¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 11 de mayo de 2021

PERMANECER Y VIVIR EN EL AMOR

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor;
lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, 
y vuestra alegría llegue a plenitud. 
Este es mi mandamiento: 
que os améis unos a otros como yo os he amado. 
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: 
a vosotros os llamo amigos, 
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 
No sois vosotros los que me habéis elegido, 
soy yo quien os he elegido 
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca. 
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. 
Esto os mando: que os améis unos a otros"
(Juan 15, 9-17)


A menudo, la gente no entiende lo que significa la fe cristiana. Muchos incrédulos o alejados apelan a la libertad individual del hombre para afirmar que el cristianismo es una carga pesada de normas y mandamientos que no tiene cabida en la sociedad actual. En realidad, se trata de apartar a Dios de sus vidas.

Sin embargo, los capítulos 13 al 15 del Evangelio de San Juan nos dan la respuesta de lo que significa ser cristiano. Jesús, mientras se despide de los apóstoles, sus amigos, les da las últimas indicaciones y ánimos, y les muestra cuál el camino para seguirlo, cuál es la única ley que mueve el Universo, cuál es el mandamiento del cristiano: el Amor.

Cristo afirma categóricamente: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros"Su mandamiento no es una simple recomendación ni una condescendiente sugerencia de despedida. Todo lo que Él hace es "novedad": "Mira, hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21,5).

En primer lugar, es nuevo porque Él lo ha cumplido, dando ejemplo, mostrando el amor de Dios, no de una forma teórica sino práctica: amando al prójimo, acogiendo al excluido, curando al enfermo, ayudando al pobre, asistiendo al necesitado, compadeciendo al pecador. Y también porque lo ha llevado a la plenitud: es un amor redimido, liberado y rescatado de la esclavitud del pecado, entregado hasta el extremo en la Cruz, un amor a todos.  
La comparación "Como yo os he amado" supera el criterio del Antiguo Testamento de "como a uno mismo" (Levítico 18,19). No se trata de amar con un amor humano sino con un amor pleno, total y divino: la entrega total de Cristo.

"En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros"El amor es lo que marca la diferencia, lo que nos distingue de un mundo regido por el egoísmo, por el materialismo y por el individualismo. Si amamos, el mundo reconocerá que somos discípulos de Cristo, que somos cristianos, que permanecemos en Su amor.

Ser discípulo de Cristo no significa "cumplir" una serie de normas y preceptos, ni "practicar" una serie de ritos y cultos, como hacía el pueblo de Israel, o como muchos nos quieren hacer creer hoy. Ser cristiano es haber descubierto el "Amor más grande" en la persona de Jesús, y haberlo experimentado en la profundidad de nuestro corazón. De esa forma, con el corazón en ascuas y prendido por el Espíritu, sólo nos queda una cuestión por hacer: darlo a los demás, entregarlo a los demás, amar y servir a los demás.

El amor es lo único que, al "darlo", se multiplica. Son esos pequeños gestos diarios de  mirada limpia, de ternura, de compasión hacia nuestro prójimo, los que nos hacen realmente "cristianos". Son esas pequeñas actitudes de cercanía, de acogida, de servicio a nuestro hermano, los que manifiestan el amor de Dios. Al entregarlo a los demás, lo multiplicamos exponencialmente, y lo recibimos.

El mandamiento de Jesús es, en sí mismo, un "deber", una "obligación" y una "exigencia" del amor. No es una carga pesada porque el amor todo lo soporta (1 Corintios 13, 7). No es una obligación impuesta desde el exterior sino un impulso de la propia voluntad que mueve a devolver lo recibido por que el amor no es egoísta (1 Corintios 13,5). Es una misión, es la vocación cristiana: Amar y Servir.

El mandamiento del amor es parecido a la ley de la gravedad: un objeto lanzado al aire está "obligado" a caer, no puede negarse a hacerlo. De igual modo, el amor recibido de Dios "exige" darlo, no puede negarse a hacerlo. El amor es una "fuerza impuesta" por el propio amor. No puede ser de otra forma.

El mandamiento del amor no se cumple por una amenaza de ser castigado sino que es una moción interior del corazón, suscitada por el Espíritu de amor en el alma, que es atraída "irresistiblemente" por lo que ama, sin que exista una obligación impuesta desde el exterior.

El mandamiento del amor no es una imposición de Dios sino la propia Ley de Dios, que es Amor y, como tal, se da hasta el extremo: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Juan 13,1).
El mandamiento del amor es una fuerza vital de quien ama de verdad...y lo hace para siempre.  "Permaneced en mi amor" implica eternidad, supone permanecer y vivir en el amor de Cristo mientras vivamos en la tierra y, con mayor motivo, cuando vayamos al cielo. Un amor "efímero o pasajero" no es amor... será placer, satisfacción o pasatiempo, pero no es alegría, ni felicidad, ni plenitud. Porque el amor no se cansa ni se impacienta (Juan 13,4). 

