¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 28 de diciembre de 2022

PERSEVERAR EN LA TRIBULACIÓN

"Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: 
Eloí Eloí, lemá sabaqtaní 
(que significa: 'Dios mío, Dios mío, 
¿por qué me has abandonado?')"
(Mc 15,34)

Es fácil ser cristiano cuando todo en la vida nos va bien, cuando no somos perseguidos o cuando no sufrimos tribulación. Sin embargo, seguir a Cristo no nos hace inmunes al mal, al dolor o al sufrimiento, porque si Cristo fue tentado, probado, odiado, perseguido y atribulado...nosotros también: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará....Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo" (Mt 10,22, 24).

Dice San Pablo que "Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios...y, si hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él...Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 14.17.26).

El propósito último de Dios es que seamos transformados más y más a la imagen de Su Hijo (Rm 8,29) por y para Quien creó todo. Esa es la imagen y semejanza con la que Dios nos creó y que perdimos: la santidad. La perseverancia en las pruebas y tribulaciones es parte del proceso que Dios permite para alcanzar nuestra santificación y para lograr nuestro crecimiento espiritual. La prueba demuestra la autenticidad de nuestra fe  y nos conduce a la gloria (1 P 1,6-7; Stg 1,2-4,12).

Dice san Agustín que Dios saca del mal un bien mayor. Sabemos que Dios no es quien nos prueba como tampoco un padre prueba a un hijo ni desea su mal. Dios creó todo bueno porque Él es bueno y no puede alegrarse de nuestros sufrimientos y, mucho menos, ser su artífice. Dios permite la tribulación de la misma forma que un padre permite ciertas situaciones que le sirven a un hijo para obtener un bien mayor. 

Si de algo estoy absolutamente convencido es que a Dios siempre le encontramos en el sufrimiento, aunque pueda parecer que, por momentos, "nos ha abandonado". El mismo Jesús gritó en la cruz:  "Eloí, Eloí, lemá sabaqtaní", "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). 
El lamento desolador de Cristo es una oración sincera y conmovedora recogida del Salmo 22, que surge de lo más profundo del corazón humano de Jesús, dotado de una gran densidad humana y de una riqueza teológica sin parangón. En él expresa una confesión llena de fe y generadora de esperanza, "desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios, proclama una seguridad que sobrepasa toda desolación y se abre a la alabanza del amor misericordioso del Padre, quien ya ha concedido lo que le pide antes de implorarlo

Cuando sufrimos, cuando sentimos dolor o tribulación, clamamos a Dios porque le notamos lejano, incluso, ausente. ¡No somos capaces de verlo! Pero Dios está siempre a nuestro lado, en silencio paciente, aunque el dolor nos impide verlo y sentirlo, porque atenaza nuestro corazón y obnubila nuestra menteLa pregunta es ¿clamo a Dios con fe como Cristo hizo?.

Desde el principio, cuando la humanidad "cayó" al dejarse seducir por la serpiente, Dios anunció el sufrimiento, el dolor y la fatiga que el pecado nos ocasionaría. Pero antes de ello, nos hizo una promesa mesiánica: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15). El mal y la muerte no tienen la última palabra. La Palabra de Dios, Cristo, ya ha obtenido la victoria.

Cuando la tribulación nos inunda, cuando la fe decae, cuando la serpiente nos tienta y nos sumerge en la desesperación...somos esos dos discípulos de Emaús...que discutimos entre nosotros por lo que nos sucede (o incluso, culpamos a Dios de nuestras desgracias) mientras somos incapaces de verlo a nuestro lado.

Vamos de camino por nuestra vida peregrina, lamentándonos por nuestras desolaciones, quejándonos por nuestras pérdidas, abatidos y decepcionados por el mal que sufrimos. Una vida, muchas veces, forjada en la pretensión de ver más nuestros objetivos alcanzados, nuestros anhelos realizados y nuestras expectativas satisfechas, que de ver y escuchar al Señor para que nos explique cuál es el propósito de nuestra vida. ¡Nos falta fe para ver a Cristo ayudándonos a cargar nuestra cruz!
El mundo y el Enemigo nos incita a vivir "nuestra" vida lejos del dolor y del sufrimiento, nos tienta a buscar el bienestar y el placer (que no la felicidad plena), tanto, que nos alejamos del mismo Dios sin darnos cuenta, aunque vayamos a misa y nos creamos buenos cristianos. 

