Continuamos nuestro viaje junto a Josué y al pueblo de Israel, deteniéndonos hoy a
las puertas de Jericó, ciudad que simboliza el mundo y que estamos llamados a conquitar.
Conquista de Jericó
Tras las disposiciones dadas por Dios a Josué, al
amanecer del primer día, comienza la procesión litúrgica según el Señor había
indicado:
Al séptimo día, Josué se
levantó de madrugada, es decir, a la salida del sol, con la Luz. Es una
prefiguración de la resurrección de
Jesucristo.
-y los sacerdotes tomaron el Arca del Señor, Dios se hace siempre presente a través de los sacerdotes, de la doctrina de la Iglesia, de la Eucaristía y los sacramentos de la Iglesia. Es el Señor quien derriba los muros de Jericó, no nosotros.
-Los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas
iban tocándolas mientras caminaban, como
sucede también en el libro de Apocalipsis, suenan siete trompetas que
prefiguran la llegada del Cordero,
de Jesucristo.
Cada día, el ejército (de ángeles) marcha delante del Arca con los
sacerdotes, y el pueblo (hombres) detrás, dan una vuelta a la ciudad, excepto
el séptimo día, que dan siete vueltas.
-El día séptimo, se levantaron al alba, los hijos de Dios actúan siempre en
la luz y sus obras están siempre al descubierto. No hay
engaño ni nada que ocultar. Son
los hijos de la luz.
-y dieron siete vueltas a la ciudad, alegoría de los
días de la creación de Dios.
-Al dar la séptima vuelta y tras el sonido de las trompetas de los sacerdotes, que representan también los sacramentos.
-Josué ordena al pueblo: ¡Gritad, que el Señor os da la ciudad!, Cristo nos enseña a orar al Padre (Padrenuestro) y es Dios quien nos entrega a nuestros enemigos a través de la oración.
Dios no necesita nuestra ayuda para hacer las cosas. Los que necesitamos su ayuda somos nosotros y por eso, con humildad, reconociendo nuestra debilidad y que sin Dios no podemos nada, gritamos (rezamos).
Al gritar (rezar), los “siervos del Señor” demostramos nuestra fe y confianza en Él a través de la obediencia a sus disposiciones para el
servicio: oración, obediencia y humildad.
Es la fe en Dios la que produce
milagros, mueve montañas, abre aguas y derriba murallas y salva vidas: “Por fe, la muralla de Jericó, después de
ser rodeada durante siete días, se derrumbó. Por fe, la prostituta Rajab
acogió amistosamente a los espías y no pereció con los rebeldes.” (Hebreos
11, 30-31).
-La ciudad, con todo lo que hay en ella, está
consagrada al exterminio, excepto la prostituta Rajab y todos los que estén con
ella en casa, porque escondió a nuestros emisarios, prefigura el destino del Imperio del
mal (el mundo) que San Juan relatará en el Apocalipsis: “exterminio”. Todos mueren excepto Rajab (la Iglesia), y los que
están en ella (los cristianos fieles),
que se salvan porque, por la cinta roja (los méritos de Jesucristo), le han acogido
en el corazón y guardado sus mandamientos (al esconder a sus emisarios en la
parte más alta de su casa).
-Cuidado no prevariquéis quedándoos con algo… Toda la
plata y el oro y todos los objetos de bronce o de hierro están consagrados al
Señor, se refiere a que no nos atribuyamos méritos y
ganancias de las obras de Dios porque la
gloria es siempre para el Señor. También se refiere a que no guardemos nada “mundano” en nuestros
corazones (vicios, costumbres, falsas doctrinas o ideas paganas), a que no amemos las cosas del mundo, a que no mezclemos las cosas que son de Dios con
las del mundo.
-Al son de las trompetas, todo el pueblo lanzó un
poderoso alarido de guerra y las murallas se desplomaron, se refiere a que después de un acto litúrgico, tras rezar, invocar y
glorificar a Dios, las murallas que nos impiden seguir a Dios, se desploman,
todos los impedimentos se derrumban para “asaltar” la ciudad.
-y el ejército se lanzó al asalto de la ciudad, se refiere a que nuestras fuerzas (virtudes, dones y actos de fe) asaltan
el mal.
-cada uno desde el lugar que tenía
enfrente; y la conquistaron,
cada uno contra sus propios defectos, faltas y pecados, y los vence;
contra todo aquello que impide
al hombre tener una relación con Dios y caminar tras Él.
-consagraron al exterminio todo lo que había dentro;
todo lo pasaron a cuchillo. Se refiere a que destruyen todo el
mal que hay en sus corazones a la luz de
la Palabra de Dios, la espada de doble
filo que penetra en el alma.
Josué encarga a los dos hombres que habían explorado Jericó que vayan a
sacar a Rajab y a todos los de su casa, y les respeta la vida, es decir, les saca de la esclavitud del pecado.
Esta escena vuelve a recordarnos la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15,
11-32).
Ahora no sólo forma parte del pueblo de Dios, sino que Rajab pasa a formar parte de la genealogía del Mesías (Mateo 1,1-5):
Rajab es la madre de Obed, la abuela de Jesé y la bisabuela de David. También se
la menciona en la carta a los Hebreos 11, 31-33 y en la de Santiago 2, 24-26, como
ejemplo de fe que se confirma en las
obras.
Dice el apóstol Santiago que “el hombre se salva por las obras y no sólo
por la fe.” Pero sin acogida, no
hay fe, porque la acogida de Dios en nuestro corazón exige ofrecer,
entregar y poner en peligro nuestra vida para acoger a otros. Y sin obras, tampoco hay fe, porque no
sólo se trata de acoger a Dios en la intimidad sino hacerlo visible en nuestras
vidas y poner todo cuanto tenemos a su entera disposición, a su servicio.
Es en la Eucaristía donde Dios nos acoge, donde le acogemos con toda nuestra alma y con todo nuestro cuerpo, donde nos ofrecemos a Él como único Dios vivo y verdadero y donde le ofrecemos toda nuestra vida. Es en la Eucaristía donde un cristiano demuestra y confirma su fe.
Maldición de Jericó
-Tras sacar a Rajab y a su familia de Jericó,
prendieron fuego a la ciudad con cuanto había en ella, que prefigura la destrucción del
templo de Jerusalén en el año 70 d.C.
-¡Maldito sea ante el Señor el hombre que reedifique
esta ciudad! ¡A costa de su primogénito
echará sus cimientos y a costa del hijo menor asentará las puertas! Jericó es destruida y está maldición profetiza su reconstrucción por el
malvado rey Acab, 400 años después. Jesús, durante su vida pública, visitará
Jericó, donde sanará al ciego Bartimeo (Lucas 18,35) y cenará con el publicano Zaqueo
(Lucas 19,10).
Espiritualmente, “maldice” a quien trata de volver a levantar una “ciudad”
donde el rey no es Dios sino el “rey de este mundo”. Significa que una vez que
nos hemos convertido, que hemos entregado nuestras vidas a Dios y hemos sido
purificados de todas nuestras culpas pasadas, no debemos volver a reconstruir otra “Jericó mundana” porque tenemos
que seguir camino, hacia la Jerusalén celeste.
Bibliografía:
-"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)