¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 11 de enero de 2021

MIENTRAS ESPERAMOS...

"Descargad en él todo vuestro agobio, 
porque él cuida de vosotros. 
Sed sobrios, velad. 
Vuestro adversario, el diablo, 
como león rugiente, 
ronda buscando a quien devorar. 
Resistidle, firmes en la fe, 
sabiendo que vuestra comunidad fraternal 
en el mundo entero 
está pasando por los mismos sufrimientos. 
Y el Dios de toda gracia que os ha llamado 
a su gloria eterna en Cristo Jesús, 
después de sufrir un poco, 
él mismo os restablecerá, os afianzará, 
os robustecerá y os consolidará. 
Suyo es el poder por los siglos" 
(1 Pedro 5,7-11)

Hace tan sólo un año, nada hacía presagiar lo que habría de venir...nadie imaginaba la oscuridad que asolaría la tierra. En marzo llegó una tempestad invisible que ha hecho tambalear los cimientos del mundo, que ha colapsado todas sus estructuras políticas, económicas, sociales y sanitarias, y truncado todas las seguridades y referentes de bienestar prometidas por el hombre. 

Mientras las noticias desoladoras nos hablaban (y siguen haciéndolo) de números espeluznantes de contagios y de muertes, los políticos han impuesto medidas restrictivas y confinamientos que no han sido capaces de evitar la expansión del virus, prueba de que el hombre es incapaz de gobernarse por sí mismo.

A los aplausos de impotencia, les siguieron mensajes de resiliencia y de arengas para vivir una "nueva normalidad" en la que la salud ha pasado a convertirse en una prioridad global, convirtiendo a la ciencia en la gran esperanza de salvación del mundo, prueba de que el hombre sigue jugando a "ser Dios".

Ha sido un año de incertidumbres y miedos, de desolación y caos, de sufrimientos y ansiedades, de soledades y depresiones, de mascarillas y geles, de "epi's" y de "pcr's", de confinamientos y prohibiciones, de teletrabajos y de videoconferencias, de "colas del hambre" y de "ertes", de números rojos y de pérdidas de libertad, de confianza, de salud, de trabajo, de vidas humanas, prueba de que el hombre es esclavo de su pecado.
Las relaciones humanas y los actos sociales se han convertido en campo abonado para el recelo y la desconfianza: Un simple "¿cómo estás?" esconde en realidad, un ¿eres contagioso?  Una simple "tos" hace sospechar ¿eres "positivo"? Un simple acercamiento produce un efecto centrífugo de distanciamiento y de suspicacia hacia los demás".

Dios, con la Encarnación, se humanizó para "divinizarnos", y sin embargo, el hombre se desnaturaliza, despersonaliza y deshumaniza tratando de "divinizarse"Las mascarillas nos han dejado sin rostro y sin expresión. Los geles desinfectantes, sin huellas y sin olfato. Los chandals y los pijamas, sin "estética" y sin "estilo". Los confinamientos nos han dejado sin libertad y sin relaciones. Las muertes, sin entierros ni despedidas. Las cifras y las estadísticas, sin sensibilidad y sin afectividad...
 
La tempestad ha puesto de relieve la vulnerabilidad de nuestro utópico "estado del bienestar". La fragilidad de las "promesas del mundo" ha quedado al descubierto de improviso, y el hombre, desnudo ante su debilidad, ha sentido miedo y ha buscado refugio...

La incapacidad del hombre de gobernar la "nave", su temor a la zozobra y su falta de "rumbo" en la tormenta, debería recordarnos las palabras de Cristo "¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?" (Marcos 4,35-41), para interpelarnos y cuestionarnos si creemos que Jesús duerme plácidamente y despreocupado, mientras parece que nosotros nos hundimos o si hemos dejado dormido lo que nos alimenta, sostiene y fortalece nuestra vida.

La rebelión del hombre de "jugar a ser Dios", de escuchar sólo lo que la razón y la ciencia dicen, debería evocarnos las palabras de la Virgen María "No hay vino...Haced lo que Él os diga" (Juan 2,1-10), para demandarnos e interrogarnos si seguimos el consejo de la Virgen, si hacemos lo que Dios nos dice o si creemos que, porque aún no ha llegado Su hora, Cristo no actuará.