Porque sucede que cuando todas nuestras expectativas y deseos se desmoronan, nos quejamos y queremos instrumentalizar a Dios, colocándole dentro de nuestra corta visión humana...para dictarle cómo deben ser las cosas y cuándo debe actuar en beneficio nuestro.

Y es entonces cuando deberíamos preguntarnos en la intimidad de nuestros corazones: 

¿Cuántos días me levanto pensando en cómo voy a afrontar mi jornada, planificando lo que voy a hacer, decidiendo lo que debe ocurrir, corriendo de un lado a otro, quejándome cuando las cosas no me salen como las había pensado y olvidándome por completo de Quien está a mi lado y hace posible todo?

¿Cuántos días me levanto y le ofrezco a Dios mi jornada, mis alegrías y mis penas, mis éxitos y mis fracasos, mis gozos y mis sufrimientos? ¿Doy gracias a Dios o sólo le exijo? ¿Planifico mi vida en torno a Dios o a mis deseos? ¿Le visito, le escucho y le reconozco al partir el pan o me refugio en mi "aldea"? ¿Vivo una vida eucarística o "sobrevivo" una vida mundana? ¿Arde mi corazón o está frío como el cemento?

Perseverar en la tribulación sólo es posible con una fe sólida, con una esperanza confiada, con un amor gratuito que recibo en la Eucaristía. Sólo allí puedo abrir mi corazón y reconocerle; sólo allí arde mi corazón cuando me explica las Escrituras; sólo allí recibo la gracia para afrontar mi dolor y mi sufrimiento en la certeza de que la meta merece la pena. 

Sólo reconociendo a Dios siempre a mi lado y confiando en Él, puedo ver mi sufrimiento, mi dolor y mi tribulación como una prueba en mi camino que Dios permite para que crezca mi fe, mi esperanza y mi caridad. 

Y sólo puedo hacerlo...visitándole en la Eucaristía, el lugar de la presencia de Dios vivo y resucitado, el lugar sagrado donde transformar mi angustia en alabanza y acción de gracias.

"Así pues, habiendo sido justificados en virtud de la fe, 
estamos en paz con Dios, 
por medio de nuestro Señor Jesucristo, 
por el cual hemos obtenido además por la fe 
el acceso a esta gracia, 
en la cual nos encontramos; 
y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 
Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, 
sabiendo que la tribulación produce paciencia, 
la paciencia, virtud probada, 
la virtud probada, esperanza, 
y la esperanza no defrauda, 
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones 
por el Espíritu Santo que se nos ha dado" 
(Rm 5,1-5)

JHR

miércoles, 31 de agosto de 2022

¿QUÉ OCURRE EN MISA?

Matrimonios.
"Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos"
(Mt 28,20)

A menudo nos quejamos de que nuestras iglesias se vacían de personas, de que cada vez "va" menos gente a misa, de que las parroquias se vacían, pero nunca nos preguntamos el por qué o qué hacer para revertir la situación, más bien la criticamos o miramos hacia otro lado. 

Y yo creo que es porque nunca nos hemos planteado o comprendido lo que realmente ocurre en misa...y por eso, "dimitimos", tanto si dejamos de ir como si "vamos"...

San Juan Pablo II nos explica paso a paso qué ocurre en misa:

Agradecer
"En cada Santa Misa recordamos y revivimos 
el primer sentimiento expresado por Jesús 
en el momento de partir el pan, el de dar gracias" 
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 2)

Jesús nos enseña lo principal de la misa: dar gracias a Dios. No porque Él lo necesite sino porque nosotros le necesitamos a Él. Ser agradecidos implica confesarnos débiles y frágiles, reconocer nuestra dependencia de un Dios Padre Todopoderoso. Supone sabernos infinitamente amados por un Dios Padre que nos mira con ojos comprensivos y corazón misericordioso.

Sin embargo, con frecuencia, cuando "vamos" a misa, estamos más preparados para criticar que para agradecer, más dispuestos a mostrar rencor que a amar, más pendientes de "ir" que de "vivir" la Eucaristía. Estamos más atentos a "lo físico" que a lo "místico".

