¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 9 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): DAR FRUTO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo tiene que morir para "dar fruto", para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Tiene que morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos, multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por otros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medidasin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los demás, incluso a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... 

Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR

miércoles, 15 de noviembre de 2023

¿QUÉ ES REALMENTE EMAÚS?

“Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 
'Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'...
 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. 
No hay mandamiento mayor que estos" 
(Mc 12,29-31)

Muchos ya han vivido y conocido lo que es un retiro de Emaús. Sin embargo, lejos de romper la confidencialidad al explicar o decir lo que allí ocurre, hoy quiero reflexionar sobre lo que es realmente Emaús.

En estos años de tantos retiros y reuniones, he sido testigo de muchos milagros: he visto corazones endurecidos "abrirse" al amor de Cristo y volverse incandescentes, he visto vidas destrozadas "resucitar" al sentirse sanadas y perdonadas, he visto personas adormecidas "despertar" a la llamada del Señor y ponerse en marcha, he visto almas cambiar de rumbo y caminar junto a Dios...entre ellas, la mía.
He visto tantas cosas y tantas buenas...que no puedo más que dar gracias a Dios por permitirme ser testigo privilegiado de su gracia y de su amor. Y he visto tantas cosas, no porque yo sea clarividente ni más listo que nadie, sino porque he aprendido lo que es realmente Emaús: he aprendido a escuchar primero, para después, aprender de lo que escucho.  De eso "va" Emaús: de escuchar. Emaús es escuchar a nuestro prójimo y a Dios. 

Estoy convencido de que escuchar es la primera manera de amar: al interesarnos por el otro, al querer saber más del otro, comenzamos a amarlo de manera efectiva e intencionada. Porque como dice san Agustín "nadie puede amar lo que no conoce". Y eso es lo que nos pasa en nuestras propias vidas con nuestras mujeres, con nuestros amigos, con nuestros hermanos y con nuestro Dios. Escuchamos y conocemos...y  al hacerlo, amamos.

Jesús, ese viajero misterioso que se acerca a los dos de Emaús (y a cada uno de nosotros), no se aparece de sopetón para darles un sermón durante "sesenta estadios" (alrededor de diez/once kilómetros). Imaginemos cuál sería nuestra reacción y actitud si un ferviente sacerdote nos "deleitara" con una homilía de casi dos horas...seguro que a los diez minutos habríamos desconectado (aunque, por otra parte, es lo que, por desgracia, muchas veces nos ocurre, incluso antes...).

La pedagogía divina es mucho más elevada y su amor, también. Y lo son porque son eso: "divinas". Una pedagogía (y un amor) que no ha dejado de mostrarse, de donarse y de entregarse durante siglos a todos los hombres, recibiendo más excusas que éxitos, más "peros" que "síes". 

Desde el principio, Dios ha dicho: "Shema Israel" (Dt 6,4; Mc 12,29), "Escúchame pueblo mío, Escúchame hijo mío". Pero el hombre no escucha...
Es la forma de actuar del amor, es la manera de ser de Dios...el Señor, nos aconseja qué hacer para vivir una vida plena y dichosa, dando ejemplo: primero escucha y después, habla. Y lo hace por pura misericordia porque Él lo sabe todo y no necesita escuchar nada de nuestra boca que no sepa. Pero, quiere hacerlo, porque nos ama. Igual que un padre escucha a su hijo sabiendo de antemano lo que quiere y necesita.

El Resucitado inicia su pedagogía preguntando a los discípulos: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Tras la respuesta, un tanto sarcástica, de los éstos, vuelve a preguntarles: "¿Qué?".

El sabe todo lo que ha ocurrido en Jerusalén esos días...¿cómo no lo va a saber si le ha pasado a Él?, pero quiere que se lo digan los discípulos, quiere escuchar lo que agobia y preocupa sus corazones. De la misma forma que quiere que nosotros le contemos que nos preocupa y nos agobia...¿para qué? para que vayamos a Él, y Él nos aliviará (Mt 11,28).

