¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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lunes, 15 de marzo de 2021

CEDER O NO CEDER, ESA ES LA CUESTIÓN

"No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. 
Si alguno ama al mundo, 
no está en él el amor del Padre. 
Porque lo que hay en el mundo 
—la concupiscencia de la carne, 
y la concupiscencia de los ojos, 
y la arrogancia del dinero—,
 eso no procede del Padre, 
sino que procede del mundo. 
Y el mundo pasa, y su concupiscencia. 
Pero el que hace la voluntad de Dios 
permanece para siempre" 
(1 Juan 2,15-17)

Aunque la tengo muy presente, de vez en cuando me gusta recordar la misión que Cristo encomendó a sus apóstoles, es decir, a su Iglesia, y que nunca debemos olvidar los cristianos: ir, hacer discípulos, bautizar y enseñar (Mateo 28,19-20).

Durante muchos siglos la Iglesia lo ha hecho y lo ha hecho bien. Sin embargo, también hay que decir que, actualmente, se ha acomodado, ha cedido y ha permitido al mundo (antagonista de Dios) reconquistar terreno para el Enemigo, haciendo discípulos suyos dentro de la Iglesia. 

En lugar de (re)cristianizar el mundo, la Iglesia se ha mundanizado. Decía Shakespeare que la cuestión es "ser o no ser", y extrapolándolo a la Iglesia, creo que la cuestión es "ceder o no ceder"a la mundanización, que tanto Benedicto XVI como Francisco describen como gnosticismo, pelagianismo, materialismo, ateísmo práctico o secularismo, individualismo, relativismo, nihilismo, etc.

¿Qué hemos hecho mal para mundanizarnos?

Babilonia nos ha invadido, nos ha conquistado y nos ha llevado al exilio. Allí, los cristianos hemos sido seducidos por las "riquezas y placeres" de la gran ciudad, nos hemos dejado "enredar por sus maravillosos jardines colgantes", es decir, por esos buenismos "correctamente políticos" asumiendo la idea de "ceder para atraer". Pero eso no funciona ni funcionará nunca. 
Hemos "ido" al mundo para no volver, hemos ido al "exilio" para quedarnos en él; hemos dejado de hacer discípulos para hacernos "ciudadanos de Babilonia"; hemos dejado de bautizar para "presentar" a nuestros hijos en sociedad; hemos dejado de enseñar los mandamientos de Dios para cumplir los "estándares" imperiales.

Ante la gran presión "social", hemos cedido a las ideas de progreso del Imperio hasta mimetizarnos con él, extenuados de "ir contracorriente". Ante el gran torrente ideológico babilónico, hemos levantado las manos de los remos y nos hemos dejado arrastrar por la corriente, cansados de "bogar". Ante la continua coacción "colectiva", hemos transigido algunas prácticas paganas, fatigados de "corregir".

Roma nos ha invadido, nos ha conquistado y nosotros nos hemos rendido. Allí, los cristianos hemos adaptado el Evangelio a la cómoda vida de la ciudad imperial, hemos abandonado el seguimiento de Cristo por la seducción de "pan y circo", hemos acomodado los mandamientos de Dios a la "Lex romana", hemos acondicionado nuestra identidad a la "ciudadanía romana".
Nos hemos dejado seducir, nos hemos adaptado al mundo, nos hemos secularizado, sometiéndonos a su ideología para luego, ponerla en práctica: "lo que el mundo dice que es bueno, es bueno", es decir, "el pecado no existe". Hemos "aparcado" nuestras creencias para "dar paso" a las del mundo pagano. Hemos dejado de mirar la Cruz para mirar a los ídolos del materialismo y del progreso.

En lugar de dar testimonio de Dios, hemos escuchado el testimonio de los habitantes de la tierra, dándolo por válido. Hemos dejado de hablar de Dios a los hombres y...nos han persuadido de que es irrelevante. Hemos dado por hecho que los hombres conocían a Dios y...nos han inducido a que conozcamos los placeres del mundo.

