¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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miércoles, 2 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (3): ¿HABÉIS ENTENDIDO ESTO?

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar 
y recoge toda clase de peces: 
cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, 
y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: 
saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos 
y los echarán al horno de fuego. 
Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?»
Ellos le responden: «Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos 
es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
(Mt 13,47-53)

Jesús siempre utiliza parábolas de escenas cotidianas para describir el Reino de Dios cuando se dirige "al gentío", "a la multitud", es decir, a todos los hombres (creyentes y no creyentes) pero se las explica sólo a los que son sus discípulos. Por eso, los que tienen "endurecidos sus corazones" y "cerrados sus ojos" no pueden comprenderlas. 

Para comprender el mensaje de Jesús es necesario ser un verdadero discípulo suyo y, por tanto, tener fe, acogerlo en el corazón. Sólo así podemos llegar a profundizar en esa verdad que el Señor quiere transmitirnos en cada parábola. 

La parábola de hoy (recogida sólo por san Mateo) es semejante a la del trigo y la cizaña. Ambas señalan el dia del juicio. Es un nuevo aviso para estar vigilantes y en oración, una nueva invitación para elegir entre el bien y el mal. En ambas, son los ángeles quienes separan la cizaña del trigo y los peces malos de los buenos. El juicio sólo le corresponde a Dios.

La red es la comparación que Jesús utiliza para referirse a nuestra propia vida, en la que experimentamos situaciones muy diversas, buenas y malas, y que, como los pescadores de la parábola, tenemos que seleccionar lo que nos sirve de lo que debemos descartar, guardar lo bueno y desechar lo malo.

Pero también la red se refiere a la Iglesia que, a través de su misión apostólica (pescadores de hombres), acoge a todo tipo de personas, peces buenos y malos, cizaña y trigo. Todos somos llamados por Dios pero no nos toca a nosotros separar. Nosotros lanzamos la red y Dios, por medio de sus ángeles, separará.
Las palabras de Jesús sobre el destino de los peces malos, es decir, de aquellos que se rebelan y se separan de Dios, son claras y firmes para que no haya la más mínima duda. Nos invita a tomar partido, a elegir una opción... libremente. Lo que no podemos es ser neutrales, ambiguos ni tibios: o elegimos el bien u optamos por el mal (Ap 3,16). Por eso, nos advierte de las consecuencias y nos insiste: "¿Habéis entendido todo esto?".

"Horno de fuego" y "llanto y rechinar de dientes" son dos imágenes fuertes utilizadas por el Señor para señalar el destino de aquellos que se rebelan a Dios y que los discípulos entendían perfectamente. Por eso, contestan "sí" a la pregunta de Jesús.

Horno de fuego hacía referencia a la existencia en las afueras de Jerusalén de un valle o barranco llamado Gehena o Gehinnom (valle de Hinón), utilizado como vertedero desde el 638 a.C. y donde se incineraba la basura (incluso cadáveres de animales o de algunos criminales) en un fuego permanente y que nunca se apagaba (Mc 9,43-48). También es una referencia a la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor en 587 a.C. a causa de la idolatría y apostasía del pueblo judío.

Por tanto, el Gehena u "horno de fuego" (el mismo “lago de fuego” mencionado por san Juan en el Apocalipsis) es para los judíos un símbolo de exclusión y condena
El llanto y rechinar de dientes (Mt 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30; Lc 13,24; Sal 112,10) hace referencia a la abominable práctica idolátrica que el rey cananeo Manasés realizaba en la antigüedad allí mismo, donde se sacrificaban niños a los dioses Moloch y Baal, quemándolos vivos en un horno; una práctica que fue proscrita por el rey Josías (Jer 7,31; 19,5; 2 Cro 33,6; 2 Re 17,17; 23,10, Ez 23,39). 

Esta locución hebrea es para los judíos un símbolo de desolación y agonía, de impotencia y angustia ante la incapacidad para tomar decisiones por propia voluntad.
Ambas expresiones son símbolos de destrucción eterna, sin ninguna posibilidad de resurrección. Pero no es Dios quien excluye porque quiere que "todos tengan vida y vida en abundancia" (Jn 10,10) y no puede obligarnos a amarlo. Somos cada uno de nosotros quienes libremente nos excluimos a nosotros mismos y nos "lanzamos" al infierno, al barranco, cuando renegamos de Dios.

Finalmente, Jesús compara a un converso (escriba) con "un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo"... y ¿qué hace un padre de familia? transmite el "tesoro de la sabiduría familiar" a sus hijos, es decir, la riqueza de la fe, los valores cristianos y las costumbres de la vida que ha recibido y aprendido de sus padres. 

El Señor quiere que sus discípulos seamos los transmisores de la fe, que seamos "padres de familia" que llevemos el mensaje de Cristo a todos (incluso a los peces malos) para que puedan convertirse. 

Además, con sus palabras y hechos, Jesús nos muestra la imagen real de Dios, quien parecía para los escribas muy severo en el Antiguo Testamento y que, sin embargo, tiene rasgos de un Padre bondadoso, tierno y misericordioso que ama a todos sus hijos y quiere que todos se salven.


