¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 17 de mayo de 2020

JOSUÉ: LOS DONES DE DIOS SON PARA SU GLORIA


"Pero los hijos de Israel cometieron 

un gran delito con lo consagrado"

(Josué 7,1)


Nos encontramos alrededor del año 1.400 a.C., y una vez conquistada y destruida Jericó, continuamos viaje junto a Josué y todo el pueblo de Israel en dirección este, recorriendo unos 18 kms, para llegar a una ciudad fortaleza avanzada de Canaán, al este de Betel, llamada Ay o Hai, que significa "ruina".


Acán, israelita de la tribu de Judá, desobedeciendo las instrucciones de Josué, ha cometido delito contra Dios, al apropiarse, en secreto, de parte del botín de Jericó, de lo consagrado al Señor, provocando la ira de Dios contra los hijos de Israel, como vamos a ver.


Derrota en Ay


Josué envía unos exploradores a la ciudad de Ay (Hai), quienes regresan diciéndole que no es necesario que vaya todo el pueblo porque, para conquistarla, bastan dos o tres mil hombres. Es un claro signo del orgullo humano y de la infidelidad a Dios, pensar que "pueden sin la gracia". 



Y así, envían a tres mil hombres, pero sufren una derrota y tienen que huir ante los hombres de Ay, que matan a unos treinta y seis israelitas.


Cuando cuentan lo sucedido y nadie entiende lo que ha pasado, desfallece el corazón del pueblo y se les derritepierden la fe en Dios y le culpan. Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando hacemos las cosas por nuestra cuenta y no nos salen como pensábamos, o cuando nos sucede alguna desgracia: lo primero que hacemos es echar las culpas a Dios.

Incluso Josué, que junto con los ancianos de Israel, se rasgan las vestiduras, se postran en tierra delante del Arca del Señor hasta la tarde y se echan polvo sobre las cabezas en señal de dolor. En cierta forma, recriminan a Dios y le piden explicaciones de para qué le han obedecido: ¡Ah, Señor, Señor! ¿Para qué hiciste pasar el Jordán a este pueblo? ¿Para darnos en manos de los amorreos y acabar con nosotros? ¡Ojalá nos hubiésemos quedado al otro lado del Jordán! 

Esta es la actitud del hombre de todos los tiempos: perdemos la fe porque pensamos que Dios nos falla. Renegamos del pacto del bautismo (cruzar el Jordán) y nos quedamos en la otra orilla, sin más. Como los discípulos de Emaús, nos quedamos en la queja y en el resentimiento, y decimos: “Nosotros esperábamos…” como si no compensara servir a Dios, como si ser cristianos no llevara a ninguna parte…

Y nos quedamos en el qué dirán, en el qué pensarán los demás¿Qué voy a decir después que Israel ha vuelto la espalda ante sus enemigos? Se enterarán los cananeos y todos los habitantes del país: nos cercarán y borrarán nuestro nombre de la tierra. Nos arrepentimos de Dios y nos quejamos, como hicieron los israelitas, cuando vagaban por el desierto y le decían a Dios que “mejor hubiera sido quedarse en Egipto…” Consideramos que seguir a Dios es un fracaso.

Aún así, Josué, aunque se queja, no ha “tirado la toalla del todo” y se atreve a “echarle un órdago” a Dios con una oración “muy humana”: ¿Qué harás tú entonces por el honor de tu nombre? Josué le tira “la pelota a su tejado”, porque perder Su honor, es algo que Dios no puede permitir.

El pecado "oculto" de Acán

Dios, con su infinita y santa paciencia, después de escuchar sus quejas (como Jesús cuando camina con los dos de Emaús) le responde a Josué, diciéndole que se levante (refiriéndose a que vuelva la mirada al cielo, a Dios) y que purifique al pueblo (no basta sólo con pedir perdón, es necesario arrancar de raíz el pecado, porque es Israel quien ha pecado, porque ha violado las disposiciones que les dio de no quedarse con nada de lo consagrado en Jericó, refiriéndose a Acán que lo ha robado y lo ha escondido.

