¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR


miércoles, 20 de enero de 2021

LA TENTACIÓN DE "QUERER SOBRESALIR"

"Y lo mismo que sobresalís en todo 
—en fe, en la palabra, 
en conocimiento, en empeño 
y en el amor que os hemos comunicado—, 
sobresalid también en esta obra de caridad. 
No os lo digo como un mandato, 
sino que deseo comprobar, 
mediante el interés por los demás, 
la sinceridad de vuestro amor. 
Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, 
el cual, siendo rico, 
se hizo pobre por vosotros 
para enriqueceros con su pobreza... 
Porque, si hay buena voluntad, 
se le agradece lo que uno tiene, 
no lo que no tiene. "
 (2 Corintios 8, 7-12)

Ocurre que, en ocasiones, cuando hablamos en entornos cristianos, sobre todo masculinos, laicos o sacerdotes podemos sentirnos tentados a convertirnos en el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Y, más que señalar y conducir hacia el amor del Padre, queremos dar un golpe de efecto, reclamar nuestros derechos, demostrar nuestros talentos, hacer ver a los demás lo "buenos y sabios" que somos, y lo "bien y correcto" que hacemos las cosas. 

Es entonces cuando queremos deslumbrar en lugar de alumbrar, cuando queremos sobresalir por encima de nuestros hermanos, en lugar de salir a abrazarles. Es entonces cuando, para "hacernos notar", nos "deshacemos" del Protagonista de nuestra historia que es Dios, denigramos a los demás actores que son nuestros hermanos y nos colocarnos en el centro de la escena. Es entonces cuando creemos y decimos¡yo soy infinitamente mejor que todos
Pero debemos tener cuidado y estar vigilantes porque esto es exactamente lo que hizo Satanás cuando se rebeló a Dios. Lucifer (del latín, que significa lucero, luz, ángel de luz, portador de luz) se sentía superior al resto de los ángeles (de hecho, lo era), a todos los hombres, a quienes despreció, e incluso a Dios, a quien se rebeló. 

Su sentencia "non serviam" desveló lo que su corazón albergaba: orgullo, vanidad, soberbia, altanería, arrogancia, engreimiento...Como el hermano mayor, se alejó de todos porque se sentía superior a sus sirvientes (de hecho, lo era), a su hermano menor, a quien despreció y juzgó, y sobre todo, al Padre, a quien increpó y rechazó.

Justo lo contrario que hizo Jesucristo, quien aceptó "servir" al Padre y al hombre (el "hermano menor") con humildad, modestia, docilidad y amor, iluminando al mundo, dando ejemplo y atrayendo a todos. Pero además, al regresar a la casa del Padre, el Señor nos dejó al Espíritu Santo para guiarnos e iluminarnos en la verdad y para dar testimonio de Jesús, no para que habláramos de nosotros, no para "sobresalir" (Juan 15,26-27).

Decía Santo Tomás de Aquino que hay dos tipos de comunicación: la locutio, un monólogo personal y autorreferencial que no interesa en absoluto a quienes escuchan porque se sienten lejanos, excluidos o incluso despreciados; y la illuminatio, un discurso integrador y empático que ilustra la mente, ilumina el alma y atrae el corazón de quienes escuchan.

En el primer caso, habitualmente, el auditorio "deja de escuchar" mientras que en el segundo, la atención de los oyentes va "in crescendo". El primero, sin un ápice de empatía ni de caridad, pretende imponer, con cierto desprecio implícito, "su yo" para vencer a "su ellos", es decir, "derrotar para ganar", alejándose de sus oyentes, mientras que el segundo, derrota "su yo" para ganar "su ellos", acercándose a sus interlocutores. 

La "illuminatio" es el mayor ejemplo y llamada para el cristiano: Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza... siendo Dios, se hizo hombre para divinizarnos. 
Cuando proclamo mi fe a mis hermanos o a otras personas, es preciso que entienda que se trata, no tanto de "brillar" ante ellos ni de "deslumbrarlos", como de iluminar 
el sendero y de alumbrar la oscuridad, para que todos puedan descubrir al verdadero protagonista, a la verdadera Luz: Jesucristo, que ilumina la Iglesia y el mundo.

