¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 1 de junio de 2021

EL OMBLIGO DE ADÁN (Y EVA)

"Dios modeló al hombre del polvo del suelo 
e insufló en su nariz aliento de vida; 
y el hombre se convirtió en ser vivo"
(Génesis 2,7)

Bromeaba hoy con mis amigos en nuestro chat de WhatsApp y les preguntaba si creían que Adán y Eva tenían ombligo o no. Unos decían que sí, otros que no... otros no se habían parado a pensar ni a preguntarse por ello...

Evidentemente, Adán y Eva no tuvieron madre (ni suegra, ¡menos mal!), ni nacieron en un parto natural ni por tanto, tenían cordón umbilical... porque fueron creados por Dios. Entonces, ¿no deberían poseer unos abdómenes perfectamente lisos y sin agujero?

La cuestión del ombligo de Adán y Eva ha sido discutida y polemizada por distintos teólogos y evolucionistas durante siglos: si no lo tenían, ¿Acaso eran humanos imperfectos? o ¿por qué todos sus hijos sí tenemos? Y si lo tenían, ¿para que les servía? ¿Acaso Dios crea las cosas sin sentido?

Por otro lado, muchos son los cuadros con los que, a lo largo de la historia, el arte pictórico ha representado a nuestros primeros padres, Adán y Eva (Miguel Ángel, Tiziano, Durero, etc.), y en todos ellos aparecen ilustrados con ombligo. El propio Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina a Adán, creado por el dedo de Dios, con ombligo.
Pensaréis que se me ha ido la cabeza, tratando de reflexionar sobre la relación entre Adán y su ombligo. Pues bien, echando mano de un poco de ironía y sin entrar en fundamentos teológicos, estoy seguro de que Adán y Eva sí tenían ombligo. El ombligo es la cicatriz que nos recuerda que nuestra vida dependió, antes de nacer, de la acción de "otro". 

Estoy convencido de que Dios creó a Adán y Eva con ombligo, no porque quisiera y pudiera (que podría), sino como prueba irrefutable de que, como hijos suyos, dependían absolutamente de Él. El problema fue que ambos "se miraron el ombligo" y pecaron. Sí...Mirarse el ombligo es, sin duda, un hábito autodestructivo, una práctica que llega a ser  "mortal".  

Mirarse el ombligo es una expresión que algunos afirman proviene de la mitología griega, según la cual, Zeus depositó una piedra sagrada con forma ovalada, el omphalós (ὀμφαλός, en griego, ombligo), en el oráculo de Delfos para señalar el centro del mundo. Por ello, esta expresión se utiliza para decir que alguien se cree el centro del universo.

Otros, la atribuyen al Hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, los llamados Padres del Desierto, a partir del siglo IV, con el objetivo de encontrar la paz interior. Se trataba de una técnica de meditación acompañada de respiraciones profundas, de forma que al expirar, los monjes dejaban caer la cabeza, dando la impresión de que se quedaban inmóviles, mirándose al ombligo. Por ello, esta expresión también se utiliza para hacer alusión a la (auto) contemplación.

Mirarse el ombligo significa, generalmente, adoptar una actitud narcisista y autocomplaciente, y poseer un pensamiento egocéntrico, victimista y ensimismado
Mirarse el ombligo significa creerse autosuficiente, individualista y "superiormente" libre

Mirarse el ombligo significa poseer una absoluta falta de empatía y de solidaridad, desentenderse de las cosas y de las personas, esto es, no hacer nada por nadie.

Mirarse el ombligo, desde luego, no es una actitud cristiana. No me imagino a Jesús ni a los apóstoles (bueno, a éstos puede que sí) "mirándose el ombligo", preocupándose por ellos mismos y despreocupándose de los demás. Desde luego, Cristo no lo hizo. 

Más bien, el Señor, con infinita misericordia y tierna compasión, miró los ombligos de todos nosotros y, desprendiéndose de su posición divina, se encarnó, y "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Juan 13,1).

