¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta Providencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Providencia. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de julio de 2022

QUIEN NO RENUNCIA, NO ANUNCIA

"
Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz cada día 
y me siga."
(Lc 9,23)

Dice el mismísimo Jesús que para seguirle hay que renunciar, que para ser discípulo suyo es necesario renunciar...a muchas cosas...que no necesitamos. 

Según el diccionario, renunciar es abandonar voluntariamente una cosa que se posee o algo a lo que se tiene derecho.  Meditemos cada palabra y frase de esta definición:
  • "Abandonar" implica dejar, desistir, renunciar
  • Voluntariamente" implica hacerlo libremente, por propia voluntad, sin presión, sin condicionantes ni pretensiones.
  • "una cosa que se posee", implica bienes, propiedades,  pertenencias, ideas conocimientos...
  • "algo a lo que se tiene derecho" implica algo que podemos demandar, solicitar o reclamar justamente.
¡Qué difícil es seguir a Cristo! ¡Qué arduo es evangelizar! ¿no?

¡Quien no renuncia, no anuncia! ¡Renunciar es amar! ¡Renunciar es servir! ¡Renunciar es darse, entregarse!

Solo aquel que renuncia al mundo, anuncia bien al Señor. Solo quien está libre de triunfalismos y de apegos, testimonia de manera creíble a Cristo. Solo aquel que es dócil y humilde a la acción del Espíritu, evangeliza.

Seguir a Cristo exige libertad frente a los condicionantes sociales, a los miedos y a las falsas seguridades. Estamos llamados a ser testigos de su amor, a contagiar nuestra fe, la esperanza y dar frutos de amor.
Anunciar a Cristo implica confianza en Dios para afrontar el desapego de un mundo que nos insta al egoísmo, al individualismo y al consumismo. Supone ir, salir, arriesgarse, ligeros de equipaje, sin seguridades humanas para dejar actuar a la Providencia.

Hacer discípulos es invitar sin imponer ni imponerse, ir juntos, al lado del hermano, ni delante ni detrás y sin imponer ningún ritmo de marcha. La fuerza del anuncio no está en los argumentos, ni en los métodos ni en los procedimientos sino en la renuncia del yo para que crezca Él.

Servir a Dios y al prójimo requiere renunciar a nuestros intereses, a nuestras opiniones, a nuestras necesidades, para centrarnos en las de los demás. 

Evangelizar no es hacer adeptos ni prosélitos sino atraer, contagiar, seducir... escuchando con amor sincero y sirviendo con autenticidad, generosidad, obediencia y humildad.

¡Para anunciar hay que renunciar!


viernes, 8 de octubre de 2021

Y NO SE TRATA DE SENTIMIENTOS...

"El Señor ha estado grande con nosotros, 
y estamos alegres.
(Salmo 126, 3)

Sé que no descubro nada nuevo ni especialmente original, si digo que me siento muy amado y cuidado por Dios...muy mirado y acompañado por Jesús...muy mimado y protegido por la Virgen..."porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí" (Lucas 1,49). Todo don y ningún mérito. Y no se trata de sentimientos...

Es verdad..."el Señor ha estado grande conmigo y estoy alegre" (Salmo 126,3). Porque sólo cuando te reconoces pequeño, frágil y débil, la confianza puede descansar en “El que todo lo puede”. Sólo cuando te reconoces pobre, vulnerable y necesitado, la esperanza puede reposar en "El que todo lo cumple".  Y sólo entonces, el amor de Dios te inunda y tu corazón se incendia. Y no se trata de sentimientos...

Firme defensor de la Providencia, no creo en la suerte, ni en la fortuna ni en las casualidades. Porque sólo cuando vives "en y para Dios", todo sucede para el bien de los que aman al Señor (Romanos 8,28). Sólo cuando dejas de agobiarte por el qué comer, el qué beber o el qué vestir, cuando buscas el Reino de Dios y su justicia, todo se te da por añadidura (Mateo 6,25-33). Y sólo entonces, tu alma se llena de gozo. Y no se trata de sentimientos...

Tras mucho pedir en mis mañanas de oración, buscar en mis tardes de Eucaristía y llamar en mis noches de Adoración, el Señor me ha escuchado, porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre (Mateo 7,7).  No le he pedido un gran sueldo, ni tener estabilidad, ni siquiera seguridad...tan sólo un espacio donde poder reconocerle en cada instante. Y sólo entonces, tu espíritu se llena de agradecimiento. Y no se trata de sentimientos...

