¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 15 de febrero de 2022

¿QUÉ TRATO TENGO CON DIOS?

"Permaneced en mí, y yo en vosotros. 

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, 
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, 
si no permanecéis en mí. 
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; 
el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; 
porque sin mí no podéis hacer nada. 
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; 
así seréis discípulos míos"
(Jn 15, 4-5, 8)

Hace tiempo que apenas encuentro el momento para escribir mis reflexiones en esté blog. Lo cierto es que estoy muy ocupado conociendo más a Dios, estudiando más a Dios y con Dios. Y aunque sigo haciendo "cosas para Dios", lo importante es conocer al "Dios de las cosas".

Decía el cardenal Van Thuan que "los cristianos estamos muchas veces tan ocupados en las cosas de Dios que nos olvidamos del Dios de las cosas". Y es que, en ocasiones, estamos tan pendientes de las actividades eclesiales, de los métodos evangelizadores, de los procedimientos pastorales, de las costumbres y de las devociones que perdemos el norte. 

Estamos tan centrados en los medios que olvidamos el fin. Estamos tan ensimismados en lo que debemos hacer que perdemos de vista el sentido, el por qué y el para qué de lo que hacemos. Y así, no podemos dar fruto...y nuestros esfuerzos son vanos.

Debemos cuestionarnos con sinceridad ¿estoy centrado en el hacer o en el ser? ¿trabajo para Dios o para mí? ¿busco la gloria de Dios o el reconocimiento de los demás? ¿quién es el verdadero protagonista de mis obras? ¿busco hacer presente a Dios en mi vida o le instrumentalizo para sentirme bien? ¿tengo la mirada fija en Dios o me distraigo con el "quehacer"? ¿trabajo para Dios y no veo resultados?

En el capitulo 15 del evangelio según san Juan, Jesús nos dice que sin Él no podemos hacer nada, sin la vid no podemos dar fruto. Sabedor de ello, nos exhorta a "permanecer en Él"... pero ¿qué significa?

Siguiendo con el simil de la vid, "permanecer en Cristo" quiere decir estar "injertado en Él". Significa "ser parte de Él", "estar unido a Él". Implica indefectiblemente tener una relación con Él. Nadie puede estar unido a otro si no mantiene una relación estrecha con él.

Dice Tote Barrera, director de Alpha España, que "la evangelización no funciona sin el Espíritu Santo y tampoco sin relación personal”. Se está refiriendo a que hemos sido creados como seres relacionales y, por tanto, nuestra meta es la comunión, con Dios y con la creación. 

Para llevar a otros al amor de Dios, primero hay que experimentarlo en nosotros. Nadie puede dar lo que no tiene. Necesitamos la guía y ayuda del Paráclito.
Las "cosas de Dios" necesitan al "Dios de las cosas". Por eso, primero necesitamos pedirle que nos deje conocerle. Necesitamos hablar con Él, saber qué quiere de nosotros, en definitiva, entablar una relación espiritual con nuestro Señor. ¿Cómo podré mostrar a Dios a otros si no me relaciono con Él? ¿Cómo podré hablar a otros de Dios si no le conozco? Absurdo, ¿verdad?

Sólo después de establecer una relación continua, sincera y fluida con Dios, es decir, una amistad verdadera, de experimentar su inagotable amor, podré acercarme a otros para hablarles de él. Pero para hablarles del amor de Dios, es decir, para evangelizar, también necesito "entablar relación" con ellos, conocerles y escucharles. Si no hago esto, es decir, si no les amo a ellos también, todo es inútil.
Muchos hablan de oídas, quizás sin conocimiento, quizás repitiendo lo que han escuchado de otros, o quizás con tópicos y etiquetas repetitivas, pero eso no es evangelizar. Evangelizar es dar testimonio de Alguien a quien se conoce profundamente, de Alguien que te ama profundamente, de Alguien que ha hecho obras grandes en ti.

Ocupémonos primero de amar a Dios y Él nos dirá cuáles son sus "cosas".

jueves, 24 de junio de 2021

VÍCTIMAS DEL RESULTADO


"Por nosotros precisamente se escribió 
que el que ara debe arar con esperanza 
y el que trilla con la esperanza de tener parte en la cosecha."
(1 Corintios 9,10)

Nuestro mundo mercantilista y competitivo nos impone la obtención de resultados inmediatos y nos exige la rendición de cuentas. Lo que importa son las cifras, los números, los beneficios... en definitiva, el éxito/triunfo. 

