¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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jueves, 10 de noviembre de 2022

DIOS NO PIDE RESULTADOS SINO FIDELIDAD

"
Bendito quien confía en el Señor 
y pone en el Señor su confianza. 
Será un árbol plantado junto al agua,  
que alarga a la corriente sus raíces; 
no teme la llegada del estío, 
su follaje siempre está verde; 
en año de sequía no se inquieta, 
ni dejará por eso de dar fruto" 
(Jr 17,7-8)

Vivimos en un mundo resultadista, volátil y deshumanizado que obliga a que cualquier actividad humana gire en torno a la especulación y los cálculos, a la búsqueda desesperada del éxito y el beneficio. 

Nos pasamos la vida "invirtiendo", "calculando", "haciendo números", con el único propósito de "cosechar frutos", de obtener resultados, de ganar "dividendos"...y lo mismo ocurre, a veces, en la vida espiritual.

Cuando mi vida espiritual se convierte en activismo, dejo de "ser" para "hacer", confundo medio con fin, me pongo yo mismo al frente e impido que suceda lo importante: dejarme hacer por Dios. Es la tentación del "yo, a lo mío" o como decía Frank: "I do it my way".

Cuando mi vida espiritual se convierte en resultadismo, me pierdo los matices del camino, dejo de disfrutar del viaje, malgasto energías y descuido mi motivación profunda: dejarme guiar por Dios. Es la tentación del "fin justifica los medios" o como decía Gollum: "Mi tesoro".

Cuando mi vida espiritual se convierte en autosuficienciame separo del agua viva de los sacramentos y el árbol de mi fe se seca y no produce fruto: dejo de estar en presencia de Dios. Es la tentación del "yo puedo solo" o como decía Obama: "Yes, we can".

Cuando mi autosuficiencia me conduce por el activismo resultadista estoy más pendiente de "hacer" que de "dejarme hacer", de "buscar" que de "dejarme encontrar", de los "números" que de la "Letra" que me dice: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12,9). O: "el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5)

Solemos escuchar a menudo a otros cristianos rezar y pedir insistentemente a Dios por los resultados de "su" vida (salud, trabajo, familia, dinero...) o por el éxito de "su" actividad evangelizadora, o por los frutos de "su" retiro...

…es como pedirle al capitán de la barca que reme por nosotros, mientras nosotros nos encargamos de llevar el timón para apuntarnos el mérito de llegar a buen puerto.

...es como pedirle a nuestro padre que estudie por nosotros y nos haga los "deberes" (o el examen) para luego vanagloriarnos de una "buena nota" en el colegio.

La gracia de Dios que produce fruto no se recibe por los méritos ni se basa en los resultados, no trata de currículos ni de capacidades, no va de experiencia ni de veteranía. No se recibe sólo por el hecho de pedirla, ni tampoco porque Dios nos pida resultados...

Para dar fruto no tengo que hacer nadaNo tengo que pedir...tengo dar. Adoptar una actitud confiada y dócil junto a una disposición fiel para recibir la gracia y para saber utilizarla. 
Es hacer lo mismo que hacen las plantas, dirigirse al sol y buscar agua; es hacer lo mismo que hacen los esposos, ser fieles; es lo mismo que hacen los niños, confiar plenamente en su padre. Y nosotros somos los sarmientos de Cristo, la esposa y los hijos de Dios. 

Dice san Agustín: “El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti". Así es: Dios me ha creado con unos talentos que tengo que poner en funcionamiento, que tengo que poner a "rendir", que tengo que poner al servicio de los demás... "para la gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación". 

Dios planta en mi la semilla de su Palabra, en mi corazón, en un encuentro con Cristo resucitado, en un retiro espiritual..pero la semilla necesita madurar a través de una vida eucatistia para dar fruto.

Se trata de confiar y no de exigir a Dios, de abandonarme a Su gracia y no de instrumentalizarla, de saberme débil y necesitado de Él; de poner las capacidades que me ha dado al servicio de los demás; y dejar que Dios haga el resto, o sea, todo. O dicho de otra forma: "dejar a Dios ser Dios".

