¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 13 de junio de 2023

EVANGELIZAR NO NECESITA PROFESIONALES SINO TESTIGOS

"No os estiméis en más de lo que conviene, 
sino estimaos moderadamente, 
según la medida de la fe que Dios otorgó a cada cual"
(Rom 12,3)

Dice san Pablo, a propósito del apostolado y de la vida de fe, que un cristiano no debe estimarse más de lo que conviene (Rom 12,3) porque significa caer en la arrogancia, un comportamiento que Dios detesta (Pr 16,5). Nosotros somos servidores y colaboradores de Dios: plantamos y regamos pero no hacemos crecer el fruto. Eso lo hace Dios (1 Cor 3,6-9; 4,1-2). 

Sin embargo, ocurre a veces, que algunos cristianos nos dejamos seducir por el afán competitivo y profesional del mundo, tratando de plasmar nuestro sello personal en nuestra forma de servir, en nuestro testimonio "estrella", en nuestra capacidad para "deslumbrar" a otros, porque somos veteranos y sabemos de qué va esto de evangelizar.

San Alfonso María Ligorio decía: “El hombre espiritual dominado por la soberbia es un ladrón, porque roba, no bienes terrenos, sino la gloria de Dios". Nos convertimos en "ladrones profesionales".  Le robamos a Dios y nos apropiamos de su gloria. 

Nos mostramos conocedores de verdades ocultas sólo a nuestro alcance, damos consejos sin que se nos pidan, adoctrinamos sin testimoniar, juzgamos y señalamos porque nos sentimos superiores a los demás, nos enaltecemos y nos convertimos en "servidores profesionalizados".

Enfocados en el "resultadismo", en la "eficacia" y en la "eficiencia", nos convertimos en auténticos expertos del apostolado, poniendo el "foco" en nosotros y compitiendo permanentemente con el resto de nuestros hermanos de fe. 
Hablamos de servicio y de entrega pero, ¿ejercemos o rivalizamos?. Nos erigimos en ejemplos de fe, pero ¿la ponemos en práctica o sólo teorizamos?. Poseemos grandes carismas, pero ¿damos gloria a Dios o a nosotros mismos?. Atraemos a otros con nuestro magnetismo, pero ¿testimoniamos a Cristo o a nosotros mismos? 

El orgullo y la soberbia espirituales nos apartan de la Verdad, que es Jesucristo mismo (Jn 14,6), quien nos advierte que "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos" (Mc 10,43-45), que "cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido" (Lc 14,11; cf. Stg 4,6), y que "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (1 P 5,5; cfr. Pr 3,34).

San Pablo insiste en ello: "No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros" (Fil 2,3)Quien muestra arrogancia o hace ostentación, no sirve al prójimo ni a Dios, sino a sí mismo.

Evangelizar no es una tarea para "apóstoles profesionales" ni para "expertos servidores". Cristo nos envía como ovejas en medio de lobos, no como lobos en medio de ovejas. Nos pide la astucia de las serpientes pero también la humildad de las palomas (Mt 10,16).

Evangelizar necesita testigos fieles que contagien el amor de Dios con su testimonio de vida, requiere testigos veraces que sean la voz que grita en el desierto y allanen el camino al Señor (Jn 1, 23-24), precisa testigos auténticos que hayan visto y hayan creído en el Hijo de Dios (Jn 1,34), demanda testigos valientes que no puedan callar lo que han visto y oído (Hch 4,20).

Todo apóstol (servidor) debe tener muy presente que el compromiso de testimoniar las maravillas que Dios ha hecho en su vida y contarlas al mundo es suyo, pero el protagonismo es del Espíritu Santo y la gloria de Dios. 

Servir a Dios no consiste en ser el protagonista de la historia sino en menguar para que Él crezca (Jn 3, 30), testimoniando con humildad y sin arrogancia, sirviendo con sencillez y sin ostentación, proclamando con docilidad y sin vanagloria, amando con veracidad y sin falsedad.
JHR

jueves, 22 de abril de 2021

LA MUERTE NO ES EL FINAL

"Nadie me quita la vida, 
sino que yo la entrego libremente. 
Tengo poder para entregarla 
y tengo poder para recuperarla:
 este mandato he recibido de mi Padre" 
(Juan 10,18)

Cesáreo Gabaráin, sacerdote católico español, compuso la emocionante canción cristiana "La muerte no es el final"que las Fuerzas Armadas Españolas adoptaron como himno para homenajear a los fallecidos en acto de servicio y que los cristianos deberíamos también hacerla nuestra.