A menudo, se nos impone la máxima resultadista de que "el fin justifica los medios", y además, la cortoplacista del "aquí y ahora". Sin embargo, buscar resultados sin fijar un contexto de tiempo y un sentido de lo que hacemos, no conduce a alcanzar la meta verdadera, pues nuestra búsqueda insaciable del resultado nunca llegará a ser "ni suficiente ni perfecta". 

Los cristianos también nos hemos convertido (quizás, a la fuerza y sin darnos cuenta) en víctimas del resultado, sobre todo, cuando acometemos actividades evangelizadoras:
¿Cuántas veces estamos más pendientes de los frutos de un retiro o de los resultados de una catequesis que del propio sentido evangelizador y misionero?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "hacer" que de "ser"? 
¿Cuántas veces estamos más pendientes de la conversión de otros que de la nuestra?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "lo accesorio" que de "lo importante"?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "ser Dios" que de "dejar a Dios ser Dios"?
Lo que hacemos, ¿lo hacemos por amor a Dios y a los demás o lo hacemos por egoísmo, por gula espiritual o por afán de reconocimiento?
Esta tentación del resultadismo/cortoplacismo nos impide concentrarnos en el proceso del servicio humilde y obediente al que todo auténtico cristiano debe aspirar, para enfocarnos en un estado orgulloso y vanidoso, cuando todo sale de acuerdo a nuestro plan, o en un estado frustrado y colérico, cuando no sale cómo habíamos proyectado.
Entonces… ¿Cómo podemos los cristianos dejar de ser “resultadistas” y "cortoplacistas"? 

Es cierto que no es tarea fácil superar esta tendencia tan humana, pero lo que sí podemos hacer es plantearnos las preguntas adecuadas sobre nuestra actitud evangelizadora, en lugar de dejarnos condicionar por el resultado final:
¿Amo de verdad a los demás o me transformo en un autómata de la conversión? ¿Sirvo a los demás como debo o fuerzo situaciones para conseguir "mis" objetivos? 
¿Miro a los demás con la mirada de Cristo o con la mía? ¿Confío en Dios o en mis capacidades? 

Cuando las cosas no suceden como yo quiero o deseo ¿me abandono en la voluntad del Señor o me frustro? ¿Comprendo y acojo a los demás o les impongo mis razones, mis creencias, mis convicciones...?  
¿Escucho y perdono a otros o les exijo y obligo que acaten mis ideas? ¿Soy consciente de los problemas y las circunstancias de los demás o intento que asuman mis imposiciones a toda costa?
¿Acepto a los demás o pretendo que me acepten? ¿Comprendo y acojo a otros o les prejuzgo y etiqueto? ¿Proclamo la Verdad o impongo "mi" verdad moralista e interesada?

¿Me abro al corazón de otros o me encierro en mi circunstancia? ¿Contagio mi amor o exijo mi autoridad? ¿Soy ejemplo de coherencia cristiana o de doble rasero? ¿Me dejo amar por Dios y por mi prójimo o impongo mi "dignidad superior"? ¿Siembro o intento cosechar?

 

Cristo nos da todas las respuestas en su Palabra y lo hace, a menudo, con parábolas. En la parábola de la vid y los sarmientos de Juan 15,1-8 nos dice que Él es la verdadera vid y el Padre, el labrador. Nosotros, sarmientos que debemos permanecer en Él. Sólo así daremos fruto abundante porque sin Jesús no podemos nada. Sólo así, lo que pidamos se nos concederá. Sólo así, seremos discípulos suyos.

En la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,1-32 vemos que el Padre no lleva cuentas de todo lo que ha hecho mal su hijo menor, como tampoco de todo lo que ha hecho bien el mayor. Dios no calcula los méritos de cada uno porque todos nuestros dones y capacidades nos los ha dado Él. Tan sólo desea que estemos a su lado, para abrazarnos, para que nos dejemos amar por Él, para celebrar una fiesta y para que seamos felices a su lado. 

El amor de Dios depende poco (nada) de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque somos sus hijos amados, no por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer. Nada de lo que hagamos o de lo que dejemos de hacer, bueno o malo, podrá separarnos de Su amor.

Por tanto, a nosotros nos toca ser creyentes confiados y no resultadistas, discípulos esperanzados y no cortoplacistas, cristianos enamorados y no interesados. Somos sarmientos unidos a la vid, que es Cristo.


JHR