Dios no necesita ser motivado ni interpelado por mí para que se produzca fruto. Es, más bien, todo lo contrario: soy yo quien necesita que Dios me motive para dar fruto. ¿Cómo lo hace? Amándome y esperando que me deje amar por Él. Sólo así maduraré y daré fruto.

martes, 15 de febrero de 2022

¿QUÉ TRATO TENGO CON DIOS?

"Permaneced en mí, y yo en vosotros. 

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, 
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, 
si no permanecéis en mí. 
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; 
el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; 
porque sin mí no podéis hacer nada. 
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; 
así seréis discípulos míos"
(Jn 15, 4-5, 8)

Hace tiempo que apenas encuentro el momento para escribir mis reflexiones en esté blog. Lo cierto es que estoy muy ocupado conociendo más a Dios, estudiando más a Dios y con Dios. Y aunque sigo haciendo "cosas para Dios", lo importante es conocer al "Dios de las cosas".

Decía el cardenal Van Thuan que "los cristianos estamos muchas veces tan ocupados en las cosas de Dios que nos olvidamos del Dios de las cosas". Y es que, en ocasiones, estamos tan pendientes de las actividades eclesiales, de los métodos evangelizadores, de los procedimientos pastorales, de las costumbres y de las devociones que perdemos el norte. 

Estamos tan centrados en los medios que olvidamos el fin. Estamos tan ensimismados en lo que debemos hacer que perdemos de vista el sentido, el por qué y el para qué de lo que hacemos. Y así, no podemos dar fruto...y nuestros esfuerzos son vanos.

Debemos cuestionarnos con sinceridad ¿estoy centrado en el hacer o en el ser? ¿trabajo para Dios o para mí? ¿busco la gloria de Dios o el reconocimiento de los demás? ¿quién es el verdadero protagonista de mis obras? ¿busco hacer presente a Dios en mi vida o le instrumentalizo para sentirme bien? ¿tengo la mirada fija en Dios o me distraigo con el "quehacer"? ¿trabajo para Dios y no veo resultados?

En el capitulo 15 del evangelio según san Juan, Jesús nos dice que sin Él no podemos hacer nada, sin la vid no podemos dar fruto. Sabedor de ello, nos exhorta a "permanecer en Él"... pero ¿qué significa?

Siguiendo con el simil de la vid, "permanecer en Cristo" quiere decir estar "injertado en Él". Significa "ser parte de Él", "estar unido a Él". Implica indefectiblemente tener una relación con Él. Nadie puede estar unido a otro si no mantiene una relación estrecha con él.

Dice Tote Barrera, director de Alpha España, que "la evangelización no funciona sin el Espíritu Santo y tampoco sin relación personal”. Se está refiriendo a que hemos sido creados como seres relacionales y, por tanto, nuestra meta es la comunión, con Dios y con la creación. 

Para llevar a otros al amor de Dios, primero hay que experimentarlo en nosotros. Nadie puede dar lo que no tiene. Necesitamos la guía y ayuda del Paráclito.
Las "cosas de Dios" necesitan al "Dios de las cosas". Por eso, primero necesitamos pedirle que nos deje conocerle. Necesitamos hablar con Él, saber qué quiere de nosotros, en definitiva, entablar una relación espiritual con nuestro Señor. ¿Cómo podré mostrar a Dios a otros si no me relaciono con Él? ¿Cómo podré hablar a otros de Dios si no le conozco? Absurdo, ¿verdad?

Sólo después de establecer una relación continua, sincera y fluida con Dios, es decir, una amistad verdadera, de experimentar su inagotable amor, podré acercarme a otros para hablarles de él. Pero para hablarles del amor de Dios, es decir, para evangelizar, también necesito "entablar relación" con ellos, conocerles y escucharles. Si no hago esto, es decir, si no les amo a ellos también, todo es inútil.
Muchos hablan de oídas, quizás sin conocimiento, quizás repitiendo lo que han escuchado de otros, o quizás con tópicos y etiquetas repetitivas, pero eso no es evangelizar. Evangelizar es dar testimonio de Alguien a quien se conoce profundamente, de Alguien que te ama profundamente, de Alguien que ha hecho obras grandes en ti.