Decía el cardenal Ratzinger que es preciso desechar ese paradigma “masculino" que adoptamos en nuestro modo de vivir y de hablar, que nos conduce sólo a dar importancia a las capacidades propias, a la acciones individuales, a la eficacia o el éxito particulares, para asumir un paradigma “femenino", que nos conduzca a la escucha, a la espera, a la paciencia y a la calma. Implícitamente, nos está dirigiendo a la Virgen María, nuestro segundo ejemplo más glorioso y brillante de "illuminatio" en el servicio a Dios y a los hombres, después de su Hijo. Ella dio "a luz" a la "Luz".

Por tanto, si me considero cristiano, debo ser luz del mundo (Mateo 5,13-16), reflejando la luz de Dios, como la luna refleja la del sol, como María refleja la de Jesús. Debo alumbrar a mis hermanos con la misma docilidad y humildad de Jesús, iluminar a mi prójimo con la misma delicadeza y gracia del Espíritu Santo, escuchar con la misma fe y ternura de María, y obrar con la misma misericordia y caridad de Dios Padre.
Para nosotros, los católicos, la caridad lo es "todo": la vida no depende de mis talentos ni de mis habilidades sino del amor con que los emplee. El amor es la luz que el mundo necesita. Sin amor, nada vale, de nada sirve (1 Corintios 13,1-13). El amor es el "qué" (contenido), el "cómo" (método) y el "por qué" (estilo) de nuestra fe cristiana.

El amor de Cristo convierte mi hablar en positivo, relevante y atractivo. La gracia del Espíritu proporciona a mis palabras empatía, credibilidad y amabilidad hacia los demás. La fe de la Virgen infunde en mi corazón la capacidad y la fortaleza necesarias para meditar y actuar de forma paciente, integradora y abierta. 

Dice San Pablo, en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, que pidamos en oración discernimiento, gracia y eficacia al hablar; que nos esforcemos por conseguir el amor y por anhelar los dones espirituales, pues no hablamos para hombres, sino para Dios; que no se trata de edificarse a uno mismo sino a la Iglesia de Cristo, procurando sobresalir para la edificación de la comunidad, no para nuestra vanidad, pues si no hablamos con el espíritu y el amor de Dios, es como si hablaramos al aire.

"Entonces, ¿qué, hermanos? 
Cuando os reunís, 
uno tiene un salmo, 
otro tiene una enseñanza, 
otro tiene una revelación, 
otro tiene don de lenguas, 
otro tiene una interpretación: 
hágase todo para edificación" 
(Corintios 14, 26)

JHR

domingo, 6 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO NO SE PUEDE CONFINAR

"Pero a mí no me importa la vida, 
sino completar mi carrera 
y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: 
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
(Hechos 20,24)

El Covid-19 ha trastocado todos los aspectos sociales, económicos, políticos, laborales y también, espirituales en todo el mundo. 

La pandemia ha cerrado casi todos los lugares de culto, templos e iglesias, ha interrumpido muchas actividades pastorales, ha suspendido todos los métodos, procesos y retiros evangelizadores, hasta el punto que pareciera que el Evangelio ha sido confinado.

Pero eso no significa que no podamos seguir haciendo apostolado porque los cristianos no podemos callar lo que hemos conocido y vivido. La pregunta es ¿cómo evangelizar en este tiempo de pandemia?

Dios, en su infinita sabiduría, nos invita a seguir el ejemplo del apóstol San Pablo, quien incluso confinado en la cárcel en Roma, continuó evangelizando, discipulando y dando ánimos a los cristianos de todas las Iglesias que fundó. Y todo por la Gracia divina.

De igual manera, en este tiempo de incertidumbre y de interrogantes, es la gracia de Dios la que nos invita al discernimiento y a la escucha orante, es decir, nos ofrece una ocasión para reconocer Su presencia en medio de nosotros y nos exhorta a comprender los signos de los tiempos que vivimos.