En Jerusalén nos sentíamos en nuestra casa y protegidos. Sin embargo, los cristianos hemos desplazado a Dios de nuestro templo porque, entendiendo mal la misión, hemos salido al "Atrio de los Gentiles", no para atraer a otros sino para dejarnos seducir y cautivar por ellos. Allí, "fuera de Dios", hemos negociado y comerciado con los mercaderes y cambistas...y nos hemos sentido cómodos y satisfechos, pensando erróneamente que estábamos evangelizando "desde casa".
Hemos dejado de encarnar a Cristo en el mundo, en la historia, en la cultura, y la Iglesia sin Él no tiene sentido. Hemos dejado de ofrecer el modelo inicial de hombre "a imagen y semejanza de Dios" para sustituirlo por uno hecho "a imagen y semejanza del hombre". Hemos dejado de existir como Iglesia para Dios y para el mundo, y vivimos para nosotros mismos, para proclamarnos a nosotros mismos.

Hemos dejado la ortodoxia por considerarla "rigida y radical" para asumir la heterodoxia como "abierta y adaptable". Hemos desterrado nuestra identidad cristiana de "Sólo Dios basta" para admitir un eclecticismo pagano de "Todo vale". Hemos querido ser conciliadores para convertirnos en sincretistas.

Hemos dejado de ser una Iglesia valiente para convertirnos en una Iglesia acomplejada y timorata. Hemos querido "caer bien a todos" cediendo terreno, para conseguir no "llegar a nadie" perdiendo todo campo de evangelización. Hemos querido tocar una "suave melodía" que agrade a todos, para producir un ruido que no escucha nadie.

¿Qué debemos hacer bien para divinizarnos?

Hemos hecho muchas cosas mal y otras muchas bien pero no aprendemos de los errores. San Pablo, en sus cartas a Timoteo, nos advierte de que todo esto pasaría: 

"En los últimos tiempos, algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia" (1 Timoteo 4, 1-2). 

"Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas" (2 Timoteo 4, 3-4).
Entonces, ¿qué debemos hacer? El mismo San Pablo nos lo dice

"Nos fatigamos y luchamos, porque hemos puesto la esperanza en el Dios vivo (...) sé un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza. Centra tu atención en la lectura, la exhortación, la enseñanza (...) Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas. Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan" (1 Timoteo 4,10-16). 

"Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio" (2 Timoteo 4, 2 y 5).

Más que ceder o transigir, tenemos que mantener una resistencia activa, ser firmes con el escudo de la fe (Colosenses 2,6-8), decididos con el arma del amor y asidos a la bandera de la esperanza.

Vigilar y defender con valentía los valores cristianos como necesarios para el hombre"Vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos" (1 Corintios 16,13).

Desenmascarar el mal y luchar contra él, aunque sea con palabras "incómodas" para el mundo como: pecado, arrepentimiento, conversión, santidad, cruz, sacrificio, martirio..."Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Efesios 6,11-12).

Mostrar a Dios como es y no como el mundo quiere que seaDios es inmutable, no cambia. Por eso, la Iglesia, cuya misión es encarnar a Dios en el mundo, no puede cambiar, no puede ceder para tratar de mostrar a un Dios equivocado o falso: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mateo 24,35).

Proclamar los principios y mandamientos de Dios no como ideales, que se pueden cumplir o no y que pueden ser igual de válidos que otros, sino como verdades superiores y absolutas, que el hombre, por su bien, debe conocer y seguir: "¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mateo 16,26)

Afirmar con rotundidad que el pecado existe y que es una ofensa a Dios, que no existen pecados buenos o menores (envidia sana, mentira piadosa, libre moralidad) y pecados malos o mayores (asesinato, robo, violencia). Todos dañan al hombre y le alejan de Dios: "¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios" (1 Corintios 6,9-10).

Ceder o no ceder...esa es la cuestión.

JHR

lunes, 11 de noviembre de 2019

LA IGLESIA DISIDENTE ANTE UN MUNDO DECADENTE





En su último libro, "Se hace tarde y anochece", el cardenal Robert Sarah afirma que la crisis espiritual de Occidente es consecuencia de un ambiente moral contaminado, en el con la pérdida de los valores permanentes e identitarios de la civilización cristiana, se ha deformado nuestra conciencia, pervertido nuestra sensibilidad, corrompido el amor y degradado el hombre. 

Añade, que la crisis moral y eclesial es consecuencia de una atmósfera tóxica en la que el rostro de Dios se ha vuelto borroso, confundiendo el bien y el mal, y de un entorno relativista narcótico, que ha perdido la brújula de la verdad y la razón, que desdeña la salvación, y que ha provocado que la misma Iglesia haya entrado en una bruma perniciosa y en un cenagal maloliente.


