¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 5 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo"
(Lucas 9,35)

La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene una gran importancia para los cristianos, pues no sólo nos muestra la visión de la gloria de Cristo en cuerpo glorioso e inmortal sino que nos anticipa la resurrección, base de nuestra fe: Su resurrección y, por ende, la nuestra.

Jesús elige una vez más a su "trío predilecto", a Pedro, Santiago y Juan, para llevárselos al monte Tabor (lugar de la presencia de Dios); los mismos que estarán con Él en el monte de los Olivos, antes de ser entregado. En ambas ocasiones, los apóstoles duermen plácidamente en la tierra, mientras desde el cielo la voluntad de Dios se hace presente.

Pedro, quien seis días antes, había proclamado la condición mesiánica de Jesús, ahora ve Su gloria con sus propios ojos pero... ¿es capaz de comprenderlo? 

Pedro, quien seis días antes, había escuchado de labios del Señor lo que tenía que padecer y sufrir, ahora lo escucha de los labios de Moisés y Elías pero...¿es capaz de comprenderlo?

Pedro, que seis días antes, había negado la voluntad de Dios, escucha de boca de Dios Padre la confirmación de todo lo anterior y ordena escuchar a Su Hijo: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35). Pero...¿es capaz de comprenderlo?

La clave sobre la que hoy queremos meditar en el pasaje de la Transfiguración son las palabras del mismísimo Dios Padre: "Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo". Dios hace dos afirmaciones y una exhortación: 
  • "Este es mi Hijo". Dios mismo nos confirma que Jesús es Su Hijo.
  • "El Elegido". Dios mismo nos confirma que Jesús es el Mesías prometido. 
  • "Escuchadlo". Dios mismo nos manda escuchar a Jesús, su Hijo, el Mesías.
¡Escucha la voz de mi Hijo! ¡Oye su Buena Nueva! ¡Déjate impactar por su mensaje de amor para que transforme tu vida! Es lo que Dios me pide y es todo cuanto necesito: vivir su palabra. Pero...¿soy capaz de comprenderlo? 

Podría caer en la tentación de decir (como Pedro): "Maestro, qué bien se está aquí", esto es, limitarme a proponer cosas (como montar tres tiendas o cualquier actividad espiritual que se me ocurra) para satisfacer a Dios, sin escucharlo. Pero eso no funciona...

¡Cuánto me cuesta escuchar y cuánto me gusta hablar! ¡Cuánto me cuesta "dejarme hacer" y cuánto me gusta hacer! ¡Cuánto me cuesta seguir el consejo de la Virgen María: "Haced lo que Él os diga" y cuánto me gusta hacer lo que yo diga! 

Sin embargo, no se trata tanto de "hacer cosas para Dios" como de "dejar que Dios haga cosas", es decir, dejar a Dios hacerse presente y escucharlo a través de la Escritura, la Eucaristía y la Oración. Escuchar su voluntad y comprender sus palabras me conduce a imitar sus hechos en mi vida real.  

Es muy fácil acomodarme en el bienestar del "Tabor" en una Adoración Eucarística, en un retiro espiritual, en una peregrinación, etc... pero la visión gloriosa de Cristo me debe llevar a transfigurarme más que a sentir gozo, para que, como dice San Pablo, refleje la gloria del Señor y me vaya transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor (cf. 2 Cor 3,18).

Transfigurarme supone configurarme con Cristo, convertirme en "otro Cristo"; dejarme envolver por la nube del Espíritu Santo, es decir, ser dócil a su gracia, para amar y servir a los "desfigurados", a los despreciados de este mundo, que no son otros que el mismísimo Cristo.

El hombre de hoy, por su naturaleza caída, se ha desfigurado y ha perdido la imagen y semejanza de Dios con la que fue creado, que no es otra que la imagen de Cristo. Por eso, nuestro reto como cristianos, además de descubrir el rostro de Jesús en cada persona, es reflejar su rostro en el nuestro, hacerle presente en nuestra vida diaria.

Si lo consiguiéramos, quizás podríamos escuchar de Dios lo mismo que dijo de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco".


