¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

miércoles, 14 de octubre de 2015

MIS CHARLAS EN ALPHA: EL CRISTIANISMO FALSO, ABURRIDO E IRRELEVANTE?

“Si el cristianismo es falso, no es importante. 
Si es cierto, es infinitamente importante. 
Lo único que no puede ser es medianamente importante” 
— C.S. Lewis 


Durante muchos años me he sentido alejado de la fe católica y de la Iglesia por varias razones:

Me parecía una pérdida de tiempo y un sin sentido ir a misa.
Me parecía todo una gran mentira porque así me lo habían inculcado desde pequeño.
Me parecía que no aportaba nada de interés, nada que no supiera y nada que me afectara.
Me parecía un síntoma de debilidad apoyarme en algo no tangible.
Me parecía que yo no lo necesitaba, que era para otras personas perdidas y sin rumbo.
Además, qué podía ofrecerme alguien que vivió hace 2.000 años en un lugar muy alejado del mío, con unas personas muy diferentes a mí y con unas costumbres opuestas a las mías.

Echando la mirada atrás, estoy absolutamente convencido de que la culpa no era del cristianismo sino mía porque nunca había prestado mucha atención ni tampoco había abierto mi corazón a una frase que dijo Jesucristo que, en cierto modo, resume el cristianismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6).

YO SOY EL CAMINO (dirección para un mundo perdido)

Yo vivía bien, una vida sin necesidades básicas, sin problemas económicos o materiales: tenía mi casa, mi coche, mi mujer, mi familia, mis amigos, mi intensa vida social y laboral. Todo iba bien "por fuera". No me preocupaba por nadie y menos por nadie. Sencillamente creía vivir lo que era mi vida. Alcanzaba lo que creía querer, pero nunca tenía suficiente. siempre buscaba algo que estaba por llegar: éxito, felicidad, placer, diversión, fama, más dinero...pero cuando llegaba, no era suficiente.

Algo faltaba. Había siempre un vacío que no me llenaba. No tenía un camino ni un rumbo que me llevara a ningún sitio. Y aunque yo no era consciente y no sabía qué, un buen día empecé a llenarlo: al acercarme a la Iglesia cuando nos mudamos a un barrio nuevo gracias a la persistencia de mi mujer.

Cuando murió su bendita madre (mi suegra) empecé a acompañarla a misa porque creía que era mi deber para con ella y con mi suegra, por lo buena persona que fue toda su vida, por ejercer de madre conmigo y que justo antes de morir de cáncer y en la cama del hospital, me dijo al oído: Cuídala!

Y mira por dónde...hasta incluso hoy me sorprende: no sólo no me aburría, sino que interesaba lo que oía y me enganchaba. Empecé a oír con los "oídos de Dios" y a ver con los "ojos de Dios".

Hoy estoy convencido que la razón fue porque el Espíritu Santo puso en mi camino a personas que cambiaron mi forma de ver a la Iglesia, no como un lugar de "beatos y de monjitas" sino como un lugar donde se brinda ayuda, salud y conocimiento que, precisamente a mí, me faltaba. 

Surgieron las preguntas en mi corazón: cual era el propósito de mi vida, su significado, para que había venido yo a este mundo. También me planteaba de dónde vengo, a dónde voy, tiene algún sentido importante mi vida, si había venido a vivir unos años y luego morir, y después qué? Buscaba un camino que desconocía hasta entonces puesto que yo seguía el mío de forma egoísta e interesada.

El cambio no se produjo milagrosamente de la noche a la mañana. Fue con el tiempo y poco a poco, que accedí a ir formando parte de diversas actividades de la Iglesia:

Participé junto a mi mujer y mis hijos en una experiencia inolvidable y que fue un punto de inflexión: la JMJ con la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid, algo que hasta entonces nunca le había dado la más mínima importancia (la visita de u
n ancianito vestido de blanco ante el que todo el mundo se vuelve loco, pensaba).

Esa experiencia nos motivó tanto a mi mujer como a mi a formar parte de un grupo de matrimonios de vida y fe.

Conocimos a Luis José, párroco y amigo al que desde hace cuatro años seguimos de casa en casa y de parroquia en parroquia.

Fruto de los más de tres años que nos venimos reuniendo (este es el cuarto) todo el grupo de matrimonios editamos un libro sobre nuestro credo personal con mucho amor, orgullo y satisfacción de haber experimentado en varias ocasiones la presencia de Dios a través del Espíritu Santo (quién me ha visto y quién me ve).

