¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 7 de enero de 2021

¿CREEMOS EN EL PURGATORIO?

"Quien hable contra el Espíritu Santo 
no será perdonado ni en este mundo ni en el otro" 
(Mt 12,32)

Muchos católicos abandonan a sus difuntos en el Purgatorio pensando que ya descansan en el Cielo, en la presencia de Dios. 

Se trata de un error teológico muy común, aunque muy humano. Creer que todos los cristianos, cuando mueren, por el hecho de ser católicos (o de parecerlo), van directamente al cielo es una imprudencia. Decir que ya están en la Casa del Padre es una temeridad. Y lo es porque, antes del cielo, existe un estado intermedio: el Purgatorio.

El Purgatorio, si bien no es un espacio físico ni una "forma" de Infierno, es un estado transitorio de purificación y expiación del alma, que se encuentra en apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, previo a la bienaventuranza plena, y por tanto, al acceso a la visión beatífica de Dios.

El Purgatorio es la última etapa de santificación para llegar a la patria celestial en la que las almas que allí se encuentran ya están salvadas, pero sufren debido a que pueden ver la gloria del Cielo, pero aún no pueden ser partícipes de ella. Por tanto, no todo el cristiano que muere va al cielo de forma inmediata.
Si los Sacramentos, durante la vida terrenal, son oportunidades que Dios nos ofrece para alcanzar la Gracia santificante, el Purgatorio es otra (la última) de las incontables oportunidades que Dios nos ofrece para santificarnos, incluso, después de la muerte física, porque "Dios es rico en misericordia" (Efesios 2,4), paciente, clemente y compasivo, y no quiere que ningún alma se pierda: "El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión" (2 Pe 3,9).

Sin embargo, es importante recordar, en primer lugar, que la entrada en el cielo está reservada a los santos, y para ser santo, hay que llegar en estado completo de gracia, es decir, totalmente purificados. En el cielo no puede existir nada "impuro" ni nada "imperfecto".

En segundo lugar, que la existencia del Purgatorio es una enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, y por tanto, doctrina que debemos creer, meditar y, aún sin entenderla, guardar en nuestro corazón.

Y en tercer lugar, que toda bendita alma del Purgatorio necesita plegarias, oraciones, indulgencias, misas, ofrendas, reparaciones y votos de ánimas o actos heroicos de caridad para acortar su estancia en dicho estado.

Según San Agustín, todas estas obras buenas que se ofrecen por las almas del purgatorio producen cuatro efectos: 

-meritorio. Aumenta la gracia de quien la hace, y no puede cederse. 
-propiciatorio. Aplaca la ira de Dios
-impetratorio. Inclina a Dios a conceder lo que se le pide. 
-satisfactorio. Ayuda a satisfacer o pagar la pena por los pecados, ofreciendo a Dios una compensación por la pena temporal debida. 
Nuestros difuntos no necesitan tanto palabras de "buenismo sentimental" y poco cristiano que presupongan, indiquen o asuman que ya están en el cielo, como de nuestra ayuda, caridad e intercesión. Porque si los vivos nos olvidamos de ellos, si no nos preocupamos por su santidad, seguirán sufriendo y en situación de desamparo, y puede que a nosotros nos ocurra lo mismo el día que el Señor nos llame.

El Purgatorio en la Biblia

En Lc 12, 58-59 y en Mt 5,25-26Cristo nos habla del Purgatorio. Ambos evangelios se refieren a purificarse "mientras vas de camino", es decir, mientras se vive, o de lo contrario, será necesario pasar por una especie de "cárcel temporal", o sea, el Purgatorio, y "no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla". No puede referirse, por tanto, al Infierno, porque una vez en él, nadie puede salir, ni siquiera "pagando".

San Juan, en su visión de la Jerusalén celeste, es decir, del cielo, en Ap 21,27 asegura que el Purgatorio es una necesidad y una consecuencia lógica de la santidad de Dios, ya que si Él es el tres veces santo (Isaías 6,3), o sea, es la plenitud de la santidad y la perfección, quienes estén junto a Él también deben de serlo (Mateo 5,48). En la ciudad celestial no puede entrar nada impuro, profano o pagano. Sólo los santos, los inscritos en "el libro de la vida del Cordero".

Mt 12,31-32 dice que "algunos pecados serán perdonados en este mundo o en el otro", lo que prueba la existencia del purgatorio, ya que no puede referirse ni al cielo, al que se accede sin pecado (ni mortal ni venial), ni al infierno, al que uno se arroja con pecado (mortal).

