¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 2 de diciembre de 2020

¡BENDITA LOCURA!

"Alegraos y regocijaos, 
porque vuestra recompensa será grande en el cielo" 
(Mateo 5,12)

Recuerdo que de pequeño me preguntaban, como a todos los niños, qué quería ser de mayor. Yo decía cualquier cosa: futbolista, rico, famoso... Eran deseos de la infancia, pero lo que de verdad pensaba era... ser feliz.

Sí, lo reconozco abiertamente: hoy soy feliz. No me "duelen prendas" en reconocer mi alegría a pesar de la ausencia de trabajo, a pesar de los problemas económicos, a pesar de la situación incierta que atravesamos, a pesar de la carencia de seguridades materiales...

Llámame "loco" si quieres...que yo diré:

¡Bendita locura! que me ha alejado de la frivolidad, de la intrascendencia y de las falsas promesas de "este mundo" que me había "lobotomizado" con sus seducciones y engaños.

¡Bendita locura! que me ha curado de cincuenta años de "falsa cordura" a la que sucumbí y con la que jamás fui capaz de conseguir mis expectativas ni de satisfacer mis anhelos.

¡Bendita locura! que me ha enseñado a no buscar el bienestar efímero ni el placer inmediato, trampas inanes, que no son ni siquiera sucedáneos de la verdadera felicidad.

¡Bendita locura! que me ha mostrado mi debilidad, mi fragilidad y mi limitación, para reconocer a Dios y volver la mirada a Él, que es fuerte, todopoderoso e ilimitado.

¡Bendita locura! que me ha hecho ver el mundo a través de los ojos de la fe (o como dice mi mujer: con "las gafas de María") para entender que el sufrimiento y la prueba son parte del camino a la felicidad, a la santidad... a la presencia de Dios.

¡Bendita locura! que me ha abierto la puerta a la dicha y a la recompensa en el cielo. Y esa "puerta" es Cristo, siempre abierta aunque angosta: "Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Juan 10,9)
Jesús es el Viajero que se hace el encontradizo, el Amigo que acompaña, el Desconocido que escucha, el Compañero que consuela, el Mediador que reconcilia, el Médico que cura y el Dios que salva.

Medio siglo he tardado en comprender y descubrir que la felicidad no está en "lo de abajo", en la instantaneidad del placer o en la falsedad del bienestar, sino en "lo de arriba", en los bienes eternos. 

Media vida ("nunca es tarde si la dicha es buena") he tardado en comprender que la auténtica felicidad no puedo encontrarla en la satisfacción de los deseos o de los instintos, ni en la acumulación de riquezas o posesiones, ni en las aspiraciones de poder o reconocimiento social. ¡No!... la felicidad no está en las "cosas de este mundo". Está en Dios.

El manual de felicidad está escrito...pero, como casi siempre, no somos capaces de reconocerlo. Se encuentra en el Evangelio de Mateo 5, 3-12: son las bienaventuranzas

Estas nueve frases conforman la "locura del Evangelio" y, a la vez, la "alegría del Evangelio": la generosidad y la pobreza en el espíritu, la entrega y el servicio, la búsqueda constante del rostro del Señor y de su Gracia, la respuesta a la verdadera vocación, el sufrimiento vivido en silencio y el abandono en manos de María, "causa de nuestra alegría".
Las llaves de la felicidad están depositadas, no en el fondo del mar, como dice la canción...sino en la Palabra de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22, 37-40).

La clave es el AMOR. La auténtica felicidad consiste en vivir una vida de entrega desde una perspectiva sobrenatural, mística, "divina", orientada siempre a la voluntad de Dios, abandonada a las exigencias del amor y confiada en la Providencia divina. 

El Reino de los Cielos es semejante a una rosa que necesita: buena tierra donde enraizar, agua pura para alimentarse, luz solar para crecer y cuidados para florecer. Una bella y atractiva flor de pétalos llamativos pero con tallo de espinas. Porque no hay vida sin cruz. No hay felicidad sin sufrimiento. No hay plenitud sin Dios.

"Puesto que sabéis esto, 
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica"
 (Juan 13, 17)

Esta es mi experiencia y mi testimonio. Esta es mi felicidad y mi alegría. Las de un "loco" enamorad0...¡Bendita locura!

viernes, 6 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ HABLÁIS POR EL CAMINO?

