¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 23 de octubre de 2020

EVANGELIZACIÓN 2.0: DISCIPULAR CONVERSOS

"Nadie puede venir a mí 
si no lo atrae el Padre que me ha enviado...
Serán todos discípulos de Dios. 
Todo el que escucha al Padre y aprende, 
viene a mí" 
(Juan 6,44-45)

Hace cinco años, en mi artículo Iglesias portaaviones, escribía sobre la urgencia de la conversión pastoral de la Iglesia, sobre la necesidad de pasar de ser cruceros a portaaviones. 

Un cambio de paradigma al que nos han venido exhortando los papas (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) en sínodos, encuentros y encíclicas (Lumen GentiumRedemptoris MissioEvangelli NuntiandiiVerbum Domini, Evangelii Gaudium) bajo expresiones como "Nueva Evangelización", "La Iglesia existe para evangelizar", "Iglesia en salida", etc.  

Y gracias a la acción del Espíritu Santo que, en los últimos años, ha guiado a la Iglesia para poner práctica distintos metodos de evangelización (Cursillos de Cristiandad, Apha, Emaús, etc.) que han producido muchos frutos, han hecho regresar a muchos "hijos pródigos", que se habían alejado de la Iglesia (entre los que me encuentro yo también).
Ahora, escribo y reflexiono sobre la importancia y la imperiosa necesidad de que la Iglesia dé un nuevo paso en su misión: Evangelización 2.0. Es decir, de la evangelización al discipulado, priorizar la acogida, ayuda y formación de todas las personas que han vuelto, y que continúan regresando a la Casa del Padre, es decir, acoger atender y preparar a los conversos.

No podemos limitarnos a evangelizar y luego volvernos a casa sin más, dejando a las personas sin guía. Es necesario acoger, acompañar y discipular a los "evangelizados". Si no lo hacemos, el fruto caerá en tierra y se pudrirá. Transcurrido un tiempo, la personas que regresaron, volverán a marcharse. 

Muchas veces lo hemos escuchado, dicho y repetido: el fruto de la evangelización no consiste en llenar parroquias los domingos, sino en los evangelizadores que envía y en los discípulos que genera.

La Iglesia evangelizadora no es un crucero placentero donde disfrutamos todos como pasajeros. Es algo más: es un portaviones en continua actividad que envía y recibe aviones, que repara y reposta a los que llegan para volver a enviarlos. Es un navío donde los pasajeros están en continuo adiestramiento.

El regreso de los "hijos pródigos" no tiene sentido alguno, si una vez en casa, no les devolvemos su dignidad, no les vestimos, no les calzamos, no les ponemos el anillo y no les ofrecemos el novillo cebado. 
No tiene sentido, si al cabo de un tiempo, dejamos descuidados los aviones en los hángares del portaviones, o si no los reparamos, preparamos y equipamos para nuevas misiones, o incluso, si quedan inservibles para la acción. 

La evangelización no tiene sentido sólo por el acto en sí de envangelizar, si al cabo de un tiempo, los que regresaron, se vuelven a marchar a aquel "país lejano" del que vinieron, porque no les hemos acogido ni prestado la atención debida. Eso es lo que la párabola nos exhorta a hacer: acoger, acompañar, preparar...discipular.

Como decía en el artículo antes citado, el mayor enemigo de la evangelización somos nosotros mismos. Volvemos de las misiones con "prisioneros rescatados", pero seguimos siendo "cortos de miras", al no saber qué hacer con ellos, al no escuchar lo que el Espíritu Santo nos dice a través de la Iglesia, de la Tradición, el Magisterio y la Palabra de Dios.

No se trata de llenar las parroquias como si fueran "trasteros", donde acumulamos de todo "por si acaso", pero no utilizamos nada. No se trata de organizar retiros evangelizadores o acciones misioneras para "ocuparnos" en muchas cosas que carecen de sentido sobrenatural. Porque todo eso no evangeliza. 

