¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 21 de agosto de 2017

¡QUÉ DIFÍCIL ES SER CRISTIANO HOY!

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Estoy seguro de que ser cristiano ha sido difícil siempre, en cualquier época de la historia. Sin embargo, parece mucho más difícil serlo hoy de lo que era hace unos años o una generación. ¿Por qué?

A diferencia de los cristianos del siglo I, que vivieron en una sociedad "precristiana", los cristianos del siglo XXI, vivimos en una sociedad "postcristiana". La sociedad se ha "descristianizado", ha decidido prescindir de Dios. 

La principal razón es, sin duda, la acción diabólica del Enemigo de Dios que ahora, más que nunca, ha llegado a su máximo apogeo. La maldad y la perversión nos rodea, nos arrincona. 

La globalización ha contribuido a que tengamos acceso a todo lo que ocurre en el mundo. Y las buenas noticias, no son noticia. Internet hoy, domina nuestras vidas. La comunicación, la información y las noticias del otro lado del mundo nos llega al instante. 

La pornografía, la violencia, los asesinatos, las prácticas satánicas y todo tipos de maldades son ahora demasiado accesibles para cualquiera; los ataques a Dios y a su Iglesia son constantes y gratuitos. Todo está a nuestro alcance, lo bueno y lo malo. Nos hemos acostumbrado a la insensibilidad y se ha endurecido el corazón humano.

Imagen relacionadaNo hace tanto, acudir a la parroquia y escuchar misa formaba parte de nuestras vidas, de nuestra cultura y de nuestra tradición. Seguramente, muchos católicos asistíamos a misa los domingos porque era lo "que se hacía", porque era lo que se esperaba de nosotros, bien por cumplir o por tradición, pero al menos, íbamos.

Hoy, para muchos, Dios ya no "pinta" nada en un mundo donde nada tiene significado trascendental. Los valores y los principios han desaparecido. No hay verdades absolutas

Antes, pocas personas (o ninguna) cuestionaban abiertamente la autoridad de Dios o de su Iglesia, aunque no siempre le siguieran al pie de la letra. Ahora, a menudo tenemos que dar explicaciones de nuestra fe o de nuestras creencias. Como si fuéramos "bichos raros".En general, antes la sociedad respetaba la posición religiosa de la Iglesia. Hoy pocos lo hacen sin criticar, juzgar o atacar. 

Sin embargo, el corazón humano, creado par la búsqueda de "algo superior", hoy se pierde en la demanda de una mal entendida espiritualidad. 
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Una espiritualidad humana, que no divina, a través de prácticas y ejercicios esotéricos. Lo llaman "la nueva era". Una era sin Creador, sin Origen de todo, sin Sentido...

Lo que la sociedad acepta hoy, cambia rápidamente, día a día, segundo a segundo. Lo que hoy es válido, quizás mañana no lo sea. Hace más de tres décadas, la mayoría de nosotros jamás hubiera soñado que sufriríamos los problemas a los que nos que enfrentamos hoy. Pocos de nosotros habríamos pensado que nuestra sociedad algún día legalizaría situaciones que ahora se consideran "normales".

Estamos cosechando los resultados de décadas de creyentes anestesiados, que no discípulos de Cristo. Hemos ido, hemos enseñado y hemos bautizado pero no hemos hecho discípulos. 

La fe se vivía en la intimidad familiar, nada más. No trascendía. Todo se daba por supuesto. Y el resultado es que hoy "bebés espirituales" deben enfrentarse a "lobos maduros". Y muchos no saben cómo hacerlo.

¡Qué difícil es ser cristiano hoy!





sábado, 19 de septiembre de 2015

UNA AMENAZA INTERNA






El padre James Mallon dice que la renovación pastoral comienza por el sacerdote, sigue por el fiel y finalmente, llega a las estructuras.

Sin embargo, si echamos un vistazo por algunas de nuestras parroquias, podremos ver que seguimos haciendo lo mismo que siempre, lo mismo que en los últimos cincuenta años. El paradigma sigue siendo el mismo. Y es que nada ha cambiado, nada se mueve, como si el mandato que Cristo nos dio hace 2000 años fuera opcional. 

A menudo nos encontramos con cristianos, ya sean sacerdotes o laicos, con mucha experiencia de fe, con mucha formación e incluso carismas, pero dotados de poco ardor, de escaso celo, y nulas ganas de “liarse”. Será porque se han agotado, será porque se han acomodado, será porque se han olvidado de su identidad como cristianos. No lo sé, ni pretendo juzgarlo.

