¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 28 de septiembre de 2016

TU TESTIMONIO NO TRATA DE TI





Vivimos en la época del narcisismo. Es la era de la auto-realización, la era de una carrera incesante hacia la perfección personal, la era de mostrarse al mundo uno mismo: redes sociales, tele-realidad, selfies… 

La sociedad actual se ha vuelto egocentrista, y con ella, también nuestra Iglesia. La Iglesia se ha vuelto auto-referencial, de mantenimiento y sólo se mira a sí misma, en lugar de hacia el exterior. En lugar de hablar de la existencia de Dios, de la verdad objetiva del Evangelio y la fiabilidad histórica de la Resurrección, muchos sacerdotes han pasado a sustituir las homilías por testimonios personales: lo que denomino "el yoismo"

Esta contextualización no es necesariamente mala. En una era posmoderna, los testimonios son, a menudo, muy poderosos a la hora de alcanzar almas para Dios, de acercarnos a los alejados. Los testimonios pueden ser una forma valiosa para compartir las buenas nuevas de Jesús. Pero en una sociedad en la que incluso los cristianos están sumidos en el individualismo, el hedonismo y la egolatría, nuestros testimonios pueden también sonar fácilmente como una historia de autobombo, de búsqueda de aceptación social. 

Incluso, algunos testimonios personales se reducen a esto: "¡Mira! Dios es grande, porque yo yo yo… ". No se trata de verdaderos “caminos a Damasco”, sino más bien, selfies espiritualmente polarizados, disfrazados de una pobre espiritualidad. 

"Testimonios selfies" 

Una caricatura exagerada de un testimonio auto-promocional podría ser: 

"Mi vida era un desastre. Era un completo caos. Solía ​​hacer esto, lo otro y lo de más allá. No te creerás algunas de las cosas que yo hacía. Ahora, he encontrado el significado de mi vida en la religión. Porque Jesús murió en la cruz para cambiar mi vida. Gracias a Dios ya no soy como antes. Ahora vivo una vida correcta. Me despierto con el propósito todos los días de amar al prójimo. Estoy en una ONG ayudando a los niños de África y eso da sentido a mi vida. No paro de trabajar, de viajar, estoy agotado..." 

Sinceramente, ¿esto es el Evangelio? ¿esto es hablar de Dios? Yo creo que no. Más bien, son experiencias de auto-ayuda narcisista que buscan la auto-promoción y la alabanza de otros y que se pueden encontrar en cualquier librería de unos grandes almacenes. 

No basta con añadir un toque de Dios. No basta con realizar actividades buscando nuestra propia satisfacción (material o espiritual) o nuestra gloria personal. Hace falta algo más. 

Narcisismo y Postmodernismo 

A medida que nuestra sociedad ha centrado el foco más en las vivencias y en los testimonios personales que en la verdad y en la alegría del Evangelio, la iglesia adaptándose al momento, los ha declarado correctos y los ha alentado. 

Pero las historias que a veces se cuentan, a menudo están cada vez menos centradas en Jesús y en su mensaje de amor. Con el fin de evitar el debate, nuestros testimonios habitualmente, se centran menos en la vivencia, experiencia y gloria de Dios y más en nuestras vidas exitosas y dignas de elogio. 

El problema es el cambio sistemático en el énfasis: alejado de Dios y más hacia nosotros mismos. "Dios es grande porque ... yo, yo, yo…" 

No. Dios es grande, porque es Dios. A Él le debemos toda la gloria y alabanza. 

Evangelio "light" 

Este nuevo "evangelio" de vidas aparentemente "transformadas" es un evangelio light con un mensaje descafeinado, fabricado a la medida porque está centrado en el hombre, que no es sino un planeta sin sol y los planetas no brillan por si solos. 

Parece que el mensaje es: "Compartir tu fe es fácil! Sólo debes contar tu historia. No necesitas saber mucho acerca de la Biblia, ni de Dios, ni de la Iglesia. Dios está para transformar vidas. Jesús vino a cambiar vidas". 

Esto es peligroso, y aunque es sólo parcialmente cierto, nos convierte en el centro del Evangelio. Ninguna de las afirmaciones anteriores es necesariamente mala, pero la auto-promoción repetida hasta la saciedad, separados de la gloria de Dios, que sustituye el Evangelio de Dios por una experiencia centrada en el hombre, no es correcta. 

Del verdadero mensaje a la idolatría 

Hemos sido creados para el culto, para adorar a Dios. Si no es a Dios a quien adoramos, adoramos a alguien o algo. O en muchos casos, nos adoramos a nosotros mismos. Damos testimonio al mundo acerca de cómo este o aquel método, retiro, circunstancia nos ha transformado y ha llenado todo nuestro ser. 

