¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 3 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (4): "PAN PARTIDO" PARA LOS DEMÁS

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, 
se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. 
Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, 
se compadeció de ella y curó a los enfermos. 
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, 
despide a la multitud para que vayan a las aldeas 
y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba 
y tomando los cinco panes y los dos peces, 
alzando la mirada al cielo, 
pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; 
los discípulos se los dieron a la gente. 
Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. 
Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
(Mt 14,13-21)


Tras explicarnos las Escrituras mientras vamos de camino, hoy el Señor parte para nosotros el pan. Jesús nos lleva a la Eucaristía a través de dos ideas: compasión y servicio.

CompasiónCristo "desembarca" (se encarna) y se compadece (se entrega así mismo) al ver que nosotros, la "multitud", tenemos necesidad de sanación y de alimento. 

A través de un sentimiento profundamente humano, Jesús expresa la voluntad salvífica de Dios para todos los hombres. 

Ante la multitud que lo seguía y "no lo dejaba en paz" (posiblemente le agobiaba), Jesús no reacciona airadamente porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. 

La compasión va más allá de la piedad. Se trata de anteponer las necesidades de la gente a las nuestras (aún siendo legítimas). Jesús se identifica con el sufrimiento de todos nosotros hasta el punto de cargar con él para aliviarnos. Y nos invita a hacer lo mismo.

Servicio. Jesús reacciona de forma muy distinta a la de sus discípulos, que quieren "quitarse a la gente de enmedio", pero el Señor les dice: "dadles vosotros de comer". 

Dos actitudes muy distintas: la divina y la humana. La ilógica del mundo nos alienta a pensar en nosotros mismos, al individualismo, pero la lógica de Dios nos anima a pensar en los demás, a compartir tiempo y recursos con nuestro prójimo, a servir a los demás. 

¡Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los necesitados! ¡Cuántas veces pensamos: "allá ellos"! ¡Cuántas veces le damos la vuelta a la frase del Señor y pensamos "yo no he venido a servir sino a ser servido"!

El servicio va más allá de "dar lo que nos sobra" o "servir cuando pueda". Se trata de poner nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestros talentos, nuestra vida, todo... al servicio de los demás. Jesús se pone a disposición de todos para compartirse así mismo, para entrar en comunión con todos.
Eucaristía. La compasión y el servicio...nos dirigen hacia la Eucaristía. Los cristianos no podemos acudir a misa con sentimientos individualistas o egoístas sino con los mismos sentimientos fraternos de Jesús: pensar en los demás y entregarnos a ellos. 

El pan ordinario se convierte en señal indicadora del pan eucarístico. Al alzar la mirada al cielo, pronunciar la bendición (acción de gracias), partir el pan y repartirlo entre la gente, Cristo mismo, "el pan bajado del cielo" hace presente el amor de Dios y con su propio cuerpo, su propia sangre, su propia entrega, nos alimenta eucarísticamente y nos sana espiritualmente.

La multiplicación de los panes realizada por Jesús pone de relieve que han llegado los días mesiánicos, el tiempo de la Iglesia de Cristo, el tiempo esctológico en el que los cristianos hagamos presente el Reino de Dios en la tierra, hasta que Él vuelva.

La Eucaristía es el sacramento de la caridad en el que el Dios eterno se hace presente en el tiempo para entregarse, por puro amor, a todos los hombres. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el sacrificio de su propia vida en la Cruz por nosotros.

La Eucaristía es también el sacramento de la unidad en el que somos testigos de la compasión de Dios por cada hombre, por cada uno de nosotros, y escuchamos de labios del Señor un mandato claro: "Dadles vosotros de comer". 

Es en ese encuentro íntimo y, de forma milagrosa, cuando siguiendo la invitación del Señor, miramos a nuestro prójimo con su misma mirada compasiva y nos convertimos en "pan partido" para los demás, para darnos a aquella persona que no nos agrada o para entregarnos a aquel a quien ni siquiera conocemos. 

