque estamos heridos o abatidos, o porque sufrimos. Necesitamos ayuda, y la necesitamos urgentemente. 

Por eso es tan importante que cuando nos encontramos con estas personas recién convertidas, las acojamos, las mostremos amor y las acompañemos. Como Iglesia de Cristo debemos darles alimento, cariño y cuidados para que se sientan realmente en familia.

Tras la conversió
n, las personas tenemos tres necesidades fundamentales:

Resultado de imagen de ESTABILIDADEstabilidad personal

Ante todo, necesitamos estabilidad personal. Hasta este momento, nuestra vida personal seguramente haya estado o esté fuera de control. 

Nos enfrentamos a situaciones que nos superan y por las que tenemos que ser ayudados. Necesitamos encontrar paz, descanso y alivio para estabilizarnos y dirección para comenzar a caminar.

Estabilidad social

Una vez que nos hemos convertido en creyentes, probablemente dejemos atrás algunas situaciones que vivíamos, o cosas que hacíamos, o quizás, nos encontremos con personas que no estén de acuerdo con nuestra nueva vida. 

Resultado de imagen de ESTABILIDADPor lo general, esas situaciones, cosas o personas eran aquellas con las que solíamos meternos en problemas. Y por ello, necesitamos personas que nos ayuden a superar todo eso. 

Perder amigos y familiares a veces puede ser consecuencia de seguir a Jesús, no porque ese sea nuestro deseo, sino porque a veces los amigos no entienden o no están muy interesados ​​en esa nueva vida. En cualquier caso, no es fácil y por eso, necesitamos personas que puedan ayudarnos a mantener otro tipo de relaciones, a vivir otro tipo de situaciones y hacer otro tipo de cosas.

Estabilidad doctrinal

Normalmente, el recién converso tiene ideas, pensamientos y conceptos no muy cercanos a la voluntad de Dios. Quizás, incluso equivocados. Seguramente, por desconocimiento.

Imagen relacionadaEs por ello, que el proceso de discipulado requiere la renovación de nuestra mentalidad y actitud. Debemos aprender lo que necesitamos saber, lo que Dios nos pide. Debemos buscar dirección espiritual y formación.

Tanto sacerdotes como laicos, debemos ayudar de inmediato a estas personas a crecer espiritualmente, y hacerlo a través de un proceso, que a veces, será de acompañamiento, otras, de formación, otras, de dirección espiritual, y otras, de corrección fraterna. 

La conversión verdadera

La conversión verdadera consiste en un cambio de vida, no solo en un cambio de actitud o mentalidad personal: implica cambiar los anhelos, las normas y las cosas del mundo por las de Dios.

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La conversión se produce por la gracia de Dios. La misma que alcanzó el corazón de la pecadora en la casa de Simón. La misma que cegó a Saulo de Tarso, enemigo de la fe cristiana camino de Damasco. La misma que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del carcelero. 

Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de recibir el poder transformador del Señor: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6,44),"pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad." (Flp 2, 13).  

Es Dios quien nos llama y hace entrar el milagro de la gracia en nuestros corazones a través de situaciones y de personasNosotros apenas hacemos nada, tan sólo nos rendimos a Él.

La conversión no consiste en "ser buenos" o "cumplidores". Pablo, era un hombre "bueno", educado y gran conocedor de las Escrituras y de la Ley, que obedecía cuidadosamente y cumplía con gran celo. Tuvo que ver todo "su cumplimiento de la fe" como pérdida para reconocer a Dios. Tuvo que prescindir de "su justicia" para encontrar la misericordia de Dios.

Para que la conversión se produzca es necesario el arrepentimiento: "Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3, 19). Sólo hay conversión cuando tomamos conciencia de nuestras faltas y errores que son expuestos a la luz de la Verdad, que es Jesucristo.

Nuestra meta

Nuestra meta no es conocer a Cristo y seguir con nuestra vida como si nada. Nuestro destino es llegar al cielo para estar junto a Él y para ello debemos emprender un largo camino que, paradójicamente, transcurrirá con una sucesión de conversiones.

Para alcanzar nuestra meta es necesario vivir nuestra conversión en comunidad. Sólo la conversión fructifica y transforma nuestra vida, si la vivimos en la familia de Dios. 