Ocupémonos primero de amar a Dios y Él nos dirá cuáles son sus "cosas".

martes, 15 de septiembre de 2020

NO NOS ENTERAMOS

En estos meses de pandemia, Dios, que jamás abandona a su pueblo, ha querido abrirnos una ventana a la Gracia para que, en medio de la prueba y aceptando la lejanía del Señor como un tiempo de ayuno eucarístico, de sacrificio relacional y de ofrenda contemplativa, re-descubramos qué importancia y lugar tiene Cristo en nuestras vidas.

Tras la vuelta a esa mal llamada "nueva normalidad", el Señor nos llama a "buscarle" en la quietud de la oración y en la belleza de su presencia eucarística, pero nosotros no nos enteramos... 

Nos invita a 'parar" y nos "ata" (espiritualmente) las manos para que no sigamos "haciendo cosas", pero nosotros nos empeñamos en retornar a "nuestra vida" de actividad frenética y ruidosa...

Nos "tapa" (literalmente) la boca para que guardemos silencio, pero nosotros nos empeñamos en seguir hablando, en seguir opinando, en seguir planeando...

Jesucristo amonestó a Marta y a Pedro, en su frenesí activista, como un ejemplo para nosotros sobre cuáles deben ser las prioridades de un cristiano, pero nosotros no nos enteramos...

El Señor nos "quiere" a su lado, pero nosotros nos empeñamos en contrariarle, buscando caminos que, ahora mismo, están cerrados...

Jesús nos pide calma y discernimiento ante los signos de los tiempos, pero nosotros nos empeñamos en seguir "haciendo la guerra" por nuestra cuenta...

Y es que...¡NO NOS ENTERAMOS!

martes, 28 de enero de 2020

IDENTIFICANDO PELIGROS EN LA EVANGELIZACIÓN

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"Todos los métodos son inanes sin el fundamento de la oración. 
La evangelización ha de estar siempre empapada 
en una intensa vida de oración.
Proclamar a Dios es introducir [a los demás] en una relación con Dios, 
es enseñar a orar. 
La oración es la fe en acción. 
Es hora de reafirmar la importancia 
frente al activismo y al creciente secularismo 
de muchos cristianos comprometidos en obras de caridad. 
El cristiano que ora no pretende ser capaz de cambiar el plan de Dios 
o de corregir lo que Él ha previsto, 
sino que, más bien, busca un encuentro con el Padre de Jesucristo, 
pidiendo a Dios que, con la consolación del Espíritu, 
lo conforte a él y a sus obras."
(Benedicto XVI)

La Iglesia, hoy más que nunca, necesita cristianos comprometidos con el gran desafío del siglo XXIla evangelización.

Durante mucho tiempo, quizás hemos puesto demasiado énfasis en la Cruz y en la muerte de Jesús, y hemos obviado (casi callado) que Jesucristo ha resucitado. 

Posiblemente, no hemos facilitado a otros una comprensión sólida de Dios, más allá de una vaga deidad, de una idea abstracta del mensaje evangélico o de un conjunto de normas. 

Y en los últimos años, nos hemos lanzado a la evangelización con buenos deseos de servir a Dios pero sin mucho conocimiento y sin apenas formación, por lo que es necesario que seamos capaces de identificar a lo que nos enfrentamos.

Para centrar el tema, lo primero que debemos saber es que el Diablo no quiere que las personas descubran el amor de Dios y por ello, trata de:

quitarle la iniciativa de la evangelización a Dios, haciéndonos creer que podemos "hacer cosas" para Dios sin confiarnos a Él, fiándonos sólo de nuestro esfuerzo y nuestra capacidad.

- quitarle el protagonismo de todo apostolado al Espíritu Santo, convirtiéndolo en una alocada multiplicación de actividades, donde el orgullo y la vanidad sustituyen a la gracia.

- quitarle la importancia de la predicación de su mensaje a Jesucristo, centrando toda la atención en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, en nuestros problemas, en nuestras pérdidas y en nuestros sufrimientos.

Algunos de los peligros comunes que surgen en la evangelización son:

Activismo

El primer peligro de toda evangelización es el activismo. Muchos de nosotros, aunque comprometidos con una "vida de fe en acción, de Iglesia en salida", en ocasiones, nos dejamos llevar por un exagerado activismo...

Activismo es "hacer sin rezar", es decir, acción sin contemplación y, aunque la realicemos con buena intención, está condenada a la ineficacia. 