JHR

miércoles, 14 de abril de 2021

MILLONARIO EN MISERICORDIA

"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 
No he venido a llamar a los justos, 
sino a los pecadores a que se conviertan" 
(Lucas 5,31-32)

Los Evangelios contienen innumerables pasajes que nos muestran la especial relación que Jesús tenía con los pecadores: el de los publicanos Mateo (Mateo 9, 9-12) y Zaqueo (Lucas 19, 1 -10), el de la pecadora que lavó sus pies en casa del fariseo (Lucas 7, 36), el de la mujer adúltera (Juan 8, 1-11), el del buen ladrón (Lucas 23, 39-43), el del fariseo y el publicano (Lucas 18, 9-14) y las parábolas del hijo pródigo, la oveja perdida y la moneda perdida (Lucas 15).

Jesús desconcertaba y sorprendía a los escribas, fariseos y doctores de la Ley cuando visitaba, hablaba y se juntaba con todos aquellos a quienes los judíos odiaban y repudiaban: rechazados y marginados, publicanos y samaritanos, enfermos y leprosos, viudas y mujeres... 

En general, los fariseos consideraban "pecadores" o "impuros" a todas las personas que no seguían la interpretación que hacían ellos de la Ley (quizás porque ellos se consideraban justos, puros y por encima de la Ley), sin duda, mostrando el resentimiento egoísta "del hermano mayor" en la parábola del hijo pródigo.
Jesús los reprendía (como un padre lo hace con sus hijos) cuando le increpaban por juntarse con ellos, mostrándoles, frente a su dura, egoísta y condenatoria actitudla gran compasión de Su humano corazón y la infinita misericordia de Su divina persona. Él mismo, el Justo y Santo, es la Misericordia Divina personificada.

San Juan Pablo II escribe su segunda encíclica, Dives in misericordia ("Rico en misericordia") en 1980 para mostrar al mundo el rostro de Dios a través de Jesucristo, encarnación y revelación de la Misericordia: "Quien me ha visto a mi, ve al Padre" (Juan 14, 9). 

Jesús, al compartir su vida y su amor con aquellos considerados pecadores, cumple la misión encomendada por el Padre mostrando Su rostro compasivo, y frente a quienes los rechazan y condenan, los libera de su experiencia de culpabilidad, los invita a la conversión, les devuelve su dignidad, y comiendo con ellos, anticipa el gran banquete de su encuentro definitivo con Dios.

Cristo, con sus palabras y hechos, manifiesta no sólo al Padre sino también al Espíritu Santo, es decir, se hace signo visible de la Santísima Trinidad"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor" (Lucas 4,18; Isaías 61,1).

Veinte siglos después, con el avance de la ciencia y la técnica, el hombre sigue dando la espalda a la misericordia y tampoco parece necesitarla. Sin embargo "el hombre moderno se muestra a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor, con la opción entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre el amor o el odio, entre la justicia y el pecado. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o salvarle" (San Juan Pablo II, Dives in misericordia I, 2).

El infinito amor de Dios se transforma en misericordia, superando la norma estricta (y a veces estrecha) de la justicia. La Divina Misericordia no es un amor cualquiera. Es un misterio insondable de su propio ser trinitario: infinito, gratuito, y generoso, manifestado en Cristo encarnado, muerto y resucitado para la salvación de todos los hombres, de todos los pecadores, y en consecuencia, de todos sus amigos: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Juan 15,13-15).

San Pablo en Efesios 2,4 dice que "Dios es rico en misericordia". Dios es millonario en amor. Nos lo regala de forma gratuita y desinteresada en Cristo y no puede destruirse por ningún comportamiento nuestro. Así es el amor de Dios: fiel y paciente. Nada que ver con nuestro "amor humano": infiel, impaciente e interesado. 

Un amor infinitamente más grande que todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos juntos. El amor misericordioso del Padre sale al encuentro del hombre pecador en Jesucristo, le abraza, le devuelve su dignidad y le conduce a la salvación por el Espíritu Santo.
Jesús, la Divina Misericordia, se acerca al drama humano, a todos nosotros, pecadores, habla con nosotros, come con nosotros en cada Eucaristía, y sin acusarnos, sin señalarnos, sin discriminarnos ni marginarnos, nos ayuda a tomar conciencia de nuestra situación desviada, nos hace presente el amor que Dios siente por sus hijos y nos invita a convertirnos, a cambiar de vida.

Nos enseña que todos somos débiles y frágiles, que todos pecamos y que no tenemos derecho a juzgar y a condenar a los demás: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros" (Mateo 7,1-5). 

Nos muestra que todos somos hijos pródigos de un Padre amoroso que nos acoge compasivamente, a pesar de nuestras debilidades, infidelidades, equivocaciones y pecados, y nos invita a alegrarnos con Él: “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la oveja que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque he encontrado la moneda que se me había perdido”, “¡Alegraos conmigo!, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lucas 15,3-32).

Nos invita a "ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48), "a amarnos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Juan 4,7-8).

Dios es rico en misericordia, es millonario en amor, es infinito en compasión, ilimitado en gracia, y quiere que nosotros también seamos felices, santos y perfectos

¡Es tan fácil serlo! Sólo hay que hacer presente el amor en nuestra vida: "Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40).




JHR