"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Jesús ha dado la vida por sus amigos, ha tenido el amor más grande que se puede tener, pero ¿Quiénes son Sus amigos? Sus amigos son aquellos que han conocido el amor de Dios, aquellos que lo han experimentado y que lo ponen en práctica

"Lo que Cristo manda" no significa "lo que Dios nos obliga". El amor no tiene elección: se da y punto. Tampoco pide imposibles: surge de forma espontánea. Esa es la gran belleza del cristianismo: que el Señor nos ha elegido... no hemos sido nosotros; que nos ha creado... no nos hemos creado nosotros; que nos ha amado hasta el extremo... no hemos sido nosotros. Somos unos elegidos, unos privilegiados.

Lo que Jesús manda, repite y enfatiza es que demos fruto permanente, es decir, que vivamos el Amor eternamente: "que os améis unos a otros como yo os he amado".  Lo que Cristo nos pide es que vayamos a la fuente de la vida, es decir, al Amor de Dios...y que permanezcamos en Él, es decir, en unión íntima con Él, porque somos sus amigos.



JHR

jueves, 22 de abril de 2021

LA MUERTE NO ES EL FINAL

"Nadie me quita la vida, 
sino que yo la entrego libremente. 
Tengo poder para entregarla 
y tengo poder para recuperarla:
 este mandato he recibido de mi Padre" 
(Juan 10,18)

Cesáreo Gabaráin, sacerdote católico español, compuso la emocionante canción cristiana "La muerte no es el final"que las Fuerzas Armadas Españolas adoptaron como himno para homenajear a los fallecidos en acto de servicio y que los cristianos deberíamos también hacerla nuestra.

La muerte no es el final, en efecto, porque nuestra esperanza se convierte en certeza cuando proclamamos que Jesucristo ha resucitado. Esa es la gran novedad, esa es la buena noticia del Señor: "Mira, hago nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5).

En la Encarnación, el Santo y Justo se despoja de su divinidad para servir al Padre y al hombre: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Juan 1, 11). Es más, lo rechazaron. Y ese rechazo lo llevó directamente a su muerte en la Cruz, libremente abrazada, convirtiéndose en fuente salvífica para todos los hombres y en el acto de amor servicial más sublime. 

En la Última Cena, el Maestro nos invita a imitarle, nos llama al servicio: "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20,27-28).
En la Cruz, el Cordero nos entrega a la Virgen (tipo de la Iglesia) como relevo suyo y nos la ofrece como nuestra guía, ayuda y modelo perfecto de servicio, humildad, abnegación y obediencia: "Ahí tienes a tu madre" (Juan 19,27), para, como el discípulo amado, desde aquella hora, recibirla como algo propio.

En nuestra vida cotidiana, el Resucitado nos llama a servir como Él, a dar la vida por los demás, a morir en acto de servicio: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Dice Cristo que nadie le quita la vida sino que la entrega libremente. Sí, en efecto, el amor es la entrega libre de la vida por los demás. Y por tanto, la muerte nos tiene que encontrar en el servicio, en la muerte a uno mismo, a nuestro ego. 

Servir "exige" entregar la propia vida"Requiere" abajarse y humillarse. "Supone" despojarse de todo egoísmo, orgullo, posición o  comodidad. "Implica" desvivirse por los demás. Reclama escuchar al que sufre o atender al que tiene necesidad. Obliga a darse por completo hasta el final.

La muerte no es el final sino el principio de todo, de nuestro encuentro con Dios y de nuestra recompensa: el amor infinito de Dios que se funde con el amor gratuito del hombre en el servicio. Sin duda, en el encuentro abnegado y desinteresado con el prójimo, es el lugar donde hallamos a Dios.

Por ello, es imperativo, para el bien de las almas y nuestra propia santificación, salir al encuentro de quienes están desesperanzados, afligidos, solos o excluidos. Es preceptivo ofrecerles una sonrisa que les llene de alegría, un abrazo que les devuelva la dignidad, un oído dispuesto a escuchar. 

No hace falta esperar a una ocasión propicia. Todos los días son una maravillosa oportunidad de expresar con alegría ese amor de servir al prójimo. No es preciso esperar a servir en una parroquia, en un retiro, en una actividad evangelizadora o en una labor social. Cualquier ambiente es idóneo para entregar la vida por otros: en el familiar, en el laboral, en el social... 