Dios ha estado grande y me ha regalado un nuevo proyecto en un gran colegio católico, en el que espero darle gloria. Un trabajo muy diferente a los anteriores del que espero ser digno. Quizás no definitivo...quizás no duradero...quizás no asegurado...pero absolutamente providencial. Sólo entonces, tu vida se llena de esperanza. Y no se trata de sentimientos...

Te doy gracias, Señor, porque has hecho obras grandes en mí...estoy alegre, confiado y esperanzado...y Tú sabes que no se trata de sentimientos...

domingo, 31 de enero de 2021

JOB: CÓMO ES DIOS Y CÓMO ACTÚA

"Cuando alguien se vea tentado, que no diga: 
'Es Dios quien me tienta'; 
pues Dios no es tentado por el mal 
y él no tienta a nadie. 
A cada uno lo tienta su propio deseo 
cuando lo arrastra y lo seduce" 
(Santiago 1,13-14)

Hablaba ayer con un buen amigo, católico y argentino (aunque no de nombre Francisco), acerca de las dudas que muchos cristianos nos planteamos en estos tiempos difíciles que sufrimos: la pandemia, ¿la envía Dios? o ¿la permite Dios? ¿es un castigo? o ¿es una prueba?

Lo mejor para tratar de responder a esta cuestión, o mejor dicho, para discernir y reflexionar sobre ella, es escuchar lo que Dios mismo nos dice, a la luz de Su Palabra, en el libro de Job, donde nos encontramos con las mismas situaciones por las que nos quejamos hoy y por las que culpamos a Dios.

A simple vista, el libro sapiencial nos presenta por un lado a Job, un hombre paciente, perseverante, apartado del mal y fiel a Dios (aunque no judío) tanto en las gracias como en las desgracias; y por otro lado, a un Dios "silente e insensible" al sufrimiento del justo y cuya ausencia de respuesta parece olvidarse del hombre.

Sin embargo, el libro de Job no es tanto un canto a la paciencia del hombre como una teodicea que demuestra cómo es Dios y cómo actúa en la historia del hombre. Su propuesta principal es sumergirnos en el misterio del mal y del sufrimiento como parte del combate de la fe, y así, enseñarnos el sentido de nuestra vida desde la perspectiva del dolor y la muerte, como hará su Primogénito en la Cruz. 

La historia se desarrolla entre la tierra, donde el hombre acepta con justa sabiduría y perseverancia el bien y el mal, y el cielo, donde Dios presume del hombre, en este caso de Job, pues no hay otro como él en la tierra. Job es la imagen de Jesucristo, la visión que Dios tiene del hombre: justo y sabio que se mantiene siempre fiel a Dios incluso en la tentación, el sufrimiento y el dolor; rico y acomodado que se vuelve pobre y desnudo hacer la voluntad de Dios, y a quien el Diablo le tienta para blasfemar y rechazar a Dios. 

Sometido a prueba
Job 1-3

El libro de Job, escrito hacia el siglo VI - III a.C., en Edom, frontera con Arabia, forma parte de la pedagogía progresiva bíblica, que entonces todavía no había consolidado el concepto de resurrección, por lo que la retribución, es decir, "toda" la actuación divina se dirimía en el "aquí y ahora", en la vida terrenal. Será con el libro de Eclesiástico (s. II a.C.) y con el Libro de la Sabiduría (s. I a.C.) donde se avance hacia una mayor comprensión de la retribución después de la muerte.
En los primeros capítulos de Job se muestra cómo no es Dios quien envía castigos: "El Señor respondió a Satán: Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques"y cómo debe ser la actitud del justo ante las desgracias: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (...) "Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?"

Se declara culpable
Job 4-28

A pesar de perder todo su ganado, a sus siervos, a sus hijos y su propia salud, Job no peca ni protesta contra DiosDe la misma forma que los judíos y los romanos recriminan a Cristo que apele a Dios, la carne nos insiste insidiosamente con las mismas quejas con las que nos querellamos contra Dios y le culpamos del mal y del sufrimiento.

A pesar de perder el apoyo y la fe de su mujer, Job vive su noche oscura y maldice su vida pero no blasfema ni rechaza a Dios. Lo que más teme es perder la paz y el sosiego. De la misma forma que tienta a Cristo en el desierto para que blasfeme y reniegue de Su Padre, el Diablo nos tienta en la dificultad para que perdamos la serenidad y la tranquilidad y nos alejemos del Señor. 