La muerte no es el final, en efecto, porque nuestra esperanza se convierte en certeza cuando proclamamos que Jesucristo ha resucitado. Esa es la gran novedad, esa es la buena noticia del Señor: "Mira, hago nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5).

En la Encarnación, el Santo y Justo se despoja de su divinidad para servir al Padre y al hombre: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Juan 1, 11). Es más, lo rechazaron. Y ese rechazo lo llevó directamente a su muerte en la Cruz, libremente abrazada, convirtiéndose en fuente salvífica para todos los hombres y en el acto de amor servicial más sublime. 

En la Última Cena, el Maestro nos invita a imitarle, nos llama al servicio: "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20,27-28).
En la Cruz, el Cordero nos entrega a la Virgen (tipo de la Iglesia) como relevo suyo y nos la ofrece como nuestra guía, ayuda y modelo perfecto de servicio, humildad, abnegación y obediencia: "Ahí tienes a tu madre" (Juan 19,27), para, como el discípulo amado, desde aquella hora, recibirla como algo propio.

En nuestra vida cotidiana, el Resucitado nos llama a servir como Él, a dar la vida por los demás, a morir en acto de servicio: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Dice Cristo que nadie le quita la vida sino que la entrega libremente. Sí, en efecto, el amor es la entrega libre de la vida por los demás. Y por tanto, la muerte nos tiene que encontrar en el servicio, en la muerte a uno mismo, a nuestro ego. 

Servir "exige" entregar la propia vida"Requiere" abajarse y humillarse. "Supone" despojarse de todo egoísmo, orgullo, posición o  comodidad. "Implica" desvivirse por los demás. Reclama escuchar al que sufre o atender al que tiene necesidad. Obliga a darse por completo hasta el final.

La muerte no es el final sino el principio de todo, de nuestro encuentro con Dios y de nuestra recompensa: el amor infinito de Dios que se funde con el amor gratuito del hombre en el servicio. Sin duda, en el encuentro abnegado y desinteresado con el prójimo, es el lugar donde hallamos a Dios.

Por ello, es imperativo, para el bien de las almas y nuestra propia santificación, salir al encuentro de quienes están desesperanzados, afligidos, solos o excluidos. Es preceptivo ofrecerles una sonrisa que les llene de alegría, un abrazo que les devuelva la dignidad, un oído dispuesto a escuchar. 

No hace falta esperar a una ocasión propicia. Todos los días son una maravillosa oportunidad de expresar con alegría ese amor de servir al prójimo. No es preciso esperar a servir en una parroquia, en un retiro, en una actividad evangelizadora o en una labor social. Cualquier ambiente es idóneo para entregar la vida por otros: en el familiar, en el laboral, en el social... 

El mundo está necesitado del amor de Dios, sobre todo, ahora que la pandemia asola la tierra. Y la manera de mostrárselo y ofrecérselo es sirviendo, amando, escuchando, ofreciendo una palabra de aliento y un hombro donde enjugar las lágrimas. 
El servicio surge de un amor genuino y gratuito que no es nuestro, sino de Dios, que es quien toma siempre la iniciativa. Por tanto, "preocuparse" por otros significa "ocuparse antes" por ellos que por nosotros. "Despreocuparse" por nosotros implica "abandonarnos" a la Providencia divina.

A través de nuestra docilidad en el servicio y dejando actuar siempre al Espíritu Santo, Dios interviene en la historia del hombre, mostrando su gloria, su justicia y su misericordia. Nosotros, con nuestros "pequeños/grandes servicios de amor", contribuimos a la edificación del Reino de Dios en la tierra.
Y lo hacemos cuando dejamos nuestro "yo" a un lado para centrarnos en el "tú"; cuando salimos de nuestra zona de comodidad para "acomodar" a los demás; cuando dejamos nuestras prioridades personales para "volcarnos" en las de otros; cuando nos "abajamos" de nuestra posición para levantar al caído; cuando, a imitación de nuestro Maestro, nos "quitamos el manto y nos ceñimos la toalla para lavarles los pies" (Juan 13,4) porque “No es el siervo más que su amo” (Juan 15,20)

Pero, además, con nuestro servicio todo son ventajas, incluso, también para nosotros: nos sentimos profundamente amados por un Dios que se preocupa de sus hijos, recibimos Su gracia que nos modela para ser menos egoístas y más serviciales, y más "perfectos", más santos.



