¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 18 de diciembre de 2015

"MODO OFF": INVITADOS QUE SE EXCUSAN



Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo:
 “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!”
Él le respondió: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos;
a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados:
‘Venid, que ya está todo preparado.’
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.’ 
Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.’
Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir.’
Regresó el siervo y se lo contó a su señor.
Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo:
 ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad,
y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos.’
Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.’
Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.’
Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena”.
Lucas 14, 15-24

Toda la Iglesia de Cristo, es decir, todos nosotros, estamos invitados a participar en la alegría del evangelio (Mateo 28, 19-20), pero, como en la parábola, muchos de nosotros, sus invitados, uno tras otro, ofrecemos excusas para no ir. A veces, da la sensación que Cristo necesita mendigar para que los hombres acepten el amor que les ofrece. Es algo muy triste.
¡No aceptamos la invitación! Decimos que sí, pero nos escabullimos. O directamente, decimos que no, aludiendo que no estamos suficientemente bien vestidos para asistir, que no estamos preparados, que no estamos formados. Hemos llegado a un punto que nos conformamos sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos pero no practicantes.

Y eso es una incongruencia, porque ser cristiano es seguir a Cristo y lo que Él nos pide significa ponernos en acción, ponernos en misión. No existen cristianos no practicantes: o practican o no son cristianos.

Asistir a su fiesta es hacer comunidad, comunidad cristiana; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades, de los dones y talentos que el Señor nos ha dado.

Ir a su fiesta significa volcarse en el servicio a los demás, significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide, evangelizar el mundo, darle a conocer. En definitiva, amar. Y así le pagamos el sacrificio que hizo por todos nosotros, dándole la espalda.

¿Por qué muchas personas rechazan la invitación?, si se trata de una gran fiesta. ¿Por qué buscan tantas excusas? ¿Les resulta un compromiso al que no están dispuestos? ¿Es porque están demasiados ocupados en “sus cosas”? ¿En mantener su comodidad? ¿En seguir siendo esclavos de sus rutinas? 

Lo que Él nos ofrece no es opcional si queremos seguir sus pasos. No es dejar de vivir, sino todo lo contrario; no es esclavitud, sino libertad basada en amor: un amor indescriptible que es necesario descubrir. No es suficiente con ser "buenos", con no matar o no robar, no es suficiente con ir los domingos a misa. Hay algo más. Nuestro Señor no quiere tibieza ni medias tintas (Apocalipsis 3, 15-17). 

Dios, por medio de su hijo, Jesucristo, se da completamente: su amor es eterno; su misericordia, infinita; su bondad, ilimitada; su entrega en la cruz, generosa hasta el máximo; su vida, sanadora. Y nos llama a que nosotros, aspiremos a ser como Él: a entregarnos en cuerpo y alma y, en definitiva, a amarlo con la misma locura con la que nos ama Él.

Pero nosotros, amparándonos en su inequívoco amor paternal, en su indudable misericordia y en su buena fe, de no obligarnos a amarlo y a serle fiel, nos alejamos de Él. 

Le decimos NO! a su invitación.

El punto de equilibrio de un cristiano no está basado en cómo somos en comparación con el resto del mundo sino en cómo somos en comparación con Cristo.

¿Verdaderamente le seguimos? o ¿fingimos seguirlo? ¿Creemos en Él o lo amamos?

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué estamos paralizados, inactivos, desenchufados, en modo “off”? ¿Por qué nos negamos a la “acción”, a ponernos en modo “on”?

Posiblemente sea porque damos más importancia a la sacralización, a la formación, a la uniformidad, a la falsa tradición, a los ritos, signos y normas, en definitiva a la moral ideológica del cristianismo, que al amor que Jesús nos demostró y que hoy también, nos ofrece.

Nos hemos olvidado que Él es la Luz. Si abandonamos la Luz, nos movemos en las tinieblas.

Nos hemos olvidado que Él es el Camino. Si nos apartamos del camino, nos perderemos.

Nos hemos olvidado que Él es la Verdad. Si nos apartamos de la verdad, caeremos en la mentira y en el engaño.

Nos hemos olvidado que Él es la Vida. Si nos apartamos de la vida, sólo nos espera la muerte.


Ya tienes la invitación...vendrás?

domingo, 23 de agosto de 2015

JESÚS: LA GRAN PARADOJA DE UN SEÑOR QUE SIRVE


En nuestro siglo XXI, el individualismo y el frenético ritmo de vida es lo que prima, es lo que "toca", por lo que reunirse en torno a una mesa es, a veces, difícil y complicado pero vale la pena: compartir experiencias de nuestras vidas, nuestros problemas y nuestras dichas crea cálidos vínculos afectivos, de intimidad y cohesión, de complicidad y de bienestar emocional.
El evangelio de Lucas presenta en muchas ocasiones a Jesús comiendo con pecadores y publicanos, en casa de fariseos, y también con los discípulos… 

Jesús no hace discriminaciones, come con los "mal vistos", con los más nobles y respetables y también con sus amigos.

En estas cenas, Jesús pronuncia las enseñanzas fundamentales de su Padre, se expresa con palabras, con gestos y actitudes; de hecho, su comportamiento es totalmente polémico, insólito y radical: come con gente impura, algo que no tenía cabida en la tradición judía y mucho menos, en un profeta honorable, en un hombre religioso, en un israelita fiel...

En sus cenas con los fariseos, Jesús pone de manifiesto el valor de la generosidad, de la sencillez, de descubrir la necesidad de ver la realidad con los ojos de las víctimas. Nos muestra la misericordia de Dios, que busca a todos y de una manera preferente, a las personas socialmente estigmatizadas, a los llamados pecadores de la sociedad.

En la tradición del Israel del siglo I, para acercarse a Dios, era necesario separarse de lo profano y someterse a una serie de ritos purificadores.

Pero Jesús cambia el paradigma de la santidad por el de la misericordia: nos muestra que es Dios quien se acerca y busca a los hombres y por tanto, nosotros nos acercamos a Dios, no en la medida en que buscamos la santificación sino en la medida en que mostramos amor misericordioso a los demás, sobre todo, a los más excluidos y los más pobres.

Lo que nos separa de Dios no es un abismo metafísico, sino nuestra falta de misericordia. Para Jesús, la pureza consiste en dar a los demás, a los pobres, lo que se tiene, en compartir, en ser generosos...

Jesucristo recrimina a los fariseos que impongan una errónea y onerosa interpretación de las leyes, difícil de cumplir por todos, que agobia y que no resulta liberadora. 

Al contrario, Él da a los judíos (y a nosotros también) una interpretación liberadora de la Ley basada en la justicia y el amor: se trata de pasar de la reciprocidad interesada al amor gratuito, a la acogida y a la solidaridad con los demás, sobre todo, con los pobres y marginados.

Como en la parábola (cap. 14, 12-24), nos insta a ir a los extrarradios e invitar a los pobres y a los inválidos, a los ciegos y a los cojos, quienes jamás tienen ocasión de participar en un banquete así, en lugar de gente de mayor rango, que se niega a aceptar su invitación o si lo hace, es por compensación o reciprocidad.

En sus cenas con los discípulos, Jesús nos explica que seguirlo a Él pasa por el servicio a los hermanos. Dios quiere ser acogido por los hombres, no porque busque algo de ellos, sino porque quiere sentarlos a su mesa y servirles; es decir, comunicarles su vida y su amor.

En el banquete de Dios, cada uno da según sus posibilidades y recibe según sus necesidades, donde el Señor sirve y los invitados descubrimos con asombro lo que su amor nos tiene preparado.