¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 28 de octubre de 2020

EL TURISMO ESPIRITUAL COMO DEPENDENCIA


Cuando hablamos de “retiro espiritual”, a todos nos viene a la cabeza la idea de apartarse, de recogerse y de aislarse para pasar un fin de semana con Dios. Sin duda, es una esperiencia maravillosa que el Señor nos concede para recibir su infinito amor y participar de su inmerecida gracia.

Todos anhelamos en nuestro corazón un deseo o necesidad espiritual para encontrarnos a nosotros mismos, para encontrarnos con Dios, para dar un sentido a nuestra existencia. 

Sin embargo, no quisiera pensar que sólo soy capaz de encontrarme con Dios en un retiro por querer escapar de lo cotidiano; no quisiera suponer que sólo soy capaz de entregarme a los demás en un retiro porque fuera no me atrevo; no quisiera creer que sólo soy capaz de rezar y hablar de Dios en un retiro, porque fuera no tengo tiempo ni valor; no quisiera pensar que sólo soy capaz de abrir mi corazón y ser auténtico en un retiro, porque fuera debo ser "fuerte y políticamente correcto"; no quisiera creer que sólo soy capaz de dar un propósito a mi vida en un retiro, porque fuera no es posible.

Porque de ser así, es entonces cuando me "convierto"... pero no a Dios, sino que me convierto en un "turista espiritual", en un "guiri religioso". Es entonces cuando pretendo transformar ese encuentro con Dios en una escapada de "turismo espiritual" para encontrar mi paz, en una experiencia sobrenatural con la que me relajo de mi estrés diario, en un "cristianismo de fin de semana" a mi forma, para volver a "secularizarme" nada más salir de él. 

¿Y si me planteara hacer "fuera" lo mismo que hago "dentro" en un retiro...? ¿y si me propusiera vivir el retiro cada día, en cada situación...? ¿ y si trasladara la atmosfera de un retiro al mundo cotidiano...? ¿y si me comprometiera a dejar de ser turista espiritual para convertirme en embajador de Cristo en mi sociedad...?

Yo creo que Cristo no vino a la tierra a hacer turismo ni a acompañarnos en un viaje de placer. Y se lo dejó claro a Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor. Quedarse allí no era el propósito de su misión. Los discípulos debían proclamar la gloria de Cristo al mundo, en el mundo.
Por tanto, como cristiano, no puedo quedarme en la "gloria" del Tabor, no puedo convertir un retiro en una forma de "ocio espiritual", en una forma de "relax emocional", en una forma de "descanso místico", en una  "autorrealizacion cristiana". No puedo obsesionarme en los retiros como una forma de saciar una necesidad o una satisfacción personal.

Estoy convencido de que el verdadero fruto de un retiro espiritual consiste en trasladarlo a mi vida cotidiana. Ese es el reto: buscar a Dios en cada momento del día, en cada persona que me cruzo y vivir lo que vivo en un retiro, pero a diario. Ese es el desafío: buscar a los demás, acompañar a quienes han compartido esa experiencia conmigo y regalarles mi vida cada día. Ese es el próposito: proclamar que Jesucristo está vivo al mundo, en el mundo.

La planificación, los preparativos, el retiro en sí mismo, la gracia derramada, las conversiones de las almas... todo se convierte en una experiencia apasionante que me llena de gaudio espiritual, pero no puedo limitarlo a un momento de "autosatisfación espiritual", no puedo reducirlo a un simple fin de semana de "experiencia religiosa", no puedo convertirlo en una "adicción mística"o  en un "subidón espiritual". Porque todo subidón, además de ser efímero, va seguido de bajón. 
La experiencia del Tabor que siento y experimento en el retiro, siendo maravillosa, no puedo guardarla en un fin de semana, porque allí perderá toda su fuerza. Debo extenderla a toda mi vida, desarrollarla en cada momento de mi existencia, llevarla a todo mi entorno. De nada me sirve vivirla en el retiro, si luego no la traslado a mi dia a dia.

Mi fe en Cristo no puede estar basada en una experiencia de "péndulo espiritual" que se mueva por sentimientos o sensaciones. No puede estar asentada sobre un hábito de "dependencia espiritual" que necesite más y más dosis. 

Porque entonces será una experiencia de mi "yo" humano, y no un encuentro con Jesús, con el "Yo" divino. Porque entonces será un sentimiento muy noble por mi parte y una sensación de "plenitud" particular pero no de libertad, porque seré esclavo de gula espiritual.