Más tarde, empecé a ser parte activa, cada domingo sin falta (hubiera o no fútbol), en las homilías, no sólo escuchando atentamente sino preparándolas de antemano y recapacitando sobre ellas después. Hasta tal punto de gozar con el privilegio de ayudar a comulgar a los demás y de ser parte activa de la parroquia. (dice siempre mi mujer qué si me vieran mis padres o mis amigos, no lo creerían).

Creo que ahora sí puedo decir que soy cristiano. Sigo a Jesús, le tengo a mi lado y ha llenado mi corazón porque Él es el camino hacia Dios, hacia todo lo bueno que nos tiene preparado y prometido.

Y ahora, absolutamente convencido e involucrado como discípulo misionero en la tarea que Dios nos a encomendado de llevar la Buena Noticia "hasta el confín de la tierra", para que todo el que quiera, conozca a Jesús.

Finalmente, he comprendido que para ir al destino elegido hay que ir por la carretera correcta. Si no, o te pierdes o te equivocas.

YO SOY LA VERDAD (realidad en un mundo confundido)

Muchos  dicen que "no importa lo que creas con tal de que seas sincero". Bueno, también puedes estar sinceramente confundido (Hitler era sincero en sus creencias pero estaba completamente equivocado).

Otros dicen: "Puede que el cristianismo sea bueno para ti, pero no para mí"Al principio, pensaba igual: si Cristo no es verdad, no pasa nada, con seguir con mi vida, todos tranquilos! Pero luego me dije: y si es verdad?...entonces pasa mucho: porque Él permite alcanzar la plenitud interior y exterior. Y me pregunté: ¿qué pierdo por intentar descubrirlo?. Y así empecé.

Incluso, algunos cristianos conocen y creen que Jesús es la verdad, pero no le experimentan. Se consideran cristianos porque están bautizados, porque se casan en la Iglesia o porque van a misa los domingos por rutina, obligación y así cumplen para el resto de la semana. Pero Cristo no está presente en sus vidas.

El concepto de la verdad puede definirse como conocimiento intelectual sobre algo o alguien, pero además es conocimiento personal sobre algo o alguienyo sé que comer adecuadamente es bueno para la salud, pero si no como, si no lo experimento personalmente, cómo sé que es bueno, sólo porque lo digan otros?.

Contaré una anécdota: Siempre he sido desde pequeño, muy aficionado al fútbol,  a verlo y a practicarlo (llegué a ser casi profesional). Mi equipo siempre ha sido (y será) el Real Madrid y mi ídolo, cuando era pequeño, Carlos Santillana. A través de los periódicos y de la televisión veía sus goles, su forma de cabecear,  de ganar títulos, de luchar hasta el final, etc. Yo tenía conocimiento intelectual de Santillana, jugador.

Con el paso de los años, por casualidad, llegué a conocer personalmente a Santillana. Soy amigo íntimo suyo y él, mío; conoce a toda mi familia y yo a la suya, voy a su casa y él a la mía, compartimos vivencias, tomamos el aperitivo, salimos a comer o a cenar juntos, vamos al Bernabeu juntos, veraneamos juntos desde hace años en el mismo sitio e incluso jugamos juntos al fútbol (él mejor que yo, claro). Es decir, tengo conocimiento personal de él.

La Biblia nos habla de Jesús, de su vida, de su carácter, de su forma de hablar y de enseñar, de sus milagros, etc. Nos aporta conocimiento intelectual sobre Cristo. Pero Jesucristo es algo más: es una experiencia vital y de salvación y aunque, podemos asombrarnos con lo que sabemos sobre Él, si no lo experimentamos, no sirve de nada. Ahora que le conozco, le siento y le experimento en mi corazón, puedo ampliar lo mucho que dice la Escritura sobre Él, porque tengo conocimiento personal de Jesús.

YO SOY LA VIDA (vida en un mundo de tinieblas)

Jesús vino al mundo a morir para liberarnos de las cosas que destruyen la vida, de todo lo malo de la vida. Con su resurrección conquistó y venció a la muerte y nos ofreció la vida.

Dios me ama a mí y a ti, también. Y vino a la tierra a vivir con nosotros y como nosotros, dio su vida por nosotros porque nos ama, a pesar de  nuestros errores y de nuestros pecados.