Imagen relacionadaPor eso, cada comunidad parroquial necesita establecer un proceso que proporcione un plan de acompañamiento, discipulado y dirección espiritual para juntos crecer en comunidad, como iglesia, como familia. 

Es necesario que se produzca en nosotros un progresivo cambio en nuestros pensamientos (mente), en nuestros deseos (corazón) y finalmente, en nuestra vida. Sin tal proceso, aunque nos unamos a una comunidad, aunque asistamos a misa y a los sacramentos, aunque pensemos que somos "buenos cristianos", seguiremos estando ciegos o, cuando menos, tuertos. 

Para estar en y con Cristo y anhelar el cielo, nada es suficiente a menos que lleguemos a ser “una nueva creación” (Gal 6,15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, cuando mantiene una gran vida interior, la persona manifestará por fuera una “nueva vida”en Cristo (Romanos 6, 4). 

Cuando nos convertimos verdaderamente, cambiamos nuestros rumbos y nuestros caminos, desechamos todos los malos hábitos y manifestamos los frutos en una vida guiada por Dios, dejamos de vivir una vida desordenada para vivir una vida ordenada y encaminada hacia el propósito para el que fuimos creados: Dios. 


jueves, 27 de julio de 2017

VOLVER A LA IGLESIA PRIMITIVA

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Hemos escrito en otras ocasiones que cuando surgen las dificultades, las dudas y las incertidumbres en la fe, debemos volver al origen. Esto es lo que tenemos que cuando nos planteamos los objetivos (misión) de nuestra parroquia: echar la mirada atrás a las primeras comunidades cristianas de la Iglesia primitiva (visión).

El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos da una idea de cómo los primeros cristianos comenzaron a proclamar el Evangelio, lo que hacían y nos muestra numerosos rasgos esenciales de la Iglesia de Cristo que debemos imitar:

Llenarse de Espíritu Santo

"Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse." (Hechos 2, 3-4 ).

Resultado de imagen de pentecostesLos cristianos no sólo hablamos de Dios; le experimentamos. Esto es lo que hace que la iglesia sea diferente de cualquier otra organización en el planeta: que tenemos el Espíritu Santo. Zara no tiene el Espíritu Santo. Nuestro gobierno no tiene el Espíritu Santo. Las ONGs no tienen al Espíritu Santo. Ninguna otra organización tiene el poder de Dios en ella. Dios prometió su Espíritu para ayudar a su Iglesia. La Iglesia tiene y se llena del poder de Dios.

Cuando se refiere a "hablar en lenguas extrañas" quiere decir hablar en el idioma de quienes nos escuchan. La gente realmente escuchaba a los primeros cristianos hablar en sus propios idiomas, ya fuese en farsi, en swahili, en griego o lo que fuera. 

El Plan de Dios es para todos. No es sólo para los judíos. Pero no sólo se refiere a idiomas de sus países de origen sino a hablar en el lenguaje que cada persona entiende. ¿Estamos usando otros "lenguajes" para llegar a la gente? 

Utilizar los dones de todos 

"Entonces Pedro, en pie con los once, les dirigió en voz alta estas palabras: "Judíos y habitantes todos de Jerusalén: percataos bien de esto y prestad atención a mis palabras. ...Y haré aparecer señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. ...Pero el que invoque el nombre del Señor se salvará" (Hechos 2, 14, 19, 21)

En la iglesia inicial no había espectadores; el 100% de las personas participaban en proclamar el Evangelio de Jesús. Y, aunque igual que entonces, no todos estamos llamados a ser sacerdotes, todos estamos llamados a servir a Dios. Por tanto, debemos esforzarnos para que todos participen en el servicio en nuestra parroquia. La pasividad no es una opción. Si alguien quiere sentarse y ser servidos por los demás, que busquen otro sitio. 

Ofrecer una verdad que transforma

La iglesia primitiva no ofrecía una nueva psicología, ni un moralismo cómodo, ni una espiritualidad agradable. Ofrecía la verdad del Evangelio que tiene el poder de cambiar vidas. Ningún otro mensaje transforma vidas. Cuando la verdad de Dios entra en nosotros, es cuando nos transformamos. 

En Hechos 2, Pedro dio el primer sermón cristiano, citando el libro de Joel del Antiguo Testamento y afirmando que la iglesia primitiva se dedicó a la "enseñanza de los apóstoles".