Mientras esperamos "la hora del Señor", necesitamos inmunidad ante el pecado, una "vacuna" efectiva y duradera: el amor, la fe y la esperanza. Y medios o equipos de protección: la oración, la Palabra de Dios y los Sacramentos. 

En un mundo "sin escrúpulos", necesitamos reencontrar una "nueva humanidad", menos egoísta y empeñada en el "yo", y más compasiva y dedicada al "vosotros", que de testimonio del amor desinteresado que mueve a la acción y que no pasa nunca (1 Corintios 13,4-8). 
Mientras esperamos "la venida del Hijo del hombre", necesitamos discernir y retomar de nuevo el "rumbo" de la fe, que libera del miedo y nos ofrece esperanza. Necesitamos hacer "examen de conciencia" para elegir "hacer lo que Él nos diga". 

En un mundo "sin vino" necesitamos tomar el "agua" del Espíritu en nuestras tinajas para que se transforme en el "buen vino" del Señor, y beberlo. Necesitamos convertirnos y creer en el Evangelio porque "se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios" (Marcos 1,15).  

Mientras esperamos "el Reino de los Cielos", necesitamos despojarnos del viejo hombre egoísta e indiferente, superfluo y ensimismado, para convertirnos en el nuevo hombre desprendido y generoso, capaz de "dar la vida por los demás". 
En un mundo "sin calma", necesitamos ser capaces de descubrir la oportunidad de paz y descanso que Cristo nos ofrece: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré...y encontraréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11,28-29).

Mientras esperamos "el regreso de Cristo", necesitamos discernir los signos de los tiempos a la luz del Evangelio para encontrar el camino angosto pero seguro hacia la auténtica plenitud. En un mundo en tempestad, necesitamos reflexionar más que nunca cómo se manifiesta nuestro Señor en nuestras vidas en la escucha orante de Dios y en la escucha cotidiana del prójimo. 

Mientras esperamos en la Jerusalén terrestre con nuestros miedos y dudas, como los dos de Emaús al volver junto a los apóstoles, necesitamos ver que Jesucristo se hace presente en medio de nosotros para decirnos: "Paz a vosotros. ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad (...) soy yo en persona. Esto es lo que os dije (...) que era necesario que se cumpliera todo lo escrito" (Lucas 24,36-44).

JHR

jueves, 12 de marzo de 2020

"NO TEMAS, PORQUE YO ESTOY CONTIGO"

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"No temas, porque yo estoy contigo"
(Isaías 41,10)

Una de las frases que más se repite en la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos es: “No temas”. Aparece 366 veces. Una por cada día (incluidos los años bisiestos). 

Dios no quiere que sus hijos tengamos miedo a nada, ni al presente ni al futuro. Nos mira con compasión, sabiendo que somos débiles y vulnerables. Él está siempre con nosotros y nos pr
otege de todos los males, incluso de las epidemias. Pero no voy a hablar del corona virus. Eso se lo dejo a otros.

Quiero centrarme en hablar sobre la confianza. ¿De qué tenemos miedo? ¿De quién desconfiamos? ¿Qué nos atemoriza? ¿Perder nuestra salud, nuestra vida, nuestro bienestar, nuestro dinero, nuestro confort, nuestros seres queridos?

Los Evangelios de Marcos y Mateo asocian el miedo a la falta de fe, a la desconfianza y hasta, a la cobardía. No en vano, Jesús recrimina a los discípulos su miedo porque son hombres de poca fe (Mateo 8,26; 14, 31; 17, 20; Marcos 4, 40; ). Les ll
ama cobardes, porque tienen poca fe. Y a quién le pide auxilio le dice: "No temas, basta que tengas fe." 

El problema somos nosotros, que somos hombres de poca fe. Desconfiamos y recelamos de todo y de todos, hasta de nuestro Dios. Seguramente, porque pensamos que todo depende de nosotros, de lo que hagamos o digamos. Seguramente, porque mientras los problemas no nos afecten personalmente, no hay que preocuparse
."El que encuentre su vida la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará" (Mateo 10, 39).