No olvidemos que la situación mundial de pandemia que Dios permite (como permitió la prisión de San Pablo) es también un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos. Y así, Dios utiliza los medios más insospechados para cumplir su plan salvífico. 

Dios nos quiere revelar algo, nos quiere enseñar una manera diferente de evangelizar, nos invita:

- al silencio y a la reflexión. Nuestra misión evangelizadora no trata tanto de "hacer" como de "ser", es decir, debemos reflexionar, meditar y comprender lo que Dios nos pide "ser" en estos momentos de duda y de perplejidad.

- a la vida interior y sacramental. Debemos mirar y escuchar a Cristo en nuestra oración y en el altar. Él nos susurrará lo que debemos hacer en cada momento. Nos llama a escucharle, a prestarle atención, alejándonos del "ruido" y del "activismo". Es tiempo de oración, penitencia y sacrificio.

- a la compasión y a la caridad. De forma personal y comunitaria, los cristianos debemos tomar conciencia de los problemas y sufrimientos de las personas. "Ser compasivos" significa "padecer con" los que están solos o desesperanzados, con los que han perdido el trabajo o la salud, con los que han perdido a un ser querido, para acompañarlos y socorrerlos, y así, dar testimonio del amor de Dios.
-a la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Sólo con humildad y sumisión al Espíritu Santo seremos capaces de afrontar con fe y confianza estos tiempos difíciles y los que seguirán a la pandemia. Nuestra confianza y esperanza en el futuro no pueden estar depositadas en las respuestas que el mundo (o nosotros) aporte, sino en el Plan perfecto de Dios.

- a la conversión personal. Necesitamos un cambio de mentalidad y de vida que nos aleje de cualquier voluntarismo pelagiano, activismo vano o cansancio escéptico. Son los pequeños gestos cotidianos, los milagros de "andar por casa", las virtudes heroicas y anónimas", las acciones realizadas "en lo escondido" las que, por sí mismas, harán la obra evangelizadora que el Espíritu de Dios nos suscita.
- a la conversión pastoral. Los obispos y sacerdotes, como mediadores y pastores del pueblo de Dios, están llamados a ofrecer una mayor cercanía, solidaridad y disponibilidad con los que sufren, y a mantener la unidad y fraternidad de los fieles ante las nuevas situaciones. Los laicos, como pueblo de Dios, estamos llamados a formarnos, a estar alerta y vigilantes.

Cristo nos exhorta a llevar esperanza allí donde todo parece perdido, a poner cercanía allí donde hay soledad, a sacar una sonrisa allí donde hay tristeza. Nos invita a iluminar todo nuestro alrededor con la luz con la que hemos sido iluminados por Él.

Es tiempo de elegir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo, de optar entre lo efímero y lo eterno, de escoger entre lo necesario y lo prescindible.

Nuestros miedos e inseguridades, nuestras súplicas y ruegos despiertan a Jesús en medio de la tempestad. Él nos insta a no tener miedo, a ser valientes, a no preocuparnos y a confiar en Él porque está con nosotros en la barca, que es la Iglesia.

Cristo nos llama a ser una Iglesia evangelizadora, es decir, a seguir su ejemplo y a hacer lo que hizo Él: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, hacer discípulos, enseñar, curar enfermos, compartir tiempo con pecadores, dar de comer a hambrientos y de beber a los sedientos. 
El Señor nos llama a ser una Iglesia apostólica, es decir, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y oprimidos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios, servir al prójimo y procurar la salvación de todas las almas.

Nos llama a ser pescadores de hombres, a remar mar adentro, a lanzar la red por el otro lado, a pescar en circunstancias y tiempos adversos, a no confiar en nuestros conocimientos y pareceres. Nos llama a tener fe y confianza.