En la cruz, cargó con todo lo que tú y yo y el resto de la humanidad hemos dicho mal, hemos hecho mal o pensado mal. Murió en nuestro lugar, murió por mi y por ti y por todos los seres humanos, creyésemos en Él o no. Así de grande es su amor. 

Por medio de la cruz y gracias a ella, nuestra culpa puede ser eliminada. Nos libera para transformarnos en las personas que realmente anhelamos ser (consciente o inconscientemente), nos rescata del miedo a la muerte y de todos los miedos, nos renueva para conocer a Dios y para amar de una forma nueva a los demás, tal y como Él nos enseñó.

¿Por qué es tan importante esto? porque se trata de salir de uno mismo e influir en el mundo, que urgentemente necesita ser transformado.

Y eso no es nada fácil. Hoy día no es sencillo ser cristiano: ser cristiano cuesta, pero no es nada aburrido sino emocionante y llena cualquier vacío. Yo lo he experimentado y lo experimento día a día.

Hay una anécdota preciosa que escuché en una homilía y que define cómo es el corazón humano: 

Un hombre había pintado un cuadro maravilloso. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, de un reconocido artista. Llegado el momento, se descubrió el cuadro, que estaba tapado. Y todos lo recibieron con un caluroso aplauso.


Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía. 



Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y le preguntó al pintor: “¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se va a poder abrir?“ ¡Vaya fallo! 

El pintor tomó su Biblia, buscó Apocalipsis 3, 20 y le pidió al observador que lo leyera:

"He aquí, yo estoy á la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” 



”Así es”, respondió el pintor. “Esta es la puerta del corazón del hombre: Sólo se abre por dentro.

Seguir a Jesús, ser cristiano no significa simplemente una adhesión externa y cómoda, o limitarse a recibir sus bendiciones. 



Implica un compromiso, renunciar a uno mismo, tomando la cruz del trabajo, del esfuerzo, de la burla o incluso de la persecución por causa de nuestra fe. 



Es necesario estar dispuesto a darlo todo, para ganarlo luego todo, según Su promesa. 

Requiere expresar nuestra gratitud y confianza en Él, en su misericordia y su perdón. 

Y para ello, es necesario CONOCERLE. Nadie puede confiar en alguien si no le conoce.


Por todo ello, El cristianismo…no es aburrido: consiste en vivir la vida al máximo; no es falso: es la verdad; no es irrelevante: transforma nuestras vidas completamente.





domingo, 11 de octubre de 2015

PASIÓN MISIONERA


“Un evangelizador no debería tener
permanentemente cara de funeral.
Recobremos y acrecentemos el fervor”.

Papa Francisco

La pasión misionera se contagia, el fervor apostólico se expande y el ardor evangelizador mejora nuestro mundo. ¡Es momento de contagiar ilusión! ¡Y se tiene que notar!

Como dice el Papa en su Evangelii Gaudium: “El gran riesgo del mundo actual es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (EG. 2).

Por eso es importante que al frente de nuestras parroquias se sitúen líderes evangelizadores que sean ejemplos de pasión, que no tengan cara de funeral, sino que se muevan con la alegría de una auténtica comunidad cristiana, incluso cuando hay que sembrar entre lagrimas y dolor, y que sean capaces de transmitirlo y contagiarlo a todos. 

La clave de la misión es orientarse en la capacidad de transformar la realidad desde los ojos de los que sufren, desde los ojos del que sufrió por nosotros sin quejarse, en la rotundidad de decir no a una sociedad individualista, injusta y excluyente, contraria al mensaje de la Buena Noticia de que Dios no excluye a nadie del poder salvífico del sacrificio de su Hijo.

Un buen evangelizador trabaja con entusiasmo, con la mira puesta hacia los demás, sobre todo, hacia los más afligidos, atrapados en esta jungla competitiva, donde impera la ley del más fuerte, donde el fuerte se come al débil, donde priva el individuo frente a la comunidad.

Estamos llamados a poner pasión en todo lo que somos, decimos y hacemos. Si damos lo mejor de nosotros mismos en cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, damos gloria a Dios.

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a nuestra intimidad secreta. ¿Quién, estando enamorado, lo oculta en lo íntimo? ¿Quién mantiene en el anonimato una gran noticia? ¿Quién puede evitar que se le salga el corazón del pecho cuando le inunda el amor verdadero, de aquel que murió y resucitó por todos?

