¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 11 de diciembre de 2018

SOBREVIVIR A UN HIJO

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Señora mía, ¡Qué dolor el tuyo! ¡Qué dolor el mío…! 
¡Qué dolor el de ambos! ¡Se nos ha muerto un hijo…! 
El tuyo más grande, la mía pequeñita… 
¡Los dos tan hermosos!
 ¡Un Dios y una niña! 
¡Qué dolor el tuyo, entregarlo a los hombres…; 
…qué dolor el mío, entregársela a Dios!


Hoy he estado acompañando a mi mejor amigo y a su mujer, en el calvario de la muerte de su única hija de quince años, Lola. 

El desgarrador y profundo dolor de unos padres desesperados, desolados y a la vez, impotentes, nos han hecho derramar a todos, lágrimas sinceras desde lo más profundo de nuestros corazones. 

El escenario devastador de una pérdida tan irreparable nos ha hecho meditar a todos los que tratábamos de consolar, en vano, a esos padres destrozados por el sufrimiento, sobre el propósito de nuestras vidas. 

Algunos de los presentes se preguntaban ¿cómo se gestiona esto? ¿cómo se interioriza la muerte de un hijo? ¿cómo se controla esta situación?

Una vez escuché a alguien decir una frase que durante mucho tiempo he hecho mía: "Ningún padre debería sobrevivir a un hijo".  Porque la muerte de un hijo no es natural ni lógica. Porque no sólo implica la pérdida de su presencia física sino también el quebrantamiento de los sueños y proyectos que, como padres, habíamos imaginado para su vida. 

La muerte de un hijo es un "agujero negro" que todo lo engulle y que no puede explicarse. Es una "bofetada" a las promesas, a los dones y sacrificios de amor que los padres han entregado a la vida que han hecho nacer. 

Algunos psicólogos afirman que las reacciones tras un suceso tan dramático dependen de la manera en que se produce la muerte. No puedo estar de acuerdo. El dolor de los padres ante una pérdida tan inmensa es personal e intransferible. 

Nadie podemos acercarnos ni siquiera a intuirlo, ni tampoco a comprenderlo y mucho menos a explicarlo. Y seguramente sea así porque el mundo no quiere hablar de la muerte. Prefiere obviarla porque no puede explicar nada más allá de ella.

De poco sirven las palabras, seguramente sinceras, de ánimo. 

De poco sirven los consejos de los psicólogos para afrontar y reconducir esas vidas rotas y quebradas. 

De poco sirven los razonamientos humanos para explicar lo sucedido y reparar esa ausencia.

La angustia y la pena por la marcha de un hijo hace que todo nuestro universo se derrumbe, se transforme y nos avoque a la necesidad de encontrar algo más grande que nosotros mismos, para poder afrontar lo que sentimos y sufrimos; para hallar, no tanto una explicación, sino un consuelo; para encontrar, no tanto un "por qué", sino un "para qué".

A menudo, creemos que tenemos el control de nuestras vidas y la de las personas que nos rodean. Creemos que podemos gestionar cualquier situación que se nos presente. 

Sin embargo, ante la muerte de un hijo, caemos en un profundo abismo en el que tomamos consciencia de lo vulnerables y frágiles que somos. Una fosa en el presente que engulle el pasado y el futuro.
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Sólo desde los ojos de la fe, puede abrirse la única dimensión capaz de dar sentido a lo que racionalmente no lo tiene y que no logramos aceptar.

Sólo desde la mirada de la esperanza cristiana, podemos seguir caminando por este peregrinaje temporal hacia un hogar eterno. 

Sólo desde la confianza en un Dios que nos ha creado por amor, podemos llegar a vislumbrar que hemos sido pensados para algo mejor y más duradero.

Según palabras del papa Francisco: “Cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural. Sobrevivir a los propios hijos tiene algo particularmente angustioso, que contradice la naturaleza elemental de la relación que da sentido a la misma familia. Es nuestra fe la que nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de los falsos consuelos del mundo. Sólo desde nuestra confianza en Dios podemos sacarnos de la muerte su ‘aguijón', a la vez que podemos impedir que nos envenene la vida, echar a perder nuestros afectos y hacernos caer en el vacío más oscuro”.