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"¿De qué veníais hablando en el camino?"
(Lucas 24,17)

El otro día escuché una frase que me hizo pensar: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz". Desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia. 

Muchos, que nos hemos encontrado por el camino con Jesús, que le hemos escuchado, que le hemos reconocido y que le hemos invitado a nuestras casas, creemos seguirlo (al menos, durante un tiempo) pero, en el fondo, lo que hacemos es imaginarnos un concepto erróneo de Jesús y de su mensaje.

Muchos. incluso, le mitificamos porque, como los dos de Emaús, decimos: "Nosotros esperábamos"...esperando que el Señor nos resuelva nuestros problemas, que nos libere de nuestras angustias y dificultades, que nos resuelva la vida sin nosotros hacer nada.  

Muchos tenemos los ojos demasiado fijados al suelo, a las cosas cotidianas, a los problemas y a las pérdidas, incapacitados para ver más allá de lo que realmente ocurre, para dejar que la Gracia actúe en nuestras vidas. 

En realidad, ¡No nos hemos enterado de nada!

¿De qué hablamos por el camino?

Cuando pasa el tiempo, cuando llegan las cruces, cuando llegan los problemas, los sufrimientos y las pérdidas, nos sentimos defraudados, como los dos de Emaús. Perdemos la esperanza y la fe. Y entonces, cedemos  a la tentación de volver al mundo y a sus costumbres. El encuentro que tuvimos con Cristo se disipa y todo queda en nada...

Resultado de imagen de dios camina con nosotrosPero Jesús vuelve otra vez a aparecerse en nuestro camino y nos vuelve a preguntar: "¿De qué habláis? ¿por qué estáis tristes?” (Lucas 24,17)

De nuevo, nos vuelve a increpar: "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! (Lucas 24,26). 

De nuevo, nos vuelve a provocar:  ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" (Lucas 24,26).

De nuevo, vuelve a explicarnos las Escrituras para que comprendamos que la felicidad, la vida plena, sólo se alcanza a través del padecimiento, del sufrimiento. Imitándole. Cargando, cada uno, con nuestra cruz.

Jesucristo nunca se cansa de aparecerse una y otra vez en nuestras vidas. Él cumple su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Es paciente y comprensivo, al explicarnos su mensaje una y otra vez, haciéndolo asequible a nuestras mentes cómodas y dispersas. 

Pero algo tenemos que poner de nuestra parte. Después de escucharle y caminar junto a Él, de reconocerle e invitarle, debemos perseverar y formarnos, para testificar que está vivo.  Es en la Escritura y en los sacramentos diarios donde encontramos la llave de la esperanza, de la verdad y del sentido de la vida. Sólo así puede "arder nuestro corazón".

Escucharle significa estar atentos, mientras caminamos con Él todos los días, en cada momento. Pero ocurre que le perdemos de vista y nos volvemos "a lo nuestro".

Reconocerle significa huir del desencanto, del desánimo, de la desesperación y de la tristeza para asirnos de su mano. Pero ocurre que preferimos quedarnos deprimidos en nuestras pérdidas.

Invitarle significa encontrar la alegría y la paz serena que nos da y que nos conduce a dar testimonio de Él en nuestras vidas y contárselo a otros. Pero ocurre que preferimos quedarnos en nuestros temores y no decir nada.

Testificar que "Jesucristo ha resucitado" significa tener la certeza de ello y vivirlo constantemente. Pero ocurre que repetimos esa frase sin asumirla. 

Dejarnos guiar por el Espíritu Santo significa hacerlo como un hábito y una tarea diaria, para que sepamos cuál es la voluntad de Dios. Pero ocurre que se queda sólo en una oración bonita que pronunciamos, pero que rara vez aplicamos.

Cristo ha venido a nuestras vidas para que le mostremos cuantas cosas necesitan ser reparadas y sanadas. Ha venido a nosotros por amor. Jesús no es un mago ni pretende serlo. Es Dios y quiere que le amemos como Él nos ha amado, que le imitemos, que le sigamos.

Amarle, imitarle significa también decir: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Pero ocurre que preferimos que se cumpla nuestra voluntad, nuestros deseos.

Resultado de imagen de jesus camina con nosotrosSeguirle significa tener que padecer, trabajar, ser incomprendidos o perseguidos, sufrir la enfermedad, experimentar las pérdidas. Pero ocurre que nos negamos al sufrimiento y a las dificultades por comodidad.