Esta es la gran lección de Emaús y también de nuestra fe en Dios. Hay muchas otras, pero la primera es "escuchar". No se puede creer sin escuchar, de la misma forma que no se puede amar sin conocer, no se puede servir sin dar la vida. 

Escuchar es iniciar un acercamiento de amor para entrar en comunión. Es la pedagogía de Dios: escuchar para amar y servir, para "darse" y entregar la vida. 

Sin embargo, el mundo y Satanás, con su falsa pedagogía, nos instan a no escuchar ni a Dios ni al prójimo. Nos anima a hacer prevalecer nuestro discurso sobre el de los demás, a imponer nuestras ideas sobre las de los demás, a establecer división y rencor, sospecha y duda. 

En definitiva, a odiar a los demás, a servirse de los demás, a "negarse" a los demás, a quitar la vida.
Jesús nos muestra Emaús como una gran eucaristía en la que lamentamos nuestra pérdidas, escuchamos su palabra, le invitamos a nuestra vida, le reconocemos al partir el pan y salimos a proclamar que ha resucitado. 

Pero además, Emaús es una gran oración: escuchamos cuánto nos ama, cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros y qué nos pide. Lo mismo que hacía Cristo cada vez que se enfrentaba a una misión encomendada por su Padre: escucharlo en oración.

El dilema está ante nosotros, hoy como en el principio, en el árbol del paraíso o en el árbol del calvario: debemos tomar partido, elegir una opción: escuchar a Dios o seguir a nuestra concupiscencia. 

Pero sólo escuchando a Dios y a nuestro prójimo seremos capaces de pasar del odio al amor, del rencor a la gratitud, del pecado a la santidad. Eso es Emaús...


"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias"
(Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22)



JHR

lunes, 25 de julio de 2022

QUIEN NO RENUNCIA, NO ANUNCIA

"
Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz cada día 
y me siga."
(Lc 9,23)

Dice el mismísimo Jesús que para seguirle hay que renunciar, que para ser discípulo suyo es necesario renunciar...a muchas cosas...que no necesitamos. 

Según el diccionario, renunciar es abandonar voluntariamente una cosa que se posee o algo a lo que se tiene derecho.  Meditemos cada palabra y frase de esta definición:
  • "Abandonar" implica dejar, desistir, renunciar
  • Voluntariamente" implica hacerlo libremente, por propia voluntad, sin presión, sin condicionantes ni pretensiones.
  • "una cosa que se posee", implica bienes, propiedades,  pertenencias, ideas conocimientos...
  • "algo a lo que se tiene derecho" implica algo que podemos demandar, solicitar o reclamar justamente.
¡Qué difícil es seguir a Cristo! ¡Qué arduo es evangelizar! ¿no?

¡Quien no renuncia, no anuncia! ¡Renunciar es amar! ¡Renunciar es servir! ¡Renunciar es darse, entregarse!

Solo aquel que renuncia al mundo, anuncia bien al Señor. Solo quien está libre de triunfalismos y de apegos, testimonia de manera creíble a Cristo. Solo aquel que es dócil y humilde a la acción del Espíritu, evangeliza.

Seguir a Cristo exige libertad frente a los condicionantes sociales, a los miedos y a las falsas seguridades. Estamos llamados a ser testigos de su amor, a contagiar nuestra fe, la esperanza y dar frutos de amor.
Anunciar a Cristo implica confianza en Dios para afrontar el desapego de un mundo que nos insta al egoísmo, al individualismo y al consumismo. Supone ir, salir, arriesgarse, ligeros de equipaje, sin seguridades humanas para dejar actuar a la Providencia.

Hacer discípulos es invitar sin imponer ni imponerse, ir juntos, al lado del hermano, ni delante ni detrás y sin imponer ningún ritmo de marcha. La fuerza del anuncio no está en los argumentos, ni en los métodos ni en los procedimientos sino en la renuncia del yo para que crezca Él.