 

Según la economía de la Gracia, nuestra vida es un don de Dios que exige fidelidad y unidad de tal manera, que la infidelidad de uno solo, su desobediencia, repercute en todo el pueblo (como el de Adán repercutió en toda la humanidad), y así, todo el pueblo de Israel se ha hecho objeto de exterminio

De la misma manera, cuando nosotros “caemos en el pecado”, el daño repercute en toda nuestra comunidad y en los que están a nuestro alrededor, rompiéndose la comunión de los santos. Análogamente, el bien de uno repercute en toda la comunidad como nos dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 12, 26-27 cuando habla de la Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo, del que todos somos miembros.

Y es que, Dios, que todo lo ve todo, todo lo sabe y a quien no podemos engañar, no puede estar donde hay pecado, porque no hay fidelidad ni comunión. Dios le dice a Josué (nos dice a cada uno de nosotros) que si rompen su pacto, mientras no se purifiquen del pecado, no podrán con sus enemigos.

Mientras no nos purifiquemos, mientras no arranquemos todo aquello que nos impide ser fieles y entrar en comunión con Dios, no podemos recuperar su gracia. Es preciso arrancar las malas hierbas del sembrado, sacar de la Iglesia todo aquello que la corrompe para seguir caminando hacia Dios.

Por eso, le dice que va a juzgar la infamia del robo, tribu por tribu, clan por clan, familia por familia y hombre por hombre para separar a quien ha pecado de quien no lo ha hecho, prefigurando el juicio final individual.

La confesión "pública" de Acán

Josué convoca a todas las tribus y Dios señala a la de Judá. Acán es descubierto y confiesa su ofensa a Dios delante de todos. Su “capricho”, que tan poco le duró (porque la seducción del pecado es efímera), que supuso treinta y seis muertos, así como la derrota de Israel en Ay, le va a llevar a un trágico final, tanto a él como a los suyos. Aún así, al confesar, está dando gloria a Dios, pone luz a la oscuridad y verdad a la mentira.

La confesión glorifica al Señor. Cada vez que nos confesamos, damos gloria a Dios, damos consentimiento para que su plan de salvación se cumpla en nosotros, permitiendo que lave nuestros pecados con la sangre de Su Hijo y nos vaya purificando, renovando nuestro bautismo, hasta hacernos uno en Cristo por medio del Espíritu Santo, que es en lo que consiste la salvación.

Josué, junto a todo el pueblo, lleva a Acán, a toda su familia, sus posesiones y lo que había robado al valle de Acor (que significa “aflicción”, “tribulación”, “turbación”) donde les lapidan y queman sus pertenencias en una hoguera. 

Allí, levantan un monumento de piedras en recuerdo de esa purificación que aplaca la cólera del Señor (se cumple la Ley del Talión: “ojo por ojo”).

Con esta dura escena, Dios quiere recalcarnos la importancia del pecado (cuyo detonante es la desobediencia a Dios) que lleva a la muerte, prefigurando la venida de Jesucristo, quien asume todos nuestros pecados con su muerte en la Cruz.

Representa la purificación de fuego realizada por el Espíritu Santo, prefigurando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Pero también nos recuerda la fidelidad de Dios a su Alianza y su perdón, así como los múltiples medios que pone a nuestra disposición para salvarnos, sobre todo y el más importante: el envío de su Hijo para redimirnos.  

La conquista de Ay

Dios anima a Josué y le da una serie de instrucciones, tanto estrategias militares como normas de fidelidad y obediencia a Él. Una vez purificado el pecado con la confesión y restaurada la pena, Dios utiliza nuestros actos anteriores para que aprendamos de nuestros errores y los rectifiquemos. Es el propósito de enmienda que sigue a la confesión y a la absolución.

Cristo, de forma análoga, utilizará esta táctica con San Pedro que narra San Juan, confrontando la hoguera de la negación (Juan 18,15-27) con la hoguera de la confesión (Juan 21,15-19). Entonces, le dice: “Apacienta mis ovejas”, que es lo mismo que ahora le dice a Josué: “¡No tengas miedo ni te acobardes! porque voy a poner en tus manos al rey de Ay, a su pueblo, su ciudad y su territorio.” (Josué 8,1).

