¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 24 de diciembre de 2019

AUTENTICIDAD CRISTIANA: ¡FUERA MÁSCARAS!

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"Por sus frutos los conoceréis. 
¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos? 
Así también, todo árbol bueno da frutos buenos, 
pero el árbol malo da frutos malos. 
Un árbol bueno no puede dar frutos malos, 
ni un árbol malo frutos buenos. 
Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.
Por sus frutos los conoceréis"."
(Mateo 7, 16-20)

¡Qué difícil es ser auténtico hoy día! ¡Qué complicado es ser genuino!

Y la principal razón es que el diablo ha configurado un mundo superficial que intenta atraernos por caminos que los cristianos no debiéramos recorrer. 

Aquellos senderos por los que nos inducen a seguir los "vendedores de humo" de la publicidad y los "influencers" de los social media, y que nos conducen a una obsesión desmedida por la imagen, la apariencia y el "postureo". 

La autenticidad ha perdido valor. Lo único que cuenta es lo que expresamos al exterior. Cómo nos ven los demás, aunque sea "fake".

Los cristianos no somos inmunes a la tentación de ponernos máscaras para aparentar algo que no somos, ni tampoco estamos exentos de caer en la esclavitud del engaño y la hipocresía por el "qué dirán".

Pero debemos tener muy claro que, por mucha buena apariencia que demos a los demás, ante Dios no valen las máscaras.

Jesús nos enseña que "por sus frutos los conoceréis" y nos advierte que "no todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos".

Resultado de imagen de hipocresia catolicoHay quienes se consideran a sí mismos buenos cristianos o tratan de parecerlo a ojos de los demás: son los hipócritas, a quienes tan duramente les reprende el Señor. 

Una cosa es lo que hacen y otra lo que son. Son árboles malos que, tarde o temprano, dan frutos malos. Son sepulcros blancos por fuera pero llenos de inmundicia por dentro.

A los hipócritas les gustaría ser lo que aparentan, pero no hacen nada por ser auténticos. 

Llevan una doble vida: piensan de una forma en privado, y actúan de otra en público. Ocultan sus fallos, maquillan sus actos y disimulan su orgullo ante los demás. Pero a Dios no pueden engañarle.

Deberían pensar muy seriamente en el momento de su muerte...cuando, en su juicio particular, se encuentren cara a cara con Dios y le digan "Señor, Señor", y que Él les diga: "No os conozco". ¡Sería terrible!

La hipocresía no es cristiana. La superficialidad no es cristiana. La mentira no es cristiana. Son tentaciones en las que los cristianos caemos con demasiada frecuencia. 

Resultado de imagen de autenticidadLa autenticidad cristiana consiste en ser honesto y veraz, auténtico y sin doblez, sin hipocresía y sin máscaras. 

Consiste en vivir los pensamientos, palabras y obras con coherencia y según la voluntad de Dios

Consiste, no en " parecer" sino en "ser", no en "hacer" sino en "dejarse hacer", dejarse cautivar por la autenticidad de Jesucristo y obrar como Él, sirviendo y amando a Dios.

Para no caer en la tentación de la hipocresía y ser cristianos auténticos, hay algunos tips que nos pueden ayudar:

Oración 
A través de la oración, descubrimos claramente lo que Dios quiere de nosotros. Cultivamos una conciencia auténtica de lo que quiere de nosotros en cada momento. La oración nos ilumina, nos fortalece y nos transforma, por la gracia, en cristianos auténticos. 

Obediencia
La coherencia de nuestra vida con la voluntad de Dios debe ser siempre lo primero, el valor supremo, por encima de nuestras pasiones o comodidades, de nuestros caprichos o intereses, de las modas o costumbres del mundo. Un cristiano auténtico siempre obedece a Dios antes que a los hombres. 

Buena Conciencia
La docilidad y fidelidad a la voz del Espíritu Santo suscita lo verdadero y auténtico en nuestra conciencia, lugar donde estamos a solas con Dios. Una buena conciencia es siempre capaz de llamar al mal, "mal" y al bien, "bien".

Bondad
Un cristiano auténtico busca ser bueno y no sólo aparentarlo. Actúa siempre cara a Dios, que es "su público" y no sólo de cara a los demás. Huye de la vanidad, del reconocimiento humano, del miedo a lo que los demás puedan pensar o decir de uno mismo. 

Humildad
Caer no nos hace incoherentes ni falsos si reconocemos nuestra debilidad para que Dios nos levante y nos ayude a emprender de nuevo el camino.  Lo fácil para el mundo es justificarse, maquillar la propia imagen ante los demás y ante uno mismo, y excusarse. Sin humildad no podemos ser honestos con nosotros mismos. 

Amor
Un cristiano auténtico ama Dios sobre todas las cosas. Siempre. Sin excusas. Ese amor, don divino por el que primero somos amados por el Señor, nos invita a reflejar Su amor y Su misericordia a otros. Aunque el amor no siempre sea recíproco ni merecido.

Alegría
A pesar de los problemas y dificultades, un cristiano auténtico tiene siempre puesta su atención en lo eterno y no en lo efímero. Y agradece cada día todos los regalos que Dios le concede.

Paz
A pesar de las pruebas y tentaciones, un cristiano auténtico conserva siempre la paz y calma, sabiendo que Dios las permite para consolidar nuestra confianza, aumentar nuestra fe y purificar nuestra alma.

Amabilidad
Un cristiano auténtico siempre muestra un interés verdadero por los demás, acoge y escucha a quienes se acercan a él con heridas y sufrimientos. Y jamás juzga.

Fe
El don de la fe nos conduce a una certeza confiada en las promesas del Señor. Un cristiano auténtico siempre le pide a Dios que aumente su fe. Es lo que cree. Hace lo que cree.


"Examinaos a vosotros mismos a ver si estáis firmes en la fe; 
poneos vosotros mismos a prueba. 
¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? 
A ver si es que no superáis la prueba" 
(2 Corintios 13, 5)