Somos "pan partido" para los demás


JHR

sábado, 1 de junio de 2024

¿A DÓNDE VOY CUANDO VOY A MISA?

"Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; 
pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios" 
(1 Cor 1,18)

Esta semana, un hermano de fe me ha enviado un vídeo de un sacerdote americano que habla sobre lo que es y lo que significa la Eucaristía, y en la que nos plantea discernir sobre cuál es el sentido de ir a misa (https://www.youtube.com/watch?v=cUNkocjtA4w), y que quiero transcribir en esta reflexión de hoy:

¿A qué voy a misa? ¿voy para encontrarme con amigos? ¿voy para escuchar una buena homilía? ¿voy para cantar porque pertenezco al coro? ¿voy para rezar? ¿voy para escuchar la Palabra de Dios? ¿voy para recibir el cuerpo de Cristo? ¿voy porque es un precepto de la Iglesia?

¿Qué es para mí la Eucaristía? ¿Qué representa? ¿Qué ocurre allí?

La Eucaristía ha sido denominada con muchos nombres a lo largo de la historia de la Iglesia: cena del Señor (san Pablo), fracción del pan (Didaché, san Justino), eucaristía (san Ignacio de Antioquía), sinaxis ("asamblea reunida"), dominicum ("domingo"), actio ("celebración"), sacrificium (memorial de la Pasión), officium ("oficio"), missa ("envío"), eucharistia ("acción de gracias")....

Y, dentro del septenario de los sacramentos, ha sido definida por la Iglesia de muchas maneras: "fuente y cima de la vida del cristiano", como "signo de unidad" "sacramento de la fe", misterio de la caridad", "celebración del misterio pascual"...Sin duda, es el principal de los sacramentos y hacia el que todos se orientan.

Pero ante todo, la Eucaristía es el sacrificio del Calvario. Es el lugar donde todos nos trasladamos al pie de la cruz de Cristo, junto a la Virgen María y a san Juan, el discípulo amado; donde escuchamos las siete frases de Cristo; donde le vemos ofrecer su vida como sacrificio perfecto por nuestros pecados; donde le vemos morir para resucitar. 

En realidad, la Eucaristía es el lugar donde Jesús está siempre con nosotros: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).

Allí, en el Calvario estoy junto a mi Señor, para ser testigo y, a la vez, partícipe de su ofrenda por mí. 

Allí, en la Eucaristía, deposito todas mis miserias, todas mis faltas, todos mis pecados. 

Allí, en el Gólgota, quedo liberado de mis pecados por la obra redentora de Cristo, que los recoge y se los entrega al Padre en oblación perfecta. 

Allí, en la Eucaristía, es donde la promesa de la resurrección se me hace accesible, donde se me abre la puerta del cielo y, como san Juan en su Apocalipsis, "arrebatado en espíritu", soy capaz de degustar las primicias eternas.
Pero además, en la Sagrada Escritura encontramos, al menos, catorce prefiguraciones del sacramento de la Eucaristía (algo que niegan o al menos, evitan mencionar algunos de nuestros hermanos protestantes):

Abel (Gn 4): el primero que ofrece la sangre de un cordero inocente y sin defecto en sustitución de sus pecados (como el Cordero de Dios).

Melquisedec (Gn 14; Sal 110): rey y sacerdote, ofrece pan y vino. Su origen no es del linaje de Aarón (tribu de Levi). Es desconocido (no es de este mundo, como el Señor).

Abraham (Gn 22): un cordero enredado en una corona de espinas es sacrificado en sustitución de su hijo Isaac (como Cristo).

Pascua (Ex 12): los panes ázimos y la sangre del Cordero rociada sobre el dintel de las puertas (que prefigura el vino en nuestros labios) nos libera de la esclavitud de Egipto (que simboliza el pecado y la injusticia) y nos preserva de la muerte por el paso del ángel exterminador del Señor (que simboliza la muerte segunda, la del alma): "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6,54). La Pascua de la Última Cena es la representación del Calvario por la que entramos en la sagrada comunión y resucitamos a la vida eterna con Jesucristo. 