¡Cuántas veces nos lanzamos a "hacer cosas" sin pensar! o lo que es peor ¡sin rezar!

Ante la tentación o la duda, debemos ir a la fuente, mirar a Cristo. Jesús vivió siempre en intimidad con Dios antes de emprender cualquier tarea en sus tres años de vida pública, pero antes, estuvo cultivándola durante sus 30 años de vida privada. 

Este es el mayor ejemplo que Cristo nos ha dado: en toda circunstancia, cultivar nuestra vida interior. Nuestra relación con Dios es nuestro primer campo de misión. Sin intimidad con Dios, sin oración, es imposible llenarnos de Cristo. Y si no nos llenarnos de Cristo ¿cómo vamos a darlo a conocer a otros?

Por eso, debemos rezar. Orar es relacionarnos íntimamente con Dios, es decirle "sí’ a su gracia, es aceptar su invitación a unirnos a Él, a confiar en Él. Es entonces cuando todo "encaja", todo "resulta". 


Antes de evangelizar a otros, lo primero que debemos hacer es
 preguntarnos ¿me relaciono con Dios? ¿me dejo impregnar por su gracia? ¿me abandono a Él¿creo en el poder de la oración?

Secularismo

El segundo peligro al que nos enfrentamos es el “secularismo", es decir, el riesgo de sucumbir al pensamiento dominante del mundo, marcado por el relativismo y la negación de la Verdad

¡Cuántas veces pensamos que todo es relativo, que no existen verdades inmutables ni valores objetivos! ¡Cuántas veces pensamos que en la vida cristiana todo vale, aunque no sea verdad!

Nuestra fe cristiana, otrora un río de caudal enérgico, fijo y permanente por el que navegábamos hacia el mar, ha perdido sus márgenes y se ha convertido en un estanque plácido y apático, sin energía ni propósito, en el que todos flotamos, pero en el que no llegamos a ninguna parte.

Cuando una fe rebajada o descafeinada pone la Verdad en tela de juicio... Cuando un apostolado plácido e insulso pone el énfasis “en lo superficial”, en lo "efímero"... Cuando no testimoniamos a Cristo de una manera auténtica y radical, la evangelización pierde su sentido y toda su efectividad.

Recuperar una fe misionera sólo es posible una vez que hemos conocido el amor ardiente de Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6)

Entonces, recuperamos los márgenes, el caudal y la energía del río, para saber adonde ir, lo que hacer y hacerlo con pasión.

Egoísmo

El tercer peligro es caer en la apatía y la placidez de ese estanque que nos hemos "fabricado". Un "egoísmo" basado en una malentendida idea de la “libertad”, que nos conduce a la soberbia con la que pretendemos hacer lo que queremos, lo que nos conviene o lo que nos resulta más cómodo.

Por conveniencia, queremos "hacer de Dios", y no dejamos a Dios ser Dios, pretendiendo decir nosotros lo que se debe hacer.

Por comodidad, queremos determinar la esencia de la misión encomendada por Jesús a los apóstoles haciendo prevalecer nuestro propio parecer.

Por vanidad, deseamos convertirnos en los artífices de los métodos y en los autores de los frutos de la evangelización.  

¡Cuántas veces actuamos como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del albañil, y no del plan magistral del Arquitecto! 

¡Cuántas veces intentamos "captar" almas por y para nosotros, en lugar de conseguirlas de Dios y para Dios!

¡Cuántas veces queremos ser a toda costa "eficaces", "exitosos","resultadistas" o"relevantes"!

Con frecuencia, olvidamos que es Cristo quien se encuentra con nosotros en el camino, quien nos capacita y quien nos invita libremente a seguirlo. 

Cuando aceptamos su llamada y le seguimos, lo hacemos comprendiendo que nuestra misión no es nuestra sino de Cristo, que los resultados no son nuestros sino de Dios, que nada depende de nosotros sino de su Gracia.  

Nosotros, trabajamos y cosechamos como "siervos inútiles, haciendo lo que tenemos que hacer"

Dios está vivo, y ha resucitado para habitar en nuestros corazones, en nuestras vidas. Si no tenemos experiencia de Cristo vivo, poco evangelizaremos. Si no testimoniamos a Cristo en nuestras vidas, nuestro apostolado es estéril.

