¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 24 de marzo de 2018

OVEJAS SIN PASTOR

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"Y al ver a la gente, se compadecía de ella, 
porque estaban cansados y decaídos como ovejas sin pastor" 

(Mateo 9,36)

Lo que hoy escribo no va destinado a nadie en concreto y a todos en general. Bien sabe Dios que me duele confesar todo el mal que existe dentro de la Iglesia, pero es una realidad que escuchan nuestros oídos de los Santos Padres, que recoge nuestra mirada sosegada de la Palabra, y que muchos sentimos y lloramos, en no pocas parroquias de España. 

No puedo, ni debo callar...y mucho menos, mentir. Y lo hago por amor a mi Dios, a mi Iglesia, depositaria de la fe de Jesucristo, y a mis sacerdotes.

Hay, por desgracia, en la Iglesia católica, algunos curas y obispos que no riegan la viña con celo apostólico y misericordia pastoral, que abandonan a su suerte al rebaño, tratando de ocultar miserias, disimular vergüenzas y disfrazar desgracias de la imparable "auto-demolición" del Cuerpo Místico de Cristo.

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¡Tenemos que ponernos las pilas para no caer en cómplices silencios, en colaboradores disimulos! ¡Es urgente que abramos puertas y ventanas al Espíritu Santo para que salga el "humo de Satanás"! ¡Qué poco audaces somos los hijos de la luz! ¡Qué poco astutos somos los católicos! ¡Qué pocos valientes somos los cristianos!

Creo que el problema de nuestros errores, nuestras incoherencias y nuestros "aggiornamientos" comenzarán a ver la luz al final del túnel cuando haya curas y obispos que dediquen más tiempo a la oración (que los hay) y no tanto al activismo; cuando haya curas y obispos apasionados por el Pueblo de Dios (que los hay), que den cabida a los laicos en los asuntos eclesiales; cuando haya curas y obispos sin miedo a proclamar la verdad, aunque duela (que los hay); cuando haya curas y obispos que comprendan que todos formamos parte del pueblo de Dios (que los hay); cuando haya curas y obispos que entiendan que son pastores del rebaño del Señor y administradores de Su viña (que los hay) y no sus propietarios.

Resultado de imagen de OVEJAS SIN PASTOR¡Qué dolor, Señor mío, padecer a una teorizante y orgullosa jerarquía tan alejada del Pueblo! ¡Qué desazón, encontrar pastores tan despreocupados de sus rebaños desorientados! ¡Qué tristeza, constatar cómo algunos malos administradores se apropian de la Viña! ¡Qué pena, percibir cómo algunos pastores devoran ferozmente a las ovejas a su cuidado! 

A pesar de sus intenciones, de sus deseos, de sus esfuerzos… muchos no han descubierto todavía el poder de la "comunicación ascendente", la oración, o que quizás, teman lo que puedan oír de Dios.

Algunos curas y obispos siguen con su arrogante esquema de dóciles ovejitas, su altivo plan de sumisos borreguitos ¿Por qué cercenan el impulso y el compromiso de los laicos? ¿Por qué nos tratan como a materia "lanosa" que hay que esquilar? ¿Por qué nos tratan como a simple ganado prescindible?¿Por qué no caen en la cuenta de que el Espíritu también habita en el Pueblo?

No soy más que el asno que lleva a cuestas a Jesús hacia Jerusalén, la toalla que seca los pies de mi Señor, la oveja perdida a quien el Buen Pastor fue a buscar. No soy más que un torpe sembrador, un pequeño esclavo de María y un pobre servidor de Dios a quien han asaltado más preocupaciones de las que podía imaginar cuando estaba en el "lado oscuro". 

He tenido que buscar respuestas en el Santísimo, más a menudo de lo que mi pereza me impedía ir a Él, más a menudo de lo que encuentro a un cura que ofrezca escucha y guía, más a menudo de lo que veo la luz de Cristo en algunas parroquias... para tomar distancia de algunos venenos que emponzoñan mi Iglesia Católica, mi Casa de Oración.