Dios ordena a Josué tenderle una emboscada al rey de Ay, enviando primero a 30.000 guerreros a que se oculten en Betel, mientras el resto del pueblo fiel a Dios, con Josué a la cabeza, se acerca a la ciudad. Según llegan a la ciudad, “engañan” al Rey de Ay haciendo que huyen y éste sale de la ciudad, dejándola desprotegida. Situación que aprovechan los 30.000 guerreros escondidos para tomarla.

 

Cuando abandonamos “nuestra ciudad”, nuestra comunidad, la dejamos desprotegida, de tal forma que al enemigo no le cuesta entrar en ella, tomarla y devastarla. Dios nos invita a estar alerta y en guardia para que el Enemigo no entre y se encuentre la casa vacía e indefensa.

Seguimos con Josué. Ahora, Dios permite que el pueblo conquiste y destruya Ay, matando a espada a todos sus habitantes (unos 12.000), quemando la ciudad, reduciéndola a cenizas y convirtiéndola en ruina y desolación para siempre. Ahorcaron al rey de Ay y dejaron su cadáver a la entrada de la ciudad, sepultándolo con piedras.

Josué construyó un altar a Dios de “piedras sin labrar” en el monte Ebal, como había ordenado Moisés, el siervo del Señor, en el que ofrecieron holocaustos y sacrificios al Señor y escribió sobre las piedras, una copia de la ley de Moisés, que es leída en su integridad a todo el pueblo de Israel, tanto las bendiciones como las maldiciones. La confesión lleva a la ofrenda a Dios.

Esta escena representa la ofrenda a Dios por nuestras victorias en el camino de la salvación y prefigura el sacrifico de Jesús en la Cruz. Por eso, ahora Dios le permite quedarse con el botín. Es, de nuevo, la prefiguración de la Eucaristía.



Bibliografía

"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)

jueves, 14 de mayo de 2020

JOSUÉ: ENTRADA EN LA TIERRA PROMETIDA

"Cuando veáis moverse 
el Arca de la Alianza del Señor, vuestro Dios, 

transportada por los sacerdotes levitas, 

empezad a caminar desde vuestros puestos detrás de ella.

(Josué 3,2)


Continuamos meditando el libro histórico de Josué y nos encontramos en los preparativos para la entrada del pueblo de Dios en Jericó, antesala de la Tierra prometida. 


Don de Dios

La conquista de la Tierra Prometida es un don de Dios que no depende de ningún ejército ni de ninguna estrategia militar y que se sólo consigue con la fidelidad del pueblo de Israel a la Ley de Moisés, el siervo de Dios, continuada ahora por Josué.

No se puede permanecer a orillas del Jordán y, a la vez, entrar en Jericó.

Análogamente, la conquista de la santidad no depende de ningún mérito humano, sino de su Gracia. Es preciso que abramos nuestro corazón y aceptemos esa Gracia para que Dios pueda ir obrando en nosotros. Porque el rechazo de Dios supone el rechazo de sus dones y gracias.

No se puede permanecer en el mundo y, a la vez, entrar en la Iglesia.

La fidelidad es condición indispensable en cualquier relación. Sin ella, es imposible mantener una relación.

La fidelidad de Dios ya está garantizada; ahora lo que debemos hacer es garantizar la nuestra, a través de la escucha prolongada de Su Palabra, su meditación y después, su puesta en marcha para cumplir la voluntad de Dios.

Por eso, al continuar con la lectura del capítulo 2 de Josué, Dios nos invita a todos a seguir a Josué, el siervo del Señor, vencer a todos nuestros enemigos, internos y externos, y entrar en la Tierra Prometida.

  

Rajab y los dos espías

Capítulo 2

Josué envía a Jericó a dos espías para que exploren y reconozcan el terreno, y que después, vuelvan a informarle.

