¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 4 de septiembre de 2016

ORANDO CON LOS SALMOS. SALMO 1: DOS HOMBRES, DOS CAMINOS, DOS DESTINOS







"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los injustos, ni anda por el camino de los extraviados, ni se sienta en el banco de los cínicos;

sino que en la ley del Señor pone su amor y en ella medita noche y día.

Es como un árbol a orillas del arroyo, que da el fruto a su tiempo, cuyas hojas no se marchitan nunca; en todo lo que hace sale bien.

No así los injustos, no; son como paja que dispersa el viento.

Los injustos no podrán resistir en el juicio ni los descarriados en la asamblea de los justos.

Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el de los injustos lleva a la ruina."


Una buena manera de crecer en la oración es orando con los Salmos. Y por eso, hoy comenzamos a orar con el Salmo 1, que se distingue de todo el resto porque no tiene título, sino que es más bien como el título de todo el salterio. David compuso los salmos a la manera del que reza, es decir, no de una forma lineal, sino según los diversos sentimientos y movimientos del que reza.

Este primer salmo expresa el sentimiento ante la situación del mundo, contrapone dos caminos y ensalza la Ley, dada a los hombres para su felicidad. Nos habla del hombre dichoso, del hombre feliz. Este hombre bendecido, en contrate con el impío. 

La práctica del hombre dichoso (vs. 1 y 2)

“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los injustos, ni anda por el camino de los extraviados, ni se sienta en el banco de los cínicos”

El primer versículo habla de lo que no hace el hombre feliz:

1. No sigue el consejo de los injustos. No escucha a los malvados sino que se basa en la voluntad de Dios.

2. No anda en el camino de los pecadores. Vive en la forma que debe vivir.

3. No se sienta en el banco de los cínicos para cultivar su amistad. Se aparta de los que niegan, se burlan y odian Dios.

La persona que hace estas tres cosas, no es una persona feliz. Primero se asocia con los malos, luego comparte el camino de los pecadores y después se une a los que blasfeman.

En el versículo 2, vemos lo que este hombre feliz sí hace:

"sino que en la ley del Señor pone su amor y en ella medita noche y día".

Hay muchas personas que piensan que todo lo que necesitan para ser felices es ser simplemente buenas, no hacer mal a nadie, etc., pero el salmista dice que el hombre feliz se deleita en la ley del Señor. 
En otras palabras, el dichoso encuentra placer y alegría en la meditación de la Palabra de Dios. Su lectura y estudio no constituye ninguna carga ni produce aburrimiento. Su lectura y su estudio son agradables. La persona que experimenta placer con la Biblia es una persona feliz. 

El versículo enfatiza no sólo que se deleita en la Palabra sino que lo hace meditando de día y de noche, continuamente. ¿Qué quiere decir con esto de meditar? Cuando meditamos, volvemos la vista a lo que ye hemos leído. Meditar sobre lo que uno lee, es “rumiar el alimento”; considerar lentamente y pensar detenidamente en lo que uno está leyendo. 

Tenemos que meditar en la Palabra de Dios para que ésta dé forma a nuestra vida según la voluntad y el propósito de Dios. Nuestro desarrollo, crecimiento y madurez espirituales vendrán a través de la meditación de la Palabra de Dios, es decir, repasando una y otra vez en sus pensamientos hasta que esa Palabra se convierta en una parte de nuestra vida. En esto consiste la "práctica del hombre dichoso".

El poder del hombre dichoso (v. 3)

"Es como un árbol a orillas del arroyo, que da el fruto a su tiempo, cuyas hojas no se marchitan nunca; en todo lo que hace sale bien."

El versículo 3 nos dice que el hombre feliz es como un árbol plantado a la orilla de un río. Es una hipérbole que expresa "abundancia". Este hombre dichoso es plantado, recibe mucha agua y se convierte en un árbol. 

Los hombres justos son árboles "plantados" por Dios, no son árboles silvestres que crecen en cualquier parte, sino que sus árboles han nacido por medio de Él, tomados y colocados en el jardín de Dios, a orillas del arroyo.

El arroyo representa la Palabra de Dios. El agua provee bebida y sustento. Y también limpia.

Y se nos dice además que el árbol da su fruto en su tiempo. Esto es muy interesante: que los árboles de Dios no den fruto todo el tiempo, sino que dan su fruto cuando llega su tiempo y su poder está en la Palabra de Dios significa que damos frutos cuando Dios lo desea, no siempre que nosotros queremos.

