¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta entregarse. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta entregarse. Mostrar todas las entradas

jueves, 10 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): "MORIR PARA DAR FRUTO"

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo ha de morir para «dar fruto», para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Ha de morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos", multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por nosotros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medida, sin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR

sábado, 22 de julio de 2017

¿RECONOZCO LA LLAMADA DE DIOS?

"Me he aparecido a ti 
para hacerte ministro y testigo 
de lo que has visto de mí 
y de lo que te voy a mostrar." 
(Hechos 26,16).

Escuchar y seguir la llamada de Dios ha sido una de las cosas más maravillosas que me han ocurrido en mi vida. 

Después de mucho tiempo de recibir muchas llamadas que siempre rechacé, comencé a tener algunas nociones de que iba por un camino que no había sido elegido por mí. Pero fue en un retiro de Emaús cuando descolgué el teléfono, cuando escuché, cuando supe, que Dios me llamaba para servirle. Y eso es lo que hice.

Pero ¿Cómo estar seguro de haber sido llamado por Dios?

Lo primero que quiero decir es que todos somos llamados por Dios. Todos recibimos su llamada. El apóstol Pablo escribe, animando a todos: "Os pido que caminéis de una manera digna de la vocación que habéis recibido." (Efesios 4, 1). Todos somos llamados a una vocación. Podemos huir de ella, pero no podemos escondernos de ella.

La conversación entre Pablo y Jesús, relatada en el libro de los Hechos, es bastante útil para conocer si hemos sido llamados por Dios. Pablo comparte su testimonio con el rey Agripa: Es una frase sencilla en la que podemos ver seis aspectos de cómo Dios nos llama a cada uno de nosotros:

1. Encuentro personal: "me he aparecido a ti.."

El principio de todo es que Jesús se nos aparece. A veces, de repente y de forma evidente (como a Pablo en el camino de Damasco), y otras, más sutilmente (como a los dos de Emaús). 
Sea de una forma u otra, cuando Jesús se nos aparece, comienza nuestra relación con él.

Para conocer el plan de Dios para mi vida es necesario encontrarme con Jesús. Si no descuelgo y acepto la llamada, no puedo escucharle. El plan de Dios pasa siempre por Jesucristo.

Para la reflexión:  ¿Me he encontrado con Jesús y le he respondido?

2. Propósito personal:  "... para hacerte..."

Dios nos ha creado a cada uno con un propósito particular; ha puesto en nuestros corazones una necesidad interior, una misión para servirle. Nos ha dado un papel protagonista a cada uno en su plan divino de salvación. Dios quiere que seamos santos como Él y se ha asegurado en ofrecernos todos los medios para conseguirlo. 

Cuando un soldado se alista en el ejército, se le da un rango y una función. 

Cuando Jesús se nos aparece, no sólo lo hace para salvarnos, sino para salvar al mundo a través de nosotros.
Quizás algunos de nosotros hallamos visto en nuestro corazón una "llamada perdida" que todavía no hemos respondido. Y, posiblemente, en ausencia de información de primera mano, hacemos suposiciones sobre lo que nos quería decir o hacemos conjeturas sobre lo que deberíamos hacer. 
Pero es todo más sencillo: Descuelga y responde. Apartemos un rato diario de nuestra agenda y pongámonos frente al Santísimo, o en "lo escondido", para orar y escuchar de Dios, y Él mismo nos lo dirá. 

A mí me ocurrió (y me sigue ocurriendo) así. Y es que tenía muchas "llamadas perdidas" suyas que no había atendido.

Para la reflexión: ¿Sé cuál es la función que me ha asignado?

3. Servicio: "...ministro..."

Un ministro es alguien que ejerce un ministerio, un servicio, una función. Jesús quiere que seamos sus ministros, sus servidores, sus instrumentos. Incluso hasta ser esclavos suyos.

Desgraciadamente, no todos los cristianos colocan a Jesús como el Señor de sus vidas, porque posiblemente piensan que es su Salvador, pero no su Señor. La Iglesia se ha convertido en un lugar de privilegio, en un club privado donde sólo hay "señores" que reciben pero no hay "servidores" que den.

Dios nos llama, ¿aceptaremos o rechazaremos la llamada?

¿Has entregado y consagrado, en calidad de esclavo, tu cuerpo y tu alma, tus bienes interiores y exteriores, tus buenas acciones pasadas, presentes y futuras, tu familia y todo lo que tienes, sin reservas ni excepciones a Jesús? 

Sólo después de consagrarnos a Él (a través de María), recibimos la función que nos encomienda: esclavos de su amor y misericordia.

Para la reflexión: ¿Sirvo a Jesús?

4. Testimonio: "... y testigo..."

Un testigo es el que da testimonio. Dios también nos llama a ser testigos suyos, a dar testimonio de su mensaje de amor, de nuestra experiencia de Jesús, de su plan para toda la humanidad.

¿Hemos asumido el papel de un testigo? ¿Nos molesta el hecho de que tantos en el mundo están luchando por encontrar esperanza? ¿Estamos buscando maneras de dar audazmente un relato de lo que Dios está haciendo en nuestras vidas?

Para la reflexión: ¿Doy testimonio de Jesús?

5. Observación: "... de lo que has visto de mí..."

Sólo podemos testimoniar lo que hemos visto de Jesús. Si no le hemos visto, ¿qué vamos a compartir con otros?

Es posible que algunos, para no testimoniar a Jesús, se esconden detrás de la excusa de que "mi fe es de ámbito personal", cuando la realidad es que no han visto a Dios como para tener un impacto tal que es imposible ponerle excusas; o bien, se limitan a interiorizar una fe superficial o de cumplimiento, heredada de sus padres y entorno. 

Yo también he pensado que la fe era algo íntimo que cada uno debía vivir para sí. Pero ahora sé que es porque no me había encontrado con Cristo cara a cara, porque para compartir a Jesús con otros, primero debemos verlo. Debemos experimentarlo. Y después no puedes callártelo.

Para la reflexión: ¿Comparto a Jesús con otros?

6. Crecimiento: "y de lo que te voy a mostrar"

Una vez que le has conocido y mantienes una relación personal con Cristo, tu testimonio de fe cambia porque Jesús se revela progresivamente, a lo largo de tu vida y a través de las personas a quienes sirves y amas. Maduras y creces espiritualmente con Él.

Nuestro caminar con Jesús es un viaje diario y continuo. No se trata de una llamada que comienza y después, se cuelga.

Nuestro testimonio de su acción en nuestra vida debe ser continuamente actualizado a medida que nos moldea, regenera, purifica y perfecciona. A medida que continúa mostrándonos nuevos aspectos sobre el plan y la voluntad divina. Él nos lo promete: enseñarnos más de sí mismo y así crecer, mientras caminamos con Él.

Para la reflexión: ¿crezco y experimento más de Jesús?

Todos somos llamados por Dios. No hay excusas para no atender su llamada. Ser cristiano es reconocer a Jesús y compartir lo que nos ha dado, con un mundo necesitado y sediento de Dios.

¿Vas a contestar a Jesús?