El mundo está necesitado del amor de Dios, sobre todo, ahora que la pandemia asola la tierra. Y la manera de mostrárselo y ofrecérselo es sirviendo, amando, escuchando, ofreciendo una palabra de aliento y un hombro donde enjugar las lágrimas. 
El servicio surge de un amor genuino y gratuito que no es nuestro, sino de Dios, que es quien toma siempre la iniciativa. Por tanto, "preocuparse" por otros significa "ocuparse antes" por ellos que por nosotros. "Despreocuparse" por nosotros implica "abandonarnos" a la Providencia divina.

A través de nuestra docilidad en el servicio y dejando actuar siempre al Espíritu Santo, Dios interviene en la historia del hombre, mostrando su gloria, su justicia y su misericordia. Nosotros, con nuestros "pequeños/grandes servicios de amor", contribuimos a la edificación del Reino de Dios en la tierra.
Y lo hacemos cuando dejamos nuestro "yo" a un lado para centrarnos en el "tú"; cuando salimos de nuestra zona de comodidad para "acomodar" a los demás; cuando dejamos nuestras prioridades personales para "volcarnos" en las de otros; cuando nos "abajamos" de nuestra posición para levantar al caído; cuando, a imitación de nuestro Maestro, nos "quitamos el manto y nos ceñimos la toalla para lavarles los pies" (Juan 13,4) porque “No es el siervo más que su amo” (Juan 15,20)

Pero, además, con nuestro servicio todo son ventajas, incluso, también para nosotros: nos sentimos profundamente amados por un Dios que se preocupa de sus hijos, recibimos Su gracia que nos modela para ser menos egoístas y más serviciales, y más "perfectos", más santos.



JHR

miércoles, 24 de junio de 2020

LOS SACRAMENTOS EN LA PÁRABOLA DEL HIJO PRÓDIGO

"La palabra de Dios es viva y eficaz, 
más tajante que espada de doble filo; 
penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, 
coyunturas y tuétanos; 
juzga los deseos e intenciones del corazón. 
Nada se le oculta; 
todo está patente y descubierto a los ojos 
de aquel a quien hemos de rendir cuentas."
(Hb 4,12-13)

La Palabra de Dios no deja de sorprenderme cada día y aunque sé que una espada de doble filo que penetra hasta los tuétanos, siempre me maravilla y me suscita algo nuevo. 

Cuando uno cree (no sin una cierta dosis de orgullo) que ya sabe lo que dice un determinado pasaje porque lo ha leído muchas veces, llega Dios y te dice al oído: ¡Qué necio y torpe eres para creer lo que dijeron los profetas! Y yo le digo: ¡Cuánta razón tienes siempre, Señor, gracias, por modelarme cada día!
Hoy, leía de nuevo la parábola del hijo pródigo para redescubrir el amor misericordioso de Dios, que muestra la mirada compasiva de un padre que, por muchos fallos y rebeldías que vea en su hijo, no puede olvidar las necesidades de un hijo, y le da todo.

Y disfrutando de la lectura pausada, Dios me revela una nueva enseñanza "escondida". Poco a poco y según avanzaba en la meditación, he ido viendo aparecer algo que nunca había visto antes en el pasaje: los sacramentos. 
 
Gratuidad

El amor de Dios es gratuito, personal y sincero. No espera nada a cambio y se anticipa. Se entrega cuando se lo piden, aunque duela, como al hijo menor, que le da lo que le corresponde. Se da cuando no se lo piden, aunque sea obvio, como al hijo mayor, que le da todo lo suyo.

El Amor sale a nuestro encuentro y está siempre a nuestro lado, aunque ninguno de sus hijos lo agradezcamos, aunque ninguno lo veamos, aunque ninguno lo sintamos.

El Amor siempre se alegra de la vuelta a casa de un hijo. Siempre se alegra de encontrar la oveja que estaba perdida. Siempre se alegra de encontrar la moneda perdida. Siempre celebra fiesta por un hijo que estaba muerto (por el pecado) y ha resucitado.

Sacramento de la Eucaristía
Dignidad

La misericordia de Dios no es sólo una decisión de no juzgar; es un acto de amor que nos mantiene en el abrazo de Dios, a pesar de nuestros intentos de no sentirnos dignos de él.

Dios siempre nos considera muy valiosos porque nos creó a su imagen y semejanza, indicador de que el hombre es superior a los demás seres del universo.

Dios siempre nos encuentra dignos de amor y cuando lo aceptamos, ese amor nos transforma, nos viste de nuestra nueva naturaleza como hijos adoptivos de Dios.

La dignidad significa eminencia, superioridad, excelencia, grandeza. Eso es lo que nos devuelve Dios.

Una dignidad que se encuentra elevada y enriquecida por la gracia de la filiación divina y la correspondiente vocación del hombre al fin sobrenatural.