JHR

viernes, 18 de septiembre de 2020

CAMINANDO CON JESÚS AL ATARDECER

"Y, tomando pan, 
lo bendijo, 
lo partió 
y se lo dio"
(Lucas 22,19)

El Señor interviene en mi vida...continuamente. Cada atardecer, mientras camino, a veces, desilusionado y, otras, alegre, Cristo se hace el encontradizo conmigo y me pregunta ¿qué conversación traes por el camino?

Jesús siempre se interesa por los anhelos y preocupaciones de mi corazón. No le son ajenos porque me conoce y me ama desde toda la eternidad. Siempre está dispuesto a escuchar de mis labios lo que Él ya sabe. 

Quiere que sea así... que lo verbalice, para que el propio eco de mis palabras resuene en todo mi ser; quiere que "saque" todo lo que hay en mi corazón para llenarlo de suaves palabras de amor y de paz; quiere que me vacíe de mí para llenarme de Él.

Jesús siempre me ofrece un diálogo tranquilo y pausado donde la meditación profunda de sus palabras me abre paso a la contemplación pausada, sin prisa. Es un momento donde el tiempo se detiene y el espacio desaparece, donde no existe ruido ni agitación. Sólo Él y yo...

"Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, me explica lo que se refiere a él en todas las Escrituras". Me cuenta cómo, a lo largo de mi vida, ha estado siempre presente, interviniendo siempre con su gracia para ganar mi alma, aunque yo no le haya reconocido.

Entonces, le invito a mi casa por voluntad propia, se sienta a la mesa eucarística y me susurra "su pregunta", la que me hace todos los días: ¿te he dicho alguna vez que te quiero? 

Y lo hace con su única y magistral forma de enseñar, para que se me abran los ojos y le reconozca:


Toma el pan

Cristo me toma, me elige, me conquista... Podría elegir a otros muchos, pero me elige a mí. 

Me llama por mi nombre y asume mi vida, con mis limitaciones y debilidades, con mis aciertos y errores, con mis dones y mis pecados. Me hace "suyo" por amor incondicional.

No se arrepiente de elegirme y caminar conmigo. Aunque falle, aunque me equivoque, aunque caiga, aunque le traicione, le niegue y le dé la espalda, Él siempre me tiende su mano amiga.

Lo bendice

Jesús siempre habla bien de mí, aunque no lo merezca. Nunca me desprecia ni me culpa. Porque me quiere.

Me ensalza, me santifica, me diviniza y me consagra a Él. Pero además, me capacita y me da fuerza. 

Pone en mi alma el deseo de desarrollar los talentos que me ha dado para darle gloria.

Lo parte

Cristo me parte en pedazos, me rompe, me quebranta. Quiere que viva un poco roto, humillado, anonadado, incomprendido...como Él.

Quiere que sea consciente de mi debilidad, que asuma mi fragilidad...y así, asemejándome a Él, viva con humildad, obediencia y confianza la misión que me ha encomendado.

Sólo quebrantado soy capaz de comprender que necesito su gracia y, en un acto libre de mi voluntad, ser capaz de amarle y darle gloria.

Lo entrega

Jesús me ha hecho reflejo suyo y por tanto, "pan" para los demás. Soy alimento para ser consumido y digerido. Mi vida es para entregarla a los demás y a Dios.

Soy un regalo para los demás. Soy la luz y la sal para quien no conoce y necesita al Salvador. El fuego que arde en mi corazón es para incendiar otros corazones que necesitan Su amor misericordioso.
Entonces, el Señor desaparece tras haberme dado de comer su divinidad, tras haberme invitado a ser un "alter Christus", tras haberme invitado a ser "un sacrificio agradable ante el Padre", una "hostia viva" para los demás. 

No sólo me propone llevar una vida eucarística, sino ser "eucaristía" para otros:

- para mi familia: para darme y entregarme completamente; para ser "otro cordero llevado al matadero", para ser humilde y dócil a la voluntad de Dios, para estar dispuesto a ofrecerme en sacrificio por ellos. 

- para mis amigos, esto es, para ser otro Cristo en la tierra, para tomar la cruz de mi pecado y morir a él; para seguirlo, para imitarlo dando mi vida por ellos. 

-para el mundo, es decir, para ser su perfecta imagen y semejanza, para que, cuando el mundo me vea, le vea a Él, "el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1, 29). 

-para Dios, esto es, para  ser santo, para ser perfecto...como Él.

JHR