JHR

martes, 29 de diciembre de 2020

SERVIR A LA CAUSA DE CRISTO

"Os entregarán al suplicio y os matarán, 
y por mi causa os odiarán todos los pueblos"
(Mateo 24,9)

En ocasiones, hemos escuchado la frase "servir a la causa de Cristo", pero ¿a qué se refiere?¿qué significa "su causa? ¿cuál es su causa"?

Según el diccionario, "causa" es el fundamento u origen de algo, el motivo o razón para obrar, la misión en que se toma interés o partido. Y también,  justicia, litigio o pleito.

Veamos pues qué es la causa de Cristo...

¿Qué es?
La causa de Cristo es el fundamento, el origen, la razón y la misión de Cristo. Es una metonimia de Jesucristo mismo, es decir, es a la vez, causa y efecto. 

La causa de Cristo es Jesucristo mismo, quien, al despojarse de su divinidad y encarnarse en un hombre, sirvió y se humilló hasta el extremo para dar su vida por nosotros, ofreció el Amor de Dios e impartió Su Justicia, y con su resurrección, nos concedió el acceso de todos nosotros a Dios, restringido desde el principio por el pecado. 

La causa de Cristo es la justicia (Mateo 5,20-21) porque Él es el Justo, es la santidad porque Él es el Santo (Mateo 5,48), es el amor porque Él es el Amor (1 Juan 4,8), es el camino verdadero a la vida porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6).

Mientras que la causa de Adán es condena, pecado y muerte, la causa de Cristo es salvacióngracia y vida (Romanos 12-21), es la fe en Dios.

¿Cómo se recibe?
La causa de Cristo se recibepor medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Romanos 3,22), “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3,9).

La causa de Cristo se sigue por la vivencia de Jesucristo"Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20), por la inhabitación trinitaria en el corazón y en el alma del cristiano: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Juan 14,23).

¿Qué implica?

Hasta aquí, todo es fácil y bonito, pero si ahondamos en las implicaciones que supone el seguimiento de Cristo, ¿estaremos dispuestos a servir a Su causa?
La causa de Cristo no tiene medias tintas, implica vivir y morir como Cristo, para luego resucitar. Y por ello, es:

-"subversiva" porque supone no sólo creer en Dios sino padecer por y como Él: "Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no sólo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él" (Filipenses 1,29-30).

-"escandalosa" porque comporta desapego, carencia, servicio y entrega, y a la vez, rechazo, persecución, calumnia y martirio: "Pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad (1 Corintios 4, 11-13). 

-"irracional" porque significa negarse a sí mismo y despojarse de todo, cargar la propia cruz y seguir a Jesús, a "contracorriente" de la justicia y de la razón del mundo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mateo 16,24).

¿En qué consiste?

La causa de Cristo consiste, fundamentalmente, en luchar contra nuestros tres principales enemigos: la carne, el mundo y el demonio. 
Y aunque Cristo ya los ha vencido, quiere, si le seguimos con nuestra adhesión libre y voluntaria, que nos enfrentemos a esa lucha contra:

-el Pecado, la carne. Es el gran enemigo a batir, mientras estemos en este mundo. A pesar de nuestro "sí" a la causa de Cristo, el pecado persiste en nuestras vidas, por eso Jesús nos advierte siempre que estemos vigilantes y alerta a la voz del Espíritu Santo.

Luchar contra el pecado y contra la carne es escuchar, meditar y guardar en nuestro corazón la Palabra de Dios, seguir el consejo y la guía de la Iglesia, y vivir una vida de oración y de sacramentos.

- el Mundo, el mal. Es el campo donde se desarrolla nuestro servicio a la causa de Cristo. Jesús nos advirtió de que, aunque estamos en el mundo, no somos parte de él. Somos ciudadanos del cielo, de la Jerusalén celestial.

Luchar contra el mundo es desenmasacarar el mal que hay en él y no adaptar nuestra fe y vivencia cristiana a sus costumbres. Es ir contracorriente, proclamar la Verdad y denunciar la mentira, es vivir con integridad y perseverancia la fe con la ayuda de la gracia de Dios. 

-Satanás, el Diablo. Es real. Existe. Ha sido vencido por Cristo en la cruz pero sigue dando coletazos buscando la forma de devorarnos. Podrá golpear nuestro cuerpo y tentar nuestro espíritu pero no podrá separarnos del amor de Cristo, de la causa de Cristo. 