Por tanto, como seguidores de Cristo, debemos dejar de mirar nuestro ombligo y mirar el de los demás, es decir, aceptar y comprender la realidad del prójimo, empatizar con él, ponerse en su lugar, respetarle... para finalmente, amarle. 

De esto "va" mi reflexión sobre el ombligo de Adán...de no "ombligar" a otros a que miren mi ombligo sino invitar a que nos miremos como Dios nos mira... sin imponer, sin violentar, sin quebrantar, sin prejuicios...a que nos miremos con ternura, con misericordia, con amor... como si no tuviéramos ombligo propio...





JHR

lunes, 8 de marzo de 2021

EXCESO DE UNO MISMO

"Confía en el Señor con toda el alma, 
no te fíes de tu propia inteligencia; 
cuenta con él cuando actúes, 
y él te facilitará las cosas"
(Provebios 3,5-6)

Dicen que la depresión es un exceso de pasado, el estrés un exceso de presente y la ansiedad un exceso de futuro. 
Estar depresivos, estresados o ansiosos evidencian una cierta dosis de egoísmo, de ensimismamiento, de exceso de uno mismo. 

Exceso de uno mismo es cuando pensamos que el mundo gira, en todo momento, en torno a nosotros mismos. Es creer que todo depende de nosotros. Es "ego" en demasía. Y, desde luego, no es una actitud cristiana.

Nos estamos refiriendo a una tentación sigilosa, personal y comunitaria, que entra en el corazón, en la Iglesia y que apenas percibimos. Cuando la persona o la Iglesia tiene exceso de ella misma, se autocomplace y se "ensimisma", su mundo se contrae y no deja espacio a Dios. No es capaz de testimoniar su identidad ni de cumplir su misión de abrirse al mundo.
Un cristiano no puede vivir en una "reserva india", en un "gueto". No puede encerrarse en su templo fortificado para vivir un fe individual y exclusiva. Tampoco la Iglesia. Eso no es vivir la fe sino "sobrevivir" a la fe. 

La fe es exógena: o se comparte o se muere. La confianza es inclusiva: o se incorpora o se excluye. La Buena noticia no puede quedarse en "el interior" sino que debe salir al exterior. Pero para eso, primero tiene que "haber entrado".

Dios no puede (no quiere) entrar a la fuerza en mi corazón. Quiere que lo abra de par en par al proyecto que ha pensado para mí, para cada uno de nosotros, en particular, y para el mundo, en general. 

Dios no puede entrar en mi alma si está llena de "yo", si está repleta de un egoísmo que pone el candado en la puerta de mi corazón. Cristo "está de pie a la puerta y llama. Si escucho su voz y abro la puerta, entrará en mi casa y cenará conmigo y yo con él" (Apocalipsis 3,20). 
El Señor no va a derribar mi puerta ni va a entrar si yo no se lo permito. Es su autolimitación con el hombre, es el gran respeto que tiene el Amor a la libertad de la voluntad humana. "El amor no obliga, no exige, no fuerza, no violenta. El amor es paciente, todo lo espera y todo lo soporta" (1 Corintios 13,4-8).

Tener una alta autoestima no es lo mismo que tener exceso de uno mismo. La autoestima es consecuencia de la aceptación del don gratuito y divino que nos hace únicos, insustituibles e irrechazables para ofrecer nuestros talentos a Dios y a los demás. El exceso de uno mismo es consecuencia de la negación del amor que Dios nos tiene para instalarse en la queja y el resentimiento, y erigirse en su propio dios.

Desconfiar de Dios y cerrarle la puerta mientras nos aislamos en nuestro ego significa perder el combate espiritual. Es levantar la "bandera blanca de la rendición" y darle la victoria al Enemigo. Es hacerse semejante a Satanás.