Servir a Dios y al prójimo requiere renunciar a nuestros intereses, a nuestras opiniones, a nuestras necesidades, para centrarnos en las de los demás. 

Evangelizar no es hacer adeptos ni prosélitos sino atraer, contagiar, seducir... escuchando con amor sincero y sirviendo con autenticidad, generosidad, obediencia y humildad.

¡Para anunciar hay que renunciar!


viernes, 8 de abril de 2016

SER (VIR) O NO SER (VIR): ESA ES LA CUESTIÓN



"Quien hace lo que quiere, no hace lo que debe"

La cultura occidental, enfocada en el individualismo y su libertad, difunde fundamentalmente el valor del respeto hacia la dignidad de la persona, favoreciendo su libre desarrollo y su autonomía, en detrimento de otros valores imprescindibles en el servicio, como la obediencia o la disciplina.

Cuando sirvo a otros como cristiano que soy, mi libertad individual, que lucha contra cualquier atisbo de disciplina o dependencia, corre el peligro de transformarse en relativismo (todo vale), y éste, en soberbia (porque yo lo valgo) y ésta, en rebelión al Creador (Dios no vale).

Es entonces cuando peco, al caer en una forma de idolatría y rebeldía, que no sólo no aumenta la libertad sino que esclaviza y conduce a la muerte.

¿Sirvo con obediencia y disciplina? 


Hoy, en esta sociedad, la obediencia “no se lleva”, “no es símbolo de libertad”, y la sustituimos por rebeldía; la disciplina no tiene “buena prensa”, es “políticamente incorrecta” y la interiorizamos como falta de tolerancia, flexibilidad y complacencia. 

¿Qué es la obediencia? Del latín ob audire = el que escucha, “capacidad que conduce de la escucha atenta a la acción, mediante la subordinación de la voluntad a una autoridad, a una instrucción, al cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe”.

¿Qué es la disciplina? Del latín discere = "aprender", “capacidad que actúa ordenada y perseverantemente para conseguir un fin”, mediante un determinado código de conducta u orden.

Mi servicio o ministerio a Dios y al prójimo requiere la presencia de ambas capacidades, las cuales a su vez, me conducen a:

  • ESCUCHA, ATENCIÓN y DILIGENCIA a quienes tienen conocimiento, experiencia, método o sabiduría. 
  • ACCIÓN aprendida e interiorizada.
  • ORDEN para que logremos los objetivos deseados.
  • ARMONÍA, porque todo guarda su lugar, su espacio y su proporción.
  • RESPETO, porque requiere que acatemos un consenso y unas directrices pactadas.
  • LÍMITE, porque un límite es una frontera que separa, pero que a la vez une.
  • COORDINACIÓN y SINCRONIZACIÓN, porque asegura la suma de todos nuestros esfuerzos complementarios y así, conseguir nuestro objetivo común.
  • EFICIENCIA, porque produce mayores resultados con menores esfuerzos.
  • SUMISIÓN e INCONDICIONALIDAD para cumplir la voluntad de la autoridad, que es, en definitiva, Dios.
  • DETERMINACIÓN y PROYECCIÓN DE METAS para saber por qué y a quién servimos.
¿A quién busco?

De la misma forma que a los primeros discípulos quienes, inseguros y dudosos, se dispusieron a seguir a Cristo, el Señor me pregunta: “¿Qué buscas?” (Juan 1, 38) y me interpela:

¿Qué busca mi corazón? ¿En qué cosas me afano? 
¿Me busco a mi mismo o busco al Señor mi Dios? 
¿Sigo mis deseos o los del que me ha dado la vida y la quiere realizar como Él quiere y conoce? 
¿Persigo mi gloria o la de Dios? ¿Obedezco a mis propias intenciones o a las ideas perfectas de Dios?
¿Cuál es mi anhelo? ¿A quién busco?