De igual manera, antes de salir a conquistar nuestra santidad es necesario que “reconozcamos el terreno”, es decir, informarnos de lo que nos vamos a encontrar, a quien nos vamos a enfrentar, con quién debemos hablar, para saber cómo tenemos que actuar, qué estrategias utilizar y cómo prepararnos para la batalla espiritual.

Los dos espías llegan a Jericó y son acogidos en casa de una prostituta llamada Rajab, que significa larga, orgullosa, representa la venta al mundo de nuestro ser por dinero, por poder, por reconocimiento. Sin embargo, Rajab, ante Dios, queda al descubierto y tiene que elegir: continuar silenciando su corazón a Dios o abrirse a Él.  Sólo cuando transformamos el orgullo en humildad, es cuando Dios puede entrar en nuestro corazón. 

Según San Cipriano, padre de la Iglesia, Rajab tipifica a la Iglesia y personifica la fe. Reúne a toda su familia en su casa y así los salva.


Rajab (prefigura también de María Magdalena) era una prostituta, pero ahora, por fe, acoge a quienes envía Jesucristo, y los guarda en lo "alto de su casa". Por esa razón, el Señor no le tendrá en cuenta sus pecados y la perdonará, ofreciéndole su salvación y la de todos los de su casa.

El Rey de Jericó conocía la historia de la salida de Egipto, del paso del Mar Rojo y la muerte del faraón y de su ejército. Por eso, a pesar de tener una ciudad fuertemente amurallada y un gran ejército, tenía miedo. Pero de las dos opciones que tiene, rendirse ante ese Dios Todopoderoso o luchar contra Él, sabiendo que tiene la batalla perdida, elige luchar contra Él.

Sin embargo, Rajab, aunque lo hace por temor, acoge a los espías, es decir, se pone a disposición de Dios y elige rendirse a Dios. Cuando abre las puertas de su casa a Dios, deja de ser una prostituta para convertirse en sierva del Señor

Cuando abrimos nuestro corazón a Dios y le pedimos perdón, Él nos perdona y nos restaura en nuestra dignidad como hijos de Dios, sin importar qué pecados hayamos cometido. Sólo así, respetando nuestra libertad, Dios puede llevar a cabo su plan de salvación. De esta forma, Rajab llegará a formar parte de la genealogía de Jesús descrita en Mateo 1.

Rajab no acoge a los enviados de Josué en el sótano (en su bajeza) sino en la azotea, que simboliza una fe sublime; Rajab esconde a los dos en su lino para que éstos les confirieran blancura. Como es sabido, el lino crece negro y no parece ser útil, se recolecta, se quiebra, se lava, se golpea y finalmente, se carda. Al cabo de un tiempo, tras mucho esfuerzo y trabajo, adquiere una blancura casi radiante.

Rajab hace un auténtico acto de fe y sella una alianza con Dios a través de sus enviados. Su pacto no se fundamenta en sus méritos sino a la misericordia divina. Rajab no sólo piensa en su salvación sino también en la de los suyos.

Toda la escena siguiente: “Nuestra vida a cambio de la vuestra… Quedaos en el monte escondidos tres días… ata esta cinta roja…y reúnes en tu casa a toda la familia de tu padre…” prefigura la muerte de Cristo.

Los enviados vuelven a Josué y le cuentan que en verdad Dios les ha dado el país porque todos les temen.

Entrada a la Tierra Prometida

Capítulo 3

Josué, con todo el pueblo y el ejército, parten con el Arca de la Alianza en vanguardia y se paran a orillas del Jordán. Allí pernoctan durante tres días antes de cruzarlo, que prefigura el tiempo que Cristo estuvo en el sepulcro antes de cruzar el umbral de su gloria.

Cuando los responsables le piden al pueblo que vayan detrás del Arca de la Alianza del Señor, transportada por los sacerdotes, y así sabrán el camino por donde tienen que ir, porque nunca hasta ahora han pasado por él, para que se purifiquen y Dios obre prodigios, están prefigurando al Sagrario, donde está el Señor y la Ley. 

Pero también prefigura a la Virgen María como la guía y el camino a Dios, como la que nos purifica para ser dignos de servir al Señor y como la que hace que Dios obre milagros, porque Él nada que Ella le pida, se lo niega.  