En Mt 18,21-35, Jesús compara el Reino de los Cielos con quien pide y recibe perdón pero que se niega a concederlo; aun así advierte que el hombre puede pagar su deuda. Habla de "ser entregados a los verdugos hasta que paguen toda la deuda... si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Dado que en el cielo no hay "verdugos", es en el Purgatorio, ese "lugar intermedio", donde el hombre debe purificar y pagar sus deudas pendientes.

En 1 Co 3,13-15, San Pablo habla del Purgatorio cuando habla del "fuego", es decir, la purificación, que probará y dejará patente la obra de cada uno, y del "salario", es decir, la recompensa, la corona, el cielo. El que no acceda (directamente) al cielo será "castigado", es decir, "purificado" por el fuego, esto es, por el Espíritu Santo. Una vez, pasado por el crisol del Espíritu, podrá acceder al cielo.
El Antiguo Testamento (Dn 12,10; Zc 13,8-9; 2 Ma 12,45se refiere a esa purificación, limpieza o "purga" como una pena temporal necesaria porque aún habiendo sido confesado y perdonado el pecado, el "rastro" o "marca" que deja debe ser restituido, reparado y "blanqueado".

Una explicación coloquial de los tres estados (cielo, purgatorio e infierno) podría ser que las almas "negras" van al infierno, las "blancas", al cielo, y las "grises", al purgatorio. Éstas últimas no pueden ir al infierno, puesto que sus pecados no son mortales (veniales), ni tampoco al cielo, porque nos son perfectos. Por ello, necesitan ser "blanqueadas" en el purgatorio.

El Purgatorio en el Magisterio de la Iglesia

Además de la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia enseña la doctrina de la existencia del Purgatorio a través de:

-el Catecismo

"Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios" (CIC 1030).

"La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados" (CIC 1031).

"Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos" (CIC 1032).

"El Purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza. En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del Purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia" (Compendio CIC 210-211).
-los Padres de la Iglesia:

"Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos..." (Tertuliano, 211 d. C.)

"El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)..." (Lactancio, 307 d. C.).

"Algunos pecadores no son perdonados ni en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (San Agustín, 354 d. C.).

"No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo..." (San Juan Crisóstomo, 386 d. C.)

"Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador..." (San Gregorio Magno, 580 d. C.).

“El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios” (Benedicto XVI, 2010 d. C.).
​-los Concilios:

"Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del Purgatorio" (Concilio de Lyon, 1254 y Concilio de Florencia, 1439).

"Como la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, a la luz de las sagradas Escrituras y de la antigua tradición de los Padres, haya enseñado en los sagrados concilios, y enseñe últimamente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles, y sobre todo por el santo sacrificio del altar; el santo concilio prescribe a los obispos que se esfuercen diligentemente para que la verdadera doctrina del purgatorio, recibida de los Santos Padres y de los santos concilios, se enseñe y predique en todas partes a fin de que sea creída y conservada por los fieles”. (Concilio de Trento, 1545-1563).

"Algunos de sus discípulos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados. [...] Santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (Concilio Vaticano II, 1962-1965).

Concluyendo, el Purgatorio existe, y por tanto, los cristianos tenemos el "deber" por la fe, no sólo de creer en él, sino  la "obligación" por el amor, de interceder por las almas que se encuentran purificándose en él.

viernes, 22 de noviembre de 2019

LA MUERTE NO ASEGURA EL CIELO A UN CRISTIANO


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"La vida cristiana ... 
exige tener la mirada fija en la meta,
en las realidades últimas 
y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades 'penúltimas' ... 
para que la vida cristiana sea 
como una gran peregrinación hacia la casa del Padre".
(S. Juan Pablo II. Catequesis sobre escatología -11/8/1999)


"Ya está en el cielo", "Disfruta ya de la presencia del Señor", "Ya está sentado en la mesa celestial" o "Ya está en la casa del Padre"... son expresiones que escuchamos ante la muerte de un ser querido.

Sin duda, son "deseos" expresados con buena voluntad, fe e indulgencia cristianas ante la gran pérdida de alguien querido, para demostrar el amor que le teníamos.

Pero no dejan de ser afirmaciones impregnadas de un "buenismo" equivocado, desmedidamente osadas, o cuando menos, bastante imprudentes, porque denotan un cierto desconocimiento de la doctrina de la Iglesia.

No por much
o decir de alguien que ha muerto: "seguro que está en el cielo", la afirmación se convierte en verdad. Nadie puede decir que tiene asegurado el cielo, ni siquiera quien muere en estado de graciaEs un error teológico de concepto y una imprudencia temeraria. 