Crear comunidad

"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones." (Hechos 2, 42). 

En la iglesia del primer siglo, los cristianos se amaban y cuidaban unos a otros. La iglesia no es un negocio, ni una ONG ni un club social. La Iglesia es una familia. Para que nuestras parroquias experimenten el poder del Espíritu Santo como en la Iglesia primitiva, tenemos que convertirnos en la familia que ellos eran.

Vivir la Eucaristía

"Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón" (Hechos 2, 46). 

Cuando la Iglesia primitiva se reunía celebraban la Eucaristía, conmemorando la última cena "con alegría y sencillez de corazón". Debemos entender y enseñar que la Eucaristía es una celebración. Es un festival, no un funeral. Es el banquete de Dios. Cuando la Eucaristía es alegre (y litúrgicamente rigurosa), la gente quiere estar allí porque buscan alegría. ¿Crees que si nuestras iglesias estuvieran llenas de corazones alegres, de palabras alegres y de vidas llenas de esperanza, atraeríamos a los alejados? 

Compartir según la necesidad

"Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno."(Hechos 2, 44-45). 
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La Biblia nos enseña a hacer generosos sacrificios por el bien del Evangelio. 

Los cristianos durante el Imperio Romano fueron la gente más generosa del imperio y eran famosos por desprendimiento. 

Literalmente lo compartían todo, "según la necesidad de cada uno". Incluso la vida. Muchos murieron por la fe en el Coliseo romano.

Crecer exponencialmente

"Alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. El Señor añadía cada día al grupo a todos los que entraban por el camino de la salvación." (Hechos 2,47). 

Cuando nuestras iglesias demuestran las primeras seis características de la iglesia primitiva, el crecimiento es automático. La gente veía a los primeros cristianos como extraños, pero les gustaba lo que éstos hacían. Veían el amor que se tenían los unos por los otros, los milagros que ocurrían delante de ellos y la alegría que irradiaban. Querían lo que los cristianos tenían. Y la Iglesia crecía exponencialmente


Creo firmemente que "el cristianismo se  contagia y se propaga  por envidia".




Fuente:

"How to Be a Purpose Driven Church" 
- P. Rick Warren -

domingo, 2 de abril de 2017

ALPHA, UNA EXPERIENCIA TRANSFORMADORA


¿Cómo van a invocar a aquel en quien no creen?
¿Cómo van a creer en él si no han oído hablar de él?
¿Y cómo van a oír hablar de él si nadie les predica?

Romanos 10,14


El Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium nos dice que “la conversión pastoral de las parroquias se produce por la formación de pequeñas comunidades de discípulos, comprometidos y conscientes de la urgencia de vivir en estado permanente de misión. Es preciso, por tanto, revisar las actuaciones de los ministros ordenados, consagrados y laicos, superando la acomodación y el desánimo. El discípulo de Jesucristo percibe que la urgencia de la misión supone desinstalarse e ir al encuentro de los hermanos”

Este ha sido el caso de nuestra parroquia "Nuestra Señora de Madrid", en la que la implantación de un plan estratégico para la conversión pastoral ha conducido a su transformación, como espacio comunitario, a su reconstrucción, como estructura funcional y a su revitalización, como instrumento evangelizador. 

Era principios del verano de 2014, y pocos imaginábamos lo que Dios nos tenía preparado en pleno Paseo de la Castellana. A la sombra de las cuatro torres, símbolo del Madrid más vanguardista, se mantenía a “duras penas” en pie, una sencilla y casi imperceptible parroquia llamada Nuestra Señora de Madrid, de la que casi nadie había oído hablar nunca. 

La Madona (sobrenombre cariñoso y fundamentado) se había convertido en una parroquia conservadora y de mantenimiento; de puertas cerradas y entrada en años; sin llantos de bebés ni bullicio de niños; con más funerales que bautizos, con más viudas que matrimonios; con más nostalgia de tiempos pasados que inversión en estructuras, instalaciones o personas; de bancos vacíos, de comunidad mermada…una parroquia con una inexorable fecha de caducidad. 