Les dice a los sacerdotes que levanten el Arca y que pasen delante del pueblo, es decir, nos dice a los sacerdotes y a todos nosotros que mostremos a todos a Cristo= el maná, su doctrina=las tablas de la Ley; la vara de Aarón= su firmeza.

Un pueblo unido y purificado, que sigue a Cristo a través de su Madre la Virgen y que muestra al mundo el Evangelio, está preparado para cruzar el río hacia la Tierra Prometida, que es la prefiguración del bautismo (CIC 1222).

Cuando los sacerdotes que portan el Arca de la Alianza mojan los pies en el agua de la orilla, el agua que venía de arriba se detiene, formando un embalse, y el agua que bajaba hacia el mar, se corta del todo. Se paran en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras todo Israel pasa por el cauce seco.

Doce piedras

Capítulo 4

Cuando todo el pueblo cruza, Josué elige a doce hombres, uno de cada tribu, para que cojan doce piedras del lecho del río, donde están los sacerdotes quietos, para erigir un monumento perpetuo, que prefigura la elección de los doce apóstoles por Jesucristo.

A continuación, pasan los sacerdotes con el Arca del Señor y se ponen a la cabeza del pueblo. La tribu de Rubén, la de Gad y la media tribu de Manasés, unos cuarenta mil guerreros armados, pasan a la cabeza de los hijos de Israel, como les había mandado Moisés, hacia la llanura de Jericó, dispuestos para el combate. 

El pueblo sale del Jordán el día diez del mes primero y nada más salir, el río vuelve a su cauce natural. Acampan en Guilgal (“círculo de piedras”), al este de Jericó, donde Josué erige las doce piedras en recuerdo de su paso por el Jordán, igual que habían hecho en el Mar Rojo. Guilgal se convertirá en el futuro en un santuario y lugar de peregrinación para los israelitas.

Circuncisión

Capítulo 5

Ante la noticia del milagro del Jordán, los reyes amorreos y cananeos se asustan. Cuando el mundo ve la manifestación poderosa de Dios se altera.

Dios le ordena a Josué circuncidar (por segunda vez) a los hijos de Israel porque, aunque todos los hombres estaban circuncidados después de la salida de Egipto, después de cuarenta años, todos los guerreros habían muerto en el desierto por desobediencia a Dios, razón por la que no pisarían la tierra prometida. 

Sin embargo, los nacidos en el desierto estaban sin circuncidar al llegar a Jericó. Josué obedece y elimina “el oprobio de Egipto”.

La circuncisión es un símbolo de pertenencia al pueblo de Dios, es decir, a la Iglesia, y un requisito indispensable para poder celebrar la Pascua, es decir, la Eucaristía.

Pascua

Catorce días permanecen acampados en Guilgal. Al atardecer del día 14 de Nisán celebran la Pascua. Al día siguiente de la celebración, cesa el maná y empiezan a comer del fruto de la tierra. En el desierto, no podían celebrar la Pascua por el “oprobio de Egipto”. La Pascua simboliza la Eucaristía.

Cuando estamos en pecado o en una situación irregular (no estamos en gracia), es decir, tenemos el “oprobio de Egipto”, porque aún no hemos sido purificados (circuncisión), podemos cruzar el Jordán (bautismo), entrar en la Iglesia (Tierra Prometida) y asistir a la Eucaristía (Pascua) pero no podemos participar totalmente de ella, es decir, no podemos comulgar. Pero sí podemos hacer y recibir una comunión espiritual (maná) hasta que podamos recibir el pan y el vino, es decir, a Cristo (fruto de la tierra).

Todos los años en el desierto han sido una prueba y una preparación para entrar en la Tierra Prometida. La entrada en la Tierra Prometida supone la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo.