Necesito que mi fe aumente, madure y crezca en toda ocasión. Necesito salir de mi "yo" particular, para encontrar el "nosotros" comunitario. Y eso sólo ocurre cuando pongo la fe en acción, porque "la fe sin obras está muerta" (Santiago 2, 14-17).

lunes, 16 de enero de 2017

PROMISCUIDAD ESPIRITUAL: BUSCANDO A DIOS DESESPERADAMENTE

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"Pues vendrá el tiempo en que los hombres 
no soportarán la sana doctrina, 
sino que, llevados de sus caprichos, 
buscarán maestros que les halaguen el oído;
se apartarán de la verdad 
y harán caso de los cuentos."
2 Timoteo 4, 3-4

Todos somos susceptibles de caer en la tentación y por ello le pedimos a Dios en el Padre Nuestro que no nos deje caer en ella. Pero Satanás actúa de forma sibilina y nos presenta sus productos falsificados como si fueran artículos genuinos. 

Muchos cristianos sucumben a la insana tentación de "buscar desesperadamente a Dios" por todas partes, cayendo en la oscuridad de lo que podríamos llamar promiscuidad espiritual

Según el diccionario, promiscuidad significa un comportamiento confundido, desordenado y cambiante que sólo busca la propia satisfacción o placer. Es una conducta egoísta e infiel. Por tanto, no puede venir de Dios ni tampoco ser de su agrado.

El Diablo sigue actuando de la misma forma y usando las mismas tácticas desde que fue arrojado a la tierra, de la misma manera que hizo con Adán y Eva. Muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta de que son mentiras porque las envuelve de una espiritualidad tan creíble, que parecen la "Verdad". 

En efecto, se disfraza de luz para extraviar nuestra mente hacia la promiscuidad. Para que nunca pare, para que cambia constantemente, para que ni espera ni persevere, para que se impaciente y se precipite, para que busque resultados inmediatos y placenteros, para que se aburra y se canse, hasta dispersarla y apartarla del camino. Y así, nuestra mente no es capaz de estabilizarse ni de obtener el jugo de la madurez espiritual de manera paciente y reposada dentro de una comunidad.

Actúa de la misma forma que una abeja, manteniéndose en el aire cerca de la flor, agitando sus alas con movimientos rápidos y continuados 
pero nunca posándose. Y una vez ha libado su dulce néctar, se marcha a otra flor. 

Por desgracia, algunos cristianos ansiosos y golosos, tienden a perderse en la búsqueda de su propio desarrollo personal y auto-formación espiritual, yendo de aquí para allá, probando muchos carismas, tomando lo complementario por esencial.

Tratan de convencerse de que pueden vivir la fe de forma individual, de que pueden ir "por libre", sin pertenecer a ninguna comunidad y que cada cual puede y debe buscar una fe a su medida, algunos sin Dios mismo, otros buscándole desesperadamente, saltando de flor en flor, cual "abejas cristianas".

Pero la fe no es ir saltando de parroquia en parroquia, de método en método, de movimiento en movimiento, de carisma en carisma, de sacerdote en sacerdote o de congregación en congregación. No es ir de tienda en tienda buscando el vestido ideal.

La fe es una relación de amor con Dios y con el prójimo. Requiere un trabajo interior y produce una consecuencia exterior. Dios actúa dentro de nosotros para que nosotros actuemos fuera, en el mundo. Y por tanto, sólo puede vivirse y desarrollarse en comunidad. Debemos "pertenecer", no sólo "creer".

Cuando tratamos de vivir nuestra fe buscando a Dios en distintos sitios, no hacemos sino un intento desesperado de descubrir fuera lo que tenemos dentro. La falta de responsabilidad, de compromiso y de relación cuando no tenemos una identidad comunitaria nos empuja y nos aleja de Dios. 
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Algunos cristianos esgrimen el tópico de que "Dios está en todas partes" y lo utilizan como coartada para seguir buscando "una fe a su medida". Es cierto que Dios es omnipresente, que está presente en todas las cosas y en todas partes, pero eso no significa que se revele en todas ellas. Aquí está el punto clave.


Algunas personas utilizan esta verdad de la omnipresencia para escabullir su responsabilidad de encontrar a Dios en la Iglesia que Él estableció y no formar parte de ella. 

Otros, buscan equivocadamente a Dios en otros lugares, de acuerdo a sus instintos humanos o gustos personales. No tanto por que no esté sino porque esgrimen esta excusa para "trocear a Dios" y así poder sentirse mejor y más cómodos, enarbolando la bandera de una cierta madurez espiritual que les lleva a buscarle por muchos lugares.

Ignorar que Dios tiene un plan y un orden para todo es el error más grande que los cristianos podemos cometer. Nuestras propias ideas y creencias humanas jamás sustituirán las verdades que Dios ya estableció en su Iglesia. 

Por mucho que busquemos, incluso con sinceridad, esfuerzo y sacrificio, si no seguimos la voluntad de Dios de pertenecer a una comunidad parroquial, de nada sirve lo que hagamos. 