Luchar contra el diablo es huir de todo su poder infernal, de todo lo que pretende separanos de nuestro Señor. No se trata de luchar con nuestras fuerzas o méritos, sino de perseverar en la causa de Cristo porque Él ya ha vencido

Servir a la causa de Cristo es seguir los pasos de nuestro Señor, es dejarlo todo por amor para sufrir y padecer por Cristo pero, una cosa es segura: Nadie podrá quitarnos la vida a quienes ya se la hemos entregado a Dios.

viernes, 31 de julio de 2020

SERVIR A DIOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

"Marta, Marta, andas inquieta 
y preocupada con muchas cosas; 
solo una es necesaria." 
(Lucas 10,41)


Reflexionábamos en el post anterior Y el retiro...¿pa cuando? sobre cómo Dios, que ha permitido esta pandemia, nos llama a hacer silencio, a discernir y a escuchar Su voluntad en la oración, en los Sacramentos y en la Palabra. 

Dios no necesita que nosotros hagamos "cosas" para Él. Sólo quiere que estemos cerca de Él, que le amemos y le glorifiquemos

Sin embargo, en ocasiones, caemos en la tentación de nuestra lógica humana y creemos que Dios "nos necesita". Entonces, queremos "coger las riendas" y muchas veces, nos dividimos pensando cada uno la mejor solución. 

Como servidor de Emaús desde hace ya algunos años, he sido testigo de las abundantes gracias que el Espíritu Santo derrama en los retiros; de los milagros que Dios hace con todos nosotros; del maravilloso encuentro y diálogo íntimo con Dios en el Santísimo de un retiro; de cómo el amor de Cristo inflama nuestros corazones y transforma nuestras vidas.

Y también, he comprendido que Dios "quiere necesitarnos", quiere hacernos partícipes de su Amor y colaboradores de su Plan de salvación, quiere que seamos herramientas en sus manos. Pero porque Dios "quiere", no porque nosotros queramos o porque pensemos que Él nos "necesita".

El servicio a Dios

En tiempos de pandemia, servir a Dios no consiste en "coger las riendas", en "hacer o planificar cosas" ni en "pensar, organizar o decidir cosas" sino en escucharle como hacía María, y "no andar inquietos y preocupados con muchas cosas" como hacía Marta, "porque solo una es necesaria".

Nada de nuestro servicio a Dios puede ser producto de nuestras capacidades personales o de un "cristianismo aburguesado" de fin de semana, como decía Benedicto XVI. Tampoco pretender que nuestras obras sean eficaces, evaluadas y cuantificadas. Ese es el criterio del mundo. Tampoco manifestar nuestras opiniones personales o hablar de nuestros sentimientos sino para anunciar el misterio de Cristo. 

Si llenamos nuestro corazón de deseos, actividades, opiniones y sentimientos, no dejamos espacio en él para Dios.
Es tiempo de "contemplar" para realizar una aparente "inactividad" sin la cual no es posible seguir a Cristo. La contemplación da sentido y eficacia al servicio a Dios, convirtiendo éste en oración, en un "dejarse guiar" por el Señor, que conoce el pasado, el presente y el futuro.

Es tiempo de "arrodillarse" para penetrar en el misterio y aferrarnos al corazón de Cristo; para que se convierta en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad. En palabras del cardenal Robert Sarah: "el cristiano es un hombre que reza".

Es tiempo de "mascarillas" para mantener nuestra boca tapada y que Jesús, como hizo con los dos discípulos, nos hable en una Lectio Divina por excelencia: "Cristo comentado por Cristo", "Cristo explicado por Cristo", "Cristo meditado por Cristo".

Es tiempo de "punteras blancas" porque sin la unión con Dios, cualquier iniciativa es inútil y, antes o después, terminamos abandonando las "cosas de Dios" para hacer "muchas cosas" o peor, para hacer "nuestras cosas".

Una llamada comunitaria

En estos tiempos de prueba, Cristo nos llama a ser Su Iglesia más que nunca: una comunidad que reza, que escucha y que medita. Un pueblo que vive los sacramentos con celo y devoción, que le da gloria y alabanza, y que persevera. 

En estos monumentos de incertidumbre, Dios nos llama a ser Su Iglesia tal y como la pensó: unida en la diversidad, caritativa en el compartir, acogedora con los más vulnerables, con los que más sufren, con los que más necesitan.

En estos momentos de inseguridad, el Señor nos llama a ser Su Iglesia de puertas giratorias: un cuerpo de discípulos misioneros que proclaman que Cristo vive. Pero no se trata sólo de salir, sino también de entrar para discipular. Discípulos que forman a otros discípulos, para que ellos también salgan y hagan más discípulos. 