Significa que hay un tiempo para obtener fruto pero antes, también un prolongado período de preparación, de sembrar la semilla, de regarla. Este período lleva su tiempo y dedicación, para que el fruto solo se produzca en el momento apropiado.

A continuación, el salmista dice que sus hojas no se marchitan nunca. La hoja es el testimonio de vida del cristiano. Ese testimonio debe estar siempre presente, siempre visible. Los árboles de Dios son como los pinos de hoja perenne, siempre están verdes y nunca pierden sus hojas y son un testimonio visible para los demás.

Además, dice que todo lo que hace, sale bien. Es increíble que esto sucede: prospera, está alegre, crece y disfruta. Al dejarnos guiar por Dios y su Palabra, nuestra vida discurre sola, de forma natural, y nos llena de gozo y alegría.

La permanencia del hombre dichoso (vs. 4 -6)

"No así los injustos, no; son como paja que dispersa el viento. Los injustos no podrán resistir en el juicio ni los descarriados en la asamblea de los justos."
Los versículos 4 y 5 de este Salmo 1 hablan de la inseguridad de los impíos. 

Recordemos el título: Dos hombres, dos caminos, dos destinos. Uno conduce a la muerte. El otro conduce a la vida. Dios es quien dice lo que está bien y lo que está mal. 

En este mundo relativista, todo vale, todo está bien, nada está mal. Creen conocer el camino. Pero están perdidos. Es más, se han apartado del camino de Dios y se ha hecho un camino propio. Pero son como paja que el viento dispersa. El viento es el juicio de Dios. 

"Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el de los injustos lleva a la ruina".
El versículo 6 dice que Dios es quien construye el camino. Lo conoce y lo cuida. El otro camino indica la perdición, la ruina, un final irreversible, definitivo. El sentido bíblico del camino como modo de vida es evidente; el justo prosperará mientras que el malvado sufrirá castigo.

jueves, 28 de julio de 2016

GETSEMANÍ ES DECIRTE SÍ HASTA EL FINAL



"Mas allá de mis miedos, 
mas allá de mi inseguridad 
quiero darte mi respuesta. 
Aquí estoy para hacer tu voluntad 
 para que mi amor sea decir que si 
hasta el final."


Cuando llega la hora señalada por Dios para salvar a la humanidad de la esclavitud del pecado, contemplamos a Jesucristo solo en el huerto de Getsemaní, postrado en tierra, sufriendo dolorosamente, derramando su desesperación, quebrantado por cargar con todos nuestros pecados.

Así, durante tres horas, en una agonía de sangre, sudor y lágrimas pero aceptando el sacrificio que el Padre le reclama, causa del anonadamiento de su alma, y aún así, amando a los hombres. 

En nuestro día a día, todos todos nosotros experimentamos momentos difíciles (que no tienen comparación con los que vivió el Señor), pero la cuestión no es preguntarse a qué se deben, sino cómo enfrentarse a ellos.

El pecado nos aleja y nos separa del Padre, como también a Jesús en Getsemaní. Para acercarnos a Él, tenemos la oración. 

Debemos hacer de la oración, un estilo de vida y practicarla en todo momento, abriendo nuestro corazón en la presencia de Dios, sin condiciones y sin límites, en comunión con Él, abandonándonos a Su voluntad y confiando en su poder sobrenatural. 

Dios está ahí siempre con nosotros, en medio de la prueba para ayudarnos a soportarla (1 Cor. 10,13) Siempre nos da una salida, nos sostiene y nos ayuda. Y siempre responde, aunque no siempre sea para que se cumpla nuestra voluntad.

La obediencia y fidelidad a Dios trae sufrimiento en un mundo caído y como consecuencia, la burla y la oposición de familiares, el desprecio y la crítica de compañeros y amigos, y también, el insulto y la persecución de los que nos ven diferentes. 

Pero no estamos solos. Jesucristo que oró, suplicó y rogó con sangre, sudor y lágrimas, nos entiende y nos socorre. Precisamente porque sufrió como nadie, porque sufrió por todos los hombres a la vez, porque lo hizo por amor, nos muestra su infinita Misericordia, abrazándonos en el sufrimiento.

Por eso, nuestro Getsemaní particular es decirle sí hasta el final. Él nunca nos abandona. Nunca nos deja solos. Y de la misma forma que Él doblegó su voluntad a la del Padre, nosotros tenemos la certeza de que si nos abandonamos a Él y a su voluntad, nos recompensará. 