A algunos, todo esto, nos cuesta asimilarlo. Nos cuesta entender la vida cristiana como imitación de la vida de Cristo.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que fuera sencillo. Pero Jesús ha dado su vida por nosotros para liberarnos y ha resucitado
 para que tengamos esperanza en sus promesas: "Yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean" (Juan 9, 39).

El Señor nos invita a estar alegres: "¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!" (Nehemias 8, 10). 

Cristo nos anima a ser pacientes: "Tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos" (Romanos 12, 11-12), a no estar pendientes de las cosas de este mundo, a comprender que sólo al final del camino, todo se ilumina, todo cobra sentido y se nos caen las escamas de los ojos. Es entonces cuando le reconocemos.

Jesús sigue preguntándonos: "¿De qué habláis por el camino?". Nosotros no podemos obviarla, no podemos esquivarla. Debemos responder.


Para la reflexión:

¿De qué hablamos por el camino? 
¿Hablamos de Jesús o de nosotros? 
¿Se han abierto nuestros ojos?
¿Vemos o estamos ciegos?
¿Tenemos alegría o desesperanza?


martes, 1 de mayo de 2018

EL PODER DEL EVANGELIO

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"Yo no me avergüenzo del evangelio, 
que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree..."
 (Romanos 1,16)

En nuestro mundo, donde todo es relativizado, son muchos los que creen y afirman que el Evangelio es un conjunto de "propuestas o ideas" que pueden adoptarse o no, y que muchas de ellas están obsoletas. Incluso, dentro de la Iglesia católica, hay quienes lo piensan.

Es por ello, que aquellos que creemos firmemente en el poder y la rotundidad del mensaje del Evangelio, a veces, somos considerados radicales, ilusos e incluso ignorantes. Pues, para ellos, "la perra gorda".

No sólo no nos avergonzamos del mensaje evangélico, sino que tenemos la certeza y la convicción absoluta de su veracidad, igual que el apóstol Pablo (Romanos 1,16). ¿Por qué? ¿Qué poder puede haber en una "propuesta" o en una "idea"? ¿Cómo pueden estas ideas o propuestas ser lo suficientemente poderosas como para lograr la salvación de todos los que creen en ellas?

Jesucristo 

Jesucristo predicó el Evangelio con poder y autoridad tanto a judíos como a gentiles, y sus vidas cambiaron para siempre: "Todos se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley." (Marcos 1, 22). 

Resultado de imagen de enseñaba con autoridadEl poder y la autoridad con la que hablaba no venían de su capacidad ni de su liderazgo como hombre, ni tampoco porque hablara por iniciativa propia, sino porque fue enviado por su Padre (Juan 8,42).


Jesús no enseñó "su" doctrina ni tampoco una doctrina humana, transmitió la Palabra del Padre: “Porque yo les he comunicado lo que tú me comunicaste”(Juan 17, 8). Actuó y enseñó con autoridad, no en la autoridad de la ley, sino en la autoridad que le viene "de lo alto".
Jesús habló con contundencia, claro y directo, y por ello se hizo merecedor de burlas, enemistades, persecución y, finalmente, la muerte. Jesús no pretendía quedar bien con nadie ni buscaba el aplauso de nadie: “Yo no busco mi gloria” (Juan 8, 50).