Sólo quien ama, corrige. Sólo quien ama, trata de poner a la luz nuestros errores, para salir de las tinieblas y solucionarlos. Sólo quien ama, busca la santidad del prójimo, guiando, corrigiendo y acompañando.

He tenido que empeñarme en "buscar el verdadero rostro de Dios", cogerme de la mano amorosa de María y amar a Cristo con un ardor que me abrasa toda el alma. ¡Qué maravilla si, además, me sintiese acogido, apoyado, motivado, acompañado...por mis pastores!... en lugar de zancadilleado, frenado, atacad
o y puesto en el disparadero por sus teorías mundanas aperturistas, que embalsaman la fe, congelan la esperanza y entierran la caridad.

Soy consciente de que llego a pocos... a los que quiera Dios; de que mi siembra es pobre
y escasa... la que desee el Señor; de que mi voz no llega demasiado lejos... hasta donde pretenda Dios. Pero no puedo callar. Mi corazón arde, lleno de agradecimiento y de amor por las cosas buenas de Dios, a la par que de tristeza y preocupación, por las cosas malas de los hombres. Y tengo que gritarlo.

¡La Verdad me hace libre!
Hay una fuerza interior dentro de mí que me impulsa y me eleva a servir a Dios y a su Iglesia. Por eso escribo en libertad, seguro que cometiendo errores, quizás sin ninguna autoridad moral, pero siempre anhelando y buscando el aire fresco del Espíritu.
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Algunas personas me piden que siga escribiendo, que no deje de hacerlo nunca. Lo seguiré haciendo, aunque no me lo pidan, aunque no me lea nadie. Y es porque tengo la extraña sensación de estar convencido de que no es mío lo que escribo, aunque lleve mi firma. Soy sólo una herramienta que utiliza la Mano que me dirige, un lápiz que escribe lo que el Espíritu le suscita. Sin pretensión, sin arrogancia, sin orgullo...

¡Quién me lo iba a decir a mí! Yo, que no era capaz de levan
tar un dedo en defensa de la Iglesia; yo, que no era, ni mucho menos, propenso a expresar y confesar mi propia intimidad devocional ni tampoco desnudar mi alma; yo, que no estaba dispuesto a comprometerme con nadie ni a abrir caminos entre la maraña.
¡Quién me lo iba a decir a mí! Yo que he regresado a la casa del Padre para ver como mis "hermanos mayores" me censuran, me señalan y tratan de silenciarme...para ver cómo los malos administradores de la viña están echando a perder la cosecha deliberadamente...para ver cómo los malos servidores matan a Hijo del Amo...

Nada nuevo escribo. Todo está
 dicho: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!" (Mateo 23,37; Lucas 13,34). ¡Qué duro, cuando te llegan las pedradas por ser aprendiz de Cristo! ¡Qué cruel, cuando te llueven las críticas injustas y los juicios despiadados! ¡Qué dolor cuando todo eso ocurre en tu propia casa!

Imagen relacionadaSin embargo, me siguen animando las palabras de Hechos 18, 9: "No tengas miedo, habla y no calles, porque yo estoy contigo".

Me siguen dando fuerzas las palabras de Mateo 10, 26-27: "No les tengáis miedo, porque no hay nada tan oculto que no se llegue a descubrir, y nada tan secreto que no se llegue a saber. Lo que os digo en la oscuridad decidlo a plena luz, y lo que oís al oído predicadlo sobre las terrazas."

Me siguen estimulando las palabras de Mateo 5, 11-12: "Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros".

Me siguen alentando las palabras de Juan 15, 18-20
"Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, pues yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad que os he dicho: 'El criado no es más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si han rechazado mi doctrina, también rechazarán la vuestra."