El Evangelio no se puede confinar
.

jueves, 13 de agosto de 2020

CARITAS IN ECCLESIAE


"Tuve hambre y me disteis de comer, 
tuve sed y me disteis de beber, 
fui forastero y me hospedasteis, 
estuve desnudo y me vestisteis, 
enfermo y me visitasteis, 
en la cárcel y vinisteis a verme.
En verdad os digo 
que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
conmigo lo hicisteis" 
(Mateo 25, 35-36)

A lo largo de los siglos desde su creación, la Iglesia ha trabajado al servicio del hombre y de su bienestar. Ha atendido la salud, la formación, la economía y la calidad de vida de los hombres. Ha acogido a los refugiados, ayudado a los pobres y curado a los maltratados. La Iglesia ha defendido siempre la dignidad humana como mandato divino.

Sin embargo, la Iglesia se convierte en una organización humana, en una ONG, en el momento en que sólo trabaja por y para el hombre.

Los pobres a quienes servimos, los necesitados a quienes ayudamos, los heridos a quienes atendemos tienen que saber en nombre de Quién les amamos, tienen que saber el origen de nuestra generosidad.
La Iglesia ama al hombre porque ama a Cristo y porque ha sido amada por Él. Sin amor a Dios, la generosidad es un acto árido. Sin proclamar a Dios, la caridad es una obra infructuosa.

La caridad nunca impone la fe pero tampoco la oculta o la calla. Es el mejor testimonio de Dios: habla por boca de Dios y muestra Su amor gratuito.

El hombre se ha vuelto sordo, ciego y autista para las cosas eternas: ha olvidado que existe el cielo y ha obviado su necesidad de Dios.

Por eso, la Iglesia, en su misión caritativa, debe proclamar a Dios, debe recordar que todo lo que hace y ofrece es por amor a Dios y que todo procede del amor de Dios y no mostrar la labor humanitaria en sí misma. Es Dios quien regala amor y no una institución.
La caridad de la Iglesia no puede:

- convertirse en un "activismo mundano" que pretenda ser popular sino en un servicio a Dios a través de la ayuda al hombre.

- medirse, evaluar o cuantificarse en términos de eficacia humana sino en base a la infinita misericordia divina.

- ser una organización que "facilite cosas" al hombre sino en una Madre que le ponga en presencia del Padre.

- ser una institución a imagen del hombre solidario, humanitario y social sino la imagen de Dios.

- ser una administración que "gestione recursos materiales y humanos" sino portadora de Cristo.

- ser una construcción según los "movimientos y criterios del mundo" sino un faro en el que toda su acción esté iluminada por Cristo y refleje Su luz. 

- ser una asociación benéfica ni un club de "gente buena" que se ocupa del cuerpo sino preocupada por la salvación del alma.

- un medio de autorrealización y autosatisfacción propia sino una obra para la gloria de Dios.

- un ente mundano y profano, "social y políticamente correcto", que no ofrece ningún encanto ni atracción especial sino un lugar de encuentro con Dios.

- un "objeto de usar y tirar", mediocre, "desfigurado" y sin identidad sagrada sino un camino hacia Dios.

- un "mercadillo" donde se cambie y se comercie con alimentos y ropa sino una casa de oración. 

Porque la Iglesia es la casa de Dios.



sábado, 17 de agosto de 2019

EL CRECIMIENTO EFICAZ DE LA IGLESIA PRIMITIVA


El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña el modelo de expansión milagrosa y crecimiento eficaz de la Iglesia que empieza a raíz de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo. 

Al principio, la Iglesia contaba con, al menos, 120 creyentes, que oraban constantemente. "Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. Un día de aquellos, en que se habían reunido unos ciento veinte" (Hechos 1, 14-15).

Tras Pentecostés, las conversiones se producían continuamente y los cristianos aumentaban exponencialmente, llegando a 3.000 bautizados."Y los que acogieron su palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas."
(Hechos 2, 41).