En este sentido, alguien que reconoció su autoridad le dijo a Jesús:”Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con franqueza, y que no te importa de nadie, porque no miras la condición de las personas” (Mateo 22, 16).
Jesús habló con autoridad porque conocía el mensaje de Dios Padre: “En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto…” (Juan 3, 11). Jesús tenía la certeza de que su mensaje era verdadero y por eso, hablaba con propiedad y con conocimiento de causa: “…os he dicho la verdad que oí a Dios” (Juan 8,40). Nadie pudo nunca decir que Jesús mintió o engañó. Sabía lo que decía, creía en lo que decía, por eso hablaba con profundo convencimiento.
Jesús enseñó con coherencia: predicó con su vida. Él no sólo dice la verdad, "Él es la Verdad" (Juan 14, 6), sino que además es creíble. Sus obras dan testimonio de Él (Juan 5, 36). Las palabras de Jesús fueron confirmadas con sus hechos (Marcos 16, 20).
Jesús enseñó con sabiduría, con elocuencia, desde el corazón; no era una elocuencia aprendida, artificial o postiza como la de los fariseos o los escribas (Marcos 1, 22), quienes eran los ‘encargados’ de hablar o enseñar por oficio. Decían de Jesús: “…Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre” (Juan 7, 46). “….y la gente se agolpaba sobre Él para oír la Palabra de Dios” (Lucas 5, 1). Incrédulos, quienes conocían sus orígenes humanos, se preguntaban: “¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?” (Mateo 13, 54). Es la misma experiencia de los dos discípulos de Emaús que habían escuchado a Jesús resucitado: “¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24, 32).
Jesús, más que nadie, sabía que la autoridad no es para mandar sino para servir, para formar, para el bien, aunque Él hubiera podido parecer duro en alguna ocasión. Lo que decía Jesús, aunque su palabra no siempre fue consoladora o dulce, era expresión del amor de Dios y buscaba el bien a través de la corrección. Y porque Jesús ama, les echa en cara, por ejemplo, a los fariseos su hipocresía (Mateo 23, 13-36) y a Pedro su error de querer desviarlo del camino de la cruz (Mateo 16, 21-23).

Jesús enseñaba en tono imperativo, motivando a sus oyentes a dejar la pasividad. Su mensaje requería de la acción inmediata.


Los apostoles

Resultado de imagen de apostoles en pentecostesEl apóstol Pedro y los demás apóstoles, por el poder del Espíritu Santo después de Pentecostés,  proclamaron estas mismas poderosas "ideas" a miles de judíos: "Todos estaban impresionados ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles" (Hechos 2, 43)) y más tarde, a los gentiles: "Todavía estaba hablando Pedro, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Todos los fieles circuncisos que habían venido con Pedro se extrañaban de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos, pues los oían hablar lenguas extrañas y glorificar a Dios."(Hechos 10, 44-46).

Resultado de imagen de pablo apostol de cristoEl apóstol Pablo predicó el mensaje del Evangelio de la misma manera, una y otra vez en las sinagogas (Hechos 13, 5), en los mercados (Hechos 17,17), por los ríos (Hechos 16, 13-15), en las cárceles (Filipenses 1, 12-14) , uno a uno (Hechos 16, 19-31) y a grandes multitudes (Hechos 21,40). Sus tres viajes misioneros fueron en realidad una "Evangelización con poder".


A lo largo de más de 2.000 años, Jesús ha construido su Iglesia con el poder de su Espíritu mediante cristianos que no se avergonzaron de declarar con autoridad y con poder estas "ideas". Incluso, muchos murieron por esas "ideas".

Moisés

En el Antiguo Testamento, Moisés se resistía a predicar porque no se veía capaz de predicar y le preguntó a Dios "qué pasaría si no le creyeran o no le escuchasen" (Éxodo 4)Dios tomó el bastón de Moisés y le infundió su poder para liberar a los israelitas de la tiranía de Egipto y el odio de Faraón.


Imagen relacionadaMuchos, como Moisés, siguen dudando del poder del Evangelio; siguen dudando que Dios pueda coger algo ordinario y convertirlo en extraordinario. Pero, puede y lo hace: "Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios" (1 Corintios 1,18). 

En el Nuevo Testamento, Dios tomó un conjunto de "ideas", el Evangelio, y lo infundió con poder divino. Durante dos milenios, él ha usado este mensaje poderoso para liberar millones y millones de la tiranía del pecado y el odio a Satanás.

Para muchos, el mensaje de "propuestas" del Evangelio es "de locos". Es demasiado simple. Es demasiado estrecho, pero es la certeza en este mensaje lo que nos salva (2 Tesalonicenses 2,13).

Lo interesante de este conjunto de "propuestas poderosas" es que puede y debe conducir a la igualdad real (Gálatas 3,28), a la unidad racial (Efesios 2, 14-18) y a la generosidad radical (Hechos 4, 31-33). Esto es exactamente lo que se desarrolló en la iglesia primitiva.


Y, sí, necesitamos no sólo "creer" pues los demonios creen y no por ello, se salvan, sino, además, aplicar leste poder del Evangelio en nuestras vidas, en nuestras parroquias y en nuestro entorno.