Se trata de adiestrar continuamente a los hombres y mujeres que son rescatados del Enemigo y acogidos en el "portaaviones" (y a la dotación, también), para formar un ejército de "rescatadores de almas" para Dios. 
Se trata de preparar grupos para misiones específicas, incluso a veces, "imposibles", porque todos corremos el peligro de caer en manos del Enemigo y volver a ser "prisioneros de guerra".

Se trata de entrenar equipos especiales que, primero, deben ser adiestrados en la supervivencia como cristianos para, después, conocer las tácticas de defensa y ataque, y así, emprender la misión y liberar a otros prisioneros.

Sólo un ejército bien dotado y equipado, entrenado y adiestrado, puede embarcarse en nuevas misiones que acaben con éxito. Sin la preparación adecuada, no se puede "luchar".

sábado, 27 de julio de 2019

DOS CLAVES DE CRECIMIENTO PARROQUIAL

Nuestra Iglesia Católica pierde gente de sus parroquias a un ritmo alarmante. Algunas personas se van porque no se sienten cómodas. Otras, porque no llegan nunca a comprometerse. Otras, porque su vida llega a su término y mueren. Y los jóvenes vienen sólo si les traen sus padres. Y a una cierta edad, ni eso.

No podemos evitar que la gente se vaya de nuestras parroquias. Por supuesto, no podemos evitar que mueran. Pero podemos plantearnos cómo hacer, de nuestras parroquias, un imán para las personas.

He escrito sobre este tema en varias ocasiones y seguiré haciéndolo las veces que haga falta. Aunque uno sigue aportando su granito de arena y poniendo en práctica lo que escribe, aún sigue sorprendiéndome el hecho de que en ámbitos católicos, nadie parezca inquietarse por esto. Dentro de la Iglesia, sólo existe la preocupación por la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. 


Es cierto también, que nuestros monasterios y conventos envejecen a la par que sus denodados consagrados y sus perseverantes contemplativas. Pero es que, precisamente, el centro de gravedad de todo el problema de la falta de vocaciones, también, está en el crecimiento de comunidades parroquiales. Comunidades que puedan suscitar esas vocaciones.


Si nuestros monasterios echan el cierre por falta de "efectivos", si nuestras parroquias se van vaciando por falta de visión o por falta de misión, es que no estamos haciendo caso a la invitación de Jesús: 

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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20.y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"(Mateo 18, 19-20; Marcos 16, 15; Lucas 24,47-48).

Con esta invitación, Cristo inició su Iglesia, delegando en sus apóstoles esa misma invitación para su continuidad y crecimiento. Hoy, dos mil años después, da la impresión de que hemos declinado esa invitación.

Para llevar a cabo esa invitación de Jesús, es decir, para que Su mensaje llegue hasta los confines de la tierra, para que nuestros monasterios y conventos eleven sus oraciones al cielo y para que nuestras parroquias crezcan cuantitativa y cualitativamente, los cristianos tenemos dos tareas: una, llegar a nuevas personas que están fuera, es decir, invitar, evangelizar, y dos, acoger, escuchar y ayudar a las que ya están dentro, es decir, discipular.

Invitar= Evangelizar

La mayor diferencia existente entre parroquias que crecen (porque algunas crecen) y las que se vacían o cierran, es la evangelización, es decir, el hecho de invitar a personas alejadas de la fe a un encuentro personal con el amor de Cristo.

Promover nuestras parroquias desde programas diocesanos y espacios publicitarios en medios o redes sociales de evangelización son grandes ideas, pero, a las pruebas me remito, por sí solos, no funcionan.

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La mayoría de las personas que realmente se encuentran con Dios son personas invitadas personalmente por un amigo o miembro de la familia, bien a través de un método de evangelización, de un grupo pequeño de fe, de una peregrinación, etc.

Nuestra Familia de fe crecerá, primero por amor, y segundo, por el "boca a boca"

Sin embargo, nadie que venga a nuestras parroquias se comprometerá con ellas tan sólo por el simple hecho de haber sido invitado por alguien conocido.

