Hoy escribimos sobre las diferencias entre sacerdotes, monjes y frailes, tres figuras de la Iglesia de la Edad Media con características similares pero con diferencias en su vida religiosa...
Sacerdote
Presente en todas las civilizaciones y religiones de la antigüedad, aunque con diferentes características y distintos nombres, el sacerdote era un hombre capaz, por vocación y formación, de pronunciar las palabras adecuadas, las fórmulas exactas y las oraciones correctas para dirigirse a Dios, quien le otorga la facultad de ofrecer sacrificios en nombre del pueblo.
El término sacerdote proviene de la palabra latina sacer, ‘sagrado’, combinada con la raíz indoeuropea *dhē- ‘hacer’. Así, en la antigüedad, el sacerdote era el que ‘hacía lo sagrado' 'realizaba los ritos sagrados’, ofrecía sacrificios a la divinidad.
El sacerdote es el ministro del culto, el guía espiritual consagrado, el pastor que protege y cuida el rebaño de Jesús y que lo conduce a la salvación. Es quien celebra la Eucaristía y administra los sacramentos.
Para los judíos, el Sumo Sacerdote era el único que podía entrar al 'Santísimo' y custodiar el Arca de la Alianza. Era necesario pertenecer a la tribu de Leví, que no tenía tierra, porque su hogar era, de hecho, el Templo de Dios.
Su función era la de ser el intermediario entre Dios y los hombres. Sin embargo, ésta cambia con la venida de Jesús, quien por su muerte en la cruz por todos los hombres, se convierte en el intermediario entre ellos y el Padre.
Todos, en virtud del bautismo somos sacerdotes, con la facultad de hablar con Dios y dirigirnos a Él directamente. Es el llamado sacerdocio común, así definido para distinguirlo del sacerdocio ministerial de los presbíteros y obispos.
La función del sacerdocio ministerial es la misma que Jesús dio a sus apóstoles: guiar y proteger, ser pastores del rebaño. El Sacerdote trae la palabra de Dios entre los fieles, la explica y la interpreta en sus pasajes más oscuros y, mientras tanto, aconseja y consuela, alienta y apacigua, reprende, cuando es necesario.
Es un alter Christus, es decir, es otro Cristo en la tierra.
Monje
La figura del monje nace en la Alta Edad Media, cuando el colapso del Imperio Romano había arrojado al continente europeo a una era de incertidumbre y peligro constante. La furia de los bárbaros, la pérdida de los valores y las leyes que habían gobernado el Imperio más grande y más fuerte que jamás haya existido, hicieron dramáticas las vidas de hombres y mujeres.
En este escenario, muchos buscaron consuelo en el eremitismo, eligiendo abrazar un estilo de vida ascético y solitario, abandonando el mundo para habitar en cuevas inaccesibles, densos bosques o lugares inexpugnables, en los que dedicarse a la vida mística.
Esta elección extrema de anacoretismo se deriva de la experiencia de los ascetas orientales, quienes buscaban una mayor cercanía con Dios y la posibilidad de elevarse a la santidad precisamente a través del aislamiento total y una existencia marcada por las dificultades y la mortificación de la carne en sus formas más extremas.
Entre los siglos II y III, los Padres del desierto, los ermitaños o anacoretas, impulsados por San Antonio Abad, se retiran al desierto para vivir en soledad. Después, los cenobitas, estimulados por San Pacomio, se organizan en pequeños grupos de monjes recluidos en monasterios o abadías y siguen una regla que rige su vida en común. El término monje deriva de monos (solo) y achos (dolor), unidos en la palabra griega monachos.
Entre los siglos IV y VIII, sin embargo, la concepción del monacato importada a Occidente experimentará una evolución: San Benito de Nursia, fundador de la orden religiosa más antigua de Occidente, los benedictinos, comienza su experiencia religiosa como ermitaño, viviendo durante tres años en soledad y oración en una cueva cerca de Subiaco, y después establecerá la orden benedictina y edificará la Basílica de Montecassino, el primer ejemplo de una abadía medieval ‘moderna’. Desde entonces, monasterios y abadías cambiarán de cara.
En estos lugares de trabajo y oración, los monjes ya no se dedicarán únicamente a la contemplación y a la lectura de las Sagradas Escrituras, sino que practicarán la oración comunitaria y ocuparán el tiempo de trabajo manual, por el bien del monasterio y la comunidad religiosa ('Ora et labora').
Dado que estos lugares de culto a menudo se encontraban en áreas impracticables e inaccesibles, era necesario que los monjes aprendieran a producir por sí mismos lo que se necesitaba para su sustento, no solamente comidas y bebidas, sino también medicamentos y remedios para el cuidado corporal y la higiene.
Incluso hoy en día, existen monasterios y abadías en todo el mundo que ofrecen productos elaborados por los mismos monjes, o en cualquier caso, según las recetas que se han transmitido durante siglos: mermeladas, setas secas, aceite, dulces típicos, miel, caramelos, chocolates, vinos, licores y cerveza. Productos que, a menudo, constituían el único ‘nutrimento’ concedido a los monjes durante los períodos de ayuno, y que aún hoy son famosos (basta pensar en la famosa cerveza trapense).
Además de estos productos alimenticios, la antigua tradición de los monjes nos ha traído remedios de salud y belleza, como tisanas, tónicos, cremas, compresas, aceites esenciales y medicinales, que preservan su eficacia y encanto inmortal en el tiempo.
También les debemos a los monjes la conservación y copia de textos antiguos, que las hábiles manos de los amanuenses han librado del paso del tiempo, y que artistas miniaturistas han enriquecido con espléndidas decoraciones para ser admiradas hoy.
Fraile
El término fraile también es de origen medieval, y está vinculado a la profunda transformación que sufrió la vida religiosa a finales de la Edad Media, después de la difusión de la Regla de San Benito, pero sobre todo con la ‘revolución’ traída por San Francisco de Asís, un hombre que, renunciando a todos los bienes materiales, consagró su vida a Dios, viviendo en pobreza absoluta.
A partir del s. XIII, con el nacimiento de las Órdenes mendicantes, algunos hombres de fe abandonan los muros de los monasterios para salir a las calles, mezclarse con la gente de las ciudades, con los pobres, con los enfermos, para brindarles consuelo y ayuda. Se reúnen en comunidades activas y productivas urbanas, los conventos, tanto a nivel espiritual como a nivel material.
Fraile viene de la palabra latina frater, ‘hermano’, y así viven, como hermanos, en un ambiente de hermandad y comunión. Los frailes se caracterizaban, entre otras cosas, por un estilo de vida muy pobre y humilde, y una vestimenta modesta, con ropa sencilla y sólo sandalias para proteger los pies.
La sección femenina de 'fraile' es 'sor' (hermana) y la seglar, laico adscrito o 'terciario' (penitente). Los frailes conforman la Primera Orden, las sores la Segunda Orden, y los terciarios la Tercera Orden.
El nacimiento de esta nueva forma de vida religiosa surge como respuesta de la Iglesia a los movimientos de los cátaros y los valdenses.
El fraile es una imitación de la experiencia de Jesús, renunciando a todo y viviendo en la pobreza, la castidad y la obediencia, obteniendo su sustento de la limosna a cambio de ayuda espiritual y oración.