Sacramento del Bautismo
Perfección

En Mateo 5,48, Jesús nos dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” Ser perfecto como Dios significa reflejar el amor de Dios en el mundo.
  • Es perdonar y disculpar de su error, a mi mujer, a mi hijo, a mi hermano, sin llevar cuenta del daño.
  • Es comprender al que no es como yo y empatizar con su situación.
  • Es compartir todo lo que Dios me ha dado con los que me rodean.
  • Es consolar a quien está triste y herido.
  • Es alimentar al que está hambriento de amor.
  • Es acompañar a quien está solo y me necesita.
  • Es dar la vida por los demás.
  • Es hacer salir el sol (mi sonrisa) sobre el bueno y el malo, el justo y el pecador.
  • Es rezar por quien me insulta, me persigue y me odia para que se convierta al amor.
  • Amar al amigo o al enemigo es el mayor signo de la gratuidad del verdadero amor y la mayor prueba del amor cristiano.
 La perfección es amar como ama Dios.

Sacramento del Matrimonio/Orden sacerdotal
Donación

El amor misericordioso que recibo de Dios se convierte en la fuerza motivadora para darlo a los demás. Amo (perdono) con esa misma gracia que he recibido. Es el Espíritu Santo que me guía y me santifica.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). Los misericordiosos somos quienes sabemos que Dios es misericordioso y, por lo tanto, somos igualmente misericordiosos con los demás.

Dios me llama a ser signo de su amor para mis prójimos, que, en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37), son también los extranjeros, los distintos, o incluso los enemigos.
Sacramento de la Confirmación

Conversión/Sanación

La parábola del hijo pródigo simboliza el camino de conversión al que estoy llamado, como todos los cristianos. En ella, me veo reflejado en el:

-hijo menor: he usado mi libertad para alejarme del amor del Padre, buscando la felicidad en un lugar equivocado, encontrando solamente la amargura.

-hijo mayor: he permanecido junto a mi padre con un amor sin libertad, más como siervo distante, que como buen hijo y hermano.

Ambos necesitan convertirse. Ambos necesitan sanarse. Y yo, en alguna ocasión, soy uno y otro, o ambos a la vez.

La parábola no muestra un tercer hijo “perfecto” que no necesite conversión: el Señor quiere, con su amor, que me dé cuenta de que todos, sin excepción, tenemos que fomentar en nuestra alma la búsqueda del amor, el rechazo del yo egoísta y la donación libre y gratuita.

Mi conversión es un trabajo diario y continuo. Siempre es tiempo de conversión. Cada día es una gran oportunidad de renovación personal en el amor.

Sacramento de la Unción de Enfermos
Confesión

La parábola me presenta la espera paciente de mi Padre celestial que festeja con una maravillosa reconciliación.

Es el sacramento de la alegría. Los cristianos vivimos alegres porque nos sabemos hijos de Dios, hijos muy queridos, perdonados, vestidos, sanados, restaurados y dignificados.

Es con mi alegría y mi servicio, con los que muestro, en todos los ambientes, que en es el encuentro con una persona, Jesucristo, donde se encuentran todas las respuestas a los anhelos más profundos del corazón del hombre, donde se encuentra la felicidad plena y la perfección.

Sacramento de la Penitencia o Reconciliación.
A veces, Dios me esconde sus enseñanzas para regalármelas en su preciso momento, cuando más las necesito. Por eso y por mucho más, no me canso de darle gracias.
 
Gracias Señor por tu amor,
porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer ya me pensaste,
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu misericordia,
porque yo te abandoné y Tú me buscaste,
porque yo desprecié tu amor 
y Tú no subestimaste mi miseria.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu piedad,
porque te exigí mi libertad y Tú no me la negaste,
porque me fui orgulloso y ufano de tu lado 
y Tú me has estado esperando todo este tiempo.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu compasión,
porque volví humillado 
y Tú restableciste mi dignidad.
Gracias, Señor.

¿Cómo devolverte tanto amor?
¿Cómo restituir tanta misericordia?
Ahora ya lo sé 
porque Tú me lo has mostrado,
Gracias, Señor, gracias.

martes, 7 de enero de 2020

LA PRUEBA DEL AMOR

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"Hermanos míos, tened como suprema alegría 
las diversas pruebas a que podéis ser sometidos, 
sabiendo que la fe probada produce la constancia.
Dichoso el hombre que soporta la prueba;
porque si la ha superado, 
recibirá la corona de la vida 
que Dios ha prometido a los que le aman." 
(Santiago 1, 2-3 y 12)

Desde el principio, todas las criaturas de Dios somos probados en el amor. Los ángeles tuvieron que pasar la prueba. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, también. 

La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de pruebas: Noé, Abraham, Job, José, Moisés, David. El mismo Jesucristo se enfrentó a la mayor prueba de amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15, 13).

Desde la rebelión en el mundo angélico, luego trasladada a la tierra, nos encontramos inmersos en una batalla espiritual, queramos o no. Todos debemos enfrentarnos a la prueba y hacer una elección. O Dios o el Enemigo. O el Amor o el Odio. O, como dice el cardenal Sarah, Dios o nada.

