Habiendo
oído esto, uno de los comensales le dijo:
“¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de
Dios!”
Él le
respondió: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos;
a la
hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados:
‘Venid,
que ya está todo preparado.’
Pero
todos a una empezaron a excusarse.
El
primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me
dispenses.’
Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.’
Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.’
Otro
dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir.’
Regresó
el siervo y se lo contó a su señor.
Entonces,
airado el dueño de la casa, dijo a su siervo:
‘Sal en seguida a las plazas y calles de la
ciudad,
y haz
entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos.’
Dijo
el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.’
Dijo
el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se
llene mi casa.’
Porque
os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena”.
Lucas 14, 15-24
Lucas 14, 15-24
Toda la Iglesia de Cristo, es decir, todos nosotros, estamos invitados a participar
en la alegría del evangelio (Mateo 28, 19-20), pero, como en la parábola,
muchos de nosotros, sus invitados, uno tras otro, ofrecemos excusas para no ir. A
veces, da la sensación que Cristo necesita mendigar para que los hombres acepten el amor
que les ofrece. Es algo muy triste.
¡No aceptamos la
invitación! Decimos que sí, pero nos escabullimos. O directamente, decimos que
no, aludiendo que no estamos suficientemente bien vestidos para asistir, que no estamos preparados, que no estamos formados. Hemos
llegado a un punto que nos conformamos sólo con estar en la lista de los
invitados: cristianos pero no practicantes.
Y eso es una
incongruencia, porque ser cristiano es seguir a Cristo y lo que Él nos pide significa ponernos en acción, ponernos en misión. No existen cristianos no practicantes: o
practican o no son cristianos.
Asistir a su fiesta es
hacer comunidad, comunidad cristiana; entrar en la Iglesia es participar de
todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades, de los dones y
talentos que el Señor nos ha dado.
Ir a su fiesta
significa volcarse en el servicio a los demás, significa estar disponible para
aquello que el Señor Jesús nos pide, evangelizar el mundo, darle a conocer. En
definitiva, amar. Y así le pagamos el sacrificio que hizo por todos nosotros,
dándole la espalda.
¿Por qué muchas
personas rechazan la invitación?, si se trata de una gran fiesta. ¿Por qué
buscan tantas excusas? ¿Les resulta un compromiso al que no están dispuestos? ¿Es
porque están demasiados ocupados en “sus cosas”? ¿En mantener su comodidad? ¿En
seguir siendo esclavos de sus rutinas?
Lo que Él nos ofrece no es opcional si queremos seguir sus pasos. No es
dejar de vivir, sino todo lo contrario; no es esclavitud, sino libertad basada en amor: un amor
indescriptible que es necesario descubrir. No es suficiente con
ser "buenos", con no matar o no robar, no es suficiente con ir los domingos a misa. Hay algo más. Nuestro Señor no quiere
tibieza ni medias tintas (Apocalipsis 3, 15-17).
Dios, por medio de su
hijo, Jesucristo, se da completamente: su amor es eterno; su misericordia,
infinita; su bondad, ilimitada; su entrega en la cruz, generosa hasta el máximo;
su vida, sanadora. Y nos llama a que nosotros, aspiremos a ser como Él: a entregarnos
en cuerpo y alma y, en definitiva, a amarlo con la misma locura con la que nos ama Él.
Pero nosotros,
amparándonos en su inequívoco amor paternal, en su indudable misericordia y en
su buena fe, de no obligarnos a amarlo y a serle fiel, nos alejamos de Él.
Le decimos NO! a su invitación.
Le decimos NO! a su invitación.
El punto de equilibrio
de un cristiano no está basado en cómo somos en comparación con el resto del
mundo sino en cómo somos en comparación con Cristo.
¿Verdaderamente le seguimos? o ¿fingimos seguirlo? ¿Creemos en Él o lo amamos?
¿Verdaderamente le seguimos? o ¿fingimos seguirlo? ¿Creemos en Él o lo amamos?
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué estamos paralizados,
inactivos, desenchufados, en modo “off”? ¿Por
qué nos negamos a la “acción”, a ponernos en modo “on”?
Posiblemente sea porque
damos más importancia a la sacralización, a la formación, a la uniformidad, a
la falsa tradición, a los ritos, signos y normas, en definitiva a la moral ideológica
del cristianismo, que al amor que Jesús nos demostró y que hoy también, nos
ofrece.
Nos hemos olvidado que Él es la Luz. Si abandonamos la
Luz, nos movemos en las tinieblas.
Nos hemos olvidado
que Él es el Camino. Si nos apartamos del camino, nos perderemos.
Nos hemos olvidado
que Él es la Verdad. Si nos apartamos de la verdad, caeremos en la mentira y en
el engaño.
Nos hemos olvidado
que Él es la Vida. Si nos apartamos de la vida, sólo nos espera la muerte.
Ya tienes la invitación...vendrás?