La entrada en la Tierra Prometida nos transporta a la parábola del Hijo Pródigo. El pueblo de Israel, hijo pródigo de Dios, lleva mucho tiempo en una tierra lejana y en un país extranjero (Egipto), pasando hambre y dificultades. Cuando vuelve a casa, el Padre se conmueve y sale a su encuentro para besarlo y abrazarlo. Se arrepiente y el padre le viste con el mejor traje (vestidura de Cristo), le pone un anillo (Alianza de Dios) y le calza sandalias (dignidad de hijo de Dios) y celebra un banquete (Pascua) porque estaba muerto (no podía celebrar la Pascua), estaba perdido (desierto).

Josué tiene una visión de un ángel en pie frente a él, con la espada desenvainada en la mano. Es el general del ejército del Señor, recordándonos al ángel que les sacó de Egipto y ahora les introduce en Canaán, pero en este caso, es el propio Jesucristo

Le ordena descalzarse por encontrarse en un lugar santo, es la tierra del Señor, lo mismo que le dijo Dios a Moisés en el monte Sinaí. 

Disposiciones

Capítulo 6

La entrada a Jericó es, por tanto, una entrada litúrgica más que una entrada militar. Dios no le da a Josué estrategias militares para asaltar la ciudad sino disposiciones para preparar la solemne entrada en procesión a la liturgia.

Estas instrucciones de Dios a Josué está repletas de resonancias litúrgicas:

-Mira, entrego en tu poder a Jericó, a su rey y a sus valientes guerreros, Dios nos quita todos los obstáculos que se interpongan entre nosotros y nuestra salvación, nos encarga atender a todas las personas que encontramos para que se conviertan.

-que el ejército rodee la ciudad dando vueltas durante seis días, preparación durante 6 días para culminar en el 7º, dando 7 vueltas, es decir estar unidos en oración, preparados con los sacramentos para entrar en la liturgia de la Iglesia, es decir en la Eucaristía.

- siete sacerdotes llevarán el Arca de la Alianza y tocarán siete trompetas de carnero el séptimo día, 7=plenitud, es decir, la totalidad del sacerdocio tocan 7 “shofares (la trompeta de cuerno de carnero que anuncia en la sinagoga la llegada y presencia de Dios), el 7º día, el Sabath, el día del Señor que, para nosotros, es el domingo= la Eucaristía.

- Cuando oigáis el sonido de la trompa, todo el pueblo lanzará el alarido de guerra; y se desplomarán las murallas de la ciudad. Y el pueblo la asaltará, cada uno por el lugar que tenga enfrente

El éxito de la conquista no dependerá de cómo batallen sino de la fidelidad con la que se ejecuten los planes de Dios.

Esto me recuerda, particularmente, que cuando Dios me elige y me llama a servirle (por ej., en la evangelización de las personas de “otras ciudades”), no importan mis méritos ni mis capacidades, ni lo que haga humanamente  para ganar la “batalla”, sino el amor con que cumplo la voluntad del Señor, siempre precedido del Arca de la Alianza, es decir, la oración.


Bibliografía:

-"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)

miércoles, 13 de mayo de 2020

EL LIBRO DE JOSUÉ: UNA GUÍA A LA SANTIDAD


"¡Ánimo, sé valiente! 
que tú repartirás a este pueblo la tierra 
que prometí con juramento a sus padres."
(Josué 1,6)

Hoy nos adentramos en el libro de Josué, el sexto libro del Antiguo Testamento que completa el relato del Pentateuco y que fue escrito en el siglo VI a.C., siete siglos después de los hechos narrados en él y su género literario es el épico.

El nombre de Josué o Joshúa Yehoshúa, significa “Dios salva” o “Yahveh salva” o “Salvador”, y es el mismo nombre de Jesús, y por tanto, Josué es tipo o prefigura de Cristo.

Todos los libros históricos de la Biblia, desde Josué hasta Macabeos, narran durante doce siglos (1.200 - 150 a. C.), el modo en el que Dios va preparando e instruyendo progresivamente a su pueblo escogido de Israel, para que le reconozca como el único Dios verdadero y para que, después de ser anunciado por los profetas más adelante , pueda encarnarse en él, como el Mesías.

Dios, en su Palabra, nos está hablando también a nosotros.  Haciendo viva su Sagrada Escritura y proyectándola en nuestras vidas, nos prepara para que le acojamos como el Dios verdadero y el Rey de nuestra existencia.