El número de cristianos había crecido hasta los 5.000. "Muchos de los que oyeron el discurso creyeron; y el número de los hombres llegó a unos cinco mil." (Hechos 4, 4). Si contamos a las mujeres y a los niños, la iglesia tenía al menos 15.000 personas.
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Los cristianos seguían creciendo en numero y se producían muchos milagros. "Y el número de hombres y mujeres que creían en el Señor aumentaba cada vez más. De las aldeas próximas a Jerusalén acudía también mucha gente llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos eran curados." (Hechos 5, 14-16). "La palabra de Dios crecía, el número de los fieles aumentaba considerablemente en Jerusalén, e incluso muchos sacerdotes abrazaban la fe." (Hechos 6, 7).

La Iglesia crecía y, a la vez, era perseguida. La persecución hizo que los cristianos se dispersaran por todo el mundo conocido, produciendo así la expansión de la fe cristiana.

Uno de los mas fervientes perseguidores de los cristianos fue Saulo, quien, camino de Damasco, se convirtió milagrosamente. Y así, nació en la Iglesia la gran figura del Apóstol de los Gentiles, San Pablo, que llevó el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Con la predicación de San Pablo, la Iglesia de Cristo crecía y se multiplicaba, pasando de los judíos a los gentiles. "Mientras tanto la palabra del Señor crecía y se multiplicaba." (Hechos 12, 24). "La palabra del Señor se difundía por todo el país." (Hechos 13, 49). 
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Con los viajes evangelizadores de San Pablo, se fundaban muchas iglesias y se instituían presbíteros. "Instituyeron presbíteros en cada Iglesia" (Hechos 14, 23). "Muchos judíos abrazaron la fe, así como gran número de paganos, mujeres distinguidas y hombres." (Hechos 17, 12).

Hechos 21,20 nos relata que la Iglesia contaba con decenas de miles de cristianos. Podríamos estar hablando probablemente  de 50.000 a 100.000 cristianos.

En sólo 25 años, la Iglesia de Cristo creció y creció de forma milagrosa. ¿Por qué? ¿Cuál fue la razón de este crecimiento?

La clave del crecimiento 

En Hechos 5, 42 nos da la clave de este crecimiento: "Todos los días pasaban tiempo en el templo y en una casa tras otra. Nunca dejaron de enseñar y decir las buenas noticias de que Jesús es el Mesías". 
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Se reunían en grupos  grandes en el templo para el culto y proclamar la Palabra, y en grupos pequeños en casas para hacer comunidad y formarse. 

Este modelo bíblico tan eficaz todavía funciona hoy pero apenas lo utilizamos. Si queremos que nuestras parroquias crezcan, tenemos que reunirnos en grupos pequeños para afianzar la comunidad, y en grupos grandes, para alabar a Dios. Y sobre todo, "nunca dejar de enseñar".

¿Qué hicieron estos primeros grupos pequeños? ¿Cuáles fueron los pilares sobre los que se construyó y creció la Iglesia de Cristo?

Discipulado

Los apóstoles ponían en práctica el mandato de Cristo "Haced discípulos". Enseñaban en el templo el domingo, y la gente estudiaba sus enseñanzas con mayor profundidad en sus hogares. 

No dejaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva ni un solo día. Al hacerlo, todos crecían y maduraban espiritualmenteAquí está la cuestión: anunciamos a Jesús pero no enseñamos acerca de Él. Y sin alimento, no se puede madurar.

La formación es nuestra asignatura pendiente. Y lo es porque la damos por hecho, y mucha gente desconoce aspectos doctrinales básicos.  La fe que no se enseña ni se comparte, se pierde.

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"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles." 
(Hechos 2, 42)

"No dejaban un día de enseñar, en el templo y en las casas, 
y de anunciar la buena noticia de que Jesús es el mesías." 
(Hechos 5,42)

Comunidad

Eran constantes. Perseveraban. Hacían comunidad. Vivían en fraternidad y unidad. Compartían todo.

Comían juntos y desarrollaban relaciones entre sí. Alababan a Dios y eran bendecidos con su gracia.