Ante la pérdida de un ser querido no se debe negar el derecho al llanto. Tenemos que llorar como también Jesús "rompió a llorar" y se "turbó profundamente" por el duelo de una familia que amaba. También la Virgen María sufrió y lloró el padecimiento y la muerte de su amado Hijo.

Pero tras nuestro llanto por el durísimo paso de la muerte de un hijo, también hemos de dar el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de la resurrección de los muertos: "Los cristianos sabemos que el amor de Dios es más fuerte que la muerte porque ésta ha sido derrotada en la cruz de Jesús y Él nos restituirá en familia a todos" (Papa Francisco).

Por eso, Lola, espéranos en el cielo. Allí, te veremos de nuevo.

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL ANHELO DEL CIELO, OBJETIVO DE NUESTRO PARCHÍS

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"El hecho de que nuestro corazón anhele algo 
que la tierra no puede darnos 
es prueba de que el cielo debe ser nuestro hogar".
(C.S. Lewis)

Ayer estuvimos en el funeral de Gonzalito, el hijo pequeño de Cristina y Ángel, que ha partido al cielo después de apenas dos años de estancia en la tierra. 

El P. Javier Siegrist fue quien celebró la Eucaristía. Y digo bien: celebró, porque fue una fiesta en la que dábamos gracias a Dios por la llegada de un nuevo santo al cielo, a pesar del dolor que supone la separación física y más de un niño pequeño. 

Pero anoche, todos los presentes festejábamos con gozo el hecho de que Gonzalo es un Hijo de Dios que ha llegado a su destino, que ha alcanzado el propósito para el que fue creado: Reunirse con su Padre y Creador.
El P. Siegrist lo explicó de forma maravillosa. Nos dijo que la vida es como un parchís donde cada familia tiene un color.
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Cada color tiene fichas (miembros de la familia) que deben salir del "casillero" (vivir su vida), pasar por distintas casillas (vivencias), evitar ser "comidas" (problemas), y finalmente, pasar por el pasillo de nuestro color y así, conseguir el objetivo final: llegar al centro, el cielo. 

Es cierto que cuando una ficha de nuestro color entra en el centro, ya no la vemos más, ya no juega pero, eso sí, nos hace avanzar diez casillas.

Y es que el ser humano es una "ficha" que anhela llegar al "centro" del tablero para así ganar la felicidad. Cada vez que una de nuestro color llega al centro, cada vez que alguien de nuestra familia llega al cielo, nos hace adelantar casillas.  Avanzamos en santidad y en fe, en la certeza de llegar allí, sin detenernos por ninguna causa, para estar de nuevo reunidas todas.

El anhelo de vida eterna es una de las características que identifican a quien es hijo de Dios (por el bautismo) y cuyo destino está en el Creador. 

Dice el Salmo 63, 2: "Oh Dios, tú eres mi Dios; desde el amanecer ya te estoy buscando, mi alma tiene sed de ti, en pos de ti mi ser entero desfallece cual tierra de secano árida y falta de agua." 

Un hijo de Dios quiere ir hacia él y, por eso, nada del mundo puede distraerlo, nada puede "comerlo". 

Fuimos concebidos para llegar al centro. Es cierto que mientras estamos en el vientre de nuestra madre, nos encontramos muy cómodos y no queremos salir de allí. Sin embargo, cuando llega la hora traumática del parto, vemos la luz y unos brazos amorosos de madre nos esperan para acercarnos a su pecho, y después, presentarnos a nuestro padre, que llora de júbilo. Toda la familia llora de alegría.

Así es también nuestro tránsito de esta vida terrenal al cielo, a la vida celestial para la cual fuimos concebidos. 


Al cruzar el umbral de la muerte, nuestra Madre, la Virgen María nos espera impaciente con los brazos abiertos para llevarnos a la presencia de nuestro Padre y presentarnos al resto de nuestra familia: los santos y los ángeles. En ese momento, todo el cielo es un cántico de júbilo.