El origen del mal reside en el corazón del hombre que desconfía de Dios. ¡Que se lo digan a Adán! La desconfianza en Dios implica no conocerle de verdad (o peor, no aceptarle), genera vanidad, orgullo y odio e impulsa a apartarse y a alejarse de Él. Le "matamos". Y es entonces cuando nos convertimos en hijo pródigo, en personas desagradecidas y orgullosas que tienen un corazón duro, hinchado y autosuficiente incapaz de amar. Y luego pasa lo que pasa...

El amor implica confianza, y la confianza conduce a la fidelidad. Sin embargo, el mundo nos coacciona para que desconfiemos de Dios. Nos conmina a negarle, a serle infiel y a apostatar de Él, a veces, sin darnos cuenta. Nos seduce con el eterno dilema del ¿y por qué no? Nos engaña con la falacia de hacernos creernos seguros de nosotros mismos, invencibles, dueños de nosotros y de nuestras circunstancias. Nada más lejos de la realidad.

El Imperio nos obliga a rendir culto al éxito individual, al progreso particular, al "yo primero, y después, yo". El Enemigo sabe que el exceso de uno mismo es escasez de Dios, pero los cristianos debemos "menguar" para que Dios crezca en nosotros. Debemos disminuir para que Dios aumente en nosotros (Juan 3,30).

Exceso de uno mismo es engaño a uno mismo. Es distorsión de la propia identidad y deformación de la realidad. Es veneno para el alma y pasto para los lobos. Es un ticket para el sufrimiento y la ruina. 


JHR

miércoles, 28 de septiembre de 2016

TU TESTIMONIO NO TRATA DE TI





Vivimos en la época del narcisismo. Es la era de la auto-realización, la era de una carrera incesante hacia la perfección personal, la era de mostrarse al mundo uno mismo: redes sociales, tele-realidad, selfies… 

La sociedad actual se ha vuelto egocentrista, y con ella, también nuestra Iglesia. La Iglesia se ha vuelto auto-referencial, de mantenimiento y sólo se mira a sí misma, en lugar de hacia el exterior. En lugar de hablar de la existencia de Dios, de la verdad objetiva del Evangelio y la fiabilidad histórica de la Resurrección, muchos sacerdotes han pasado a sustituir las homilías por testimonios personales: lo que denomino "el yoismo"

Esta contextualización no es necesariamente mala. En una era posmoderna, los testimonios son, a menudo, muy poderosos a la hora de alcanzar almas para Dios, de acercarnos a los alejados. Los testimonios pueden ser una forma valiosa para compartir las buenas nuevas de Jesús. Pero en una sociedad en la que incluso los cristianos están sumidos en el individualismo, el hedonismo y la egolatría, nuestros testimonios pueden también sonar fácilmente como una historia de autobombo, de búsqueda de aceptación social. 

Incluso, algunos testimonios personales se reducen a esto: "¡Mira! Dios es grande, porque yo yo yo… ". No se trata de verdaderos “caminos a Damasco”, sino más bien, selfies espiritualmente polarizados, disfrazados de una pobre espiritualidad. 

"Testimonios selfies" 

Una caricatura exagerada de un testimonio auto-promocional podría ser: 

"Mi vida era un desastre. Era un completo caos. Solía ​​hacer esto, lo otro y lo de más allá. No te creerás algunas de las cosas que yo hacía. Ahora, he encontrado el significado de mi vida en la religión. Porque Jesús murió en la cruz para cambiar mi vida. Gracias a Dios ya no soy como antes. Ahora vivo una vida correcta. Me despierto con el propósito todos los días de amar al prójimo. Estoy en una ONG ayudando a los niños de África y eso da sentido a mi vida. No paro de trabajar, de viajar, estoy agotado..." 

Sinceramente, ¿esto es el Evangelio? ¿esto es hablar de Dios? Yo creo que no. Más bien, son experiencias de auto-ayuda narcisista que buscan la auto-promoción y la alabanza de otros y que se pueden encontrar en cualquier librería de unos grandes almacenes. 

No basta con añadir un toque de Dios. No basta con realizar actividades buscando nuestra propia satisfacción (material o espiritual) o nuestra gloria personal. Hace falta algo más. 