¡Cuántas veces voy a misa con un corazón resentido en lugar de agradecido! ¡Cuántas veces voy deprisa y corriendo, en el último minuto! ¡Cuántas veces voy sin estar preparado para comprender lo que allí ocurre!  ¡Cuántas veces voy para que ser visto y no para agradecer!

Actualizar

"La Eucaristía es el 'memorial', pero lo es de un modo único:
no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente
la muerte y resurrección del Señor.
Jesús ha dicho: 'Haced esto en memoria mía'.
La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él!"
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 5)

La Eucaristía es recordar, rememorar...nuestra fe en Cristo resucitado, pero no sólo eso: es compartir y renovar nuestra esperanza, actualizar a Cristo diariamente en nuestra vida. ¡No está muerto! ¡Ha resucitado! ¡Es real!... y nos llama a "vivir eucarísticamente", en comunión con Él y con toda su cuerpo místico.

¡Cuántas veces dudo y asisto sólo por tradición! ¡Cuántas veces "voy" por costumbre! ¡Cuántas veces pierdo mi memoria y dejo volar mi imaginación!

Presenciar

"La representación sacramental en la Santa Misa 
del sacrificio de Cristo, 
implica una presencia 'real': 
Por la consagración del pan y del vino 
se realiza la conversión de toda la sustancia del pan 
en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, 
y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre [Concilio de Trento]. 
 Verdaderamente la Eucaristía es 'mysterium fidei'
misterio que supera nuestro pensamiento 
y puede ser acogido sólo en la fe" 
(Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 15)

Además, digamos que, en realidad, solemos partir de un concepto erróneo, porque nuestras iglesias nunca están vacías, aunque no haya gente; nunca están desiertas, aunque sólo esté "físicamente" el sacerdote: Cristo se hace presente en cada Eucaristía, se "actualiza" en cada Liturgia. Es misterio de fe. Es Palabra del Señor (Mt 28,20).

Pero es que además... el cielo al completo se reúne en torno a Él para dar gloria a Dios: los santos, los mártires, los ángeles, la Virgen María, los apóstoles, los profetas... Y me pregunto ¿no es motivo suficiente para acercarme a presenciar la Gran Liturgia que une cielo y tierra? ¿Cómo puedo pensar que estoy solo en misa? ¿Quién dice que no va nadie?

¡Cuántas veces pienso que no ocurre nada! ¡Cuantas veces dejo de presenciar, de ver y reconocer que Dios está siempre a mi lado!

Comprender

"Es significativo que los dos discípulos de Emaús,
oportunamente preparados por las palabras del Señor,
lo reconocieran mientras estaban a la mesa
en el gesto sencillo de la 'fracción del pan'.
Una vez que las mentes están iluminadas
y los corazones enfervorizados, los signos 'hablan'.
A través de los signos,
el misterio se abre de alguna manera
a los ojos del creyente"
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

De la misma manera que Jesús resucitado se acerca a los discípulos de Emaús, cuando estos se volvían a su aldea tristes y decepcionados por su muerte, les explica Escrituras y arde su corazón, parte el pan y sus ojos se abren, ven y comprenden, nosotros tenemos que escuchar, ver y comprender a través de estos signos, que Cristo resucitado está realmente en la Eucaristía, que camina y se hace presente a nuestro lado.

Necesitamos tener una actitud agradecida y abierta a la gracia para dejarnos acompañar por el Señor. Necesitamos ponernos las "gafas de la fe", es decir, meditar y discernir los "signos que hablan", de la mano de María. Necesitamos abrir nuestra mente a la luz para que nuestro corazón arda de pasión. 

¡Cuántas veces no escucho ni veo ni comprendo! ¡Cuántas veces mi corazón es "piedra" en lugar de "fuego"! ¡Cuántas veces soy "duro de cerviz"!

Celebrar

"El aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete
La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo 
en el contexto de la cena pascual. 
Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite: 
'Tomad, comed... Bebed de ella todos...". 
Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión 
que Dios quiere establecer con nosotros" 
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

El Banquete es el tiempo, el lugar donde toda la comunidad se reúne.  Tiempo festivo y alegre donde reímos y compartimos nuestra vida y nuestra fe. La Cena Pascual es, en definitiva, el paso de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, del odio al amor.