Dios nos ha dado y nos da permanentemente pruebas de su amor. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3, 16). "Mirad cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él. En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados." (1 Juan 4, 8-10).

El Señor viene siempre a nuestras vidas y reconforta nuestros corazones, cura nuestras heridas, nos repara, nos da fortaleza y aliento en nuestras caídas, para continuar caminando hacia Él. 

Dios nos regala un Amor gratuito, incondicional y sin límite, que no exige ni quebranta nuestra voluntad

Sin embargo, el amor, para ser completo, requiere reciprocidad. Por eso, nuestro amor a Dios depende sólo de nuestra libertad, una decisión de fe que demostramos ante la prueba.

Propósito de la prueba


Toda prueba tiene un propósito. Sólo si somos sometidos a la prueba, la calidad de nuestro amor y de nuestra fe a Dios se pone de manifiesto. 

Imagen relacionadaPorque el verdadero amor no se basa en sentimientos sino en una decisión de amar libre e incondicionalmente. El amor no se cuenta, se ofrece. No se explica, se da.

La prueba saca a relucir nuestra verdadera esencia, lo que hay en nuestro corazón: nos da la oportunidad de elegir entre amor u odio, agradecimiento o resentimiento, ganancia o pérdida, plenitud o vacío, vida o muerte.

A través de la prueba, el amor y la fe del cristiano se refuerzan y aumentan gracias y por medio de Jesucristo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4,13)

"Amar a Dios es guardar sus mandatos" (1 Juan 5, 3). Es la fe en el amor que Dios nos tiene (también expresado en los mandamientos) la que nos salva. La fe hace posible aquello que humanamente es imposible.

Recompensa de la prueba


Pero, además, la prueba tiene una recompensa. Sin prueba no hay progreso. La recompensa de la prueba es transformarnos a la imagen de Jesucristo (Romanos 8, 29). 

Resultado de imagen de regalo de diosEsta es nuestra meta, nuestra santificación, y por eso, toda prueba está diseñada para alcanzar la perfección en el amor. 

Cuando experimentamos su amor incondicional, su cuidado, su perdón, su poder sanador, entonces, ese Amor Verdadero comienza a germinar en nuestro corazón y surge en nosotros el deseo de amar a Dios y a los demás de la misma forma.

Cuando dejamos que el amor de Dios inunde todo nuestro ser, comenzamos a transformarnos y a asemejarnos a Él, a reflejar Su amor en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás. No podemos dar lo que no tenemos. 

Por eso, para poder dar amor verdadero necesitamos recibirlo primero. Y para recibirlo, debemos elegir querer recibirlo. Porque Dios ya nos la ha dado primero.

Es entonces cuando nos transformamos en amor y conseguimos la meta para la que hemos sido creados: estar junto al amor de Dios y amarle por toda la eternidad.

"El amor es paciente, es servicial; 
el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; 
no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; 
el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. 
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. 
El amor nunca falla" 
(1 Corintios 13, 4-8)

miércoles, 12 de junio de 2019

DESPUÉS DE EMAÚS: UN PACTO DE COMPROMISO

"Dieron más de lo que yo esperaba; 
incluso ofrecieron sus personas, 
primero al Señor y luego a mí, 
conforme a la voluntad de Dios"
(2 Corintios 8, 5)

El pasado fin de semana concluyó otro retiro de Emaús, donde la gracia del Espíritu Santo se derramó poderosamente, una vez más, después de que cien almas recorriéramos 60 estadios de ida y 60 de vuelta.

Tras la habitual y extraña sensación inicial de la mayoría de nosotros, debido a la agitación y el ruido que traíamos de nuestro frenético mundo, en las siguientes horas, nos encontramos ante algo nuevo, distinto y que nunca nos deja indiferentes.

Sin duda, hemos re-descubierto muchas cosas, no por ignorancia o desconocimiento, sino por haberlas dejado olvidadas en un cajón bajo llave.

Hemos vuelto a caminar y a revisar nuestra vida: cómo la hemos vivido y cómo la vivimos, qué situaciones nos han marcado, qué personas hemos descubierto, qué lugar ocupa Dios en nuestra vida... 

Hemos vuelto a escuchar y a exponer a la luz de Dios nuestras pérdidas y heridas, nuestras decepciones y sufrimientos, nuestras oscuridades y desiertos, nuestros rencores y resentimientos.

Podríamos haber seguido nuestro camino y habernos despedido del misterioso caminante que se unió a nosotros; podríamos haberle agradecido sus palabras y haber pensado ¡qué hombre más extraordinario! 

Pero entonces, nada habría ocurrido...