Recordando las palabras de San Pablo, “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”cuando Jesucristo vive realmente en nosotros, nuestros egos y vanidades desaparecen. Entonces, el fruto es abundante.

Sentimentalismo

Otro gran peligro de todo apostolado es ampararse en el sentimentalismo. Con él, el estanque plácido que hemos fabricado se convierte en un pantano turbio de emotividad.

Muchos que llegan a la fe por la evangelización, sucumben a la seductora inclinación de buscar sólo consuelo y refugio, como si de magia se tratara. 

Es la "religión del sentimiento" que deja fuera la dimensión inteligente y reflexiva de la persona, su capacidad de captar el carácter verdadero de aquello que anhela.

Es "la evangelización emotiva" que se refugia en un "hedonismo", en una búsqueda del placer, que le hace "sentirse bien", "a gusto" y que evita a toda costa el sufrimiento de la cruz.

El sentimiento diluye la fe, y por tanto, la misión, convirtiéndola en un acto absolutamente subjetivo, que deja de ser un acto sobrenatural de adhesión de la inteligencia (animada por la voluntad y con la ayuda de la gracia) a las verdades inmutables del cristianismo.

Sentirte bien no significa necesariamente que la fe sea fe. La fe cristiana no es una cuestión de sentimiento, es un acto de la inteligencia. La "razón" nos lleva a la verdad. La "emoción", posiblemente, al error.

Jesús no predicaba a sus discípulos con emociones ni sentimientos sino razonando todo lo que decía, a través de explicaciones, parábolas o ejemplos. 

Tampoco evangelizaba para sentirse bien o para que otros se sintieran bien, sino para darnos ejemplo, al coger su cruz y negarse a sí mismo por nosotros. 

La fe es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo (Marcos 8,34).

En conclusión, si abrazamos la evangelización, innata a la vida cristiana, de manera completa y confiada a la verdad, a la bondad y a la belleza de Cristo, la radicalidad del amor atraerá la atención del mundo. Entonces, cumpliremos la misión que nos ha sido encomendada.

Tratemos más de "mostrar", que de "decir", de "ser" más que de "hacer", de "dar" más que "recibir".

No les digamos a otros qué pensar ni cómo comportarse. No tratemos de hacer cosas ni de hacer sentir.

Mostremos a todos que la belleza del mensaje evangélico se basa en que muchos católicos comprometidos aman de verdad a los demás.

Testimoniemos a otros que la bondad de la Iglesia supera con creces las obras de caridad que realiza.

Demostremos a los demás que la Iglesia no es sólo una jerarquía de "hombres de blanco y negro, de alzacuellos y sotanas", sino que está formada por muchas personas que, siguiendo a Cristo, "dan la vida por los demás".

Manifestemos al mundo que la verdad del cristianismo se fundamenta en el amor que nuestro Señor que nos tiene, y hagámoslo llenos de coraje, entusiasmo y alegría.


Para reflexionar y profundizar:

- L'Ame de Tout Apostolat (El alma de todo apostolado), Jean-Baptiste Chautard

jueves, 25 de julio de 2019

EL DOBLE CAMINO: ORACIÓN EN ACCIÓN

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"La acción es una oración con hechos!

¡Cuantas veces hemos hablado en "petite comité" sobre qué es más importante, la oración o la acción! ¡Cuántas veces hemos defendido qué va antes, la una o la otra!

Sin embargo, ambas no sólo no son contrapuestas ni excluyentes, sino que son absolutamente complementarias y dependen la una de la otra. Es como preguntarse ¿qué fue antes el huevo o la gallina?

El Papa Francisco hace poco, decía: "La escucha de la palabra del Señor, la contemplación y el servicio concreto al prójimo no son dos comportamientos contrapuestos, sino, al contrario, son dos aspectos ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que no van nunca separados, sino vividos en profunda unidad y armonía. Oración y acción están siempre profundamente unidas. Una oración que no lleva a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento solo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida de la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado."

De la oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica y de la acción brota la comunicación con Dios para saber cuál es su voluntad en cada actividad, en cada momento.

Sin oración, la evangelización se convierte en mero activismo sin sentido sobrenatural, sin alcance redentor. 

Sin acción, la contemplación se convierte en mero ensimismamiento sin sentido natural, sin alcance apostólico.
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Imagen relacionadaEl camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.