Si jugamos nuestra partida desde la certeza absoluta de que el Cielo es nuestro hogar eterno, nuestras prioridades y decisiones se alinearán con el objetivo del juego, con la meta a la que Dios nos llama a todas sus fichas: a vivir eternamente en su presencia.

En el Cielo ya no estaremos preocupados por que nos "coman" (enfermedades, pruebas, dolor, sufrimiento) o por cuántas casillas nos faltan para llegar (tentaciones, limitaciones, debilidades, necesidades).


En el "centro" descansaremos. Descansaremos en brazos de Dios.

jueves, 12 de enero de 2017

POR FAVOR, NO ME DES UNA RESPUESTA CRISTIANA



"Jesús se echó a llorar."
Juan 11,35 

Soy cristiano, quiero a Jesús y a Dios pero me disgustan las respuestas cristianas encorsetadas. No me gustan los que intentan darme la solución para todo con unas cuantas palabras agradables, o envueltos en una falsa espiritualidad. Sobre todo, en los momentos de angustia y de dolor.

Porque no hay nada bonito ni agradable en algunas cosas que suceden en nuestro mundo roto. Y en una muerte de un ser querido, menos.

Le pido perdón a Dios, si le ofendo pensando que un cristiano no puede arreglar todo con unas buenas palabras. Creo que Dios no necesita personas (como yo, con perspectiva, entendimiento y profundidad limitadas) para tratar de dar sentido a cosas que no tienen sentido.

¿Hay un lugar para Dios en todo esto? Por supuesto. El venció a la muerte y Resucitó. Pero debemos dejar que Dios nos dirija. A su tiempo. A su manera. Con su amor.

Y cuando suceden cosas terribles debemos decir: "Es terrible". Cuando las cosas no tienen sentido, debemos decir: "Esto no tiene sentido". Porque hay una gran diferencia entre un palabra equivocada en el momento equivocado y una palabra correcta en el momento adecuado.

Cuando mi abuela murió, lloré desconsoladamente. Estuve con ella unas horas antes, hablando. La escuché decir lo mucho que me había querido toda su vida. Y horas después ya no estaba. Me dolió profundamente. Lloré amargamente. No entendía el por qué de su muerte. Al menos, no de momento. Estaba furioso. Necesitaba tiempo para poder curar mi dolor, mi enfado y mi pérdida.


Pero lo que más me enfureció fue durante el velatorio, cuando la gente intentaba aliviarme diciendo cosas como: "Dios se la ha llevado al cielo" o "está en un sitio mejor". Eso no hizo más que retorcerme en el dolor de mi corazón, que estaba completamente roto.

Entiendo por qué me decían esas cosas... querían decirme algo bonito. Querían consolarme y por eso me lo decían. Y yo quería sentirme consolado, pero no lo estaba.

Todo era contradictorio. Quería estar llorando desconsoladamente por mi abuela un minuto y pensando que estaría en el cielo, al siguiente. Quería dar gracias a Dios y a la vez, enfadarme con Él. No había nada de razonable en todo eso.

Pero lo que sé ahora y que me hubiera gustado saber entonces, es que incluso Jesús sintió emociones profundamente humanas como el dolor y la angustia. 

En Juan 11, 32-35, se nos describe cómo Jesús recibe la noticia de que su querido amigo Lázaro ha muerto:

"Cuando María llegó al lugar donde Jesús estaba y lo vio, se cayó a sus pies y dijo: 'Señor, si tuvieras Mi hermano [Lázaro] no habría muerto. "Cuando Jesús la vio llorando, y los judíos que habían venido con ella también llorando, se sintió profundamente conmovido de espíritu y turbado. -¿Dónde lo has puesto? -preguntó. 'Vengan y vean, Señor', contestaron. Jesús se echó a llorar."

Sí, Jesús lloró y lloró por su querido amigo en ese momento devastador y desgarrador. Y Él es Dios. El hecho de que Él pueda identificarse con mi dolor es muy reconfortante para mí.

Hay un momento para recibir una respuesta cristiana de amigos bien intencionados. Desde luego. Pero también hay un momento para llorar con un amigo herido desde lo más profundo de tu alma. Y por eso, le pido a Dios que me (nos) ayude a conocer la diferencia.