A veces, inconscientemente, queremos hacer de "Dios", o pretendemos decirle a Dios lo que debe o lo que tiene que hacer. Pensamos que Dios es el genio de la lámpara, a nuestra disposición, a quien pedimos lo que sea y quien nos concede todos nuestros deseos. Esto es otro error teológico de concepto y una desviación de la voluntad.

Decía San Juan Crisóstomo que "la muerte es el viaje a la eternidad". Este gran santo dice: "viaje" y no "destino", es decir, un camino con etapas, no una llegada instantánea. 

Porque sólo a Dios, a su Justicia y Misericordia infinitas, le corresponde determinar el destino de cada uno en el Juicio Particular, donde se pondrá a la luz, el estado del alma en el momento de la muerte.

Juicio Particular

Según la Revelación, el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, en el mismo instante de la muerte, nuestro destino queda definido para toda la eternidad. 

Resultado de imagen de juicio particularDice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (#1022).

En ese momento, nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología, el Juicio Particular.

El Juicio Particular consiste en una especie de radiografía, "tac" o "escaner" espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.

Así, podemos asegurar que alguien que ha muerto también ha sido juzgado por Dios (Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación). 

El Juicio Particular define tres posibles escenarios: cielo, purgatorio o infierno.


Purgatorio

El purgatorio es una fase intermedia de la Economía Salvífica de Dios. Es un etapa  de purificación en la que el alma de aquellos que mueren en amistad con Dios, totalmente consciente de sus carencias, se refina por el dolor del amor, pues sabe que pudo haber amado aún mucho más de lo que lo hizo. 

Resultado de imagen de purgatorioPosiblemente, es el escenario más lógico de todo cristiano que no llega a un estado total de santidad. Porque aparte de la Virgen María, ¿alguno entre nosotros es lo suficientemente puro y lleno de gracia para estar delante de Dios? (Romanos 3,10, 14, 4, Deuteronomio 7,24, Josué 23, 9, 1 Samuel 6,20, Esdras 10,13, Proverbios 27, 4, Salmo 76; 130, 3).

Incluso los santos tienen pecados que necesitan ser expiados y el purgatorio es una parte de la infinita misericordia de Dios, porque no quiere que ninguno de nosotros muera, sino que viva y se arrepienta (2 Pedro 3, 9).

La Palabra de Dios es muy clara acerca de esta etapa purgativa (2 Macabeos 12, 39-46, Mateo 5, 24-25, Habacuc 1,13, 1 Corintios 3, 11-15, Apocalipsis 21,27).

Resultado de imagen de muerte de un ser queridoEl propio Jesucristo, hablando de la ofensa contra el Espíritu Santo, dice que ésta no será perdonada en este mundo, dando así a entender que hay faltas que se pueden perdonar una vez que morimos. Esto es, en el purgatorio. 

La Iglesia reconoce que estas almas se benefician de la oración de los vivos. Por eso, es tan importante que recemos por los difuntos, más que pronosticar su segura entrada celestial.

Infierno

El infierno es el estado de separación de Dios. A éste se condenan quienes lo han rechazado voluntariamente hasta el final. Y es una fase final, definitiva y eterna.

Resultado de imagen de purgatorioEl Catecismo también dice: “Jesús habla con frecuencia de la ‘gehenna’ y del ‘fuego que nunca se apaga’, reservado a los que hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo.

El Papa Juan Pablo II en "Cruzando el Umbral de la Esperanza" dice que la condenación es lo opuesto a la salvación, pero que tienen en común que ambas son eternas

Y el infierno es el peor mal, porque es la condenación eterna: el rechazo del hombre por parte de Dios, como consecuencia del rechazo de Dios por parte del hombre.

Podríamos decir que, al infierno van los que se arrojan a él de cabeza. Los que  se rebelan a la voluntad de Dios, los que reniegan de Dios y le rechazan voluntariamente (Non Serviam).

Cielo

Según el Catecismo de la Iglesia católica, el cielo es el "fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombreel estado supremo y definitivo de dicha”. También es un escenario definitivo y eterno.

El cielo es la salvación eterna, la felicidad que proviene de la unión con Dios, el gozo de la Visión Beatífica, es decir, el ver a Dios mismo "cara a cara" (1 Corintios 13, 12). 

El Cielo, que es un estado, un sitio indescriptible con nuestros limitados conocimientos humanos, en el que las almas aún esperan reunirse con sus cuerpos gloriosos, pero ya gozan de plena paz plena y pueden interceder por los vivos, al actuar como canales de la gracia divina en la Tierra.