Parece que todos tenemos una historia que contar sobre nuestra vida, y nos parece única y especial. Seleccionamos y perfilamos los detalles que nos interesan, cortamos el resto y lo pegamos en nuestro testimonio. Pintamos una novela y conformamos una versión al más puro estilo "muro de Facebook". Exponemos sólo lo que nos hace ser admirados. 

¿Queremos que nuestro testimonio mueva al mundo a imitar a Jesús o a nosotros? ¿Queremos llegar al mundo? Entonces, ¿por qué jugamos su propio juego? ¿Por qué disminuimos el verdadero mensaje del evangelio hacia un evangelio testimonial, particular y luego tratar de vendérselo al mundo? 

Vidas transformadas en apariencia

Muchas religiones, filosofías, espiritualidades e incluso nuevas costumbres sociales cambian nuestras formas de actuar. Pero muchas de nuestras actividades o experiencias personales sólo buscan la propia auto-realización, esa que todos idolatran. 

Si nuestra vida ha cambiado, está bien, pero eso no es todo. 

El fin último de nuestra existencia es la gloria de Dios vivo, la cual nos debe hacer diferenciar claramente entre un testimonio secular de cambio de actitudes o costumbres y un cristiano que testifique realmente de Jesucristo. 

El testimonio mundano se centra en la propia forma y en el modo en que uno llega a cambiar, a pesar de los obstáculos en el camino, pero no en Dios. 

El testimonio cristiano se centra en la persona de Cristo: Una luz que nos hace caer de nuestro caballo, nos ciega y nos llama al arrepentimiento. Una verdad que nos libera de las esclavitudes y ataduras de este mundo. Un camino que nos conduce a ser testigos vivos suyos, a cargar con nuestra cruz y sufrir por su causa. Una vida que nos configura con Él: "Ya no vivo yo en mí. Es Cristo quien vive en mí".

martes, 8 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: UNA CASA DE DOLOR


"La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
 no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales... 
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar 
se  convierte en autorreferencial y entonces se enferma".

Papa Francisco


La Iglesia se ha vuelto autorreferencial y ha enfermado, envejecido y va inexorable hacia la muerte, pues ya no glorifica a Cristo sino a sí misma. Se ha convertido en un sanatorio, en una casa de dolor, un dolor institucional y colectivo, pero también individual.

La Iglesia ha de ser reconstruida, debe ser sanada y el primer paso para curarse es reconocer el dolor. El dolor nos hace darnos cuenta de que algo va mal y por eso, acudimos al doctor, quien nos pide que le describamos el dolor, que se lo confesemos.

Confesar los síntomas y reconocer que algo va mal en la Iglesia no es ir contra ella. Más bien al contrario, es preocuparse por diagnosticar el dolor y poner todos los medios para curarlo.

El padre Mallon en su libro "una renovación divina" nos enumera los síntomas de dolor que padece la Iglesia:

Declive familiar. 

Lo encontramos al ver como tantos familiares, hermanos, padres, hijos y nietos, se apartan de la Iglesia y de la fe en Dios.

La familia biológica y la familia de fe han dejado de ser la misma cosa. Y nos preguntamos ¿qué hemos hecho mal?

Sinceramente no lo sabemos. Hemos hecho con nuestros hijos que lo mismo que nuestros padres con nosotros pero nadie nos ha avisado que las reglas han cambiado. 

Ni siquiera lo saben los sacerdotes, que no han sabido reconocer los síntomas y hacer sonar las alarmas, que no han sabido ver “la fiebre”, prueba inequívoca de infección. Y todo esto causa dolor.

Declive institucional.

Es el resultado de la pérdida de muchas de las instituciones de la Iglesia que formaban parte de su identidad y eran motivo de orgullo. 

Es patente el declive de la institución en su labor social y caritativa con la pérdida de numerosas obras de misericordia corporales y espirituales. 

Antaño se alimentaba a los hambrientos en comedores, se acogía a los abandonados en orfanatos, se educaba a los analfabetos en colegios, escuelas y universidades y se cuidaba a los ancianos y enfermos en residencias y hospitales.

Declive parroquial.

Lo encontramos en el colapso de las estructuras parroquiales: cierre de parroquias, fusiones de parroquias, etc. 

Es verdad que la Iglesia son las personas y no los edificios, pero cerrar una iglesia es siempre algo trágico y nos duele, aunque podamos racionalizar el hecho aludiendo a la mejora administrativa, económica o al descenso del número de sacerdotes para dirigirlas. 