Las personas se comprometen de forma automática y natural por razones experienciales y vivenciales: por un sacerdote que se muestra cercano y comprometido con Dios y con la Verdad, por un ambiente de cálida acogida y fraternidad auténtica, por una escucha atenta de sus problemas, necesidades o heridas por parte de las personas que les reciben,  por una adecuada y continua formación en la fe, a través de grupos de oración, matrimonios, jóvenes, etc.

Evangelizar, invitar a las personas a la Iglesia es sólo la mitad de la ecuación. La otra mitad es enfocarse en que se comprometan y permanezcan a largo plazo, y la única clave para esto son las relaciones personales.

Acoger= Discipular
Como ya hemos dicho, las personas se acercarán a Dios y a su Iglesia por una invitación personal, o tal vez por algo que han visto o escuchado en relación con un retiro, una peregrinación, un contenido de enseñanza o un método de evangelización.

Pero las personas se quedan cuando desarrollan una conexión más profunda y personal con el Cuerpo Místico de Cristo. Vendrán porque han sido invitados, pero se quedarán cuando se sientan personalmente interpelados y comprometidos por, al menos, dos hechos:

-porque han desarrollado amistades auténticas en un grupo pequeño de fe.

-porque han dedicado su tiempo, talento y capacidad a comprometerse en un servicio.

No debemos confundir multitud con parroquia. Una multitud no es una comunidad. Una multitud puede convertirse en una comunidad parroquial, pero una multitud no es automáticamente, una parroquia. Puede haber mucha gente en momentos determinados pero, a la hora de una necesidad, puede que no haya nadie dispuesto o comprometido.

A los católicos se nos da muy bien "recibir". Mucho más que "dar". Es como si no nos hubiéramos enterado de nada de lo que Jesús nos ha dicho: "Hay más felicidad en dar que en la que hay en recibir" o "No hay amor más grande que el que entrega la vida por sus amigos". O puede que seamos "especialmente comodones" y "perezosos" para comprometernos.

Las parroquias con propósito, con visión y misión, son especialmente hábiles en mover a las personas hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo:

-Hacia el interior, mueven a la multitud hacia una comunidad atractiva, pidiéndoles que se comprometan con la parroquia, formándolas y sugiriéndoles su adhesión a un pequeño grupo o servicio. Promueven el compromiso personal de ellas, desarrollando los hábitos y las disciplinas propios de un discípulo. Mueven a las personas comprometidas hacia el núcleo de la parroquia, involucrándolas en el servicio a otros de la comunidad.

-Hacia el exterior, enviándolas de vuelta al mundo en misión para presentar a otras personas a Jesús.

Todos los miembros de una parroquia deberían estar formados y capacitados para invitar a otros a asistir y a pertenecer a ella. 

Y luego, para atender a los que ya se han incorporado a la comunidad, los sacerdotes y su núcleo de personas más comprometidas, deberían trabajar en dos tareas específicas: conectar a las personas entre sí, formando grupos pequeños de fe y conectar a las personas creando servicios pastorales.

¿Qué persona invita a un amigo a casa y luego le deja desatendido?

Los nuevos "creyentes" que formarán parte de nuestra parroquia dentro de uno o dos años a partir de ahora, son aquellos que se unen al grupo pequeño y se unen a un equipo de trabajo.

Resultado de imagen de evangelizar y discipularAprovechemos cualquier ocasión para invitar a otros a formar parte de nuestra familia, ya sea fuera o dentro de nuestra parroquia, en una boda o funeral, en un retiro, en una celebración de amigos, en un puesto de trabajo.

Y con los que ya forman parte de nuestra familia, invitemosles a seguir creciendo y madurando espiritualmente a través de la formación, el discipulado y el servicio.

Así es como crece la Iglesia: trabajando para llegar a nuevas personas y trabajando para cuidar a las personas que ya han llegado.

Así es como Jesús lo hizo. Así es como nos enseñó a amar a Dios y al prójimo.