Estructura

Podemos dividir el libro de Josué en cuatro partes:

- Prólogo, en el que se condensa el mensaje teológico del libro:

-la continuidad de la misión de Moisés por Josué, como mediador entre Dios y el pueblo, que representa también hoy lo que llamamos la Tradición de la Iglesia.

-la unidad del pueblo, a través de la conquista de la Tierra Prometida por todas las tribus de Israel, que representa también hoy lo que llamamos la Comunión de los Santos.

-Conquista y toma de posesión de la Tierra Prometida (1230-1210 A.C.) por Josué, siervo escogido de Dios, tras la muerte de Moisés a los 120 años en el monte Nebo (Moab), como sucesor y líder de los israelitas, y como cumplimiento de Su promesa a Abrahán.

-Reparto y distribución de la Tierra Prometida entre las doce Tribus de Israel, como don recibido de Dios, que implica fidelidad y adhesión incondicional al Dios de Israel y que exige abstenerse de la contaminación de los cananeos, no mezclarse con ellos y limar cualquier diferencia entre las tribus para actuar como una sola voz.

-Epílogo en el que recalca el mensaje teológico del libro de continuidad y unidad, que simboliza también la expansión del Evangelio en la tierra.

En este artículo, nos centraremos en la primera parte del libro, es decir, en el prólogo, dejando para otros artículos la conquista, el reparto y el epílogo.


Prólogo

Josué 1,1

Comienza el libro con los elogios de Dios a Moisés que, tras su muerte, le denomina su “siervo del Señor”, para seguir con el nombramiento de Josué como sucesor de Moisés, y por tanto, también “siervo del Señor”, para conducir al pueblo de Israel a la Tierra Prometida.

Según Orígenes, padre de la Iglesia, este libro no nos indica tanto las gestas y hazañas de Josué y del pueblo de Israel, sino que, poniéndose al servicio del Señor para guiar a su pueblo hacia la tierra prometida, nos dibuja a Dios Padre como autor de la historia de la salvación, a Jesucristo como guía y mediador entre el Padre y el pueblo, y a nosotros, pueblo escogido, como protagonistas de la historia.

El libro de Josué es una guía de servicio a Dios para nosotros, para quien escucha al Señor y cumple su voluntad.

La historia de Josué es la historia que, en Jesucristo, se hace mía, y se convierte en mi historia como un camino para la santidad, que el Señor quiere darme en propiedad. Una misión particular mía, que Dios me ha confiado desde la eternidad y que sólo la puedo llevar a cabo yo.

Nosotros, para ser servidores de Dios, al igual que San Miguel arcángel, tenemos que decir “Serviam”, al contrario que hizo Lucifer, cuando se negó a ser siervo de Dios diciendo “Non serviam”.

Un servidor de Dios es quien escucha a Dios y cumple su voluntad

Un servidor de Dios es quien guía y conduce a otros a la santidad

Josué 1,2-5

-Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies. Dios pone a nuestra disposición todos los medios para entablar nuestra batalla espiritual contra el Enemigo y la alcanzar la victoria.

-desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates hasta el Mar Grande, ofrece la salvación a todos, desde los que tienen un corazón árido, seco y duro hasta los que están llenos de vida, a todos los hombres desde el Paraíso hasta la Nueva Jerusalén.

-estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré, promesa renovada por Jesús a sus discípulos cuando los envía a evangelizar el mundo “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mateo 28,20).

Josué 1,6-9

-¡Ánimo, sé valiente!, para cumplir toda la ley que te dio mi siervo Moisés, Dios nos da ánimo y nos pide valentía espiritual para cumplir su voluntad y dar testimonio de su siervo Jesucristo.

-que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Dios nos exhorta a conquistar la santidad y a repartirla con los nuestros, con nuestra comunidad cristiana, pero también con el resto del mundo, que también es pueblo de Dios, aunque le haya sido infiel.