¡Cuántas veces nuestra inconstancia y falta de compromiso hace que nos rindamos! ¡Cuántas veces miramos hacia otro lado ante las necesidades de nuestros hermanos! ¡Cuántas veces "consumimos" una fe particular y privada! ¡Cuántas veces chismorreamos y juzgamos a los demás creando división!
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"Eran constantes en la unión fraterna (...).
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. 
Vendían las posesiones y haciendas, 
y las distribuían entre todos, 
según la necesidad de cada uno". 
(Hechos 2, 42 y 45)

"Partían el pan en las casas, 
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 
El Señor añadía cada día al grupo 
a todos los que entraban por el camino de la salvación." 
(Hechos 2, 46 y 47)

Adoración

Estos primeros grupos pequeños de cristianos participaban en la comunión y adoraban juntos en el templo. Iban todos los días. Vivían la Eucaristía.

Los Apóstoles perseveraban en  la oración, en el culto y la proclamación de la Palabra.

¡Cuántas veces nos olvidamos de rezar! ¡Cuántas veces acudimos a misa pero estamos "ausentes", pensando en nuestras cosas!
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"Todos los días acudían juntos al templo
(Hechos 2, 47)

"Nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra" 
(Hechos 6, 4)

Servicio

Se ayudaban los unos a otros por caridad. Vendían sus posesiones para ayudar a los que lo necesitaban. Se apoyaban mutuamente.

Todo lo tenían en común. No había mendigos ni indigentes. Repartían todo a quienes tenían necesidades.

¡Cuántas veces vamos cada uno a lo nuestro! ¡Cuántas veces acaparamos "nuestras cosas" y no las compartimos! ¡Cuánto nos cuesta repartir nuestros dones y nuestros recursos con los demás!
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"Vendieron propiedades y posesiones para dar a cualquiera que lo necesitara" 
(Hechos 2,45)

"Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, 
y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, 
sino que tenían en común todas las cosas(...) 
No había entre ellos indigentes, 
porque todos los que poseían haciendas o casas las vendían, 
llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles
 y se repartía a cada uno según sus necesidades." 
(Hechos 4, 32, 34 y 35)

Evangelización

Anunciaban la Palabra de Dios y evangelizaban. No podían callar lo que habían visto y oído.

Los Apóstoles no se quedaban quietos. Iban y evangelizaban por todas las aldeas. Era, en efecto, una "Iglesia en salida".

Si las personas se convertían a la fe en Cristo diariamente, ¡eso significa que la Iglesia veía al menos 365 conversiones al año! Dios bendecía estos grupos haciendo crecer el número de creyentes todos los días.

¡Cuántas veces pensamos que eso de evangelizar es labor de curas! ¡Cuántas veces creemos que eso no va con nosotros! ¡Cuántas veces preferimos la propia comodidad frente al sacrificio por otros!
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"Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (...) 
y anunciaban con absoluta libertad la palabra de Dios." 
(Hechos 4, 20 y 31)

"El Señor añadía a su número todos los días a los que se salvaban". 
(Hechos 2, 47)

¿Por qué fue eficaz?

La Iglesia Primitiva fue eficaz porque:

la fundó Jesucristo.
- estaba llena del Espíritu Santo. 
- era un estilo de vida de amor y alegría.
- estaba unida y utilizaba los dones de todos.
vivían la Eucaristía y rezaban a diario.
se formaban y testificaban con su vida.
todos eran apóstoles misioneros.
compartían todo y se ayudaban mutuamente.
- creaban comunidad en grupos.

Estos pequeños grupos que describe el libro de Hechos constituyeron un microcosmos dentro de la Iglesia. Células evangelizadoras que multiplicaron la gracia de Dios, desde lo pequeño a lo grande, desde el interior al exterior, haciendo crecer y fructificar a la Iglesia.

Y lo hicieron a través de los cinco propósitos de la Iglesia: Adoración, Comunidad, Discipulado, Servicio y Evangelización. 

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La Iglesia actual debe fijarse en la primitiva. Sólo si tenemos a Cristo como centro y nos llenamos de Espíritu Santo, pueden ocurrir milagros. 