Sin embargo, le invitamos a nuestra vida. Y en ese momento, es cuando le reconocimos...a Jesús...quien nos ha mostrado el sentido de nuestra vida, obrando en ella y manifestándose a lo largo de ella de muchas maneras inesperadas, a través de personas y situaciones insospechadas, en momentos sorprendentes.

Nos hemos reconciliado con Dios, hemos experimentando Su amor y Su misericordia, y así, hemos encontrado perdón y paz. 

Hemos sido testigos directos de su acción en nuestras vidas y en las de los demás. Hemos reconocido todo lo que Él siempre nos ha regalado, su presencia a nuestro lado, en nuestra familia, en nuestros amigos, en nuestra comunidad, en las mismas personas que nos han acompañado durante el retiro. 

Hemos descubierto cómo Dios nos ama con un amor infinito y paternal, que nos hace sentirnos sus hijos predilectos, dándonos las respuestas a cada uno según nuestra necesidad. Doy fe personal de ello.

Hemos descubierto también, el verdadero sentido de la fraternidad, todo el amor recibido y vemos a los demás como verdaderos regalos, personas especiales con las que queremos compartir nuestra vida y nuestra fe. 

Hemos vuelto a descubrir la riqueza en nuestra vida, pasando del resentimiento al agradecimiento, del rencor al amor, de la crítica a la compasión. 

Todo nos habla de Dios

Ahora, miramos de nuevo, toda nuestra vida y recobramos la fuerzas necesarias para cambiar de dirección y volver al camino por el que íbamos perdidos, quejosos y cabizbajos. 

Nuestro corazón está abierto de par en par. Es más...arde en llamas!!! Y no podemos guardarnos lo que hemos visto, compartido y celebrado. 

Ahora que tenemos los sentidos abiertos, el corazón en llamas, una nueva fuerza interior que nos muestra una nueva forma de ver las cosas, Dios nos envía de vuelta al mundo.

Después de todo lo vivido y recibido en un momento de profundo contacto con Dios, tenemos una necesidad imperiosa de salir a gritarle al mundo que Dios está vivo y es real. Algo inexplicable nos impulsa a ser testigos de lo que hemos visto, escuchado y recibido.
Y la pregunta del millón es ¿Qué vamos a hacer?

¿Vamos a seguir actuando como invitados de piedra, como asistentes circunstanciales a la Iglesia, como "católicos por tradición", como "consumidores de sacramentos"? o ¿vamos a transformarnos en cristianos comprometidos con Dios y con los demás, veinticuatro horas al día, siete días a la semana y cincuenta y dos semanas al año? ¿Vamos a seguir viviendo nuestra vida o vamos a ofrecérsela a Dios y a darla por los demás?

Particularmente, yo he vuelto a firmar mi pacto de compromiso con Dios, con mi parroquia y con los demás, que podría leerse así:

"Habiendo recibido a Cristo como mi Señor y Salvador, considerándome hijo de Dios de pleno derecho y estando de acuerdo con la tradición, enseñanza y estructura de la Iglesia Católica, ahora me siento dirigido por el Espíritu Santo a unirme aún más a la familia de mi parroquia y a servir a mi comunidad. Al hacerlo, me comprometo con Dios y con los demás miembros a hacer lo siguiente"

Proteger la unidad de mi Iglesia 

-Actuando con amor hacia los demás. "Por tanto, busquemos la paz y la ayuda mutua." (Romanos 14,19).

-Evitando la crítica y el chisme. "No digáis palabras groseras; que vuestro lenguaje sea bueno, edificante y oportuno, para que hagáis bien a los que os escuchan." (Efesios 4, 29).

-Siguiendo a mis sacerdotes. "Obedeced a vuestros jefes y estadles sumisos, porque ellos cuidan de vuestras vidas, de las cuales deberán dar cuenta, para que lo hagan con alegría y no con lágrimas, lo que no os beneficiaría nada." (Hebreos 13,17).

Compartir la responsabilidad de mi Iglesia

-Rezando por su salud y crecimiento. "Continuamente damos gracias a Dios por todos vosotros y os recordamos en nuestras oraciones." (1 Tesalonicenses 1, 2).

-Invitando a los que no asisten a la iglesia a venir. "El amo le dijo: Sal por los caminos y cercados, y obliga a la gente a entrar para que se llene la casa. Pues os digo que ninguno de los invitados probará mi banquete." (Lucas 14, 23-24).

-Acogiendo a quienes la visitan. "Por tanto, acogeos unos a otros, como también Cristo nos acogió para gloria de Dios." (Romanos 15, 7). "Miremos los unos por los otros para estimularnos en el amor y en las obras buenas." (Hebreos 10, 24)

Servir a mi Iglesia

-Descubriendo mis dones y talentos. "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido como corresponde a buenos administradores de los distintos carismas de Dios; el que tenga el don de la palabra, que use de él como el que comunica palabras de Dios; el que presta un servicio que lo haga como mandatario de Dios de manera que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo al cual se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos." (1 Pedro 4, 10-11).