Maná (Ex 16): el pueblo de Israel (muerto de hambre) debía comer el pan del cielo todos los días para sobrevivir en el desierto. Jesús fue muy explícito ante las tentaciones del diablo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4) en una clara referencia a la petición del Padrenuestro: "Danos hoy el pan nuestro de cada día" (Mt 6,11). Igual que el pueblo de Israel necesitaba el pan del cielo cada día para vivir (físicamente), los cristianos necesitamos el pan de vida para vivir (espiritualmente).

Arca de la Alianza (Ex 37): Dios creó un lugar especifico para hacerse presente al hombre, porque los seres humanos necesitamos un sitio físico donde tener la certeza de la presencia de Dios para refugiarnos en Él, para estar junto a Él y para darle culto. En el AT, era la tienda del Encuentro (Mishkán"morada de Dios") donde estaba el arca de la alianza; desde el NT hasta hoy, es el altar eucarístico y también el sagrario o la custodia de la adoración eucarística.

Belén (Miq 5; Mt 1; Lc 2): significa "casa de pan". Cristo nace allí porque es el pan vivo que baja del cielo. Nace en un pesebre (comedero para animales=nosotros). Cada iglesia particular es un "Belén" donde podemos adorar al pan vivo del cielo.

San Juan Bautista (Mc 1; Lc 3): en el Jordán, Juan ve a su primo Jesús y pudo haber dicho cualquier cosa: por ejemplo, "mi primo Jesús"...pero dijo: "Contemplad, este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Es la misma frase que proclama el sacerdote antes de la comunión eucarística.

Bodas de Caná (Jn 2): Una boda donde se produce el primer milagro de Jesús. La Virgen le dice a su Hijo: "No tienen vino"... y a los servidores: "Haced lo que Él os diga". En Caná, Jesús ofrece el mejor vino y en cantidad infinitamente generosa (600 litros) a los que participan en la boda. De igual manera, Cristo, en la Eucaristía, transforma el vino en su sangre para lavar los pecados de toda la humanidad.

Multiplicación de los panes y los peces (Jn 5; Mt 14; Mc 6; Lc 9): Cristo no sólo tiene el poder de transformar sustancias, sino de multiplicarlas (sacia a más de 5.000 hombres; en total, posiblemente, 20.000 personas entre hombres, mujeres y niños). Cristo, en la Eucaristía se multiplica así mismo de forma infinitamente generosa para alimentar a toda la humanidad.

Discurso del pan de vida (Jn 6): Jesús dice: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre...lo resucitaré en el último día". El pan eucarístico (el mismo Cristo) es el verdadero pan que da la vida por el mundo (puesto que el maná no evitó que los judíos murieran al final de sus días) y ofrece la vida eterna.

Última Cena (Mt 26; Mc 14; Lc 22; Jn 13): "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros". Separa deliberadamente el pan del vino, para diferenciar el cuerpo del espíritu, para diferenciar su humanidad de su divinidad, su vida terrenal de su misión: ofrecer el único, verdadero y perfecto sacrificio de Cristo, al que nos da acceso en el misterio eucarístico.

Camino a Emaús (Lc 24): como los dos de Emaús. vamos a misa entristecidos y apesadumbrados por los problemas cotidianos, nos quejamos del sufrimiento y la injusticia de nuestras vidas. Entonces, Jesús nos explique las Escrituras (desde el ambón se revela a través Liturgia de la Palabra y nos cuenta el plan de salvación de Dios) y nuestro corazón arde, aunque no le reconocemos. Es cuando parte el pan cuando le reconocemos (Liturgia de la Eucaristía): cuando el sacerdote parte el pan y deja caer un pequeño pedazo en el cáliz está representando la re-unión del cuerpo y el espíritu. Es entonces cuando desaparece de nuestra vista y le reconocemos: por la resurrección.