Narcisismo y Postmodernismo 

A medida que nuestra sociedad ha centrado el foco más en las vivencias y en los testimonios personales que en la verdad y en la alegría del Evangelio, la iglesia adaptándose al momento, los ha declarado correctos y los ha alentado. 

Pero las historias que a veces se cuentan, a menudo están cada vez menos centradas en Jesús y en su mensaje de amor. Con el fin de evitar el debate, nuestros testimonios habitualmente, se centran menos en la vivencia, experiencia y gloria de Dios y más en nuestras vidas exitosas y dignas de elogio. 

El problema es el cambio sistemático en el énfasis: alejado de Dios y más hacia nosotros mismos. "Dios es grande porque ... yo, yo, yo…" 

No. Dios es grande, porque es Dios. A Él le debemos toda la gloria y alabanza. 

Evangelio "light" 

Este nuevo "evangelio" de vidas aparentemente "transformadas" es un evangelio light con un mensaje descafeinado, fabricado a la medida porque está centrado en el hombre, que no es sino un planeta sin sol y los planetas no brillan por si solos. 

Parece que el mensaje es: "Compartir tu fe es fácil! Sólo debes contar tu historia. No necesitas saber mucho acerca de la Biblia, ni de Dios, ni de la Iglesia. Dios está para transformar vidas. Jesús vino a cambiar vidas". 

Esto es peligroso, y aunque es sólo parcialmente cierto, nos convierte en el centro del Evangelio. Ninguna de las afirmaciones anteriores es necesariamente mala, pero la auto-promoción repetida hasta la saciedad, separados de la gloria de Dios, que sustituye el Evangelio de Dios por una experiencia centrada en el hombre, no es correcta. 

Del verdadero mensaje a la idolatría 

Hemos sido creados para el culto, para adorar a Dios. Si no es a Dios a quien adoramos, adoramos a alguien o algo. O en muchos casos, nos adoramos a nosotros mismos. Damos testimonio al mundo acerca de cómo este o aquel método, retiro, circunstancia nos ha transformado y ha llenado todo nuestro ser. 

Parece que todos tenemos una historia que contar sobre nuestra vida, y nos parece única y especial. Seleccionamos y perfilamos los detalles que nos interesan, cortamos el resto y lo pegamos en nuestro testimonio. Pintamos una novela y conformamos una versión al más puro estilo "muro de Facebook". Exponemos sólo lo que nos hace ser admirados. 

¿Queremos que nuestro testimonio mueva al mundo a imitar a Jesús o a nosotros? ¿Queremos llegar al mundo? Entonces, ¿por qué jugamos su propio juego? ¿Por qué disminuimos el verdadero mensaje del evangelio hacia un evangelio testimonial, particular y luego tratar de vendérselo al mundo? 

Vidas transformadas en apariencia

Muchas religiones, filosofías, espiritualidades e incluso nuevas costumbres sociales cambian nuestras formas de actuar. Pero muchas de nuestras actividades o experiencias personales sólo buscan la propia auto-realización, esa que todos idolatran. 

Si nuestra vida ha cambiado, está bien, pero eso no es todo. 

El fin último de nuestra existencia es la gloria de Dios vivo, la cual nos debe hacer diferenciar claramente entre un testimonio secular de cambio de actitudes o costumbres y un cristiano que testifique realmente de Jesucristo. 

El testimonio mundano se centra en la propia forma y en el modo en que uno llega a cambiar, a pesar de los obstáculos en el camino, pero no en Dios. 

El testimonio cristiano se centra en la persona de Cristo: Una luz que nos hace caer de nuestro caballo, nos ciega y nos llama al arrepentimiento. Una verdad que nos libera de las esclavitudes y ataduras de este mundo. Un camino que nos conduce a ser testigos vivos suyos, a cargar con nuestra cruz y sufrir por su causa. Una vida que nos configura con Él: "Ya no vivo yo en mí. Es Cristo quien vive en mí".