Sólo así, podremos proclamarlo en voz alta y sin miedo ni vergüenza, gracias al poder y a la autoridad que vienen "de lo alto".




miércoles, 5 de octubre de 2016

"MAS ALLÁ DE MIS MIEDOS": EL SÍ DE UN CRISTIANO


"Mas allá, de mis miedos, mas allá de mi inseguridad, 
Quiero darte mi respuesta 
Aquí estoy para hacer tu voluntad 
Para que mi amor sea decirte si, hasta el final"


Algunas personas, por naturaleza, tienden a estar tristes porque para ellas, la alegría es un desafío permanente. Cuando sufren, no son capaces de encontrar las alegrías específicas que Dios tiene para cada circunstancia ni tampoco que nuestro enemigo nos odia y trata de robarnos hasta la última gota de alegría que puede.

Pero hay cristianos que viven con un pie en ambos mundos mientras buscan la felicidad. Tienen un ojo en el cielo y en la tierra. Dicen estar con Cristo para hallar la plenitud, pero por otro lado, siguen tratando de encontrar la seguridad, la satisfacción, el placer o el cumplimiento de este mundo. Y no son felices. No pueden serlo

La única manera de obtener la felicidad, es decir, la plenitud, es dar un completo "Sí" a Dios. Lo que significa decir "No" al mundo.

Hoy, comparto mi alegría: a mis 50 años, me confirmo en la fe de Cristo. Doy mi "Sí", hasta el final. Digo "no" al mundo. No es mérito mío, sino de Dios. Es mi Padre quien me brinda la oportunidad de servirle y de hacer su voluntad.

Nuestro Sí

Es importante para todos los cristianos estar convencido de que Dios es bueno. Y lo que es más, sólo Dios es bueno.

Si no estamos absolutamente convencidos de que sólo Dios es bueno, no seremos capaces de decir "No" a otros dioses que prometen alegría, pero que ofrecen tristeza. Ni siquiera debemos imaginar que hay un poco de bueno lejos de Dios y de su voluntad. Ni una pizca.

Los Salmos nos conducen hacia esta gran verdad:


"Guárdame, oh Dios, pues me refugio en ti. Yo le he dicho: "Tú eres mi Señor, no hay dicha para mí fuera de ti.". (Salmo 16, 2)

"¿A quién tengo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada más quiero en la tierra." (Salmo 73, 25)

"¡A ti clamo, Señor, a ti te digo: "Tú eres mi esperanza, mi parte en la tierra de los que viven!." (Salmo 142, 6)

En el Nuevo Testamento, Santiago escribe:

"Hermanos muy queridos, no se equivoquen:son las cosas buenas y los dones perfectos los que proceden de lo alto y descienden del Padre que es luz; allí no retornan las noches ni pasan las sombras." (Santiago 1, 16-17)

Cada granito de bien en este mundo viene de Dios. Nada puede ser bueno a menos que venga de Dios. La fe es un don gratuito de Dios. Un cristiano alegre cree esta verdad y edifica su vida sobre ella y agradece a Dios este regalo.

Dios es bueno. Sólo Dios es bueno. Y todo lo bueno viene de Dios. Y lo mejor de todo, Dios se nos da a sí mismo. Y Él es nuestra alegría, el deleite indeciblemente y el gozo glorioso de nuestro corazón: "Me enseñarás la senda de la vida, gozos y plenitud en tu presencia, delicias para siempre a tu derecha". (Salmo 16,11)

Nuestro No

Satanás nos tienta a pensar que podemos encontrar algo bueno y satisfactorio fuera de Dios. 

Pero debemos decir un fuerte y rotundo "no" a todo lo que promete el bien sin Dios. Este gran "No" está en el corazón de la fe cristiana.

La esencia del mal siempre busca fuera de Dios y de su voluntad. 

Así es como fue engañada nuestra madre Eva: "A la mujer le gustó ese árbol que atraía la vista y que era tan excelente para alcanzar el conocimiento. Tomó de su fruto y se lo comió y le dio también a su marido que andaba con ella, quien también lo comió.". (Génesis 3, 6)

Tropezamos de la misma manera que lo hizo Eva. Cuando buscamos en nuestra vida, parece que tratemos de conseguir algo bueno fuera de Dios y de sus caminos. Anhelamos el placer, el dinero, la seguridad, la fama, la satisfacción, la justicia, la comodidad, etc, pero tratamos de conseguirlo sin Dios.