¡Cuántas veces me convierto en un cristiano triste, apocado y con "cara de acelga"! ¡Cuántas veces parece que voy a un entierro en lugar de a un banquete! ¡Cuántas veces me niego a compartir mi vida y mi fe, mis alegrías y mis penas con mis hermanos! 
 

Comprometerse

Pero además, el Señor nos llama a todos a participar con Él. No dice: "Tú sí y tú no", sino "Todos", colectivamente, en comunión. Tampoco nos pregunta, sino que dice: "Tomad, comed y bebed" (Mt 26,26-27). Nos invita a participar, a comprometernos con Él. No podemos ignorar la llamada de Dios, no podemos excusarnos ante su invitación, no podemos "dimitir".

¡Cuántas veces me dejo llevar por la "dimisión" para no aceptar la "misión"! ¡Cuántas veces me refugio en mi comodidad en lugar de salir corriendo a anunciar que Jesucristo está vivo! ¡Cuántas veces temo participar y evito comprometerme! ¡Cuántas veces pienso: "conmigo no cuentes"! 

La Misa es mucho más que un evento al que asistimos los cristianos. Es mucho más que un acto social al que vamos o al que acudimos por costumbre o tradición. La Misa es un motivo de agradecimiento y recuerdo, de actualización y compromiso, de reconocimiento y apasionamiento, de celebración y comunión.

Cristo está presente en y con cada uno de nosotros, de muchas maneras: en cada sacramento eucarístico, en cada oración personal o comunitaria, en cada sonrisa o saludo, en cada palabra de nuestros hermanos. 

¡No podemos obviar lo que ocurre en misa! ¡No podemos pensar ni por un segundo que Cristo no es real o que es invisible! ¡No podemos dejar de reconocer, agradecer y celebrar su presencia en nuestras vidas! 

Eso es lo que ocurre en misa...¿te lo vas a perder?



JHR

domingo, 24 de junio de 2018

VIVIR EN EL AGRADECIMIENTO

"Dad gracias en todo, 
porque ésta es la voluntad de Dios 
en Cristo Jesús para con vosotros” 
(1 Tes 5,18)


Algunas personas que me conocen bien se sorprenden de que, desde hace un tiempo, acuda a misa a diario. Y se preguntan por qué.

Mi respuesta es siempre la misma: me siento agraciado y agradecido. Agraciado, porque después de una vida en la que Dios ha caminado a mi lado sin yo darme cuenta, por fin, he sido capaz de reconocerle. Agradecido, porque hoy soy consciente de lo mucho que Dios ha hecho por mi, de lo mucho que me ha cuidado, de lo mucho que me ama.

Durante siete largos años he vivido anclado en el resentimiento, en el rencor, en la pérdida, en la queja... pensando“Yo merezco más de lo que tengo". 

Una vez que Jesús, haciéndose el encontradizo, ha caminando a mi lado, ha escuchado mis pérdidas y mis  quejas, me ha hecho la pregunta clave: "Alberto, ¿te he dicho alguna vez que te quiero?"

Fue entonces cuando mis ojos se abrieron, mi corazón se sintió infinitamente amado y mis labios dijeron: “Tengo más de lo merezco". Examinando mi vida, he encontrado muchos motivos para estar agradecido a Dios. Hoy, soy consciente de que todo lo que tengo es un regalo de Dios: mi mujer, mis hijos, mis amigos, mis hermanos, mi salud, mi trabajo, mi casa, mis capacidades....Todo es don. Todo es Gracia. Todo es gracias a Dios.

Por ello, he decidido vivir en el agradecimiento.

Vivir eucarísticamente

"Eucaristía" significa “acción de gracias”. Celebrar la Eucaristía y vivir una vida eucarística tiene muchísimo que ver con vivir en el agradecimiento. 

Vivir eucarísticamente es vivir la vida como un don, como un regalo por el que estoy muy agradecido. 
 
Vivir eucarísticamente es ser consciente de mi pequeñez, y por ello, suplicar la misericordia de Dios: “Señor, ten piedad”“Kyrie Eleison”… Es el clamor de un corazón contrito que reconoce que no puedo culpar de mis pérdidas a Dios, al mundo o a los demás.
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Vivir eucarísticamente es saber que mi imperfección humana no es una condición de la que soy víctima, ni tampoco una excusa para decir “no” al amor, ni un motivo para darle la espalda a Dios.