Aquiles y Príamo 

Todo comenzó con la llegada a la parroquia de un sacerdote junto a un ejército de cristianos en tropel (asemejándose a Aquiles y los griegos), procedente de los barrios nuevos y cercanos, y la fraternal acogida de otro sacerdote con un ejército un tanto más reducido (asemejándose a Príamo y los troyanos), perteneciente a la circunscripción territorial.

Resultado de imagen de troyaProvidencialmente, este "choque de trenes" favoreció el inicio de la reconstrucción y revitalización de la parroquia. 

Se trataba de superar un modelo de iglesia piramidal, basado en el binomio clérigos-laicos, sustentado en el paradigma “comportarse-creer-pertenecer”, para sustituirlo por un modelo de Iglesia misionera, basado en el trinomio comunidad-servicio-evangelización, estableciendo el paradigma “pertenecer-creer-comportarse”. 

El hombre posmoderno del siglo XXI necesita, primero, pertenecer a un grupo, para luego, creer en algo y finalmente, comportarse como alguien. Las cosas que funcionaron antaño no tienen por qué funcionar hoy (de hecho, no funcionan) y por eso, la parroquia debía transformarse para crecer tanto cuantitativa como cualitativamente. 

A la Madona no le quedaba otra: “Renovarse o morir”, como decía Unamuno, para luego ir “todos a una”, como decía Lope de Vega en Fuenteovejuna. 

Desde un principio, la opción estratégica de integración adoptada, al unísono, por nuestro párroco D. Ramón (Príamo) y nuestro vicario D. Luis José (Aquiles), fue buscar una metodología evangelizadora que fuera efectiva y diera frutos a corto plazo en la construcción de una auténtica comunidad parroquial. Era absolutamente necesario combatir la tentación de establecer dos bloques antagónicos: los autóctonos (Troya) y los forasteros (Grecia). 

Alpha: el principio 

Y así llegó Alpha (cual caballo de Troya) a la Madona, un método evangelizador y de primer anuncio altamente efectivo que se convirtió en el “principio” de la transformación parroquial y una experiencia de auténtica comunidad cristiana y de Espíritu Santo. 

A través de su puesta en marcha, fue naciendo una ilusionante conciencia de desarrollo de la vocación individual de cada uno y de la misión general de todos. 

Al principio se trataba de una apuesta por la reconstrucción y revitalización de una comunidad mermada y en peligro de extinción, para más tarde enfocar la mirada hacia la renovación pastoral y la recuperación del ADN propio de la Iglesia, es decir, la identidad misionera para la que Jesucristo la instituyó. 

Dirigidos y encabezados por la unión de dos carismas muy diferentes pero complementarios, el cambio de rumbo pastoral y la consolidación de una comprometida comunidad, favorecieron una mayor disponibilidad general para participar activamente en la realización de diferentes tareas, servicios y ministerios para la reconstrucción de la parroquia. 

Para quien no lo conozca, el formato de Alpha es simple: “todos tenemos preguntas trascendentales de la vida, lo que nos falta es un lugar donde hacerlas en un ambiente cordial, de amistad, de libertad y de confianza”. 

Alpha es un método de primer anuncio (kerigma) que consiste en una serie de reuniones interactivas que se desarrollan a lo largo de 10 sesiones, de dos horas de duración en una casa, cafetería, sala o iglesia. Incluye una cena, una charla breve y un espacio para el diálogo donde puedes compartir tus ideas y pensamientos, cualesquiera que sean. Las charlas están diseñadas para el debate y para explorar los elementos básicos de la fe cristiana sin presión, seguimiento o coste. 

Alpha ha sido para la Madona, una experiencia auténtica de comunidad, una experiencia personal de Jesucristo y una experiencia transformadora del Espíritu Santo. 

Nuevas formas, nuevas actitudes 

Con la reconstrucción de una comunidad, integrada por hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, solteros y casados, incorporados al mundo laboral o al estudiantil, con distintas preocupaciones y sensibilidades, cambia también el análisis de la realidad, las preocupaciones, los intereses, los medios desde los cuales afrontarlos, el lenguaje utilizado, las formas, las relaciones... y la Madona se renueva.

Generalmente, la gente identifica la imagen pública de la Iglesia con sus dirigentes: el Papa, los obispos, los curas. Llegar a la Madona y encontrarse con unos “curas” distintos, que acogen y escuchan y que, en comunión con laicos comprometidos de distintas edades, se muestran a la sociedad posmoderna como “normales”, sorprende muy agradablemente a todos. 