En una época tan falta de amor como la actual, son necesarios más que nunca, discípulos misioneros apasionados y enamorados de Cristo, que sean capaces de contagiar su pasión y su visión de transformar este mundo, que no viven la fe como una serie de cargas y obligaciones sino que crean espacios de altas expectativas y espacios de alta cercanía, generando un ambiente de auténtica comunidad cristiana.


El mundo actual, consumista y entristecido, necesita re-descubrir la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida de quien se encuentra con Jesús. “¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ni actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes los que no recibieron el anuncio no existieran". (Papa Francisco, Evangelii Gaudium).

Los discípulos misioneros estamos convocados por el Señor desde nuestro bautismo para compartir su vida, y enviados para comunicar su Palabra y ser testigos de su presencia a través de la acción del Espíritu Santo. 

Es precisamente el Espíritu de sabiduría y poder quien suscita en las personas el anhelo por conocer la verdad sobre Dios y nuestro entusiasmo misionero surge de la convicción de dar respuesta a este anhelo previo que anida en el corazón de las personas.

Sólo hay dos formas de vivir el evangelio: con pasión o con pasión. No existe otra opción. No te quejes e impregna todos tus actos de ilusión, amor y ardor, todas tus palabras de coraje y valentía. 

Y sobre todo, contágialo a todo tu entorno, pon todo tu corazón, tu mente y tu alma en todo lo que hagas, incluso en las cosas más sencillas. Y hazlo por amor. En ello reside el secreto, en la pasión que brota del amor de Cristo y a Cristo. Esa es la clave para alcanzar una vida plena.

     


miércoles, 7 de octubre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: LIMPIANDO BASURA


Dice el padre Mallon que cuando se reconstruye una casa, siempre hay que demoler algunas cosas y limpiar la basura: estructuras, actitudes o perspectivas teológicas, que entorpecen nuestra capacidad de cumplir el mandato misionero.

Entre otras, menciona tres tentaciones, de las que habló el papa Francisco en Aparecida contra el discipulado misionero y que son obra del “mal espíritu” y que propugnan la autorreferencialidad:

1. PELAGIANISMO: Auto-justificación

Pelagio (siglos IV-V) niega el pecado original, que sólo habría afectado sólo a Adán. El ser humano nace libre de culpa y por tanto, limpiar ese pecado, una de las funciones del bautismo, queda así sin sentido.

Afirma que la gracia divina no es necesaria para la salvación, ni gratuita, sino que es merecida por el esfuerzo humano, basta con hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesús.

Ejercido por quienes “en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas, no necesitan recibir a Dios y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico pasado. 

Se trata de una cierta seguridad doctrinal que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario donde en lugar de evangelizar se analiza, se clasifica y se controla a los demás.

En la Iglesia, se manifiesta  de dos formas:
  • El católico de mentalidad tradicional que basa su vida cristiana en una lista de deberes y obligaciones en la que anotar sus logros y lo que hace por Dios: ir a misa, ser bueno, decir sus oraciones de vez en cuando…y entonces Dios le deja entrar en el cielo. 
  • El católico posmoderno que basa su vida cristiana no en las Escrituras o en las enseñanzas de la Iglesia sino en su propio sentido de autonomía absoluta y buenismo fundamental: Dios es mi colega y sólo le exige “ser sincero consigo mismo” y entonces le deja entrar en el cielo.
Y produce tres consecuencias:
  1. Una cultura de mínimos (minimalismo). No es una fe de alianza, de compromiso y de relación personal con Dios. Es un paganismo disfrazado de cristianismo, donde salvación, vida eterna y la respuesta a las oraciones son favores que buscan algunos católicos tras “cumplir unas mínimas obligaciones”.
  2. Una cultura de buenas acciones (buenismo) La gente que se cree justificada por sus buenas acciones o por su “buenismo” nunca será capaz de conocer la misericordia divina ni de comprender la buena noticia de la salvación y en consecuencia, tener la alegría distintiva de la auténtica vida cristiana o poder transmitirla a los demás. Demasiados católicos no tienen nada que cantar o por lo que reír en misa.
  3. Una cultura anti-evangelizadora (comodidad). Si muchos se mantienen en los mínimos a cumplir, no conocen la buena noticia ni a Cristo realmente, tampoco mostrarán entusiasmo alguno por evangelizar. Sólo los evangelizados pueden evangelizar; sólo los que han recibido la Buena Noticia pueden proclamarla a los cuatro vientos; compartir una buena noticia con otros nunca es una carga sino algo natural y bueno. Se vuelve una carga sólo cuando no podemos compartirla.
2. JANSENISMO:  Auto-santidad 