-no te desvíes a derecha ni a izquierda y tendrás éxito en todas tus empresas. Dios mismo nos dice que nos mantengamos firmes y fieles en cualquier ámbito de nuestra vida, y alcanzaremos el premio. Es palabra de Dios.

-Que el libro de esta ley no se te caiga de los labios; no dejemos de leer y proclamar su Palabra.

-medítalo día y noche, para poner por obra todo lo que se prescribe en él; así tendrás suerte y éxito en todas tus empresas. Meditarla siempre para ponerla en práctica y tendremos recompensa.

Lo que yo te mando es que tengas valor y seas valiente. No tengas miedo ni te acobardes, que contigo está el Señor, tu Dios, en cualquier cosa que emprendas. Lo manda directamente Dios: que tengamos valor, que no tengamos miedo ni nos amedrentemos porque nada menos que Dios Todopoderosos está con nosotros para triunfar.

Estas mismas palabras son las que le dirige el Señor a San Pablo para impulsar su trabajo apostólico en Corinto “No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo” (Hechos 18, 9-10).


Josué 1,10-18

Josué, después de haber hablado con Dios, se dispone a obedecerle para entrar y tomar posesión de la tierra que el Señor les va a entregar y se dirige a los responsables de Israel  (a nosotros) dándoles una orden:

-Abasteceos de víveres, preparar lo necesario para la misión que nos encomienda Dios: la Sagrada Escritura, la oración, los sacramentos, etc.

-porque dentro de tres días pasaréis el Jordán, para ir a tomar posesión de la tierra que el Señor, vuestro Dios, os da en propiedad. Esta hazaña no consiste solamente en cruzar el río Jordán sino que es una continuación del paso por el Mar Rojo, antes como hijos de Israel y ahora como pueblo de Dios, prefiguración de la Iglesia que cruza el umbral a una nueva vida.

- A los de Rubén, Gad y media tribu de Manasés. Tribus que ya habían tomado posesión de sus tierras en Transjordania con Moisés.

-les dijo: Acordaos de lo que os mandó Moisés, siervo del Señor. Un pueblo que debe vivir de una manera santa, una Iglesia que tiene que regirse por las normas de su Dios.

- pero vosotros, los soldados, pasaréis el Jordán en orden de batalla, al frente de vuestros hermanos, para ayudarles, hasta que el Señor les dé el descanso, lo mismo que a vosotros, y también ellos tomen posesión de la tierra que el Señor, vuestro Dios, les va a dar. Entonces volveréis a la tierra de vuestra propiedad. Sólo en unidad se puede vivir en la tierra prometida. Por eso, los que ya han tomado posesión de su tierra y están descansando (los santos en el cielo, la Iglesia Triunfante) tienen que ayudar al resto de sus hermanos intercediendo con sus oraciones por ellos, hasta que éstos tomen posesión de la suya y puedan descansar. 

Sólo en unidad se puede vivir dentro del pueblo de Dios (la Iglesia Militante), custodiando el alma de nuestros hermanos, rezando, acompañándoles y evangelizándoles para ayudarles a entrar en el Reino de Dios.

-Haremos lo que nos has ordenado, iremos adonde nos mandes; te obedeceremos a ti igual que obedecimos en todo a Moisés. Basta que el Señor, tu Dios, esté contigo como estuvo con él. El que se rebele y no obedezca tus órdenes, las que sean, que muera. ¡Tú, ten ánimo, sé valiente!  Es lo que nosotros debemos responder en obediencia a los mandamientos de Cristo y hacer lo que nos diga que hagamos. Y, como estuvo con Él, estará a nuestro lado para darnos fuerza y valor.

Orígenes nos da la clave para entender todos estos versículos y todas estas palabras con las que Dios nos llena con su amor:

“En sentido alegórico, los habitantes de la tierra representan las poblaciones diabólicas de los vicios que hay que vencer. Se trata por tanto, de un viaje místico hacia la heredad de la sabiduría prometida por Dios”.

La conquista de la Tierra Prometida es la victoria sobre todos nuestros vicios y pecados interiores, y sobre todos los exteriores donde reinen el odio, el egoísmo, el mal...


Bibliografía:

-"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)