-Formándome con mis sacerdotes. "Él a unos constituyó apóstoles; a otros, profetas; a unos evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de su ministerio y en la edificación del cuerpo de Cristo." (Efesios 4, 11-12).

-Desarrollando un corazón de servidor. "No hagáis cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria; sed humildes y tened a los demás por superiores a vosotros, preocupándoos no sólo de vuestras cosas, sino también de las cosas de los demás. Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús..." (Filipenses 2, 3- 7).

Apoyar a mi Iglesia

-Asistiendo regularmente."No abandonéis vuestras propias asambleas, como algunos tienen por costumbre hacer, sino más bien animaos mutuamente, y esto tanto más cuanto que veis acercarse el día." (Hebreos 10, 25).

-Viviendo una vida digna. "Os pido sobre todo que viváis una vida digna del evangelio de Cristo para que, sea que vaya y lo vea, sea que ausente lo oiga, perseveréis firmes en un mismo espíritu, luchando con una sola alma por la fe del evangelio" (Filipenses 1, 27).

-Contribuyendo regularmente. "Los domingos, cada uno de vosotros separe lo que pueda, según lo que gane, sin esperar a mi llegada para hacer la colecta." (1 Corintios 16, 2). 

Este es un pacto que yo asumo personalmente, pero que si a alguno le sirve, que lo tome.

El copyright pertenece sólo a Dios. 

JHR

domingo, 20 de enero de 2019

MOTOR Y AGENTES DE LA EVANGELIZACIÓN

"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" 
(Mt 28, 19-20)

La Evangelización es la gran misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos. Todo cristiano, seguidor de Cristo está llamado a cumplirla.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la evangelización es la razón de ser de la Iglesia y su actividad habitual, y tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana.

Pero, ¿dónde debe realizarse
En primer lugar, dentro de la comunidad cristiana, es decir, en la parroquia donde los fieles se reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias.

En segundo lugar, esta evangelización general u ordinaria se expanda fuera de los muros de la Iglesia, utilizando nuevos métodos y nuevas formas de expresión para transmitir al mundo el mensaje de Jesucristo.

Y ¿cómo debe realizarse?
A través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del discipulado , de la catequesis y de las obras de caridad

A través de una fe sólida y robustauna transformación de las estructuras existentes y proyectos pastorales creativos a medio y a largo plazo, conforme a las necesidades y expectativas del hombre y de la sociedades actuales.

A través de un encuentro real y auténtico, público y comunitario, una relación íntima y personal con Jesucristo, creando las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. 

Espíritu Santo
Evangelizar es ponerse a disposición del Espíritu Santo, artífice fundamental de todo anuncio, auténtico autor de todo testimonio y único protagonista y motor de toda evangelización.
Resultado de imagen de Jesús comenzó a predicar "impulsado por el Espíritu Santo
Jesús comenzó a predicar "impulsado por el Espíritu Santo" (Lc 4,14). Él mismo declaró: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18).

En la noche de Pascua, al aparecerse Jesús ante los apóstoles en el cenáculo, les dijo: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). 

Al dar a los apóstoles el mandato de ir a hacer discípulos por todo el mundo, Jesús les confiere también el medio para poder realizarlo: el Espíritu Santo (Mt 28, 19-20).

Después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles para que no se alejaran de Jerusalén hasta que no hubieran sido revestidos de la fuerza de lo alto: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos" (Hch 1,8). Cuando, en Pentecostés, baja el Espíritu Santo, Pedro y los demás apóstoles comienzan a hablar en voz alta de Cristo, y su palabra tiene tanta fuerza, que tres mil personas se convierten. 

Cuando recibimos el Espíritu Santo, se produce en nosotros un impulso irresistible para evangelizar, que nos reviste de Gracia, nos guía y conduce con rectitud conforme a la voluntad de Dios, proporcionándonos los recursos necesarios.

Sin Espíritu Santo, la evangelización es sólo activismo, que gira en una espiral que no conduce a ninguna parte. 

Sin Espíritu Santo, un testimonio es sólo una sucesión de hechos, narrados por una persona, es tan sólo el revestimiento humano de un mensaje. 

Sin Espíritu Santo, el servicio es sólo militancia, que se mueve de un lado para otro sin sentido.

Por tanto, lo primero que necesitamos para evangelizar es abandonarnos confiadamente en brazos de Dios, quien a través del Espíritu Santo, guiará nuestros pasos y suscitará los recursos necesarios.