“Tu rostro buscaré, Señor” (Salmo 26, 8): ésta es mi respuesta, pues he comprendido la infinita grandeza de Dios y la soberanía de su voluntad; pero también es la respuesta de toda criatura humana en busca de verdad y felicidad. 

Hoy muchos ven negativamente toda forma de dependencia; pero es propio e innato de todo ser vivo, depender de Otro y, en la medida en que es un ser en relación, también de los otros.

Como cristiano, busco a Dios vivo y verdadero; el Dios que no he forjado yo a mi imagen y semejanza, sino el que me ha hecho a imagen y semejanza suya; el Dios que manifiesta su voluntad y me indica el caminos para alcanzarla; el Creador de quien depende mi existencia. 

La voluntad de Dios es amiga, benévola, quiere mi felicidad y mi realización, y desea mi libre respuesta de amor a su amor, para convertirme en un privilegiado instrumento de su amor infinito y misericorde.

¿Sigo a Jesús, el Hijo obediente al Padre?

Como cristiano, mi guía y mi ejemplo es Cristo, “a quien el Padre ama y se complace” (Mt 3, 17; 17, 5). Jesucristo me ha liberado por su obediencia: en Él todo es escucha y acogida del Padre (Jn 8, 28-29); toda su vida en la tierra es expresión y continuación de obediencia y disciplina al Padre hasta el punto de no hacer nada por sí mismo (Jn 8, 28), sino hacer en todo momento lo que le agrada al Padre. 

Por su “obediencia radical hasta la muerte”, “soy constituido justo” (Rm 5, 19). El rostro y el nombre de Cristo Jesús es Obediencia, Humildad y Oración.

De la misma manera, estoy llamado a seguir al Cristo obediente en mi vida cristiana como evangelizador, como instrumento de Dios o como servidor de los demás y así, obedezco y escucho como obedece y escucha el Hijo al Padre.


¿Sirvo o me sirvo?

Sirviendo sin obediencia, trabajo el doble y rindo la mitad; me disperso, exteriorizo mi desconcierto, mi caos y provoco desunión; extravío el rumbo y mis esfuerzos no se complementan con el resto del equipo; no cumplo los objetivos ni la voluntad del Señor.

Sirviendo sin disciplina, quebranto la unidad, instigo el espíritu de discordia y división, aliento los roces con los integrantes del grupo, disparo las quejas y lamentos por cuestiones menores, rompo acuerdos y normas, busco ventajas propias, hago perder el sentido de los esfuerzos conjuntos.

Sirviendo con disciplina, me convenzo de que mis ideas y soluciones no son siempre las mejores; de que no puedo hacer mi voluntad, sino la Suya; de que no siempre tengo la razón y que no son los otros quienes deben cambiar; de que no pienso sólo en mis cosas y me intereso por las necesidades de los demás.

Sirviendo con obediencia, Cristo resucitado se hace presente en mí, sigo su modelo de amor, cumplo la voluntad del Padre, me pongo al servicio del Reino y me uno fraternalmente a la familia de Dios en la tierra.

jueves, 26 de noviembre de 2015

HÉROES DEL AMOR RESTAURADO


"Morir de amor es morir por dentro, 
quedarme sin tu luz, perderte en un momento...
¿Cómo decirte que lo siento, que tu ausencia es mi dolor, 
que yo, sin tu amor me muero"

Morir de amor, Miguel Bosé, 1980


Hubo un tiempo en que no me sentía llamado a nada ni por nadie. Mi vida no era ni mucho menos plena, se basaba en una continua pero estéril búsqueda, sin horizonte, sin propósito, en una queja constante, en un "sin vivir" vacío. Eso no era "vida", ahora lo sé.

Comencé a vivir de verdad cuando mi Padre me vio llegar de lejos con la cabeza agachada, me tendió sus brazos amorosos y me besó, perdonó todos mis desordenes sin reproche, me acogió en su casa "haciendo fiesta" y me devolvió mi dignidad de hijo suyo.