Una llamada personal

En el capítulo 12 del Evangelio de San Lucas, Cristo nos da algunas claves sobre cómo los cristianos debemos actuar y nos dice:

"No tengáis miedo"
Dios nos anima y nos inspira coraje, repitiendo 366 veces la frase "a lo largo de su Palabra, porque Él todo lo puede y no se olvida de los suyos. 

Él está con nosotros, en medio de la pandemia, en medio de la tempestad, en nuestra barca, la Iglesia. sólo hay que escucharle.

"No os preocupéis haciendo planes"
Dios nos quita presión y nos dice que que no nos preocupemos sobre qué debemos decir o hacer "porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir (o hacer)". 

Dios nos llama la atención a no hacer nuestros planes, a no inquietarnos ni agobiarnos por lo que no depende de nosotros, porque ni siquiera podemos "añadir una hora al tiempo de nuestra vida". 

"No confiéis en vuestras fuerzas"
Dios nos exhorta a "vender nuestros bienes y a dar limosna", es decir, a dejar a un lado nuestras ideas y seguridades, y entregarnos a los demás. Lo importante no son las ideas, las ganas o las intenciones que tengamos, sino el amor que mostremos. 

Pero también, nos dirige unas duras palabras: "Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?", para que no creamos que las cosas dependen de nosotros y que sabemos perfectamente lo que hay que hacer. 

"Estad preparados y alerta"
"Haceros bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón." Dios nos llama a tenerle como un tesoro en nuestro corazón. 

"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas". Dios nos llama a formarnos en la fe y a prepararnos en el Amor, nos invita a estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, estar vigilantes con el mal y siempre dispuestos a servirle allí donde nos llame.

Pero como en el relato de Emaús, antes de volver a Jerusalén para compartir la noticia, debemos estar más cerca de Cristo, aprender más acerca de Él, invitarle a que entre en nuestro corazón, reconocerle en los sacramentos y acompañar a los que han venido a Su casa, para que, juntos y en comunidad, perseveremos en la fe y crezcamos en el amor. 

Por ahora, sólo una cosa es necesaria: estar muy cerca de nuestro Señor. En esto consiste nuestro servicio a Dios. 

"Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, 
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, 
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura 
podrá separarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 35-39)


JHR

viernes, 26 de abril de 2019

ME VOY A PESCAR

Imagen relacionada
"Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo; 
Natanael el de Caná de Galilea; 
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. 
Simón Pedro les dice: 'Me voy a pescar',
Ellos contestan: 'Vamos también nosotros contigo'.
Salieron y se embarcaron; 
y aquella noche no cogieron nada. 
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
 pero los discípulos no sabían que era Jesús. 
Jesús les dice: 'Muchachos, ¿tenéis pescado?'. 
Ellos contestaron: 'No'.
Él les dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis'.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. 
Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: 'Es el Señor'."
(Juan 21, 1-14)

Como cada día, meditando el Evangelio, me he sentido interpelado cuando me he visto plenamente reflejado en los discípulos. 

Y es que todos somos Pedro, cuando decimos "me voy a  pescar, me voy a servir". Todos somos los discípulos, cuando decimos: "nosotros también vamos a servir contigo"Y así, una vez que hemos decidido "salir", nos "embarcamos" para "pescar". 

Sin embargo, y aunque nuestro servicio es (o debería ser) para la gloria de Dios y el bien de las almas, a menudo, nos empeñamos en hacerlo según nuestras propias ideas, para nuestra gloria personal o para nuestro propio disfrute espiritual, y amparados únicamente en nuestros talentos, fuerzas y capacidades.

Remamos y bregamos todo el día y toda la noche, y no logramos pescar nada. Tratamos de pescar en "nuestras aguas", con "nuestras redes", con "nuestras barcas", desde "nuestros lados", y no pescamos nada.

Creemos saber lo que tenemos que "hacer", porque somos veteranos y, sin embargo, olvidamos lo que tenemos que "ser", porque somos orgullosos.

Creemos estar sirviendo a Dios, porque lo hemos hecho muchas veces y, sin embargo, ni siquiera le preguntamos cómo ni le consultamos dónde. 

Creemos ser unos buenos apóstoles, porque evangelizamos y, sin embargo ni siquiera trabajamos en Su nombre o conforme a Su mensaje, sino a "nuestra manera".