Lo que sí sé es que Dios tiene un plan específico para cada uno de nosotros, sólo que, muchas veces, nos cuesta un imperio escucharle (a mi me ha pasado durante toda mi vida); no tenemos tiempo para Él, para hablar con Él, para orar y pedir la venida de su Espíritu. 

Nos incomoda especialmente que nos digan que nos movamos, que abandonemos nuestra zona de confort, que nos neguemos a nosotros mismos  y que “hagamos lío”. El verdadero amor es negarse a si mismo. Es lo que hizo Jesucristo, nuestro modelo a seguir. Pero en lugar de seguirlo y obedecerlo, nos excusamos.

Nuestras excusas para permanecer en una postura cómoda de mantenimiento son muy variopintas, desde el “yo necesito a un sacerdote siempre a mi lado que me dirija” (como si de un ángel custodio se tratara), o “yo no me siento preparado” (como si un bebé nunca tuviera que crecer) o “yo necesito formación antes de hacer nada” (como si de un máster se tratara) o “yo, ya estoy muy mayor para esto” (como si ser cristiano tuviera fecha de caducidad) o “yo soy bueno, hago el bien, voy a misa” (como si eso distinguiera a un cristiano de uno que no lo es). 

Es el conformismo mundano que ha anidado en el corazón de los cristianos. 

Es el “abandonar quedándose”. 

Es la auto-referencialidad, lo que "yo necesito", lo que "yo anhelo", lo que "me apetece". Siempre el "YO" delante...

Es el modo incoherente de no vivir nuestra fe con radicalidad pero con lógica, con locura pero con amor, con esfuerzo humano pero con Cristo siempre.

Tote Barrera dice que “el único antídoto es el Evangelio y su lógica, Jesucristo y su locura, la radicalidad de quien ama y no atiende a razones ni a comodidades personales”. Y estoy de acuerdo. 

Cristo no levantó un edificio para vivir cómodamente y esperar a que la gente desfilara delante de Él, sino que salió con sandalias pero sin alforjas a enseñar la Buena Nueva. Tampoco montó una escuela de formación para sus discípulos antes de mandarlos al mundo, sino que los formó mientras servían. Tampoco eligió a “chavales” jóvenes y fuertes que pudieran con cualquier dificultad, sino a gente “normal” y humilde pero con coraje y valentía.

El gran peligro de la fe, la gran amenaza del cristianismo no se encuentra en el exterior, en la persecución religiosa o en el secularismo de la sociedad actual (que también). 

Se encuentra en nuestra propia casa, en nuestra propia familia cristiana, en su laxitud y abandono, en su desidia y acomodo. 

Es triste pero por desgracia, muy cierto el hecho de que muchos de nuestros hermanos se “rebelan”, sin darse cuenta, contra el propio Dios al obviar la obediencia debida e intentar organizarse en torno a una fe “a la medida”.

La Nueva Evangelización no es un invento nuevo. En la fe, todo está planeado, dictado y escrito por Dios. 

La Nueva Evangelización no es una moda pasajera durante un tiempo determinado y para un lugar específico. Es un retorno al mandato de Jesucristo (Mateo 28, 18-19) cuando fundó su Iglesia.

La Nueva Evangelización no es cosa de hombres. Es un renovado y fortalecedor soplo del Espíritu Santo, impulsado por el sucesor de Pedro, el papa Francisco, en su encíclica “Evangelii Gaudium” y continuado por nuestro obispo Carlos, con su Plan Diocesano de Evangelización.

La Nueva Evangelización no es un “recado para frikis” ni un “encargo de conversos para conversos”. Es un mandato para todos nosotros, los cristianos, una vez que recordamos y somos conscientes de cuál es nuestra misión. 

El meollo de la cuestión no es si la Iglesia tiene una misión, sino que la misión de Cristo tiene una Iglesia. Una Iglesia de discípulos misioneros que retorna al origen, al principio, a la venida del Espíritu Santo en aquel Pentecostés del primer siglo. 

No es una Iglesia de sacramentos dotados de escasa validez, administrados a personas sin fe y sin esperanza, donde se anhelan números y actividades, donde se crean estilos y carismas o donde se levantan edificios y estructuras. 

Es una vuelta a los orígenes de la Iglesia primitiva, es un reencuentro con Jesucristo como nuestra referencia, es un regreso a nuestra auténtica identidad cristiana.