Me brindó su casa y su familia para descansar, no para acomodarme ni para llevar una vida plácida, sin más. Primero me acogió, me sanó y me restauró. Ahora me pide todo lo que sabe que puedo dar, y me dice cómo y dónde darlo.

Su petición es una llamada a ser discípulo suyo en mi propia realidad, a ser apóstol en mis circunstancias, a ser misionero en mi camino. El campo de siembra es un espacio multifocal que se desarrolla en mi propia casa, en mi familia, en mi matrimonio, en mi círculo de amigos, en mi ambiente laboral o en mi vecindad.

La plenitud de mi vida no depende de la dificultad  de las circunstancias o la complejidad de los problemas a los que me enfrente, sino de mi actitud interior, derivada de un amor infinito, seguramente inmerecido, pero por el que me entrego por completo, con sumisión y obediencia, diciéndole a Dios que sí a todo y en todo momento, rogándole: cúmplase tu voluntad, no la mía.

Mi ministerio consiste en dar sin esperar, en servir a otros hasta que duela, en ser pequeño, incluso en ser el último, en despojarme de toda arrogancia y vanidad.

Mi servicio busca pasar desapercibido, no busca reconocimiento, huye del mérito propio y no lleva cuenta del esfuerzo ni deja espacio a la queja. 

Mi labor sigue el ejemplo de Aquel que me amó primero, de Aquel que murió y resucitó por mi, de Aquel que vino a servir y no a ser servido, de Aquel a quien ahora conozco personalmente y a quien no puedo dejar de dar gracias y amar.

Amar y servir son las prioridades en mi vida. Todo lo demás, me viene por añadidura. ¿Quién puede cansarse de dar amor? ¿Quién puede vivir sin servir?¿sin amar?

lunes, 19 de octubre de 2015

AMAR ES SERVIR


"En verdad os digo 
que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis."
Mateo 25, 40


El papa Francisco nos llama a la necesidad de realizar obras de misericordia como la mejor, la más completa y eficaz manera de poner a la Iglesia en salida; para que ésta deje de mirarse el ombligo y se ponga en tensión misionera, se rejuvenezca y despierte al Espíritu Santo que la susurra al oído; y aún a riesgo de quedar herida e incluso a equivocarse, antes que quedarse inmóvil, acomodada y paralizada en su preocupación por el presente, nostalgia del pasado, o temor por el futuro.

En ocasiones, nos dejamos vencer por la tentación de buscar excusas con el propósito de mantener una actitud, asimilada durante mucho tiempo, de cómodo clericalismo, buscando únicamente ser receptores, un tanto "apalancados", de las verdades de la fe cristiana, en lugar de ser servidores.

Jesús concentra toda la Ley de Dios en dos mandamientos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos". (Mateo 22, 37-40).

Amar es servir y el servicio se conjuga en infinitivo: servir es dar, vestir, visitar, acoger, perdonar, escuchar, enseñar, corregir, consolar, rezar, interceder.

A menudo, tratamos de justificarnos con expresiones del tipo: "soy un pecador", "no soy digno", "necesito aprender", "no soy capaz", "soy mayor", "eso no es para mi"... pero Dios llama a TODA su Iglesia a la misión; no nos dice: "si puedes o si quieres"; no es algo optativo ni para cualificados; es un mandato a TODOS los bautizados.

Si Dios sólo buscara utilizar a personas perfectas para su propósito, poco o nada conseguiría hacer. Él capacita a los elegidos y rara vez, elige a los capacitados. Él ha otorgado dones y talentos a cada uno de sus hijos para que los pongan al servicio. 

Sin embargo, su enemigo, el diablo, trata de embaucarnos con la incitación a hacernos los "remolones", para que no los utilicemos; la gran argucia es hacernos pensar que sólo siendo santos y perfectos podemos dar gloria y servir a Dios.