La Virgen María nos ha mostrado, con su vida en la tierra y su Asunción al Cielo, el camino que hemos de recorrer hasta llegar al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado. 

Allí estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está María, porque seremos resucitados, tal como Cristo resucitó, y tal como Él ha prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre ( Juan 5,29 y 6,40).

jueves, 22 de agosto de 2019

INVITADO A UNA BODA

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"La boda está preparada, 
pero los convidados no se la merecían. 
Id ahora a los cruces de los caminos 
y a todos los que encontréis, llamados a la boda.“
(Mateo 22, 1-14)

Un día, hace unos pocos años, estaba yo a "mis cosas", en un cruce de caminos, cuando recibí una invitación. Se trataba de una invitación a una boda muy importante: se casaba el hijo del Rey. Y me invitaba... ¡a mí!...a un incomparable e inmerecido banquete. 

Yo, entonces, no tenía mucha relación con la Casa Real. Apenas conocía a los cortesanos del Reino. Ni tampoco a los pertenecientes al Pueblo. No conocía a nadie. 

¿Aceptaría o me excusaría? ¿Tomaría esa invitación como un honor o como un compromiso? ¿Confirmaría o declinaría mi asistencia? 

Me dijeron que muchos fueron invitados antes que yo, pero que no hicieron caso y rehusaron la invitación. Alguien dijo:"Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos". 

Resultado de imagen de banquete celestialAsí, el banquete se presentaba con muchos sitios vacíos y no lo entendía: "¿Por qué rechazaban tal invitación?" 

Entonces, escuche una voz femenina que me decía: "Te invito".

Yo no sabía ni Quién ni por qué me invitaba a mí, pero lo percibí como un autentico honor y un gran privilegio. Yo, un hombre sin mérito, sin virtud, sin valor, sin derecho, me sentí tremendamente halagado, me sentí especialmente querido, me sentí "elegido".

Ante tal honor, lo cierto es que no dudé un instante y respondí con un "sí" rotundo. Confirmé mi humilde deseo de asistir a ese banquete tan especial. 

Enseguida, pensé que no tenía ni idea de sus usos ni de sus costumbres. No sabía como había de comportarme ni tampoco de cómo debía vestirme para la boda. 

Resultado de imagen de banquete celestialEntonces, la Reina (aquella voz femenina que me invitó) me ayudó a conocer un poco más del Reino. De la mano de sus maternales enseñanzas, comencé a instruirme, a investigar y a conocer quien era el Rey. 

Ella me presentó al Novio, su Hijo, Jesús es su nombre, que me recibió con los brazos abiertos. Fue presentándome uno por uno a todos los que formaban parte del séquito. Aprendí en qué consistía una Boda así. Aprendí mucho...y aún continúo haciéndolo...

Ella, María es su nombre, me enseñó que, para asistir a ese banquete, debía ser capaz de establecer la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, entre el agradecimiento y el resentimiento, entre la humildad y la vanidad, entre el amor y el rencor. 

Tenía que establecer diferencias entre lo que es "debido" y "lo que se lleva", entre lo que "es" y lo que "dicen que es", entre vestirse adecuadamente y "disfrazarse", entre lo auténtico y lo falso. 

Prepararse, asearse y vestirte adecuadamente para un banquete real tan insigne, lleva su tiempo. No hay que apresurarse en ponerse lo primero que encuentras en el armario ni elegir "a oscuras". 
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Se trata de saber a dónde voy, de ir bien limpio de pecado, muy perfumado de gracia y perfectamente "revestido" de Cristo. 

Se trata de preocuparme por tener la disposición correcta y así, hacer honor al Novio y dar gloria al Rey

No se trata de comprar ropa de marca o de moda. Ir bien vestido a esta boda no tiene nada que ver con el dinero, ni con la fama, ni con el poder, ni con las cosas a las que el mundo da importancia. 

Se trata de encontrar un equilibrio entre mi interior y mi exterior, de ser consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión frente a mi pequeñez, de la gran riqueza del Rey frente a mi gran pobreza. 

Y hoy, sigo preparándome, tratando de perseverar en una actitud correcta (fe), esperando que llegue el "día" (esperanza), vistiéndome adecuadamente (amor) para ser un "digno invitado", para merecer estar allí. 

Ese día, me gustaría poder escuchar: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL ANHELO DEL CIELO, OBJETIVO DE NUESTRO PARCHÍS

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"El hecho de que nuestro corazón anhele algo 
que la tierra no puede darnos 
es prueba de que el cielo debe ser nuestro hogar".
(C.S. Lewis)

Ayer estuvimos en el funeral de Gonzalito, el hijo pequeño de Cristina y Ángel, que ha partido al cielo después de apenas dos años de estancia en la tierra. 