La cena de las bodas del Cordero (Ap 19): Cristo se desposa con la Iglesia. Dios quiere ser uno con nosotros ("Enmanuel"). Quiere tener con nosotros una comunión esponsal: ser con su esposa, la Iglesia, "una sola carne",. El Cordero está degollado (crucificado) pero está de pie (resucitado) y nos muestra el plan de Dios: verle cara a cara...en el cielo

¿A qué voy a misa? Escuchar una buena homilía, encontrarme con mi comunidad, cantar, rezar, escuchar la Palabra o comulgar es lo que hago cuando voy a la Eucaristía. Pero lo principal es acercarme al Calvario para estar junto al Cordero de Dios, degollado por mis pecados para darle gracias y glorificarle.



jueves, 27 de abril de 2023

UN CAMINO DESDE EL SINAÍ AL TABOR

"Mira, hago nuevas todas las cosas"
(Ap 21,5)

El monte Sinaí, también llamado monte Horeb, es citado en el libro de Éxodo y en 1 Reyes. Allí, Moisés y Elías permanecieron cuarenta días y cuarenta noches orando

El monte Tabor, también llamado monte de la Transfiguración, es citado en los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Allí, aparecen también Moisés y a Elías, que representan la Ley y los Profetas, cuyo cumplimiento es la manifestación gloriosa de Jesucristo.

En ambos montes se produce una teofanía: Dios se manifiesta. En el Sinaí, para preparar al hombre a la participación de la vida divina, y en el Tabor, para realizar un nuevo acto de creación a su imagen y semejanza en "Su Hijo amado", el nuevo Adán, por el que "diviniza" al hombre y por el que le revela definitivamente su deseo de comunión con él. 

En el Sinaí, el hombre no podía ver a Yahvé pero Dios se muestra a través de la alianza que hace con Moisés, la Torá. 

En el Tabor, el hombre puede ver a Dios, que se muestra en el rostro glorioso de Cristo, la plenitud de la Ley. Tanto Moisés como Jesús bajan del monte porque tienen una misión divina que cumplir.

El camino del Sinaí al Tabor es el camino del Éxodo a la Pascua definitiva, el camino del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, el camino del Dios escondido en las tinieblas humanas al Dios revelado en la luz divina, el camino del desierto al nuevo Edén. 

Nosotros, también hemos de recorrer el Sinaí para alcanzar el Tabor. Un camino de preparación y purificación, de introspección reflexiva, de oración, penitencia y limosna. 

La vida terrenal no es sino un camino cuaresmal que tiene que pasar indefectiblemente por la Cruz para alcanzar la gloria de la resurrección.

No hay atajos ni comodidades. Dios nos quiere "en movimiento", nos quiere "activos" para no estancarnos, nos quiere cargando nuestras cruces a imitación suya. 

Se nos muestra en toda su gloria para que le contemplemos por un momento y tomemos aliento, pero no quiere que lleguemos antes de tiempo, no quiere que nos conformemos con un "poco" de Él. Dios quiere darse a nosotros completamente, a su tiempo y mucho más de lo que nos imaginamos.

Por ello, nos insta a seguir caminando a su lado, a seguir cruzando el desierto de nuestra existencia junto a Él, aunque a veces, no le reconozcamos, con una meta: alcanzar el monte de la vida eterna. 

Nos invita a seguir conociéndole a través de su Palabra, que nos muestra su plan de salvación, pero no se conforma sólo con que nos formemos un concepto "pensado" o "teórico" o "histórico", o incluso "mágico" de quién es Él. 

No quiere que nos conformemos con un cristianismo de "sentimientos", de "levitación" ni de "éxtasis". Eso sería como plantar nuestra tienda, ponernos cómodos y tumbarnos a descansar. Eso sería buscar nuestra propia gloria y no la suya. Eso sería conformarnos con "muy poco"...o mejor dicho, con "nada".

Dios nos exhorta a "bajar" a tierra firme para seguir caminando; a la seguridad de su Iglesia para seguir meditando las respuestas que nos da ante nuestros interrogantes; a la comunidad donde seguir discerniendo cuál es su voluntad para cada uno de nosotros.