Cornelio Jansenio (siglo XVII) propugna el rigor, la disciplina y la perfección moral. Pretende mostrar la imagen de un Dios distante, frío e inaccesible y busca la perfección exenta de misericordia en la vida cristianaSe trata también de un rigorismo moral y elitista como prueba necesaria del favor de Dios y la gracia. 

Por ejemplo, para recibir la Sagrada Comunión no sólo es necesario estar exento de pecado mortal y estar  llenos de gracia, sino estar completamente libres de pecado. Esto, lógicamente, evita el acercamiento a la eucaristía de los creyentes en general, puesto que la perfección y el rigor reemplazan la gracia y la misericordia.

Muchos católicos se encuentran en una situación (que ellos mismos desconocen) en la que han perdido o nunca han tenido la ocasión de experimentar a Jesucristo personalmente. Su tendencia se encamina a reducir la fe a un rigorismo moral o a una simple ética. La moral sin la experiencia de Cristo hará que la Iglesia colapse.

¿Cómo demoler estas doctrinas para limpiar la basura? 

Kerigma

Es la proclamación la que abre corazones; es el Primer Anuncio el que debe ser oído y entendido por todos. El primer anuncio no es primero en sentido ordinal, porque esté al principio y luego se sustituye por otros contenidos catequéticos, sino que es primero en sentido cualitativo, porque es el anuncio principal y que siempre hay que volver a escucharlo y a anunciar de diferentes maneras y en diferentes momentos.

Esta proclamación debe estar presente en cada homilía, en cada catequesis, en cada charla. El ciclo es escuchar el kerigma, mantener una relación personal de Cristo y formar una experiencia vital de comunidad cristiana.

La clave de la salvación no estriba en lo que nosotros “hacemos” por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros a través de su hijo Jesucristo.

3. CLERICALISMO: Auto-complacencia

Quizás esta sea la tentación que más daño produce hoy en la Iglesia. El papa Francisco describió el clericalismo como una manifestación de un complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico pide ser clericalizado.
  • En una cultura de mínimos a cumplir, la percepción del laico clericalizado es de absoluta laxitud y comodidad: él no debe ser demasiado religioso ni hacer demasiado en lo referente a las actividades externas y fuera de la asistencia a misa; para eso está el cura. Es la teología popular, que produce bebes espirituales que nunca maduran ni crecenPara el católico medio, la santidad y la evangelización no son tareas propias, no son las cosas que hacen los católicos ordinarios pero es que además, son incapaces de hacerlas.
  • El clericalismo también es la apropiación de lo que es propio de todos los bautizados por parte de la casta clericalEn virtud del bautismo, todos los católicos están llamados a la santidad y a la misión, a dar testimonio de Cristo, a evangelizar y a la madurez, es decir, a ser discípulos misioneros. 
Sin embargo, el clericalismo suprime esa identidad bautismal y convierte a los sacerdotes y las monjas en super cristianos con superpoderes, para hacer lo que los cristianos ordinarios no pueden y trae dos consecuencias:
  1. Aislamiento del clero, al que se le deja el ser santo, se le carga con todo el trabajo que les corresponde a TODOS los miembros de la Iglesia y con expectativas inhumanas, al no permitírsele ni un solo fallo.
  2. Inmadurez de los bautizados, quienes nunca asumen su responsabilidad ni su papel en la familia de Dios, así como tampoco crecen en la fe.
Así, como dijo el papa, el sistema crea una dependencia mutua. El laico que quiere permanecer inalterado en su inmadurez debe fomentar continuamente el estatus del sacerdote como “un ser aparte” que él nunca podrá llegar a ser. 

Es decir, el laico desea ser “actor pasivo, anhela ser sólo “público”: permanece a una distancia prudencial mientras aplaude al cura. El sacerdote, aislado del mundo, se cree omnipotente, por encima de cualquier pecado humano.