Somos hijos rebeldes por el pecado, que trata de convencernos de que Quien nos ha dado la vida, nada tiene que decirnos o hacer. Hacemos oídos sordos a su i
nvitaciones de amor y sin escucharle, buscamos nuestro propio camino hacia una independencia que nos lleva a una vida alejada de la Gracia. Y cuando nos alejamos de Dios, vienen los problemas y el pánico.

La lectura de hoy del profeta Jeremías es dura: "Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza" (Jeremías 17,5-6).

Nuestra sociedad occidental, y nosotros con ella, camina como el Israel de Moisés: por el desierto, sin esperanza, sin confianza y con temor. Al igual que Moisés sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos liberó de la esclavitud del pecado, nos sacó de nuestro Egipto.

Pero con el paso de los años, nos hemos olvidado. Por nuestro egoísmo, nos hemos vuelto desconfiados y hemos apartado nuestro corazón de Dios. Hemos relegado a Quien tiene el poder sobre todo, y hemos pretendido ponernos en su lugar y "ser como Dios". 

Sin embargo, como decía San Agustín, "somos mendigos de la Gracia". El hombre, sin Dios, camina sin rumbo por la vida "maldito", perdido y vulnerable, como un vagabundo, buscando en la basura del mundo o mendigando ayuda de los hombres.

Mendiguemos la Gracia para que nos ampare en la necesidad. Recemos a Nuestra señora para que nos ampare en la dificultad. Roguemos al Señor para que nos asista y nos escuche en la incertidumbre. "Pidamos y se nos dará. Busquemos y hallaremos. Llamemos y se nos abrirá " (Mateo 7, 7).

Hoy más que nunca, a los cristianos se nos brinda una gran oportunidad para mostrar al mundo el valor de la esperanza y la fe de nuestro Señor. Es en tiempos de epidemias, cuando el cristianismo sobresale por su confianza en Dios, por su coherencia en el actuar, por su prudencia en el hablar.

Durante las grandes pestes y epidemias de siglos pasados, los cristianos siempre mostraron un amor y una lealtad a Dios sin límites, sin escatimar ningún recurso material o humano y pensando sólo en los demás. Sin temer el peligro, se abandonaron en manos de Dios y se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo todas sus necesidades y sirviéndolos en Cristo. 

Muchos santos murieron infectados, pero partieron de esta vida serenamente felices, plenamente confiados en que su Señor les recompensará por su amor martirial, a semejanza de Jesucristo, que murió en la Cruz por nosotros: "No hay amor más grande que entregar la vida por otros".

Nuestra fe no es superstición, sino confianza plena. Nuestra oración no es magia, sino relación con nuestro Padre Todopoderoso. La Cruz no es un amuleto, sino la victoria al sufrimiento y la muerte. Dios no es el genio de la lámpara que cumple nuestros deseos, sino quien nos escucha y nos da paz. Y la Resurrección, nuestra recompensa.

El miedo consume la fe, destruye la esperanza y apaga el amor. El miedo socava la confianza y nos aleja de Dios, como le pasó a Judas, a quien el Mal le llenó el corazón de desconfianza y miedo. Soltó la mano del Señor y se agarró a la del Diablo. Dejó la luz y se perdió en las tinieblas.

Siempre vienen a mi pensamiento las palabras de San Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8, 31). 

¿Prudencia?, por supuesto. ¿Oración?, continuamente. ¿Esperanza?, completa. ¿Amor?, todo. ¿Miedo?...sólo a contagiarnos del pecado. 

"No temas, porque yo estoy contigo"

martes, 5 de diciembre de 2017

LOS CRISTIANOS, LLAMADOS A SER COMO NIÑOS

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"Entonces le presentaron unos niños 
para que les impusiera las manos y rezase por ellos. 
Los discípulos los regañaban,
 pero Jesús dijo: 
"Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, 
porque de los que son como ellos es el reino de Dios".
(Mateo 19, 13-14)

Un niño confía ciegamente en su padre, sin pensarlo siquiera. Su vida depende de él, está en sus manos. 

Un niño es espontáneo, inocente y desea ser amado por su padre. No sabe lo que es el orgullo ni la soberbia. 