Se trata de un triunfo que, a ojos humanos, parece una derrota: "dar la vida para ganarla". Pero Cristo dio su "sí" hasta el final, dio su vida y triunfó sobre la muerte. Resucitó y ocupa el lugar que le corresponde en el cielo, a la derecha del Padre.

Sean cuales sean nuestros problemas, unidos a Jesús en nuestro propio jardín de Getsemaní particular, podemos resolverlos con el Padre en oración. ¡Esto es un verdadero privilegio!

Yo quiero ser copartícipe de ese triunfo sobre la muerte y por eso, mi "sí" es hasta el final.



"Señor, abrázame, consuélame, cobíjame
Yo sólo no puedo, ayúdame,

llena mi sufrimiento de tu luz, 
llena mi vida con tu presencia.

Ayúdame a recordar, 
que no existe mayor poder que el tuyo,
que por amor a mí diste tu "sí" hasta el final.

Impúlsame a ser buen discípulo tuyo, 
a actuar dignamente en todo cuanto digo, pienso y hago.


Ayúdame a reconocerte en todas las situaciones de la vida, 
en las alegrías y en las penas, 
en el gozo y en el sufrimiento,
en la felicidad y en la adversidad.

Llévame oh Señor a comprender 
que tú puedes convertir el mal en bien, 
la derrota en victoria, 
y el fracaso en triunfo 
para gloria y honra de tu santo nombre.

Enséñame a confiar en ti, 
 sabiendo que no importa el camino que tenga que recorrer,
 entre rosas o entre espinas, 
si Tú a mi lado estás, mi triunfo estará asegurado. 

Ayúdame Señor a serte fiel hoy, mañana y siempre,
a darte mi "sí" hasta el final".


miércoles, 20 de julio de 2016

LEX ORANDI, LEX CREDENCI


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"Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento
 y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto;
 y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará". 
Mateo 6, 6


"La forma en que oramos es la forma en la que creemos." ¡Qué importante es la oración en nuestra vida! ¡Qué grande su poder!

Y es que nuestra fe se manifiesta y se cultiva por nuestra comunión con Dios y eso se consigue mediante la oración, que es la manera de comunicarnos con Dios y saber lo que tiene pensado para nosotros.

Es una vía libre y directa de comunicación con nuestro Creador. Él nos exhorta a hablar siempre con Él y a escucharle, en público: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 18, 19), y en privado, sobre todo. (Mateo 6, 6). Orar en lo secreto...¡qué expresión tan bonita de intimidad, de complicidad, de amor!

Con la oración, conozco a Cristo personalmente, experimento el poder de Su resurrección, soy copartícipe en su sufrimiento, tomando mi cruz y con mi "sí hasta el final", hago Su voluntad. Él siempre está allí, dispuesto a escucharme, a hablarme, a abrazarme...¡una pasada!

La forma en la que rezo y el tiempo que dedico a orar, definen mi fe, pues el poder de la oración es lo más grande que Dios nos ha regalado. Todo lo pongo en sus manos, desde lo más importante hasta lo más insignificante.

La oración no sólo es el medio de pedirle a Dios. También es un instrumento para alabarle, glorificarle y agradecerle. Es un refugio de consuelo y paz. Es la forma de conocerle y de tener intimidad con el Padre. 

Es una herramienta maravillosa para interceder por otros. ¡Qué bonito es rezar por otros y que otros recen por mi!

Orar es una necesidad, no es una opción. Jesús nos enseñó su importancia. En sus momentos de mayor angustia, en sus momentos de tentación, encontró refugio y consuelo, orando al Padre. El nos insta a orar. Su Madre, nuestra Madre, no hace más que llamarnos a orar. Por algo será..."Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Marcos 11, 24)

Orar siempre, en todo momento, en los momentos buenos y en los malos. Las circunstancias no deben determinar si debemos orar o no. Oramos porque es una necesidad porque creemos en Dios y confiamos en Él. Esa es nuestra fe, la certeza en Dios. "En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido". (1 Juan 5, 14-15)

Orar es asunto de dos: de Dios y mío. Cuando hablamos entre nosotros, los humanos, lo hacemos en un plano natural, pero cuando conversamos con Dios, lo hacemos de modo sobrenatural. Por eso la oración tiene un poder sobrenatural.

Cuando nos ponemos en presencia de Dios en oración, Él actúa poderosamente. Le dejamos obrar y actuar en nuestra vida. Y es sobrenatural. ¡Qué regalazo!

Os animo a experimentar continuamente el poder sobrenatural de la oración.