Si no fundamentamos nuestros actos o búsquedas en lo que Dios (y por tanto, la Iglesia) nos dice,  ni siquiera nuestra propia opinión cuenta, por muy maduros que creamos ser.

lunes, 15 de febrero de 2016

LA FE DE CONSUMO O GULA ESPIRITUAL


Hoy reflexionamos sobre una gran tentación con la que el Diablo nos trata de embaucar a muchos cristianos católicos: la fe de consumo o la gula espiritual.

La gula espiritual podría definirse como la intención de "servirse de Dios sin servir a Dios"

Vivimos, consciente o inconscientemente, en una sociedad de consumo que fomenta el hedonismo, el placer y la satisfacción inmediata de los deseos materiales individuales. 

Y, de forma análoga, la fe de consumo busca la satisfacción inmediata de los deseos espirituales individuales.

El “consumismo espiritual” anhela obtener seguridad, placer, satisfacer nuestras propias necesidades y reforzar nuestra identidad respecto a los demás, mediante el consumo compulsivo de sacramentos, formaciones teológicas, catequesis, ejercicios espirituales, etc.

La gula espiritual, cuando no se satisface, nos conduce a la pereza espiritual, nos lleva a la impaciencia y a una cierta desgana hacia el trabajo que supone nuestra propia santificación: huimos del compromiso, de la comunidad, de la oración... y nuestra fe se convierte en un ejercicio de “cumplimiento”, sin más.

Anteponemos el tener al ser”, el “recibir al dar”, damos primacía a nuestro propio individualismo egocentrista, alejándonos (consciente o inconscientemente) de nuestra identidad natural evangelizadora y estigmatizando al que en lugar de consumir, en lugar de recibir, quiere dar, quiere entregarse a otros.

Esta desgana se denomina “acidia”, es decir,  pretendemos crecer en la vida espiritual sin esfuerzo, creemos que la santidad es un don de Dios que no requiere de esfuerzo y cooperación.   Dios, que respeta nuestra libertad, no puede trabajar en nuestros corazones si no ponemos de nuestra parte.  Y así, corremos el riesgo de convertirnos en niños consentidos, en bebés espirituales que nunca crecen.

Otras veces, deriva en envidia espiritual: cuando no nos alegramos con el crecimiento de los demás, cuando queremos ser más santos que los demás, mejores cristianos que los demás. 
 

Sin embargo, cuando la fe de consumo se satisface (aunque sea parcialmente),  también se manifiesta en codicia espiritual de las cosas de Dios (libros espirituales, estatuas, imágenes, medallas, escapularios, lugares de apariciones o de peregrinación).

Todas estas cosas son instrumentos que pueden ayudarnos a acercarnos a Dios, pero el peligro viene cuando nos apegamos a ellas y no las usamos como herramientas para el fin por el que han sido creadas.

Algunos se sienten tentados por la lujuria espiritual, es decir, el apego a las personas de Dios: los sacerdotes, nuestros amigos en la iglesia, nuestros maestros o guías espirituales. Debemos dar gracias a Dios por ellos.  

No obstante, en ocasiones, nuestras reuniones de oración se transforman en clubes sociales o “grupos estufa”, donde estamos “tan a gustito”. Otras veces, nuestras labores evangelizadoras derivan en alegres fiestas, sin más o nuestros métodos se convierten en guetos infranqueables. A veces, tenemos prisa u ocupaciones dependiendo de lo que se requiere de nosotros y sin embargo, sí tenemos tiempo y ganas para actividades lúdicas.

Luego está la promiscuidad espiritual, esto es, el deseo de seguir consejos espirituales, pero no ponerlos en práctica; el deseo de pertenecer a muchos grupos; el deseo de participar en muchas actividades.   Pero cuando tratamos de hacer todo, muchas veces no hacemos nada o hacemos poco.  En realidad, no somos fieles a nada, ni siquiera a Dios.

Y entonces llegamos a la ira espiritual: cuando nos quejamos de lo que hacen nuestros hermanos, o de lo que no hacen y nos erigimos en “fiscales de la fe”, juzgando a todos, incluso a los sacerdotes u obispos

Y finalmente, el peor y causa de todas ellas: la soberbia espiritual, pecado que nos aleja del amor de Cristo, y nos hace creernos auto-suficientes, erigirnos en “perfectos cristianos", en maestros de la Ley o sentirnos superiores a los demás, olvidándonos que en la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta.

Estamos apegados a nuestra propia voluntad, a nuestras propias ideas, a nuestros deseos y acciones.   Queremos hablar mucho sobre Dios, sobre su voluntad, pero no estamos dispuestos a escuchar.  Pensamos que estamos en lo cierto, que vamos por el camino correcto, pero en realidad, lo que buscamos es que se cumpla nuestra voluntad. No estamos dispuestos a aprender porque pensamos que ya sabemos todo y que nadie puede enseñarnos nada.

Por ello, para luchar contra todas estas tentaciones que provienen del Diablo, tres poderosas armas que nos ofrece Dios: mucha fe, mucho amor y mucha oración.


Que Dios os bendiga a todos.