Querido Padre y Señor mío, gracias por estar allí, en mis momentos más oscuros. Sé que eres real y que tú eres el único que puede traer consuelo a situaciones aparentemente imposibles. Por favor ayúdame a encontrarte en los momentos más aciagos. Amén.

 "Alegraos con los que se alegran; Llorar con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros".Romanos 12, 15-16

"Una persona encuentra alegría en dar una respuesta adecuada - ¡y cuán buena es la palabra oportuna!" Proverbios 15,23 

Piensa en alguien que esté pasando por una situación realmente difícil. ¿Cómo puedes consolarlo? 

Consolar implica acompañar, ser útil, llorar con él y en definitiva, asegurarse de que sus necesidades físicas y emocionales se cumplan en este difícil momento. Permite que Dios te guíe mientras intentas consolar de la forma correcta a tu amigo.




miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO?

 


¿Qué es este dolor que oprime mi pecho, mi profunda angustia que desea salir al mundo 
o el infinito amor de mi Padre que quiere entrar en mi corazón?


El sufrimiento es un estado de angustia o dolor que nos afecta tanto física, emocional y psicológicamente. 

Es indiscriminado, es decir, que afecta tanto al justo como al injusto, al cristiano y como al no creyente, al rico como al pobre, al pequeño como al grande. 

Se trata de un hecho que dificulta la capacidad de reconciliarlo con la idea de un Dios todopoderoso, amoroso, sabio y justo.

Y nos afecta a tres escalas:
  • Mundial: terremotos, tsunamis, inundaciones, hambrunas, guerras mundiales y terrorismo.
  • Local: catástrofes, accidentes aéreos o ferroviarios, naufragios.
  • Personal: muerte de seres queridos, enfermedades, accidentes, rupturas de relaciones y matrimonios, la depresión, la soledad, la pobreza, la persecución, el rechazo, el desempleo, la injusticia, la tentación o la frustración.
Entonces, ¿por qué Dios permite el sufrimiento y las enfermedades del Hombre?

Esta es el mayor desafío y una de las preguntas más difíciles de responder para un cristiano, y por contra, es la excusa más fácil para caer en el ateísmo o en el agnosticismo.

Muchos ateos, sin ninguna evidencia objetiva en la cual basar su creencia de que "no hay Dios", suelen recurrir a objeciones filosóficas y piensan, ¿como puede un Dios de amor permitir en su mundo el sufrimiento y el dolor, la enfermedad y la muerte, especialmente en inocentes? Aseguran que no es un Dios de amor porque es indiferente al sufrimiento humano, o que no es un Dios de poder, porque es incapaz de hacer algo para remediarlo. 


Tampoco creen en el Diablo, pues, para ellos, no es más que una metáfora de la inhumanidad del hombre para con su prójimo, o bien un símbolo de la maldad en general, con lo que a él, de forma inconsciente, si le liberan del sufrimiento de este mundo (no así, a Dios, a quien culpan). 


Pero el ateísmo realmente no es la respuesta, ni tampoco el agnosticismo. Estamos de acuerdo en que hay mucho mal en el mundo, pero también hay mucho bien. Sólo hay que mirar con los "ojos de Dios".


La respuesta cristiana debe ser guiada por la senda de la voluntad y el propósito de Dios. Y aunque muchas veces no los entendamos, podemos esgrimir algunas razones por las que existe el sufrimiento y el dolor que la Biblia aborda desde el Génesis al Apocalipsis. 


LA LIBERTAD HUMANA

El origen del sufrimiento, la enfermedad y la muerte está en el pecado

Desde que el hombre se rebeló en el jardín de Edén, se convirtió en imperfecto y pecador (pecado original). 

Y, como resultado de su pecado, perdieron los dones que Dios les había regalado: la inmortalidad (no morir), la impasibilidad (no sufrir enfermedades corporales), la ciencia infusa (conocimiento natural de las cosas) y la integridad (equilibrio y armonía interior).
    Y su alma quedó con cuatro heridas permanentes, según Santo Tomás: la ignorancia (dificultad para conocer la verdad), la malicia (debilitamiento de la voluntad), la concupiscencia (deseo desordenado de satisfacer los sentidos) la fragilidad (cobardía ante las dificultades para obrar el bien).