Nuestra parroquia ha ido cambiando esa imagen negativa generalizada de la Iglesia; esa sensación de que los curas son hombres “distintos”, separados de la realidad y que se mueven al margen del resto de la sociedad; esa costumbre de que los laicos que se acercan los domingos son personas pasivas que consumen fe y sacramentos para convertirse en miembros que acogen, dialogan y sirven a los demás. 

Espacios más plurales, nuevos Ministerios

En la parroquia, el Consejo Parroquial se ha transformado en un espacio de información y corresponsabilidad en el que participan y están representados todos los componentes de la comunidad, en la elaboración de los Planes Pastorales y de Evangelización, aportando pluralidad, riqueza y diversidad. 

La incorporación activa de todos los miembros de la comunidad parroquial en la tarea de la Evangelización derivó en el replanteamiento de los distintos ministerios. 

Y así, hemos aprendido a utilizar sin temor las palabras ministerio laical y servicio pastoral, a vencer los miedos y recelos del binomio cura/laico, a abandonar las habituales costumbres del clericalismo, del paternalismo clerical, de vivir en una permanente minoría de edad en la Iglesia para servir a Dios y al prójimo. 

El ministerio pastoral no es un poder que detentan los sacerdotes sino un servicio “de todos para todos” y la parroquia Nuestra Señora de Madrid no es un cortijo, ni el patrimonio personal de un párroco, sino un espacio donde se atienden necesidades y personas, donde se funden varias generaciones en armonía y servicio. 

Laicos formados y corresponsables 

En la medida en que los laicos hemos ido desarrollando tareas dentro de la parroquia, hemos descubierto la necesidad de encontrar herramientas pastorales y de profundización teológica

La formación contribuye a ahondar en la identidad creyente, aporta claves para el diálogo con el mundo posmoderno, ayuda a tomar conciencia de la vocación y tarea del laicado y de la Iglesia, y aporta criterios y herramientas para llevarla adelante. 

En la Madona, todos los laicos se sienten comprometidos y responsables con el servicio, ilusionados con el proyecto en el que se han implicado, realizan la toma de decisiones en consenso con los curas y en base a las circunstancias y necesidades de cada persona y área pastoral, toman la iniciativa, exponen sus ideas, sienten que tienen algo que decir y aportar, que son escuchados y trabajan en equipo guiados por los curas, delegando éstos las tareas que pueden y deben delegar. 

Mirando hacia Dios 

Al contrario del hecho constatado de que la Iglesia, en los últimos años, ha involucionado hacia posiciones más conservadoras, en la Madona se ha producido un importante avance en la corresponsabilidad laical. El modelo de laicado es el del seglar corresponsable frente al colaborador, del servidor frente al mero ejecutor de las indicaciones del cura, del comprometido frente al consumidor de fe, del activo frente al pasivo. 

La realidad impone sus decretos: la Iglesia no se sostiene, y cada vez menos, se va a sostener sólo con los curas. Contar con los laicos para desarrollar juntos la tarea evangelizadora no es ni será una opción. Y todo con la ayuda y para Gloria de Dios.

En la Madona, nuestros jóvenes viven una fe más vivencial, experiencial y participativa, toman la iniciativa, discipulan con su ejemplo, se sienten parte importante de la parroquia y van creciendo en número y compromiso. 

Nuestros mayores se sienten cuidados, atendidos y escuchados, y no simples espectadores en un espacio de calidad que reconoce su dignidad y capacidades. 

La parroquia puede cumplir, por la gracia de Dios, este año su 50 aniversario, habiéndose situado en clave de cooperación y no de competencia. Ya no existen forasteros pues todos pertenecemos a la comunidad de la Madona. Sacerdotes y laicos tampoco son adversarios en una lucha de poder, sino seguidores de Jesús que quieren responder a su llamada, transformar el mundo y amar al prójimo, sirviéndolo. Es decir, discípulos misioneros.

Alpha ha sido y es, el principio. Es el comienzo de un camino de servicio que dura toda la vida. Alpha es el arranque de una comunidad...pero no hemos hecho más que empezar y queda mucho por "hacer"...por "ser".