Resultado de imagen de tecnologia en la religionComo lo estuvo el Imperio Romano, Occidente está en decadencia. El hombre occidental es su propio contaminante. Alejado de Dios, parece tratar de ponerse fin a sí mismo. Defendiendo una firme voluntad de romper con su pasado, sus tradiciones, sus valores y su herencia religiosa, cultural e histórica, está abocado al suicidio. 

En este ambiente inhóspito y enfermizo, el hombre pretende convertirse en Dios para empezar de cero, para re-inventarlo todo, para deconstruir la sociedad desde su núcleo, la familia, para re-convertir lo feo en bello, lo falso en verdadero y lo malo en bueno. Y así, sin darse cuenta, destruirse a si mismo.

La Iglesia Disidente

Ante esta crisis espiritual, moral y eclesial sin precedentes, el purpurado nos propone la exigencia que tiene toda la Iglesia de adoptar un mayor compromiso para ejercer la disidencia que el mundo necesita: hablar de Dios sin complejos. 

Los católicos no podemos dejarnos anestesiar con silencios cómplices sino proponer una enseñanza doctrinal y moral del mensaje de Cristo clara, precisa y firme, que se enfrente a la dialéctica de quienes debilitan nuestra identidad cristiana con la excusa de afirmar la dimensión social o bien, para ocultar su miedo. Porque la razón de la esperanza para el mundo es: Dios o nada. 

Podríamos afirmar que, aparte de la Iglesia Triunfante, la Purgante y la Militante, ésta última (nosotros) debería ser, a la vez, Iglesia Disidente.

Ahora, más q
ue nunca, los cristianos debemos trabajar contracorriente, para inmunizarnos del pensamiento único predominante, y combatir la dañina la ideología de género, cuya propuesta de indeterminación sexual y de libre elección de la identidad, instala de forma totalitaria la idea de "un hombre nuevo", socavando el vínculo conyugal y provocando un desastre en toda la estructura familiar y social
Imagen relacionada
Ahora,
más que nunca, debemos luchar contra el gran "becerro de oro" de nuestro tiempo: el dinero

Este becerro de oro es incapaz de llevarnos a la Tierra prometida y por eso nos vende dioses superficiales, como el materialismo , que con la máscara de un falso y efímero bienestar, nos esclavizada en el terreno de la codicia,  como el consumismo, que nos ha transformado en "consumidores compulsivos" y como el egoísmo, que nos ha adoctrinado en la "religión de la inmediatez" que crea "fieles que consumen sin pensar".

Ah
ora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo auto-destructor, para combatir algunas grandes utopías terrenales: el hedonismo institucionalizado, que nos incita a desechar cualquier esfuerzo o sacrificio, la globalización igualitaria, que pretende crear un hombre idéntico, uniforme y homogéneo, y el relativismo de masas, que nos propone un cambio de valores por deseos, de virtudes por afanes, de libertad por libertinaje, de bien común por egoísmo, de moralidad por tolerancia.

Imagen relacionadaAhora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo totalitario para rebelarnos contra el laicismo, que pretende evitar nuestra mirada al cielo, el liberalismo social, que pretende falsificar la verdadera libertad para hacernos "como Dios" y el secularismo, que pretende imponernos un nuevo concepto de vida: una humanidad lejos de Dios. O lo que es lo mismo, un infierno.

Ahora más qu
e nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo tecnológico para sublevarnos contra el tecnicismo absorbente, que pretende dispensarnos de reflexionar y ejercitar el juicio crítico, el ecologismo  artificial, que pretende enseñarnos a amar la naturaleza ambiental y a odiar la naturaleza humana, y el feminismo radical, que pretende enemistar a hombres y mujeres, destruyendo su complementariedad.

Ahora más que nunca, debemos ejercer la disidencia ante un mundo que busca el fin del hombre, para anunciar que la única esperanza es Dios. 

viernes, 21 de abril de 2017

I. FRANCISCO: UNA MIRADA INTROSPECTIVA



El Papa Francisco siempre habla muy claro y de forma sencilla para que todos puedan entender. 

Hoy reflexionamos sobre su exhortación a ser una "Iglesia en salida". En su encíclica Evangelii Gaudium propone una mirada autocrítica e introspectiva, enumerando algunas tentaciones o pecados "que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales"(EG 17): una espiritualidad sin apostolado, la tristeza egoísta, el pesimismo estéril, el individualismo enfermizo, la mundanidad espiritual y la envidia que divide. 