A pesar de que tres amigos suyos (Elifaz, Bildad y Sofar) le instigan, recriminan y culpan constantemente (doctrina hebrea de la retribución por la cual, Dios premia a los buenos y castiga a los malos en vida), tentándole a que abandone a Dios, Job no pierde su fe ni reniega de DiosDe la misma forma que los amigos de Jesús, sus discípulos, confían en la fuerza de las armas para defender a su Maestro en el Huerto de los Olivos, nuestros amigos y hermanos se obstinan e insisten en que pongamos nuestra esperanza en la ciencia y en la razón humana. 
Job, aunque responde con un diálogo/monólogo lleno de dureza y amargura, de queja y súplica, toma conciencia de su fragilidad, asume su culpa original y deposita su fe y esperanza (y su vida) en la misericordia y la justicia divinas, en la certeza de que le ayudarán a vencer la batalla espiritual en la que (el hombre) está inmerso. 

De la misma forma que Cristo en Getsemaní y en el Calvario, sin culpa, clama al Padre sintiéndose abandonado y débil en su humanidad, Job en actitud orante y humildele pide a Dios una respuesta que dé sentido a lo que le acontece, pero sin resentimiento, sin culpar a Dios. Es la misma actitud con la que los cristianos, sabedores de la responsabilidad del Tentador y Acusador en el mal, nos dirigimos al Señor, elevando el incienso de nuestras oraciones a su presencia, implorando ayuda para encontrar sentido a nuestro sufrimiento. 

En estos capítulos, el hagiógrafo nos expone dos conceptos fundamentales: la perfecta sabiduría divina y la necesidad de conversión del hombre. Dios permite el mal (de forma temporal, por poco tiempo) para demostrar al Enemigo que la amistad del hombre con su Creador es libre, verdadera y por amor. 

Su visión eterna (el Señor no está sujeto al tiempo ni al espacio) señala que Dios no interviene en la historia para condenar sino para atraer al hombre hacia sí. Su visión amorosa (Dios es amor) indica que interviene, enviando a Su Hijo al mundo, para restablecer la amistad perdida con el pecado original, y con ello, evidenciar la victoria definitiva del bien sobre el mal.

El libro de Job es un manual de confiado abandono en Dios, aún siendo incapaz de verlo o de escucharlo en la "noche oscura", sin desviarse de su voluntad y de sus mandamientos: "Mi testigo está ahora en el cielo, mi defensor habita en lo alto, es mi grito quien habla por mí, aguardo inquieto la respuesta divina". 

Es también un manual de perseverancia y de resistencia al malincluso cuando nuestros seres queridos o amigos, ejerciendo de abogados del Diablo, nos sometan a juicio, nos declaren culpables, tratando de dictar sentencia para que rechacemos a Dios y reneguemos de nuestra fe: "Vuestras denuncias quedarían en ceniza; vuestras razones, en razones de barro (...) suceda lo que suceda, voy a jugármelo todo, poniendo en riesgo mi vida. Aunque me mate, yo esperaré, quiero defenderme en su presencia". 

Se prueba su inocencia
Job 29-37

El sufrimiento no es un castigo, sino un modo de probar la rectitud y autenticidad de la conducta del justo"¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? (...) ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez".

Aparece en escena Eliú, el amigo de nombre judío, hasta ahora sin nombrar (y que bien pudiera ser su ángel custodio), que recrimina a Job el intento de justificarse y a los tres amigos, por echarle la culpa a Dios. 

Es, sin duda, la voz de la conciencia que nos susurra la supremacía de la Sabiduría de Dios sobre la del hombre, porque cuando el hombre no encuentra explicación ni solución a lo que sucede "Dios habla de un modo u otro, aunque no nos demos cuenta: en sueños o visiones nocturnas". 
Nos asegura que la Providencia de Dios obra siempre para el bien de los hombres, aún en la prueba"Abre entonces el oído del hombre e inculca en él sus advertencias: para impedir que cometa una acción o protegerlo del orgullo del hombre; para impedirle que caiga en la fosa, que su vida traspase el canal. Lo corrige en el lecho del dolor (...) hasta que su existencia se acerca a la fosa, su vida al lugar de los muertos".