Imagen relacionadaPescar implica que nosotros desaparezcamos, que pasemos desapercibidos, que escuchemos a Dios para que el mundo le vea a Él, le escuche a Él.

Pescar significa dejarnos aconsejar por el Maestro Pescador cuándo, cómo y dónde debemos echar las redes (sus redes) para que la pesca (su pesca) sea abundante.

Pescar conlleva dejarlo todo (ideas, comodidades, gustos, manías, apegos),  renunciar a todo, desprenderse de uno mismo para seguir a Cristo, para reconocer al Señor.

¿Nos vamos a pescar?

martes, 12 de junio de 2018

SERVIR EN EMAÚS

Resultado de imagen de lavatorio de pies
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 
Os he dado ejemplo para que
lo que yo he hecho con vosotros, 
vosotros también lo hagáis. 
En verdad, en verdad os digo: 
el criado no es más que su amo,
ni el enviado es más que el que lo envía. 
Puesto que sabéis esto,
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.” 
(Juan 13, 12-17) 


Este fin de semana se organizan varios retiros de Emaús en España. ¡Una nueva oportunidad para muchos de nosotros de colocarnos el "polo de servidores"! Sin embargo, ¿sabemos servir? ¿merecemos el nombre de "servidores"?

Los seres humanos, por causa del pecado, somos orgullosos y soberbios, y por ello, reacios a servir a otros; es más, 
pensamos que son los demás quienes están a nuestro servicio. Incluso, a veces, podemos pensar que Dios está para servirnos a nosotros.

Combatir estas tendencias requiere un esfuerzo firme y constante porque podríamos pensar que servir a Dios en un retiro de Emaús depende de nosotros y de nuestra aptitud. "Servir" a Dios depende sólo de Él y, en último caso de nuestra actitud. 

Para los cristianos, "servir" debe revelar el mismo y auténtico amor que Dios tiene hacia el ser humano, la misma actitud y disposición que Cristo manifestó, cuando dejó el cielo para "abajarse" a la tierra.

Servir con humildad 

Servir puede implicar motivaciones externas: podemos servir por obligación, por satisfacción, por beneficios propio, incluso, por reconocimiento.  

Sin embargo, un auténtico espíritu de servicio requiere una motivación interior que mana de un corazón humilde, dispuesto y entregado al Señor, como el de nuestra Madre la Virgen María. 
El genuino servicio requiere una fuerza interior que brota de un corazón puro y obediente que desea cumplir la voluntad de Dios, y que para ello, se pone a disposición de las necesidades de los demás hasta las últimas consecuencias, como el de nuestro Señor Jesucristo.

Jesús nos muestra la actitud correcta del servicio humilde en el pasaje del lavatorio de los pies (Juan 13). Su ejemplo es nuestro modelo a seguir: Jesús lavó los pies a todos sus discípulos, una labor que estaba reservada a los esclavos. Incluso lavó los de Judas, de quien sabía que iba a traicionarle.

Y de eso trata en Emaús: nuestro servicio es una esclavitud de amor: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos". "Dar la vida" significa dar muerte a nuestro orgullo, a nuestra soberbia, a nuestras motivaciones externas y a nuestros propios intereses para mirar con ojos de amor las necesidades de los demás. Con los mismos ojos amorosos con los que Dios nos mira.

Servir implica humildad, despojarnos de nuestro "ego" y entregarnos a todos los demás, hasta el final. Algo que normalmente, al ser humano le cuesta muchísimo, sobre todo, inclinarnos, humillarnos ante personas que no conocemos, o que nos traicionan o que nos tratan mal.

Implica
 desechar nuestros "derechos" para asegurar los de los demás y, así, servir a Dios. Implica, una pureza de intención, un "ser" que nos conduce al "hacer". Implica amor abnegado, amor que no busca recompensa. 

Implica reconocer nuestra pequeñez, someternos a la voluntad de Dios y aceptar con paciencia y gozo las circunstancias, experiencias y desafíos más difíciles de nuestro servicio y de nuestra vida.


Implica confiar en Dios, olvidarnos de nosotros mismos y ser conscientes de nuestra misión. Una misión que no está "organizada por laicos para laicos", sino por "Dios para los hombres".

Los "servidores" funcionamos al revés del mundo. No tratamos de llegar a la cima. No tratamos de buscar fama y reconocimiento. Y mucho menos de pisotear a los demás...un "servidor" está al servicio de una visión superior: la gloria de Dios. Y, entregándonos completamente a los demás, conducirlos de la mano por y hacia el amor de Cristo.