Con el término "agentes pastorales" incluye a "todos los que trabajan en la Iglesia […] desde los obispos hasta el más sencillo y desconocido de los servicios eclesiales" (EG 67)

No obstante, el Papa establece una distinción entre agentes pastorales, ya sean pastores, consagrados o laicos, que forman una pequeña parte de la Iglesia (los que realmente trabajan en y para la Iglesia), y discípulos misioneros, que representan a toda la Iglesia y donde cada bautizado es un agente evangelizador, el ideal al que aspira con la reforma de la Iglesia a través de su conversión pastoral y misionera.

Esta distinción nos recuerda que la evangelización es la principal tarea de la Iglesia y que atañe a cada bautizado por esencia, independientemente de que desempeñe o no un cargo pastoral en la Iglesia.

Pero la evangelización presenta una serie de problemas que el Papa Francisco detalla:



Espiritualidad cómoda, individualista y relativista

Muchos agentes pastorales, incluso sacerdotes, desarrollan una falsa espiritualidad, sin entrega, individualista y cómoda "Manteniendo una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas de la Iglesia como un si no fueran parte de su propia identidad " (EG 78)

Debido a una crisis de identidad, causada por la desconfianza hacia la Iglesia y su mensaje, muchos agentes pastorales desarrollen una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. 

Ello provoca un círculo vicioso que lleva a una entrega muy débilAhogan su alegría misionera en una obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado (EG 79)

También se desarrolla un relativismo individualista que lleva a un estilo de vida aferrado a "aferrarse a seguridades económicas o a espacios de poder y de gloria humana, a actuar como si Dios no existiera ni los demás, tampoco" (EG 80)

Acedia egoísta y paralizante

La consecuencia de esa espiritualidad individualista, cómoda y relativista es una segunda tentación peor aún: la "acedia paralizante", una tristeza profunda en las cosas de Dios, de la que ya hablaban los padres del desierto y que todos los místicos han descrito: 

Cuando más necesario es un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre

"Algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante" (EG 81)

Resultado de imagen de acediaEs lo que todos conocemos como el síndrome de burn-out ("estar quemado") a causa del exceso de actividades. "Pero el problema no es siempre el exceso, sino las propias actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado" (EG 82)

El cambio profundo vivido en la Iglesia en las últimas décadas ha provocado una elevada sobrecarga de trabajo a los agentes pastorales: somos menos y tenemos que hacer más cosas: las de siempre y las nuevas. 

La dilación de las reformas necesarias provoca que los agentes pastorales continúen realizando las mismas tareas pastorales de siempre, a veces sin apenas frutos, y además las nuevas actividades, en teoría, evangelizadoras, aunque sin una motivación y una visión claras. 

En fin, los sacerdotes se sienten presionados por sus obispos, que les exigen más responsabilidades y más frutos; y los laicos comprometidos son, a su vez, utilizados por sus sacerdotes con la misma lógica diabólica:

-Tratan de llevar a cabo proyectos irrealizables o no los viven con ilusión.

-No aceptan la costosa evolución de los procesos o quieren que todo caiga del cielo. 

-Se apegan a sueños de éxitos imaginados por su vanidad. 

-Pierden el contacto real con el pueblo y prestan más atención a la organización que a las personas, les entusiasma más la "hoja de ruta" que la ruta misma

-El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que no toleren fácilmente alguna contradicción, algún aparente fracaso, alguna crítica, alguna cruz 

El primer paso para expulsar un demonio es discernirlo y ponerle nombre. La mayor amenaza para la Iglesia es sucumbir a la trampa de la mentira, de fingir que no pasa nada: "Es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" .(EG 82)

Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo, desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como "el más preciado de los elixires del demonio". 

Pesimismo estéril

La tercera tentación, que ahoga el fervor y la audacia, es "la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre" . Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar pierde de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos (2 Cor 12,9). 
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El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica" (EG 85)

En algunos lugares se ha producido una desertificación espiritual, "fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas, o a vivir su fe casi a escondidas. Ésta es otra forma muy dolorosa de desierto. También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla" (EG 86). 