Nos garantiza que la Justicia de Dios está fuera de toda duda o sospecha, y que se imparte de forma individual, según las obras de los hombres: "¡Lejos de Dios la maldad, lejos del Todopoderoso la injusticia! Paga a los humanos según sus obras, retribuye a los mortales según su conducta. Está claro que Dios no actúa con maldad, que el Todopoderoso no pervierte la justicia".

Nos indica que el propio sufrimiento permite al hombre ver y reconocer su fragilidad, que ni es Dios, ni Dios "cabe" en su cabeza, que el dolor es un medio de corrección, un instrumento de redención: "Salva al afligido con la aflicción, lo instruye mediante el sufrimiento". Nos anticipa la pasión de Cristo como medio de salvación.

Dios se hace presente e interviene
Job 38-42

La súplicas del justo provocan la presencia y la intervención de Dios para mostrarnos cómo su sabiduría y su poder velan por toda la creación, para decirnos que Dios siempre actúa, aunque no lo veamos

Dios nos explica la causa del mal y la razón de por qué el hombre es incapaz de controlarlo: Dios le ha dado poder a Behemot (símbolo del Mal y que significa "bestia") y a Leviatán (símbolo del Caos y que muestra a una "bestia marina" semejante a un dragón), ambos asociados a Satanás, para actuar y probar a la humanidad"De sus narices sale una humareda, como caldero que hierve atizado; su aliento enciende carbones, expulsa llamas por su boca".
El sufrimiento del inocente es una constante a lo largo de la historia de la humanidad, como también lo es el hecho de que el hombre siempre trata de medir la realidad por aquello que puede comprender y todo aquello que no puede ver o tocar es falso o absurdo.

Dice C.S. Lewis que "Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es un megáfono para despertar a un mundo sordo". Por tanto, es ahora, en medio de la pandemia que asola nuestro mundocuando podemos despertar para ver y escuchar a Dios, para entender la injusticia del mal y el "silencio" de Dios. 

Es ahora, a través de nuestro paso por las tinieblas del sufrimiento, de nuestro caminar por la oscuridad del dolor y de nuestro bregar en la tempestad, cuando podemos ser capaces de ver la luz de Dios y abandonarnos confiadamente a su Providencia..

Es ahora, ante la poderosa y luminosa presencia de Dios en la oración, cuando todos los hombres caemos de rodillas, nos sentimos pequeños e insignificantes y reconocemos nuestra ignorancia frente a Su omnipotencia y sabiduría: "¿Quién resistirá frente a él? ¿Quién fue hacia él impunemente?" (...) Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible (...) Hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión".

Es ahora, cuando hemos visto a Cristo, cuando sabemos que ha resucitado y que vive, "Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos", cuando somos restaurados y bendecidos por el Señor, en espera de que nos otorgue la recompensa cuando estemos en la definitiva presencia de Su gloria.

JHR

viernes, 3 de julio de 2020

TIEMPO DE PROVIDENCIA Y GRACIA

"No andéis agobiados pensando qué vais a comer, 
o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 
Los paganos se afanan por esas cosas. 
Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; 
y todo esto se os dará por añadidura. 
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, 
porque el mañana traerá su propio agobio. 
A cada día le basta su desgracia". 
(Mateo 6,31-34)

Durante estos últimos meses he sido testigo de la ansiedad de muchos de nosotros, los cristianos, ante la imposibilidad de asistir a los sacramentos, la cancelación de las actividades parroquiales o el aplazamiento de los métodos y acciones evangelizadoras.

También nosotros, los creyentes, en tiempo de pandemia, hemos sido testigos de cómo todas las falsas seguridades y las erróneas convicciones que nos habíamos construido, se han derrumbado. Hemos sido conscientes de cómo todos los planes y proyectos que nos habíamos propuesto, se han evaporado. Y de cómo todas las rutinas y prioridades que nos habíamos forjado, se han desmoronado. 

Probablemente, en casi ninguna de ellas, estaba Dios. O al menos, estaban más presentes nuestras comodidades o deseos de servir a Dios, estaba más nuestro "yo" que Él mismo. 

Consciente o inconscientemente, hemos adoptado el papel del hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo, pensando más en nuestras conveniencias y en nuestros derechos que en la voluntad del Padre, pretendiendo servirle según nuestros propias criterios o nuestras opiniones personales, en una esclavitud de acción.

Y aún sintiéndonos libres y aptos, nos sabemos incompetentes para gobernarnos a nosotros mismos o para dirigir correctamente nuestras vidas (también las de fe) en las dificultades. Y por causa de nuestra humanidad frágil y vulnerable, sentimos miedo.