Sólo si aplicamos los cinco propósitos de la Iglesia de forma natural, el crecimiento será automático y exponencial. Sólo si existe amor y alegría entre nosotros, los demás querrán tener lo que nosotros tenemos y unirse a nosotros. 

¿Ponemos esos propósitos en marcha en nuestras parroquias? ¿Imitamos el modelo de la Iglesia primitiva para que crezca nuestra Iglesia? ¿Seguimos nosotros hoy escribiendo el libro de los Hechos de los Apóstoles?

miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA CARIDAD BIEN ENTENDIDA

"Ante todo, amaos ardientemente unos a otros, 
pues la caridad alcanza el perdón de todos los pecados." 
 (1 Pedro 4,8)

Acontecimientos dolorosos recientes me han llevado a meditar y escribir sobre el error que algunos cometen al confundir caridad con amor, cariño con permisividad, misericordia con negación del pecado.

Según el Catecismo, la caridad es la "virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos" (CIC 1822). Por tanto, la caridad implica amar a Dios sobre todas las cosas y "todas las cosas" significa todo.

La c
aridad va más allá de todo, es mucho más que amor, es mucho más que solidaridad. Mientras que el amor es natural, la caridad es sobrenatural. Mientras que la compasión es humana, la caridad es divina.  

La caridad bien entendida es tener en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama y lo que Dios ama. Nos exhorta a vivir en el Amor, en la Verdad, en la Bondad y en la Belleza.

Muchas veces interpretamos la caridad erróneamente y confundimos ser caritativos con ser permisivos, amar con admitirlo todo, ser buenos con tolerar la mentira.

Imagen relacionadaLa caridad bien entendida implica buscar que mi prójimo comprenda que no todo está bien, que no todo vale.  De la misma manera que cuando educamos a nuestros hijos, a veces, tenemos que decirles "no" porque les queremos, amar al prójimo tampoco significa que  debamos ser permisivos sino, porque le amamos, debemos hacer que comprenda que no todo está bien, que no puede hacer todo lo que desee y que, en ocasiones, tendrá que aceptar un "no".

El amor incondicional de Dios no quiere decir que esté de acuerdo con todo lo que hacemos o decimos. La caridad bien entendida implica ayudar a otros a descubrir sus errores y ponerlos ante Dios, que está por encima de todo.

Por eso, no podemos excusarnos en su infinita misericordia para hacer lo que queramos ni para asumir del Evangelio lo que nos parece bien y desechar lo que nos parece mal. Nosotros no decidimos lo que está bien o mal. Es Dios.

La caridad bien entendida implica expresar al prójimo que están en un error y corregirlos con amor. Y porque les amamos, estamos llamados a buscar la santidad de nuestros hermanos.

Confundir caridad con afecto, misericordia con "todo vale" no es la voluntad de Dios. Ante la mentira, el error, el pecado, no podemos pensar "como le quiero, no puedo decirle no". Eso no es caridad. Si lo hacemos, no estamos amando a nuestro prójimo.

La caridad bien entendida exige "amar correctamente", no como nosotros pensamos que debemos amar, no según nuestro criterio humano sino según el criterio divino.

La caridad bien entendida es vivirla al modo de Jesús, es decir, implica renuncia e incomodidad. Por ello, si creemos que estamos siendo caritativos pero nuestra intención o la experiencia está siendo demasiado cómoda, cuestionemos qué hacemos mal. Santa Teresa de Calcuta decía: "El amor, para que sea auténtico, debe costarnos". "Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal".

A menudo, confundimos caridad con solidaridad o con corporativismo. La caridad bien entendida debe acompañar al prójimo hacia su sanación, hacia el arrepentimiento sincero de sus errores, para que él mismo pueda vivir la caridad no sólo como el beneficiario, sino que como quien ama. 

Los cristianos no amamos por lástima ni porque nuestro prójimo sea una persona que nos cae bien. Amamos porque Dios nos ama y porque Jesús lo instituyó como mandamiento. Amamos porque nuestro Señor es el centro de nuestra vida y porque hemos experimentado su amor. 