El P. Javier Siegrist fue quien celebró la Eucaristía. Y digo bien: celebró, porque fue una fiesta en la que dábamos gracias a Dios por la llegada de un nuevo santo al cielo, a pesar del dolor que supone la separación física y más de un niño pequeño. 

Pero anoche, todos los presentes festejábamos con gozo el hecho de que Gonzalo es un Hijo de Dios que ha llegado a su destino, que ha alcanzado el propósito para el que fue creado: Reunirse con su Padre y Creador.
El P. Siegrist lo explicó de forma maravillosa. Nos dijo que la vida es como un parchís donde cada familia tiene un color.
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Cada color tiene fichas (miembros de la familia) que deben salir del "casillero" (vivir su vida), pasar por distintas casillas (vivencias), evitar ser "comidas" (problemas), y finalmente, pasar por el pasillo de nuestro color y así, conseguir el objetivo final: llegar al centro, el cielo. 

Es cierto que cuando una ficha de nuestro color entra en el centro, ya no la vemos más, ya no juega pero, eso sí, nos hace avanzar diez casillas.

Y es que el ser humano es una "ficha" que anhela llegar al "centro" del tablero para así ganar la felicidad. Cada vez que una de nuestro color llega al centro, cada vez que alguien de nuestra familia llega al cielo, nos hace adelantar casillas.  Avanzamos en santidad y en fe, en la certeza de llegar allí, sin detenernos por ninguna causa, para estar de nuevo reunidas todas.

El anhelo de vida eterna es una de las características que identifican a quien es hijo de Dios (por el bautismo) y cuyo destino está en el Creador. 

Dice el Salmo 63, 2: "Oh Dios, tú eres mi Dios; desde el amanecer ya te estoy buscando, mi alma tiene sed de ti, en pos de ti mi ser entero desfallece cual tierra de secano árida y falta de agua." 

Un hijo de Dios quiere ir hacia él y, por eso, nada del mundo puede distraerlo, nada puede "comerlo". 

Fuimos concebidos para llegar al centro. Es cierto que mientras estamos en el vientre de nuestra madre, nos encontramos muy cómodos y no queremos salir de allí. Sin embargo, cuando llega la hora traumática del parto, vemos la luz y unos brazos amorosos de madre nos esperan para acercarnos a su pecho, y después, presentarnos a nuestro padre, que llora de júbilo. Toda la familia llora de alegría.

Así es también nuestro tránsito de esta vida terrenal al cielo, a la vida celestial para la cual fuimos concebidos. 


Al cruzar el umbral de la muerte, nuestra Madre, la Virgen María nos espera impaciente con los brazos abiertos para llevarnos a la presencia de nuestro Padre y presentarnos al resto de nuestra familia: los santos y los ángeles. En ese momento, todo el cielo es un cántico de júbilo.

Si jugamos nuestra partida desde la certeza absoluta de que el Cielo es nuestro hogar eterno, nuestras prioridades y decisiones se alinearán con el objetivo del juego, con la meta a la que Dios nos llama a todas sus fichas: a vivir eternamente en su presencia.

En el Cielo ya no estaremos preocupados por que nos "coman" (enfermedades, pruebas, dolor, sufrimiento) o por cuántas casillas nos faltan para llegar (tentaciones, limitaciones, debilidades, necesidades).


En el "centro" descansaremos. Descansaremos en brazos de Dios.

martes, 18 de julio de 2017

UNA MADRE EN EL CIELO

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El dolor por la pérdida de una madre nos rompe el corazón en mil pedazos. El abatimiento y la desazón nos hacen un nudo en el estómago por aquella que nos dio la vida y que ahora desaparece de ella.

Pero hoy, queremos evocar su memoria y el legado de amor que recibimos de ella en vida. Una madre que siempre buscó la felicidad de sus hijos, que se sacrificó por su bienestar y que puso todas sus fuerzas en su cuidado. 

Sacrificios que no han sido en vano y que ahora, desde el cielo nos mira, contenta por la forma en que vivimos nuestra vida, por las decisiones que tomamos, por la forma en que amamos…

Con nuestros rostros iluminados de amor, hoy le decimos sonriendo... “Mamá, aquí estoy, haciendo las cosas como me has enseñado”

Hoy abrazamos con una sonrisa su hermoso legado y con un corazón agradecido, le decimos: "¡¡Mamá, te quiero!!"





Dedicado a mi amiga Cristina y a mi mujer María José