Y esto es idolatría. Buscamos siempre fuera de Dios, idolatramos cosas (dioses) para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Estos dioses prometen alegría, pero que nos llevan a la miseria. Corremos tras otros dioses para encontrar la alegría, pero no la encontramos.

Así que elige hoy a quién vas a servir. No se puede servir a dos amos: "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero". (Mateo 6, 24)

Mira a Dios y haz su voluntad y obtendrás muchos regalos en tu vida. Espera en Dios, y no corras detrás de otros dioses. Dios es el camino a la alegría. Dios es el camino a la vida plena.

Os dejo con una de mis canciones favoritas, "En mi Getsemaní":



viernes, 18 de diciembre de 2015

"MODO OFF": INVITADOS QUE SE EXCUSAN



Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo:
 “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!”
Él le respondió: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos;
a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados:
‘Venid, que ya está todo preparado.’
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.’ 
Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.’
Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir.’
Regresó el siervo y se lo contó a su señor.
Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo:
 ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad,
y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos.’
Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.’
Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.’
Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena”.
Lucas 14, 15-24

Toda la Iglesia de Cristo, es decir, todos nosotros, estamos invitados a participar en la alegría del evangelio (Mateo 28, 19-20), pero, como en la parábola, muchos de nosotros, sus invitados, uno tras otro, ofrecemos excusas para no ir. A veces, da la sensación que Cristo necesita mendigar para que los hombres acepten el amor que les ofrece. Es algo muy triste.
¡No aceptamos la invitación! Decimos que sí, pero nos escabullimos. O directamente, decimos que no, aludiendo que no estamos suficientemente bien vestidos para asistir, que no estamos preparados, que no estamos formados. Hemos llegado a un punto que nos conformamos sólo con estar en la lista de los invitados: cristianos pero no practicantes.

Y eso es una incongruencia, porque ser cristiano es seguir a Cristo y lo que Él nos pide significa ponernos en acción, ponernos en misión. No existen cristianos no practicantes: o practican o no son cristianos.

Asistir a su fiesta es hacer comunidad, comunidad cristiana; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que tenemos, de las virtudes, de las cualidades, de los dones y talentos que el Señor nos ha dado.

Ir a su fiesta significa volcarse en el servicio a los demás, significa estar disponible para aquello que el Señor Jesús nos pide, evangelizar el mundo, darle a conocer. En definitiva, amar. Y así le pagamos el sacrificio que hizo por todos nosotros, dándole la espalda.

¿Por qué muchas personas rechazan la invitación?, si se trata de una gran fiesta. ¿Por qué buscan tantas excusas? ¿Les resulta un compromiso al que no están dispuestos? ¿Es porque están demasiados ocupados en “sus cosas”? ¿En mantener su comodidad? ¿En seguir siendo esclavos de sus rutinas? 

Lo que Él nos ofrece no es opcional si queremos seguir sus pasos. No es dejar de vivir, sino todo lo contrario; no es esclavitud, sino libertad basada en amor: un amor indescriptible que es necesario descubrir. No es suficiente con ser "buenos", con no matar o no robar, no es suficiente con ir los domingos a misa. Hay algo más. Nuestro Señor no quiere tibieza ni medias tintas (Apocalipsis 3, 15-17). 

Dios, por medio de su hijo, Jesucristo, se da completamente: su amor es eterno; su misericordia, infinita; su bondad, ilimitada; su entrega en la cruz, generosa hasta el máximo; su vida, sanadora. Y nos llama a que nosotros, aspiremos a ser como Él: a entregarnos en cuerpo y alma y, en definitiva, a amarlo con la misma locura con la que nos ama Él.

Pero nosotros, amparándonos en su inequívoco amor paternal, en su indudable misericordia y en su buena fe, de no obligarnos a amarlo y a serle fiel, nos alejamos de Él. 

Le decimos NO! a su invitación.

El punto de equilibrio de un cristiano no está basado en cómo somos en comparación con el resto del mundo sino en cómo somos en comparación con Cristo.

¿Verdaderamente le seguimos? o ¿fingimos seguirlo? ¿Creemos en Él o lo amamos?

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué estamos paralizados, inactivos, desenchufados, en modo “off”? ¿Por qué nos negamos a la “acción”, a ponernos en modo “on”?