Aún creyéndonos individualistas y autosuficientes, nos vemos incapaces de mantener la fe que se nos ha otorgado y reconocer humildemente nuestra debilidad y dependencia. Y por alejarnos de Dios, nos sentimos solos.

Ante ese miedo vivido en soledad, no nos queda otra que volvernos a Dios y pedirle ayuda. Al igual que los discípulos de Jesús, viajamos en una barca sobre un mar embravecido (el mal) y en medio de una tempestad inesperada (el sufrimiento). Atemorizados y desorientados, pedimos ayuda al Señor: ¡Sálvanos, que morimos! Y Dios nos increpa: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? 

Pero el Señor, con su infinita misericordia, actúa providencialmente. Aunque parezca estar dormido o lejano, permite esta situación de sufrimiento y zozobra para sacar un provecho mayor de todos nosotros. Él quiere lo mejor para nosotros, y no cesa en su empeño.

Somos nosotros quienes nos olvidamos que Él está siempre a nuestro lado y que nada hemos de temer. Somos nosotros quienes le sacamos fuera de nuestras vidas como si no le necesitáramos amparándonos en nuestras capacidades. Somos nosotros quienes le pedimos nuestra herencia y nos marchamos a un país lejano o quienes le servimos de forma incorrecta. 

Es tiempo de Providencia

Es tiempo de dejar a Dios ser Dios.

Dios, Señor de la Historia, nos invita a discernir y a reconocer que nuestra debilidad sólo puede estar sustentada por el Amor y Misericordia de Dios Padre.

Nos anima a abrir nuestro corazón, a dejarle entrar en nuestra vida y actuar en ella con plena Confianza.

Nos recuerda que le somos muy preciados y que no nos dejará nunca solos ni desamparados.

Por eso, ¿por qué preocuparme en querer hacer las cosas de Dios?

Es tiempo de Gracia

Es tiempo de dejar actuar a Dios.

Dios, Soberano de la Gracia, nos exhorta a modelar nuestras almas y abandonarnos, con humildad y obediencia, al cuidado y al amparo de Su Madre, la Virgen María, y a dejarnos iluminar y guiar por Su Espíritu Santo. 

Nos invita a aceptar sus dones y a reconocer, a través de una vida interior de oración y meditación, lo que nos suscita y nos propone.

Nos llama a mantener la confianza ante la incertidumbre, la seguridad ante la cobardía para ser capaces de interpretar, a la luz de Su Espíritu, los signos de los tiempos.

Por eso, ¿qué quieres de mí, Señor?

Es tiempo de Purificación

Es tiempo de dejarnos sanar por Dios.

Dios, Rey del Universo, nos llama a perseverar en nuestra fe, aún caminando por el sufrimiento y el dolor, para sanarnos, purificarnos y santificarnos.

Nos anima a dejarnos sustentar y consolar por Su Piedad y Su Compasión, y a mantenernos firmes en la esperanza de sus promesas.

Nos exhorta a aceptar éstos tiempos difíciles, para que en medio de la oscuridad del mundo, brille Su luz y podamos vislumbrar su voluntad.

Por eso, ¡Señor, sáname!

Es tiempo de Conversión

Es tiempo de dejarnos perfeccionar por Dios.

Dios, Monarca de la Misericordia, nos invita a convertirnos cada día y cada segundo, a su Amor, y así llegar a ser perfectos, como Él es perfecto.

Nos llama a buscar con denuedo la santidad y a no apartarnos de su voluntad, a ser valientes en nuestra debilidad, a tener coraje ante la adversidad, a ser fieles hasta el final.

Por eso, ¡Señor, santifícame!

Cada día estoy más seguro de su presencia en mi vida, de su intervención en mi día a día, de su auxilio en mi necesidad. 

Cada día estoy más seguro de lo mucho que me cuida, de lo mucho que se interesa por mi, de lo mucho que me quiere. 

Cada día estoy más seguro de que la relación entre la Providencia Divina y la Libertad que me ha otorgado no es una antítesis, sino una comunión de amor.

Cada día estoy más seguro de que tiene un Plan mayor y más perfecto que el que yo pueda imaginar o pretender.

Y eso, aunque sea por un cierto egoísmo, propio de hijo amado, me hace querer estar siempre muy cerca de Él. ¡Señor, no permitas que me aparte de Ti!