Ya no hay Tabor. Ya no hay ciudad santa ni templo. Jesucristo lo ha hecho todo nuevo. El encuentro con el Resucitado ya no es un lugar geográfico ni hierofánico. Es un espacio de intimidad donde humanidad y divinidad confluyen y se relacionan.

Antes de que lleguemos a su corazón y a su gloria, el Señor se anticipa. Hace como que sigue su camino pero realmente lo que desea es entrar en nuestro corazón que conoce perfectamente, en la profunda intimidad de nuestra alma que anhela salvar. 

Sólo si le invitamos a entrar, entrará y cenará con nosotros (Ap 3,20). Y entonces, podremos reconocerle cada día "al partir el pan".

miércoles, 24 de abril de 2019

¡QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR!

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"Quédate con nosotros, Señor
porque atardece y el día va de caída". 
Y entró para quedarse con ellos."
(Lucas 24, 29)

La misma tarde del día de la Resurrección de Jesús, dos de sus discípulos caminaban cabizbajos, tristes y desesperanzados de Jerusalén hacia su aldea Emaús, cuando un desconocido se les unió a la "conversación que llevaban por el camino".

Mientras el "divino caminante" les iba "explicando" las Escrituras, "comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas", sus corazones "ardían" iluminando el sombrío desánimo que, al principio, les embargaba, a la vez que la penumbra del crepúsculo se cernía sobre ellos.

"Quédate con nosotros, Señor, porque anochece y el día va de caída" fue la invitación que los dos discípulos de Emaús hicieron al "divino caminante". Aquel desconocido fue la Luz que iluminó su Fe, el Camino que renovó su Esperanza, la Verdad que ablandó la dureza de sus corazones y la Vida que abrió sus almas al deseo de descubrir la plenitud... Y Él aceptó quedarse con ellos...para siempre...
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Los dos de Emaús, preparados por las palabras del Señor, le reconocen mientras comparten la intimidad de la mesa, en el gesto sencillo de la "fracción del pan". "Se les abren los ojos" y reconocen al Maestro resucitado. En ese instante, dejan de verle, pero Cristo se ha quedado veladamente en el "pan partido".

De igual manera, el pasaje de Emaús nos conduce y nos invita a nosotros hoy, a iluminar nuestro camino de dudas, inquietudes y desilusiones, hacia un despertar de nuestra esperanza, hacia una renovación de nuestra fe, hacia el encuentro con nuestro Señor, en la Eucaristía.

A la luz de las Escrituras, Jesucristo se hace presente en la Eucaristía como luz que brota del "pan vivo que ha bajado del cielo" (Juan 6,51), cumpliendo su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20).

Una vez que nuestra mente se "ilumina" y nuestro corazón se "inflama", los signos nos "hablan" en la Eucaristía. 

La Eucaristía es luz, ante todo, porque es la unión de las dos "mesas", la de la Palabra y la del Pan. Escritura y Eucaristía se unen para llevarnos a Jesús.

Cristo mismo interviene para enseñarnos cómo "toda la Escritura" nos conduce a Él, haciendo "arder" nuestros corazones, sacándonos de la oscuridad, de la tristeza y de la desesperación, suscitando en nuestras almas, el deseo de permanecer con Él: "Quédate con nosotros, Señor".

Cuando experimentamos una verdadera e íntima experiencia del Resucitado, alimentándonos de su cuerpo y de su sangre, no podemos guardar la alegría sólo para nosotros mismos. 

El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio.

Mi Emaús ha sido mi camino a la fe. La vida me hirió, llevándome al desánimo y a la desesperanza. Sin embargo, Jesús me encontró por el camino a Emaús, me explicó las Escrituras e incendió mi corazón.

Desde entonces, todo lo que experimenté, no he podido guardármelo para mi.

Por eso, cada día dejo que la Palabra de Dios me hable de Cristo. Entonces, le invito a quedarse conmigo en la Eucaristía y Él se hace presente y me incendia el corazón con una alegría que llena mi vida. 

Por eso, nunca dejo pasar un día sin ir a escucharle en la Escritura y sin verle en la Eucaristía.