Durante todos estos años y a causa del clericalismo, la vocación bautismal se ha confundido con la vocación sacerdotal: profundizar en la oración y  madurar en la vida espiritual, crecer en conocimiento teológico, evangelizar y llevar a otros a conocer a Jesús y servir a los demás. Este debería ser el deseo de todo cristiano y no sólo del sacerdote.

El ministerio sacerdotal ha adoptado en exclusiva la triple misión de Jesús: profética, sacerdotal y real o lo que es lo mismo, predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar los sacramentos y guiar al pueblo de Dios.

Fuera del sacerdocio, ningún creyente ha sentido ningún deseo de predicar, celebrar la eucaristía o la confesión y mucho menos guiar a la comunidad. Tampoco se le ha dejado (aunque lo deseara) vivir plenamente su vocación bautismal, so pena de ser enviado al seminario.

Entonces ¿Qué es lo que hacen los católicos ordinarios? Pues, rezar, pagar y obedecer, es decir, son sujetos pasivos en la misión de la Iglesia. Como mucho ayudar al cura en las misas, leer, recaudar fondos y escuchar.  Ser lector en la misa o distribuir la comunión se ha considerado como la cumbre del ministerio cristiano de un laico.

La madurez espiritual, el discipulado, el conocimiento y familiaridad con las Escrituras han sido completamente ajenos a la mayor parte de los católicos. El clericalismo ha sumido a la mayor parte de los católicos en una infancia espiritual y ni siquiera los ha preparado para el ministerio.

Tras la llamada universal del Concilio II a la misión, el clericalismo reaccionó sustituyendo enseguida el “apostolado laical” por “ministerio laical”, cuya relevancia es grande en cuestión de referencialidad: “apostolado” es salir afuera, el envío, mientras que su desaparición y sustitución por “ministerio” no hizo más que redefinir la vocación bautismal para ser un ad intra en lugar de un ad extra.

Ahora nadie tiene que salir sino que todo el mundo puede quedarse dentro como espectadores pasivos y los realmente comprometidos, leer las lecturas y administrar la comunión. Esta es la Iglesia auto-referencial, vuelta hacia sí misma en lugar de hacia Cristo, satisfecha con servirse y ciega en la contradicción que vive en lugar de involucrada en la transformación del mundo.

El clericalismo pues, produce lo que el padre Mallon llama, por un lado, el “atrincheramiento y aislamiento del cura”, no exento de una cierta dosis de comodidad, primacía y poder mientras los demás miran y por otro,  “los adormecidos consumidores pasivos de una religión descafeinada”, bebés espirituales, ignorantes de los fundamentos de su fe, incapaces de orientarse en la Biblia y con una madurez orante propia de un niño de cinco años. Y lo grave es que esto no parece preocupar a nadie.

¿Cómo demoler esta doctrina para limpiar la basura?

Cuidado pastoral: madurez y crecimiento

El apóstol San Pablo define su ministerio pastoral en Colosenses 1,38, donde habla, no de la búsqueda de la perfección moral de aquellos a los que sirve sino de cómo hacerlos avanzar por un camino de maduración y crecimiento constante.

Un buen cuidado pastoral no debe aceptar la inmadurez en la fe como algo normal de la misma forma que un padre de familia no admitiría ver a su hijo de veinticinco años tumbado en el sofá y chupándose el dedo. Eso es lo que hace el clericalismo.

Una parroquia de discípulos misioneros siempre debe tener una proporción considerable de miembros que se encuentren en una infancia espiritual. Si no los tiene, significará que no están naciendo bebés espirituales y que esa Iglesia es estéril. Lo que no deben ser es mayoría.

La solución al clericalismo es redefinir el cuidado pastoral, que normalmente se ha referido normalmente al cuidado de los que están enfermos, muriéndose o en duelo.


El término “párroco” se refiere a “pastor” y la tarea principal del pastor no es cuidar de las ovejas débiles, enfermas o moribundas, ni la de ofrecer protección sino llevar a las ovejas hasta la comida y la bebida. Alimentar a las ovejas para que puedan crecer, madurar, dar fruto y reproducirse.

También, salir en busca de las descarriadas, pero la principal es alimentarlas.

Equipar a los santos: Dones y carismas

En la carta a los Efesios 4, 11-13, el apóstol San Pablo nos indica que el objetivo último del cuidado pastoral es llevar a los cristianos a la madurez. También nos habla de los distintos dones y carismas que Dios da a la Iglesia y que son para equipar a los santos para el “trabajo del ministerio”, es decir, que la otra tarea importante del pastor no es hacer él solo todo el trabajo ministerial sino equipar a otros para que lo hagan.