Es cierto que los "activistas" o defensores de la acción, pudieran ver la oración como una pérdida absoluta de tiempo. ¿Por qué rezar en lo escondido cuando pueden estar transformando el mundo?

Como también es cierto que muchos de los "orantes" o defensores de la oración, pudieran ver la acción como una pérdida impulsiva de energías. ¿Por qué hacer cosas en un mundo agitado cuando pueden estar en la tranquila presencia de Dios?


Y yo me pregunto, ¿hay una posición intermedia? ¿es posible hallar un equilibrio entre oración y acción?

Para la mayoría de nosotros, el equilibrio es un problema. Tendemos a pensar en términos de blanco y negro; de bueno y malo; de correcto y incorrecto; de importante y urgente.

Pero Dios, en su Palabra, nos muestra que en la vivencia de la fe cristiana, en la vida espiritual, existe un equilibrio perfecto entre oración y la acción:

Moisés escuchó la llamada de Dios en la soledad del desierto para, luego, cumplir Su voluntad, de regreso a Egipto y liberar a Su pueblo.

Jesús anunció el mensaje de Amor después de salir de la soledad del desierto, para luego, mantener un ritmo de acción y oración, moviéndose del mundo al Padre, y del Padre al mundo, una y otra vez.

Los apóstoles, después de la llegada del Espíritu Santo en oración, explotaron en acción.

San Pablo fue un denodado hombre de acción orante.

Henri Nouwen, r
econocido autor cristiano, dijo: “La vida cristiana no es una vida dividida entre tiempos para la acción y tiempos para la contemplación. No. La acción social real es una forma de contemplación, y la contemplación real es el núcleo de la acción social. . . La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos lleva a profundizar en él ”.

Nuestra vida de fe y servicio a Dios y a los hombres, gracias a la providencia divina, crea un espacio para que Dios trabaje en nuestro día a día.

Pasamos tiempo en silencio, Dios habla; Ayunamos, Dios nos llena; Adoramos, Dios nos habla; Hacemos una pausa, un retiro, Dios nos envía.

El Espíritu de Dios se mueve en, a través y alrededor de nosotros. Es entonces, cuando ocurre la verdadera transformación. Pero primero tenemos qu
e hacer espacio para Dios.

Una vez transformados por su Gracia, trabajamos con una fuerza sobrenatural para ren
ovar el mundo, pero no depende de nosotros.
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Oramos por los problemas del mundo, pero luego debemos comprometernos en las soluciones. Pedimos la intervención de Dios, pero Él quiere "necesitarnos". ¿No deberíamos, por lo tanto, orar mientras servimos? o ¿servir mientras oramos?

Por tanto, la oración es necesaria antes de la acción. Y durante y después de la acción, es también necesaria la oración.

La oración es comunicación, pero es mucho, mucho más. La oración nos conecta con el creador del universo, el Rey eterno. La oración alinea nuestros pensamientos y acciones con el Espíritu Santo, y entre nosotros.

El poder de la oración, une al pueblo de Dios con los propósitos de Dios, y puede cambiar el mundo. La oración llena nuestros corazones, nuestras manos, nuestras palabras y nuestras vidas con poder y significado. Cada movimiento que hacemos es una alianza con Dios, llena de oración, llena de esperanza y de fe en la voluntad de Dios. Cada palabra que oramos se combina con el poder del Espíritu Santo en una acción santa.

San Juan Pablo II dijo:
 “La misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”. 

La Madre Teresa de Calcuta, sobre "rezar el trabajo" dijo: 
“Nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”
.

Dios siempre toma la iniciativa. No somos nosotros quienes damos el primer paso. Pero sí quienes nos comprometemos cuando escuchamos la voz de D
ios.

Esta es la idea: dejar a Dios ser Dios, dejar que Dios actúe mientras nosotros pedimos y servimos. No somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro. El éxito y la gloria son de Dios.
Oremos y escuchemos mientras Dios actúa a través de nuestro servicio. San Benito decía: "Ora et labora", y yo creo que se refería a realizar ambas a la vez. 

Ni podemos sólo quedarnos en la oración, pretendiendo que lo haga Él todo, ni salir a la acción sin conocer la voluntad de Dios, pretendiendo arreglar el mundo por nuestra cuenta.