Me siguen motivando cuando nos critican, nos juzgan, nos insultan o nos persiguen, porque significa que estamos en el buen Camino, que tenemos la Verdad de nuestro lado y que caminamos hacia la Vida. Por eso, desde mi libertad:

"Elijo ser odiado por los hombres de aquí abajoy ser amado por el Dios de allí arriba.
Elijo ser perseguido por los hombre de aquí abajo y ser protegido por el Dios de allí arriba.
Elijo ser criticado por los hombres de aquí abajo y ser santo ante el Dios de allí arriba.


Elijo sublevarme ante los hombres de aquí abajo y arrodillarme ante el Dios de allí arriba.
Elijo hablar ante los hombres de aquí abajo y callar ante el Dios de allí arriba,.
 Elijo morir ante los hombres de aquí abajo y vivir ante el Dios de allí arriba.
Elijo a Dios."

martes, 8 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: UNA CASA DE DOLOR


"La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
 no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales... 
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar 
se  convierte en autorreferencial y entonces se enferma".

Papa Francisco


La Iglesia se ha vuelto autorreferencial y ha enfermado, envejecido y va inexorable hacia la muerte, pues ya no glorifica a Cristo sino a sí misma. Se ha convertido en un sanatorio, en una casa de dolor, un dolor institucional y colectivo, pero también individual.

La Iglesia ha de ser reconstruida, debe ser sanada y el primer paso para curarse es reconocer el dolor. El dolor nos hace darnos cuenta de que algo va mal y por eso, acudimos al doctor, quien nos pide que le describamos el dolor, que se lo confesemos.

Confesar los síntomas y reconocer que algo va mal en la Iglesia no es ir contra ella. Más bien al contrario, es preocuparse por diagnosticar el dolor y poner todos los medios para curarlo.

El padre Mallon en su libro "una renovación divina" nos enumera los síntomas de dolor que padece la Iglesia:

Declive familiar. 

Lo encontramos al ver como tantos familiares, hermanos, padres, hijos y nietos, se apartan de la Iglesia y de la fe en Dios.

La familia biológica y la familia de fe han dejado de ser la misma cosa. Y nos preguntamos ¿qué hemos hecho mal?

Sinceramente no lo sabemos. Hemos hecho con nuestros hijos que lo mismo que nuestros padres con nosotros pero nadie nos ha avisado que las reglas han cambiado. 

Ni siquiera lo saben los sacerdotes, que no han sabido reconocer los síntomas y hacer sonar las alarmas, que no han sabido ver “la fiebre”, prueba inequívoca de infección. Y todo esto causa dolor.

Declive institucional.

Es el resultado de la pérdida de muchas de las instituciones de la Iglesia que formaban parte de su identidad y eran motivo de orgullo. 

Es patente el declive de la institución en su labor social y caritativa con la pérdida de numerosas obras de misericordia corporales y espirituales. 

Antaño se alimentaba a los hambrientos en comedores, se acogía a los abandonados en orfanatos, se educaba a los analfabetos en colegios, escuelas y universidades y se cuidaba a los ancianos y enfermos en residencias y hospitales.

Declive parroquial.

Lo encontramos en el colapso de las estructuras parroquiales: cierre de parroquias, fusiones de parroquias, etc. 

Es verdad que la Iglesia son las personas y no los edificios, pero cerrar una iglesia es siempre algo trágico y nos duele, aunque podamos racionalizar el hecho aludiendo a la mejora administrativa, económica o al descenso del número de sacerdotes para dirigirlas. 

No cabe duda de que es consecuencia de que la Iglesia no está sana ni crece.

Declive de confianza y credibilidad. 

Viene reflejado en el dolor de los fieles, sacerdotes, laicos y religiosos a causa de los devastadores escándalos sexuales de abuso de niños por parte de sacerdotes. 

Y aunque estos crímenes de abusos sexuales han sido perpetrados por una pequeña minoría de individuos, la comunidad entera se resiente, cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufren.

Declive sacerdotal.

Es consecuencia de la pérdida de credibilidad y el sentimiento de vergüenza que pende sobre la cabeza de cada sacerdote por causa de los que han cometido los delitos, los han encubierto o los que no han actuado contra ellos, genera dolor crónico y persistente en el seno de la Iglesia.