Individualismo enfermizo

En el contexto de una sociedad hedonista e individualista, Francisco desenmascara la tentación del individualismo enfermizo: "la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual"

La sociedad ha optado por una "modernidad líquida" que fomenta la fragilidad en las relaciones, que huye de las ataduras y de los compromisos, que busca contactos de "amor líquido", pero evita calculadamente las relaciones profundas.

"Esta tentación individualista se presenta tanto como una falsa autonomía de Dios, expresada por el aislamiento, que es una traducción del inmanentismo y que excluye al Creador, pero también como una forma de consumismo espiritual que pretende encontrar en lo religioso una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo enfermizo. La vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos" (EG 89)

Francisco denuncia algunas otras expresiones de este individualismo espiritual: diversas formas de "espiritualidad del bienestar" sin comunidad, una "teología de la prosperidad" , sin compromisos fraternos o "experiencias subjetivas sin rostros", que se reducen a una búsqueda interior inmanentista

Mundanidad espiritual 

Existen dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí.

La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual, es decir, vivir para darse gloria a sí misma, en lugar de a Dios. 

"La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. 

Resultado de imagen de fariseos en la pasion de cristoEs lo que el Señor reprochaba a los fariseos: ¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios? (Juan 5,44). Es un modo sutil de buscar sus propios intereses y no los de Cristo Jesús (Filipenses 2,21). 


Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece fariséicamente correcto. Se alimenta de dos maneras profundamente ligadas: 

-Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva, la persona queda clausurada en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. 

-La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar (EG 94). 

"En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador". 

El Papa, sin nombrar a nadie, está realizando un diagnóstico de la situación interna de la Iglesia y de las actitudes de muchos agentes de pastoral, que impiden el "dinamismo evangelizador" que la Iglesia necesita. Habla expresamente de "formas desvirtuadas de cristianismo", de actitudes de mundanidad que pretenden "dominar el espacio de la Iglesia": 

-Cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. 

-Fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial

-Densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. 

-Funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización 

El Santo Padre es implacable a la hora de describir tantas situaciones frecuentes en la vida eclesiástica de las últimas décadas. En el fondo se intuye una crítica dura contra cierto aggiornamento superficial que ha degenerado en liturgismo, en mero compromiso social, en vida de sociedad, en planificaciones excesivas, etc. 

Las actitudes y manifestaciones varían, pero los efectos son los mismos: "En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica" (EG 95).

Aquí ve el Papa Francisco
 la raíz de la pérdida de fervor evangélico de los agentes pastorales. La mundanidad pervierte al agente pastoral encerrándolo en su "autocomplacencia egocéntrica" y ésta, provoca la imposibilidad de cumplir con nuestra misión al dirigirnos hacia la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo y el clericalismo. 

Resultado de imagen de rendicionHasta ahora el Papa ha hablado de los agentes pastorales en general, sin ninguna alusión personal y con bastante espíritu constructivo. 

Pero no hay duda de que está pensado en los pastores cuando habla de "generales de ejércitos derrotados" y de "generales derrotados" a los que acusa de vanidosos y de hablar "como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera (EG 96).

Lo que está en el fondo de esta actitud mundana es una "pérdida de contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel", la vanagloria de "tener algún poder" y la negación de "nuestra historia de Iglesia", que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es “sudor de nuestra frente” .

No es fácil la sanación de quien ha sucumbido a esta tentación y Francisco no ahorra duros calificativos contra este pecado que ciega al que lo padece hasta el punto de que "mira desde arriba y de lejos, rechaza y descalifica a sus hermanos y "no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. 

Es una tremenda corrupción con apariencia de bien" (EG 97). ¡Suena un poco duro, pero auténtico! 

Envidia que divide 

El Papa Francisco detecta otra consecuencia de la mundanidad espiritual, anteriormente descrita, pues según él "lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica".

Resultado de imagen de cain y abelSufre especialmente por las guerras internas en las comunidades cristianas y un sentimiento inadecuado de pertenencia: algunos "más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial" (EG 98)

Y no esconde su dolor al constatar "cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?" (EG 100)

En definitiva, Francisco hace auto crítica: con estos comportamientos mundanos ¿a quién vamos a evangelizar?". Es cierto que la cultura actual está cerrada a lo trascendente y parece hermética al mensaje de la Iglesia, pero también es verdad que la Iglesia tiene que cambiar muchas cosas internas y estructurales si pretende tener una palabra para este mundo, y más aún una palabra evangélica.