Un niño es vulnerable, humilde y obediente. Se deja guiar, abrazar y guiar por su padre.

Esa fe no es producto de la reflexión, es una realidad vital. Ama, confia y se abandona en brazos de su padre. Y de esta forma, es feliz. Asi de sencillo...

El pasaje del Evangelio que reflexionamos hoy es bien breve. Apenas dos versículos. Describe cómo Jesús acoge a los niños.

La actitud de los discípulos ante los niños

Llevaron a los niños ante Jesús, para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos reñían a las madres. ¿Por qué? Probablemente, de acuerdo con las normas severas de las leyes de la impureza, los niños pequeños en las condiciones en las que vivían, eran considerados impuros. 

Si hubiesen tocado a Jesús, Jesús hubiera quedado impuro. Por esto, era importante evitar que llegasen cerca y le tocaran. Pues ya había acontecido una vez, cuando un leproso tocó a Jesús. Jesús, quedó impuro y no podía entrar en la ciudad. Tenía que estar en lugares desiertos (Marcos 1,4-45).

La actitud de Jesús

Jesús acoge y defiende la vida de los niños. Jesús reprende a los discípulos y no le importa transgredir las normas que impedían la fraternidad y la acogida que había que reservar a los pequeños. 

La nueva experiencia de Dios como Padre marcó la vida de Jesús y le dio una mirada nueva para percibir y valorar la relación entre las personas. 

Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos y asume su defensa. Impresiona cuando se junta todo lo que la Biblia informa sobre las actitudes de Jesús en defensa de la vida de los niños, de los pequeños:

-Agradece la fe presente en los pequeños. La alegría de Jesús es grande, cuando percibe que los niños, los pequeños, entienden las cosas del Reino que él anunciaba a la gente. “Padre, ¡yo te agradezco!” (Mateo 11,25-26) Jesús reconoce que los pequeños entienden del Reino más que los doctores!

-Defiende el derecho a gritar. Cuando Jesús, al entrar en el Templo, derribó las mesas de los mercaderes, eran los niños los que gritaban: “¡Hosanna al hijo de David!” (Mateo 21,15). Criticados por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, Jesús los defiende y en su defensa invoca las Escrituras (Mateo 21,16).

-Se identifica con los pequeños. Jesús abraza a los niños y se identifica con ellos. Quien recibe a un niño, recibe a Jesús (Marcos 9, 37). “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mateo 25,40).

-Acoge y condena el escándalo. Una de las palabras más duras de Jesús es contra los que causan escándalo a los pequeños, esto es, son el motivo por el cual los pequeños dejan de creer en Dios. Para éstos, mejor sería que le cuelguen una piedra de molino y le hundan en lo profundo del mar (Lucas 17,1-2; Mateo 18,5-7). Jesús condena el sistema, tanto político como religioso, que es el motivo por el cual la gente humilde, los niños, pierden su fe en Dios.

-Insta a volverse como niños. Jesús pide que los discípulos se vuelvan como niños y acepten el Reino como niños. Sin eso, no es posible entrar en el Reino (Lucas 9,46-48). ¡Coloca a los niños como profesores para adultos! Lo cual no es normal. Acostumbramos a hacer lo contrario.

-Toca y abraza a los niños. Las madres con niños se acercan a Jesús para pedir la bendición. Los apóstoles reaccionan y los alejan. Jesús corrige a los adultos y acoge a las madres con los niños. Los toca y les da un abrazo. “¡Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis!” (Marcos 10,13-16; Mateo 19,13-15). Dentro de las normas de la época, tanto las madres como los niños pequeños, todos ellos vivían prácticamente, en un estado de impureza legal. ¡Tocarlos significaba contraer impureza! Jesús no se incomoda.

-Cura a los niños. Son muchos los niños y los jóvenes que acoge, cura y resucita: la hija de Jairo, de 12 años (Marcos 5,41-42), la hija de la mujer Cananea (Marcos 7,29-30), el hijo de la viuda de Naim (Lucas 7,14-15), el niño epiléptico (Marcos 9,25-26), el hijo del Centurión (Lucas 7,9-10), el hijo del funcionario público(Juan 4,50), el niño de los cinco panes y de los dos peces (Juan 6,9).