Un dolor que se exterioriza en la acusación generalizada de asociar a la figura del sacerdote como un “pedófilo”. Una acusación del todo infundada, inmerecida y no deseada, pero real y que lleva a muchos sacerdotes a experimentar una gran vergüenza por su identidad difícil de mitigar.

El dolor sigue ahí, como una migraña persistente y sorda y el daño perdurable causado en tantos frentes por la tragedia, continua siendo una fuente de dolor que siempre está presente.

Declive identitario.

A  tanto a nivel individual, por parte de la iglesia, que se ha dedicado a conservar lo que tiene como si de un club privado se tratara, y colectivo, por parte de los parroquianos, quienes continuamente quieren hacer constar su deseo de que todo siga igual.

No obstante, existen algunos curas que trabajan en las trincheras y se aferran desesperadamente a la pasión que les hizo un día elegir el “dejarlo todo” y hacerse sacerdotes, y que sólo reciben tiros por todas partes. 

Ellos (y algunos “laicos locos”) son los que mantienen viva la llama de la fe encendida en sus corazones, quienes todavía anhelan y se esfuerzan, con gran coste personal, para que llegue la renovación.

El sacerdote involucrado en la renovación parroquial se encuentra ante un dilema estresante y de difícil solución: se halla atrapado entre un obispo que no está por la labor de renovar sino de "mantener todo funcionando y abierto ", su propio sentido del deber misionero y unos parroquianos extremadamente exigentes que quieren hacer constar que esperan que nada cambie y que quieren jugar la nueva competición con las reglas del pasado.

Se trata de una experiencia muy dolorosa basada en la sensación de ser "carne fresca para los leones". El sacerdote se ordena para ofrecer su vida en sacrificio pero no a una máquina hambrienta y autorreferencial que vive en sí, de sí y para sí.
  
Es el dolor del sacerdote de cuestionarse para qué entregó su vida si se ve forzado a desarrollar una teología personal que racionalice la falta de fruto, la falta de salud, la inexorable decadencia  y la locura de hacer una vez y otra vez las mismas cosas esperando resultados diferentes.

Con todos los sueños de renovación rotos, el ministerio pastoral consiste simplemente en ser un loco por Cristo y quedarse al pie de la cruz para así poder encontrar algún significado a su sufrimiento de ver a su Iglesia enferma y en decadencia.

¿Qué opciones les quedan a los sacerdotes?

1.   ABANDONAR QUEDÁNDOSE.

Dejar escapar todo vestigio de pasión, celo o idealismo. Perdida la esperanza de toda posibilidad de renovación y atados por el miedo, se quedan en sus puestos (como Denethor, en El Señor de los Anillos).

Cumplen con sus tiempos de servicios hasta la jubilación porque no tiene otra opción. Se han resignado a la inevitable decadencia y muerte.

El papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, los define como una forma de “mundanidad” que “…prefieren ser generales de ejércitos derrotados, antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.

2.   LUCHAR QUEDÁNDOSE.

Aferrarse a la visión, al celo y a la pasión que le sedujeron al ordenarse para entregarse. Es todo un combate cuerpo a cuerpo cuya clave es la lucha por la esperanza.

Es una batalla donde no debe olvidarse que la Iglesia es un regente, un senescal, un administrador que espera el Retorno del Rey para reclamar lo que es suyo.

Es una pelea contra la visión distorsionada y parcial de la realidad con la que el Diablo nos confunde y nos manipula hacia la pérdida de la esperanza (Igual que Denethor confundido por Sauron).

El dolor personal sin esperanza no lleva a la vida sino que se la lleva. El dolor de la Iglesia necesita ser verbalizado en el contexto de la fe y así convertirlo en sufrimiento, que es el dolor con el que luchamos, pero con esperanza porque puede ser redimido.


"Una renovación divina"
P. James Mallon