Así pues ¿qué debemos hacer para recibir el Espíritu Santo? ¿cómo podemos ser, también nosotros, revestidos de la fuerza de lo alto, como en un "nuevo Pentecostés"? ¿cuáles son los agentes de la evangelización?

Oración
Para saber cómo obtener el Espíritu Santo, tan sólo debemos fijarnos cómo lo obtiene Jesús y cómo lo obtiene la misma Iglesia, en Pentecostés:

Lucas describe el acontecimiento del bautismo de Jesús de la siguiente manera: "Mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él" (Lc 3,21-22). "Mientras estaba orando": fue la oración de Jesús la que abrió los cielos e hizo descender al Espíritu Santo

No mucho después, en el mismo Evangelio de Lucas, leemos: "Mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar" (Lc 5,15-16). Ese "pero" es muy elocuente; crea un contraste especial entre las multitudes que apremian y la decisión de Jesús de no dejarse arrastrar por las multitudes ni por el activismo, retirándose a dialogar con el Padre.

El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre los apóstoles mientras ellos hacían "constantemente oración en común" (Hch 1,14). "Constantemente" significa sin pausa y "en común", significa en un mismo pensar o sentir, "en un mismo Espíritu".

Dios se ha comprometido a dar el Espíritu Santo a quien ora. Lo único que tenemos que hacer es invocar al Espíritu Santo y rezar"¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le pidan!" (Lc 11,13).  "Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.(Mt 18, 19-20).

Pudiéramos pretender
decidir a quién, dónde, cómo y cuándo evangelizar, basándonos en nuestras aptitudes, conocimientos, preferencias, gustos, comodidades, etc., y después, pedirle a Dios que nos diera el "ok" o que el Espíritu Santo se "acoplara a nuestra idea".  Pero en realidad, le estaríamos diciendo a Dios: "Hágase mi voluntad".

O pudiéramos ponernos de rodillas primero y preguntarle a Dios qué quiere decirnos. De esta forma, sencillamente, nos sometemos a Dios, nos ponemos en actitud humilde, obediente y de apertura al poder de su Espíritu. Y entonces, le decimos a Dios: "Hágase tu voluntad".

La primera ac
titud es magia. La segunda, es gracia.

Sin oración, la evangelización es, sencillamente, inútil, estéril y baldía. Y lo es porque sólo a quien ora, Dios le concede su Gracia. Por eso invocamos al Espíritu Santo. Con fe firme, recibimos el poder necesario para cumplir la voluntad de Dios.

Sin oración, lo que sale de nuestra boca son palabras vacías, que no traspasan el corazón de nadie, que "no convierten"Son palabras "inútiles" que no dan fruto, "ineficaces" y "estériles". 

Sin oración, nuestro mensaje es un fraude, propio de un de falso profeta, que no reza y que, sin embargo, induce a los demás a creer que es palabra de Dios.

Pureza de intención
Además de la oración, para recibir el Espíritu Santo, es absolutamente necesario tener “pureza de intención”. Para Dios, una acción tiene valor según la intención con que se hace

Por eso, el Espíritu Santo no puede actuar si nuestra motivación evangelizadora no es pura. Dios no puede hacerse cómplice de la mentira ni potenciar nuestra vanidad.

Sin pureza de intención, procuramos la búsqueda de uno mismo, la exaltación de la propia vanidad y el foco en nuestro ego.  

Sin pureza de intención, no trabajamos la humildad, la obediencia y el amor. No seguimos los pasos del Maestro, al rechazar la cruz, morir a nosotros mismos y proclamar la gloria de Dios. 

Sin pureza de intención, elegimos una estrategia con la que manipulamos y violentamos a otros, con la intención de lograr un "bien" o un "resultado" egoísta y personal.

Amor
Una vez desechada la búsqueda de nosotros mismos y manteniendo una intención pura, necesitamos dar paso definitivo hacia al amor auténtico. 

El Evangelio del amor no se puede anunciar más que por y con amor. Si no amamos a las personas a las que anunciamos a Cristo, las palabras se transforman en piedras que hieren. Se trata de mirar a los demás con los mismos ojos con los que nos mira Jesús.

Para
 evangelizar, debemos derrochar el mismo amor de Nuestro Señor: el Amor más grande, el amor ágape: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
El amor puro y genuino solo nace de una amistad auténtica con Jesús, de una relación íntima con Dios. Sólo quien está enamorado de Jesús puede proclamarle al mundo con total convicción. ¿Le has dicho alguna vez que le quieres? o ¿das por hecho que como lo sabe, no se lo dices? ¿te suena esto?

Por tanto, amor por los hombres. Pero también y, sobre todo, amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos debe impulsar en todo cuanto hagamos. 

Enámorate de Jesús. Habla con Él siempre que puedas. Busca intimidad con Él. Haz todo lo que hagas por Él. Sólo por Él. Sólo para su gloria.