Posiblemente sea porque damos más importancia a la sacralización, a la formación, a la uniformidad, a la falsa tradición, a los ritos, signos y normas, en definitiva a la moral ideológica del cristianismo, que al amor que Jesús nos demostró y que hoy también, nos ofrece.

Nos hemos olvidado que Él es la Luz. Si abandonamos la Luz, nos movemos en las tinieblas.

Nos hemos olvidado que Él es el Camino. Si nos apartamos del camino, nos perderemos.

Nos hemos olvidado que Él es la Verdad. Si nos apartamos de la verdad, caeremos en la mentira y en el engaño.

Nos hemos olvidado que Él es la Vida. Si nos apartamos de la vida, sólo nos espera la muerte.


Ya tienes la invitación...vendrás?

domingo, 11 de octubre de 2015

PASIÓN MISIONERA


“Un evangelizador no debería tener
permanentemente cara de funeral.
Recobremos y acrecentemos el fervor”.

Papa Francisco

La pasión misionera se contagia, el fervor apostólico se expande y el ardor evangelizador mejora nuestro mundo. ¡Es momento de contagiar ilusión! ¡Y se tiene que notar!

Como dice el Papa en su Evangelii Gaudium: “El gran riesgo del mundo actual es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (EG. 2).

Por eso es importante que al frente de nuestras parroquias se sitúen líderes evangelizadores que sean ejemplos de pasión, que no tengan cara de funeral, sino que se muevan con la alegría de una auténtica comunidad cristiana, incluso cuando hay que sembrar entre lagrimas y dolor, y que sean capaces de transmitirlo y contagiarlo a todos. 

La clave de la misión es orientarse en la capacidad de transformar la realidad desde los ojos de los que sufren, desde los ojos del que sufrió por nosotros sin quejarse, en la rotundidad de decir no a una sociedad individualista, injusta y excluyente, contraria al mensaje de la Buena Noticia de que Dios no excluye a nadie del poder salvífico del sacrificio de su Hijo.

Un buen evangelizador trabaja con entusiasmo, con la mira puesta hacia los demás, sobre todo, hacia los más afligidos, atrapados en esta jungla competitiva, donde impera la ley del más fuerte, donde el fuerte se come al débil, donde priva el individuo frente a la comunidad.

Estamos llamados a poner pasión en todo lo que somos, decimos y hacemos. Si damos lo mejor de nosotros mismos en cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, damos gloria a Dios.

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a nuestra intimidad secreta. ¿Quién, estando enamorado, lo oculta en lo íntimo? ¿Quién mantiene en el anonimato una gran noticia? ¿Quién puede evitar que se le salga el corazón del pecho cuando le inunda el amor verdadero, de aquel que murió y resucitó por todos?

En una época tan falta de amor como la actual, son necesarios más que nunca, discípulos misioneros apasionados y enamorados de Cristo, que sean capaces de contagiar su pasión y su visión de transformar este mundo, que no viven la fe como una serie de cargas y obligaciones sino que crean espacios de altas expectativas y espacios de alta cercanía, generando un ambiente de auténtica comunidad cristiana.


El mundo actual, consumista y entristecido, necesita re-descubrir la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida de quien se encuentra con Jesús. “¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ni actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes los que no recibieron el anuncio no existieran". (Papa Francisco, Evangelii Gaudium).

Los discípulos misioneros estamos convocados por el Señor desde nuestro bautismo para compartir su vida, y enviados para comunicar su Palabra y ser testigos de su presencia a través de la acción del Espíritu Santo. 

Es precisamente el Espíritu de sabiduría y poder quien suscita en las personas el anhelo por conocer la verdad sobre Dios y nuestro entusiasmo misionero surge de la convicción de dar respuesta a este anhelo previo que anida en el corazón de las personas.

Sólo hay dos formas de vivir el evangelio: con pasión o con pasión. No existe otra opción. No te quejes e impregna todos tus actos de ilusión, amor y ardor, todas tus palabras de coraje y valentía. 

Y sobre todo, contágialo a todo tu entorno, pon todo tu corazón, tu mente y tu alma en todo lo que hagas, incluso en las cosas más sencillas. Y hazlo por amor. En ello reside el secreto, en la pasión que brota del amor de Cristo y a Cristo. Esa es la clave para alcanzar una vida plena.