La caridad bien entendida debe ser apreciativa, es decir, cuando la inteligencia comprende que Dios es el máximo bien y es aceptado conscientemente por la voluntad, y efectiva, cuando lo demostramos con acciones. Pero no es necesariamente sensible (cuando el corazón lo siente), pues ni nuestra fe, ni nuestra esperanza ni nuestra caridad dependen de los sentimientos.

viernes, 29 de junio de 2018

CARIDAD Y VERDAD

"El amor se alegra de la verdad"
(1 Corintios 13,6)

El mensaje evangélico que Jesucristo vino a mostrar al mundo es el Amor verdadero. El amor ("caritas") es una fuerza extraordinaria que proviene de Dios, Amor eterno y Verdad absoluta, y que nos mueve a comprometernos con valentía y generosidad. Es pues, también, la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (Mateo 22,36-40).

Caridad y Verdad han de ir unidas. San Pablo propugnaba la veritas in caritate"para que no seamos niños vacilantes y no nos dejemos arrastrar por ningún viento de doctrina al capricho de gente astuta que induce al error; antes al contrario, practicando sinceramente el amor, crezcamos en todos los sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo." (Efesios 4,15). 

Pero también es necesario tener en cuenta el sentido inverso y complementario de caritas in veritate con el que Benedicto XVI en su Encíclica, nos ilumina: caritas, sí, pero in veritate , es decir, según la doctrina de la Iglesia, depositaria de la Verdad revelada.
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Dar pan al hambriento y de beber al sediento, es amar pero sólo por compasión. Acoger a los marginados y discriminados, es amar pero sólo por misericordia. Hace falta algo más. Movernos sólo por compasión  o misericordia convierte la Verdad revelada en un simple "buenismo sentimental humano" que no implica un compromiso auténtico y sobrenatural, pues corre el riesgo de convertirse en una simple "limpieza de conciencia". Se queda en la tierra y no llega al cielo.

El punto está en hacerlo por y para Dios, y desde su voluntad, desde su verdad. La Caridad, desprendida de la Verdad de Cristo, se convierte en un simple afecto, en un sentimentalismo compasivo que mira al prójimo y dice: "pobrecito" 

Este engañoso "amor" corre el riesgo de quedarse en el ámbito humano de las emociones y de las opiniones arbitrarias, susceptible de ser distorsionado, de abusar de su uso y alterar su significado. ¡Cuidado! Un amor sentimental y opinable es un envoltorio muy bonito pero vacío de significado sobrenatural, que se rellena arbitrariamente con lo que cada uno quiere. Nuestro amor sólo trasciende desde el ámbito divino de la verdad.

Por tanto, la misión de la Iglesia no es convertirse en la mayor ONG del mundo; ni la nuestra, hacer un "brindis al sol por el Amor". Para eso no fundó Jesucristo su Casa sobre la Roca. Para eso no nos dio el mandato de "Id y hacer discípulos".

La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad, a través de la razón y la fe, y así adquiere el carácter sobrenatural que Cristo quiso darle al Amor. 

Pretender buscar, encontrar y dar el Amor al margen de Dios y desde nuestro punto de vista subjetivo, es del todo inútil porque sin Dios el hombre no sabe adonde ir ni tampoco logra entender quién es. 

Cristo, que es el Amor, la Verdad, el Camino y la Vida (1 Juan 4,8; Juan 14,6) nos dice: "Sin mí no podéis hacer nada" (Juan 15,5), pero también nos anima: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo" (Mateo 28,20). 

Sólo hay un Amor, una Verdad, un Camino y una Vida. Lo de "todos los caminos conducen a Roma" (a Dios) es, sencillamente, una falacia y una distorsión del mensaje cristiano.

Fuente: 

-Carta Encíclica "Caritas in Veritate" 
(Papa Benedicto XVI, Roma, 29 junio de 2009)