Entonces, servidores, es hora de humillarnos. Es hora de dejar de mirarnos al espejo y mirar a los demás hijos de Dios con amor, dulzura y compasión. Es hora de dejar de tratar de impresionar. Es hora de dejar de buscar nuestro propio interés y morir por los demás. Es hora de escuchar, de comprender, de amar...

Servir con alegría

¡Humildes...pero alegres! Servir no es (no debe ser) un trabajo penoso y triste.

Ser
vir es un privilegio que Dios nos concede aunque no nos necesita. Y por ello, debemos servir con alegría.
Dios nos da una oportunidad de formar parte de su plan de salvación. Nos regala la oportunidad maravillosa de poder ser instrumento de su Amor, de ser colaboradores de Cristo. Caminar a su lado, escucharle y aprender de su ejemplo. Y así, darle a Jesús la oportunidad de utilizarnos para ser su palabra, sus manos, sus brazos, sus ojos…

¡No queremos estar abatidos y apesadumbrados como los dos de Emaús cuando iban de vuelta! ¡Queremos reconocer a Cristo y que nuestro corazón se inflame! ¡Fuera tristeza! ¡Fuera desánimo!

Tenemos lo mejor que podemos encontrar: a Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). ¿Por qué habríamos de estar tristes?

Cuanto más cerca estemos de Dios, cuanto más presente le tengamos en nuestras vidas y en nuestro servicio, cuanto mayor es nuestra confianza en Él, mayor será nuestra capacidad para afrontar cualquier dificultad con serenidad y alegría; para superarl
as con resiliencia y aceptarlas con paz en nuestros corazones, pues sabemos que todo obedece al plan perfecto diseñado por Dios.

Servir con pasión

¡Humildes, alegres.... y apasionados!

Debemos hablar...qué digo, respirar con profunda pasión cuando servimos a Dios. Gritar apasionadamente que: ¡¡¡Jesucristo ha resucitado!!! Para que cuando nos escuchen, se pueda decir que sentimos lo que decimos, que vivimos lo que gritamos, que amamos a quien proclamamos
.
En un mundo donde reina la tristeza y el desánimo, nuestro fervor es un poderoso signo de sobrenaturalidad. Nuestra pasión, una muestra de la presencia real de Dios en cada uno de nosotros.

Para ser servidores dignos, para ser evangelizadores efectivos, tenemos que creernos lo que decimos y comunicarlo con pasión. Porque el Evangelio no es simplemente una idea entre muchas: la fe es creer lo que no  vemos con confianza absoluta, hasta el punto de estar dispuestos a sufrir y morir por ello si fuera necesario. 

Sí, hasta el martirio, si fuera preciso. Porque "mártir" (del griego "μάρτυς, -υρος", "testigo") es una persona que sufre persecución y muerte por defender una causa, o por renunciar a abjurar de ella, con lo que da "testimonio" de su fe. Los mártires dan testimonio de Cristo con sufrimiento y sangre porque son seguidores suyos y como tales, son fieles hasta el final. Un mártir está alegre...¡siempre! ¡hasta el final!

A través de la pasión que pongamos los servidores, los caminantes (y el mundo) verán lo mucho que nos amamos y lo mucho que les amamos. A través de nuestra disponibilidad, nuestra actitud de servicio, de entrega… verán las manos, los brazos, los ojos, la sonrisa… de Cristo vivo y resucitado.

Desde la humildad, pero con alegría y con pasión, transmitimos nuestra experiencia de Cristo a todos a los que servimos. Ese es el regalo que ofrece Emaús.

Porque no debemos olvidar nunca que Emaús es un plan de Dios, no nuestro. Emaús es sólo un método, una herramienta, un vehículo por el que las personas acuden para tener un encuentro personal con Jesús y, producido este encuentro, la relación de las personas con Cristo prosperará y crecerá a través de otras personas en la comunidad parroquial y a través de otros servicios.

Por último, la importancia de nuestro servicio no radica en la eficacia, sino en el amor con que hacemos las cosas: a Dios solo le importa el amor que ponemos en las cosas que hacemos y no cuántas cosas hacemos, cómo las hacemos, o quienes las hacemos.

“No cuenta la cantidad de las obras, 
sino la intensidad del Amor con que las hagas.” 
(Santa Teresa de Calcuta)

domingo, 26 de noviembre de 2017

LÁPICES EN MANOS DE DIOS

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"Y sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman,
de los que han sido elegidos según su designio."
(Romanos 8, 28)

Dios nos ha creado a cada uno de nosotros con un propósito. Nos ha creado para servirle y hacer grandes cosas, cosas extraordinarias. 