Debemos vivir, servir y orar en un perfecto equilibrio
, el que Jesús nos enseñó: "oración en acción", o lo que es lo mismo, un servicio centrado en la voz de Dios y en la atención al hombre.

San J
uan Pablo II, dijo: "La oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado”.

Benedicto XVI, sobre la Nueva Evangelización, dijo:“Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración. Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba”.

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Oración franciscana

Que Dios me bendiga con incomodidad
en respuestas fáciles, medias verdades y relaciones superficiales,
para que viva en lo profundo de mi corazón.

Que Dios me bendiga con santa indignación
ante la injusticia, opresión y explotación de las personas,
para que pueda trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios me bendiga con lágrimas
por los que sufren dolor, rechazo, hambre y guerra
para que pueda extender mi mano para consolarlos 
y convertir su dolor en alegría. 

Y que Dios me bendiga con suficiente insensatez 
para creer que puedo hacer una diferencia en el mundo, 
para que pueda hacer lo que otros dicen no se puede hacer, 
traer justicia y bondad a todos nuestros pequeños y pobres. 
Amén

martes, 19 de septiembre de 2017

PARROQUIAS HIPERACTIVAS, PARROQUIAS INEFICACES

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Algunas parroquias están demasiado ocupadas y saturadas de actividades, obligándose muchas veces, a sí mismas y a sus miembros, a hacer más de lo que son capaces. Y yo les preguntaría ¿para qué?

Tienen tantas actividades, programas, eventos y servicios que agotan y queman a sus miembros. Parroquias que reman sin rumbo: que caminan sin destino; que vuelan sin dirección. Y yo les preguntaría ¿hacia dónde?

Aquí está la paradoja: la mayoría de las actividades de estas parroquias comenzaron por una noble causa: crear comunidad y llevar a las personas a Cristo. Pero, desgraciadamente, sus miembros (sacerdotes y laicos) se ha vuelto tan ocupados, que no tienen tiempo para estar con las personas. Una parroquia excesivamente activa se convierte en una parroquia ineficaz.

Entonces, ¿cómo han llegado algunas de nuestras parroquias por "hiper-activas" a ser ineficaces? Las causas son múltiples, pero a mi se me ocurren estas:

Ocupación como eficacia 
Si están muy ocupadas se consideran a sí mismas válidas y exitosas, y sus miembros son considerados cristianos eficaces y comprometidos, aunque, eso si, ocupados, agotados y frustrados. Y yo me pregunto ¿para qué?

Actividad como fin 
Los programas, las actividades y los servicios se han convertido en fines, en lugar de medios. Algunas creen que toda esa hiperactividad les define como iglesia. Una Iglesia activista pero sin sentido.

Tarea como propósito 
Incluso la mejor de las parroquias sólo puede hacer alguna cosa bien.  Una parroquia que no tiene un propósito claro y definido, no tiene ninguna razón para iniciar programa o interrumpir una actividad. 
La tarea en sí se convierte en el propósito de la parroquia.

Estas tres confusiones nos conducen a las siguientes consecuencias:

Incapacidad para decir "no"
Algunos sacerdotes (y laicos) no son capaces de decir "no" a nuevos programas y actividades porque no tienen un propósito claro sobre lo que deben hacer. Otros, simplemente se dejan llevar porque carecen de valor para decir "no".

Temor a la pérdida
Una vez que un programa, ministerio o actividad ha comenzado, llega a ser extremadamente difícil de abandonar. A veces, los sacerdotes carecen de valor para eliminar actividades por si pierden a sus miembros. Otras veces, dudan en dejar un programa porque no conocen una alternativa mejor. 

Parroquia= edificio
Mientras pensemos que "iglesia" significa un lugar físico, trataremos de llenarla de actividad y de ocupación. Muchas parroquias son ineficaces a su propósito porque sus miembros están tan ocupados en el "edificio" que no tienen tiempo para las "personas".

Parroquias muy ocupadas. Parroquias impulsadas por la actividad. Parroquias excesivamente saturadas. Parroquias ineficaces.

Actividad no siempre es sinónimo de eficacia. Es necesario saber para qué hacemos todo lo que hacemos. Si no lo tenemos claro, estaremos ocupados para nada.