No cabe duda de que es consecuencia de que la Iglesia no está sana ni crece.

Declive de confianza y credibilidad. 

Viene reflejado en el dolor de los fieles, sacerdotes, laicos y religiosos a causa de los devastadores escándalos sexuales de abuso de niños por parte de sacerdotes. 

Y aunque estos crímenes de abusos sexuales han sido perpetrados por una pequeña minoría de individuos, la comunidad entera se resiente, cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufren.

Declive sacerdotal.

Es consecuencia de la pérdida de credibilidad y el sentimiento de vergüenza que pende sobre la cabeza de cada sacerdote por causa de los que han cometido los delitos, los han encubierto o los que no han actuado contra ellos, genera dolor crónico y persistente en el seno de la Iglesia.

Un dolor que se exterioriza en la acusación generalizada de asociar a la figura del sacerdote como un “pedófilo”. Una acusación del todo infundada, inmerecida y no deseada, pero real y que lleva a muchos sacerdotes a experimentar una gran vergüenza por su identidad difícil de mitigar.

El dolor sigue ahí, como una migraña persistente y sorda y el daño perdurable causado en tantos frentes por la tragedia, continua siendo una fuente de dolor que siempre está presente.

Declive identitario.

A  tanto a nivel individual, por parte de la iglesia, que se ha dedicado a conservar lo que tiene como si de un club privado se tratara, y colectivo, por parte de los parroquianos, quienes continuamente quieren hacer constar su deseo de que todo siga igual.

No obstante, existen algunos curas que trabajan en las trincheras y se aferran desesperadamente a la pasión que les hizo un día elegir el “dejarlo todo” y hacerse sacerdotes, y que sólo reciben tiros por todas partes. 

Ellos (y algunos “laicos locos”) son los que mantienen viva la llama de la fe encendida en sus corazones, quienes todavía anhelan y se esfuerzan, con gran coste personal, para que llegue la renovación.

El sacerdote involucrado en la renovación parroquial se encuentra ante un dilema estresante y de difícil solución: se halla atrapado entre un obispo que no está por la labor de renovar sino de "mantener todo funcionando y abierto ", su propio sentido del deber misionero y unos parroquianos extremadamente exigentes que quieren hacer constar que esperan que nada cambie y que quieren jugar la nueva competición con las reglas del pasado.

Se trata de una experiencia muy dolorosa basada en la sensación de ser "carne fresca para los leones". El sacerdote se ordena para ofrecer su vida en sacrificio pero no a una máquina hambrienta y autorreferencial que vive en sí, de sí y para sí.
  
Es el dolor del sacerdote de cuestionarse para qué entregó su vida si se ve forzado a desarrollar una teología personal que racionalice la falta de fruto, la falta de salud, la inexorable decadencia  y la locura de hacer una vez y otra vez las mismas cosas esperando resultados diferentes.

Con todos los sueños de renovación rotos, el ministerio pastoral consiste simplemente en ser un loco por Cristo y quedarse al pie de la cruz para así poder encontrar algún significado a su sufrimiento de ver a su Iglesia enferma y en decadencia.

¿Qué opciones les quedan a los sacerdotes?

1.   ABANDONAR QUEDÁNDOSE.

Dejar escapar todo vestigio de pasión, celo o idealismo. Perdida la esperanza de toda posibilidad de renovación y atados por el miedo, se quedan en sus puestos (como Denethor, en El Señor de los Anillos).

Cumplen con sus tiempos de servicios hasta la jubilación porque no tiene otra opción. Se han resignado a la inevitable decadencia y muerte.

El papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, los define como una forma de “mundanidad” que “…prefieren ser generales de ejércitos derrotados, antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.

2.   LUCHAR QUEDÁNDOSE.

Aferrarse a la visión, al celo y a la pasión que le sedujeron al ordenarse para entregarse. Es todo un combate cuerpo a cuerpo cuya clave es la lucha por la esperanza.

Es una batalla donde no debe olvidarse que la Iglesia es un regente, un senescal, un administrador que espera el Retorno del Rey para reclamar lo que es suyo.

Es una pelea contra la visión distorsionada y parcial de la realidad con la que el Diablo nos confunde y nos manipula hacia la pérdida de la esperanza (Igual que Denethor confundido por Sauron).

El dolor personal sin esperanza no lleva a la vida sino que se la lleva. El dolor de la Iglesia necesita ser verbalizado en el contexto de la fe y así convertirlo en sufrimiento, que es el dolor con el que luchamos, pero con esperanza porque puede ser redimido.


"Una renovación divina"
P. James Mallon