La madre Teresa de Calcuta se definía a sí misma como un simple instrumento en las manos del Señor, “un lápiz en sus manos”.

El mérito nunca es del lápiz, sino de quien escribe: Dios. Es nuestra confianza en la gracia divina, no en nuestras propias fuerzas, la que nos hará escribir en el papel de nuestra vida.

Todos somos lápices en manos de Dios que escribiremos lo que Él quiera que escribamos y dibujaremos lo que Él quiera que dibujemos.

Unas veces estaremos en el plumier y otras, en Su mano. Borrará lo que hemos dibujado si no ha sido con su mano.

En ocasiones, nos romperemos, nos quebraremos pero siempre dejaremos nuestro trazo y nuestra marca.

Dios mueve el lápiz por donde quiere, no se guía por los renglones, ni por los márgenes porque el amor no tiene fronteras.

Dios nos elige una y otra vez para escribir el milagro.

El Plumier


Algunas veces estaremos guardados en el plumier, con el resto de pinturas e instrumentos.

Quizás pensemos que prefiere utilizar las pinturas de colores, que no servimos para nada o que nuestra vida no tiene sentido.

Nosotros sólo debemos esperar a que Dios nos saque del plumier y nos utilice según su voluntad.

El plumier es la Iglesia, nuestra comunidad.


La Mano


Sólo si nos dejamos sostener por su mano, dibujaremos, porque por nosotros mismos no podemos.

Muchos querrán que pintemos en la mesa o en la pared, pero no fuimos creados para eso. 

Dejemos que quién nos creó nos tome en su mano y nos use.

La mano es la Palabra de Dios, su Voluntad.


El Sacapuntas


Cada vez que quiera hacer algo nuevo con nosotros, Dios nos sacará punta con Su sacapuntas

Experimentaremos el dolor o el sufrimiento cada vez que lo haga y pensaremos que nos está dañando o castigando. 

Son nuestras pruebas de santificación con las que dibujaremos algo grande.

Nuestro lápiz debe tener la punta afilada punta para que haga los mejores trazos, líneas y bocetos.

El sacapuntas es la Eucaristía, la Adoración.


La Goma de borrar


Cometeremos muchos errores, mucho borrones en la vida. 

Sin embargo, Dios tiene una goma de borrar con la que borrará todos los errores que cometamos.

Simplemente, los borrará y volveremos a escribir.

La goma de borrar es la Confesión.



La Mina


La parte más importante de nosotros como lápices que somos, es lo que llevamos dentro de nosotros: la mina.

Por fuera nos pueden rallar, quitar la pintura o morder, pero eso no es lo importante. 

Lo mas valioso está dentro de nosotros. Aquello que puede dibujar en el papel.

La mina es el don de la fe que nos da el Espíritu Santo.



El Trazo


En cualquier superficie que seamos usados por Dios dejaremos nuestro trazo, nuestra marca.

No importan las circunstancias o las condiciones, deberemos seguir escribiendo y dibujando.

Todos sabrán que pasamos por allí, todos verán nuestro dibujo.

La marca es el amor, el distintivo de un discípulo de Cristo.



La Rotura

Habrá momentos en la vida en los que personas o circunstancias nos partirán en uno o en varios pedazos.

Cuando eso suceda, podríamos pensar que no vale la pena seguir escribiendo o dibujando porque nuestra vida se ha roto.

Entonces, recordemos que con el sacapuntas podemos sacarle punta a los pedazos rotos de nuestra vida. y así, estaremos listos para escribir o dibujar más cosas con esos pedazos que cuando eramos de una sola pieza.

La rotura es la enfermedad, la muerte, el sufrimiento.






"Señor, hazme instrumento de tu paz
donde haya odio ponga amor
donde haya ofensa perdón
donde haya error ponga yo verdad

Donde haya tinieblas ponga luz
donde haya duda ponga fe
donde haya tristeza alegría

Oh mi Señor, ponga yo tu amor
Porque dando, yo recibiré
olvidándome te encontraré
comprendiendo al hombre te seguiré

Oh mi Señor, enséñame a querer
Porque dando, yo recibiré
olvidándome te encontraré
comprendiendo al hombre te seguiré

Oh mi Señor, enséñame a querer"

(San Francisco)