    Además de todo ello, cuando Satanás consiguió que Adán y Eva desobedecieran a Dios,  no puso en duda el poder del Creador, pues sabía que no tiene límites. Lo que hizo fue poner en entredicho Su derecho a gobernar. 

    Lo más fácil hubiera sido que Dios los hubiera destruido, pero de esa forma no se hubiera resuelto el dilema del Derecho Divino y por eso, permitió demostrar al Diablo cómo gobernar y, por añadidura, dejar que el Hombre se gobernase así mismo, bajo la malvada dirección de Satanás.

    Al afirmar que Dios era un mentiroso y que impedía que sus hijos disfrutasen de las cosas buenas, el Diablo le estaba acusando de ser un mal gobernante y un mal padre (Génesis 3:2-5) y daba a entender que al Hombre le iría mejor si no les gobernaba Dios. Puso en jaque a Dios mismo, no sólo a ojos de Adán y Eva, sino también delante de todos los ángeles del cielo. 

    El sufrimiento también se debe a nuestro propio pecado. Con nuestras elecciones egoístas y equivocadas, acabamos perjudicándonos a nosotros mismos y a otros. Es la consecuencia de violar la Ley de Dios, tanto las leyes físicas (drogas, alcohol, etc,) como las morales (egoísmo, lujuria, arrogancia, etc.).

    Pero gran parte del sufrimiento se debe al pecado de otras personas: guerras, hambre, asesinatos, robos, adulterios, abusos sexuales, crueldad, egoísmo, etc.

    Por ello, podemos afirmar que el origen del sufrimiento es la libertad humana que nos ofreció Dios y con la que, a tenor de la historia, no es la solución para gobernarnos y por eso, debemos confiar sólo en que Dios hace lo correcto y sabe lo mejor para nosotros.

    DIOS ACTÚA EN EL SUFRIMIENTO


    Dios, como nos ama, se sirve del sufrimiento para obrar el bien. "Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores" (C.S. Lewis).

    A través de el sufrimiento, nos lleva a la madurez cristiana, para forjar nuestro carácter, para que nuestras vidas sean más fructíferas y para llevar a cabo sus buenos propósitos. No olvidemos que el "corazón del hombre es duro como una piedra".

    Todos nosotros, cuando sufrimos, nos preguntamos por el sentido de todo eso y dónde está Dios en medio de todo ese dolor. Y, como siempre, tenemos el libre albedrío de buscarle e instalarle en nuestro corazón o negarle como hicieron Satanás, Adán y Eva, el pueblo de Dios en la época de Moisés, Noé, en Sodoma y Gomorra, en tiempos de Cristo o incluso hoy día.

    A menudo, la personas con mayores episodios de intenso dolor y sufrimiento, experimentan unas de las épocas más transformadoras de sus vidas. Aunque parezca paradójico, las personas que más han soportado el sufrimiento son las que han experimentado el amor de Dios, aunque no siempre es fácil ver lo que Dios está haciendo o entender lo que pretende.

    ¿Cuántos afligidos por una muerte cercana, por una enfermedad angustiosa, por un accidente, por una separación conyugal, por una ruina económica, etc. han encontrado al Señor y se han transformado?

    DIOS COMPENSA CON CRECES NUESTRO SUFRIMIENTO


    Dios no creó el mundo para que hubiera sufrimiento, enfermedad y muerte. 


    Para muchos, las bendiciones que recibimos de Dios en nuestro dolor y a través de él compensan o superan con creces el mismo sufrimiento aunque no siempre las experimentamos en esta vida. Pero a todos los cristianos se nos promete algo magnifico y superior: la esperanza del cielo. 

    Dios tiene toda la eternidad para compensarnos y por ello, un día pondrá todas las cosas en orden nuevamente: toda la creación será restaurada, Jesús regresará a la tierra para establecer "un cielo nuevo  y una tierra nueva"(Apocalipsis 21:1) .

     Ese día "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor" (Apocalipsis 21:4).