Dios "tira" de cada uno de nosotros sólo si nos encontramos disponibles para Él, sólo si nos mostramos dispuestos a lo que nos pida, sólo si nos disponemos a servir. Y yo me pregunto:

¿Estoy dispuesto a amar? ¿Estoy dispuesto a servir? 




lunes, 17 de agosto de 2015

AYUDAR, ARREGLAR O SERVIR








 Arreglar, ayudar y servir son tres modos diferentes de relacionarte con los demás. Veamos las diferencias:

"Cuando ayudas ves a los demás como débiles. Cuando arreglas, los ves rotos. Y cuando sirves ves a los demás completos. Más aún, el arreglar y el ayudar son energías que emergen del ego; por el contrario, el servir es una energía que emerge del alma.

El servir parte de la premisa de que la naturaleza de la vida es sagrada, que todos nosotros y la vida somos un misterio con un propósito desconocido. Cuando servimos sabemos que pertenecemos a ese misterio, a la vida y su propósito. Desde esta perspectiva todos estamos conectados: todo sufrimiento es mi sufrimiento y toda alegría es mi alegría. Desde esta perspectiva el impulso de servir emerge de modo natural e inevitable.


Servir es muy diferente a ayudar. La ayuda no existe en una relación entre iguales. Un ayudador suele ver a los demás como más débiles que a sí mismo, más necesitados. Y este desequilibrio se percibe con frecuencia. El verdadero peligro con la ayuda es que, sin querer, podemos estar tomando más de lo que damos. Podemos reducir la autoestima del otro, su valía percibida e incluso su integridad.

Cuando ayudamos nos damos cuenta de nuestras fortalezas. Pero cuando servimos, no lo hacemos desde nuestras fortalezas, sino desde todo nuestro ser, desde toda nuestra experiencia como ser humano. Servimos desde nuestras limitaciones y nuestras heridas; incluso desde nuestro lado más oscuro. Mi dolor es la fuente de mi compasión, mis heridas son la fuente de mi empatía.

El servir nos hace conscientes de nuestra completitud como humanos y de nuestro verdadero poder. Todo nuestro yo sirve al todo en los demás y a la totalidad de la vida. Tu totalidad y la mía son lo mismo. Servir es una relación entre iguales: cuando sirvo fortalezco a los demás y también a mí mismo.

Arreglar y ayudar nos agotan, y con el tiempo nos consumen. Sin embargo servir nos renueva, nos refresca y nos reafirma. Cuando ayudamos podemos experimentar satisfacción; pero cuando servimos experimentamos gratitud.

Cuando arreglamos vemos al otro como roto, y respondemos ante esa percepción con nuestros conocimientos, con nuestros saberes y experiencia. Los que van arreglando a los demás confían mucho en sus conocimientos y experiencia pero no ven la totalidad de la otra persona, no confían en que toda la vida están en ellos. Cuando servimos vemos y confiamos de verdad en que esa persona está completa, que la vida misteriosa que habita en nosotros también habita en ella. Y de este modo la fortalecemos y nos fortalecemos nosotros. De este modo incluso podemos conseguir que esa persona se vea completa y con confianza quizá por primera vez.

Arreglar y ayudar crean distancia entre las personas, y la experiencia de ser diferentes. No es posible servir desde esa distancia. Solo podemos servir aquellos con los que conectamos profundamente, y ello requiere coraje, valentía. Porque servir requiere confiar más en nuestra humanidad que en nuestros conocimientos, saberes y experiencia.

Arreglar y ayudar son estrategias para reparar la vida. Cuando servimos no hay nada que reparar porque no hay nada roto, todo está completo. Paradójicamente quizá, cuando nos ayudan o nos arreglan nos dañan. Solo el servir es sanador.

¿Y tú qué haces? ¿Cómo te relacionas con los demás? Como padre o madre, como maestro o como profesor, como médico o como enfermero, como psicólogo o como trabajador social, como policía o como bombero, como consultor, como directivo, como político o como banquero, como empleado público o como empleado en general, ¿arreglas, ayudas o sirves?"