Mi nuevo corazón es un corazón que no acusa, que no juzga ni se queja. Es un corazón agradecido y lleno de amor a Dios. Un corazón que reconoce su propia parte de culpa y que, por eso mismo, está preparado para recibir la misericordia de Dios.

Y por eso voy a la Eucaristía cada día, a pedir misericordia y a dar gracias a Dios.

En todo y por Jesucristo

El apóstol Pablo, en sus epístolas, nos exhorta más de 46 veces a dar gracias: "Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para con vosotros” (1 Tes 5,18). La clave que resalta el apóstol es: “en todo”. 

El apóstol de los gentiles es una referencia y un ejemplo para mi de cómo, aún no teniendo una vida fácil (fue náufrago, tuvo numerosas enfermedades, fue perseguido y hecho prisionero, etc.), es posible dar gracias al Señor incluso en situaciones complicadas. Pero ¿cómo? 

San Pablo nos muestra cómo: "dando siempre gracias por todo a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,20). Debo dar gracias a Dios no sólo en los buenos momentos (que es fácil) sino también en los menos buenos (que me cuesta más), es decir, por todas las cosas, “en el nombre de Jesucristo”

Dar gracias en su nombre significa estar en Su persona, en Jesús mismo: debo ser uno con el Señor en darle gracias a Dios, es decir, vivir a Cristo: "y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

Vivir en el agradecimiento

Vivir en el agradecimiento a Dios es:
  • mirar todo con la perspectiva de la temporalidad. En mi camino, Dios me regala situaciones y personas que aparecen, permanecen, se van o desaparecen….pero soy consciente de que son regalos suyos para llegar a Él. 
  • abandonarme a la Providencia y comenzar a experimentar a Dios en todo a mi alrededor de una manera poderosa.
  • una actitud que nace de la humildad, al reconocer mi pequeñez, mis errores y limitaciones, al disponerme a equivocarme y a aprender, a pedir perdón, a valorar a los demás, a ser generoso y desprendido, a dar la vida por los demás. 
  • cambiar mi perspectiva del mundo y mi visión de la vida, y enfocarme en el servicio a los demás, en dar más que en recibir, en desprenderme de mis necesidades, para estar pendiente de las de los demás, practicar la misericordia y eliminar la auto-compasión. 
  • glorificar a Dios: "Porque todo es por vosotros, para que la gracia, cada vez más abundante, multiplique la acción de gracias para gloria de Dios." (2 Co 4,15).
  • reconocer la bondad de Dios:"Pues todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada se debe rechazar, sino recibirlo con agradecimiento" (1 Tim 4,4).
  • adorar y bendecir a Dios: "Entrad en sus pórticos dándole gracias, alabadlo, bendecid su nombre" (Sal 100,4).
  • obedecer a Dios: "Dad gracias en toda coyuntura, porque esto es lo que Dios quiere de todos vosotros en Cristo Jesús" (1 Tes 5,18).
  • ver multiplicadas las gracias:"Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí; pues he trabajado más que los demás; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo."(1 Co 15, 10).
  • sentir refugio y paz: "En mi angustia clamé al Señor, él me atendió y me dio respiro. El Señor está conmigo; de nada tengo miedo, ¿qué puede hacerme el hombre? El Señor está conmigo, él es mi apoyo, yo veré derrotado a mi enemigo." (Sal 118).
  • conmover el corazón de Jesús: "Levántate, anda; tu fe te ha salvado"" (Lc 17,11-19).
  • obtener favor de Dios: "El que encuentra una mujer encuentra la felicidad, es un favor que ha obtenido del Señor."  (Pro 18,21).
  • obtener felicidad y libertad: "Dando gracias al mismo tiempo a Dios, que os ha hecho capaces de participar en la herencia de su pueblo en la gloria, que nos rescató del poder de las tinieblas y nos transportó al reino de su Hijo querido" (Col 1,12).

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Gracias Dios, porque puedo oír y ver
Gracias Dios, porque tengo salud
Gracias Dios, porque tengo una familia
Gracias Dios, porque tengo un trabajo
Gracias Dios, porque tengo una comunidad de hermanos.
Gracias Dios, porque tengo una vida para buscarte, 
amarte, alabarte y darte gloria.
Gracias.