    Nos reencontraremos con todos nuestros seres queridos y los que han muerto "en Cristo" y viviremos juntos en presencia de Dios, eternamente.

    Dios, a través de su misericordia y de su amor, al entregar a su Hijo, Jesucristo, por todos nosotros, nos libera de nuestro pecado y repara el daño causado por la "rebelión" (1 Juan 3:8) y nos promete una vida eterna sin sufrimiento ni enfermedad.

    Realmente no existe ningún “inocente” sufriendo ya que "…todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios"(Romanos 3:23), no hay nadie que tenga el derecho de librarse de la ira de Dios basándose en su inocencia.

    El mundo está hoy bajo la maldición de Dios (Génesis 3:17) a causa de la rebelión del Hombre en contra de la Palabra de Dios y como ya hemos dicho, bajo la dirección del Diablo.

    Esta "esclavitud de la corrupción" con "toda la creación gimiendo a una, y a una con dolores de parto hasta ahora" (Romanos 8:21-22), es universal, esto es, afecta a todos los hombres, mujeres y niños en todo lugar. Nadie está exento del sufrimiento.

    No es más que una cuestión de amor y fe en el Señor, como señala el teólogo McGrath: " Si la esperanza cristiana fuera una ilusión basada en mentiras, tendría que desecharse por falsa. Pero si es cierta, debe abrazarse de tal modo que transfigure nuestra manera de ver el sufrimiento en la vida".

    DIOS PARTICIPA DE NUESTRO SUFRIMIENTO

    Dios es un Dios que sufre a nuestro lado. No es inmune, no está observando como espectador impasible. 

    Lo vemos en la Biblia y sobre todo, en la cruz: "El es el Dios crucificado". Dios "estaba en Cristo" reconciliando al mundo entero consigo mismo (2 Corintios 5:19). Se hizo uno de nosotros, sufrió de todas las formas que nosotros sufrimos, incluso más. 

    Cristo tuvo que soportar que se dudara de la legitimidad de su nacimiento, que se le asignara una labor díficil de cumplir, traicionado por sus mejores amigos, enfrentarse a falsos cargos, ser juzgado por un tribunal con prejuicios y ser sentenciado por un juez sin carácter, ser torturado, conocer de primera mano lo que significa estar terriblemente solo y después de todo eso, morir. Y morir sin lugar a dudas, públicamente y con una gran multitud de testigos.

    No sólo sabe lo que es el sufrimiento y el dolor, sino que lo ha experimentado. Sabe lo que sentimos cuando sufrimos.

    EL DIABLO TIENE PODER SOBRE EL MUNDO ENTERO

    La acción de Satanás genera sufrimiento y dolor.

    El apóstol San Juan dice claramente que “el mundo entero yace en el poder del maligno”, el Diablo" (1 Juan 5:19) y que "el diablo engaña al mundo entero" (Apocalipsis 12:9).

    El apóstol San Pedro advierte a los cristianos que "el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar"  (1 Pedro 5:8).

    Por tanto, el verdadero artífice de los males de este mundo es Satanás, que actúa con engaño, odio y crueldad. Por eso el mundo, que se encuentra bajo su control, está lleno de maldad. 

    Ha cegado al Hombre, desde el principio, para que no entienda el propósito de su existencia y para que crea que sus caminos (los del egoísmo y del pecado) son mejores los de Dios (los del amor y de la misericordia). La humanidad se "ha tragado" las mentiras de Satanás para no ser consciente de que el propio pecado trae sufrimiento y culpar a Dios.

    Dios no causa el sufrimiento. Él no es el culpable de las guerras, los crímenes, la opresión, las catástrofes naturales ni de las enfermedades y muertes que tanto dolor nos producen. Pero aún tenemos que contestar la pregunta de por qué permite todo ese sufrimiento. Si Dios es todopoderoso, está claro que tiene el poder para ponerle fin. 


    Entonces, ¿por qué no lo hace? Sólo podemos comprenderlo hasta donde Dios nos permite y, además, sería absolutamente presuntuoso por nuestra parte, cuestionarlo.

    "El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis 18:25) "¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?" (Romanos 9:20). 