Las parroquias donde virtualmente nada funciona, albergan escasas actividades que tienen que estar supervisadas por el sacerdote, nadie está equipado para el ministerio salvo él y mucho menos para liderar una “salida a las periferias”.

Las parroquias donde hay fruto y crecimiento, requieren que el párroco se centre en sus tres tareas fundamentales: predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar sacramentos y liderar la Iglesia. El resto de los ministerios no sólo pueden ser sostenidos, sino que han de ser realizados por otras personas.

A medida que los miembros de la comunidad parroquial maduran en su vida cristiana son llamados al servicio de acuerdo con sus dones y equipados para servir un ministerio. Así se convierten en discípulos misioneros que han sido equipados y puestos en el ministerio, no para hacer un favor al sacerdote sino interiorizado como ministerio propio en comunión con el cura.

El objetivo de cada ministerio es suscitar y equipar a otros para que hagan el trabajo y así, edificar la Iglesia. Esta multiplicación del ministerio satisface las demandas internas para gestionar una parroquia y permite generar discípulos misioneros maduros en Cristo que salen al exterior, anhelando servir. 

Entonces se establece una estructura de rendición de cuentas para el mantenimiento del modelo sin un control clerical meticuloso.

Sólo una Iglesia llena de discípulos misioneros puede cambiar el mundo.

En la carta a los Efesios citada antes también se establece una diferencia entre oficio y carisma: Los ordenados tienen el oficio de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Su responsabilidad es que haya fruto en la parroquia pero su oficio no siempre coincide con el carisma.

Los carismas se reparten entre todos los miembros de la Iglesia. Todos están llamados a identificar sus carismas y servir desde ellos.

Tanto los unos como los otros son necesarios en la Iglesia de Cristo y ninguno se excluye o amenaza al otro. Los roles y las responsabilidades son distintos pero todos son necesarios.

Hoy, al igual que la Iglesia del primer siglo, nos encontramos ante la situación de que ser cristiano no es nada popular ni fácil sino más bien algo arriesgado que conlleva burla, persecución, prisión e incluso muerte. Jesús nos dijo que seguirle no era fácil pero si emocionante y gratificante.

Es el momento de redescubrir nuestra identidad y esencia como bautizados que consiste en ser discípulos misioneros, llamados a conocer a Jesús y darlo a conocer. Es hora de que todos los que seguimos a Cristo maduremos y nos equipemos para el servicio.

La identidad más profunda de la Iglesia es ser una Iglesia misionera, llamada a transformar creyentes bautizados en discípulos misioneros que salgan, por la gracia divina, a construir el Reino de Dios.



P. James Mallon
Una renovación divina

viernes, 2 de octubre de 2015

EL AUTOBÚS



La Iglesia de Cristo es una empresa misionera de autobuses diseñados para llevar a las personas a un destino.

La flota está dotada de distintos tipos de autobuses: de un piso o de dos pisos, con TV y baño, microbuses, limusinas, etc. aunque siempre con un uso común: viajar.

Durante mucho tiempo, la mayoría de los autobuses han estado aparcados en la terminal porque nadie quería subirse a ellos y viajar.

Todos se han mantenido cuidados y limpios para que la gente viniera y se subiera en ellos durante una hora a la semana, para rápidamente, bajarse, sin tiempo que perder y sin intención de encender el motor.

Entonces llega un conductor, traza la ruta, coloca el cartel de destino y arranca el motor. Y la gente de visita se sobresalta.

Los encargados de expender los billetes invitan a la gente a subir y viajar con ellos a un feliz destino. 

Cada uno ocupará su asiento, según sus dones. Unos delante y otros detrás, pero todos bien sentados.

El conductor traza la ruta y con el motor en marcha, quita el freno de mano, suelta embrague y acelera suavemente.

En el camino, asesorado por su equipo, sabe cuando acelerar, cuando frenar o cuando doblar una esquina.

Cada tramo, cada kilómetro será sentido por los pasajeros y cuando el autobús se detenga en una parada, algunos puede que decidan que ya han tenido suficiente y se bajen. Otros continuarán y otros nuevos se subirán al autobús.

Pero el autobús debe seguir su ruta.