    Nosotros mismos no somos quienes establecemos lo que es correcto o incorrecto. Sólo el Creador de todo puede hacerlo. Debemos creer en nuestra mente y corazón, tanto si lo entendemos o no, que cualquier cosa que Dios haga es, por definición, correcta. Si Dios hubiera creado a Adán y Eva sin el regalo del libre albedrío, les habría condenado a la sumisión incondicional y a la obediencia obligatoria. Entonces ¿seríamos felices? 

    Dios no desea que le sirvamos por obligación (2 Corintios 9:7). ¿Qué padre quiere que su hijo le ame por obligación? ¿Y qué hijo dice "te quiero" por obligación a un padre?

    Dios, sin embargo, ha establecido límites al poder e influencia que el diablo ejerce sobre el mundo (Job 1:12, 2:6) y no permitirá que Satanás impida el cumplimiento de Su Plan Maestro de Salvación para la humanidad.

    ¿CÓMO RESPONDER AL SUFRIMIENTO?

    Cuando experimentamos el sufrimiento y el dolor, no siempre entendemos por qué. 

    Dios nunca les dijo a José o a Job por qué estaban sufriendo, aún incluso pareciendo algo completamente injusto, les pidió que confiaran en Dios. 

    Tanto el relato de José, como todo el libro de Job no tratan tanto sobre por qué Dios permite el sufrimiento, sino sobre cómo debemos responder ante el dolor.

    Por ello, las preguntas que debemos plantearnos son las siguientes:


    • ¿Es este sufrimiento consecuencia de mi pecado? Si lo es, podemos pedirle a Dios que nos revele de qué pecado en concreto se trata.
    • ¿Qué me quieres decir a través de esto?  Es posible que Dios quiera enseñarnos algo en particular.
    • ¿Qué quieres que haga? A veces, estamos tan instalados en nuestra rutina mundana que olvidamos las cosas de Dios.
    • ¿Quién, a parte de Dios, puede ayudarme? Otros miembros de la iglesia, buenos amigos cristianos, pueden ayudarnos a discernir entre culpa verdadera y culpabilidad falsa, ayudarnos a escuchar a Dios y enseñarnos como orarle y también pueden ser apoyo y aliento para que no nos rindamos.
    Debemos agarrarnos fuertemente a nuestra esperanza en esta vida, a caballo entre lucha y bendición.

    Cuando veamos a otros sufriendo, estamos llamados a mostrar compasión y amor, a rezar por ellos . Y puesto que todos somos pecadores, no juzgar a los demás. Debemos abrazarles, besarles y "llorar con los que lloran" (Romanos 12:15).

    RESUMEN

    Volvamos nuestra mirada hacia la Cruz de Cristo:
    1. El Hombre abusó de la libertad que Dios le otorgó para clavar a Jesús en la cruz y sin embargo, Dios sirviéndose de ese abuso, permitió que Cristo pagara el precio de ese pecado y de todos los pecados del Hombre.
    2. Dios actúa en el sufrimiento. La intención de los que mataron a Jesús era malvada, pero Él lo dispuso para el bien. La Cruz es una victoria porque contiene la llave de la salvación.
    3. Dios compensa con creces nuestro sufrimiento. Jesús "quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz" (Hebreos 12:2), vio anticipadamente su resurrección y, por consiguiente, nuestra propia resurrección y nuestra participación en la eternidad con Él.
    4. Dios no está ausente en el sufrimiento. Participó del dolor de la cruz y ahora sufre por nosotros y para nosotros. Así como en la vida de Jesucristo el sufrimiento no supuso el fin, tampoco lo es en nuestra vida. A resucitar Jesús a la vida eterna, Dios nos reveló su promesa: que ni el diablo, ni el sufrimiento, ni el dolor ni la muerte puede separarnos Su amor y de la vida eterna con Él.

    Este artículo está dedicado al gran Nacho y a su extraordinaria familia: Andrés, Mª Paz, Marta, Guille,  Álvaro y Javi, quienes tienen siempre una sonrisa a pesar de todo.

    Os dejo su película en Facebook por si queréis conocerle.

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